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porque los miran como acreedores. De Algecira, do desembarcaron estos bárbaros, fueron primeramente á ponerse sobre Medina Sidonia, sitio que los moradores sufrieron por algun tiempo, y aun fiados de su valentía diversas veces hicieron salidas sobre los enemigos, mas fueron rebatidos y al fin tomados por fuerza. Pusieron con el mismo ímpetu sitio sobre Carmona, ciudad antiguamente la mas fuerte del Andalucía. Gastáronse algunos dias en el cerco, porque los moradores se defendian valientemente. Usó el conde don Julian de cierto engaño, fingió en cierta cuestion que se buia de los moros; los ciudadanos engañados recibiéronle dentro de los muros por la puerta que entonces se llamaba de Córdoba, y con este embuste se tomó. Esto dice el arzobispo don Rodrigo. El moro Rasis discrepa en el tiempo y en la manera, ca dice fué tomada despues que Muza y Tarif se vieron en Toledo, y que los soldados de don Julian, no con muestra de huir, sino en traje de mercaderes, metieron en ella las armas con que la ganaron por fuerza. Acudió á Sevilla como á ciudad tan principal gran muchedumbre de godos; pero como la morisma que iba sobre ella fuese grande, perdida la esperanza de poderse tener los de dentro, secretamente se huyeron, y los moros apoderados della, la entregaron á los judíos para que junto con los moros morasen en ella. Beja la de Lusitania ó Portugal, que se decia Pax Julia, do se recogieron los ciudadanos de Sevilla, corrió la misma fortuna, dado que no se sabe si la entraron por fuerza, si se rindió á partido; solo consta que adelante vivió en ella gran número de cristianos. No léjos della cae Mérida, colonia antiguamente de romanos, y entonces la mas principal ciudad de Lusitania, y que conservaba todavía claros rastros de su antigua majestad, si bien de las muchas guerras pasadas quedó maltratada, y últimamente en la batalla en que se perdió el rey don Rodrigo y con él España, muchos de sus ciudadanos perecieron como buenos. Todo esto no fué parte para que perdiesen el ánimo, antes salieron contra el enemigo que sobre ellos venia. La pelea fué sin órden, muchos de ambas partes perecieron; los moros eran mas en número, y así, los cristianos fueron forzados á retirarse dentro de los muros. A la hora Muza, acompañado de cuatro personas solamente, mirado el sitio y majestad de la ciudad, dijo: Parece que de todo el mundo se juntaron gentes á fundar este pueblo; dichoso quien fuese señor dél. Encendido en este deseo, buscaba traza para salir con su intento. Estaba cerca de la ciudad una cantera antigua, la cual por ser honda pareció á proposito para armar una celada; puso pues en aquellas barrancas de parte de noche buen número de caballos. Dió vista á la ciudad; los cercados salieron á la pelea, adelantáronse sin órden, tanto, que cayeron en la celada; con que por frente y por las espaldas fueron apretados de tal suerte, que, con pérdida de muchos, pocos, cerrado su escuadron y apretados, pudieron volver á la ciudad. Con este daño reprimieron su atrevimiento, acordaron de no hacer salidas, sino defender solamente sus murallas. El cerco iba adelante, dilacion que daba mucha pena á Muza, apercibió todas las suertes de ingenios que en aquel tiempo se usaban, levantó torres de madera, hizo trabucos y mantas con que los soldados arrimados al muro procuraban con picos abrir entrada. Acudian los

