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con el cebo de los deleites. El rey de Sevilla, suegro de don Alonso, fué vencido y muerto en la batalla, con tanto menor compasion y pena de los suyos y menor odio de su enemigo, que se entendia de secreto favorecia á nuestra religion y era cristiano. Llamábase el que le mató Abdalla. Con su muerte sin dilacion todo su estado quedó por los vencedores. Fué esto el año de los moros 484, como lo dice don Rodrigo en la historia de los árabes, que se contaba de Cristo el de 1091. Todas las gentes y ciudades de los moros que quedaban en España, movidos de nuevas esperanzas ó de miedo, se pusieron debajo de su mando, algunas por fuerza, las mas de grado por entender que las cosas de los moros, que estaban para caer, podrian sustentarse y mejorarse con el esfuerzo y ayuda de Alí. Ninguna fe hay en los bárbaros, en especial si tienen armas y fuerza. Así el capitan africano, confiado en las fuerzas de un señorío tan grande como era el de los moros de España, quiso mas ser señor en su nombre y alzarse con todo que gobernar en el de otro y como teniente. Tenia ganadas las voluntades de la gente, y si algunos sentian lo contrario, guardaban secreto el odio, y en público le adulaban; que tal es la condicion de los hombres. Con esto llamóse miramamolin de España, nombre entre los moros y apellido de autoridad real. Demás desto, los reyes moros, que por toda España eran tributarios del rey don Alonso, confiados en el nuevo Rey, como quitada la servidumbre y la máscara y despertados con la esperanza que se les presentaba de la libertad, no querian pagar las parias, como acostumbraban cada un año. Este era el estado de las cosas de España. En la Suria por el esfuerzo de los cristianos se comenzó la guerra sagrada, famosísima por la gloria y grandeza de las cosas que sucedieron y por la conspiracion de todas las naciones de Europa contra los mas belicosos reyes y emperadores del oriente. Jerusalem, ciudad famosa por su antigua nobleza, y muy santa por el nacimiento, vida y muerte de Cristo, hijo de Dios, estaba en poder de gente bárbara, fiera y cruel; padecia por esta causa una servidumbre de cada dia mas grave. Un hombre, llamado Pedro, de noble linaje, natural de Amiens en Francia, y que en su menor edad con el ejercicio de las armas habia endurecido el cuerpo, llegado á edad de varon, por desprecio de las cosas humanas pasaba su vida en el yermo. Este fué por su devocion á Jerusalem para visitar aquellos lugares, y asegurado entre los bárbaros por su pobreza, mal vestido, su rostro contentible y pequeña estatura, tuvo lugar de mirallo todo y calar los secretos de la tierra; consideró cuán atroces y cuán crueles trabajos los nuestros en aquellas partes padecian. Era en aquella sazon obispo de Jerusalem Simon; trataron el negocio entre los dos, y con cartas que le dió para el sumo Pontífice y amplísima comision, dió la vuelta para Europa. El papa Urbano, oido que hobo á Pedro y leido las cartas del Patriarca, afligióse gravemente. Abrasábale la afrenta de la religion cristiana; que aquella tierra en que quedaron impresas las pisadas del Hijo de Dios, orígen de la religion, y en otro tiempo albergo de la santidad, estuviese yerma de moradores, falta de sacerdotes y de todo lo al. Que los bárbaros, no solo contra los hombres, sino contra la santidad de los lugares sagrados, hiciesen la guerra con odio perpetuo y gravísimo de la cristiana religion sin que nadie

