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ve daño de don García. Don Fernando decia que era suya la comarca de Briviesca y parte de la Rioja, por antiguas escrituras que así lo declaraban. Al contrario, se quejaba don García haber recebido notable agravio y injuria en la division del reino, y en aquel particular defendia su derecho con el uso y nueva costum-. bre y testamento de su padre. La demasiada codicia de mandar despeñaba estos hermanos, por pensar cada uno que era poca cosa lo que tenia para la grandeza del reino que deseaba en su imaginacion. Esta es una gran miseria que mucho agua la felicidad humana. Eufermó don García en Najara, visitóle don Fernando, su hermano, como la razon lo pedia; quísole prender hasta tanto que le satisfaciese en åquella su demanda. Entendió la zalagarda don Fernando, huyó y púsose en cobro. Mostró don García mucha pesadumbre de aquella mala sospecha que dél se tuvo; procuraba remediar el odio y malquerencia que por aquella causa resultó contra él. Supo que su hermano estaba doliente en Búrgos; fuese para allá en son de visitalle y pagalle la visita pasada. No se aplacó el rey don Fernando con aquella cortesía y máscara de amistad. Echó mano de su hermano, y preso, le envió con buena guarda al castillo de Ceya. Sobornó él las guardas que le tenian-puestas, y huyóse å Navarra, resuelto de vengar por las armas aquella injuria y agravio. Juntó la gente de su reino, llamó ayudas de los moros, sus aliados, y formado un buen ejército, rompió por las tierras de Castilla, y pasados los montes Doca, hizo mucho estrago por todas aquellas comarcas. El rey don Fernando, que no era lerdo ni descuidado, por el contrario, juntó su ejército, que era muy bueno, de soldados viejos, ejercitados en todas las guerras pasadas. Marché con estas gentes la vuelta de su hermano, resuelto de hacelle todo aquel mal y daño á que el dolor y el odio le estimulaban. Diéronse vista los unos á los otros como cuatro leguas de la ciudad de Burgos, cerca de un pueblo que se llama Atapuerca. Asentaron sus reales, , Ꭹ barreáronse segun el tiempo les daba; ordenaron tras esto sus haces en guisa de pelear. Las condiciones destos dos hermanos eran muy diferentes; la de don Fernando blanda, afable, cortés ; además que en las armas y destreza del pelear ninguno se le igualaba. Don García era hombre feroz, arrebatado, hablador, por la cual causa los soldados estaban con él desabridos, y porque á muchos de sus reinos con achaques, ya verdaderos, ya falsos, tenia despojados de sus haciendas, suplicáronle al tiempo que sé queria dar la batalla mandase satisfacer á los agraviados. No quiso dar oidos á tan justa demanda. Parecíale fuera de sazon, y que tomaban aquel torcedor y ocasion para salir con lo que deseaban. Muchos temian no le empeciese aquella aspereza y el desabrimiento de los suyos, y se recelaban no quisiese Dios castigar aquellas sus arrogancias y injusticias. En especial un hombre noble y principal, cuyo nombre no se sabe, mas en el hecho todos concuerdan, viejo, anciano, prudente, y que tenia cabida con aquel príncipe porque fué su ayo en su niñez, visto el grande riesgo que corria, movió tratos de paz con deseo que no se diese la batalla. Don Fernando se mostraba fácil y venia bien en ello; acudió á don García, púsole delante los varios sucesos de la guerra y el riesgo á que se ponia; suplicóle se concertase con su hermano y le perdonase los yerros pasa

