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sucedió en el reino su hijo Recaredo, mozo de poca edad y de fuerzas no bastantes para peso tan grande. Reinó solos tres meses, y pasados falleció sin que dél se sepa otra cosa.

CAPITULO IV.

De los reyes Suintila y Rechimiro.

Por la muerte destos dos reyes padre y hijo los grandes del reino nombraron por sucesor á Suintila, persona que en las guerras pasadas habia dado muestra de valor y partes bastantes para el gobierno, además que la memoria de su padre le hacia bienquisto con todos, y hizo mucho al caso para que le tuviesen por digno de aquella dignidad y grandeza. Era persona de mucho ánimo y no de menor prudencia; ni con los trabajos se cansaba el cuerpo, ni con los cuidados su corazon se enflaquecia. Su liberalidad fué tan grande para con los necesitados, que vulgarmente le llamaban padre de los pobres. Los de Navarra, gente feroz y bárbara, con ocasion de la mudanza en el gobierno de nuevo se alborotaron, y tomadas las armas, ponian á fuego y á sangre las tierras de la provincia tarraconense; acudió el nuevo Rey con presteza, y con sola su presencia, por la memoria de las victorias pasadas, hizo que se le sujetasen y rindiesen. Perdonólos, pero con condicion que á su costa edificasen una ciudad llamada Ologito, como baluarte y fuerza que los enfrenase y tuviese á raya para que no acometiesen novedades tantas veces, pues les estaba mejor carecer de la libertad, de que usaban mal. Esta ciudad piensan algunos sea la villa que hoy en aquel reino se llama Olite, mas por la semejanza del nombre que por otra razon que haya para decillo, conjetura que suele enganar á las veces. Concluida esta guerra, los romanos que en España quedaban y mas confiaban en el asiento que tenian puesto con los godos que en sus fuerzas, últimamente fueron constreñidos á salirse de toda España, donde por mas de setenta años á las riberas del uno y del otro mar habian poseido parte de lo que hoy es Portugal y de la Andalucía, bien que muchas veces se extendian ó estrechaban sus términos, conforme á como las cosas sucedian. Algunos entienden que por esta causa los godos fortificaron la ciudad de Ebora para que sirviese de frontera contra los romanos. Dan desto muestra dos torres fuertes y de buena estofa, que comunmente dicen por tradicion las edificó el rey Sisebuto, es á saber, para reprimir las entradas que los romanos por aquella parte hacian en las tierras de los godos. Conserváronse los romanos por tan largo tiempo en aquellas partes tan estrechas de España, á lo que se entiende, por estar Africa tan cerca para fácilmente ser socorridos; y al presente, por faltarles esta ayuda á causa de la cruel guerra que el falso profeta Mahoma y los que le seguian hacian por aquellas partes, fueron vencidos y echados de España. Tenian los romanos dividido aquel gobierno en dos partes, y puestos en España dos patricios. Destos al uno con buena industria y maña granjeó el Rey, al otro venció con las armas, y á entrambos los redujo en su poder. A todas estas cosas tan señaladas dió fin el rey Suintila dentro del quinto año de su reinado, que se contaba del nacimiento de Cristo 626. En el cual año, con intento de asegurar la sucesion del reino y hacer que quedase en