cercados á todas partes, y con esfuerzo y diligencia rebatian estos intentos; pero eran pocos en número, y comenzaban á sentir falta de vituallas y municiones. Trataron de rendirse, mas con tales condiciones, que Muza las rechazó con desden y saña. Volvieron los medianeros sin hacer algun efecto, solo con esperanza que aquel general les pareció tan viejo y flaco, que apenas podria vivir hasta que la ciudad fuese tomada. No se le encubrió esto al bárbaro; usó de astucia, que á las veces mas vale maña que fuerza ; tornaron los embajadores á tratar del mismo negocio; maravilláronse de hallarle sin canas, que se habia teñido la barba y cabello; mas como quier que no entendiesen el artificio, juzgaron que era milagro: persuadieron á los suyos se rindiesen al que juzgaban vencia las mismas leyes de la naturaleza. Los partidos fueron: que los bienes de los ciudadanos muertos en las peleas y en el cerco fuesen confiscados; lo mismo las rentas de las iglesias, sus preseas, vasos y ornamentos de oro y de plata; los que quisiesen quedar en la ciudad retuviesen sus haciendas; los que irse, lo pudiesen hacer libremente adonde quisiesen. No se averigua bastantemente el tiempo en que Mérida se rindió; el arzobispo don Rodrigo dice fué en el mismo mes que Muza vino á España, pero no declara si el mismo año ó el siguiente. Concuerdan que los de Beja y los de Ilipula, con intento de hacer rostro á los moros antes que del todo se arraigasen en la tierra, con las armas se apoderaron de Sevilla y pasaron á cuchillo gran parte de la guarnicion que allí quedó por los moros. Poco aprovechó este esfuerzo, ca los moros revolvieron sobre ellos, y con su daño los forzaron á sujetarse como de antes por este órden. Vino á España con Muza un su hijo, llamado Abdalasis. Este en cierta ocasion se quejó á su padre de no haberle puesto en cosa en que pudiese mostrar su esfuerzo. Parecióle al padre tenia razon; dióle un grueso escuadron de moros, con que entró por tierra de Valencia, peleó diversas veces con la gente de aquella tierra. Rindiósele aquella ciudad, las de Denia, Alicante y Huerta á partido que no violase los templos, que pudiesen vivir como cristianos, que á cada uno quedase su hacienda con pagar cierto tributo que se les imponia asaz tolerable. Acabadas estas cosas por todo el año de 716, revolvió con sus gentes hácia Sevilla, que estaba levantada, como queda dicho; sujetóla con facilidad, dió la muerte á los que fueron causa del alboroto y de la matanza que se hizo de los soldados moros. Pasó adelante, tomo á Ilipula, en que hizo grande estrago, y aun se puede entender que la hizo abatir por tierra, pues de ciudad muy fuerte que era entonces, hoy es un pueblo pequeño, llamado Peñaflor, puesto entre Córdoba y Sevilla. El moro Rasis dice que la guarnicion de Mérida fué la que mataron los nuestros; y que para hacer esto los de Sevilla se juntaron con los de Beja y con los de Ilipula, cosa bien diferente de lo que queda dicho. Lo cierto es que de Mérida se partió Muza para Toledo. Salióle al encuentro Tarif, y para mas honrarle pasó adelante de Talavera. Juntáronse cerca del rio Tietar, que riega los campos de Arañuelo. Las muestras de amor y contento fueron grandes, los corazones no estaban conformes, la envidia aquejaba á Muza, á Tarif el miedo, que tal es la fruta del mundo. Recelábase Tarif no le descompu

siesen, porque le achacaba Muza que no habia obedecido á sus mandatos ni seguido su órden, que la victoria fué acaso y no conforme á buen gobierno de guerra; achaques y cargos que al vulgo y gente de guerra no parecia bien, por estar acostumbrada á juzgar de los consejos de sus capitanes, no tanto por lo que son como por el fin que tienen y por lo que sucede, demás que todos sabian el mal talante y ánimo de Muza. Continuáronse los desabrimientos hasta que llegaron á Toledo. Allí tomaron cuentas á Tarif, así de lo que gastara en la guerra como de los despojos y tesoros ganados en ella. Disimulaba él toda esta acedia y mal tratamiento, y con servir y regalar á su contrario procuraba aplacar el ánimo y la saña de aquel viejo. En fin, reconciliados entre sí, caminaron hácia Zaragoza con intento de apoderarse, como lo hicieron, de aquella ciudad poderosa en armas y en gente. Por abreviar, lo mismo hicieron de otras muchas ciudades de la Celtiberia y de la Carpetania, que hoy es el reino de Toledo, que se apoderaron dellas y de las demás sin sangre, ca se dieron á partido. Con esto parecia que toda España quedaba sujeta y llana, que fué en menos de tres años despues que vino la primera vez el ejército de moros de Africa á estas partes. Verdad es que lo de mas adentro no se podia allanar sin grande dificultad por estar España por muchas partes rodeada de riscos y montes y espesuras muy bravas. Supo el Miramamolin Ulit, así las victorias como las diferencias que andaban entre sus capitanes; y porque no parasen perjuicio les mandó á entreambos ir á su presencia. Muza, resuelto de partirse, porque no sucediesen en lo ganado algunas alteraciones, nombró en su lugar por gobernador á su hijo Abdalasis, de cuyo esfuerzo y valor habia muestras frescas y bastantes. Juraron todos de obedecelle, y con tanto Muza y Tarif, antes grandes y famosos caudillos, y en lo de adelante mas esclarecidos por cosas tan grandes como acabaron, se aprestaron para embarcarse y consigo los tesoros, preseas, riquezas, oro y plata que los godos en tantos años con todo su poder pudieron juntar.