dos, pues no hay persona que no falte y peque en algo; que se moviese por el bien comun, que no era justo vengar su particular sentimiento con daño de toda la cristiandad y á costa de la sangre de aquellos que en nada le habian errado; ofrecíale de parte de su hermano le haria la satisfacción que los jueces señalados por las partes en esta diferencia mandasen, que, aunque como hermano menor, era el primero que movia tratos de paz, pero que se guardase de pasalle por el pensamiento lo hacia por cobardía ó falta de ánimo, que le certificaba le seria muy dañosa aquella imaginacion; pues como él sabia, tenia don Fernando escogidos y diestros soldados en su campo; solo con esta embajada queria justificar su causa con todo el mundo, vencer en modéstia, y que todos entendiesen eran muy fuera de su voluntad las muertes, destruicion y pérdidas que se aparejaban. Con estas buenas razones se juntaron los ruegos y lágrimas del ayo. No se movió don García; sus pecados le llevaban á la muerte ; ni la privanza del que le rogaba ni su autoridad ni el peligro presente fueron parte para ablandarle. Dióse pues de ambas partes la señal para la batalla; encontráronse los dos ejércitos con gran furia. El ayo de don García, vista la flaqueza de los soldados de su parte, cuán pocos eran, cuán desabridos, sin esperanza de victoria, por no ver la perdición de su patria, con sola su espada y lanza se metió entre los enemigos do era la mayor carga, y así murió como bueno. Los demás no pudieron sufrir el ímpetu que traia don Fernando; la turbacion y el miedo grande y la sospecha de aquel gran daño trabajaba á los navarros ; dos soldados, que poco antes se habian pasado al ejército contrario, hendiendo y pasando por el escuadron de su guarda con mucha violencia, llega. ron hasta don García y le mataron á lanzadas; caido el Rey, todos los suyos huyeron. El-rey don Fernando, alegre con la victoria, y por otra parte triste por la muerte de su hermano, mandó á los soldados que reparasen, no diesen la muerte á los cristianos que quedaban. Hízose así; solo en el alcance á los moros que iban desbaratados y huyendo por los campos, unos mataron, otros cautivaron. El cuerpo de don García; con voluntad del vencedor, llevaron sus soldados á Najara, y allide enterraron en la iglesia de Santa María, qué él mismo habia levantado desde sus cimientos. De doña Estefania, su mujer, francesa de nacion, con quien casó en vida de su padre, dejó cuatro hijos y otras tantas hijas, que fueron: don Sancho, el mayorazgo, que le sucedió en la corona, y don Ramiro, á quien habia dado el señorío de Calahorra, como ganada de los moros por las armas; los demás hijos se llamaron don Fernando y don Ramon; las hijas, Ermesenda, Jimena, Mayor y doña Urraca. Esta casó con el conde don García, de quien se tratará despues. Con la muerte de don García, su estado fué por sus hermanos destrozado y menoscabado. El rey don Fernando tomó para sí los pueblos y ciudades sobre que era el pleito, sin que nadie le fuese á la mano ni se lo osase estorbar, que son : Briviesca, Montes Doca y parte de la Rioja, que es la parte por do pasa el rio Oja, que da el nombre á la tierra; nace este rio de los montes en que está Santo Domingo de la Calzada, y junto á la villa de Haro entra en Ebro. La otra parte de la Rioja, Navarra y el ducado de Vizcaya, Najara, Logroño y otros pueblos y ciudades

quedaron en poder de don Sancho, bijo de don García. Por causa desta guerra y con esta ocasion cobró don Ramiro á Aragon por las armas, y aun entró en esperanza de hacerse tambien señor de lo demás del reino de Navarra, que era de su hermano muerto; porque en este tiempo, como se ve por escrituras antiguas, se Hamaba rey de Aragon, de Sobrarve, de Ribagorza y Pamplona. Demás que, animado con estos principios, quitó á los moros que habian quedado en Ribagorza y su tierra un pueblo llamado Benavarrio. Por conclusion, entre don Ramiro y don Sancho, el nuevo rey de Navarra, despues de algunos debates y refriegas se hicieron paces con tal condicion, que el uno al otro para seguridad se diesen ciertos castillos en rehenes. Ruesta y Pitilla dieron á don Sancho. Sangüesa, Lerdo, Ondusio dieron á don Ramiro. Recelábanse los dos, tio y sobrino, que en tanto que en aquellas revueltas andaban, don Fernando, cuyas armas eran temidas, no los maltratase con guerra; por esta causa se juntaron y hicioron pacto y concierto de tener los mismos por amigos y por enemigos, valerse el uno al otro y ayudarse en todas las ocurrencias.

CAPITULO V.