les fuese á la mano. Esta mengua le aquejaba y le parecia intolerable. Los emperadores griegos, que debieran ayudar por caerles esto mas cerca y por el miedo y peligro que corrian á causa de los turcos, que los te→ nian á las puertas, gente bárbara y cruel, con el cuidado de sus cosas y otros embarazos poco se curaban de las ajenas y comunes. Los reinos de occidente, por estar léjos sin sospecha y sin recelo, no hacian caso del daño comun, y de ninguna cosa menos cuidaban que de la injuria y afrenta de la religion y del cristianismo. El pontífice Urbano, aunque congojado con estos cuidados y dificultades, en ninguna manera se desanimó; determinóse intentar una cosa dificultosa en la apariencia, pero en efecto saludable. Convocó á los señores y prelados de todo el occidente para hacer concilio y tratar en él lo que á la religion y á la cristiandad tocaba. Dende como con trompeta pensaba tocar al arma, despertar y inflamar los ánimos de todos los cristianos á la guerra sagrada, confiado que á tan buena empresa no faltaria el ayuda de Dios. Señaló para el concilio á Claramonte, ciudad principal en Alvernia y en Francia. Entre tanto que estas cosas se movian en Italia y en Francia, y con embajadas que el Pontífice enviaba á todas las naciones, las convidaba para juntar sus fuerzas, ayudar á la querella comun con consejo y con lo demás, y que con el aparato desta guerra ardian las demás provincias, en España las cosas de los cristianos empeoraban, y parece andaban cercanas á la caida por la venida y armas de los almoravides. Nunca ni con mayor ímpetu se hizo la guerra, ni con mayor peligro de España. Ensoberbecida aquella gente fiera y bárbara con el progreso de las victorias y próspero suceso de sus empresas y con el imperio que se les juntara, fortificados y arraigados en España, volvieron contra los nuestros las armas. Entran por el reino de Toledo, meten á fuego y á sangre toda aquella comarca, robando y saqueando todo lo que se les ponia delante. En particular se apoderaron de las ciudades y pueblos que en aquella parte y en los celtíberos habia dado á Zaida su padre en dote, es á saber, Cuenca, Uclés, Huete. Envió el rey don Alonso á hacer rostro á los moros dos condes, que fueron don García, su cuñado, casado con su hermana, y don Rodrigo con un buen ejército que les dió. Vinieron á las manos con los moros; fueron los nuestros vencidos en batalla y desbaratados cerca de un pueblo llamado Roda, que se entiende llama Plinio Virgao, puesto entre el rio Guadalquivir y el mar Océano. El rey don Alonso, movido de tantos daños y por el recelo del peligro mayor que amenazaba, entendió finalmente el grave yerro que hizo en llamar á los moros. Acudió con nueva diligencia á reparar el mal pasado y los males; hizo en todo su reino levantar mucha gente, y juntados socorros de todas partes, formar un grueso ejército. Muchos de su voluntad vinieron de las provincias comarcanas á ayudar, movidos por el peligro que las cosas de los cristianos corrian. Cerca de Cazalla, pueblo que cae no léjos de Badajoz, se dió de nuevo la batalla de poder á poder; los cristianos quedaron asimismo vencidos (grande lástima y mengua) y muchos dellos muertos en el campo. Sin embargo, don Alonso no perdió en manera alguna el ánimo, como el que ni por las cosas prósperas se ensoberbecia, ni por las adversas se espantaba. Con gran presteza se rehizo de fuerzas, y con nuevos socorros

