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dientes que fuesen siempre tributarios al sumo pontifice; grande resolucion y muestra de piedad. Sucedióle en el reino don Sancho Ramirez, el mayor de sus hijos, que era de edad de diez y ocho años, muy semejable en la virtud á su padre. En tiempo deste Príncipe, el año que se contaba de 1068, Guinardo, conde de Ruisellon, edificó y pobló la villa de Perpiñan en los confines de Francia, cerca de donde estuvo asentada la antigua ciudad de Ruisellon, cabeza de aquel estado. El nombre de Perpiñan se tomó de dos mesones que en aquel sitio poseia un hombre llamado Bernardo de Pefpiñan. Dicese otrosí deste rey don Sancho que abrogó las leyes góticas á imitacion de la ciudad de Barcelona, que hizo lo mismo, como queda dicho, y mandó se siguiesen las imperiales, y conforme á ellas se administrase justicia y sentenciasen los pleitos. Casó con doña Felicia, hija de Armengol, conde de Urgel, en quien tuvo tres hijos, don Pedro, don Alonso y don Ramiro, que todos consecutivamente fueron reyes de Aragon. Otro su hijo bastardo, por nombre don García, fué adelante obispo de Jaca. Por este tiempo era obispo de Compostella ó de Santiago Cresconio, prelado de mucha virtud y conocida prudencia. Sucedióle en aquella iglesia otro de su mismo linaje, llamado Gudesteo; á este á cabo de dos años que gobernaba su iglesia, de noche en su lecho mató un tio suyo, llamado Froila, no por otra causa sino porque pretendia recobrar los pueblos de su diócesi, de que malamente y contra razon él se apoderaba; tanto puede la codicia demasiada de mandar y tener. A este prelado sucedió otro, llamado Pelayo, en cuyo tiempo se recibió la ley toledana y romana, que así lo dice la Historia compostellana. Por ley toledana entiendo yo el órden de decir la misa y las horas canónicas que de Francia vino á Toledo, y de allí se extendió por las otras partes, quitado el ofició de los godos, como se dirá en su lugar. La ley romana era la de continencia de los clérigos, que tenian muy estragada y mudada de lo antiguo la diciplina eclesiástica en esta parte, y los romanos pontífices pugnaban por todas las vias posibles que en Alemaña, Francia, y España en particular, se reparase este daño.

y los alborotos y revueltas nunca paran en poco. El rey don Ramiro de Aragon, con deseo de ensanchar su reino con las armas vencedoras, perseguia y echaba de Aragon las reliquias de moros que quedaban. A Almugdadir, rey de Zaragoza, y Almudafar, rey de Lé rida, forzó le diesen parias cada un año. Al rey de Huesca venció en algunos encuentros. Con los carpetanos confinan los celtiberos, y con estos los edetanos, distrito en que éstá Zaragoza; á estos venció el rey don Fernando en otro tiempo, y le pagaban cada año cierto tributo; al presente, confiados en la mudanza de los reyes y en la ayuda de don Ramiro, determinaron de no pagalle las parias. El rey don Sancho, visto lo que pasaba, acordó de ir contra ellos con un buen ejército, que la presteza en revueltas semejables suele ser muy importante. Los carpetanos, que es el reino de Toledo, con la venida del Rey luego sosegaron y se pusieron en razon. Los celtiberos ó aragoneses dieron mas en que entender, como gente que era mas brava. Corrióles los campos, saqueóles las aldeas y pueblos por toda aquella comarca ; finalmente, se puso sobre Zaragoza, cabeza del reino, y de tal manera apretó el cerco, que la rindió á partido, que pues por el mismo caso que le prestaba obediencia, se apartaba de la amistad que tenia con el rey de Aragon, fuese él tenido á defenderlos de cualquiera que los molestase con guerra, quier fuese cristiano, quier moro; concierto con que se abria la guerra claramente contra el rey de Aragon. Extrapaba el rey don Sancho que el de Aragon se juntara con los navarros, sus enemigos, que de ordinario hacian entradas y cabalgadas en las tierras de Castilla. Demás que á los celtiberos, que caian en la conquista de Castilla, los tenia por sus tributarios. Estaba el aragonés puesto sobre el castillo de Grados, que edificaron los moros ribera del rio Esera para que les sirviese de baluarte muy fuerte contra los intentos y fuerzas de los cristianos. El rey don Sancho, en conformidad de lo que concertara con los moros, acudió á dar favor á los cercados y hacer que se levantase aquel cerco. Los aragoneses, alterados con aquella venida tan repentina y apretados de los castellanos por frente y de los moros que salieron del castillo por las espaldas, en breve quedaron vencidos y desbaratados; unos se salvaron por los piés, otros que acudieron á la pelea quedaron tendidos en el campo; el mismo rey de Aragon murió en aquella pelea, que sucedió el año poco mas ó menos de 1067. Tuvo la corona por espacio de treinta y un años; sepultaron su cuerpo en San Juan de la Peña, iglesia principal y entierro de otros muchos reyes que alli yacian sepultados. Esta victoria fué triste y desabrida para los cristianos y de mal pronóstico para lo de adelante por dar el rey don Sancho principio á sus hazañas con la muerte de su mismo tio. Del papa Gregorio VII, que gobernó la Iglesia por estos tiempos, se halla una bula en que alaba al rey don Ramiro, y dice fué el primero de los reyes de España que dió de maño á la supersti cion de Toledo, que así llamaba él al Breviario y Mi-Sancho, rey de Aragon; traza para asegurarse los dos sal de los godos, la cual supersticion tenia con una persuasion muy necia deslumbrados los entendimientos, y que con la luz de las ceremonias romanas dió un muy grande lustre á España. A la verdad, este Príncipe fué muy devoto de la Sede Apostólica en tanto grado, que estableció por ley perpetua para él y sus descen

