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grandes príncipes y sus confederaciones por intervenir otros en ellas no pueden estar mucho tiempo secretas. Llevaba de mala gana la nobleza de España quedar sujeta al imperio de los franceses, gente insolente, como ellos decian, y fiera; que no era esto librallos de los moros, sino trocar aquella servidumbre en otra mas grave. Desto se quejaba cada cual en particular y todos en público, los menores, medianos y mas grandes. Todavía ninguno en particular se atrevia á resistir á la voluntad del Rey y desbaratar aquellos intentos. Solo Bernardo del Carpio, feroz por la juventud y por la esperanza que tenia de la corona, soplaba este fuego y se ofrecia por caudillo á los que le quisiesen seguir. El mismo rey don Alonso estaba arrepentido de lo que tenia tratado; tan inciertas son las voluntades de los príncipes. Allegóse á los demás Marsilio, rey moro de Zaragoza, con quien el Emperador estaba enojado por haber despojado de aquel estado á Ibnabala, su confederado. De los unos y de los otros se formó un buen ejército, aunque no bastante para resistir en campo llano. La caballería de Francia es

en la parte en que antiguamente estuvieron los ceretanos y por allí; demás desto, que peleó con los moros y los venció en el valle, que desta batalla tomó el nombre de Cárlos. Otros añaden á lo dicho que con la ocasion de haberse hallado el cuerpo de Santiago volvió á España de nuevo para certificarse y ver con sus ojos lo que publicaba la fama y aumentar con su autoridad y presencia la devocion de aquel santuario. Dicen mas, que á instancia suya luego que se enteró de la verdad se dió al prelado de Compostella derecho y autoridad de primado sobre todas las iglesias de España. Pero lo desta venida se debe tener por falso y por invencion mal compuesta por muchas razones, que no es necesario poner aquí, pues la mentira por sí misma se muestra. Lo que se averigua es que vuelto de España Carlo Magno, se partió para Roma con intento de amparar y restituir en su silla al sumo pontifice Leon III; el cual, como él sospechaba y era la verdad, á tuerto habian depuesto sus enemigos. Llegado á aquella ciudad, se asentó para conocer de aquel pleito, cuando gran número de obispos que allí se hallaban presentes por su llamado dijeron á veces no ser lícito que alguno juz-aventajada; acordaron tomar los pasos de los Pirineos gase al Sumo Pontífice. Con esto el mismo acusado desde un púlpito con juramento se purgó de los cargos que le hacian, y sus acusadores fueron primero condenados á muerte, despues á ruego del Pontífice se trocó aquella sentencia en destierro. En ningun tiempo la Iglesia de Roma se vió mas autorizada ni la persona del Pontífice mas acatada. Habian los ciudadanos de Roma y el Papa enviado á Carlo Magno antes que allá llegase las llaves de la confesion de san Pedro y el estandarte de la ciudad de Roma en señal que se ponian en sus manos y debajo de sus alas se amparaban, á causa que por la revuelta de los tiempos los emperadores griegos poco les podian ayudar, el poder de los franceses se aumentaba y se fortificaba mas de cada dia. Hicieron pues en presencia lo que en su ausencia tenian acordado, que fué entregalle el imperio de la ciudad de Roma. Corria el año de nuestra salvacion 801, cuando el papa Leon, celebrado que hobo la misa en la iglesia de San Pedro, víspera de Navidad, dió á Carlo Magno el nombre de Augusto, y le adornó de las insignias imperiales. El pueblo romano en señal de su mucha alegría aclamó á Cárlos Augusto, grande y pacífico, vida y victoria. Despues que fué emperador, desde Alemaña, do estaba retirado en lo postrero de su edad, vino á España, segun que lo afirman casi todos los historiadores, con esta ocasion. El rey don Alonso, cansado por sus muchos años y con las guerras que de ordinario traia con los moros con mayor esfuerzo y valor que prosperidad, pensó seria bien valerse de Carlo Magno para echar con sus armas los moros de toda España. No tenia hijos; ofrecióle en premio de su trabajo la sucesion en el reino por via de adopcion. No menospreció este partido el buen Emperador; pero por ser de larga edad y no menos viejo que el rey don Alonso y por tener debajo de su señorío muchas provincias, le pareció que aquel reino seria bueno para Bernardo, su nieto de parte de su hijo Pipino, ya muerto, que él habia hecho rey de Italia. Con esta resolucion emprendió el viaje de España. Seguíale un ejército invencible. Estaba todo para concluirse cuando se pusieron estas práticas; porque las cosas de los

