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arriba se ha hecho mencion y dijimos fué muerto en el cerco de Bayona. Madre de los mismos era una señora, llamada doña Aba, que estuvo casada la primera vez con don García, conde de Cabra; y por haber nacido deste matrimonio don García Acia, heredero de aquel estado, era ocasion que el poder de los tres hermanos se aumentase mucho mas. Estos mostraron llevar mal que siéndoles antepuesto por juicio del rey don Sancho don Gutierre de Castro, se hobiese escurecido el lustre y resplandor de su casa. Extrañábanlo en público y en secreto; decian que los Castros quedaban por reyes; que esto solamente entre las cosas que el rey don Sancho mandó no se debia ejecutar; ni sufririan ellos que al albedrío de uno se revolviese el estado del reino, ni otro alguno reinase fuera de aquel que era rey natural. Esto decian con tanta porfia, que mostraban deseo de llevar el negocio por las armas y llegar á las puñadas. Don Gutierre, con deseo del bien comun y con ejemplo señalado de modestia mas que de pru

se le mandase y ayudar y servirle en todas las cosas. Pusieron sus asientos, con que dos hijos de Albagio, rey de Mérida, llamados Fadala y Omar, ayudados dé la gente de Jacob, en una entrada que hicieron por tierra de cristianos, se metieron por las comarcas de Plasencia y de Avila; y dada la vuelta hácia tierra de Talavera, como por todas partes hobiesen puesto espanto, cargados de despojos se volvían á Mérida. En esto las gentes de Avila y sus capitanes, Sancho y Gomez, hijos de don Jimeno, que cran de la mas principal nobleza de Avila, los alcanzaron, y en una batalla que les dieron en un lugar que se llama Siete Vados, los vencieron y desbarataron, quitáronles otrosí toda la presa y cautivos que llevaban. Diestros y grandes capitanes en este tiempo fueron los ya dichos Sancho y Gomez, pues cuatro años adelante con una entrada que hicieron por aquella parte de Extremadura en que están los campos de la Serena, tierra de abundosos pastos, robaron muchos ganados y vencieron en un encuentro los moros que salieron contra ellos; con que trujeron ádencia, fácilmente se dejó persuadir que entregase el sus casas muy grandes despojos. Del linaje destos capitanes vienen los señores de Villatoro y los marqueses de Velada, caballeros en riquezas, aliados y deudos; demás desto, en la privanza de los príncipes esclarecidos y señalados, en especial en nuestra era y la de nuestros padres. El rey don Sancho cuando estaba á la muerte encomendó su hijo don Alonso, que era de cuatro años, á don Gutierre Fernandez de Castro, que otro tiempo fué su ayo. Los demás señores mandó que tuviesen en su poder las ciudades y castillos que á su cargo estaban, hasta tanto que el Rey fuese de quince años cumplidos, acuerdo y consejo en lo uno y en lo otro poco acertado; pero la prudencia humana es corta para prevenir los inconvenientes todos, y muchas veces lo que parecia estar saludablemente determinado, reveses que suceden lo desbaratan. Dióse sin duda con esto ocasion y fuerzas para revolver el hato á los que mal pensaban. Los demás señores, no menos nobles que don Gutierre, llevaron mal que el peso del gobierno fuese puesto en los hombros de uno solo, y que en su poder quedase el Rey en aquella edad flaca y deleznable.

CAPITULO VIII.

De nuevos movimientos que se levantaron en Castilla. Entre los grandes y ricos hombres de Castilla por este tiempo dos casas se aventajaban á las otras, las mas principales en estados, riquezas y aliados; los Castros y los de Lara. Estos tuvieron por largo tiempo la primera voz y voto en las Cortes del reino. Entre los Castros, don Gutierre, á quién se encomendó la crianza del Rey, alcanzaba grande autoridad, que le daba su larga edad y la grandeza de las cosas que por él pasaron. Carecia de hijos y sucesion. Su hermano menor, por nombre don Rodrigo, tenia cuatro, que eran don Fernando, don Alvaro, don Pedro y don Gutierre, hija, por nombre doña Sancha, que casó con don Alvaro de Guzman, por donde era de poco menos autoridad y poder que su hermano. Los de Lara eran tres hermanos; don Eurique, don Alvaro y don Nuño; á las riberas del rio Duero tenian grandes heredamientos y lugares. Fué padre de todos estos el conde Pedro de Lara, de quien