aumentado su ejército rompió y entró por fuerza hasta Córdoba, hizo estragos de hombres y ganados, sin perdonar á los edificios ni á los campos. El tirano, desconfiado de sus fuerzas por habérsele desbandado el ejército que tenia, fortificóse dentro de Córdoba, ciudad grande y muy fuerte; solo hobo algunas escaramuzas y rebates. Aconteció que Abdalla, de noche, con número de soldados, hizo contra los nuestros una encamisada; mas los moros fueron rechazados y muertos, preso el capitan, y el dia siguiente en presencia de los moros que desde los adarves miraban lo que pasaba, fué hecho pedazos y quemado vivo y con él otros sus compañeros: castigo cruel; pero la desgracia de su suegro Benabet y la pena que della el Rey tomó excusa y alivia aquella crueldad, y aun hizo que fuese la alegría de la victoria mas colmada. El moro Alí, cansado del largo cerco, se rindió presto á todo lo que le fuese mandado. De presente le condenaron en gran suma de dinero, y que para adelante en cada un año pagase cierto tributo y parias. Con esto le dejaron lo que le tomaran como á feudatario de los reyes de Castilla. Principio muy honroso para el rey don Alonso y muy saludable para la provincia, por entenderse con tanto que las armas y fuerzas de aquellos bárbaros podian ser vencidas, domados sus brios. Ordenadas las cosas de Andalucía, la guerra revolvió contra la Celtiberia, parte de Aragon. Cercaron á Zaragoza y con grandes ingenios la combatieron. Los ciudadanos no rehusaban de pagar cada un año algunas parias, á tal empero que el Rey los recibiese debajo de su amparo, y que luego sin hacer daño se partiese de aquella comarca. Era honroso este asiento para el Rey; mas para no alzar el cerco prevaleció el deseo y esperanza de apoderarse de aquella ciudad, dado que por pretender cosas grandes y no contentarse con lo razonable se perdió lo uno y lo otro. Porque Juzef, apercebido de nuevo ejército de almoravides, dinero, infantería, caballería y de todo lo al para la guerra necesario, de Africa pasó á España espantoso y feroz con intento de reprimir los deseños de Alí y castigar su deslealtad y de camino rebatir las fuerzas de los cristianos. Su venida se supo en un mismo tiempo en la ciudad y en los reales; á los moros con esperanza de mejor fortuna puso ánimo; al rey don Alonso forzó por miedo del peligro y de mayor mal, alzado el cerco, volver atrás. Las armas de Juzef procedian prósperamente, porque de primera llegada se apoderó de Sevilla, do el tirano Alí estaba, al cual cortó la cabeza; tras esto luego Córdoba se le rindió. A ejemplo destas dos ciudades, todas las demás del Andalucía y aun todas ias que en España restaban en poder de los moros, en breve se pusieron debajo de su obediencia y tomaron su voz, unas de voluntad, otras por fuerza. Algunas asimismo, confiadas en el esfuerzo y prosperidad del nuevo Rey, sacudian de sí el yugo del imperio cristiano, y no querian hacer los homenajes acostumbrados. No parecia el rey don Alonso debia disimular aquellos desaguisados ni descuidarse en el peligro que amenazaba, por juntarse de nuevo á cabo de tanto tiempo las fuerzas de los moros de Africa con las de los de España en perjuicio de los cristianos. Acordó pues ganar por la mano y dalles guerra con todas sus fuerzas. Mandó hacer todos los apercebimientos necesarios; juntar armas, caballos, vituallas, dineros; acudir á la guerra, no solo los legos,

sino los eclesiásticos; alistar soldados nuevos y viejos, procurar socorros de fuera. Muchos extranjeros, movidos por el peligro de España y encendidos en deseo de ayudar en aquella guerra, de su voluntad vinieron, en especial de Francia; entre estos Raimundo ó Ramon, hermano del conde de Borgoña, y su deudo Enrique, el cual dado que era natural de Besanzon, ciudad antiguainente la mayor de los secuanos en Borgoña, de donde le llamaron Enrique de Besanzon ó Besontino; pero era de la casa y linaje de Lorena, y adelante fundó la gente y reino de Portugal. Vino asimismo otro pariente de Enrique, llamado Raimundo, conde de Tolosa y de San Egidio. Seguia á estos señores buen golpe de gente francesa; soldados valientes, de grande y increible prontitud para acometer la guerra. Acudió demás destos don Saucho, rey de Aragon, el cual bien que era de grande edad, tenia brio y ánimo de mozo y muy aventajada destreza, adquirida con el continuo uso de las guerras que hizo contra los moros. De todas estas gentes se juntó y formó un ejército muy lucido y grande, tanto, que no dudaron acometer las fronteras de los enemigos; entraron adentro en el Andalucía, hicieron estragos, sacos y robos en todos los lugares. No se descuidaron los moros de hacer sus diligencias. Cerca de un lugar llamado Alagueto se juntaron los reales y se dieron vista los unos á los otros. Juzef, por no ser igual en fuerzas, como caudillo recatado y prudente, excusó la batalla; su partida fué semejante á huida, lo que dió á entender la priesa en el retirarse y desamparar gran parte del fardaje. Pareció al rey don Alonso que con la huida del Moro se debia contentar y no aventurar la reputacion que con esto se ganara; además que su ejército, como compuesto de tantas gentes diferentes en lenguas, costumbres y leyes, no se podia entretener largo tiempo. Acordó dar la vuelta á la patria con sus soldados cargados de despojos y alegres por el buen principio. Las armas de los almoravides despues desta afrenta y desman sosegaron por algun tiempo, demás que á Juzef fué forzoso acudir á Africa y ocuparse en asentar el estado de su nuevo reino. El rey don Alonso no se descuidaba en el entre tanto de aparejarse, por tener entendido que muy presto volveria la guerra con mayor fuerza que antes. Determinó hacer nuevas alianzas y ganar con esto y obligarse las voluntades de los príncipes extraños; en particular con aquellos tres senores que vinieron de Francia, para mas prendallos y en premio de la ayuda que le dieron y de sus servicios, casó otras tautas hijas suyas. Con Ramon, conde de Tolosa, casó doña Elvira; con Enrique de Lorena doйa Teresa, ambas habidas fuera de matrimonio, como arriba se ha dicho, pero criadas con regalo y con aparato real y con esperanza de gran estado. A Ramon el de Borgoña dió por mujer á doña Urraca, su legítima bija; deste Principe se dice que reedificó y pobló la ciudad de Salamanca por mandado del Rey, su suegro. Demás desto, con el conde don Rodrigo casó doña Sancha, hija del Rey y de doña Isabel, su mujer; deste dicen que decienden los Girones, señores de grande y antigua nobleza en España. A don Enrique señaló en dote todo lo que en Portugal tenia ganado de los moros, con titulo de conde y con condicion que fuese vasallo de los reyes de Castilla y viniese á las Cortes del reino y á la guerra con sus armas y gentes todas las veces que fuese

