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medio de tan grandes cuitas, desventuras y desastres como padecen nuestros hermanos. Ningun trabajo en tanto que viviere, ningun afan, ningun riesgo rehusaré de acometer por el bien de la república y honra de la religion.» Con este razonamiento del Pontífice inflamados todos los presentes, los mayores, medianos y menores, se encendieron á tomar las armas; toda tardanza les era pesada. Ademaro, obispo de Anicio, de los vellaunos, de Puis por otro nombre, y Guillermo, obispo de Oranges, fueron los primeros que prostrados á los piés del Pontífice tornaron la señal de la cruz, que era la divisa y blason de la guerra; despues dellos hicieron lo mismo nobilísimos príncipes de Francia, Italia y España, y por su ejemplo un infinito número de otra gente menuda. Hugon, hermano de Filipe, rey de Francia, fué el mas principal; tras dél Gotifredo ó Jofre, hijo de Eustacio, conde de Boloña y duque de Lorena, al cual, tomado que hobieron la ciudad de Jerusalem, porque fué el primero á la entrada, por votos libres de todos nombraron por rey de Jerusalem; honra perpetua de Francia y de Boloña, su patria, ciudad puesta en la Gallia Bélgica cerca del mar Océano. Demás destos, se ofrecieron para aquella empresa los hermanos del Gotifredo ó Jofre, Eustacio y Balduvino, los condes Roberto, de Flandes; Estéban, de Bles; Alpino, de Burges; Ramon, de Tolosa; en cuya compañía fué doña Teresa, su mujer, y parió en la Suria el segundo hijo, que se llamó Alonso Jordan, por haber sido baptizado en el rio Jordan. De España otrosí acudieron á la empresa los condes Guillen, de Cerdania, que murió en aquella jornada de una saeta con que le hirieron en la ciudad de Tripol de la Suria, por donde asimismo le llamaron por sobrenombre Jordan; Guitardo, de Ruisellon, y Guillen, conde canetense. En Italia Boamundo, príncipe de la Pulla, dejado á su hermano Rogerio su estado, sobre que traian diferencias, acompañado de doce mil combatientes, siguió á los demás príncipes en aquella sagrada jornada. Bernardo, arzobispo de Toledo, como quier que era de gran corazon, dado que hobo asiento en las cosas de aquella su diócesi, y puesto en la iglesia mayor de Toledo para su servicio treinta canónigos y otros tantos racioneros, tomada la señal y divisa de la cruz se partió para esta guerra. De su partida resultó un gran desórden. Apenas era salido de la ciudad, cuando los canónigos que dejó, sea por odio que le tuviesen por ser extranjero, ó entender que no volveria, arrebatadamente se juntaron ý nombraron nuevo prelado en lugar de Bernardo. Defendian algunos la razon; pero los mas votos, como muchas veces acontece, prevale cieron contra los menos, aunque sintiesen mejor, y los echaron de la ciudad. Bernardo, avisado de lo que pasaba, con aquella mala nueva tornó á Toledo y allanó la revuelta; echados aquellos sacerdotes que fueron autores y ejecutores de aquel mal consejo, puso en su lugar monjes del monasterio de Sahagun, en que él fuera antes abad; ocasion, segun dicen algunos, que muchas maneras de hablar y vocablos propios de monjes y ceremonias se pegaron á la iglesia mayor de Toledo, que de mano en mano se han conservado y usado hasta el dia de hoy. Hecho esto, se puso de nuevo en camino. Llegado á Roma, fué forzado por el pontífice Urbano á volver atrás, por quedar en España tanta