y impedir á los franceses la entrada en España. Los escritores extranjeros dicen que Cárlos pasó adelante, y que antes que diese la vuelta venció en batalla á los enemigos y les corrió los campos y la provincia portodas partes; y que, finalmente, cuando se volvia peleó en las estrechuras de los Pirineos. A otros parece mas verdadero lo que nuestros escritores afirman que Carlo Magno no entró desta vez en España, sino que á la misma entrada en Roncesvalles, que es parte de Navarra, se dió aquella famosa batalla. Venian en la vanguardia Roldan, conde de Bretaña, Anselmo y Eginardo, hombres principales. El lugar no era á propósito para ponerse en ordenanza; acometieron los nuestros desde lo alto á los enemigos. Dieron la muerte á muchos antes que se pudiesen aparejar para la pelea y ordenar sus haces. Fué muerto el mismo Roldan, de cuyo esfuerzo y proezas se cuentan vulgarmente en ambas las naciones de Francia y de España muchas fábulas y patrañas. Carlo Magno, visto el temor de los suyos y la matanza que en ellos se ejecutaba, con deseo de reparar y animar su gente, que desmayaba en aquel aprieto, dijo á sus soldados estas palabras: «Cuán fea cosa sea que las armas francesas muy señaladas por sus triunfos y trofeos sean vencidas por los pueblos mendigos de España, envilecidos por la larga servidumbre, aunque yo lo calle, la misma cosa lo declara. El nombre de nuestro imperio, la fuerza de vuestros pechos os debe animar. Acordaos de vuestras grandes hazañas, de vuestra nobleza, de la honra de vuestros antepasados; y los que, vencidas tantas provincias, distes leyes á gran parte del mundo, tened por cosa mas grave que la misma muerte dejaros vencer de gente desarmada y vil, que á manera de ladrones no se atrevieron á pelear en campo raso. La estrechura de los lugares en que estamos no da lugar para huir, ni seria justo poner la esperanza en los piés los que teneis las armas en las manos. No permita Dios tan grande afrenta; no sufrais, soldados, que tan gran baldon se dé al nombre francés ; con esfuerzo y ánimo habeis de salir destos lugares; en fuerzas, armas, bleza, en ánimo, número y todo lo demás os aventa

no

jais. Los enemigos por la pobreza, miseria y mal tratamiento están flacos y sin fuerzas; el ejército se ha juntado de moros y cristianos, que no concuerdan en nada, antes se diferencian en costumbres, leyes, estatutos y religion. Vos teneis un mismo corazon, una misma voluntad, necesidad de pelear por la vida, por la patria, por nuestra gloria. Con el mismo ánimo pues con que tantas veces sobrepujastes innumerables huestes de enemigos y salistes con victoria de semejantes aprietos, si ya, soldados mios, no estais olvidados de vuestro antiguo esfuerzo, venced ahora las dificultades menores que se os ponen delante. » Dicho esto, con la bocina hizo señal, como lo acostumbraba. Renuévase la pelea con grande coraje, derrámase mucha sangre, mueren los mas valientes y atrevidos de los franceses. Los españoles, por los muchos trabajos endurecidos, peleaban como leones; y la opinion, que en la guerra puede mucho, quebrantó los ánimos de los contrarios, ca en lo mas recio de la pelea se divulgó por los escuadrones que los moros, como gente que tenia noticia de los pasos, se apresuraban para dar sobre ellos por las espaldas. Ningun lugar hobo ni mas señalado por el destrozo de los franceses ni mas conocido por la fama. Los muertos fueron sepultados en la capilla del Espíritu Santo de Roncesvalles. Siguióse poco despues la muerte de Carlo Magno, que falleció y fué sepultado en Aquisgran el año de Cristo de 814, que fué la causa, como yo entiendo, de no vengar aquella injuria. Don Rodrigo dice que el rey don Alonso se halló en la batalla; los de Navarra, que Fortun García, rey de Sobrarve, tuvo gran parte en aquella victoria; las historias de Francia que, no por el esfuerzo de los nuestros fueron los franceses vencidos, sino por traicion de un cierto Galalon. Entiendo que la memoria destas cosas está confusa por la aficion y fábulas que suelen resultar en casos semejantes, en tanto grado, que algunos escritores franceses no hacen mencion desta pelea tan señalada; silencio que se pudiera atribuir á malicia, si no considerara que lo mismo hizo don Alonso el Magno, rey de Leon, en el Cronicon que dedicó á Sebastian, obispo de Salamanca, poco despues deste tiempo, donde no se halla mencion alguna desta tan notable jornada. Esto baste de la empresa y desastre del emperador Carlo Magno. El lector, por lo que otros escribieron, podrá hacer libremente juicio de la verdad. Volvamos á lo que nos queda atrás..