CAPITULO XXVI.

De los años de los árabes.

Con la mudanza del gobierno y señorío las costumbres, ritos y leyes de España se trocaron y alteraron grandemente. Relatallo todo seria largo cuento; lo que al presente hace al propósito, y servirá para entender la historia de los tiempos adelante, dejada la cuenta de los años de que ordinariamente los españoles usaban en los contratos, pleitos y en las historias, cuyo principio se tomaba del nacimiento de Cristo ó era de César, se introdujo casi por toda ella otra nueva manera de contar los tiempos, de que los moros usan en todas las provincias en que se han extendido largamente. Fundador de aquella malvada supersticion fué Mahoma, árabe de nacion, el cual por la mucha prosperidad que tuvo en las guerras y por descuido del emperador Heraclio, se llamó y coronó rey de su nacion en Damasco, nobilisima ciudad de la Siria. Demás desto, para que su autoridad fuese mayor, promulgó á sus gentes leyes como dadas del cielo por divina revelacion. No hay cosa mas engañosa que la máscara de la mala y perversa religion

cuando se toma para cubrir con ella como con velo las maldades y libertad, ni hay cosa mas poderosa para trastornar los ánimos del pueblo y llevalle, donde quiera. Desde este tiempo cuando Mahoma se llamó rey comienzan los árabes á contar los años de la egira, qué es tanto como jornada ó expedicion. Esto, como quier que sea cierto, es muy dificultoso averiguar con qué año de nuestra salvacion concurrió. Los autores andan varios, y no concuerdan en el cuento de los años adelante; vergonzosa ignorancia de historia y de antigüedad. Grandes tinieblas, de donde será dificultoso sacar á luz la verdad; procurarémoslo empero por cuanto las fuerzas y diligencia alcanzare. El principio desta disputa se tomará un poco mas arriba en esta manera. El año resulta del movimiento del sol que corre por los signos del zodíaco en trecientos y sesenta y cinco dias y un cuarto de dia. Del movimiento de la luna y de sus variedades resultan los meses, ca discurre por el mismo círculo en dias veinte y nueve y doce horas. Todo el tiempo se divide en años, y el año en meses, costumbre universal de todas las naciones, de que procede toda la dificultad, por no ser cosa fácil igualar y ajustar en número de dias los movimientos del sol y de la luna tan diferentes entre sí, dado que por muchas veces graudes ingenios se han en esto desvelado. Los mas antiguos romanos gobernaron el año por el movimiento del sol, que dividieron en solos diez meses, cuenta varia y inconstante. Destos meses los seis eran de á treinta dias, los cuatro de á treinta y uno, es á saber, marzo, mayo, julio, octubre. Todo el año tenia trecientos y cuatro dias, comenzábase por el mes de marzo, como los nombres de setiembre, que es el séptimo mes, de octubre y de noviembre lo declaran. Ea tiempo tan grosero, falto de erudicion y doctrina, no advertian los inconvenientes que las fiestas del estio venian á caer en invierno, las del verano en el otoŭo, grande desórden y desconcierto. Los árabes, de quien tomaron los moros, para formar el año solo miraron al movimiento de la luna, componiéndolo de doce vueltas que da por el zodíaco, que son doce meses, los seis de á veinte y nueve dias, y los otros seis de á treinta; todo su año tenia dias trecientos y cincuenta y cuatro, manera que entre los romanos imitó Numa Pompilio, ca añadió á la cuenta antigua del año cincuenta dias repartidos en los meses de enero y de febrero, que tambien añadió á los demás; pero sucedia sin duda, aunque eu mas largo tiempo, que el frio venia en los meses del verano, y el calor al contrario, inconveniente en que forzosamente incurren los moros por mantenerse obstinadamente hasta el dia de hoy en la costumbre que antiguamente tenian; que las demás naciones tuvieron cuidado y pusieron toda diligencia en ajustar los movimientos de la luna y del sol para corregir toda la variedad é inconstancia que entre ellos hay. Grande fué el trabajo que en esto pasaron, y los caminos que que tomaron diferentes. Los griegos cada ocho años intercalaban noventa dias repartidos en tres meses; lo mismo hicieron los romanos mas modernos por su ejemplo, mudadas solamente algunas pocas cosas. Los hebreos y los egipcios, como gentes mas entendidas en los movimientos del cielo, hallaron mas prudentemente esta manera de emienda, que los latinos llamaron iutercalacion. Porque en diez y nueve años, espacio en