guerra y porque Toledo por ser de nuevo ganada parecia tener necesidad de la ayuda, presencia y diligencia de quien la gobernase. Absolvióle del voto que tenia hecho de ir á la Tierra-Santa, á tal que los gastos y dinero que tenia apercebido para aquella guerra emplease en reedificar á Tarragona, ciudad que por el esfuerzo y armas del conde de Barcelona en esta sazon era vuelta á poder de cristianos. Era muy noble antiguamente y poderosa por su antigüedad y ser silla del imperio romano en España; mas en aquel tiempo se hallaba reducida á caserías y era un pueblo pequeño. Reparóla pues don Bernardo, y en ella puso por arzobispo á Berengario, obispo de Vique, ciudad que quiso asimismo fuese sufragánea de Tarragona, para mas autorizarla. La verdad es que el nuevo arzobispo Berengario, olvidado deste beneficio, puso despues pleito á Bernardo, que le habia entronizado, sobre el de la primacía, por antiguas historias, ejemplos y escrituras desusadas de que se valia para defender los derechos y libertad de su iglesia; como quier que el de Toledo, por concesion muy fresca del pontífice Urbano, no solo alcanzó para sí y para siempre el prima do de toda España, sino de presente como legado del Pontífice romano tenia superioridad sobre todas las iglesias y poder de ordenar sus cosas y enderezallas, dalles prelados y reformallas. Con este intento de ejecutar lo que le ordenó el Papa, de Francia, cuando por aquella provincia volvia á España, trajo consigo á Toledo algunas personas de grande erudicion y bondad; honrólos de presente con cargos y gruesos beneficios que les dió, y su virtud el tiempo adelante los promovió á mayores cosas. Estos fueron Gerardo de Mosiaco, que luego le hizo primiclerio ó chantre de Toledo, despues arzobispo de Braga; Pedro, natural de Burges, de arcediano de Toledo pasó á ser obispo de Osma. Al uno y al otro la santidad de la vida y excelente virtud puso en el número de los santos. Fuera destos vinieron Bernardo y Pedro, naturales de Aagen; Bernardo, de primiclerio de Toledo fué obispo de Sigüenza y despues de Santiago; Pedro, de arcediano de Toledo subió á ser prelado de Segovia. Otro Pedro, obispo de Palencia. Jerónimo, natural de Periguex, que á instancia del Cid tuvo cuidado de la iglesia de Valencia luego que la ganó de los moros; y despues que se perdió, hizo oficio de vicario de obispo en Zamora. Muerto este, otro Bernardo, del mismo número, fué el primer obispo de aquella ciudad. En este mismo rebaño, bien que de diferentes costumbres entre sí, se cuentan Raimundo y Burdino; Raimundo, natural de la misma patria del arzobispo Bernardo, despues de Pedro, de suso nombrado, fué obispo de Osma, y adelante prelado de Toledo por muerte y en lugar de dicho Bernardo. Burdino, natural de Limoges, de arcediano de Toledo pasó á ser obispo de Coimbra y de Braga; últimamente se hizo falso poutífice romano, de que resultó discordia sin propósito y scisma en el pueblo cristiano, y él por el mismo caso se mostró ser indigno del número y compañía de los varones excelentes que de Francia vinieron en compañía de Bernardo, como en otro lugar mas á propósito se declarará.

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CAPITULO IV.

Cómo el Cid ganó á Valencia.

En este medio no estaban en ocio las armas de Rodrigo de Bivar, por sobrenombre el Cid, varon grande en obras, consejo, esfuerzo y en el deseo increible que siempre tuvo de adelantar las cosas de los cristianos, y á cualquiera parteque se volviese, por aquellos tiempos el mas afortunado de todos. No podia tener sosiego, antes con licencia del rey don Alonso en el tiempo que él andaba ocupado en la guerra del Andalucía, como de suso queda dicho, con particular compañía de los suyos revolvió sobre los celtiberos, que eran donde ahora los confines de Aragon y Castilla, con esperanza de hacer allí algun buen efecto, por estar aquella gente con la fama de su valor amedrentada. Todos los señores moros de aquella tierra, sabida su venida, deseaban á porfía su amistad. El señor de Albarracin, ciudad que los antiguos llamaron, quién dice Lobeto, quién Turia, fué el primero á quien el Cid admitió á vistas y luego á conciertos; despues el de Zaragoza, al cual por la grandeza de la ciudad fué el Cid en persona á visitar. Recibióle el Moro muy bien, como quier que tenia grande esperanza de hacerse señor de Valencia con ayuda suya y de los cristianos que llevaba. La ciudad de Valencia está situada en los pueblos llamados antiguamente edetanos, á la ribera del mar en lugares de regadío y muy frescos y fértiles, y por el mismo caso de sitio muy alegre. Demás desto, así en nuestra era como en aquel tiempo, era muy conocida por el trato de naciones forasteras que allí acudian á feriar sus mercadurías y por la muchedumbre, arreo y apostura de sus ciudadanos. Hiaya, que dijimos fué rey de Toledo, tenia el señorío de aquella ciudad por herencia y derecho de su padre, ca fué sujeta á Almenon. El rey don Alonso otrosí, como se concertó en el tiempo que Toledo se entregó, le ayudó con sus armas para mantenerse en aquel estado. El señor de Denia, que lo era tambien de Játiva y de Tortosa, quier por particulares disgustos, quier con deseo de mandar, era enemigo de Hiaya y trabajaba con cerco aquella ciudad. El rey de Zaragoza pretendia del trabajo ajeno y discordia sacar ganancia. Los de Valencia le llamaron en su ayuda y él deseaba luego ir, por entender se le presentaria por aquel camino ocasion de apoderarse de los unos y de los otros. Concertóse con el Cid, y juntadas sus fuerzas con él, fué allá. El señor de Denia, por no ser igual á tanto poder, luego que le vino el aviso de aquel apercibimiento, alzó el cerco concertándose con los de Valencia. Quisiera el de Zaragoza apoderarse de Valencia, que al que quiere hacer mal nunca le falta ocasion. El Cid nunca quiso dar guerra al rey de Valencia; excusóse con que estaba debajo del amparo del rey don Alonso, su señor, y le seria mal contratado si combatiese aquella ciudad sin licencia ó le hiciese cualquier desaguisado. Con esto el de Zaragoza se volvió á su tierra. El Cid, con voz de defender el partido del rey de Valencia, sacó para sí hacer, como hizo, sus tribufarios á todos los señores moros de aquella comarca y forzar á los lugares y castillos que le pagasen parias cada un año. Con esta ayuda y con las presas, que por ser los campos fértiles eran grandes, sustentó por algun tiempo los gastos de la guerra. El rey Hiaya, como