su casa, declaró por su compañero á Rechimiro, su hijo, mozo que, aunque era de pequeña y tierna edad, con su buen natural daba muestras que imitaria las virtudes de su padre y de su abuelo. Todo esto no fué bastante para que los godos no se desabriesen, ca llevaban muy mal que con este artificio se heredase la majestad real, que antes se acostumbraba dar por voto de los grandes del reino; y es cosa averiguada que desde este tiempo el que poco antes era acatado de todos y temido vino á ser tenido en poco, de tal suerte, que no sosegaron hasta tanto que derribaron de la cumbre del reino á Suintila y á su hijo; que debió de ser la causa porque san Isidoro en la Historia de los godos, con que llegó hasta este año, no pasase adelante con su cuento, por hacérsele, como yo pienso, de mal de poner por escrito las afrentas y desastre de aquel Rey, poco antes muy señalado y deudo suyo, y por no dejar memoria de las alteraciones, traiciones y malos tratos que en este caso sucedieron. Lo que principalmente en Suintila se reprehende fué que, despues de tantas victorias y de estar España toda sosegada y en paz, se dió á vicios y deleites; en que se muestra claramente cuánto es mas dificultoso al que tiene mando y libertad para hacer lo que quiere vencerse á sí mismo y á sus pasiones en tiempo de paz que en el de la guerra con las armas sujetar á sus enemigos. Teodora, su mujer, que algunos sospechan fué hija del rey Sisebuto, y Geila ó Agilano, su hermano, á quien labia entregado el gobierno así de su persona como del reino, con sus malos términos fueron ocasion en gran parte del odio que contra él se levantó, y despertaron contra él gran parte de los enemigos, que al fin le echaron por tierra y prevalecieron. Presidia á la sazon en la iglesia de Toledo Helladio, sucesor de Aurasio, varon de señalada prudencia, modestia y erudicion, muy libre de toda avaricia, constante y para mucho trabajo. Fué los años pasados rector de las cosas públicas, que era en lo seglar el mayor cargo de los godos. Dejó el oficio con deseo de seguir vida mas perfecta, y tomó en Toledo el hábito de monje en el monasterio agaliense, y en él en breve llegó á ser abad; dende por órden del rey Sisebuto pasó á ser arzobispo de Toledo. Tuvo por dicípulo al glorioso san Illefonso, cosa que le dió no menos renombre que sus mismas virtudes, aunque fueron grandes. El mismo le ordenó de diácono, y adelante le sucedió, así en la abadía como en el arzobispado. Parece que la alteracion de los tiempos y pena que Helladio recibió por las revueltas que resultaron fueron ocasion de su muerte, porque al mismo tiempo que Suintila por traicion de Sisenando fué despojado del reino, pasó desta vida. En cuyo lugar sucedió Justo, y por algun tiempo presidió en aquella iglesia. La caida del rey Suintila fué desta manera. Era Sisenando hombre de gran corazon, muy poderoso por las riquezas que tenia, diestro y ejercitado en las cosas de la guerra. Parecióle que el aborrecimiento que comunmente tenian al rey Suintila le presentaba buena ocasion y le abria camino para quitarle la corona. Las fuerzas que tenia no eran bastantes para cosa tan grande. Acudió al rey Dagoberto de Francia. Persuadióle le ayudase con sus fuerzas, avisóle que las voluntades de los naturales estaban de su parte, solo recelaban comenzar cosa tan grande sin tener socorros de otra parte; que

á los padres le encomendasen á la divina Majestad para que ayudase sus intentos; que el fin para que se juntaran era la reformacion de la diciplina eclesiástica y de las costumbres; que era justo acudiesen á negocio tan importante. Animáronse los obispos con las buenas palabras del Rey, publicaron decretos muy importantes, y en particular señalaron la forma y ceremonias con que se deben celebrar los concilios provinciales, que mandaban se juntasen cada un año. Las cabezas principales de los decretos son estas. Los padres en los asientos y en el votar guarden la antigüedad de su consagracion. Con su voluntad sean admitidos al concilio los grandes que pareciere se deben en él hallar. Muy de mañana se cierren las puertas del templo en que se tiene la junta, fuera de una por donde entren los padres, con su guar

Suintila debajo de nombre de rey era muy cruel tirano, ejecutivo, sujeto á todos los vicios y fealdades, monstruo compuesto de aficiones y codicias entre sí contrarias y repugnantes. Tomado asiento con el Francés, Abundancio y Venerando, capitanes franceses, con gente de Borgoña se metieron por España y llegaron á Zaragoza. Los grandes, que hasta entonces se recelaban y temian, se declararon, y tomadas las armas, no pararon hasta echar del reino á Suintila con su mujer y hijo Rechimiro. Esto se tiene por mas cierto que lo que otros dicen, es á saber, que el rey Suintila y su hijo fallecieron de enfermedad en Toledo, porque del Concilio cuarto toledano y de lo que en él se refiere parece lo contrario; y aun dél se entiende tambien que Agilano, hermano del rey Suintila, entre los demás se arrimó á Sisenando y siguió su partido, si bien la amis-da de porteros. El metropolitano proponga los puntos tad no le duró mucho. De las historias francesas se ve que al rey Dagoberto dieron los nuestros, por ventura á cuenta de los gastos de la guerra, diez libras de oro, que él aplicó para acabar la fábrica de San Dionisio, templo muy sumptuoso y grande junto á Paris y obra del rey Dagoberto. Floreció por este tiempo Juan, obispo de Zaragoza, sucesor de Máximo. Fué muy señalado así bien en la bondad de su vida y liberalidad con los pobres como en la erudicion y letras, de que da testimonio un libro que dejó escrito en razon de cómo se debia celebrar la Pascua. Por el mismo tiempo fucron en España personas de cuenta Vincencio y Ramiro. Vicencio fué abad en San Claudio de Leon, do por defender la religion católica fué muerto por los arrianos, secta que parecia estar ya acabada; su cuerpo en la destruicion de España llevaron á la ciudad de Oviedo. Ramiro fué monje en el mismo monasterio de Leon, y al lado del altar mayor en propia y particular capilla están sus huesos guardados y reverenciados del pueblo. Reinó Suintila diez años; despojáronle del reino año del Señor de 631.