CAPITULO XII.

De lo demás que hizo el rey don Alonso. Prósperamente y casi sin ningun tropiezo procedian en tiempo del rey don Alonso las cosas de los cristianos con una perpetua, constante, igual y maravillosa bonanza. No solo cuidaba el buen Rey de la guerra, sino eso mismo de las artes de la paz, y en particular procuraba que el culto divino en todas maneras se aumentase. Luego que se acabó de todo punto el templo que con nombre del Salvador se comenzó los años pasados en Oviedo, el mayor y mas principal de aquella ciudad, para que la devocion fuese mayor hizo que siete obispos le consagrasen con las ceremonias acostumbradas el año de 802. Sin esto en la misma ciudad levantó otra iglesia con advocacion de Nuestra Señora,

y junto con ella un claustro ó casa á propósito de enterrar en ella los cuerpos de los reyes, ca dentro de la iglesia no se acostumbraba; otra tercera iglesia edificó de San Tirso, mártir, muy hermosa; la cuarta de San Julian; demás desto, un palacio real con todos los ornamentos, apartamientos y requisitos necesarios. Tal era la grandeza de ánimo en el rey don Alonso, que contentándose él en particular con regalo y vestido ordinario, empleaba todas sus fuerzas en procurar el arreo y hermosura de la república, ennoblecer y adornar aquella ciudad que él, primero de los reyes, hizo asiento y cabecera de su reino, como lo refiere don Alonso el Magno. A la misma sazon los moros andaban alborotados, en particular los de Toledo se alzaron contra su Rey. Las riquezas y el ocio, fuente de todos los males, eran la causa, y ninguna ciudad puede tener sosiego largo tiempo; si fuera le faltan enemigos, le nacen en casa. El rey Alhaca, como astuto que era, acostumbrado á callar, disimular, fingir y engañar, llamó á Ambroz, gobernador de Huesca, hombre á propósito para el embuste que tramaba, por ser amigo de los de Toledo. Envióle con cartas halagüeñas, en que echaba la culpa del alboroto á los que tenian el gobierno, y rogaba á los ciudadanos se sosegasen. Es la gente de Toledo de su natural sencilla y no nada maliciosa; sin recelarse de la celada, abiertas las puertas, le recibieron en la ciudad. Pasado algun tiempo, finge estar agraviado del Rey; persuádeles pasen adelante en sus primeros intentos, y para mayor seguridad hace edificar un castillo do al presente está la iglesia de San Cristóbal; y para que estuviesen en guarnicion, puso en él buen golpe de soldados. Para sosegar estas alteraciones acudió Abderraman, hijo del rey Moro, mozo de veinte y cuatro años; el cual, con semejante engaño, al primero hizo asiento con los de dentro, y le dejaron entrar. Para ejecutar lo que tenian tramado convidaron los ciudadanos principales à cierto convite que ordenaron dentro del castillo, en que sobre seguro fueron alevosamente muertos por los soldados los del pueblo hasta número de cinco mil, que fué el año de nuestra salvacion de 805. Este castigo tan grande hizo que el pueblo de Toledo se allanase; pero no bastó para que los que mo raban en el arrabal de Córdoba no se levantasen. La crueldad antes altera que sana. Fué enviado contra ellos Abdelcarin, capitan de gran nombre, que ganó en el cerco que poco antes tuvo sobre Calahorra, y por los grandes daños que hizo en aquella comarca. Este lo sosegó todo; el castigo de los culpados fué menor que el de Toledo; ahorcó trecientos dellos á la ribera del rio. Esto pasaba en tierra de moros; en la de cristianos dos ejércitos de moros, que hicieron entrada en Galicia y pusieron grande espanto en la tierra, fueron destrozados y forzados con daño á retirarse el año de 810. Ores, gobernador de Mérida, puso sitio sobre la villa de Benavente; pero con la venida del rey don Alonso fué forzado á alzarle y retirarse. De la misma manera Alcama, moro, gobernador de Badajoz, fué rechazado de la ciudad de Mérida, sobre la cual estaba, y de toda aquella comarca. No mucho despues uno, llamado Mahomad, hombre noble entre los moros, ciudadano antiguamente de Mérida, por miedo que tenia de Abderraman no le hiciese alguna fuerza y agravio, bien que lo particular no se sabe, con número de gente se retiró