fuese antes aborrecido, de nuevo por la amistad de los cristianos lo fué mas; y el odio se aumentó en tanto grado, que los ciudadanos llamaron á los almoravides, que á la sazon habian extendido mucho su imperio, y con su venida fué el Rey muerto, la ciudad tomada. El movedor deste consejo y trato, llamado Abenja fa, como por premio se quedó por señor de Valencia. Ei Cid, deseoso de vengar la traicion, y alegre por tener ocasion y justa causa de apoderarse de aquella ciudad nobilísima, con todo su poder se determinó de combatir á los contrarios. Tenia aquella ciudad grande abundancia de todo lo que era á propósito para la guerra, guarnicion de soldados, gran muchedumbre de ciudadanos, mantenimientos para muchos meses, almacen de armas y otras municiones, caballos asaz; la constancia del Cid y la grandeza de su ánimo lo venció todo. Acometió con gran determinacion aquella empresa; duró el sitio muchos dias. Los de dentro, cansados con el largo cerco y reducidos á extrema necesidad de mantenimientos, demás que no tenian 'alguna esperanza de socorro, finalmente se le entregaron. El Cid, con el mismo esfuerzo que comenzó aquella demanda, pretendió pasar adelante; lo que parecia locura, se resolvió de conservar aquella ciudad; hazaña atrevida y que pusiera espanto aun á los grandes reyes por estar rodeada de tanta morisma. Determinado pues en esto, lo primero llamó á Jerónimo, uno de los compañeros del arzobispo don Bernardo, desde Toledo para que fuese obispo de aquella ciudad. Demás desto, hizo venir á su mujer y dos hijas, que, como arriba se dijo, las dejó en poder del abad de San Pedro de Cardeña. Al Rey, por haber consentido benignamente con sus deseos, y en especial dado licencia que su mujer y hijas se fuesen para él, envió del botin y presa de los moros docientos caballos escogidos y otros tantos alfanjes moriscos colgados de los arzones, que fué un presente real. En este estado estaban las cosas del Cid. Los infantes de Carrion, Diego y Fernando, personas en aquella sazon en España por sangre y riquezas nobilísimos, bien que de corazones cobardes, por parecerles que con las riquezas y haberes del Cid podrian hartar su codicia, por no tener hijo varon que le heredase, acudieron al Rey y le suplicaron les hiciese merced de procurar y mandar les diesen por mujeres las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol. Vino el Rey en ello, y á su instancia y por su mandado se juntaron á vistas el Cid y los infantes en Requena, pueblo no léjos de Valencia, hicieron las capitulaciones, con que los infantes de Carrion en compañía del Cid pasaron á Valencia para efectuar lo que deseaban. Las bodas se hicieron con grandes regocijos y aparato real. Los principios alegres tuvieron diferentes remates. Los mozos, como quier que eran mas apuestos y galanes que fuertes y guerreros, no contentaban en sus costumbres á su suegro y cortesanos, criados y curtidos en las armas. Una vez avinò que un leon, si acaso, si de propósito, no se sabe; pero en fin, como se soltase de la leonera, ellos de miedo se escondieron en un lugar poco decente. Otro dia en una escaramuza que se trabó con los moros que eran venidos de Africa, dieron muestra de rehusar la pelea y volver las espaldas como medrosos y cobardes. Estas afrentas y menguas, que debieran remediar con esfuerzo, trataron de vengallas torpemente; y es así, que ordinariamente la cobardía