CAPITULO V.

Del rey Sisenando.

Luego que Sisenando salió con lo que pretendia y se vi hecho rey de los godos, como persona discreta advirtió que, por estar los naturales divididos en parcialidades y quedar todavía muchos aficionados al partido contrario, corria peligro de perder en breve lo ganado si no buscaba alguna traza para acudir á este peligro. Parecióle que el mejor camino seria ayudarse de la religion y del brazo eclesiástico, capa con que muchas veces se suelen cubrir los príncipes y aun solaparse grandes engaños. Juntó de todo su señorío como setenta obispos en Toledo con voz de reformar las costumbres de los eclesiásticos, por las revueltas de los tiempos muy estragadas; mas su principal intento era procurar que el rey Suintila fuese condenado por los padres como indigno de la corona, para que los que le seguian y de secreto le eran aficionados, mudado parecer, sosegasen. Túvose la primera junta en la iglesia de Santa Leocadia á 5 de diciembre, año de 634, es á saber, el tercero del reinado del mismo Sisenando. Hallóse el Rey en la junta, y puesto de rodillas con muestra de mucha humildad, con sollozos y lágrimas que de su pecho y sus ojos despedia en abundancia, pidió

de que en el concilio se ha de tratar. Las causas par-
ticulares proponga el arcediano. Haya en España un
Misal y un Breviario. (El cuidado de hacer esto se
encomendó á san Isidoro, que tuvo el primer lugar en
este Concilio; de aquí resultó que comunmente el Mi-
sal y Breviario de los mozárabes se atribuyen á san Isi-
doro, dado que san Leandro compuso muchas cosas
delio, y con el tiempo se añadieron muchas mas.)
Antes de la Epifanía resuelvan los sacerdotes entre sí
en qué dia de aquel año se ha de celebrar la Pascua,
y dello los metropolitanos por sus cartas dén aviso
á las iglesias de su provincia. El Apocalipsi de san Juan
Evangelista se cuente entre los libros canónicos. Les
iglesias de Galicia en la bendicion del cirio Pascual,
en las ceremonias y oraciones se conformen con las
demás de España. Ninguno se ordene de obispo ni de
presbítero que no sea de treinta años y tenga aproba-
cion del pueblo. Los judíos en adelante no sean forzados
á bautizarse. Los que forzados del rey Sisebuto se bau-
tizaron perseveren en la fe que profesaron. Los judíos y
los que dellos decienden no puedan tener públicos ofi-
cios y magistrados. Los clérigos no corten el cabello,
solo en lo mas alto de la cabeza, que deben afcitarla toda;
de guisa que los cabellos queden en forma de co-
pero
rona. Ninguno se apodere del reino sino fuere por voto
de los grandes y prelados. El juramento hecho al Rey no
sea quebrantado. Los reyes del poder que les ha sido da-
do para el bien comun no abusen para hacerse tiranos.
Suintila, su mujer y hijos y su hermano sean descomulga-
dos por los males que cometieron en el tiempo que tu-
vieron el mando. Lo que se pretendia con este decreto,
y á que todo lo demás se enderezaba, era asegurar en
el reino á Sisenando, y junto con esto para lo de ade-
lante dar aviso que ninguno imitase ni se atreviese ú
hacer locuras semejantes. Decreto en que parece tener
alguna muestra de aspereza extender el castigo á los
hijos del Rey, á quien debia excusar la inocencia de su
edad. Pero fué costumbre de los antiguos usada de to-
das las naciones, que a veces los hijos sean castigados
por los padres; y esto á propósito que el mucho amor
que les tienen enfrene á los que de su particular inte-
rés no harian caso. Firmaron las acciones y decretos
del Concilio todos los obispos. Los metropolitanos por
este órden: Isidoro, arzobispo de Sevilla; Selva, de
Narbona; Stefano, de Mérida, sucesor de Mausona;
Inocencio y Renovato, que por este órden le precedie-
ron en aquella iglesia. En cuarto lugar firmó Justo,