que se acaba toda la variedad del movimiento de la luna, intercalaron siete meses á ciertas distancias. Lo mismo hizo Julio César despues que se apoderó de Roma, por entender pertenecia á su providencia y gobierno emendar la razon de los tiempos, que entre los romanos andaba revuelta y confusa. Ayudóse del consejo de Sosigenes, grande matemático y astrólogo, y de Marco Fabio, escribano de Roma, con cuya ayuda redujo el año solar á trecientos y sesenta y cinco dias y un cuarto de dia; por donde cada cuatro años se intercala un dia á veinte y cuatro de febrero, que es sexto de las calen das de marzo, y el dia intercalado se llama tambien sexto de las mismas calendas; por donde el año se liama bis sexto, que es lo mismo que dos veces sexto. La razon de la luna y de toda su inconstancia y cuenta del año lunar comprehendieron con el áureo número, que procede de uno hasta diez y nueve, y fué puesto en el calendario romano. Intercalaban en diez y nueve años siete lunas, manera que por entonces pareció muy á propósito para que la cuenta de los tiempos fuese ordenada, y ajustados los años solar y lunar; pero con el progreso del tiempo por ciertas menudencias, que no consideraron en la cuenta del año, se halló que ni la❘ una ni la otra cuenta concordaban con los movimientos de aquellos planetas ni entre sí. Por donde los cristianos, que, á imitacion de César, cuanto á las fiestas inmovibles siguen el año solar, y cuanto á las movibles el Junar, hallaron haberse alejado mucho de lo que se pretendió, que ni el principio del año caia en el mismo dia que en tiempo de César, ni con el áureo número, como se pretendia, se mostraban las conjunciones de la luna. Por lo uno y por lo otro el papa Gregorio XIII, el año de 1582, cuando esto escribiamos, emendó todo esto, quitó del calendario el áureo número, en cuyo lugar puso otro mayor, que llamaron epactas. Demás desto, en el principio de octubre de aquel año se dejaron de contar diez dias para efecto que el principio del año solar volviese al asiento conveniente señalado por los antiguos. Y para que no hiciese dende mudanza en lo de adelante, proveyó que á ciertas distancias no se intercalase el bisexto, con que se acudió á todos los inconvenientes. Disputar de todo esto mas á la larga y mas sutilmente pertenece á los astrólogos'; lo que es deste lugar y aprovecha para la historia es que los moros, como poco antes se ha dicho, hacen el año menor que el nuestro once dias y un cuarto. Lo cual por no considerar muchos autores señalaron en diversos lugares el principio de aquella cuenta de los moros y de aquellos años de la egira con tan extraña variedad, que desde el año de 592 hasta el de 627 casi no hay año ninguno en que alguno ó algunos autores no pongan el principio de la dicha cuenta; variedad y discordancia vergonzosa. Discordancia, de que pienso fué la causa que diversos escritores en diversos tiempos como se informasen cuántos años corrian en aquella sazón de los árabes, por no saber que eran menores que los nuestros, volviendo á contar hácia atrás y á restar aquel número de años de los de Cristo, señalaron diversos principios, los postreros, como contaban mas años, mas arriba. En tanta variedad mucho tiempo nos hallamos suspensos y dudosos en lo que debiamos seguir. Lo que (mas verisímil nos parece es que la computacion de los árabes, de los moros y de la egira, que todo es uno, se debe