Que España quedó libre del imperio de Alemaña.

tais que el daño pase adelante, ni que este mal ejemplo por mi descuido y vuestra disimulacion se extienda á las otras naciones y provincias, ca con el dulce y engañoso color de libertad fácilmente se dejarán engañar, y la sacra majestad del imperio y pontificado vendrán á ser una sombra vana y nombre solo sin sustancia de autoridad. Poned entrediclio á España, descomulgad al Rey soberbio y sandio. Si así lo haceis, yo me ofrezco no faltar á la honra y pro de la Iglesia y juntar con vos mis fuerzas para mirar por el bien comun; que si por algunos respetos disimulais, yo estoy resuelto de volver por el honor del imperio y por mi particular. » A este razonamiento respondieron los padres del Concilio que tendrían cuidado de lo que el Emperador pedia. Hicieron sus consultas, y considerado el negocio, el papa Victor pronunció en favor del Emperador que pedia razon y justicia. Era el Papa aleman de nacion, natural de Suevia, por donde naturalmente se inclinaba á favorecer mas la causa de aquel imperio. Despacharon embajadores al rey don Fernando para que le dijesen de parte del Papa y del Concilio que en adelante se allanase y reconocíese al imperio, y no se intitulase mas emperador, pues por ninguna razon le pertenecia. Llevaban órden de ponelle pena de descomunion si no obedeciese á lo que se le mandaba. El Rey, oida esta embajada, se halló perplejo sin resolverse en lo que debia hacer. De la una parte y de la otra se le representaban grandes inconvenientes, no menores en obedecer que en hacer resistencia. Acordó juntar Cortes del reino para tratar en ellas, como era razon, un negocio tan grave y que á todos tocaba, Los pareceres no se conformaron. Los que eran de mejor conciencia aconsejaban que luego obedeciese, porque no indignase al Papa y se revolviese España y alterase, como era forzoso; que las guerras se debian evitar con cuidado por estar España dividida en muchos reinos, y estos gastados con guerras civiles y quedar dentro de la provincia tantos moros ene

En el tiempo que España ardia en guerras civiles, tenia el imperio de Alemaña, do los años pasados se trasladara de Francia, Enrique, segundo deste nombre. La Iglesia universal gobernaba el papa Leon IX. A Leon sucedió Victor II, que con intento de reformar el estado eclesiástico, relajado por la licencia y anchura de los tiempos, juntó concilio en Florencia, ciudad y cabeza de la Toscana, el año de 1055. Despachó dende á Hildebrando, que de monje cluniacense era subdiácono cardenal, grado á que subió por su virtud, letras y talento para negocios, para que fuese á Francia y Alemaña á tratar por una parte con el Emperador de renovar y poner en su punto la antigua diciplina ecle-migos de la cristiandad. Otros mas arriscados y de siástica, por otra para apaciguar en Turon de Francia

mayor ánimo decian que si obedecia se ponia sobre Es

las revueltas y alteraciones que causaban ciertas opi-paña un gravísimo yugo, que jamás se podria quitar;

que era mejor morir con las armas en la mano que sufrir tal desaguisado en su república y tal mengua en su dignidad. Rodrigo Diaz de Vivar, que adelante llamaron el Cid, estaba á la sazon en la flor de su edad, que no pasaba de treinta años, estimado en mucho por su gran esfuerzo, destreza en las armas, viveza de ingenio, muy acertado en sus consejos. Habia pocos dias antes hecho campo con don Gomez, conde de Gormaz; vencióle y dióle la muerte. Lo que resultó deste caso fué que casó con doña Jimená, hija y heredera del mismo Conde. Ella misma requirió al Rey que se le diese por marido, ca estaba muy prendada de sus partes, ó le castigase conforme á las leyes por la muerte que dió á su padre. Hizose el casamiento, que á todos estaba á cuento; con que por el grande dote de su esposa, que se allegó al estado que él tenia de su padre, se aumen

niones nuevas, que contra la fe enseñaba Berengario, diácono de aquella iglesia. Añaden nuestras historias que en aquel Concilio se hallaron embajadores de parte *del Emperador susodicho, y que en su nombre propusieron á los obispos ciertas querellas y demandas. En especial extrañaron que el rey don Fernando de Castilla, contra lo establecido por las leyes y guardado por la costumbre inmemorial, se tenia por exempto del imperio de Alemaña, y aun llegaba á tanto su liviandad y arrogancia, que se llamaba emperador. «Yo, decia él, si no mirara el pro comun y bien de todos, fácilmente pasara por el agravio que á mi dignidad se hace; pero en este negocio es necesario poner los ojos en toda la cristiandad, cuan anchamente se extiende por todo el mundo, la cual ninguna seguridad puede tener si todos no reconocen y respetan y se sujetan á una cabeza que los acaudille y gobierne. La autoridad otrosító en poder y riquezas de tal suerte, que con sus gentes