prelado de Toledo; en el quinto Juliano, de Braga; y en el postrero Audax, de Tarragona. De los demás prelados y del órden que guardaron no hay que hacer mencion en este lugar. Solo de Justo, arzobispo de Toledo, quiero añadir que, segun parece, era persona suelta de lengua y maldiciente, tanto, que en todas sus pláticas acostumbraba á reprehender y murmurar de todo lo que Helladio, su predecesor, habia hecho; la condicion tuvo tan áspera, que sus mismos clérigos por esta causa le ahogaron en su lecho despues que en aquella iglesia presidió por espacio de tres años. Quién dice que el Justo á quien mataron sus clérigos fué diferente del que fué arzobispo de Toledo. Entre las firmas de los otros obispos está la de Pimenio, obispo que se llama de Asidonia, cuyo nombre hasta el dia de hoy se lee en Medinasidonia en la iglesia de Santiago, grabado en una piedra, y en otra iglesia de San Ambrosio que está á la ribera del mar como media legua de Bejer de la Miel; por donde se entiende que debió consagrara quellas dos iglesias. Demás de lo dicho, personas eruditas y diligentes son de parecer que el libro de las leyes góticas, llamado vulgarmente el Fuero Juzgo, se publicó en este concilio de Toledo, y que su autor principal fué san Isidoro: concuerdan muchos códices antiguos destas leyes que tienen al principio escrito como en el Concilio toledano cuarto, que fué este, se ordenaron y publicaron aquellas leyes. Otros pretenden que Egica, uno de los prostreros reyes godos, hizo esta diligencia. Muévense á sentir esto por las muchas leyes que hay en aquel volúmen de los reyes que adelante vivieron y reinaron. Puede ser, y es muy probable, que al principio aquel libro fué pequeño, despues con el tiempo se le añadieron las leyes de los otros reyes como se iban haciendo. Por conclusion, una fórmula que anda impresa de cómo se han de celebrar los concilios ordinariamente se atribuye á san Isidoro; mas algunos entienden que adelante alguna persona la forjó de lo que en esta razon se determinó en este Concilio y de otras muchas cosas que juntó, tomadas de otros concilios; y que para darle mayor autoridad y crédito la publicó en nombre de san Isidoro, como autor tan grave, y que en particular tuvo el primer lugar en este concilio de Toledo. Todo pudo ser; el juicio desto quedará libre al lector; el nuestro es que las razones que se alegan por la una y por la otra parte ni concluyen que la dicha fórmula sea de san Isidoro ni tampoco lo contrario.

CAPITULO VI.

Del rey Chintila.

Casi por el mismo tiempo que Justo, arzobispo de Toledo, falleció de la manera que ello haya sido, el rey Sisenando pasó desta vida; murió de su enfermedad en Toledo veinte dias despues el año del Señor de 635; reinó tres años, once meses y diez y seis dias. Acudieron los grandes y prelados, conforme á la órden que se dió en el Concilio pasado, para elegir sucesor. Regularon los votos, salió nombrado Chintila y elegido por rey. En lugar del arzobispo Justo sucedió Eugenio, segundo deste nombre, varon esclarecido, así por sus virtudes como conocido por la estrecha amistad que tuvo con san Isidoro, arzobispo de Sevilla; al cual, como Eugenio por