comenzar el año de Cristo 622 á 15 de julio, segun que lo testifican los Anales toledanos, que se escribieron pasados trecientos años ha. Lo mismo comprueban los letreros de las piedras y las memorias antiguas; concuerdan los judíos y moros, con quien para mayor seguridad lo comunicamos, segun que en un librito aparte bastantemente lo tenemos todo deducido. Sin embargo, el arzobispo don Rodrigo y Isidoro, pacense, se apartan desto, porque señalan el principio desta cuenta el año de Cristo de 618, es á saber, el año seteno del imperio de Heraclio. Otros muchos y casi los mas, en que hay mayor daño, igualaron los años de los moros con los nuestros, cosa que no debieran hacer, como queda bastantemente advertido.

CAPITULO XXVII.

De lo que hizo Abdalasis.

Gobernó algun tiempo Abdalasis la provincia que su padre le encomendó sabia y prudentemente. De Africa vinieron á España grandes gentíos para arraigarse mas los moros en ella, para cultivar y poblar aquella anchísima tierra, á causa de las guerras pasadas falta de moradores y yerma. Diéronles campos y asientos, señalaron á Sevilla por cabeza, en que estuviese la silla del nuevo imperio, como ciudad grande y fuerte y cómoda para dende acudir á las demás. Egilona, mujer del rey don Rodrigo, estaba cautiva con otros muchos. El moro gobernador, con son que por derecho de la guerra le tocaba aquella presa, la hizo traer ante sí. Era de buena edad, su hermosura y apostura muy grande. Así, á la primera vista el bárbaro quedó herido y preso. Preguntóle con blandas palabras cómo estaba. Ella, lastimada de la memoria de su prosperidad antigua y renovada con esto su pena, comenzó á derramar lágrimas, despedir sollozos y gemidos. «¿Qué quieres, dijo con voz flaca, saber de mí, cuya desventura ha sonado y se sabe por todo el mundo, tanto mas grave cuanto de todos es mas conocida? La que poco antes era reina dichosa, cuyo señorío se extendia fuera de España, al presente ¡oh triste fortuna! despojada de todo, me hallo en el número de los esclavos y cautivos. La caida, tanto es mas dolorosa cuanto el lugar de que se cae es mas alto; lo que es de tal suerte, que los españoles, olvidados de su afan, lloran mi desastre y les es ocasion de mayor pena. Tú, si como es justo lo hagan los ánimos generosos, te mueves por el desastre de los reyes, gózale en esta bienandanza tener ocasion de hacer bien á la sangre real. Ningun mayor favor me puedes hacer que volver por mi honestidad como de reina y de matrona, y no permitir que ninguno de mí se burle. Por lo demás tuya soy; de mí, como tu esclava, haz lo que por bien tuvieres. Con las obras, por hallarme en este estado, no te podré gratificar lo que hicieres; la memoria y reconocimiento serán perpetuos, y la voluntad de agradarte y obedecerte muy grande.» Con este razonamiento y palabras quedó aquel bárbaro mas prendado. Usó con ella de halagos y de blandura, resuelto de tomarla por mujer, como lo hizo, sin quitalle la libertad de ser cristiana. Túvola en su compañía con grande honra toda la vida, ca demás de su hermosura y de su edad, que era muy florida, fué dotada de singular prudencia, tanto, que por