al amparo del rey don Alonso. Dióle el Rey en Galicia lugar en que morase; pretendia el moro volver en gracia con los de su nacion y tomar por medio alguna empresa contra los cristianos; así, ocho años despues de su venida con las armas se apoderó de un pueblo llamado Santa Cristina; este castillo se ve hoy dos leguas de Lugo. Acudió prestamente el Rey para cortalle los pasos; vinieron á las manos, y pelearon con una porfia extraordinaria; pero al fin el campo quedó por los nuestros con muerte de cincuenta mil moros, y entre ellos del mismo Mahomad, que fué un notable aviso para no fiarse de traidores, en especial de diversa creencia y religion. En tanto que esto pasaba, falleció Alhaca, rey de Córdoba, el año de Cristo de 821, de los árabes 206, de su reino veinte y siete. Dejó diez y nueve hijos y veinte y una hijas. Sucedióle en el reino Abderraman, su hijo, en edad de cuarenta y un años; reinó treinta y uno. Por este tiempo los moros de España pasaron á la isla de Candia, y hicieron en ella su asiento. Dicelo Zonaras. El esfuerzo de Bernardo del Carpio se mostró mucho en todas las guerras que por este tiempo se hicieron; él grandemente se agraviaba que ni sus servicios ni los ruegos de la Reina fuesen parte para que el Rey, su tio, se doliese de su padre y le librase de aquella larga y dura prision. Pidió claramente licencia, y retiróse á Saldaña, que era de su patrimonio, con intento de satisfacerse de aquel agravio en las ocasiones que se ofreciesen. Dende hacia robos y entradas en las tierras del Rey sin que nadie le fuese á la mano. El Rey no era bastante por su larga edad; los nobles favorecian la pretension de Bernardo y su demanda tan justa. Ofendido el Rey por este levantamiento y llegado el fin de su vida de vejez y de una enfermedad mortal que le sobrevino, señaló por sucesor suyo á don Ramiro, hijo de don Bermudo. Hecho esto, acabó el curso de su vida en edad de ochenta y cinco años. Reinó los cincuenta y dos, cinco meses y trece dias. Otros á este número de años añaden los que reinaron Mauregato y don Bermudo por no haber sido verdaderos reyes. Falleció en Oviedo, y fué sepultado en la iglesia de Santa María de aquella ciudad. Sucedió su muerte el año de nuestra salvacion de 843, cuenta en que nos apartamos algun tanto de la que lleva el Catálogo compostellano; pero arrimados al Cronicon del rey don Alonso el Magno, muy conforme en esto á las demás memorias que quedan y tenemos de la antigüedad.

CAPITULO XIII.

Del rey don Ramìro.

El reinado del rey don Ramiro en tiempo fué breve, en gloria y hazañas muy señalado, por quitar, como quitó, de las cervices de los cristianos el yugo gravísimo que les tenian puesto los moros y reprimir las insolencias y demasías de aquella gente bárbara. A la verdad, el haber España levantado la cabeza y vuelto á su antigua dignidad, despues de Dios se debe al esfuerzo y perpetua felicidad deste gran príncipe. En los negocios que tuvo con los de fuera fué excelente, en los de dentro de su reino admirable; y aunque se señaló mucho en las cosas de la paz, pero en la gloria militar fué mas aventajado. A los nigrománticos y hechiceros castigó con pena de fuego; á los ladrones, en