sus cartas preguntase si el inferior puede absolver de la sentencia y censura fulminada por el superior, y si los apóstoles todos fueron de igual poder, respondió en una carta que por ser muy memorable me pareció poner aquí. Dice pues : «Al carísimo y excelente en virtudes >> Eugenio, obispo, Isidoro. Recebí la carta de vuestra >> santidad, que trajo el mensajero Verecundo. Dimos >> gracias al Criador de todas las cosas porque se digna >> conservar para bien de su Iglesia en salud vuestro » cuerpo y alma. Para satisfacer conforme á nuestras >> fuerzas á vuestras preguntas pedimos que por los su>>fragios de vuestras oraciones seamos del Señor libra>> dos de las miserias que nos afligen. Cuanto á las pre>> guntas que vuestra venerable paternidad, dado que »> no ignora la verdad, quiere que responda, digo que >> el menor, fuera del artículo de la muerte, no puedo >> desatar el vínculo de la sentencia dada por el superior; >> antes al contrario, el superior, conforme á derecho, po>>drá revocar la del inferior, como los padres ortodoxos >> por autoridad sin duda del Espíritu Santo lo tienen de>> terminado; que decir ó hacer al contrario, como vues» tra prudencia lo entiende, seria cosa de mal ejemplo, >>es á saber, gloriarse la segur contra el que corta con » ella. En lo de la igualdad de los apóstoles, Pedro so » aventajó á los demás, que mereció oir del Señor: Tú >> eres Pedro, etc., y no de otro alguno, sino del mismo >> Hijo de Dios y de la Virgen, recibió el primero la hon>> ra del pontificado. A él tambien despues de la resur>> reccion del Hijo de Dios fué dicho por él mismo: Apa>>>cienta mis corderos; entendiendo por nombre de cor>> deros los prelados de las iglesias, cuya dignidad y >> poderío, dado que pasó á todos los obispos católicos, >> especialmente reside para siempre por singular privile»gio en el de Roma, como cabeza mas alta que los otros » miembros. Cualquiera pues que no le prestare con >> reverencia la debida obediencia, apartado de la cabe»za, se muestra ser caido en el acefalismo. Doctrina » que la santa Iglesia aprueba y guarda como artículo >> defe, lo cual quien no creyere fiel y firmemente no po>>drá ser salvo, como lo dice san Atanasio hablando de » la fe de la Santa Trinidad. Estas cosas brevemente he >> respondido á vuestra dulcísima caridad sin ser mas >> largo; pues, como dice el filósofo, al sabio poco lo » basta. Dios os guarde. » Un pedazo desta carta engirió don Lúcas de Tuy poco menos ha de cuatrocientos años en una disputa docta y elegante que hizo contra la secta de los albigenses, que se derramaba y cundia por España. Volvamos al rey Chintila, de quien algunos sienten fué hermano carnal del rey Sisenando y padre do ambos Suintila. En contrario desto hace que en el cuarto Concilio toledano se dicen muchos baldones contra Suintila, que no parece sufriera ninguno de sus hijos que en su presencia maltrataran de aquella suerte á su padre; conjetura á mi ver bastante. La verdad es que luego que el rey Chintila se encargó del gobierno, sea por miedo de alguna revuelta, sea por imitar el ejemplo de su predecesor, hizo que se juntase un nuevo concilio de obispos en Toledo á proposito que por su voto los padres confirmasen su eleccion. Era eosa muy larga esperar que todos los prelados de aquel reino se juntasen. Acudieron sin dilacion veinte y dos obispos, casi todos de la provincia cartaginense, que fué el primer año del reinado de Chintila, y del nacimiento de Cristo se contaban 636.

no antes que expresamente jurase que no daria favor en manera alguna á los judíos, ni aun permitiria que alguno que no fuese cristiano pudiese vivir en el reino libremente. Halláronse en este Concilio los prelados Selva, de Narbona, Juliano, de Braga, Eugenio, de Toledo, Honorato, de Sevilla, sucesor de san Isidoro, que ya por estos tiempos era fallecido. Allende destos, Protasio, obispo de Valencia, y los demás prelados que firmaron por su órden. El que tuvo mas mano en la direccion de los negocios, y se entiende formó los decretos que en este Concilio se hicieron, fué Braulio, obispo de Zaragoza, que en aquella iglesia sucedió á su hermano Juan, como persona que se aventajaba á los demás en el ingenio, erudicion y letras. Demás desto, en nombre del Concilio escribió una carta á Honorio, á la sazon pontifice romano, para pedirle que con su autoridad aprobase lo que en el Concilio se decretara. Desta carta dice el arzobispo don Rodrigo era tan elegante en las palabras, tan llena de graves sentencias, el estilo tan concertado, que causó grande admiracion en Roma. La celebracion destos concilios fué la cosa mas memorable que se cuenta del rey Chintila; debió ser que por haber echado los enemigos de todo su señorío y estar el reino reposado y en paz no se ofrecieron guerras de consideracion, mayormente que la buena diligencia del Rey y la autoridad de los obispos tenian los naturales reprimidos para no mover alteraciones y alborotos. Falleció el rey Chintila año de nuestra salvacion de 639. Poseyó el reino tres años, ocho meses y nueve dias.