avisado. Estos fueron los principios y las zanjas de aquel nuevo reino de Portugal, apellido que tomó poco adelante deste tiempo, y le conservó por mas de cuatrocientos años, en que tuvo reyes proprios, descendientes deste Príncipe y primer fundador suyo. A don Ramon de Borgoña dió el gobierno de Galicia con título de conde, nombre de que solian usar los gobernadores de las provincias, y en dote la esperanza de suceder en el reino si faltase acaso el infante don Sancho, hijo del Rey. Al conde de Tolosa dieron en dote muchas preseas y joyas, gran cantidad de oro y de plata, ningun estado en España, por tratar de volverse á Francia, do poseia grandes tierras y gran ditado. Puédese sospechar que la misma Tolosa se le dió en dote como sujeta

causa por el deseo de vengar aquel desastre y satisfacerse (ca era suegro del Rey, padre de la reina doña Felicia) de maltratar los moradores de aquella ciudad al tomarla y que la matanza fuese grande. Bolea, que, es un pueblo á la raya de Navarra en los ilergetes, á la ribera del rio Cinga, do duró mucho la guerra, se ganó de los moros. Al tanto Monzon, villa fuerte en aquella comarca por su asiento y por el alcázar que tenia, con otros pueblos y castillos que seria largo contallos. Fundóse y poblóse Estella por este tiempo en Navarra, pequeño lugar entonces, al presente ciudad noble en aquel reino; y porque ei rey don Sancho trataba de ir sobre Zaragoza, cinco leguas mas arriba de aquella ciudad á la ribera de Ebro edificó un casti

á estos reyes, segun de suso dos veces queda apunta-llo, llamado Castellar, para efecto de reprimir las cordo. Quién dice que por las armas de don Alonso el año 1093 se ganó la ciudad de Lisbona. Si fué así ó de otra manera, no lo sabria determinar. A la verdad no pocas veces aquella ciudad se ganó y se perdió como prevalecian las armas, ya de moros, ya de cristianos, y últimamente se ganó de los moros pocos años adelante, dende el cual tiempo permaneció perpetuamente en la posesion y señorío de los cristianos.

CAPITULO II.

Cómo don Sancho Ramirez, rey de Aragon, fué muerto. El año siguiente, que se contaba del nacimiento de Cristo 1094, fué señalado por nacer en él don Alonso, hijo de don Enrique, el de Lorena, y de su mujer doña Teresa, el cual con sus armas y valor dió lustre al nombre de Portugal. Extendió su señorío, y fué el primero de aquellos príncipes que tomó nombre de rey por permision de los pontífices romanos, en que se mantuvo contra la voluntad de los reyes de Castilla. Pero el mismo año fué desgraciado por la desastrada muerte que sobrevino á don Sancho, rey de Aragon, á quien asimismo deben los aragoneses la loa, no solo de haber bien gobernado y conservado aquel reino como lo hicieron sus antepasados, sino de le dejar acrecentado y colmado de todos los bienes. El fué el primero que de los montes ásperos y encumbrados, do los reyes pasados defendian su imperio y señorío, no menos confiados en la maleza de los lugares que en las armas, abajó á los campos rasos y á la llanura, y ganó por las armas gran número de ciudades y lugares. Dió guerra continua á los reyes moros de Balaguer, de Lérida, de Monzon, de Barbastro y de Fraga; y vencidos, los forzó primeramente que le pagasen parias, despues con un largo y trabajoso cerco tomó á Barbastro, noble ciudad puesta junto al rio Vero, de gran frescura y deleitosos campos. La fortaleza de las murallas espantaba; mas la constancia del Rey y de los suyos venció todas las dificultades; como de todas partes arremetiesen, y la furia no amansase ni aflojase de los que olvidados de las heridas y menospreciada la muerte pretendian apoderarse de aquella plaza, fué entrada por fuerza y puesta á saco. Salomon era á la sazon obispo de Roda; otros le llaman Arnulfo; lo mas cierto que á los tales obispos de Roda quedó desde entonces sujeta la iglesia de Barbastro. Item, que en aquel cerco murió Armengaudo ó Armengol, conde de Urgel, por donde le llamaron Armengol de Basbastro, que fué la