que andaba gran desórden, hacia sacar los ojos, pena cortada á la medida de su delito, quitarles la ocasion de codiciar lo ajeno y hacerles que no pudiesen mas pecar. A la sazon que falleció el rey don Alonso, don Ramiro se hallaba ocupado en los várdulos, que eran parte de Castilla la Vieja ó de Vizcaya. La distancia de los lugares y la mudanza del príncipe dieron ocasion al conde Nepociano para apoderarse por fuerza de armas de las Astúrias y Hamarse rey. Era hombre muy poderoso, los que le seguian muchos, su autoridad y riquezas muy grandes. Las voluntades y pareceres de los naturales no se conformaban, ca los malos y revoltosos le favorecian; los mas cuerdos, que sentian diversamente, callaban y no se atrevian á declararse por miedo del tirano y por estar las cosas tan alteradas. Acudió el rey don Ramiro á sosegar estos movimientos. Juntáronse de una parte y de otra muchas gentes; dióse la batalla en Galicia á la ribera del rio Narceya; en ella Nepociano fué desamparado de los suyos, vencido y puesto en huida. Es muy justa recompensa de la deslealtad que sea reprimida con otra alevosía; demás que ordinariamente, á quien la fortuna se muestra contraria, en el tiempo de la adversidad le desamparan tambien los hombres. Fué así, que dos hombres principales de los que seguian al tirano, llamados el uno Somna, y el otro Scipion, con intento de alcanzar perdon del vencedor le prendieron en la comarca premariense y se le entregaron. En la prision por mandado del Rey le fueron sacados los ojos, y encerrado en cierto monasterio, pasó en miseria y tinieblas lo que de la vida le quedaba. Despues destos movimientos y alteraciones se siguió la guerra contra los moros, que al principio fué espantosa, mas su remate y conclusion fue muy alegre para los cristianos, y ella de las mas señaladas que se hicieron en España. Tenia el imperio de los moros Abderraman, segundo deste nombre, príncipe de suyo feroz, y que la prosperidad le hacia aun mas bravo; porque al principio de su reinado, como queda arriba apuntado, hizo huir á Abdalla, su tio, que con esperanza de reinar tomó las armas y se apoderara de la ciudad de Valencia. Demás desto, se apoderó de la ciudad de Barcelona por medio de un capitan suyo de gran nombre, llamado Abdelcarin. Con esto quedó tan orgulloso, que, resuelto de revolver contra el rey don Ramiro, le envió una embajada para requerirle le pagase las cien doncellas que, conforme al asiento hecho con Mauregato, se le debian en nombre de parias; que era llanamente amenazalle con la guerra y declararse por enemigo si no le obedecia en lo que demandaba. Grande era el espanto de la gente, mayor el afrenta que desta embajada resultaba; así los embajadores fueron luego despedidos; valióles el derecho de las gentes para que no fuesen castigados como merecia su loco atrevimiento y demanda tan indigna é intolerable. Tras esto todos los que eran de edad á propósito en todo el reino fueron forzados á alistarse y tomar las armas, fuera de algunos pocos que quedaron para la labor de los campos, por miedo que si la dejaban serian alligidos, no menos de la hambre que de la guerra. Los mismos obispos y varones consagrados á Dios siguieron el campo de los cristianos. Grande era el recelo de todos, si bien la querella era tan justa, que tenian alguna esperanza de salir con la victoria. Para ganar reputacion