CAPITULO VIII.

Cómo don Sancho, rey de Castilla, hizo guerra á sus hermanos. En un mismo tiempo reinaban en España tres reyes, primos hermanos, que tenian un mismo nombre, aunque no igual poder y fuerzas; hasta en la manera de muerte fueron todos tres muy semejables. Don Sancho, rey de Castilla, que era el mas poderoso, demás de la muerte que dió á su tio el rey don Ramiro, con que mucho amancilló el principio de su reinado, hecho mas feroz de cada dia, se iba á despeñar en mayores males, si bien por su mucho poder y destreza ponia miedo á los demás. Don Sancho, rey de Navarra, el pequeño estado y reino que alcanzaba y sus pocas fuerzas ayudaba con la confederacion que tenia puesta con el otro don

contra el poder de Castilla y proseguir contra él la enemiga que heredaron de sus padres. No ignoraba el de Castilla estos intentos y artes. Acordó ganar por la mano y anticiparse. Rompió con su gente por las tierras de Navarra hasta dar vista á la villa de Viana. Acudie ron los dos reyes, y en aquel lugar se vino á batalla, en

Tomó el hábito el año que se contaba de Cristo 1071. Pasó algun tiempo en aquella vida, que tomó por fuerza. Los mismos exhortaron á don Alonso que, renunciado el hábito, se fuese á Toledo y se pusiese debajo el amparo del rey moro Almenon, que fué grande amigo de su padre. Hízose así; huyó como le aconsejaban y entróse por las puertas de aquel Rey. Pidióle audiencia, y en dia señalado le habló en esta sustancia: «¡Cuánto quisiera, rey Almenon, ya que no se me excusaba esta