una

Rey en poder de don García Acia, hombre sin duda
templado, pero de mas sencillo ánimo que parece re-
queria el estado de las cosas, en tanto grado, que con
excusa de los gastos que le era forzoso hacer en la crian-
za del Rey, por no estar las rentas reales del todo des-
embarazadas, entregó el Rey niño á don Manrique de
Lara, su hermano de madre, para que él le criase, que
era concederle todo lo que en esta porfia pretendia y
deseaba. Quejábase don Gutierre que con esto le que-
brantaban la palabra; y por el testamento del rey don
Sancho pretendia tornarse á encargar de la crianza del
Rey. Burlábanse los contrarios; y claramente por esta
via se tramaban alteraciones y bullicios de guerra. Don
Fernando, rey de Leon, movido por esta discordia con
que
todo el reino se dividia en parcialidades y preten-
diendo se le hizo injuria en no le nombrar para el go-
bierno y crianza de su sobrino, tomadas las armas, en-
tró por las tierras de Castilla muy pujante, principal-
mente hacia mal y daño en aquella parte por do corre
Duero y donde la casa de Lara tenia muy grande se-
ñorío. Don Manrique y sus hermanos por miedo de don
Fernando llevaron el Rey á Soria para que estuviese
muy lejos y mas seguro del peligro de la guerra. Falle-
ció á la sazon don Gutierre de Castro; sepultáronle en
el monasterio de Encas, que tiene nombre de San Cris-
tóbal. Don Manrique de Lara, hecho mas insolente con
el poder, requirió á los herederos del difunto, sobri-
nos suyos, le entregasen las ciudades y castillos que
tenian encomendadas. Excusábanse ellos con el testa-
mento del rey don Sancho. Decian que antes de la le-
gítima edad del Rey niño no podian lícitamente hacer
lo que les demandaban. Con esto el cuerpo de don Gu-
tierre por mandado de don Manrique fué desenterrado,
como de traidor y que habia cometido crímen contra
la majestad. Nombráronse jueces sobre esta diferencia,
que
dieron sentencia en favor de don Gutierre, por ser
cosa inhumana embravecerse y mostrar saña contra los
muertos; así por su mandado fué vuelto á la sepultura
y á enterrar. Entre tanto que esto pasaba, las armas de
don Fernando, rey de Leon, volaban libremente por
toda la provincia, sin que se juntase para resistir algun
ejército señalado en número ó en esfuerzo, por no te-
ner capitan y estar el reino dividido en bandos. No se

