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de un lugar llamado Gollanda. Dióse la batalla de poder á poder, en que perecieron muchos de los unos y de los otros, sin declararse la victoria por gran espacio. Finalmente, en lo mas recio de la pelea los generales se desafiaron y combatieron entre sí. Encontráronse con las lanzas; los golpes fueron tan grandes, que ambos cayeron en tierra; el Rey con una mortal herida, el Conde aunque gravemente herido, pero sin peligro de la vida. Animáronse con esto los soldados de Castilla, y con tal denuedo cargaron sobre los enemigos, que en breve quedó por ellos el campo. Sobrevino á la sazon el conde de Tolosa con sus gentes en socorro de los navarros. Recogió á los que huian, y vueltos á las puñadas, tornóse á encender la batalla. Sucedió lo mismo que antes, que los condes se encontraron entre sí de persona á persona; cayó de un bote de lanza en aquel combate muerto el de Tolosa, con que los navarros quedaron de todo punto vencidos y puestos en buida. Los cuerpos del Rey y del Conde con licencia del vencedor fueron llevados á sus tierras y honradamente sepultados. Sobre la sepultura de don Sancho Abarca hay pleito entre los monjes de San Juan de la Peña y los de San Salvador de Leire, que cada cual de las dos partes pretende le sepultaron en su monasterio, el cual no hay para qué determinar en este lugar. Solo entiendo que don Sancho Abarca murió al principio del reinado del rey don Alonso el Magno, año de nuestra salvacion de 926, despues que reinó por espacio de veinte años enteros. Sucedió en el reino don Garci Sanchez, su hijo, de quien hallo que se llamaba rey de Pamplona y de Najara. Reinó cuarenta años; su mujer se llamó doña Teresa. Esto en Navarra. El rey don Alonso de Leon fué en sus costumbres mas semejante á don Fruela que á su padre. Ninguna virtud se cuenta dél, ninguna empresa, ninguna provincia sujetada por guerra y allegada á su señorío. El odio de los suyos por esta misma causa se encendió contra él de tal suerte, que, cansado con el peso del gobierno, se determinó de renunciar el reino á su hermano don Ramiro. Llamóle con este intento á Zamora el año del Señor de 931 y de su reinado seis y medio. Dióle el cetro de su mano, resuelto de descargarse de cuidados y de mudar la vida de príncipe con la de particular y de monje. En el monasterio de Sahagun, puesto á la ribera del rio Cea, tomó el hábito sin cuidar ni de lo que las gentes podian pensar de aquel hecho, ni de su hijo don Ordoño, habido en doña Urraca Jimenez, hija de don Sancho Abarca, rey de Navarra, que quedaba en su tierna edad desamparado de ayuda y á propósito para que le hiciesen cualquier agravio. El principio bueno fué; el tiempo, que aclara los intentos, dió á entender que mas se movió por liviandad que por otro buen respeto. Doña Teresa, hermana de la reina doña Urraca, casó con el nuevo rey don Ramiro; della nacieron don Bermudo, don Ordoño, don Sancho y doña Elvira. Don Ramiro, encargado que se hobo del reino, luego tornó á renovar la guerra de los moros. Entendia como varon prudente que con ninguna cosa mas podia ganar las voluntades de los suyos ni hacer mayor servicio á Dios que en perseguir á los enemigos del nombre cristiano; pero la inconstancia de don Alonso puso impedimento á tan santos intentos, porque con la misma ligereza con que la habia tomado dejó aquella manera de vida y se M-1.