que el de Castilla fué roto, y con pérdida de mucha gente dió vuelta á su casa. Los vencedores, determinados de seguir y ejecutar la victoria, rompieron por la Rioja y por la comarca de Briviesca, do cobraron por las armas todo lo que el rey don Fernando ganara por aquellas partes. Por esta manera se trabaron con guerras entre sí aquellos tres príncipes, sin acordarse de la que restaba contra moros. El rey don Sancho de Castilla no pudo por entonces satisfacerse de los dos reyes, sus primos, á causa de otra nueva guerra que empren-necesidad de acudir á tu socorro y amparo, yo que poco dió en esta misma coyuntura contra sus hermanos. Era codicioso de estados, arrojado, atrevido y ejecutivo, feroz por las fuerzas y poder que alcanzaba. Pretendia que todo lo que fué de su padre le pertenecia, demás de otras querellas particulares que nunca faltan. La flaqueza de sus hermanos le animaba, su poca concordia y recato, pues no se hacian á una para acudir con las fuerzas de ambos al peligro que al uno y al otro amenazaba. Hizo levas de gentes, juntó un ejército el mayor que pudo, resuelto de llevar aquella empresa hasta el cabo. Don Alonso, que era el primero á quien aquella tempestad amenazaba, si bien despachó embajadores á su hermano don García y á sus primos de Aragon y Navarra para que le acudiesen con sus fuerzas y ayudasen á rebatir el orgullo del enemigo comun y perseguir aquella bestia fiera y salvaje, por la apretura del tiempo juntó sus soldados, que los tenia muchos y buenos, y fué en busca del enemigo. Diéronse vista junto á un pueblo que se llamaba Plantaca, ordenaron sus laces, dióse la batalla con gran coraje y esfuerzo. La victoria quedó por los castellanos, y el rey don Alonso, vencida y destrozada su hueste, se retiró á la ciudad de Leon. Despues procuró reparar y rehacer su ejército, y tornóse á encontrar con el enemigo cabe el pueblo que se llamaba Golpelara, como dice don Pelayo, obispo de Oviedo, ó como dice el arzobispo don Rodrigo, Vulpecularia, pueblo asentado en la ribera del rio Carrion; trocóse la fortuna y fué vencido el rey de Castilla. Con la prosperidad suelen descuidarse los vencedores. El Cid iba en compañía del rey don Sancho en todas las guerras, como la razon lo pedia; era, como está dicho, hombre de grande esfuerzo, sagaz y muy diestro en el pelear. Sospechó lo que fué. Recogió los soldados huidos, y muy de mañana con el sol acometió los reales de los enemigos, que, cargados de sueño y vino, se hallaban muy lejos de pensar cosa semejante. En el miedo y peligro repentino cada cual muestra quién es; unos huian, otros tomaban las armas, todos mandaban, ́y ninguno obedecia ni hacia lo que era menester; así en breve espacio quedaron vencidos. Don Alonso se retiró á la iglesia de Carrion, en que tenia puestos soldados de guarnicion. Allí le prendieron y enviaron á Búrgos para que estuviese en buena guarda dentro del castillo de aquella ciudad. Pusiéronse de por medio la in-jetas á mudanzas; por tanto, de presente se sufriese y fanta doña Urraca, hermana de los reyes, que queria mucho á don Alonso por su buena condicion, y el con-ranza que decia. En su reino podria estar todo el tiem

de don Perunzules, que en toda aquella adversidad nunca le desamparó. Dieron traza que con licencia del rey don Sancho fuese al monasterio de Sahagun, que está ribera del rio Cea, y que allí tomase el hábito de monje, renunciando el estado de seglar. Esperaban que las cosas se trocarian y no faltaria alguna buena ocasion para que aquel Príncipe despojado volviese á su reino.

antes era rey poderoso y al presente me hallo desterrado, pobre y cercado de miserias, tener con algun servicio señalado granjeada tu amistad y tu gracia! Pero ni mi edad, que no es mucha, ni la diferente religion que profesamos me han dado á ello lugar, y para los príncipes magnánimos, cual tú eres, bastante causa debe ser para dar la mano y levantar á los caidos su grandeza y benignidad. Que como yo en mis males huelgo de acudir á tus puertas antes que á las de otro, movido de la fama de tus virtudes, así te debe dar contento se haya ofrecido ocasion para hacer bien á un hijo del gran rey don Fernando. Mas ¿qué podia yo hacer? ¿A quién acogerme en mis cuitas? Todas mis ayudas me faltan; de mis bienes y de mi reino estoy despojado por mi misino hermano don Sancho, si hermano se debe llamar el que no guarda lealtad y parentesco y que tiene por bastante causa el apetito de mandar para atropellar los hijos de su padre. Mis deudos ¿qué me podian prestar? Pues pretende tambien embestir con mi hermano don García, y los reyes nuestros primos están poco sabrosos tou nuestra casa. Finalmente, no me quedó otro remedio sino desterrarme, ni hallé otro amparo sino en tu sombra. No pretendo que por mi causa ni para restituirme en mi reino emprendas alguna guerra, si bien los grandes príncipes se suelen encargar de deshacer semejantes agravios. Solo te suplico me dés lugar en tu casa para pasar mi destierro, que será algun alivio de cuita tan grande y de entretenerme en tu reino solo con la esperanza de que el causador destos daños, feroz al presente y ufano, trocadas las cosas, será en brève castigado de la crueldad que ha usado contra sus hermanos y contra sus deudos. Cosa que si sucediere y Dios olorgare con mi deseo y me sacare destos males, puedes estar cierto que nunca pondré en olvido el acogimiento y gracia que me hicieres.» El rey Almenon, como quier que tenia á mucha honra que aquel poco antes rey pɔderoso acudiese á su amparo con tanța humildad, y confiaba que en algun tiempo le podria ser de provecho aquella su venida, respondió con semblante alegre y en pocas palabras á este razonamiento. Dijo que le pesaba de su desgracia, pero que debia llevar aquél revés con buen talante, pues su conciencia no le acusaba de culpa algana. Que las cosas desta vida son su