de los sumos pontifices y su mando será muy flaco si les falta el brazo y asistencia de los emperadores, que por esta causa tienen el segundo lugar en mando y autoridad en toda la Iglesia cristiana. Reprimid pues esta arrogancia y soberbia en sus principios, y no permi

se atrevia á correr las tierras comarcanas de los moros; en especial venció en batalla cinco reyes moros que, pasados los montes Doca, hacian daños por las tierras de la Rioja. Quitóles la presa que llevaban y á ellos mismos los hobo á las manos; soltólos empero sobre

EL PADRE JUAN DE MARIANA. pleitesía que le hicieron de acudir cada un año con ciertas parias que concertaron. El rey don Fernando en esta sazon se ocupaba en reparar la ciudad de Zamora, que despues que los moros la destruyeron en tiempo del rey don Ramiro no la habian reedificado. Otorgó á los moradores que quisiesen en ella poblar que se gobernasen conforme á-las leyes antiguas de aquella ciudad, que eran las mismas de los godos. Sucedió que en aquella coyuntura los mensajeros de los moros trujeron á Rodrigo Diaz las parias que concertaron; llamáronle Cid, que en lengua arábiga quiere decir señor; lo uno y lo otro en presencia del Rey y de sus cortesanos, de que tomaron ocasion muchos para envidialle y aborrecelle, como quiera que sea cosa muy natural llevar de mala gana la prosperidad de los otros, mayormente si es extraordinaria, y ninguno se debe mas recatar en el subir que el que poco antes se igualaba ó era menos que los demás. Sin embargo, el Rey, maravillado de su valor, mandó que de allí adelante le llamasen el Cid; y así fué que, casi olvidado el propio nombre que tenia de pila y de su linaje, toda la vida le dieron aquel nuevo y honroso apellido. Algunos añaden que en cierta diferencia que resultó entre los reyes don Fernando de Castilla y don Ramiro de Aragon sobre cuya fuese la ciudad de Calahorra, puesta á la ribera del rio Ebro, acordaron que dos caballeros uno de cada parte hiciesen campo sobre aquel caso, y que por quien quedase la victoria, su rey hobiese la ciudad sobre que se pleiteaba. Dicen otrosí que don Ramiro, señaló por su parte á Martin Gomez, y por don Fernando tomó la demanda el Cid, que venció y mató á su contrario Martin Gomez, que quieren que sea cabeza y tronco del linaje y casa de Luna, muy antiguo y noble solar en España. Pero los mas doctos tienen todo esto por falso, á causa que el rey don García de Navarra ganó de los moros aquella ciudad, como arriba se dijo, y así no pudo el rey de Aragon pretender sobre ella derecho alguno. Estaba el Cid entretenido con el nuevo casamiento, y ocupado en negocios tocantes á su casa, por esto no se halló en las Cortes cuando se trató de lo que el Emperador pedia y el Papa mandaba tocante al reconocimiento que pretendian debia hacer al imperio de Alemaña. El Rey de su condicion y por su edad se inclinaba mas á la paz, y no quisiera la guerra, si bien entendia que de aquel principio, si disimulaba, se podria menoscabar en gran parte la libertad de España. Pero antes que en negocio tan grave se tomase resolucion, hizo llamar al Cid para consultalle y que dijese su parecer. Vino al llamado del Rey, y preguntado sobre el caso, respondió que no era negocio de consulta, sino que por las armas defendiesen la libertad que con las armas ganaron. Que no era razon pretendiese nadie gozar de lo que en el tiempo del aprieto no ayudó á ganar en manera alguna. «¿No será mejor y mas acertado morir como buenos que perder la libertad que nuestros mayores con tanto afan nos dejaron, y que estos bárbaros hagan burla y escarnio de nuestra nacion? Gente que en su comparacion no estiman á nadie. Sus palabras afrentosas, sus soberbias y arrogancias, sus desdenes con los que los tratan, sus embriagueces y demasías no se pueden sufrir. Apenas habemos sacudido el yugo de la sujecion que los moros tenian puesto sobre nuestras cervices, ¿será bien

