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no, y en nombre de otro, que era el Rey, mandallo ellos todo, quitar y poner á su voluntad. Algunos en Aragon pasaban mas adelante, ca pretendian coronarse y gobernar en su nombre todo aquel reino. ¡Cuán desapoderado y perjudicial es el apetito de reinar y la ambicion! Todo lo revuelve y lo trueca sin tener cuenta con la infamia ni lo que la modestia y templanza piden. Entre estas tempestades el gobierno y la gente andaba como nave sin gobernalle azotada de los vientos y de las olas del mar, especialmente en Aragon se veian estos daños por la ambicion perjudicial de don Sancho y de don Fernando, tios de aquel Rey, que, segun queda dicho, pretendia cada cual para sí aquella corona. No les faltaba brio para salir con su intento, ni maña para granjear las voluntades del pueblo. Alegaban que el rey don Jaime no podia heredar á su padre por no ser de legítimo matrimonio. Demás desto, don Sancho contra su competidor se valia de que era monje profeso y por el mismo caso incapaz de la corona; don Fernando, del ejemplo del rey don Ramiro, que sin embargo que era monje y de mucha edad, sucedió en aquel reino á su hermano; y que quitado este impedimento, él era de los trasversales el pariente mas cercano. Con esto el reino se dividió en tres parcialidades; pocos, pero los mejores y mas poderosos, seguian el partido del verdadero Rey. El pueblo, sin cuidar mucho de lo que era justo, se arrimaba á los que de presente con dádivas y con promesas los granjeaban. Euviáronse sobre el caso embajadores al papa Inocencio, como arriba queda di

fió mucho del de Castilla, si bien era su suegro, por ser astuto y mañoso y muy atento á sus particulares. Agravóse la dolencia tanto, que los médicos le desafiuciaron. Asistiole en aquel último trance el arzobispo de Toledo, que desde Calatrava, donde residió algun tiempo para remediar el hambre, como queda dicho, concluido aquel negocio, acudió á Búrgos y hacia compañía al Rey. El mismo le confesó y hizo que recibiese los demás sacramentos como suelen los cristianos, ordenase y otorgase su testamento. Esto hecho, rindió el alma, lúnes, á 6 de otubre, dia de santa Fides, virgen, del año que se contaba de 1214. Conforme á esto se ha de corregir la letra del arzobispo don Rodrigo, que muchas veces por culpa de los impresores y de los escribientes está muy estragada. Este fin tuvo el rey don Alonso, el mas esclarecido principe en guerra y en paz de cuantos en aquel siglo florecieron. El solo acabó muchas cosas y salió con grandes empresas; los otros reyes de España sin él y sin su ayuda apenas hicieron cosa alguna que fuese de mucha consideracion. Falleció en edad de cincuenta y siete años y mas veinte y dos dias; dellos reinó por espacio de los cincuenta y cinco. Sepultaron su cuerpo en las Huelgas de Búrgos, acompañáronle la reina dona Leonor, su hija doña Berenguela, el arzobispo don Rodrigo con otros principales del reino. Fa-. llecieron asimismo este año la reina de Castilla, viuda, doña Leonor, y don Fernando, el hijo mayor del rey de Leon, habido en su primera mujer; y demás destos don Diego Lopez de Hare, don Pedro de Castro, hijo de Fernando de Castro, todos personajes muy princi-cho, para pedir á su Rey, el cual en compañía del obis

pales. La muerte de la Reina fué en Búrgos, viérnes, último de octubre. El dolor que recibió por ver muerto su marido, que le queria mucho, le aceleró su fin; como fueron muy conformes en la vida, así sepultaron su cuerpo junto al de su marido. Don Fernando, hijo del rey de Leon y de su mujer doňá Teresa, era mozo de aventajadas partes y que daha muy buenas muestras, si la muerte antes de tiempo no le atajara los pasos y cortara las esperanzas que tales virtudes y la apostura de su cuerpo prometian; enterráron!e en el templo de Santiago de Galicia. Quedó otro hermano suyo de su mismo nombre, pero nacido de otra madre, que fué doña Berenguela, y que adelante sucedió en el reino de Castilla y tambien á su padre, como se verá en sus lugares. Don Pedro de Castro ayudó y sirvió muy bien al rey de Leon en las guerras que hizo contra moros. Su muerte fué en Marruecos, ciudad de Berbería. La causa por qué pasó en Africa no se sabe; por ventura algun desgusto ó la amistad que tenia trabada con los moros desde el tiempo de su padre. Falleció á 18 de agosto deste mismo año en que vamos.