para adelante se entretuviese con aquella buena espe

po que le pluguiese; que ninguna cosa le faltaria para el sustento de su casa, y que fuera de su reino y de su patria ninguna otra cosa echaria meuos; finalmente, que le tendría como á hijo y le trataria como á tal. Señalóle casa para su morada junto á su palacio, que estaba donde ahora el monasterio de la Concepcion y caia cerca un templo de cristianos, que se entiende era

Sancho, feroz y ufano por la victoria que ganó, tomaba posesion del reino de Leon, en que unas ciudades se le rendian de voluntad, de otras se apoderó por fuerza de armas. En particular la ciudad de Leon al principio le cerró las puertas; pero al fin con un cerco que tuvo sobre ella muy apretado, á ejemplo de las demás ciudades, se allanó. Concluido esto á su voluntad, revolvió contra Galicia, do el otro hermano reinaba con pocas fuerzas, por tener el reino dividido en bandos y estar disgustados contra él los naturales, á causa de los muchos tributos que les imponia, de cada dia mayores y mas graves. El mayor daño que se dejaba gobernar á sí y á todas sus cosas públicas y particulares de un criado que tenia con él gran cabida; que suele ser un grave daño en los príncipes. De ordinario las mercedes que los príncipes hacen se atribuyen á ellos mismos, y si en alguna cosa se yerra, cargan á los ministros y á los que tienen á su lado, que suelen pagar con la vida la demasiada privanza, como sucedió en este caso; ca los caballeros indignados por aquella causa dieron la muerte á aquel su criado en su misma presencia, y aun pasaron tan adelante, que por sospecharse de muchos eran participantes en aquel delito, para asegurarse tomaron las armas y alborotaron el reino. Menospreciaban, es á saber, al que vian dejarse gobernar por hombre semejante, y sin duda es señal que el príncipe no es grande cuando sus criados son mas poderosos. En este estado se hallaba Galicia al tiempo que el rey don Sancho acometió á tomalla. Don García, visto que por estar los suyos alborotados no podria contrastar á las fuerzas de su hermano, con solos trecientos soldados que le siguieron, desamparada la tierra, acudió á los moros de Portugal. Persuadíales le ayudasen con sus fuerzas, que si bien andaba fuera de su casa, todavía le acudirian sus vasallos; que se apiadasen de su trabajo y hiciesen rostro á la ambicion de su hermano, siquiera por asegurar sus cosas y no tener por vecino enemigo tan poderoso, que si salia con aquella pretension no pararia hasta enseñorearse de todo. Representábales los intereses que podian esperar de aque