que nos dejemos avasallar y hacer esclavos de otros cristianos? Hacen sin duda burla de nuestras cosas, como si todo el mundo y toda la cristiandad prestase obediencia y reconociese vasallaje á los emperadores de Alemaña. Toda la autoridad, poder, honra, riquezas que se ganaron con la sangre de nuestros mayores serán suyas; y ¿para nos quedarán solo trabajos, peligros, cautiverios y pobreza? El yugo pesado del imperio romano que sacudieron de sí nuestros antepasados ¿nos le tornarán á poner ahora los alemanes? ¿Serémos por ventura como canalla sin juicio y sin prudencia, sin autoridad y señorío, sujetos á los que, si tuviéramos ánimo, temblaran en pensallo? Recia cosa es, dirá alguno, hacer resistencia á las fuerzas y poder del Emperador bravo, y dura no obedecer al mandato del Papa, De ánimos cobardes y viles es por temor de una guerra incierta sujetarse á daños manifiestos y grandes. El valor y brio vence muchas veces las dificultades que hacen desmayar á los perezosos y flojos. Muchos, á lo que veo, se dejan llevar desta pusilanimidad, que ni se mueven por honra, ni los enfrena el miedo de la afrenta, que parece tienen por bastante libertad no ser azotados y pringados como esclavos. No creo yo que el Sumo Pontífice nos tenga tan cerradas las orejas que no dé lugar á nuestros justísimos ruegos, y le mueva la razon y justicia que hace por nuestra parte. Enviénse personas que con valor defiendan nuestra libertad en su presencia y declaren cuán fuera de camino va lo que pretenden los alemanes. Cuanto á mí, resuelto estoy de defender con la espada en el puño coutra todo el mundo la honra, la libertad que mis mayores me dejaron y todo lo al. Con esta espada haré bueno que cometen traicion contra su patria todos aquellos que por escrúpulo de conciencia ó por cualquiera otra consideracion y recato se apartaren deste mi parecer y no desecharen con mayor cuidado que ellos la pretenden la sujecion y servidumbre de España. Cuanto cada cual se mostrare en defensa de la libertad en el mismo grado le tendré por amigo ó por enemigo capital. » Este parecer del Cid Ruy Diaz dió á todos contento; hasta los mismos que al principio flaqueaban le aprobaron, y conforme á esto se dió la respuesta al Papa. Para hacer rostro á los intentos del Emperador levantaron gente por todo el reino hasta número de diez mil hombres, demás de lo's socorros que acudieron de los moros que les pagaban parias y les eran tributarios. Nombraron por general de toda esta gente al mismo Cid para que el que dió principio á la empresa la llevase adelante y la acabase. Acordó para dar muestra de las fuerzas y valor de España de pasar los montes Pirineos. Entró por Francia hasta llegar á Tolosa, ciudad que, segun yo entiendo, en aquel tiempo estaba á devocion ó era sujeta á España. Por lo cual hace la letra y lucillo del rey don Sancho el Mayor puesta de suso. Desde allí despacharon una embajada muy principal al Papa, en que le suplicaban enviase personas á propósito que oyesen las razones que por parte de España militaban. Los principales y cabezas desta embajada, que fueron el conde don Rodrigo, diferente del Cid, y don Alvar Yañez Minaya, alcanzaron del Pontífice que enviase á España sobre el caso por su legado á Ruperto, cardenal sabinense, y que juntamente viniesen embajado