puede pensar género de trabajo que los naturales no padeciesen, cansados no mas con el sentimiento de los males presentes que con el miedo de los que amenazaban, en tanto grado, que el mismo don Manrique, perdida la esperanza de poderse defender y movido por el peligro que sus cosas corrian, fué forzado hacer homenaje al rey don Fernando que le entregaria el gobierno del reino y las rentas reales, que las tuviese por espacio de doce años juntamente con la crianza del Rey. Para que esto se confirmase con comun consentimiento del reino llamaron Cortes para la ciudad de Soria, do guardaban al Rey niño. En este peligro que amenazaba mayores males, la resolucion y esfuerzo de un hombre noble, llamado Nuño Almexir, sustentó y defendió el partido de Castilla. Este, viendo llevar el niño á su tio, le arrebató á los que le llevaban, y cubierto con su manto le llevó al castillo de San Esteban de Gormaz, con la cual diligencia quedaron burlados los intentos del rey don Fernando, porque los tres hermanos de Lara, con muestra de querer seguir y alcanzar al niño Rey, despedidos de don Fernando, hicieron para mayor seguridad fuese el niño llevado á Atienza, plaza muy fuerte. Segun esto, arrepentidos del consejo y asiento que tomaran, últimamente andando con él huyendo por diversas partes, pararon en Avila, ciudad muy fuerte. Allí con grande lealtad los ciudadanos le defendieron hasta el año onceno de su edad. Por este hecho los de Avila se comenzaron á llamar vulgarmente los fieles. El rey don Fernando, burlada su esperanza, con que se prometia el reino de Castilla, y por esta razon movido á furor, acusó primero á don Nuño de Lara, despues á don Manrique, su hermano, de habelle quebrantado la fe y palabra; envió para esto reyes de armas para desafiallos; pero la revuelta de los tiempos no dió lugar á que defendiesen por las armas su inocencia ni se purgasen en el palenque de lo que les era impuesto, como era de costumbre. Recelábanse que si les sucedia alguna desgracia, se pondria en cuentos y peligro todo el reino. Solamente respondieron á don Fernando que la conciencia de lo hecho y lealtad que guardaron con el Rey niño, si no á los otros, á lo menos á sí mismos daban satisfaccion bastante. Era grande el regocijo que tenia todo el reino por ver el Rey niño escapado de las asechanzas de su tio; pero en breve toda aquella alegría se desvaneció, porque toda Castilla fué trabajada con las armas del rey don Fernando. Las ciudades y los lugares, ó por fuerza ó de grado, á cada paso se ponian en su poder y le hacian homenaje, en tauto grado, que fuera de una pequeña parte del reino que perseveró en la fe del niño, todo lo demás quedó por el vencedor. Toledo tambien ciudad real, y don Juan, su prelado, siguieron las partes de don Fernando, creo por algun desabrimiento que tenian ó por acomodarse al tiempo. Hay un privilegio del rey don Fernando dado en Atienza, 1.o de febrero, año 1162, en que entre los otros grandes y ricos hombres y obispos firma tambien el arzobispo don Juan; demás desto, consta de los Anales de Toledo que el rey don Fernando entró en Toledo á 9 del mes de agosto luego siguiente. Allegóse á estas desgracias una nueva guerra que hicieron los navarros, porque el rey don Sancho de Navarra despues de grandes alteraciones se concertó con el Aragonés. Hecho esto, por entender que era buena ocasion para vengar

las injurias pasadas y recobrar por las armas lo que los reyes de Castilla le tomaron en la Rioja y en lo de Bureva, con un grueso ejército que de los suyos juntó se apoderó de Logroño, de Entrena, de Briviesca y de otros lugares por aquellas partes. Tenia soldados muy buenos y ejercitados en muchas guerras. Los señores de Navarra eran personas muy escogidas. Entre los demás se cuentan los Davalos, casa muy noble y poderosa, como lo muestran las escrituras y memorias de aquel tiempo. Con esto no tenian fin ni término las guerras ni los males, todo andaba muy revuelto y alterado.

CAPITULO IX.

De la muerte de don Ramon, príncipe de Aragon. Estaba Castilla encendida con alteraciones civiles en un tiempo muy fuera de propósito por quedar en la provincia gran número de gente bárbara; solo con las armas de Portugal y de Aragon eran los moros apretados; mas en el Andalucía, donde tenian mayor señorio, vivian con todo sosiego, y el poder de aquella nueva gente de los almohades con el tiempo se arraigaba mas de lo que fuera razon. En este tiempo Italia era trabajada con no menores males y discordias que lo de España. Dos se tenian en Roma por pontifices, y cada cual pretendia que él era el verdadero, y el contrario no Leuia razon ni derecho alguno. Estos eran Alejandro III, natural de Sena, y Victor IV, ciudadano romano; á este ayudaba mucho el emperador Federico Barbaroja por la grande amistad que con él tenia. A Alejandro nombró por pontífice la mayor y mas sana parte de los cardenales; pero como no tuviese bastantes fuerzas para resistir al Emperador, que se apoderaba de las ciudades y lugares de la Iglesia, en una armada de Guillermo, rey de Sicilia, se huyó á Francia, y en ella para sosegar estas discordias y este scisma juntó en Turs, el año 1163, un concilio muy principal. Acudieron á su llamado ciento y cincuenta obispos, y entre ellos don Juan, primado de Toledo. Por el mismo tiempo don Ramon, aragonés, era muy nombrado por la fama de las cosas que acabó y su perpetua felicidad, tanto, que tenia por sugeto en España á Lope, rey moro de Murcia, y á los Baucios en Francia, que movian guerra en la Proenza, los trabajaba con muchos daños que les hacia, porque, no solamente defendió la Proenza sobre que contendian, sino tambien les quitó de su estado antiguo treinta castillos, y la villa de Trencatayo, que era muy fuerte, tomado que la hobo por fuerza, la allanó y arrasó el año 1161. Con aquella victoria quedaron de todo punto quebrantadas las fuerzas de los Baucios. El emperador Federico, que parecia favorecer á los enemigos y contrarios, con nueva confederacion que con él bizo quedó muy su amigo. Trajo dou Ramon de Castilla á Aragon á Rica, viuda del emperador don Alonso, y á su hija doua Sancha, que estaba desposada con el hijo del mismo don Ramon. A instancia pues del emperador Federico se concertó que Rica, que era deuda suya, casase con don Ramon Berengario ó Berenguel, conde de la Proenza; y que los aragoneses y proenzales jurasen por pontifice y diesen la obediencia al que él ayudaba. Con esto les hacia merced que, no solo quedasen con el principado de la Proenza, que se comprehendia y extendia desde el rio Druenza hasta el mar, y desde el rio