rerías de los moros; demás desto, para con ordinarias salidas y cabalgadas que dende queria se hiciesen tener todos los alderredores trabajados; en que pasaron tan adelante los soldados que puso en aquella plaza, que quitados los bastimentos á la misma ciudad, muchas veces parecia tenerla cercada. En los pueblos dichos antiguamente vascetanos se edificó la villa de Luna, en ninguna cosa mas señalada que en dar principio al linaje y familia de los Lunas, muy ilustre y muy antiguo en Aragon. La cabeza y fundador deste linaje fué Bacalla, hombre principal, á quien don Sancho hizo donacion de aquel pueblo, rey que fué verdaderamente grande, y con el lustre de todas las virtudes esclarecido, y sobre todo señalado en piedad y devocion. Alcanzó de Alejandro II, sumo pontífice, que el monasterio de San Juan de la Peña con los demás de su reino fuesen exemptos de la jurisdiccion de los obispos. Alegaban por causa desta exempcion y para alcanzalla la codicia de los obispos, que se entregaban libremente en los bienes de los monasterios. A la verdad las costumbres de los monjes en aquel tiempo, de que san Bernardo se queja, y sus deseos se inclinaban demasiado á pretender libertad, tanto, que de ordinario sus abades impetraban privilegio para usar de las insignias de los obispos, mitra, báculo, muceta, en señal que tenian autoridad obispal; camino inventado y traza para ser exemptos de los ordinarios. El pecado de codicia que se imputaba á los obispos tambien alcazaba al Rey; esto fué lo que principalmente en sus costumbres se nota, que libremente metió la mano en los bienes eclesiásticos y preseas de los templos. Parecia excusarle en parte la falta de dinero que tenia, la pobreza y los grandes gastos de la guerra, además de una bula que ganó de Gregorio VII, sumo pontifice, en que le concedió facultad para que á su voluntad trocase, mudase y diese á quien por bien tuviese los diezmos y rentas de las iglesias que ó de nuevo fuesen edificadas ó ganadas de los moros. Sin embargo, él con ilustre ejemplo de modestia y santidad algunos años antes deste, afligido del escrúpulo que de aquel hecho le resultó y para sosegar la murmuracion del pueblo, causada por aquella libertad, en Roda en la iglesia de San Victorian, delante el altar de San Vicente, con grande humildad, gemidos y lágrimas pidió de lo hecho públicamente perdon, aparejado á emendarse. Haliose presente Raimundo Dalmacio, obispo de aquella ciudad, al cual mandó restituir enteramente todo lo que le fuera quitado. Los príncipes que en nuestra edad