res del Emperador para que el pleito, oidas las partes, se ventilase y concluyese. En el entre tanto el rey don Fernando de Francia dió la vuelta á España. El legado y los embajadores repararon en Tolosa. Allí se trató el negocio, y finalmente, sustanciado el proceso con lo que de la una parte y de la otra se alegó y cerrado, vinieron á sentencia, que fué en favor de España, y que para adelante los emperadores de Alemaña no pretendiesen tener a'gun derecho sobre aquellos reinos. Deste principio que dó muy asentado lo que se confirmó por la costumbre del pueblo, por la aprobacion de las otras naciones, por el parecer y comun opinion de los juristas que adelante florecieron, que España no era sujeta al imperio ni le reconocia ni reconoce algun vasallaje ; tanto importa para semejantes negocios el valor de un hombre prudente.y arriscado. Verdad es que los papas asimismo pretendieron que España les pagase tributo, como parece por una bula de Gregorio VII, que está entre las de su registro, enderezada á los reyes, condes y los demás príncipes de España, en que dice que el tal tributo se solia pagar antes que los moros della se apoderasen. Pero no salió con esta pretension; debieron todos hacer rostro á esta demanda, y la costumbre inmemorial muestra claramente que España ha sido siempre tenida por libre, y nunca ha pagado tributo á ningun príncipe extranjero. El linaje y decendencia del Cid se debe tomar de Lain Calvo, juez que fué de Castilla, como arriba queda dicho, porque este juez tuvo en doña Elvira Nuña Bella á Fernan Nuño. Deste y de su mujer doña Egilona fué hijo Lain Nuño; cuyo hijo fué Diego Lainez, marido que fué de Teresa Nuña, y padre de Rodrigo Diaz, por sobrenombre el Cid. Del Cid y su mujer doña Jimena nació Diego Rodriguez de Vivar, que en vida de su padre murió en la guerra contra moros. Tuvo asimismo el Cid dos hijas, doña Elvira y dona Sol, de quien se hará mencion adelante. Algunos concilios de obispos se tuvieron en este tiempo. El primero en Compostella, año de 1056. Presidió en él Cresconio, obispo compostellano, que se llama obispo de la Sede Apostólica. Halláronse con él Suero, obispo dumiense; Vistrario, electo metropolitano de Lugo, demás de otros sacerdotes, diáconos y clérigos y abades. Ordenáronse en este Concilio muchas cosas muy buenas. Que los obispos y los prestes dijesen misa cada dia; que los canónigos tuviesen un cilicio, y se le pusiesen los dias de ayuno, y todas las veces que se biciesen letanías por alguna necesidad. En Jaca, tierra del rey don Ramiro, se hizo otro concilio año de 1060. Halláronse en él los obispos Sancho, de Aragon; Paterno, de Zaragoza; Arnulfo, rotense; Guillermo, de Urgel; Eraclio, de los bigerrones; Estéban, olorense; Gomecio, de Calahorra; Juan, lectorense. Presidió Austindo, arzobispo auxitano en Francia. Reformáronse las ceremonias de la misa que se habían estragado con el tiempo, y tambien las costumbres de los clérigos, y mandóse que los oficios divinos se hiciesen conforme al uso romano. Ordenóse otrosí que en Jaca estuviese la silla obispal que solia estar en Huesca, pero con condicion que, ganada Huesca de los moros, se le volviese la silla, quedando en su diócesi la misma ciudad de Jaca, y así se hizo adelante. Dos años despues desto se celebró concilio en San Juan de la Peña, presente el rey don Ramiro, á 21 de junio. Helláronse en él los

obispos don Sancho, de Aragon; don Sancho, de Pamplona; don García, de Najara; Arnulfo, de Ribagorza; Julian, castellense, y otros muchos obispos; Poncio, arzobispo de Oviedo, que sospecho yo fué el presidente, aunque se nombra el postrero. En este Concilio se ordenó por comun acuerdo de los padres que un decreto que los años pasados se hizo por el rey don Sancho el Mayor, es á saber, que los obispos de Aragon fuesen elegidos por los monjes de aquel monasterio, se guardase como en él se contenia. Por el mismo tiempo, si bien en el año no conciertan los autores sin que se pueda averiguar la verdad puntualmente, el cardenal Hugo, legado que era del Papa en España, en cierta junta de obispos y caballeros que se tuvo en Barcelona por orden y con voluntad del conde don Ramon, revocó y dió por ningunas las leyes de los godos, de que los catalanes hasta entonces usaban, y ordenó otras nuevas, que se guardan hasta nuestros tiempos. Este entiendo yo es aquel Hugo, cardenal llamado por sobrenombre Cándido, que el año de 1064 vino de Roma por legado á España, en tiempo que sobre el pontificado contendian dos que ambos se llamaban papas, y cada cual pretendia ser legítimo pontífice. El uno se llamó Alejandro II, el otro Honorio II. Los reyes de España seguian la obediencia del papa Alejandro, cuyo legado era este cardenal, por tener mas fundado su derecho que el competidor y contrario. Procuró este legado, demás de lo ya dicho, que en España se dejase el oficio gótico ó mozárabe, mas no pudo por entonces salir con ello; antes tres obispos de España fueron enviados á Mantua, ciudad de la Gallia Cisalpina ó Lombardía, para donde tenian convocado concilio, con intento de sosegar aquel cisma tan perjudicial; llevaron asimismo consigo los libros góticos y hicieron que el Concilio y los demás obispos los aprobasen y diesen por buenos y católicos. Estos obispos eran Munio, de Calahorra; Eximio, de Auca; Fortunio, de Alava; que debieron ser en aquella sazon de los mas principales y doctos destas partes.