el que hoy tienen los carmelitas. Con esto tenia aparejo para oir misa y los oficios divinos y para hablar al Rey cuando le parecia. Hizo su pleito homenaje que guardaria lealtad al Moro y acudiria á su servicio como era razon. Era don Alonso muy apuesto y agraciado, modesto, prudente, liberal y de costumbres muy suaves, con que en breve ganó las voluntades de aquella gente y todos se le aficionaban. Su hermana, doña Urraca, cuidaba de sus cosas. Pidió licencia al rey don Sancho, y con ella le envió para que le hiciesen compañía al conde Peranzules y otros dos hermanos suyos, Gonzalo y Hernando, para que le sirviesen y él se aconsejase con ellos. En compañía de los tres vinieron otros muchos; todos quiso el rey Moro ganasen su sueldo porque tuviesen con que sustentarse, y cuando fuese menester le sirviesen en la guerra que de ordinario tenia contra otros moros comarcanos. En esto pasaba aquel Príncipe desterrado su vida; cuando cesaba la guerra dábase á la caza y á la montería, y para mayor comodidad de sus monteros edificó una alquería, que despues creció en vecindad, y hoy se llama Brihuega, pueblo conocido en el reino de Toledo. Su ordinaria residencia era en Toledo; trataba mucho con el Rey, y de cada dia con su buen término le ganaba mas la voluntad, y el Moro gustaba mucho de su conversacion y compañía. Aconteció que cierto dia fueron á tomar deporte y recreacion en una huerta cerca de la ciudad por do pasa el rio Tajo, con cuyo riego y agua, que dél sacan muchas azudas, se hace muy fértil y de mucho provecho, y hoy se llama la huerta del Rey. Adormecióse con la frescura don Alonso. El Rey y sus cortesanos que cerca estaban recostados á la sombra de un árbol comenzaron á tratar del sitio inexpugnable de Toledo, de sus murallas y fortaleza. Uno dellos, el mas avisado, replicó: por solo un camino se podria esta ciudad conquistar; si por espacio de siete años continuados le pusiesen cerco, y cada un año para quitalle el mantenimiento le talasen los campos y quemasen las mieses, sin duda se perderia. Don Alonso, que del todo no dormia, ó acaso despertó, oyó con mucho gusto aquella plática y la encomendó á la memoria. Añaden á esto alla guerra, que todos serian para ellos mismos, y él se gunos que el rey Moro, advertido del peligro y del descuido, para ver si dormia le mandó echar plomo derretido en la mano, y que por esta causa le llamaron don Alonso el de la mano horadada. Invencion y hablilla de viejas, porque ¿cómo podian tener tan á mano plomo derretido, ni el que mostraba dormir disimular tan' grave dolor y peligro? La verdad, que le llamaron así por su franqueza y liberalidad extraordinaria. Otro dia refieren que estando en presencia del Rey se le levantó el cabello y se le erizó de manera, que, aunque el Rey por dos ó tres veces se le allanó, todavía se tornaba á Jevantar. Los moros, como gente que miran mucho en estos agüeros, avisaron que aquello era pronóstico de grande mal, que se apoderaria de aquel reino si no ganaban por la mano con darle la muerte para asegurarse. ¿Quién podrá desbaratar los consejos de Dios? El Rey era de suyo muy humano y tenia buena voluntad á don Alonso; por esto no se dejó persuadir de los agoreros ni vino en quebrantar por su causa las leyes del hospedaje; contentóse con que don Alonso le hiciese de nuevo pleito homenaje que le seria amigo verdadero y leal. Esto pasaba en Toledo. Por otra porte el rey don M-1.

contentaria con recobrar su estado y vengar aquel agravio. A estas razones respondieron los moros que les pesaba de su mal, pero que no les venia á cuento meter en peligro sus cosas para ayudarle, y mucho menos fiar de promesas de hombre que no se supo conservar en lo que tenia. Despedido deste socorro, todavía quiso probar ventura alentado con otros muchos que le acudieron, unos por odio del rey don Sancho, otros por tener parte en la presa, parte moros, parte cristianos. Con esta gente rompió por las tierras de su reino; los pueblos y ciudades de Portugal fácilmente se le rendian. Acudió el rey don Sancho para atajar esta llama. Llegó con su gente hasta Santaren, que antiguamente fué Scalabis. Juntáronse los dos campos, dióse la batalla de poderá poder, el campo quedó por el rey de Castilla, el estrago y matanza de los contrarios fué grande, muchos prisioneros, y entre los demás el mismo don García, que llevaron al castillo de Luna en Galicia, donde pasó en prisiones lo que restó de la vida pobre y despojado de su estado. Era de suyo hombre descuidado y flojo, suelto de lengua y no bastante para tan grandes olas y tormenta como contra él se levantaron.

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CAPITULO IX.