siguen las pisadas deste Rey en apoderarse de los bienes eclesiásticos debrian imitar su penitencia, por lo menos temer su fin, que fué de la manera que se dirá. Continuaba en su costumbre de trabajar con guerra continua á los moros, en particular á Abderraman, rey de Huesca; habíase apoderado por las armas de todos los lugares de aquella comarca, y tomado que hobo tambien á Montaragon, pueblo que está una legua de aquella ciudad, procuraba fortificalle con grandes pertrechos para desde allí molestar continuamente aquellos ciudadanos de Huesca. No paró aquí, sino que últimamente, juntadas sus gentes, puso sitio sobre aquella ciudad. En los collados al rededor repartió sus guarniciones con intento que nadie pudiese salir ni entrar. Los reales principales puso en un montecillo ó recuesto, que desde aquel tiempo, del nombre del Rey, llamaron Poyo de Sancho. Era la ciudad muy fuerte y como reparo por aquella parte de todo el señorío de los moros, no de otra manera que lo fué en tiempo de los romanos, cuando por muestra de su fortaleza la llamaron antiguamente ciudad vencedora. El cerco iba á la larga, y no se podia ganar por fuerza. Los de Huesca trataron con don Alonso, rey de Castilla, que los socorriese. Acostumbran los reyes, cuando se muestra esperanza de provecho, procurar mas sus particulares intereses, que tener cuenta con el deber, con la religion y con la fama. Otorgó con su peticion; era cosa afrentosa ayudar á los moros al descubierto. Parecióle buen consejo acometer por la parte de Vizcaya las tierras de Navarra, y con esto divertir las fuerzas de Aragon y hacer que no fuesen bastantes para la una y para la otra guerra; envió para este efecto al conde don Sancho. Saliéroule al encuentro los infantes de Aragon, don Pedro y don Alonso, por mandado de su padre el rey don Sancho, que forzaron á los enemigos sin hacer algun efecto volver atrás y dejar lo comenzado. El cerco iba adelante y se apretaba de cada dia mas cuando sucedió una grande desgracia. El rey don Sancho, cansado del largo cerco, andaba mirando los muros de la ciudad, y como advirtiese un lugar á propósito por do le pareció se podria acometer y entrar, extendió el brazo para le mostrar á los que le acompañaban; flecharon una saeta del adarve al mismo punto, que le hirió debajo del mismo brazo; la herida fué mortal; los naturales decian ser castigo y venganza de Dios por los bienes de las iglesias en que puso en otro tiempo la mano. Murió á 4 del mes de junio; su cuerpo llevaron á Montaragon, y le depositaron en el monasterio de Jesu Nazareno, que él mismo edificó. Desde allí, ganada la ciudad, fué trasladado á San Juan de la Peña, donde por lo menos se muestra el sepulcro de doña Felicia, su mujer, con su letrero, que falleció los años pasados. Sin embargo, los hijos, como les fué mandado por su padre, llevaron adelante el cerco, determinados de no partirse de allí antes de vengar aquel desastre y destruir aquella ciudad. Don Pedro en vida de su padre se llamaba rey de Ribagorza y Sobrarve, y de Berta, su mujer, á quien otros llaman doña Inés, tenia un hijo de su mismo nombre; otros le dan nombre de don Sancho. Al presente él mismo por la muerte de su padre heredó todos los demás estados; á don Alonso quedaron algunos pueblos. El menor de sus hermanos, que se llamó don Ramiro, en el monasterio de San Ponce de Tomer,