sus consejos principalmente enderezaba su gobierno, y á su persuasion, por tener mas autoridad y que nadie le menospreciase, usó de repuesto, aparato y corte real, y se puso corona en la cabeza. En tierra de Antequera por la parte que toca los mojones y los aledaños de Málaga hay un monte llamado Abdalasis, por ventura del nombre deste príncipe; como tambien algunos sospechan que Almaguer, pueblo de la órden de Santiago, se llamó así de Magued, capitan moro, de quien dicen solia beber del agua de una fuente que está allí cerca; y porque el agua en lengua arábiga se dice alma, pretenden que de alma y Magued se compuso el nombre de Almaguer. Hoy en aquel pueblo no hay fuentes, todos beben de pozos. No hay duda sino que con la mudanza que hobo en las demás cosas se mudaron los apellidos á muchos pueblos, montes, rios, fuentes, de que resulta grande confusion en la memoria y nombres antiguos, ca los capitanes bárbaros parece pretendieron para perpetuar su memoria y para mayor honra suya fundar nuevos pueblos ó mudar á otros sus apellidos que tenian de tiempo antiguo. Qué se haya hecho del conde don Julian no se sabe ni se averigua; la grandeza de su maldad hace se entienda que vivo y muerto fué condenado á eternos tormentos. Es opinion empero, sin autor que la compruebe bastantemente, que la mujer del Conde murió apedreada, y un hijo suyo despeñado de una torre de Ceuta, y que á él mismo condenaron á cárcel perpetua por mandado y sentencia de los moros, á quien tanto quiso agradar. En un castillo llamado Loharri, distrito de la ciudad de Huesca, se muestra un sepulcro de piedra fuera de la iglesia del castillo, do dicen comunmente estuvo sepultado. Don Rodrigo y don Lúcas de Tuy testifican haber sido muerto y despojado de todos sus bienes, así él como los hijos del rey Witiza. Lo que se puede asegurar es que el estado de las cosas era de todo punto miserable. Casi toda España estaba á los moros sujeta á esta sazon; no se puede pensar género de mal que los cristianos no padeciesen; quitaban las mujeres á sus maridos, sacaban los hijos del regazo de sus madres, robaban los paños y ricas prescas libremente y sin castigo. Las heredades y los campos no rendian los frutos que solian, por estar airado el cielo y por la falta de labranza. Profanaban las casas y templos consagrados y aun los abrasaban y abatian; los cuerpos muertos á cada paso se hallaban tendidos por las calles y caminos; no se oia por todas partes sino llantos y gemidos. Final

mente, no se puede pensar género de mal con que España no fuese afiigida; claro castigo de Dios, que por tal manera tomaba venganza, no solo de los malos, sino tambien de los inocentes, por el menosprecio de la religion y de sus leyes. Todavía en lo de Vizcaya y en parte de los Pirineos hácia lo de Navarra y Aragon, en lo de Astúrias y parte de la Galicia se entretenian lo cristianos, confiados mas en la aspereza de los lugares y por no acudir contra ellos los moros, que en fuerzas ó ánimo que tuviesen para hacer resistencia. Los que estaban sujetos á los moros y mezclados con ellos, entonces se comenzaron á llamar mixti-árabes, es á saber, mezclados árabes; despues, mudada algun tanto la palabra, los mismos se llamaron mozárabes. Dábanles libertad de profesar su religion, tenian templos á fuer de cristianos, monasterios de hombres y mujeres como antes. Los obispos, por miedo que su dignidad no fuese escarnecida entre aquellos bárbaros, se recogieron á Galicia junto con gran parte de la clerecía; y aun el obispo de Iria Flavia, que es el Padron, á muchos prelados que acudieron á su obispado, señaló rentas y diezmos con que se sustentasen en aquel destierro, como se entiende por la narrativa de un privilegio que el rey don Ordoño el Segundo dió á la iglesia de Santiago de Galicia, año de Cristo de 913. Desta manera cayó España; tal fué el fin del nobilísimo reino de los godos. Con el cielo sin duda se revuelven la cosas acá ; lo que tuvo principio es necesario se acabe; lo que nace muere, y lo que crece se envejece. Cayó pues el reino y gente de los godos, no sin providencia y consejo del cielo, como á mí me parece, para que despues de tal castigo de las cenizas y de la sepultura de aquella gente naciese y se levantase una nueva y santa España, de mayores fuerzas y señorío que antes era; refugio en este tiempo, amparo y columna de la religion católica, que compuesta de todas sus partes y como de sus miembros termina su muy ancho imperio, y le extiende, como hoy lo vemos, hasta los últimos fines de levante y poniente. Porque en el mismo tiempo que esto se escribia en latin, don Filipe II, rey católico de España, vencidos por dos y mas veces en batalla los rebeldes, juntó con los demás estados el reino de Portugal con atadura, como lo esperamos, dichosa y perpetua; con que esta anchísima provincia de España, reducida despues de tanto tiempo debajo un sceptro y señorío, comienza á poner muy mayor espanto que solia á los malos y á los enemigos de Cristo.