arriba dicho; y doña Sol con don Pedro, hijo del rey de Aragon, llamado tambien don Pedro, que por sus embajadores las pidieron y alcanzaron de su padre. De don Ramiro y doña Elvira nació Garci Ramirez, rey que fué adelante de Navarra. Don Pedro falleció en vida de su padre sin dejar sucesion. Con estas bodas y con su alegría se olvidó la memoria de la afrenta y injuria pasada, y se aumentó en gran manera el contento que recibiera el Cid muy grande por la venganza que tomó de sus primeros yernos. La fama de las hazañas del Cid, derramada por todo el mundo, movió en esta sazon al rey de Persia á enviarle sus embajadores. Esto hizo mayor y mas colmado el regocijo de las fiestas, que un Rey tan poderoso, de su voluntad, desde tan lejos pretendiese confederarse y tener por amigo un caballero particular. A vista de Valencia por dos veces, en diversos tiempos, se dió batalla al rey Bucar, que de Africa pasara en España, y por el esfuerzo del Cid y su buena dicha fueron vencidos los bárbaros, y se conservó la posesion de aquella ciudad por toda su vida, que fueron cinco años despues que la ganó. Llegó la hora de su muerte en sazon que estaba el mismo Bucar con un nuevo ejército de moros sobre la ciudad. Visto el Cid que muerto él no quedaban bastantes fuerzas para defendella, mandó en su testamento que todos hechos un escuadron se saliesen de Valencia y volviesen á Castilla. Hízose así; salieron varones, mujeres, niños y gran carruaje y los estandartes enarbolados. Entendieron los moros que era un grueso ejército que salia á darles la batalla, temieron del suceso y volvieron las espaldas. Debíase á la buena dicha de varon tan señalado que á los que tantas veces en vida venció, despues de finado tambien les pusiese espanto y los sobrepujase. Los cristianos continuaron su camino sin reparar hasta llegar á la raya de Castilla. Con tanto, Valencia, por quedar sin alguna guarnicion, volvió al momento á poder de moros. Al partirse llevaron consigo los que se retiraban el cuerpo del Cid, que enterraron en San Pedro de Cardeña, monasterio que está cerca de Búrgos. Las exequias fueron reales; halláronse en ellas el rey don Alonso y los dos yernos del Cid; cosa muy honrosa, pero debida á tan grandes merecimientos y hazañas. Algunos tienen por fabulosa gran parte desta narracion; yo tambien muchas mas cosas traslado que creo, porque ni me atrevo á pasar en silencio lo que otros afirman, ni quiero poner por cierto en lo que tengo duda, por razones que á ello me mueven y otros las ponen. En el templo de San Pedro de Cardeña se muestran cinco lucillos del Cid, de doña Jimena, su mujer, de sus hijos, don Diego, doña Elvira y doña Sol. Si por ventura no son sepulcros vacíos, que en griego se llaman cenotafios, á lo menos algunos dellos, que adelante los hayan puesto en señal de amor y para perpetuar sus memorias, como suele acontecer muchas veces, que levantan algunos sepulcros en nombre de los que allí no están enterrados.