Ródano hasta los Alpes, sino demás desto de la ciudad de Arles con toda su tierra. Para que todo esto fuese mas firme, se decretó y concertó que ambos los don Ramones, el aragonés y el proenzal, fuesen á Turin, ciudad de Italia, á verse con el Emperador. Señalóse el primer dia de agosto para estas vistas del año 1162. En este camino, en San Dalmacio, que es un pueblo á las raíces de los Alpes hácia Italia, adoleció don Ramon, príncipe de Aragon, y falleció de aquella enfermedad á 6 dias de aquel mismo mes. Parecia que aquella muerte sucedia en muy mala sazon, dado que don Ramon, conde de la Proenza, fácilmente alcanzó del Emperador todas las cosas por que eran idos, luego que se vió con él en Turin, como tenian concertado; y aun el Emperador dice en sus letras que se expidieron sobre el caso gratificar al difunto porque habia tratado muy honradamente á la reina Rica y mirado por la honra de aquella matrona viuda. De aqui tomaron ocasion los escritores catalanes de fingir que don Ramon, príncipe de Aragon, en Alemaña defendió en un desafío y campo que hizo, la fama de una reina viuda que la acusaban haber hecho lo que no debia, y que el premio de defender la honestidad de aquella señora fué darle el principado de la Proenza. Nosotros, siguiendo la verdad de la historia, contamos la cosa como pasó. El cuerpo del difunto traido á su tierra sepultaron en el monasterio de Ripol, como él mismo á la muerte lo dejó ordenado. Hiciéronse Cortes del reino en Huesca, y refirióse el testamento de aquel Príncipe, que hizo á la hora de su muerte solo de palabra, en que nombró por su heredero á don Ramon, su hijo, que trocado este nombre en el de don Alonso, entró en posesion del principado, de su padre. A don Pedro, hijo segundo, mandó á Cerdania, Carcasona y Narbona con el mismo derecho que él las tenia. Don Sancho, que era el menor de todos, quedó nombrado en lugar de don Pedro para que le sucediese si muriese sin hijos. De doña Dulce, su hija, que adelante fué reina de Portugal, no hizo mencion alguna; tampoco de don Berengario ó Berenguel, que fué obispo de Tarazona y de Lérida y abad de Montaragon, al cual el Príncipe hobo fuera de matrimonio. La edad del nuevo rey don Alonso no era bastante para el gobierno, porque apenas tenia once años. Esto y la flaqueza y pocas fuerzas de la Reina, su madre, pareció á propósito á los amigos de novedades para revolver el reino. Un cierto embaidor se hizo caudillo de los que mal pensaban con afirmar públicamente era el rey don Alonso, aquel que veinte y ocho años antes deste fué muerto en la batalla de Fraga, como de suso queda dicho. Decia que cansado de las cosas humanas estuvo por tanto tiempo disfrazado en Asia, y se halló en muchas guerras que los cristianos hicieron contra los moros en la Tierra-Santa. Su larga edad hacia que muchos le creyesen, y las facciones del rostro no de todo punto desemejable; el vulgo, amigo de fábulas, acrecentaba estas mismas cosas, por donde el gobierno de la Reina, como de mujer, era de muchos menospreciado. Grandes males se aparejaban por esta causa, si el embaidor no fuera preso en Zaragoza y no le dieran la muerte en los mismos principios del alboroto. Este fué el pago de la invencion y fin de toda esta tragedia mal trazada. El año próximo de 1163 se tuvieron otrosí Cortes del reino de Aragon en Barcelona.