LIBRO SÉPTIMO,

CAPÍTULO PRIMERO.

Cómo el infante don Pelayo se levantó contra los moros. No pasaron dos años enteros despues que el furor africano hizo á España aquella guerra cruel y desgraciada, cuando un gran campo de moros pasó las cumbres de los Pirineos por donde parten término España

y Francia, y por fuerza de armas rompió por aquella provincia con intento de rendir con las armas vencedoras aquella parte de Francia que solia ser de los godos. Además que se les presentaba buena ocasion, conforme al deseño que llevaban, de acometer y apoderarse de toda aquella provincia por estar alterada con discordias civiles y muy cerca de caer por el suelo ú

causa de la ociosidad y descuido muy grande de aquellos reyes, con que las fuerzas se enflaquecian y marchitaban, no de otra guisa que poco antes aconteciera en España. Pipino, el mas Viejo, y Cárlos, su hijo, bien que habido fuera de matrimonio, por su valor y esfuerzo en las armas llamado por sobrenombre Martello, señores de lo que entonces Austrasia Ꭹ al presente se dice Lorena, eran mayordomos de la casa real de Francia, y como tales gobernaban en paz y en guerra la república á su voluntad; camino que claramente se hacian, y escalon para apoderarse del reino y de la corona, cuyo nombre quedaba solamente á los que eran verdaderos reyes y naturales por ser del linaje y alcuna de Faramundo, primero rey de los francos. Grande era el odio que resultaba y el desgusto que por esta causa muchos recebian; llevaban mal que una casa en Francia y un linaje estuviese tan apoderado de todo, que pudiese mas que las leyes y que los reyes y toda la demás nobleza. Eudon, duque de Aquitania, hoy Guiena, era el principal que hacia rostro y contrastaba á los intentos de los austrasianos. Cada parte tenia sus valedores y allegados, con que toda aquella nacion y provincia estaba dividida en parcialidades y bandos. Lo que hace á nuestro propósito es que con la ocasion de estar los bárbaros ocupados en la guerra de Francia las reliquias de los godos que escaparon de aquel miserable naufragio de España, y reducidos á las Astúrias, Galicia y Vizcaya, tenian mas confianza en la aspereza de aquellas fraguras de montes que en las fuerzas, tuvieron lugar para tratar entre sí cómo podrian recobrar su antigua libertad. Quejábanse en secreto que sus hijos y mujeres, hechos esclavos, servian á la deshonestidad de sus señores. Que ellos mismos, llegados á lo último de la desventura, no solo padecian el público vasallaje, sino cada cual una miserable servidumbre. Todos los santuarios de España profanados, los templos de los santos, unos con el furor de la guerra quemados y abatidos, otros despues de la victoria servian á la torpeza de la supersticion mahometana, saqueados los ornamentos y preseas de las iglesias; rastros do quiera de una bárbara crueldad y fiereza. En Munuza, que era gobernador de Gijon, aunque puesto por los moros, de profesion cristiano, en quien fuera justo hallar algun reparo, no se via cosa de hombre fuera de la figura y aparencia, ni de cristiano mas del nombre y hábito exterior; que les seria mejor partido morir de una vez que sufrir cosas tan indignas y vida tan desgraciada. Ya no trataban de recobrar la antigua gloria en un punto escurecida, ni el imperio de su gente, que por permision de Dios era acabado; solo deseaban alguna manera de servidumbre tolerable y de vida no tan amarga como era la que padecian. Los que desto trataban tenian mas falta de caudillo que de fuerzas, el cual con el riesgo de su vida y con su ejemplo despertase á los demas cristianos de España y los animase para acometer cosa tan grande; porque, como suele el pueblo, todos blasonaban y hablaban atrevidamente, pero todos tambien rehusaban de entrar en el peligro y en la liza; el vigor y valor de los ánimos caido, la nobleza de los godos con las guerras por la mayor parte acabada. Solo el infante don Pelayo, como el que venia de la alcuña y sangre real de los godos, sin embargo de los trabajos