Cómo el rey don Sancho murió sobre Zamora. Concluido que hobo el rey don Sancho con los dos hermanos, luego que se vió señor de todo lo que su padre poseia, quedó mas soberbio que antes y mas orgulloso. No se acordaba de la justicia de Dios, que suele vengar demasías semejantes y volver por los que injustamente padecen, ni consideraba cuánta sea la inconstancia de nuestra felicidad, en especial la que por malos medios se alcanza. Prometíase una larga vida, muchos y alegres años, sin recelo alguno de la muerte que muy presto por aquel mismo camino se le aparejaba. Despojados los hermanos, solo quedaban las dos hermanas, que pretendia tambien desposeer de los estados que su padre les dejó. El color que para esto tomaba era el mismo del agravio que pretendia se le hizo en dividir el reino en tantas partes; la facilidad era mayor á causa de tener ya él mayores fuerzas, y aquellas señoras ser mujeres y flacas. La ciudad de Zamora estaba muy pertrechada de muros, municiones, vituallas y soldados que tenian apercebidos para todo lo que pudiese suceder. Los moradores era gente muy esforzada y muy leal y aparejados á ponerse á cualquier riesgo por defenderse de cualquiera que los quisiese acometer. Acaudillábalos Arias Gonzalo, caballero muy anciano, de mucho valor y prudencia, y de cuyos consejos se valia la infanta doña Urraca para las cosas del gobierno y de la guerra. El Rey, visto que por voluntad no vendrian en ningun partido ni se le querian entregar, acordó usar de fuerza. Juntó sus huestes y con ellas se puso sobre aquella ciudad, resuelto de no alzar la mano hasta salir con aquella empresa. El cerco se apretaba; combatian la ciudad con toda suerte de ingenios. Los ciudadanos comenzaban á sentir los daños del cerco, y el riesgo que todos corrian los espantaba y hacia blandear para tratar de partidos. En este estado se hallaban cuando un hombre astuto, llamado Vellido Dolfos, si comunicado el negocio con otros, si de su solo motivo no se sabe, lo cierto es que salió de la ciudad con determinacion de dar la muerte al Rey, y por este camino desbaratar aquel cerco. Negoció que le diesen entrada para hablar al Rey; decia le queria declarar los secretos y intentos de los ciudadanos y aun mostrar la parte mas flaca del muro y mas á propósito para darle el asalto y forzalla. Creen los hombres fácilmente lo que desean; salió el Rey acompañado de solo aquel hombre para mirar si era verdad lo que prometia. Hizo dél mas confianza de lo que fuera razon, que fué causa de su muerte; porque estando descuidado y sin recelo de semejante traicion, Vellido Dolfos le tiró un venablo que traía en la mano, con que le pasó el cuerpo de parte á parte; extraño atrevimiento y desgraciada muerte, mas que se le empleaba bien por sus obras y vida desconcertada. Vellido, luego que hizo el golpe, se encomendó á los piés con intento de recogerse á la ciudad. Los soldados que oyeron las voces y gemidos del Rey que se revolcaba en su sangre fueron en pos del matador, y entre los demás el Cid, que se hallaba en aquel cerco. La distancia era grande, y no le pudieron alcanzar, que las guardas le abrieron la puerta mas cercana, y por ella se entró en la ciudad.

Esto dió ocasion para que los de la parte del Rey se persuadiesen fué aquel caso pensado, y que los demás ciudadanos ó muchos dellos eran en él participantes. Los soldados de Leon y de Galicia no sentian bien del Rey muerto, ni les agradaban sus empresas; y así, sin detenerse mas tiempo desampararon las banderas y se fueron á sus casas. Los de Castilla, como mas obligados y mas antiguos vasallos, partę dellos con gran sentimiento llevaron el cuerpo muerto al monasterio de Oña, do le sepultaron y hicieron sus honras, que no fueron de mucha solemnidad y aparato; la mayor parte se quedaron sobre Zamora, resueltos de vengar aquella traicion. Amenazaban de asolar la ciudad y dar la muerte á todos los moradores como á traidores y participantes en aquel trato y aleve. En particular don Diego Ordoñez, de la casa de Lara, mozo de grandes fuerzas y brio, salió á la causa. Presentóse delante de la ciudad armado de todas armas y en su caballo, y desde un lugar alto para que lo pudiesen oir henchia los aires de voces y fieros; amenazaba de destruir y asolar los hombres, las aves, las bestias, los peces, las yerbas y los árboles, sin perdonar á cosa alguna. Los ciudadanos, entre el miedo que les representaba y la vergüenza de lo que dellos dirian, no se atrevían á chistar. El miedo podia mas que la mengua y quiebra de la honra. Solo Arias Gonzalo, si bien su larga edad le pudiera excusar, determinó de salir á la demanda, y ofreció á sí y á sus hijos para hacer campo con aquel caballero por el bien de su patria. Tenian en Castilla costumbre que el que retase de aleve alguna ciudad fuese obligado para probar su intencion hacer campo con cinco, cada uno de por sí. Salieron al palenque y á la liza tres hijos de Arias Gonzalo por su órden: Pedro, Diego y Rodrigo. Todos tres murieron á manos de Diego Ordoñez, que peleaba con esfuerzo muy grande. Solo el tercero, bien que herido de muerte, alzó la espada, con que por lerir al contrario le hirió el caballo y le cortó las riendas; espantado el caballo se alborotó de manera, que sin poderle detener salió y sacó á don Diego de la palizada, lo que no se puede hacer conforme á las leyes del desafío, y el que sale se tiene por vencido. Acudieron á los jueces que tenian señalados; los de Zamora alegaban la costumbre recebida; el retador se defendia con que aquello sucedió acaso y que salió del palenque contra su voluntad. Los jueces no se resolvian, y con aquel silencio parecia favorecian á los ciudadanos. Desta manera se acabó aquel debate, que sin duda fué muy señalado, como se entiende por las corónicas de España y lo dan á entender los romances viejos que andan en este propósito y se suelen cantar á la vihuela en España, de sonada apacible y agradable.