y mostrar que hacian de voluntad lo que les era forzoso, acordaron de romper primero y correr las tierras de los enemigos, en particular se metieron por la Rioja, que á la sazon estaba en poder de moros. Al contrario Abderraman juntaba grandes gentes de sus estados, aparejaba armas, caballos y provisiones con todo lo demás que entendia ser necesario para la guerra y para salir al encuentro á los nuestros. Juntáronse los dos campos, de moros y de cristianos, cerca de Albelda ó Albaida, pueblo en aquel tiempo fuerte, y despues muy conocido por un monasterio que edificó allí don Sancho, rey de Navarra, con advocacion de San Martin; al presente está casi despoblado. La renta del monasterio y la librería que tenia, muy famosa, trasladaron el tiempo adelante á la iglesia de Santa María la Redonda de la ciudad de Logroño, de la cual Albelda dista por espacio de dos leguas. En aquella comarca se dió la batalla de poder á poder, que fué de las mas sangrientas y señaladas que se dieron en aquel tiempo. Nuestro ejército, como juntado de priesa, no era igual en fuerzas y destreza á los soldados viejos y ejercitados que traian los enemigos. Perdiérase de todo punto la jornada si no fuera por diligencia de los capitanes, que acudian á todas partes y animaban á sus soldados con palabras y con ejemplo. Cerró la noche, y con las tinieblas y escuridad se puso fin al combate. No hay cosa tan pequeña en la guerra que á las veces no sea ocasion de grandes bienes ó males, y así fué, que en aqueIla noche estuvo el remedio de los cristianos. Retiróse el rey don Ramiro á un recuesto, que allí cerca está, con gentes destrozadas y grandemente enflaquecidas por el daño presente y mayor mal que esperaban. El mejorarse en el lugar dió muestra que quedaba vencido, pero, sin embargo, se fortificó lo mejor que segun el tiempo pudo; hizo curar los heridos, los cuales y la demás gente, perdida casi toda esperanza de salvarse, con lágrimas y suspiros hacian votos y plegarias para aplacar la ira de Dios. El Rey, oprimido de tristeza y de cuidados por el aprieto en que se hallaba, se quedó adormecido. Entre sueños le apareció el apóstol Santiago con representacion de majestad y grandeza mayor que humana. Mándale que tenga buen ánimo, que con la ayuda de Dios no dude de la victoria, que el dia siguiente la tuviese por cierta. Despertó el Rey con esta vision, y regocijado con nueva tan alegre saltó luego de la cama. Mandó juntar los prelados y grandes, y como los tuvo juntos les hizo un razonamiento desta sustancia: «< Bien sé, varones excelentes, que todos conoceis tan bien como yo en qué término y apretura están nuestras cosas. En la pelea de ayer llevamos lo peor, y si no quédamos del todo vencidos, mas fué por beneficio de la noche que por nuestro esfuerzo. Muchos de los nuestros quedaron en el campo, los demás están desanimados y amedrentados. El ejército enemigo, que era antes fuerte, con nuestro daño queda con mayor osadía. Bien veis que no hay fuerzas para tornar á la pelea ni lugar para huir. Estar en estos lugares mas tiempo, aunque lo pretendiésemos, la falta de pan y de otras cosas necesarias no lo permitirian. La dura y peligrosa necesidad de nuestra suerte, el desamparo de la ayuda y fuerzas humanas suplirá el socorro del cielo, y aliviará sin ninguna duda el peso de tantos males, lo que os puedo con seguridad prometer. Afuera