En ellas la reina doña Petronilla, á persuasion de los grandes, dió y renunció el reino á su hijo, que andaba ya en trece años. Don Ramon, conde de la Proenza, que un poco de tiempo gobernara á Cataluña por el Rey su primo, dejado el gobierno, se volvió á su tierra, que andaba alborotada otra vez y trabajada por las armas de los Baucios. Para fortificarse contra aquella familia y linaje y apercebirse de socorros de fuera procuró hacer liga con el conde de Tolosa y concertar casamiento de su hija, una sola que tenia, con el hijo de aquel Conde; práticas que se impidieron por su muerte, que sucedió el año 1166. El rey de Aragon, que se hallaba á la sazon en Girona, avisado que su primo era muerto, á ejemplo de su padre y á persuasion de los grandes, se llamó marqués de la Proenza. Así pretendian estar decretado por el privilegio del emperador Federico, que aquel principado, no solo se daba al conde de la Proenza, sino asimismo á don Ramon, príncipe de Aragon, y sus decendientes; ocasion de nuevos movimientos y alteraciones que sucedieron en Francia.

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CAPITULO X.

Cómo don Alonso, rey de Castilla, visitó el reino.

Gran mudanza de las cosas se hizo en Castilla; porque los naturales, cansados del gobierno del rey de Leon, aficionados al mozo rey don Alonso, como es cosa. natural y lo merecia la memoria agradable del rey don Sancho, su padre, no cesaban de movelle con cartas y embajadores para que tomase el ceptro y mando del reino paterno. Ofrecíanle que no le faltarian las voluntades de los suyos ni sus fuerzas, que siempre de secreto estuvieron por él, dado que por acomodarse al tiempo y forzados suportaban el señorío forastero. El Rey á la sazon andaba en el año undécimo de su edad; á los grandes que le tenian en su poder parecia aquella edad bastante, especial que les movia el ejemplo fresco de los aragoneses, que entregaron el gobierno á su Rey, que tenia poca mas edad. A persuasion pues dellos y por su consejo determinó partir de Avila para visitar el reino y hacer entrada en cada una de las ciudades, el año de nuestra salvacion de 1168, como algunos dicen; nosotros de la razon destos años y deste número quitamos dos años con fundamento bastante y cierto, pues cuando murió su padre se sabe era este Rey de cuatro años, y ahora once no cumplidos. No le engañó su esperanza; muchas ciudades y pueblos en toda la provincia, como lo tenian ofrecido, abrian con gran voluntad las puertas af Rey y le ayudaban con dinero, provision y todas las demás cosas. Al principio pocos eran los que acompañaban al Rey, que fueron algunos grandes de Castilla que perseveraran con él ó de nuevo se le juntaron. Demás destos, una compañía de guarda de ciento y cincuenta de á caballo, que los de Avila le dieron para que le acompañasen; poca gente para acabar cosas tan grandes y para recobrar el reino, parte del cual tenian los grandes, parte estaba en poder de los leoneses con guarniciones que tenian puestas por todas partes. No hay cosa mas segura en las revueltas civiles que apresurarse. Al Rey parecia que todas las cosas le serian fáciles; y así, determinaron de probar á Toledo, cabeza del reino, y experimentar cuánta