comenzó á llamar rey. Para atajar los males que podian resultar destos principios, don Ramiro á la hora revolvió contra Leon, do su hermano estaba. Allí le cercó, y vencido de la hambre y de la falta de todas las cosas le forzó á rendirse. En aquella ciudad fué puesto en prision, sin por entonces hacer en él mayor castigo, á causa que los hijos del rey don Fruela, segundo deste nombre, andaban alterados en Astúrias, y forzaban á don Ramiro á ir allá. La ocasion de alterarse no era la misma á los capitanes y al pueblo. Los hijos de don Fruela se quejaban de haber sido despreciados por el Rey, pues no los llamó á las Cortes en que don Alonso renunció el reino. Los asturianos se alteraron por aficion que tenian á don Alonso y llevar mal que tratase de dejar el gobierno. Eran muchos los levantados, y mas por miedo del castigo que por voluntad ó esperanza de salir con la victoria, tomaron por cabezas á los hijos de don Fruela; pero conocido el peligro que corrian, acordaron de enviar embajadores á don Ramiro para avisalle que estaban aparejados á hacer lo que les fuese mandado, recebirle en las ciudades y pueblos, serville con todas sus fuerzas con tal que se determinase de venir sin ejército, de paz y sin hacer mal á nadie; que esto tomarian por señal que su ánimo estaba aplacado. El, sospechando algun engaño ó teniendo por cosa indigna que sus vasallos para obedecelle le pusiesen condiciones, entró con grueso ejército y domó á sus enemigos. Perdonó á la muchedumbre, tomó castigo de los mas culpados. A los hijos de don Fruela luego que los tuvo en su poder los privó de la vista. El mismo castigo se dió á don Alonso, hermano del Rey. No léjos de la ciudad de Leon estaba un monasterio con nombre de San Julian, edificado á costa deste rey don Ramiro; en él fueron guardados por toda la vida, y despues de muertos sepultados, así todos estos como doña Urraca, mujer de don Alonso. Con esto aquellas grandes alteraciones que tenian suspensos los ánimos de los naturales tuvieron mas fácil salida que se pensaba. Concluidas estas revueltas, el Rey, como antes lo pretendió, volvió las armas contra los moros. Entró por el reino de Toledo, tomó por fuerza en aquella comarca, saqueó y quemó á Madrid, pueblo principal, derribóle los muros. En el entre tanto los moros encendidos en deseo de vengarse, juntas sus gentes, entraron por tierra de cristianos. Lo primero se metieron por los campos de Castilla. El Conde, como quier que por la guerra pasada de Navarra se hallase flaco de fuerzas, movido por el peligro que las cosas corrian, envió embajadores al rey don Ramiro para rogarle no permitiese que el nombre cristiano recibiese afrenta ni que los bárbaros se fuesen sin castigo; que él forzado tomó las armas contra el Rey, su suegro, y que el suceso de las guerras no está en manos de los hombres; si algun agravio ó enojo recibió por lo hecho, que era justo perdonarle por respecto de la patria; que le aseguraba no pondria en olvido el beneficio y cortesía que le hiciese en este trance. El peligro comun ablandó el ánimo del Rey. Acudió luego con sus gentes deseoso de ayudar al Conde. Juntáronse las huestes y los campos. Dióse, la batalla cerca de la ciudad de Osma, en que gran número de los bárbaros fueron muertos, los demás puestos en huida. Los soldados cristianos cargados de oro y de preseas volvieron á sus casas. Algunos sospechan que desde este tiempo