puesto en el territorio de Narbona, á las riberas del rio Jauro, tomara el hábito de monje con menosprecio de las cosas humanas y por mandado de su padre, como se entiende por un privilegio que el año pasado el mismo Rey dió al abad de aquel convento, llamado Frotardo, en que le hace donacion por este respeto para sustento de los monjes de grandes posesiones, dehesas y heredades. El cerco de Huesca duró mucho, no menos que seis meses, como dicen algunos; otros pretenden que pasó de dos años. Los cercados, cansados de tantos males y reducidos á extrema falta de mantenimientos, llamaron en su ayuda á Almozaben, rey de Zaragoza, y á don García, conde de Cabra, y á otro señor principal, que se decia don Gonzalo; ca en aquella revuelta de tiempos y estrago de costumbres no se tenia por escrúpulo que cristianos ayudasen á los moros contra otros cristianos. Don Gonzalo no fué allá; pero un buen número de los suyos que envió y el conde don García se juntaron con el rey Moro, que con gran diligencia tenia levantada una grande morisma, y partieron con estas gentes de Zaragoza. Estaba el negocio en grande riesgo y casi extremo. El mismo don García, quier con buen ánimo, ó con muestra fingida de amistad, amonestó al nuevo rey don Pedro, y le avisó que si no queria perderse, alzado el cerco, diese luego vuelta á su tierra. Prevaleció contra el miedo el deseo de la honra y el homenaje con que los hermanos se obligaron á su padre á la hora de su muerte de no desistir antes de tomar la ciudad. Extiéndese junto á la ciudad una llanura, llamada Acoraz, muy conocida por el suceso desta batalla. En aquel llano se determinaron los cristianos de encomendarse á sus brazos y á Dios, y para le tener mas favorable por medio de sus santos, trajeron á los reales el cuerpo de san Victorian. Demás desto, la noche antes le apareció al Rey una vision de persona mas que humana, que le amonestaba con grande ánimo diese la batalla seguro de la victoria. En la vanguardia iba el infante don Alonso, en la retaguardia el mismo Rey, el cuerpo de la batalla encomendó á Lisana y Bacalla, hombres muy nobles y valientes; la caballería puso por frente. Estos comenzaron la pelea, siguiéronles los estandartes de la infantería. Los bárbaros con su muchedumbre henchian los campos y valles comarcanos. Cerraron los escuadrones; la pelea fué muy brava; ninguna en aquel tiempo ni de mayor peligro ni de mas dichoso fin. No se oia por todo el campo sino gemidos de los que caian, vocería de los que peleaban, estruendo y ruido de las armas. Era cosa digna de ver los hombres y las mujeres que desde los adarves miraban la pelea y cómo iban las cosas de los moros á veces se mostraban alegres, á veces medrosos. Duró là pelea hasta que cerró la noche sin entenderse del todo ni declararse la victoria por ninguna de las partes. Los nuestros sobrepujaban en la causa, esfuerzo y destreza del pelear; el número de los enemigos era mayor. Estuvieron armados hasta que amaneció el dia siguiente; tan grande era el deseo de volver á la pelea, y aun el miedo no menor que entrara en el ánimo de los cristianos. Con el sol se supo que los moros, desamparados los reales, con su rey Almozaben á toda priesa se retiraban á Zaragoza. Siguieron luego el alcance por la huella, sin cesar de matar y prender á todos los que hallaban; en la pelea y en el alcance llegaron los muer

tòs á cuarenta mil. De los nuestros apenas faltaron mil, pocos en número para tan señalada victoria, y personas no de mucha cuenta, ni por su linaje ni hazañas. El conde don García fué preso; despues de la pelea recogieron los despojos; los campos cubiertos de cuerpos muertos, armas, ropa, caballos, miembros cortados, pechos atravesados con hierro, la tierra teñida y bañada de sangre. Algunos dicen que san Jorge fué visto andar entre las haces, y que con su ayuda se ganó aquella victoria; otros que un cierto del linaje de los Moncadas, que habia estado el mismo dia en la Suria y ciudad de Antioquía, anduvo en un caballo en esta batalla. El vulgo, amigo de milagros y para hacer mas alegre lo que se cuenta, suele añadir fábulas á la victoria; bastará á nuestro cuento que lo que es verisimil se reciba por verdad. Concuerdan los autores en que en adelante las armas de los reyes de Aragon fueron una cruz en campo plateado, en los cuarteles del escudo cuatro cabezas rojas con la sangre de otros tantos reyes y capitanes que murieron en esta batalla, que se dió á 18 de noviembre, y el noveno dia adelante aquella muy noble ciudad, perdida toda esperanza de defenderse, se rindió. El siguiente mes, á 17 de diciembre, consagraron la mezquita mayor en iglesia. Haliáronse á esta consagracion los obispos Berengario, el que Bernardo, arzobispo de Toledo, de Vique le pasó á Tarragona, como se dirá luego; Amato, prelado de Burdeos; Folch, de Barcelona; Pedro, de Pamplona; Sancho, de Lascar, y con los demás otro Pedro, que se intitulaba obispo de Aragon y de Jaca, y tomada esta ciudad, se llamó obispo de Huesca. En el lugar de la batalla mandó el Rey edificar una iglesia de San Jorge, patron de la caballería cristiana. Por el mismo tiempo se dió principio en Pamplona á la nueva fábrica de la iglesia mayor, cuyos rastros todavía se ven. Mandóse que los canónigos viviesen como religiosos conforme á la regla de san Agustin; estatuto que de aquel principio se guarda tambien el dia de hoy, que son canónigos reglares y siguen vida comun. En el mismo tiempo que Pedro era obispo de Pamplona fué tambien Gomesano obispo de Búrgos, sucesor de Jimeno, aquel en cuyo tiempo la silla obispal desde Oca, do hasta entonces de muy antiguo tiempo estuvo, se trasladó á Búrgos. Los arzobispos de Tarragona y Toledo pretendian cada cual que la iglesia de Búrgos le era sufragánea; el pleito duró tiempo y fué ocasion que los pontífices romanos, por no podellos conformar ni concertar, mandasen que aquel obispado quedase exempto sin reconocer á la una iglesia ni á la otra por metropolitana; lo cual se guardó por largos años hasta que poco ha la erigieron en arzobispal.