el cobarde miedo, no tape las orejas de vuestro entendimiento la desconfianza y falta de fe. Arrojarse en afirmar y creer es cosa perjudicial, mayormente cuando se trata de las cosas divinas y de la religion; porque si las menospreciamos, hay peligro de caer en impiedad, y si las recebimos ligeramente, en supersticion. El apóstol Santiago me apareció entre sueños y me certificó de la victoria. Levantad vuestros corazones y desechad dellos toda tristeza y desconfianza. El suceso de la pelea os dará á entender la verdad de lo que tratamos. Ea pues, amigos mios, llenos de esperanza arremeted á los enemigos, pelead por la patria y por la comun salud. Bien pudiérades con extrema afrenta y mengua servir á los moros; por pareceros esto intolerable tomastes las armas. Rechazad con el favor de Dios y del apóstol Santiago la afrenta de la religion cristiana, la deshonra de vuestra nacion; abatid el orgullo desta gente pagana. Acordãos de lo que pretendistes cuando tomastes las armas, de vuestro antiguo valor y de las empresas que habeis acabado.» Dicho esto, mandó ordenar las haces y dar señal de pelear. Los nuestros con gran denuedo acometen á los enemigos, y cierran apellidando á grandes voces el nombre de Santiago, principio de la costumbre que hasta hoy tienen los soldados españoles de invocar su ayuda al tiempo que quieren acometer. Los bárbaros, alterados por el atrevimiento de los nuestros, cosa muy fuera de su pensamiento por tenerlos ya por vencidos, y con el espanto que de repente les sobrevino del cielo, no pudieron sufrir aquel ímpetu y carga que les dieron. El apóstol Santiago, segun que lo prometiera al Rey, fué visto en un caballo blanco y con una bandera blanca y en medio della una cruz roja, que capitaneaba nuestra gente. Con su vista crecieron á los nuestros las fuerzas, los bárbaros de todo punto desmayados se pusicron en huida, ejecutaron los cristianos el alcance, degollaron sesenta mil moros. Apoderáronse despues de la victoria de muchos lugares, en particular de Clavijo, do se dió esta famosa batalla, de que dan muestra los pedazos de las armas que hasta hoy por allí se hallan. Asimismo Albelda y Calahorra volvieron á poder de cristianos. Sucedió esta memorable jornada el año de Cristo de 844, que fué el segundo del reinado de don Ramiro. El ejército vencedor, despues de dar gracias á Dios por tan gran merced, por voto que hicieron, obligaron á toda España, sin embargo que la mayor parte della estaba en poder de moros, á pagar desde entonces para siempre jamás de cada yugada de tierras ó de viñas cierta medida de trigo ó de vino cada un año á la iglesia del apóstol Santiago, con cuyo favor alcanzaron la victoria, voto que algunos romanos pontífices aprobaron adelante, como se ve por sus letras apostólicas. Asimismo el rey don Ramiro expidió sobre el mismo caso su privilegio, su data en Calahorra á 25 de mayo, era 872; yo mas quisiera que dijera 882, para que concertara con la razon del tiempo que llevamos muy puntual y ajustada. Puédese sospechar que en el copiar el privilegio se quedó un diez en el tintero; que el original no parece. Añadieron otrosi en este voto que para siempre, cuando los despojos de los enemigos se repartiesen, Santiago se contase por un soldado á caballo y llevase su parte, pero esto con el tiempo se ha desusado; lo que toca al vino y trigo al

gunos pueblos lo pagan. De los despojos desta guerra hizo el Rey edificar á media legua de Oviedo una iglesia de obra maravillosa con advocacion de Nuestra Señora, que hasta hoy se ve puesta á las haldas del monte Naurancio, y allí cerca se edificó otra iglesia con nombre de San Miguel. La reina, que unos llaman Urraca, otros Paterna, madre de don Ordoño y de don García, proveyó las dichas iglesias y las adornó de todo lo necesario, ca tenia por costumbre de emplear todo lo que podia ahorrar del gasto de su casa y del arreo de su persona en ornamentos para las iglesias, y en particular de la del apóstol Santiago. El fruto desta victoria no fué tan grande como se pensaba y fuera razon, á causa de otra guerra que al improviso se levantó contra España.

CAPITULO XIV.

Cómo los nortmandos vinieron á España.

Aun no estaba quitado el yugo de la servidumbre que los moros, gente venida de la parte de mediodía, tenia puesto sobre nuestra nacion, cuando una nueva peste por la parte de setentrion comenzó á trabajarla grandemente. Fué así que los nortmandos, gente fiera y bárbara, y por no baber aun recebido la fe de Cristo impía y infiel, salidos de Dacia y de Norvegia, como el mismo nombre lo declara que fueron gentes setentrionales, ca nortmando quiere decir hombre del norte, forzados de la necesidad, ó lò que es mas cierto, con deseo de hacer mal, se hicieron cosarios por el mar debajo la conducta de su capitan Rolon. Lo primero acometieron las marinas de Frisia; despues corrieron las de Francia, en particular por la parte que el rio Secuana desagua en el mar Océano, hicieron mas graves y mas ordinarios daños que de ninguno otro enemigo se pudieran temer. Despues desto, talaron las tierras de Nantes por do el rio Loire descarga en el mar; las comarcas de Turs y de Potiers, en que vencido que hobieron en batalla á Roberto, conde de Anjou, pusieron espanto en todas aquellas tierras. Ultimamente, hicieron su asiento en aquella parte de Francia que antiguamente se llamó Neustria, y hoy del nombre desta gente se llama Normandía; y esto por concesion de los emperadores Ludovico el Segundo y Carolo Craso, que les dieron aquellas tierras á condicion que, pues no se querian del todo sujetar á su señorío, fuesen para siempre feudatarios y movientes de la corona de Francia. Los mismos por este tiempo con gruesas flotas que juntaron en Francia dieron mucho trabajo á los cristianos de España. Primeramente apretaron y talaron todas las marinas de Galicia; pero llegados á la Coruña, como acudiese contra ellos el rey don Ramiro, los que dellos saltaron en tierra quedaron vencidos en batalla y forzados á embarcarse; demás desto, les dieron una batalla naval, en que setenta de sus naves, parte fueron tomadas por los nuestros, parte echadas á fondo. Así lo refiere el arzobispo don Rodrigo, dado que el número de las naves parece muy grande, principalmente que los que escaparon de la rota, doblado el cabo de Finisterre, llegaron á la boca del río Tajo y pusieron en mucho afan á Lisbona, que habia por este tiempo vuelto á poder de moros, y el año luego siguiente, que se contaba de Cristo 847, con gentes y naves que de nuevo recogieron pusieron cerco sobre Sevilla y talaron los