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volvieron los condes de Castilla á estar á devocion y ser feudatarios y vasallos de los reyes de Leon, porque les parece que un rey tan amigo de honra como don Ramiro no juntara de otra manera sus fuerzas, ni perdonara las injurias y desacatos que le habian hecho, sin que primero se le allanasen. Siguióse una nueva guerra contra los moros. El rey don Ramiro, encendido en deseo de oprimirlos con sus gentes, movió la vuelta de Zaragoza. Tenia el principado de aquella ciudad Abenaya, señor de pocas fuerzas, feudatario de Abderraman, rey de Córdoba. Acompañó á don Ramiro en esta jornada el conde Fernan Gonzalez. El Moro, pareciéndole que no podria resistir á dos enemigos tan fuertes, tomó por partido sujetarse al rey don Ramiro Y pagalle parias. Con este concierto se hicieron paces y cesó la guerra. No guardan los moros la fe mas de cuanto les es forzoso. Así, partidos los nuestros, y tambien por miedo de Abderraman, que tenia aviso se aprestaba contra él, mudado partido y tomado nuevo asiento, de consuno acometieron los dos las tierras de los cristianos. Llegaron á Simancas; llevaban los moros mal que los cristianos les pusiesen leyes y forzasen á pagar parias los á quien tenian antes por sus tributarios. Acudió luego el Rey y salió al encuentro á los enemigos. Dióse la batalla, que fué muy brava y de las mas señaladas y reñidas de aquel tiempo; murieron treinta mil moros, otros dicen setenta mil. Los despojos fueron muchos y ricos, grande el número de los cautivos. El mismo Abenaya tambien fué preso. Abderraman con veinte de á caballo escapó por los piés. El conde Fernan Gonzalez, por no haberse hallado en la batalla, el por qué no se sabe, pero habiéndose encontrado con los que huian, hizo en ellos no menor matanza. Da muestra desto un privilegio del monasterio de San Millan de la Cogulla, puesto en los montes de Oca, que se llamó antiguamente de San Félix, que concedió el Conde por memoria del beneficio recebido y desta victoria que ganó de los moros. En aquel privilegio se manda que muchas villas y pueblos de Castilla contribuyan por casas cada uno para los gastos y servicios de aquel monasterio, bueyes, carneros, trigo, vino, lienzo, conforme á lo que en cada tierra se daba, por voto que el Conde hizo cuando iba á esta guerra; de donde tambien se entiende que de aquella parte de Vizcaya que se llama Alava fueron gentes de socorro al Rey, y que todos estuvieron persuadidos que dos ángeles en dos caballos blancos pelearon en la vanguardia, y que por su ayuda se ganó la victoria; cosa que no suele acontecer ni aun inventarse sino en victorias muy señaladas cual fué esta. El alfaquí mayor de los moros, que es como obispo entre ellos, vino en poder del Conde. Con esto, la provincia y la gente pareció alentarse del grande espanto causado del aparato que los contrarios hicieron para aquella guerra, además de muchas señales que en el cielo se vieron y muchos prodigios; porque en el mismo año que fué la pelea, es á saber, el de 934, otros á este número añaden cuatro años, siendo reyes don Ramiro en Leon, y don Garci Sanchez en Pamplona, hobo un eclipsi del sol á los 19 de julio (mas quisiera á los 18, porque dicen fué viérnes) por espacio de una hora entera á las dos de la tarde, tan grande y cerrado, que se mudó el dia en muy espesas tinieblas. Segunda vez á 15 de octubre, que fué miércoles, la luz

del sol se volvió amarilla, en el cielo apareció una abertura, cometas de extraordinaria forma, que caian á la parte de mediodía; las tierras fueron abrasadas por oculta fuerza de las estrellas, sin otras cosas que daban á entender la ira de Dios y su saña. Todo esto se contiene en el privilegio del conde Fernan Gonzalez; otros dicen que en el mismo dia de la batalla se eclipsó el sol á 6 de agosto, dia de los santos Justo y Pastor, que fué lúnes. Estas señales tenian á todos muy congojados; pero ganada la victoria, se trocó el temor en alegría y se entendió que no amenazaban á los fieles, sino á sus enemigos. Falleció por este tiempo Miron, conde de Barcelona; dejó tres hijos menores de edad. Estos fueron Seniofredo, que le sucedió en el estado; Oliva, por sobrenombre Cabreta, al cual mandó el señorío de Besalu y de Cerdania, y Miron, que en los años adelante fué obispo y conde de Girona. El gobierno por la tierna edad del nuevo Príncipe estuvo mucho tiempo en poder de Seniofredo, su tio, conde de Urgel, que fué escalon para que sus descendientes poco adelante se apoderasen de todo. A la sazon que gobernaba este Seniofredo aquel estado se tuvo un concilio de obispos en un pueblo llamado Fuentecubierta, tierra de Narbona. En este Concilio se determinó un pleito que andaba entre los obispos Antigiso, de Urgel, y Adulfo, paHlariense, sobre los términos y mojones de los obispados, ó por mejor decir, sobre toda la diocesi del pallariense, que el de Urgel pretendia ser toda suya. Así fué determinado por los obispos, que en pasando desta vida Adulfo, la ciudad de Pallas quedase sujeta al obispo de Urgel, porque se probaba por instrumentos muy ciertos que antiguamente lo fué. Presidió en el Concilio Arnusto, prelado narbonense, por estar á la sazon Tarragona en poder de moros, á cuyo obispo pertenecia concertar los pleitos entre los obispos comarcanos y su→ fragáneos suyos. Por muerte de Seniofredo, conde do Barcelona, que falleció adelante sin dejar hijos, bien que estuvo casado con doña María, hija del rey don Sancho Abarca, Borello, conde de Urgel y hijo del otro Seniofredo, se apoderó del señorío de Barcelona. La fuerza prevaleció contra la razon; que de otra suerte ¿qué derecho podia tener ni alegar para excluir á Oliva, hermano del difunto? Tuvo Borello un hermano, llamado Armengaudo ó Armengol, de grande santidad de vida, y por esto puesto en el número de los santos y en los calendarios; pero esto fué algun tiempo adelante. El rey don Ramiro, llegado á mayor edad y vuelto su pensamiento á las artes de la paz y al culto de la religion, de los despojos de los moros edificó en Leon un monasterio de monjas con advocacion de San Salvador, do bizó que dona Elvira, su hija única, tomase el hábito y el velo como se acostumbra. Otro monasterio hizo con nombre de San Andrés. El tercero de San Cristóbal, á la ribera del rio Cea cerca de Duero. El cuarto con nombre de Santa María Virgen. En conclusion, en el valle Ornense levantó otro monasterio con advocacion del arcángel San Miguel. Estaba el Rey ocupado en estas cosas cuando nuevas y domésticas alteraciones le hicieron volver á las armas. Fernan Gonzalez y Diego Nuñez, hombres principales, con deseo de novedades, ó por alguna causa agraviados del Rey, se rebelaron contra él. No tenian bastantes fuerzas, llamaron á los moros y á su capitan Accifa. Destruyeron el ter