es hermana de la crueldad. Suero, tio de los mozos, en quien por la edad era justo hobiera algo mas de consejo y de prudencia, atizaba el fuego en sus ánimos enconados. Concertado lo que pretendian hacer, dieron muestra de desear volver á la patria. Dióles el suegro licencia para hacello. Concertada la partida, acompañado que bobo á sus hijas y yernos por algun espacio, se despidió triste de las que muchas lágrimas derramaban y como de callada adivinaban lo que aparejado les esperaba. Con buen acompañamiento llegaron á las fronteras de Castilla, y pasado el rio Duero, en tierra de Berlanga, les parecieron á propósito para ejecutar su mal intento los robledales, llamados Corpesios, que estaban en aquella comarca. Enviaron los que les acompañaban con achaques diferentes á unas y á otras partes, á sus mujeres sacaron del camino real, y dentro del bosque, donde las metieron, desnudas, las azotaron cruelmente sin que les valiesen los alaridos y voces con que invocaban la fe y ayuda de los hombres y de los santos. No cesaron de herirlas hasta tanto que cansados las dejaron por muertas, desmayadas y revolcadas en su misma sangre. Desta suerte las halló Ordoño, el cual, por mandado del Cid que se recelaba de algun engaño, en traje disimulado los siguió. Llevólas de allí, y en el aldea que halló mas cerca las hizo curar y regalar con medicinas y comida. La injuria era atroz, la inhumanidad intolerable; y divulgado el caso, los infantes de Carrion cayeron comunmente en gran desgracia. Todos juzgaban por cosa indigna que hobiesen trocado beneficios tan grandes con tan señalada afrenta y deslealtad. Finalmente, los que antes sabian poco, comenzaron á ser en adelante tenidos por de seso menguado y sandios. El Cid, con deseo de satisfacerse de aquel caso y volver por su honra, fué á verse con el Rey. Teníanse á la sazon en Toledo Cortes generales, y hallábanse presentes los infantes de Carrion, bien que afeados y infames por hecho tan malo. Tratóse el caso, y á pedimento del Cid señaló el Rey jueces para determinar lo que se debia hacer. Entre los demás era el principal don Ramon, borgoñon, yerno del Rey. Ventilóse el negocio; oidas las partes, se cerró el proceso. Fué la sentencia primeramente que los infantes volviesen al Cid enteramente todo lo que dél tenian recebido en dote, piedras preciosas, vasos de oro y de plata y todas las demás preseas de grande valor. Acordaron otrosí que para descargo del agravio combatiesen y hiciesen armas y campo, como era la costumbre de aquel tiempo, los dos infantes y el principal movedor de aquella trama, Suero, su tio. Ofreciéronse al combate de parte del Cid tres soldados suyos, hombres principales, Bermudo, Antolin y Gustio. Los infantes, acosados de su mala conciencia, no se atrevian á lo que no podian excusar, dijeron no estar por entonces apercebidos, y pidieron se alargase el plazo. El Cid se fué á Valencia, ellos á sus tierras. No paró el Rey hasta tanto que hizo que la estacada y pelea se hiciese en Carrion, y esto por tener entendido que no volverian á Toledo. Fueron todos en el palenque vencidos, y por las armas quedó averiguado haber cometido mal caso. Hecho esto, los vencedores se volvieron para su señor á Valencia. Las hijas del Cid casaron: doña Elvira con don Ramiro, hijo del rey don Sancho García de Navarra, al que mató su hermano don Ramon, como queda

CAPITULO V.

Cómo fallecieron el papa Urbano, el rey Juzef y el infante don Sancho.

Gran daño recibieron con la muerte del Cid las cosas de los cristianos por faltar aquel noble caudillo, cou