CAPITULO IV.

Cómo en Castilla y Aragon hobo revueltas y guerras.

Despues de la muerte de don Pedro, rey de Aragon, de don Alonso, rey de Castilla, resultaron en el un y reino y en el otro bullicios y alteraciones muy graves, á causa de la poca edad de los nuevos reyes don Enrique y don Jaime, que sucedieron á sus padres. Los seTrores, á cuyo cargo estaba mirar por el bien y pro comun, todos tenian mas atencion á sus particulares. Muchos en Castilla pretendiau apoderarse del gobier

po ebredunense con muy buenas palabras los remitió á Francia enderezados al cardenal Beneventano, su legado, con órden que al conde de Monforte entregaso

lo

que tenian ganado en Francia contra los herejes, ú tal que él mismo pusiese en libertad al niño rey de Aragon y le entregase á sus vasallos. Sabida la voluntad del Papa, el legado y el conde de Monforte obedecieron sin dificultad. Hailábanse en Carcasona, desde donde acompañaron al Rey, que tenia solos seis años y cuatro meses, hasta la ciudad de Narbona; en su compañía don Ramon, conde de la Proenza, su primo hermano y de la misma edad del Rey, para que se criase en Aragon entre tanto que las guerras de Francia se apaċiguaban. Acudieron á aquella ciudad por estar á la raya de los dos reinos muchos señores de la corona de Aragon para recebir, servir y acompañar á su Rey, todos con gran muestra de alegría y grandes regocijos y recebimientos; que todos los pueblos por do pasaba le hacian procesiones y rogativas por su salud y larga vida. Tenia el niño para aquella edad buena presencia, y la estatura del cuerpo mayor que pedian aquellos años; muestra de lo que fué adelante, de su valor y grandeza. El conde de Monforte se quedó, para proseguir la guerra. hizo convocar El Legado, que en todo tenia mano, Cortes para la ciudad de Lérida con atencion á dar asiento en todas las cosas. Juntáronse á su llamado los señores, ricos hombres, los prelados y procuradores para el dia que les señalaron. Los infantes don Sancho y don Fernando no quisieron acudir por ver el pleito mal parado. En aquellas Cortes todos los que presentes se hallaron de los tres brazos del reino juraron al nuevo Rey; cosa nueva en Aragon, pero que deste principio quedó asentado para adelante, y así se acostumbra de