lealtad hobiese en sus ciudadanos. Poca esperanza tenian que don Fernando Ruiz de Castro, que la tenia en su poder, la entregase de su voluntad. El color que tomaba era no ser lícito, como él decia, entregar aqueIla ciudad á alguno antes de la edad que por el Rey difunto quedó señalada. Lo que principalmente le movia era que tenia pena de que le hobiesen quitado la tutela del Rey y sus contrarios estuviesen apoderados del gobierno del reino. Don Estéban Illan, ciudadano principal de aquella ciudad, en la parte mas alta della á sus expensas edificara la iglesia de San Roman, y áella pegada una torre, que servia de ornato y fortaleza. Era este caballero contrario por particulares disgustos de don Fernando y de sus intentos. Salió secretamente de la ciudad, y trajo al Rey en hábito disfrazado con cierta esperanza de apoderalle de todo. Para esto le metió en la torre susodicha de San Roman; campearon los estandartes reales en aquella torre y avisaron al pueblo que el Rey estaba presente. Los moradores, alterados con cosa tan repentina, corren á las armas, unos en favor de don Fernando, los mas acudian á la majestad real; parecia que si con presteza no se apagaba aquella discordia, que se encenderia una grande llama y revuelta en la ciudad; pero como suele suceder en los alborotos y ruidos semejantes, á quien acudian los mas, casi todos los otros siguieron la autoridad real. Don Fernando, perdida la esperanza de defender la ciudad por ver los ánimos tan inclinados al Rey, salido della, se fué á Huete, ciudad en aquel tiempo, por ser frontera de moros y raya del reino, muy fuerte, así por el sitio como por los muros y baluartes. Los de Toledo librados del peligro á voces y por muestra de amor decian: «Viva el Rey. » Esto hacian no mas los que ha bian estado por él, que la parcialidad contraria entraban donde estaba á besarle la mano, y cuanto mas fingido era lo que algunos hacian, tanto daban mayores muestras de voluntad y le adulaban con mas cuidado. A don Esteban en gratificacion de aquel servicio le hizo el Rey mucha honra y le encomendó el cuidado de la ciudad. Despues de su muerte los ciudadanos, para memoria de tan gran varon, en la iglesia catedral, en lo mas alto de la bóveda, detrás del altar mayor, hicieron pintar su imágen á caballo como está hoy. Entró el Rey en Toledo á 26 de agosto, dia viernes. Luego el dia de san Miguel, don Juan, arzobispo de Toledo, falleció cansado de la pesadumbre de tantos males ó por su larga edad. La letra dominical muestra que la entrada del Rey no pudo ser sino el año 1166. Conforman los Anales de Toledo y el letrero del sagrario de aquella iglesia, que señalan la muerte del arzobispo, era 1204, que es el año dicho puntualmente, y así se debe tener. Gobernó aquella iglesia loablemente como diez y seis años; su cuerpo se entiende fué allí mismo sepultado. Algunos dicen que renunció y que de su voluntad dejó el arzobispado, y dél explican la ley pontificia y cánon promulgado por Alejandro III, pontífice romano, que es el primer capítulo en el título de las órdenes hechas despues de renunciado el obispado, enderezado al arzobispo de Toledo, como se contiene en su título. La verdad es que en las decretales de mano antiguas no reza aquel título al arzobispo de Toledo, sino al coloniense; así, lo de la renunciacion no se debe tener por verdadero. Sucedió don Cerebruno ó Cene