Hízose la junta en la iglesia de Santa Leocadia, en que se ordenaron algunas leyes. La primera contiene que cada un año á 13 de diciembre por espacio de tres dias se hagan las letanías. Habia costumbre de muy antiguo que antes de la Ascension se hiciesen estas procesiones por los frutos de la tierra. Mamerco, obispo de Viena, en cierta plaga, es á saber, que los lobos en aquella tierra rabiaban y hacian mucho daño, por estar olvidada la renovó como docientos años antes deste tiempo, y aun añadió de nuevo el ayuno y nuevas rogativas, todo lo cual se introdujo en las demás partes de la Iglesia. Gregorio Magno asimismo los años pasados, por causa de cierta peste que anduvo en Roma muy grave, ordenó que el dia de san Marcos se hiciesen las, letanías; lo uno y lo otro se guarda do quiera todos los años. En España, en particular en el Concilio gerundense se aprobó y recibió todo lo que está dicho; mas en este Concilio fué tan grande la devocion y celo de los padres, que con un nuevo decreto mandaron se hiciesen las dichas letanías el mes de diciembre, no con intento de alcanzar alguna merced ni de librarse de algun temporal, sino para aplacar á Dios y alcanzar perdon. de los pecados, que eran muchos y muy graves. Verdad es que estas letanías se han dejado, y ya en ninguna parte se hacen. Los demás decretos deste Concilio son de poca consideracion. Enderézanse á confirmar la eleccion del rey Chintila y amparar á sus hijos, que aun despues de la muerte de su padre mandan ninguno se atreva á hacerles agravio ni demasía. En particular para reprimir la ambicion se ordena, so pena de excomunion, que ninguno se apodere del reino sino fuere elegido por votos libres, y que se dé solamente á los que descendian de la antigua nobleza y alcuña de los godos. Que ninguno se atreva á negociar los votos antes de la muerte del Rey, por ser lo contrario ocasion de alteraciones y aleves. En este Concilio, que entre los toledanos es el quinto, tuvo el primer lugar Eugenio, arzobispo de Toledo, que firmó los decretos del Concilio por estas palabras: Yo Eugenio, por la misericordia de Dios, obispo metropolitano de la iglesia de Toledo, de la provincia cartaginense, consintiendo firmé estos comunes decretos. Despues dél se sigue Tonancio, obispo de Palencia, como se lee en los códices muy antiguos, y por su órden los demás obispos. Para que estos decretos tuviesen mas fuerza y fuesen recebidos de todo el reino, el año luego siguiente á instancia del Rey se juntaron en Toledo pasados de cincuenta obispos, todos del señorío de los godos. Celebróse el Concilio, que fué el sexto entre los de Toledo, en Santa Leocadia la Pretoriense, que algunos entienden fué la iglesia desta Santa que está junto al alcázar llamado en latin Pretorio, y en su vejez muestra rastros de su antiguo primor y grandeza. Otros quieren que la iglesia de Santa Leocadia la Pretoriense fuese la que está fuera de la ciudad, porque tambien las casas de campo se llaman pretorios. Demás que el alcázar entonces no estaba donde hoy. La verdad es que la junta se tuvo á 9 de enero, año del Señor de 637; en ella se ordenaron y publicaron diez y nueve decretos, que se enderezan parte á reformar la diciplina eclesiástica, parte á confirmar lo que acerca del Rey y de sus hijos se decretó en el Concilio pasado. Demás desto, ordenaron por decreto particular que no se diese la posesion del reino á nin

CAPITULO VII.

De la vida y muerte del bienaventurado san Isidoro.