cuyo esfuerzo se conservaron en tiempo tan trabajoso y en tan grande revuelta de temporales. La virtud del difunto, la gravedad, la constancia, la fe, el cuidado de defender la religion cristiana y ensanchalla ponen admiracion á todo el mundo. Del año en que murió no concuerdan los autores, ni es fácil anteponer los unos ni la una opinion á la otra; parece mas probable que su muerte cayó en el año del Señor de 1098. En el mismo año, el pontifice Urbano, trabajado con olas de diferentes cuidados por el cisma que Giberto, falso pontifice, levantó en tan mala sazon, para llegar ayudas de todas partes fué á Salerno con deseo de verse con Rogerio, conde de Sicilia, y valerse dél, cuya piedad y reverencia para con los romanos pontifices se alaba mucho por aquel tiempo, deinás que por sus hazañas era muy esclarecido. Por estas obras y servicios que á la Iglesia hizo le concedió á él y á sus herederos que en Sicilia tuviesen las veces de legado apostólico y toda la autoridad que hoy llaman monarquía. Desta bula, porque es muy notable y provechoso que públicamente se sepa, y porque sobre este derecho han resultado grandes controversias á los reyes de España, pondremos aquí un traslado en lengua castellana, que dice así: «Urbano, »obispo, siervo de los siervos de Dios, al carísimo hi»jo Rogerio, conde de Calabria y de Sicilia, salud y »apostólica bendicion. Porque la dignacion de la ma»jestad soberana te ha exaltado con muchos triun>>fos y honras, y tu bondad en las tierras de los sar»racenos ha dilatado mucho la Iglesia de Dios, y á la » santa Silla Apostólica se ha mostrado siempre en mu» chas maneras devota, te hemos recibido por especial y >> carísimo hijo de la misma universal Iglesia. Por tanto, >> confiados de la sinceridad de tu bondad, como lo pro>> metimos de palabra, así bien lo confirmamos con au>> toridad destas letras, que por todo el tiempo de tu vida »ó de tu hijo Simon ó de otro que fuere tu legítimo he>> redero, no pondrémos en la tierra de vuestro señorío >> sin vuestra voluntad y consejo legado de la Iglesia ro» mana; antes lo que hobiéremos de hacer por legado, » queremos que por vuestra industria, en lugar de lega» do, se haga todas las veces que os enviáremos de nues>>tro lado para salud, es á saber, de las iglesias que estu» vieren debajo de vuestro señorío, á honra de san Pe»dro y de su santa Sede Apostólica, á la cual devotamente » hasta aquí has obedecido, y á la cual en sus necesida» des has fuerte y fielmente acorrido. Si se celebrare >> otrosí concilio, y te mandare que envies los obispos y » abades de tu tierra, queremos envies cuantos y cuales >>quisieres, los demás retengas para servicio y defensa de >>las iglesias. El omnipotente Dios enderece tus obras en >>su beneplácito, y perdonados tus pecados, te lleve á la »vida eterna. Dado en Salerno por mano de Juan, diá» cono de la santa Iglesia romana, á 3 de las nonas » de julio, indiccion siete, del pontificado del señor >> Urbano II, año onceno. » Gaufredo, monje que trae esta bula, escribió su historia á peticion del mismo conde Rogerio. La indiccion ha de ser seis para que concierte con el año que pone del pontificado y con el de Cristo que señalamos. Esto en Italia. En España por concesion del mismo Pontifice la silla y nombre episcopal de Iria, que es el Padron, se mudó en el nombre y cátedra compostellana ó de Santiago, y en particular la eximió de la juridicion del arzobispo de Braga. Lo

uno y lo otro se impetró por diligencia de Dalmaquio, obispo de aquella ciudad, que por esta causa es contado por primero en el número de los obispos de Compostella. El rey don Alonso, aunque agravado con la edad, de tal manera se ocupaba en el gobierno, que nunca se olvidaba del cuidado de la guerra; antes por estos tiempos algunas veces hizo entradas en tierras de moros y correrías por los campos de Andalucía, mayormente que Juzef, dado que hobo órden en las cosas del nuevo imperio de España, se volvió á Africa, y con su ausencia pareció que los cristianos por algun espacio cobraron aliento. Deste sosiego se aprovechó el Rey para hermosear y ensanchar el culto de la religion en diversos lugares y de muchas maneras. En Toledo edificó á los monjes de San Benito un monasterio con título de los santos Servando y Germano en un montecillo ó ribazo de piedra que está en frente de la ciudad, no léjos de do al presente se ve el edificio de un castillo viejo del mismo nombre. Otros dicen que le reparó, y que en tiempo de los godos fué primero edificado. La verdad es que le sujetó al monasterio de San Victor de Marsella, de do vino para moralle entonces aquella nueva colonia y poblacion de monjes. Dentro de la ciudad, á costa del Rey, se edificaron dos monasterios de monjas, uno con nombre de San Pedro, en el sitio en que al presente está el hospital del cardenal don Pero Gonzalez de Mendoza; el otro con advocacion de Santo Domingo de Silos, que en este tiempo se llama Santo Domingo el Antiguo. En la ciudad de Burgos edificó fuera de los muros otro nuevo monasterio con nombre de San Juan; hoy se llama San Juan de Burgos. Dió asimismo licencia á Fortun, abad de otro monasterio, que por aquel tiempo se llamaba de San Sebastian, y era muy principal en Castilla la Vieja; despues se llamó de Santo Domingo de Silos, por haber este Santo en él vivido y muerto santísimamente, de edificar un pueblo cerca del dicho monasterio, que en nuestro tiempo es de ciento y setenta vecinos, aunque los muros tienen anchura y capacidad para mas, y es del duque de Frias, hoy condestable de Castilla. El año siguiente de 1099 fué señalado por la muerte del pontifice Urbano y por la toma de la ciudad de Jerusalem, que la ganaron los soldados cristianos. Sucedió por la muerte de Urbano el cardenal Rainerio, persona de graude bondad y experiencia, que por su predecesor fué enviado por legado en España. Tomó nombre de Pascual II. Este en el tiempo de su pontificado concedió á la iglesia de Santiago que, á imitacion de la majestad romana, tuviese siete canónigos cardenales, y los obispos de aquella iglesia usasen del palio, insignia de mayor autoridad que la ordinaria de los otros obispos. El año que luego siguió, es á saber, el de 1100, fué no menos alegre para los cristianos por la muerte de Juzef, que por espacio de doce años tuvo el imperio de los moros en España, y el de Africa como treinta y dos, que aciago y desgraciado por la muerte que en él sucedió del infante don Sancho. Era su ayo, por mandado del rey don Alonso, su padre, don García, conde de Cabra; criábale como á sucesor que habia de ser de reino tan principal. La desgracia sucedió desta manera. Ali, sucesor de Juzef, deseando comenzar el nuevo imperio y ganar autoridad con alguna excelente hazaña y empresa, pasado el mar con un grueso ejército de moros que juntó en Africa, de mas de otros que en España se