bruno, persona de igual ánimo y prudencia, agradable al rey don Alonso, ca fué su maestro y le enseñó las primeras letras. Fué arcediano de Toledo antes, y obispo de Sigüenza, y aun se sospecha era francés de nacion. A este prelado parece se enderezó sin duda la epístola decretal del mismo Alejandro III, que es el capítulo 11 en el título de Simonía, sobre la que se cometió en la eleccion del obispo de Osma. Conforma con esto lo que ordenó el mismo rey don Alonso en su testamento, su fecha en Fuentidueña, á 8 de diciembre, era 1242; dice que sus tutores, el conde don Nuño y don Pedro, por elegir al obispo de Osma, recibieron cinco mil maravedís; manda que se restituyan. Era por el mismo tiempo prelado de Tarragona Hugo Cervellon, que sucedió á Bernardo Torte. El rey de Castilla, sosegado que tuvo á Toledo, á persuasion del conde don Manrique, salió contra don Fernando de Castro, ca ayudado de las gentes de Huete, que le eran aficionadas y muy leales, salió al encuentro al ejército del Rey. Dióse la batalla dos leguas de aquel pueblo junto á Garcinaharro; era grande la fama del esfuerzo de don Manrique; era tenido por gran defensor de la autoridad real, tales eran las muestras, si bien muchos pen-, saban que en nombre ajeno queria mandallo todo, por ser, como era, atrevido, astuto, presto y conforme á los negocios y ocurrencias, cuándo seguia la virtud, cuándo lo malo. Don Fernando, por recelarse en la pelea de sus fuerzas, entró en la batalla, quitadas las sobrevistas y disfrazado. Don Manrique, por yerro, con todas sus fuerzas embistió y mató á un caballero ordinario, el cual, porque llevaba vestidura de general, creyó era su contrario. Quedó cansado de aquella pelea y á propósito para ser agraviado; así fué él mismo muerto; uno de los que acompañaban á don Fernando le metió por el cuerpo la espada. Con la muerte del general los del Rey, parte se pusieron en huida, parte fueron muertos en la pelea. Sabido el engaño y astucia, don Nuño, hermano de don Manrique, acusaba á dou Fernando de aleve. No paró en esto, sino que le desafió á pelear de persona á persona y hacer campo, como se acostum➡ braba en casos semejantes. Intervinieron varones santos y personas graves, por cuyo medio por entonces la diferencia se sosegó algun tanto, pero el odio entre aquellas dos casas quedó muy mas arraigado que antes, con grande daño muchas veces de las cosas y del reino, por anteponer cada cual de las partes sus particulares pasiones y debates al bien comun. Verdad es que la guerra que hizo el Rey por entonces no fué muy grande ni continuada, y muchas ciudades y castillos, por estar obligados con beneficios que recibieran, quedaron en poder de don Fernando de Castro, con que el Rey desistió del intento y esperanza de atropellalle, y vuelto hácia otras partes, no dejaba de sujetar á su señorío las ciudades y castillos que hallaba sin guarnicion. Demás desto, pareció por la comodidad del lugar probar el castillo de Zurita, que está puesto en un collado empinado, cuyas raíces y haldas baña el rio Tajo. Tenia la guarda desta fuerza Lope de Arenas como teniente de don Fernando de Castro. Convidado á que se rindiese, se excusó con la edad del Rey, como otros muchos, que él no era señor, sino lugarteniente, y como tal tenia jurado á don Fernando; que si no fuese con su licencia, no entregaria el castillo á persona alguna; que no su→

friria que con color y voz de la autoridad real se burlasen de los demás aquellos que por la flaca edad del Rey le tenian en su poder y le aconsejaban lo que les parecia. Como los del Rey perdiesen la esperanza que el alcaide haria por su voluntad lo que pretendian, determinaron de usar de fuerza y apretar el cerco de aquel castillo. Convocaron para este efecto socorros de todas partes. Don Lope de Haro, avisado de lo que el Rey pretendia, de lo postrero de Vizcaya, en que tenia grande estado, sin ser llamado, á causa que él y el conde don Nuño tenian diferencias particulares y andaban torcidos, de su voluntad vino á servir en aquel cerco. Llegado, miró el sitio del castillo, y se encargó de acometerle por aquella parte que parecia mas agria y de que mayor peligro se mostraba; cosa propia de la nacion vizcaína. Iba adelante el cerco. Los del Rey no tenian esperanza de salir con su intento. Los cercados padecian falta de mantenimientos; por esta causa usaron de engaño, y con dar esperanza de rendirse, convidado que hobieron y recibido dentro para tratar desto á los condes don Nuño y don Suero, los prendieron á traicion, por entender que el Rey, movido de su peligro, se apartaria del propósito que tenia de combatir el castillo, por lo menos vendria en algun buen partido. En lo que pensaron consistia su remedio estuvo su destruicion. Hallábase en los reales del Rey un cierto hombre, llamado Domingo, que salió del castillo no se dice por qué causa; este, si le diesen algun premio, prometió haria entregar aquella fuerza. Aceptado el partido, en cierto ruido hechizo dió una herida á Pedro Ruiz, ciudadano de Toledo; él mismo vino en ello y con voluntad del Rey; hecho esto, Domingo se puso en huida. Con esta ficcion las guardas le recibieron en el castillo. Era criado del alcaide, mañoso, servicial, y por aquella nueva hazaña le ganó mas la voluntad; trataba con él muy familiarmente sin recelo de lo que le sobrevino. El traidor, hallada ocasion á propósito para ejecutar su intento, á tiempo que el alcaide se afeitaba la barba le mató; trás esto se huyó á los reales. El pueblo sin dilacion, muerto su caudillo, sin grande dificultad vino en poder del Rey y se rindió luego; perdonó el Rey á los soldados, y el lugar no fué puesto á saco; solo á Domingo hizo sacar los ojos, que fué ejemplo señalado de castigo contra los traidores, dado que le señalaron sustento bastante para pasar la vida, porque no pareciese que el Rey quebrantaba su palabra. Este sustento no mucho despues por mandado del mismo le quitaron junto con la vida, porque magüer que ciego y castigado se alababa de aquella maldad; doblada alevosía que cometió en matar á su señor y hacer traicion á los cercados. Esto del traidor. Los soldados, alegres con la victoria, se partieron para sus casas. Don Lope de Haro, que entre todos se señaló de animoso, alabado con paJabras muy honrosas, se volvió á su tierra, sin querer aceptar los dones que le ofrecian, por saber muy bien cuánta falta y pobreza padecia el tesoro real. Este caballero dicen edificó en la Rioja la villa de Haro, no léjos del rio Ebro, y que de aquel pueblo y de su nombre, así él como sus decendientes, tomaron este apellido. El Rey se fué á Toledo á las Cortes del reino, para donde tenia convocados los grandes y ciudades de toda la provincia. Tratóse en ellas de componer el estado del reino, que por la revuelta de los tiempos andaba muy