CAPITULO III.

Cómo don Bernardo, arzobispo de Toledo, se partió para la guerra de la Tierra-Santa.

En el tiempo que estas cosas que se han dicho sucedieron en Aragon y en otras partes de España, las demás provincias de cristianos andaban ocupadas en los aparejos que se hacian para la guerra de la Tierra-Santa; caballos, armas, libreas, ruido de atambores y sonido de trompetas, asonadas de guerra por todas partes. Los mares, tierras, campos, pueblos con mezcla y revolucion de todas las gentes y rumores de la guerra

andaban alborotados. El mismo pontifice Urbano, en Claramonte, ciudad que Sinodio y los antiguos llamaron Arverno, celebraba Concilio general de prelados y señores seglares, que de todas las provincias acudieron á su llamado el año de 1096. Desde allí despertó como con trompeta á todas las naciones, cuan anchamente se extendian los términos del imperio cristiano. Leyéronse en el Concilio las cartas de Simon, obispo de Jerusalem; refirióse la embajada y comision que Pedro, natural de Amiens, traia. Muchos ciudadanos de Jerusalem y de Antioquía, hombres santos y nobles, huidos de sus casas, con lágrimas, gemidos y maltratamiento que representaban en su traje movian á compasion los ánimos de todos los que presentes estaban. El Pontífice con esta ocasion á manera de orador en la junta hizo un razonamiento deste tenor: «Oido habeis, hijos carísimos, los males que vuestros hermanos padecen en Asia; sus desastres son afrenta nuestra, mengua y deshonra de la religion cristiana, digna, si fuésemos hombres, de que se remediase con la vida y con la sangre. Ninguno puede escapar de la muerte por ser cosa natural. El mayor de los males es coa deseo de la vida sufrir torpezas y fealdades y disimularlas. Justo es que restituyamos el espíritu, salud y villa á Cristo que nos la dió; la virtud y el valor, propia ex◄ celencia del nombre y linaje cristiano, suele rechazar la afrenta. Las fuerzas y ejércitos que hasta aquí, mal pecado, habeis gastado en las guerras civiles, empleadlas por Dios en empresa tan honrosa y de tanta gloria. Vengad las afrentas de Cristo, hijo de Dios, que cada dia y tantas veces es herido, azotado y muerto de la impia y bárbara gente cuantas sus siervos son oprimidos, afligidos y ultrajados, y profanan aquella tierra y la ensucian que Cristo consagró con sus pisadas. ¿Por ventura puede haber causa mas justa de hacer la guerra que volver por la religion, librar los cristianos de servidumbre, cuales Dios inmortal quiso fuesen señores de todas las gentes? Si de las guerras se pretende y desea interés, ¿de dónde le podeis esperar mayor que en hacella á una gente sin fuerzas y que mas trae á la guerra despojos que armas? Nunca Asia fué igual en fuerzas á Europa; allí las riquezas, oro, plata, piedras preciosas, de que los hombres hacen tanta estima. Si se busca la gloria, ¿por ventura puédese pensar cosa mas honrosa que dejar á los hijos y descendientes tal ejemplo de virtud, ser llamados libertadores del mundo, conquistadores del oriente, vengadores de las afrentas de la religion cristiana? Riquezas no faltan para los gastos, gente y soldados excelentes en la edad, fuerza, consejo, ejercitados en las armas. ¿Por ventura, apercebidos de tanlas ayudas, dejarémos que la gente malvada y sucia baga burla de la majestad de la religion cristiana? Cristo será el capitan, el estandarte la cruz, ninguna cosa hará constraste á la virtud y piedad. Sola vuestra vista les pondrá espanto, no la podrán sufrir. Yo a lo menos lo que debo á Dios, lo que á la religion cristiana, por la cual puesto como en atalaya y centinela estoy determinado de velar dias y noches, cuanto pudicre con cuidado, trabajo, vigilias, autoridad y consejo, todo lo emplearé en esta demanda. Que si otros no me siguieren, estoy determinado meterme por las espadas de los enemigos y procurar con nuestra sangre el re

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