M-1.

campos de Cádiz y de Medina Sidonia, en que hicieron presas de hombres y ganados y pasaron á cuchillo gran número de moros. Al fin, despues que se detuvieron mucho tiempo en aquellas comarcas, por un aviso que les vino que el rey Abderraman armaba contra ellos y aprestaba una gruesa armada, se partieron de España con mucha houra y despojos que consigo llevaron. Siguiéronse otras alteraciones civiles entre los cristianos. El conde Alderedo y Piniolo, hombres en riquezas y aliados poderosos, uno en pos de otro se alborotaron y tomaron las armas contra el rey don Ramiro. Las causas destas alteraciones no se refieren; nunca faltan disgustos y desabrimientos; solo se dice que en breve y fácilmente se apaciguaron. Alderedo fué privado de la vista; Piniolo y siete hijos suyos muertos por mandado del rey don Ramiro, el año quinto de su reinado. Falleció poco adelante el mismo en Oviedo despues que reinó siete años enteros; fueron sepultados él y Paterna, su mujer, en la iglesia de Santa María de aquella ciudad, en que se ve un lucillo deste Rey con una letra, que vuelta en romance dice así:

MURIÓ LA BUENA MEMORIA DEL REY RANIMIRO A 1.9 DE FEBRERO: RUEGO Á TODOS LOS QUE ESTO LEYÉREDES, NO DEJEIS

DE ROGAR POR SU REPOSO.

Entiéndese que fué allí tambien sepultado don García, liermano del Rey, sin que haya memoria de alguna otra cosa que hiciese en vida ni en muerte, salvo que se halló en la batalla de Clavijo y que el Rey le trataba como si saliera de sus entrañas. En tiempo del rey don Ramiro falleció Teodomiro, obispo de Iria, en cuyo lugar sucedió Ataulfo. Algunos toman deste tiempo el principio de la caballería y órden de Santiago, muy famosa por sus hazañas, pero sin autor alguno ni argumento bastante. Porque los privilegios antiguos, que con deseo de honrar esta religion algunos sin propósito inventaron, ningun hombre de letras los aprueba ni tiene por ciertos. A don Ramiro sucedió su hijo don Ordoño en el año del Señor de 850.

CAPITULO XV.

De muchos mártires que padecieron en Córdoba.

Cruel carnicería y una de las mas bravas sangrientas que jamás hobo se ejercitaba en Córdoba por estos tiempos y se embravecia contra los siervos de Cristo. Fuegos, planchas ardiendo, con todos los demás tormentos se empleaban en atormentar sus cuerpos. El mayor delito que en ellos se hallaba era la perseverancia en la fe de Cristo y mantenerse en el culto de la religion cristiana, dado que se buscaban y alegaban otros achaques y colores á propósito de no dar muestra que les pretendian quitar la libertad de ser cristianos contra lo que tenian concertado. Abderraman, segundo deste nombre, y Mahomad, su hijo, reyes de Córdoba, como hombres astutos y sagaces, pensaban que harian cosa agradable á Dios y á sus vasallos si de todo punto desarraigasen el nombre cristiano. Además, que para scguridad de su estado les parecia conveniente que, quitada la diferencia de la religion, todos sus súbditos estuviesen entre sí ligados con una misma creencia. Al tiempo que se perdió España, los vencedores otorgaron á los nuestros libertad de mantenerse en la religion de sus antepasados. Con esto, sacerdotes, monjas y mon

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