Por el Concilio toledano sexto y por los obispos que en él se hallaron, como queda apuntado, se entiende que el bienaventurado san Isidoro á la sazon era pasado desta presente vida; y por lo que dél escribió san Illefonso en los Varones ilustres parece fué su muerte el año postrero del rey Sisenando, que se contaban del nacimiento de Cristo 635. Otros son de opinion que tuvo vida mas larga y llegó al tiempo del rey Chintila, cuyo reinado acabamos de tratar. Fué este insigne varon hermano de padre y madre de san Leandro, san Fulgencio y santa Florentina; otros tambien le señalan por hermana á Teodosia, madre de los reyes Hermenegildo y Recaredo. En los años y en la edad fué el menor entre todos sus hermanos; en la elocuencia, ingenio y doctrina se les aventajó grandemente, y en la grandeza del ánimo y de sus virtudes igualó á su padre Severiano, de quien algunos dicen fué duque de la provincia cartaginense. Dejó muchos libros escritos que dan bastante muestra de lo que queda dicho, cuya lista y catálogo san Illefonso y Braulio pusieron en la vida que deste Santo escribieron. Indicio y presagio de su grande elocuencia fué lo que escriben de un enjambre de abejas que volaban al rededor de la cuna y de la boca de san Isidoro siendo niño, cosa que ni se cree ni se dice sino de personas de gran cuenta. Verdad es que tambien refieren que en sus primeros años se mostró de ingenio rudo, lo cual, y juntamente el miedo del soberbio maestro que le enseñaba, fué ocasion que se salió y huyó de la casa de su padre. Andaba descarriado por los campos, cuando á la sazon advirtió en un pozo

un brocal acanalado por el largo uso y por el ludir de la soga. Consideró, aunque pequeño, con aquella vista cuán grandes sean las fuerzas de la costumbre y como el arte, perseverancia y trabajo pueden mas que la naturaleza; con esta consideracion dió la vuelta. Parte deste brocal, que es de mármol, se muestra en San Isidoro de Sevilla, y se tiene ordinariamente fué el mismo de que se ha dicho. Destos principios subió á la cumbre de doctrina y erudicion con que alumbró y ennobleció toda España; y al tiempo que sus hermanos andaban desterrados por el rey Leuvigildo, sirvió mucho con su celo y osadía á la Iglesia católica. Ayudóle mucho para que se hiciese tan docto san Leandro, su hermano, ca vuelto del destierro, y conocidas sus aventajadas partes y las grandes esperanzas que de sí daba, 6 fuese por otra causa, le encerró en un aposento sin dejalle libertad para ir donde quisiese. Aprovechóse él de aquella clausura, de la edad y ingenio, que todo era á propósito, para revolver gran número de libros, de que resultó el de las Etimologías, de erudicion tan varia, que parece cosa de milagro para aquellos tiempos, obra que últimamente perficionó y publicó adelante á persuasion de Braulio, su grande amigo. Duró este recogimiento tan estrecho todo el tiempo que vivió san Leandro, su hermano, que por su muerte fué puesto en su lugar y en su silla. Gobernó aquella iglesia con gran prudencia, hizo leyes y constituciones muy á propósito. Mas como quièr que entendiese que todo lo demás es de poco momento, si los mozos desde su primera edad á manera de cera no son amaestrados y enderezados en toda virtud, fundó en Sevilla un colegio para enseñar la juventud y ejercitarla en virtud y letras. Deste colegio á guisa de un castillo roquero salieron grandes soldados, varones señalados y excelentes, entre los demás los santos Illefonso y Braulio. Algunos afirman que en tiempo de Gregorio Magno fué Isidoro á Roma, que debió ser con deseo que tenia de renovar y continuar la amistad que entre aquel santo pontifice y su hermano desde los años pasados estaba trabada. Lo que añaden que en brevísimo espacio, antes la misma noche de Navidad hizo aquella jornada y dió la vuelta; demás desto, que dos candelas que él mismo con cierto artificio hizo, se hallaron en su sepulcro encendidas en tiempo del rey don Fernando el Primero; item, que el falso profeta Mahoma fué por este Santo echado de Córdoba; todas estas cosas las desechamos como frívolas y hablillas sin fundamento, pues ni son á propósito para aumentar su grandeza, y quitan el crédito á las demás que dél con verdad se cuentan. Por la verdad y templanza se camina mejor; mas ¿qué cosa puede ser mas vana que pretender con fábulas honrar la vida y hechos de los santos de Dios? O ¿qué cosa puede ser mas perjudicial ni mas contraria á la religion y honra de los santos que la mentira? La verdad es que la prudencia de san Isidoro ayudó mucho para que todo el reino se gobernase con muy buenas leyes y estatutos que por su órden se hicieron, y que para reformar las costumbres, áinstancia suya y por su órden, se tuvieron en Sevilla y en Toledo algunos concilios. Fué arzobispo de Sevilla como cuarenta años. Llegado á lo postrero de su edad, que fué muy larga, le sobrevino una muy grave y mortal fiebre. Visto que se moria, hízose llevar en hombros por sus discipulos á la iglesia de San Vi