que habia padecido, resplandecia y se señalaba en valor y grandeza de ánimo, cosa que sabian muy bien los naturales; y aun los mismos que no le conocian, por la fama de sus proezas y de su esfuerzo, como suele acontecer, le imaginaban hombre de grande cuerpo y gentil presencia. Sucedió muy á propósito que desde Vizcaya, do estaba recogido despues del desastre de España, viniese á las Astúrias, no se sabe si llamado, si de su voluntad, por no faltar á la ocasion, si alguna se presentase, de ayudar á la patria comun. Por ventura tenian diferencias sobre el señorío de Vizcaya, ca tres duques de Vizcaya hallo en las memorias de aquel tiempo, Eudon, Pedro y don Pelayo. A la verdad luego que llegó á las Astúrias todos pusieron en él los ojos y la esperanza que se podria dar algun corte en tantos males y hallar algun remedio, si le pudiesen persuadir que se hiciese cabeza, y como tal se encargase del amparo y proteccion de los demás. A muchos atemorizaba la grandeza del peligro y hazaña que acometian con fuerzas tan flacas; parecia desatino sin mayor seguridad aventurarse de nuevo y exasperar las armas y los ánimos de los bárbaros; pero lo que rebusaban de hacer por miedo, cierto accidente lo trocó en necesidad. Tenia don Pelayo una hermana en edad muy florida, de hermosura extraordinaria. Deseaba grandemente Munuza, gobernador de Gijon, casar con aquella doncella; porque, como suelen los hombres bajos y que de presto suben, no sabia vencerse en la prosperidad, ni enfrenar el deseo deshonesto con la razon y virtud. No tenia alguna esperanza que don Pelayo vendria en lo que él tanto deseaba. Acordó con muestra de amistad enviarle á Córdoba sobre ciertos negocios al capitan Tarif, que aun no era pasado en Africa. Con la ausencia de don Pelayo fácilmente salió con su intento. Vuelto el hermano de la embajada y sabida la afrenta de su casa, cuán grave dolor recibiese y con cuántas llamas de ira se abrasase dentro de sí, cualquiera lo podrá entender por sí mismo. Dábale pena así la afrenta de su hermana como la deshonra de su casa; mas lo que sobre todo sentia era ver que en tiempo tan revuelto no podia satisfacerse de hombre tan poderoso, á cuyo cargo estaban las armas y soldados. Revolvia en su pensamiento diversas trazas; parecióle que seria la mejor, en tanto que se ofrecia alguna buena ocasion de vengarse, callar y disimular el dolor, y con mostrar que holgaba de lo hecho burlar un engaño con otro engaño. Con esta traza halló ocasion de recobrar su hermana, con que se huyó á los pueblos de Astúrias comarcanos, en que tenia gentes aficionadas y ganadas las voluntades de toda aquella comarca. Espantóse Munuza con la novedad de aquel caso; recelábase que de pequeños principios se podria encender grande llama; acordó de avisar á Tarif lo que pasaba. Despachó él sin dilacion desde Córdoba soldados que fácilmente hobieran á las manos á don Pelayo por no estar, bien apercebido de fuerzas, si avisado del peligro no escapara con presteza, y puestas las espuelas al caballo le hiciera pasar un rio que por allí pasaba, Ilamado Pionia, á la sazon muy crecido y arrebatado, cosa que le dió la vida; porque los contrarios que le seguian por la huella se quedaron burlados por no atreverse á hacer lo mismo ni estimar en tanto el pren

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