CAPITULO VI.

Lo restante del rey don Fernando.

De los movimientos y diferencias que resultaron por la pretension de los emperadores de Alemaña tomaron los moros ocasion y avilenteza para sacudir el yugo que los años pasados les pusiera el rey don Fernando. A un mismo tiempo, casi como de comun acuerdo de todos, en diversos lugares tomaron las armas, en especial en el reino de Toledo y en los celtiberos, que es parte de Aragon. El Rey estaba ya pesado con los años, cansado de guerras tantas y tan molestas como por toda la vida tuvo; por el mismo caso las rentas reales consumidas, los vasallos cansados con los muchos tributos que pagaban. La reina doña Sancha, como hembra que era de ánimo varonil, deseosa que la cristiandad fuese adelante, ofreció de su voluntad para ayuda de los gastos de la guerra, que no se excusaba, todo el oro y joyas de su persona y recámara. Alentado el Rey con esta ayuda, juntó un buen ejército con que acometió á los moros por la parte que corre el rio Ebro; hizo gran estrago y matanza en ellos. Pasó más adelante hasta llegar á los catalanes y valencianos, de donde vino cargado de

buenos despojos. Con la misma prosperidad hizo guerra á los del reino de Toledo, y á todos ellos puso leyes y hizo jurar pagarian siempre los tributos acostumbrados. Esto hecho, con aparato y gloria de triunfador se ́volvió á su casa. Quién dice que cerca de Valencia se le apareció san Isidoro, cuyo devoto fué siempre, y le dijo moriria presto; por tanto, que se confesase y ordenase con brevedad las cosas de su alma. La enfermedad que luego sobrevino al Rey confirmó esto ser verdad; por lo cual, hecho concierto con los moros y recobrados los cautivos que tenian cristianos y recogidos los despojos que les ganara, sujetas aquellas comarcas y alzados los reales, marchó con su gente para Leon. Llevábanie en una litera militar como silla de mano, mudábanse por su órden los soldados y gente principal á porfía quién se aventajaria en el trabajo; tanto era el amor que le tenian chicos y grandes. El año de 1065, á 24 de diciembre, dia sábado, entró en Leon, y como lo tenia de costumbre, visitó los cuerpos de los santos prostrado por el suelo; con muchas lágrimas pidióles con su intercesion le alcanzasen buena muerte; y aunque parecia que la enfermedad iba en aumento, todavía estuvo presente á los maitines de Navidad; el dia siguiente oyó misa y comulgó. Otro dia en la iglesia de San Isidoro, puesto delante de su sepulcro, á grandes voces que todos le oian dijo á nuestro Señor: «Vuestro es el poder, vuestro es el mando, Señor; vos sois sobre todos los reyes, y todo está sujeto á vuestra merced. El reino que recebí de vuestra mano vos restituyo. Solo pido á vuestra clemencia que mi ánima se halle en vuestra eterna luz.» Dicho esto, se quitó la corona, ropa y reales insignias con que viniera, recibió el olio de mano de los obispos muchos que allí asistian, y vestido de cilicio y cubierto de ceniza, dia tercero de Pascua, fiesta de san Juan Evangelista, á hora de sexta finó. Pusieron su cuerpo en la misma iglesia junto á la sepultura de su padre. Las exequias fueron mas señaladas por las lágrimas del pueblo que por el aparato y solemnidad, aunque tampoco faltó esta, como era razon, en la muerte de tan gran Príncipe. Esto dicen don Rodrigo y Lúcas de Tuy; dado que hay quien diga que murió en Cabezon, pueblo junto á Valladolid, y ni aun en el tiempo de su tránsito conciertan los autores. Nos seguimos lo que pareció mas probable, sin atrevernos á interponer nuestro parecer y juicio en cosas semejantes y de tanta escuridad. La vida del rey don Fernando fué señalada en cristiandad y toda virtud en tanto grado, que en la ciudad de Leon cada año se le hace fiesta como á los demás que están puestos en el número de los santos. Muchas iglesias de su reino hizo de nuevo, otras reparó con mucha liberalidad y franqueza. Especialmente en Leon fundó las iglesias de San Isidro y de Santa María de Regla, y el monasterio de Sahagun en Castilla, donde ya que era viejo, cuando mas se dió á la oracion y devocion, residia muy de ordinario y cantaba muchas veces en el coro y comia en el refitorio con los frailes lo que estaba aderezado para ellos. Una vez se le cayó de las manos un vidrio que el abad le daba, como cuenta don Rodrigo, y luego se le restituyó de oro. Dice mas, que como viese andar descalzos los que servian en la iglesia mayor de Leon por la mucha pobreza, tan menguados eran aquellos tiempos y la pobreza tan apre