ritorio de Salamanca que baña el rio Tórmes. En otra parte por las armas de don Rodrigo, que entiendo era uno de los conjurados ó aliado con ellos, las tierras de Amaya y parte de las Astúrias eran maltratadas. No era fácil determinarse á qué parte primeramente se hobiese de acudir. En igual peligro pareció que debian de bacer guerra á los moros por ser enemigos públicos; así se hizo, y los echaron de toda la tierra con gran estrago que en ellos se hizo. Demás desto, los autores y movedores del alboroto vinieron en poder del Rey, pero no mucho despues fueron sin otro castigo sueltos de la prision en que los tenian en Leon encerrados; solamente les hicieron jurar de nuevo la obediencia al Rey y prestalle sus homenajes; muestra que el delito no fué tan grave ó que el Rey usó de la victoria con mucha templanza. Concluida esta guerrà, entiendo que de suyo se sosegaron las alteraciones de las Astúrias, en especial que la clemencia del Rey les convidó á que se redujesen. El conde de Castilla Fernan Gonzalez tenia en dona Urraca, su mujer, una hija del mismo nombre. Importaba mucho para el buen suceso de las cosas que entre las dos provincias y señoríos de Castilla y de Leon hobiese confederacion y avenencia, lo cual don Ramiro no ignoraba. Con deseo pues que la paz se asegurase, trató con el Conde y hizo que su hijo don Ordoño, que le debia suceder en el reino, casase con la dicha doña Urraca. Concluido todo esto, el Rey, como enemigo que era de la ociosidad, á lo postrero de su edad hizo una nueva entrada en tierra de moros; metióse por el reino de Toledo y llegó hasta Talavera. Venció en batalla á los que venian á socorrer á los suyos, en que murieron doce mil moros, los presos llegaron á siete mil. Con esta victoria hizo que su autoridad y reputacion se mantuviese, que junto con la edad se suele envejecer y menguar. Vuelto á sus tierras, envió á sus casas el ejército cargado de despojos de moros, y él se fué en romería á Oviedo á honrar los cuerpos de los muchos santos que allí estaban y dar á Dios gracias por tantas mercedes. En aquella ciudad por ser la tierra mal sana adoleció de una enfermedad mortal. Sin embargo, dió vuelta á Leon, y ordenadas las cosas de su casa, renunció el reino y le dió de su mano á su hijo. Hecho, esto, tomados los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía de mano de los obispos y abades que á su muerte se hallaron, falleció en el año de nuestra salvacion de 950 á 5 dias del mes de enero. Sepultáronle en el monasterio de San Salvador, edificio y fundacion suya. Fué este año muy señalado por muchos pueblos que en él, ó se edificaron de nuevo, ó se repararon, conviene á saber, Osma, Roa, Ríaza, Clunia en los arevacos, que hoy es Coruña. A Sepúlveda tambien en un sitio fuerte edificó por este tiempo el conde Fernan Gonzalez, por cuyo esfuerzo en particular el partido de los fieles en aquel tiempo se conservaba y aun mejoraba.

CAPITULO VI..

De don Ordoño, tercero deste nombre, rey de Leon.