alterado, y de recobrar las ciudades y pueblos que aun no se querian entregar. Fué este año memorable por las muchas lluvias y grandes crecientes, en particular en Toledo el rio Tajo salió de madre y llegó hasta la iglesia de San Isidro, á 20 de febrero; el año luego siguiente de 1169, á 8 de febrero, tembló la tierra en aquella ciudad; cosa que sucede pocas veces y que puso en cuidado á los ciudadanos, por pensar que aquel temblor era pronóstico de algunos nuevos y mayores trabajos.

CAPITULO XI.

De las bodas de don Alonso, rey de Castilla.

Don Fernando, rey de Leon, los años pasados casó con doña Urraca, hija de don Alonso, rey de Portugal; deste casamiento nació don Alonso, el que sucedió á su padre en el reino de Leon, dado que la misma doña Urraca, por el parentesco que tenia con su marido, fué dél repudiada y apartada. Este camino hallaban para deshacer los casamientos cuando nacian desabrimientos entre los casados; que aun no estaba introducida la costumbre de dispensar en las leyes matrimoniales, ni los pontífices comenzaban á usar de semejantes dispensaciones. Deste repudio resultaron grandes enemistades entre el suegro y el yerno, y dellas muchos daños que se hicieron y recibieron de una parte y de otra. Don Fernando andaba ocupado en reedificar las ciudades y pueblos que por la revuelta de los tiempos pasados estaban destruidas, otros edificaba de nuevo. Cerca de Salamanca reparó la antigua Bletisa con nombre de Ledesma, á Granada cerca de Coria, demás desto Benavente, Valencia de Oviedo, Villalpando, Mansilla, Mayorga. Fuera destas poblaciones, por con sejo de un forajido portugués edificó en los confines del reino, por do se divide de Portugal, á Ciudad Rodrigo, que antiguamente se llamó Mirobriga, para que fuese como firme baluarte en que se quebrantasen los impetus de los portugueses y para hacer dende correrías y cabalgadas por los lugares comarcanos. El desabrimiento que comenzó destos principios entre leoneses y portugueses se encendió despues y paró en graves enemistades. Era don Fernando príncipe de grande corazon y bravo; y aunque de costumbres muy suaves, condicion simple, liberal y manso, no dudaba hacer rostro á las armas y poder de dos los reyes de Castilla y de Portugal. Don Alonso, rey de Castilla, al principio del año de nuestra salvacion de 1170 fué á Búrgos para tener Cortes del reino, en las cuales, porque el Rey era entrado en los quince años de su edad, que era el tiempo señalado por el testamento de su padre, y legal para que le entregasen las ciudades, se trató de que se ejecutase así; y con grande voluntad de los grandes y de todos salió decretado se hiciese guerra, así á los señores si no obedeciesen á la voluntad del Rey, como al rey don Fernando, su tio, que tenia todavía con guarniciones ocupada una parte no pequcña del reino; pero esta guerra, á causa de otras dificultades, se dilató mucho. Los grandes, interesados por no ser acusados de traidores y porque no les quedaba excusa alguna para no hacello, entregaron al Rey los castillos, fuerzas y lugares que tenian en su poder. Entre los primeros hizo esto don Fernando de Castro; dado que desconfiado de la voluntad del Rey por estar

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