tada, mandó se les señalase renta para calzado. Item, que señaló de sus rentas á los monjes de Cluñi mil ducados en cada un año. La reina doña Sancha no fué de menor cristiandad que su marido; murió dos años adelante; en toda la vida, y mas en su viudez, se ejercitó en toda virtud y devocion. Su muerte fué á 15 de diciembre. Su cuerpo sepultaron junto al del Rey en la iglesia ya dicha de San Isidro.

CAPITULO VII.

Que murió don Ramiro, rey de Aragor..

El rey don Fernando por su testamento entre sus tres hijos dividió el reino en otras tantas partes: á don Sancho el mayor señaló el reino de Castilla, como se extiende desde el rio Ebro hasta el de Pisuerga, ca todo lo que se quitó á Navarra por muerte de don García se añadió á Castilla. El reino de Leon quedó á don Alonso con tierra de Campos y la parte de Astúrias que llega hasta el rio Deva, que pasa por Oviedo, demás de algunas ciudades de Galicia que le cupieron en su parte. A don García el menor dió lo demás del reino de Galicia y la parte del reino de Portugal que dejó ganada de los moros. Todos tres se llamaron reyes. A doña Urraca dejó la ciudad de Zamora; á doña Elvira la de Toro. Estas ciudades se llamaron el Infantado, vocablo usado á la sazon para significar la bacienda que señalaban para sustento de los infantes, hijos 'menores de los reyes. No era posible haber paz dividido el reino en tantas partes. Estaba suspensa España. Temian que con la muerte de don Fernando resultarian nuevos intentos, grandes revueltas y alteraciones. Para prevenir y poner remedio á esto, algunos grandes del reino rogaban al rey don Fernando y le procuraron persuadir algunas veces no dividiese su reino en tantas partes, y desto mismo trataron en las Cortes. El que mas trabajó en esto fué Arias Gonzalo, hombre viejo y de experiencia y que habia tenido con los reyes grande autoridad y cabida por su valor en las armas, prudencia y fidelidad, en que no tenia par. El amor de padre para con los hijos, la fortuna ó fuerza mas alta no dieron lugar á sus buenos consejos. Asentábale bien la corona á don Sancho por ser de buena presencia y gentil hombre, de muchas fuerzas, mas diestro en los negocios de guerra que de paz. Por esto se llamó don Sancho el Fuerte. Pelagio, ovetense, dice que era muy bello y muy diestro en la guerra. Era de buena condicion, manso y tratable, si no le irritaban con algun enojo y si falsos amigos so color de bien no le estragaran. Muerto el padre, se querellaba que en la division del reino se le hizo conocido agravio; que todo el reino se le debia á él por ser el mayor, y que le enflaquecieron las fuerzas con dividirle en tantas partes; trataba esto en secreto con sus amigos, y en su mismo semblante lo mostraba. La madre mientras vivió le detuvo con su autoridad que luego no hiciese guerra á sus hermanos, mayormente que por la muerte del rey don Fernando lo de Leon, como dote suya, quedaba á su disposicion y gobierno. Reinó don Sancho por espacio de seis años, ocho meses y veinte y cinco dias. Al principio que comenzó á reinar se le ofreció una guerra contra los moros, y luego tras aquella otra con el rey de Aragon; así suelen las guerras trabarse y eslabonar unas de otras,

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