Muerto el rey don Ramiro, don Ordoño, su hijo, heredó el reino de Leon. Era hombre de gran corazon, tenia gran ejercicio en las armas, prudencia singular en el gobierno. La brevedad de la vida, ca solamente reinó cinco años y sietė meses, hizo que no pudiese

ejercitar por largo tiempo las virtudes de que su buen natural daba muestras. Al principio don Sancho, su hermano, ó por deseo de reinar, ó irritado por algun agravio, como es mas verisímil, fué causa que las armas de Garci Sanchez, rey de Navarra, su tio, y las del conde Fernan Gonzalez á su persuasion se moviesen en daño de don Ordoño, sin, teuer ninguna cuenta con el amor que á su hermano debia. El deseo de reinar y el dolor del agravio, ambos males tienen gran fuerza. Juntas las gentes de Navarra y de Castilla entraron por las tierras del rey de Leon, que por estar desapercebido y poco confiado de la voluntad de los suyos en aquella discordia civil,.determinó de fortificarse en algunas plazas fuertes por su sitio ó por las murallas, sin venir á la batalla. Los enemigos, sosegado el furor con que entraron y juzgando que era sin propósito hacer la guerra tanto tiempo en provecho ajeno y con su peligro, sin hacer efecto de momento se volvieron á sus tierras. Don Ordoño, con deseo de satisfacerse del Conde, que sin teper respeto al deudo habia juntado sus fuerzas con su hermano y tio para su daño, sin dilacion repudió á doña Urraca, hija del Conde, y casó con doña Elvira; que tales eran las costumbres de aquella era. Deste nuevo matrimonio nació don Bermudo, el que algunos años adelante, mudadas las cosas y trocadas, finalmente alcanzó el reino de su padre. Las alteraciones de los gallegos, movidos á lo que se entiende por aficion que teniau á don Sancho, fueron en breve por las armas y diligencia de don Ordoño sosegadas. Y para que el provecho fuese mayor, con sus gentes entró dando por todas partes el gasto á los campos en aquella parte de la Lusitania que estaba sujeta á los moros, llegó liasta Lisboa, dende se volvió á su tierra. Por el mismo tiempo Fernan Gonzalez, conde de Castilla, con una entrada que hizo por tierra de moros, se apoderó del castillo de Carranzo, echada de allí la guarnicion morisca que tenia. No con menor diligencia Abderraman, rey de Córdoba, aunque de grande edad, enemigo de toda insolencia, juntado un grueso ejército en que se contaban ochenta mil combatientes, mandó á Almanzor Alhagib, que es tanto como virey,' capitan de gran nombre, acometiese con gran furia las tierras de cristianos. Recelóse el Conde de aparejos tan grandes ; lla➡ mó la gente de todo su estado á la guerra, y alistó todos los que tenian edad á propósito para tomar armas; y como quier que todavía el ejército fuese menor que el peligro que amenazaba, cuidadoso del suceso de la guerra, en una junta de capitanes que tuvo en el pueblo de Muñon, consultó lo que se debia hacer. Los pareceres fueron varios, como acontece que en grande peligro y miedo ordinariamente cada uno habla conforme á quien es. Los mas atrevidos querian que se hiciese la guerra, otros que, recogidas las provisiones y alzadas en lugares seguros, se entre tuviesen hasta tanto to que las fuerzas de los bárbaros que tienen grande impetu con la tardanza se enflaqueciesen. Gonzalo Diaz, hombre principal, pretendia que aun seria bien comprar de los moros las treguas por dineros sin cuidar de la honra, como suele acontecer cuando prevalece el miedo; que la sabia cobardía puede mas que la honrada vergüenza: <«< Por ventura, dice, á tan grande ejér→ cito y tan experimentado ¿opondrémos el pequeño número de los nuestros, y locamente nos despeñarémos