CAPITULO X.

Cómo volvió el rey don Alonso á su reino.

Esto pasaba en Zamora. Doña Urraca, cuidadosa de lo que podria resultar en el reino despues de la muerte de su hermano y por el amor que tenia á don Alonso, que deseaba sucediese en su lugar y recobrase su reino, acordó despachalle un mensajero á Toledo para avisalle de todo, y en particular de la desastrada muerte de su hermano. Dió al mensajero señas secretas para que se certificase que ella misma le enviaba las cartas

en cifra por lo que pudiese suceder, que nadie las entendiese, dado caso que se las tomasen. Lo que contenian en suma era: Que no hay en el mundo alegría pura que no vaya destemplada con tristeza; que el rey don Sancho era muerto por traicion de Vellido Dolfos; que si bien tenia merecida la muerte y los tenia á todos agraviados, en fin era hijo de sus padres, y fuerza se doliesen de su triste suerte; que muy presto se alzaria el cerco de Zamora, si bien don Diego Ordoñez cargaba á los ciudadanos de traidores como participantes en aquel caso, y los retaba resuelto de proballes en campo y por las armas aquel aleve; lo que hacia al caso, y ella siempre deseara y lo suplicara á Dios, era que él, como deudo mas cercano, era llamado á la corona para que recobrase su reino y sucediese en lo demás; por tanto, que abreviase para prevenir los intentos de gente no bien intencionada, granjear y conquistar las voluntades de todos los vasallos; finalmente, que se guardase de gastar el tiempo en demandas y respuestas, consultas y dudas fuera de sazon, pues en casos semejantes no hay cosa mas saludable que la presteza. Esto contenia la carta. Muchas escuchas de moros que andaban mezclados entre los cristianos avisaron primero al rey Moro de lo que pasaba y la fama que en casos semejantes siempre se adelanta y vuela. Peranzules, que por conjeturas que para ello tenia cada dia esperaba algun trueco y mudanza, salia cada dia en son de caza de la ciudad de Toledo por espacio de una legua para informarse de los caminantes y saber lo que pasaba. Con este cuidado hobo á las manos una ó dos espías de los moros que venian con aquel aviso, y sacados del camino, por encubrir las nuevas si pudiera, les dió la muerte. Finalmente encontró con el mensajero de la Infanta, informóse en particular de todo, y con tanto dió vuelta para la ciudad y avisó á don Alonso de lo que venia en las cartas y el mensajero decia. Aconsejábale que con todo el secreto posible sin dar parte al rey Moro se partiese prestamente. A la verdad parecia recia cosa fiarse de los moros, que como tales poca lealtad suelen guardar, además de otros inconvenientes que podian resultar, que el miedo y el amor suelen hacer mayores de lo que son. Don Alonso estaba perplejo sin saber cuál partido debia seguir y qué consejo tomar. Parecíale bien lo que aquel caballero le decia; mas por otra parte se le lacia de mal mostrarse descortés con quien le tenia tan obligado. Resolvióse, finalmente, de seguir lo que parecia mas seguro y mas honesto. Habló con el rey Almenon; avisóle de todo lo que ya él mismo sabia, aunque disimulaba; pidióle licencia para tomar posesion del reino, á que los suyos le convidaban; que no le pareció justo partirse sin su voluntad y sin que lo supiese, de quien tantos regalos tenia recebidos. El bárbaro, vencido con esta cortesía y lealtad, respondió se holgaba mucho que le ofreciesen el reino, y mucho mas que con aquella cortesía le quitase la ocasion de trocar las buenas obras que le hiciera, menores que él merecia y él mismo deseaba, en algun desabrimiento si se pretendiera ir sin que él lo supiese, y sin dalle parte de lo que por otra via muy bien sabia; y aun le tenia tomados los pasos, y en los caminos puestas guardas para que no se le pudiese escapar, si por ventura lo intentase; que muy en buen hora fuese á tomar la corona que le ofrecia; solo queria que, para seguridad de la amis