le allegaron, entró por el reino de Toledo y llegó haciendo mal y daño hasta la misma ciudad; metió á fuego y á sangre sembrados, árboles, lugares, cautivó hombres y ganados. El rey don Alonso, por su gran vejez y por estar indispuesto, demás desto cansado de tantas cosas como habia hecho, no pudo salir al encuentro al enemigo bravo y feroz. Envió en su lugar sus gentes, y por general al conde don García; y para que tuviese mas autoridad, quiso fuese en su compañía el infante don Sancho, su hijo, dado que era de pequeña edad. El se quedó en Toledo, donde en lo postrero de su edad residia muy de ordinario. Cerca de Uclés se dieron vista y juntaron los dos campos; ordenaron sin dilacion las haces; dióse la batalla de poder á poder, que fué grandemente desgraciada. Derribaron los moros al Infante. Amparábale el conde don García con su escudo, y con la espada arredraba y aun detuvo por buen espacio los moros que los rodeaban y acometian por todas partes. Su esfuerzo era tal, que los contrarios desde léjos le combatian, mas ninguno se atrevia á llegársele. El amor singular que tenia al Infante y el despecho, grande arma en la necesidad, le animaban. Finalmente, enflaquecido con las muchas heridas que le dieron los enemigos por ser tantos, cayó muerto sobre el que defendia. Este miserable desastre y muerte desgraciada dió luego á los bárbaros la victoria. Cuánto haya sido el dolor del Rey por tan gran pérdida no hay para qué relatarlo; no le afligia mas la desgracia y pérdida del hijo que el daño de la república cristiana por faltar el heredero de imperio tan grande, que era un retrato de las virtudes de su padre, y parecia haber nacido para hacer cosas honradas. Preguntó el Rey cuál fuese la causa de tantos daños como de los moros tenian recebidos; fuéle respondido por cierta persona sabia que el esfuerzo de los corazones estaba en los soldados apagado con la abundancia de los regalos, holguras y ociosidad, los cuerpos enflaquecidos con el ocio, y los ánimos con la deshonestidad, fruto ordinario de la prosperidad. Mandó pues quitar los instrumentos de los deleites, en particular derribar los baños, que eran muy usados á la sazon en España, á imitacion y conforme á la costumbre de los moros. Alguna esperanza quedaba en don Alonso, nieto del Rey, que en doña Urraca, hija del mismo Rey, dejó don Ramon, su marido; mas era pequeño alivio del dolor por la flaqueza de la madre y la edad deleznable del niño, en ningu. na manera bastantes para acudir á cosas tan grandes. Con estos cuidados se hallaba suspenso el ánimo del Rey; de dia y de noche le aquejaba el dolor y el deseo de poner remedio en tantos daños.