en tan clara perdicion? ¿No miras que en el suceso y trance de una batalla consiste el peligro de toda la cristiandad, pues en tu tierra se hace la guerra? Si venciéremos el provecho será poco; si fuéremos vencidos será forzoso que la provincia desnuda de fuerzas y vencida del miedo venga, lo que Dios no quiera, en poder de los enemigos. Mira no sea perder en un punto y en un momento las ciudades y pueblos ganados en tantos siglos y con tanta sangre de cristianos; lo que los venideros digan no fué esfuerzo, sino locura ; como ordinariamente los consejos atrevidos tienen la fama segun lo que dellos resulta, y conforme á sus remates se juzga dellos. Considera otrosi que muchas veces es de mayor esfuerzo refrenar el ánimo con la razon que con las armas vencer á los enemigos. En esto tiene gran parte la fortuna, el recato es oficio muy propio de grandes varones. Y ¿qué cosa puede ser mas temeraria que por un vano deseo de alabanza y honra poner en cierto y grave peligro las cosas sagradas, la patria, las mujeres y hijos y toda la religion? Tú haz lo que juzgares ser mejor, que tambien yo no rehusaré de ponerme á cualquier trance por tu mandado; pero de mi parecer nunca con tan grande peligro y riesgo de todo te pondrás, señor, al trance de la batalla. » El Conde no ignoraba que el parecer de Gonzalo Diaz era de otros muchos que hablaban por la boca de uno; pero prevaleció el deseo de la honra y reputación. Así, como razonase largamente de las fuerzas de los suyos, de la ayuda divina, de la gloria ganada, que tenia por mas grave que la muerte amancillarla con alguna muestra de cobardía, y los demás, quién de verdad, quién fingidamente alabasen su parecer y se conformasen con él, hechos sus votos y plegarias, movieron contra el enemigo, que tenia sus reales cerca de la villa de Lara. No vinieron luego á las manos; el Conde cierto dia salió por su recreacion á caza, y en seguimiento de un jabalí se apartó de la gente que le acompañaba. En el monte cerca de allí una ermita de obra antigua se via cubierta de hiedra, y un altar con nombre del apóstol San Pedro. Un hombre santo, llamado Pelagio ó Pelayo, con dos compañeros, deseoso de vida sosegada, habia escogido aquel lugar para su morada. La subida era agria, el camino estrecho, la fiera acosada como á sagrado se recogió á la ermita. El Conde, movido de la devocion del lugar, no la quiso herir, y puesto de rodillas pedia con grande humildad el ayuda de Dios. Vino luego Pelayo, hizo su mesura al Conde; él por ser ya tarde hizo allí noche, y cenado que hobo lo poco que le dieron, la pasó en oracion y lágrimas. Con el sol le avisó Pelayo, su huésped, del suceso de la guerra ; que saldria con la victoria, y en señal desto antes de la pelea se veria un extraño caso. Volvió con tanto alegre á los suyos, que estaban cuidadosos de la salud, declaró todo lo que pasaba. Encendiéronse los ánimos de los soldados á la pelea, que estaban atemorizados. Ordenaron sus haces para pelear. Al punto que querían acometer, un caballero, que algunos llaman Pero Gonzalez, de la Puente de Fitero, dió de espuelas al caballo para adelantarse. Abrióse la tierra y tragóle sin que pareciese mas. Alborotóse la gente espantada de aquel milagro. Avisóles el Conde que aquella era la señal de la victoria que le diera el ermitaño, que si la tierra no los sufria, menos los sufririan los contrarios; con estas

palabras volvieron todos en sí. Dióse luego la batalla de poderá poder, en que por pequeño número de cristianos fué destrozada aquella gran muchedumbre de enemigos. El general con los que pudieron escapar salió huyendo de la matanza. Con esta victoria las cosas de los cristianos, que estaban para caer, se repararon. Los nuestros alegres y cargados de despojos de moros se volvieron á sus casas. Dióse parte de la presa al santo varon Pelayo, y con el tiempo á costa del Conde se edificó de los despojos de la guerra un magnífico monasterio á la ribera del rio Arlanza con advocacion de San Pedro, en que fueron puestos los huesos de don Gonzalo, padre del Conde. En nuestra edad se muestra la ermita de Pelayo en una peña que está cerca de aquel monasterio. El cuerpo de san Vicente, mártir, menos solamente la cabeza, y los de las santas Sabina y Cristela, sus hermanas, dicen los monjes de San Benito de aquel monasterio de San Pedro de Arlanza que los tienen allí, otros que están en otras partes. Un sepulcro sin duda se muestra en aquel lugar de García, abad que fué antiguamente de aquel convento, que ponen en el número de los santos. Los moros sin perder en alguna manera el ánimo por aquel destrozo y desman trataban de acometer á Castilla; y por otra parte el rey don Ordoño, despues de la entrada que hizo en la Lusitania, encendido todavía en deseo de vengarse del Conde, se aparejaba para le hacer cruel guerra. Hallábanse las cosas en gran peligro; el ánimo del rey don Ordoño, como de príncipe modesto, fácilmente se amansó con una embajada del Conde, en que le pedia perdon con toda humildad, que no por su voluntad le habia errado, sino antes por engaño de aquellos que usaran mal de su facilidad; que estaba aparejado para hacer lo que le mandase y recompensar con nuevos servicios la ofensa pasada. Avisóle otrosí que grandes gentes de moros se aparejaban para daño de cristianos; no era justo antepusiese sus particulares afectos y dolor á la causa comun del nombre y religion cristiana. Con esta embajada, no solo el Rey se aplacó, sino le envió tanta gente de socorro cuanta era menester para rebatir la furia de los moros, que eran llegados á Santistéban de Gormaz haciendo mal y daño. Diéronse vista los campos, y tras esto la batalla, que fué herida y brava. La victoria quedó por los nuestros, el estrago de los bárbaros fué grande. El rey don Ordoño, con la nueva alegre de tan grande victoria y lleno de nuevas esperauzas, se aparejaba para hacer otra vez guerra á los moros, cuando en Zamora murió de su enfermedad, el año de 955. Su cuerpo fué sepultado con reales exequias y aparato en Leon, en San Salvador, do estaba enterrado su padre:

CAPITULO VII.

De don Sancho el Gordo, rey de Leon.

En vida del rey don Ordoño no se sabe en qué parte haya estado don Sáncho, su hermano, y si tuviese alguna mano en el gobierno del reino; ni aun hay noticia si los dos hermanos hicieron amistad entre sí, ó si duró siempre la enemiga que al principio tuvieron. El vergonzoso descuido de los coronistas destos tiempos fuerza á que la historia muchas veces vaya sin claridad; concuerdan empero que despues de la muerte de don

se viese con los enemigos, con deseo de visitar á Pelayo, su huésped, de camino pasó por su ermita; halló que era ya muerto. Aquejado con el cuidado de lo que le sucederia, entre sueños le apareció Pelayo, y le certificó que seria vencedor; confiado por ende en la ayuda de Dios fuese á la guerra sin recelo, y en pudiendo diese á los moros la batalla. La pelea se trabó cerca de Piedrahita con tan grande denuedo y porfía de las partes cuanto nunca antes mayor; los bárbaros confiaban en su muchedumbre; los nuestros en la justicia, esfuerzo y buen talante de la gente, sobre todo en la ayuda de Dios, dado que eran pocos para tan grande môrisma, conviene á saber cuatrocientos y cincuenta de á ca

Ordoño, don Sancho sin contradicion fué hecho rey de Leon. Tuvo sobrenombre de Gordo porque lo era en demasía, y por la misma razon de cuerpo inútil para el trabajo. Verdad es que tuvo muy buen natural y admirable constancia en las adversidades, no nada malicioso, antes muy noble en sus cosas y condicion. El segundo año de su reinado, que se contó de Cristo 956, por alterarse el ejército á causa de las parcialidades que aun no sosegaban de todo punto, fué forzado á recogerse y hacer recurso á su tio, el rey de Navarra, y desamparar el reino por dudar de las voluntades de los amigos y estar contra él declarados muchos enemigos, que se inclinaban en favor de don Ordoño, hijo del rey don Alonso, llamado el Monje; el cual con la ida de don San-ballo, quince mil infantes, pero muy valientes en el pecho, su competidor, se apoderó fácilmente de todo, y para tener mas autoridad casó con doña Urraca, repudiada del rey don Ordoño, su primo, casamiento en que vino el Conde, padre della. Era este don Ordoño de malo y perverso natural, tanto, que le llamaron el Malo; y como soltase las riendas á sus inclinaciones malas (cosa siempre muy perjudicial á los que tienen gran poder y mando) cayó en odio de la gente, y por el odio en menosprecio. No dejaba don Sancho de advertir la ocasion que se presentaba por este respeto para recobrar el reino, sino que primero para adelgazar el cuerpo por consejo del rey de Navarra, su tio, fué á Córdoba, do se decia por la fama habia grandes médicos, en particular á propósito para curar aquella enfermedad. Abderraman le recibió benignamente, púsose en cura, y por virtud de cierta yerba, cuyo nombre no se refiere, deshecha la gordura, quedó el cuerpo en un medio conveniente. Para que el beneficio fuese mas col'mado, le dió á la partida buenas ayudas de moros para que recobrase su reino. Era al Rey bárbaro cosa muy honrosa que se entendiese tenia en su mano la paz y guerra, hacer y deshacer reyes. Venido don Sancho, su contrario don Ordoño sin tratar de defenderse se fué á las Astúrias; tan grande era el temor que le vino repentinamente. De allí con la misma desconfianza pasó á las tierras del Conde, su suegro. A los miserables, todos los desamparan, y las piedras se levantan contra el que huye. Donde pensaba hallar refugio, allí quitándole la mujer por su cobardía, fué desechado. Recogióse á los moros, en cuya tierra pasó su triste vida pobre y desterrado, y últimamente falleció cerca de Córdoba. En el mismo tiempo las armas de Castilla se alteraron con guerras domésticas. Don Vela, uno de los nietos y decendientes del otro Vela que dijimos tuvo el señorío de Alava, allí y en la parte comarcana de Castilla tenia grande jurisdiccion. Este, feroz por la edad y confiado por los parientes, riquezas y aliados, que tenia muchos, tomó las armas contra el conde Fernan Gonzalez. El Conde no sufria ninguna demasía, acudió asimismo á las armas. Venció á Vela y á sus aliados y consortes, y siguiólos por todas partes sin dejallos reposar en niuguna hasta tanto que los puso en necesidad de hacer recurso á los moros, dejada la patria; que fué ocasion de grandes movimientos y desgracias. El Albagib Almanzor, ó á ruegos y persuasion destos foragidos, ó con deseo de satisfacerse de la afrenta pasada, juntado que tuvo un grueso ejército, entró por tierras de Castilla, espantoso y airado contra los nuestros. El Conde con los suyos le salió al encuentro; pero primero que