cente de la misma ciudad de Sevilla; hiciéronle compañía hasta tanto que rindió el alma un obispo llamado Juan y Uparcio, sus muy especiales amigos. En aquella iglesia hizo pública confesion de sus pecados y recibió el santísimo sacramento de la Eucaristía, con que por espacio de tres dias se aparejó como era razon para partir desta vida. En aquel tiempo dió lugar á todos para que le viesen y hablasen. Consolólos con palabras muy amorosas; pidió perdon, así como estaba, á todo el pueblo en comun y misericordia á Dios con oracion muy ferviente y grande humildad interior y exterior. Por conclusion, entre los sollozos de los suyos y lágrimas muy abundantes que toda la ciudad despedia por su muerte, en el mismo templo rindió el espíritu á 4 de abril, que es el mismo dia en que en España se le hace fiesta particular. El año en que murió no está puntualmente averiguado. No hizo testamento, parte por la pobreza que profesaba, parte porque todos los bienes que le quedaban se dieron por su mandado aquellos dias á pobres. Reconoció por toda la vida el primado de la Iglesia romana, ca decia era la fuente de las leyes y decretos á que se debe acudir en todo lo que concierne á las cosas sagradas, ritos y ceremonias. Esto solia decir en toda la vida; pero al tiempo de su muerte mas en particular protestó á aquella nacion que si se apartaban de los divinos mandamientos y doctrina á ellos enseñada serian castigados de todas maneras, derribados de la cumbre en que estaban y oprimidos con muy grandes trabajos; mas que todavía, si avisados con los males se redujesen á mejor partido, con mayor gloria que antes se adelantarian á las demás naciones. No se engañó en lo uno ni en lo otro, ni salió falsa su profecía, como se entiende, así por las tempestades antiguas que padeció España como por la grandeza de que al presente goza, cuando vemos que su imperio, derribado antiguamente por las maldades y desobediencia del rey Witiza y despues levantado, de pequeños principios ha venido á tanta grandeza, que casi se extiende hasta los últimos fines de la tierra. Por la muerte de san Isidoro sucedió en aquella silla Teodisclo, griego de nacion; deste refieren algunos corrompió las obras de san Isidoro y las entregó á Avicena, árabe, para que traducidas en lengua arábiga las publicase en su nombre y por suyas. Lo que toca á Avicena, si ya no fué otro del mismo nombre, es falso, pues por testimonio de Sorsano, contemporáneo del mismo Avicena y que escribió su vida, se sabe que mas de trecientos años adelante pasó toda la vida en la casa y palacio real de los Persas sin venir jamás á España. Martino Polono en su Cronicon dice que, como el papa Bonifacio VIII tratase de nombrar y señalar los cuatro doctores de la Iglesia para que se les hiciese fiesta particular, no faltaron personas que juzgaron debia san Isidoro ser antepuesto á san Ambrosio, á lo menos era razon que con los cuatro le contasen por el quinto. Hace para que esto se crea la erudicion deste santo varon en todo género de letras, y que en el número de los cuatro doctores se cuentan y ponen dos de Italia, y ninguno del poniente ni de los tramontanos. Tambien es cosa cierta que en España, bien que en diferentes tiempos, florecieron tres personas muy aventajadas deste mismo nombre: Isidoro, obispo de Córdoba, al que por su antigüedad llaman el mas Viejo; el segundo, Isidoro, hispalense, cuya vida acabamos de escribir; el postrero, Isi

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