tad que tenian puesta, le hiciese de nuevo el juramento que le tenia hecho de ser verdadero amigo, así suyo como de su hijo Hisem, para no faltar jamás en la fé y palabra que se daban, pues ponian á Dios por juez y por testigo de aquella confederacion y amistad. Hízose todo como el Moro lo pedia; ayudóle con dineros para el camino, y aun para mas honrarle, al partirse le acompañó por algun buen espacio ; ejemplo singular de fidelidad y templanza en un rey bárbaro como aquel. Lo que se ha dicho tengo por mas cierto que lo que refiere don Lúcas de Tuy, es á saber, que sin que el Rey lo supiese se descolgó por los adarves, y se huyó en postas que le tenian aprestadas. De cualquier manera que ello fuese, él enderezó su camino á Zamora, donde la Infanta le esperaba, y á quien siempre tuvo en lu➡ gar de madre. Consultó con ella lo que debia hacer, despachó sus correos por todas partes para avisar de su venida. Los de Leon no mostraron dificultad alguna, antes con gran voluntad le recibieron y alzaron por su rey. Lo de Galicia andaba en balanzas á causa que su hermano don García, por la mudanza de los tiempos, escapó de la prision y pretendia restituirse en el reino que antes tenia. Acordó don Alonso, por excusar alteraciones, envialle personas nobles y principales que le requiriesen de paz; los cuales, por ser él de buena condicion y sencillo, fácilmente le persuadieron lo que deseaban; antes sin recelarse de alguna celada ni pedir otra seguridad, se vino para su hermano, confiado alcanzaria dél por bien lo que pretendia. Engañóle su esperanza, ca luego le echaron las manos y le quitaron la libertad y volvieron á la prision, que le duró todo el tiempo de la vida. El recelo que de su condicion se tenia, no muy sosegada, que seria ocasion de alborotos y alteraciones, excusan en parte este desaguisado que se le hizo, demás del buen tratamiento que tuvo en la prision, si la falta de la libertad y el reino que le quitaban se pudieran recompensar con alguna otra comodidad y regalo. Con esto quedó llano lo de Galicia. Los caballeros de Castilla se juntaron en la ciudad de Búrgos para acordar lo que se debia hacer. La resolucion fué de recebir á don Alonso por rey de Castilla, á tal que jurase por expresas palabras no tuvo parte ni arte en la muerte de su hermano. Don Alonso, avisado desto, se partió para aquella ciudad. Los mas de los presentes se recelaban de tomarle la jura por pensar lo tendria por desacato y para adelante se satisfaria de cualquiera que lo intentase. Solo el Cid, como era de grande ánimo, se atrevió á tomar aquel cargo y ponerse al riesgo de cualquier desabrimiento. En la iglesia de Santa Gadea de Burgos le tomó el juramento, que en suma era no tuvo parte en la muerte de su hermano ni fué della sabidor; si no era así, viniesen sobre su cabeza gran número de maldiciones que allí se expresaron. Acabada esta ceremonia, á voz de pregonero alzaron por don Alonso los pendones de Castilla, y le declararon por rey con grande muestra de alegría y muchas fiestas que por aquella causa se hicieron. Disimuló el Rey por entonces el desacato; mostróse alegre y cortés con todos como el tiempo lo pedia; pero quedó en su pecho ofendido gravemente contra el Cid, como los efectos adelante claramente lo mostraron. Además que algunos cortesanos, que suelen con su mal término alizar los disgustos de los príncipes y mirar con malos

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