Ja

lear y arriscados. Dicen que duró la pelea por espacio de tres dias sin cesar hasta que cerraba la noche, lo que era menester para reposar. El dia postrero el apóstol Santiago fué visto entre las haces dar la victoria á los fieles. De los enemigos en la pelea y huida perecieron mayor número que jamás; por espacio de dos dias siguieron los nuestros el alcance y ejecutaron la victoria en los que huian. Acabada esta guerra, vinieron de toda Castilla embajadores, los principales de las ciudades, eso mismo de las otras naciones á dar el parabien al Conde por beneficio tan señalado, confesando que por su esfuerzo los cristianos eran librados de presente de un grave peligro, y para adelante de no menos miedo. En particular don Sancho, rey de Leon, con una muy noble embajada que le envió, despues de alegrarse con él lé pedia que por cuanto trataba de juntar Cortes de todo su reino para consultar cosas muy graves, no se excusase de venir á Leon y hallarse en ellas. Fué esta demanda pesada al Conde por temer asechanzas en aquella muestra de amistad, y que con color de las Cortes no fuese engañado de aquel Rey astuto, ca sospe→ chaba no debía estar olvidado de las diferencias pasadas; mas no se ofrecia alguna bastante causa para rehusar lo que le era mandado. Prometió de ir allá, y cumpliólo el dia señalado, acompañado de gran número de sus grandes. Supo el Rey su venida, y para mas honralle le salió á recebir. Tuviéronse estas Cortes el año 958, en las cuales no se sabe qué cosas se tratasen. Solo refieren que el Conde vendió al Rey por gran precio un caballo y un azor de grande excelencia, por no querer recebillos de gracia como se los ofrecia, y que se puso una condicion en la venta que, caso que no se pagase el dinero el dia señalado, por cada dia que pasase se doblase la paga. Demás desto, por astucia de la reina viuda, doña Teresa, que deseaba vengar la muerte de su padre, se concertó que doña Sancha, hermana, casase con el Conde; la cual estaba en poder de don García, hermano de las dos, rey de Navarra; era ya doňa Urraca muerta, la primera mujer del Conde.' Entendia que por fuerza nó aprovecharia nada, y el rey don Sancho no queria abiertamente faltar en su fe; determinaron de poner asechanzas al Conde y usar en lugar de armas de la deslealtad de los navarros. No sa❤ bia estos meneos y tramas el rey Garci Sanchez; y así, con deseo de vengar las injurias pasadas, no ce-aba de hacer cabalgadas, talar y maltratar las tierras de Castilla. El Conde, vuelto á su tierra, le amonestó por sus embajadores hiciese emienda de los daños hechos; que de otra guisa no podria excusarse de mirar por los

su

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