CAPITULO VI.

De don Diego Gelmirez, obispo de Santiago.

La iglesia de Santiago anduvo trabajada por este tiempo; grandes tempestades la combatian, no de otra manera que la nave sin piloto, ni gobernalle; llegó últimamente al puerto y á salvamento con la eleccion que se hizo de un nuevo prelado, por nombre don Diego Gelmirez, hombre en aquella era prudente en gran manera, de grande ánimo y de singular destreza. Don Diego Pelayo, en tiempo del rey don Sancho de Castilla, fué elegido por prelado de la iglesia de Compostella,

como queda dicho en otro lugar; era persona muy noble, mas bullicioso, inquieto y amigo de parcialidades. Hízole prender el rey don Alonso, que fué grande resolucion y notable poner las manos en hombre consagrado. Deseaba demás desto privarle del obispado; era menester quien para esto tuviese autoridad; el cardenal Ricardo, que dijimos haberle el Pontífice enviado á España por su legado, llamó los obispos para tener concilio en Santiago, con intento que en presencia de todos se determinase aquel negocio. Presentado que fué Pelayo en el Concilio, por miedo ú de grado renunció aquella dignidad; y para muestra que aquella era su determinada voluntad, hizo entrega en presencia del Cardenal del anillo y báculo pontifical. Con esto fué puesto en su lugar Pedro, abad cardinense. El pontifice Urbano, avisado de lo que pasaba, tuvo á mal la demasiada temeridad y priesa con que en aquel hecho procedieron. Allegado Cardenal escribió y reprehendió con gravísimas palabras. Para el Rey despachó un breve y carta deste tenor: «Urbano, obispo, siervo de los sier» vos de Dios, al rey Alonso de Galicia. Dos cosas hay, >> rey don Alonso, con que principalmente este mundo »se gobierna: la dignidad sacerdotal y la potestad real. >> Pero la dignidad sacerdotal, hijo carísimo, en tanto » grado precede á la potestad real, que de los mismos >> reyes hemos de dar razon al Rey de todos. Por ende el >> cuidado pastoral nos compele, no solo á tener cuenta » con la salud de los menores, sino tambien de los ma>> yores en cuanto pudiéremos, para que podamos res>>tituir al Señor sin daño, cuanto en nosotros fuere, » su rebaño, que él mismo nos ha encomendado. Prin»cipalmente debemos mirar por tu bien, pues Cristo te >> ha hecho defensor de la fe cristiana y propagador de » su Iglesia. Acuérdate pues, acuérdate, hijo mio muy » amado, cuánta gloria te ha dado la gracia de la divi» na Majestad; y como Dios ha ennoblecido tu reino so»bre los otros, así tú has de procurar servirle entre >> todos mas devota y familiarmente, pues el mismo Se»ñor dice por el Profeta: A los que me honran hon»raré, los que me desprecian serán abatidos. Gracias » pues damos á Dios, que por tus trabajos la iglesia » toledana ha sido librada del poder de los sarracenos; y >>á nuestro hermano el venerable Bernardo, prelado de >> la misma ciudad, convidado por tus amonestaciones »recebimos digna y honradamente, y dándole el palio, » le concedimos tambien el privilegio de la antigua ma»jestad de la iglesia toledana, porque ordenamos que >>fuese primado en todos los reinos de las Españas; y » todo lo que la iglesia de Toledo se sabe haber tenido >> antiguamente, ahora tambien por liberalidad de la » Sede Apostólica hemos determinado que para adelante >> lo tenga. Tú le oirás como á padre carísimo, y pro>> cura obedecer á todo lo que te dijere de parte de »Dios, y no dejarás de exaltar su Iglesia con ayuda y >> beneficios temporales. Pero entre los demás pregones » de tus alabanzas la venido á nuestras orejas lo que >> sin grave dolor no hemos podido oir, esto es, que el » obispo de Santiago ha sido por tí preso, y en la pri»sion depuesto de la dignidad episcopal; desórden que, » por ser de todo punto contrario á los cánones, y que »las orejas católicas no lo sufren, tanto mas nos ha » contristado cuanto es mayor la aficion que te tenemos. » Pues, rey gloriosísimo don Alonso, en lugar de Dios y

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