jurar aquellos reyes. Nombraron por ayo del niño para que le amaestrase á don Guillen Mouredon, maestre y superior de los templarios en aquel reino y el principal de los embajadores que se enviaron al Papa. Señalaron otrosí la fortaleza de Monzon para que allí se criase el nuevo Rey, hasta tanto que las parcialidades se compusiesen, y que él tuviese edad para encargarse del gobierno. Entre los ciudadanos de Zaragoza y la gente de Navarra se abrió la contratacion que, segun parece, tenian impedida por causa de las alteraciones de Aragon ó por otras diferencias, que siempre resultan entre los reinos comarcanos, mayormente que el rey don Sancho de Navarra por su edad y poca salud poco podia acudir al gobierno y al amparo de sus vasallos, antes vivia retirado en el castillo de Tudela sin atender ni á las cosas de la guerra ni á las del gobierno. Esto pasaba al fin deste año, en que cerca de la ciudad de Tornay, principal en los estados de Flandes, y puesta á la ribera del rio Escalda, el emperador Oton y Felipe, rey de Francia, tuvieron una sangrienta batalla. Estaba de parte del Emperador don Fernando, infante de Portugal, casado con la condesa proprietaria de Flandes, que vencidos y desbaratados los de su parte y los imperiales, quedó preso por largo tiempo eu poder de los franceses. Esta fué la famosa batalla de Bovinas, así dicha de un puente junto al cual se dió. En Aragon todavía continuaban en procurar algun medio de paz; parecióles seria conveniente para contentar á don Sancho, conde de Ruisellon, encargarle el gobierno del reino de Aragon, como se hizo el año siguiente de 1215. Lo que pensaban seria ocasion de sosiego sucedió muy al revés; que como persona deseosa de mandar, con la mano que le dieron, se encendió en mayor deseo de coronarse por rey; de que resultaron mayores revueltas y bullicios, como se verá adelante. Las cosas de Castilla no estaban en mejor estado. Era el nuevo rey don Enrique de once años, cuando por muerte de su padre y por haber faltado sus hermanos mayores sucedió en aquella corona. Encargóse su madre del gobierno, como era razon, que duró poco, por la muerte que muy en breve le sobrevino. En su testamento nombró para el gobierno en su lugar y para la tutela del Rey á doña Berenguela, su hija, reina de Leon, aunque apartada de su marido. Esta señora por ser de ánimo varonil y muy poderosa en vasallos, ca tenia por suyas las villas de Valladolid, Muñon, Curiel y Santisteban de Gormaz por merced y donacion que dellas le hizo el Rey, su padre, cuando volvió á Castilla, sustentaba el peso de todo y aun ayudaba con su hacienda á los gastos que forzosamente en el gobierno se hacian. ¿Quién podrá bastantemente encarecer las virtudes desta señora, su prudencia en los negocios, su piedad y devocion para con Dios, el favor que daba á los virtuosos y letrados, el celo de la justicia con que enfrenaba á los malos, el cuidado en sosegar algunos señores que gustaban de bullicios, y que el Rey, su hermano, se crinse en las costumbres que pertenecen á estado tan alto?. Solo la aquejaba la muchedumbre de los negocios y el deseo que tenia de su recogimiento y quietud. Olieron esto algunos que tienen por costumbre de calar las aficiones y desvíos de los príncipes para por aquel medio encaminar sus particulares, en especial los de la casa de Lara, como acostumbrados á

mandar, procuraron aprovecharse de aquella ocasion para apoderarse ellos del gobierno. Eran tres hermanos, Alvaro, Fernando y Gonzalo, hijos de don Nuño, conde de Lara, poderosos en riquezas y en aliados. Estos hacian poco caso del Rey, por ser niño, y de su hermana, por ser mujer. Pretendian salir con su intento, quier fuese con buenos medios, quier con malos. Ofreciéronse dos ocasiones muy á su propósito: la una, que un hombre particular, llamado Garci Lorenzo, natural de Palencia, tenia mucha cabida con doña Berenguela. De la industria deste hombre y de su maña, que era muy grande, se pretendieron valer, y para esto le prometieron, si terciaba bien y les acudia conforme á su deseo, de dalle en premio la villa de Tablada, que él mucho deseaba. Esta fué la primera ocasion. La segunda y de menos importancia fué la ausencia que á la sazon hizo don Rodrigo, arzobispo de Toledo, que solo por su mucha autoridad y prudencia pudiera descubrir y desbaratar estas trazas. Partióse para Roma para hallarse con los demás prelados en el Concilio laterano, que por sus edictos tenia convocado el papa Inocencio. Juntáronse á su llamado cuatrocientos y doce prelados, y entre ellos los setenta y uno eran arzobispos, el patriarca de Jerusalem y el de Constantinopla. El Alejandrino y el Antioqueno no acudieron, pero enviaron sus tenientes que supliesen sus veces. Los demás sacerdotes que acudieron apenas se podian contar. Los negocios que en este Concilio se trataron fueron muchos y muy graves. Sobre todo pretendian renovar la guerra de la Tierra-Santa y apaciguar las alteraciones de Francia, que los herejes traian revue!ta. Abrióse el Concilio por el mes de noviembre en la iglesia de San Juan de Letran. Entre los demás padres se señaló mucho el arzobispo don Rodrigo; hizo una oracion á los del Concilio en lengua latina, pero mezcladas sentencias y como flores de las otras lenguas italiana, alemana, inglesa, francesa, como el que bien las sabia, que puso admiracion á los padres hasta decir que desde el tiempo de los apóstoles nunca se vió cosa semejante. En particular se trató de la primacía de Toledo, á causa que los arzobispos de Tarragona, Braga, Santiago y Narbona no le querian reconocer ventaja por razones que cada cual en su defensa alegaba. Presentáronse por la iglesia de Toledo las bulas de los pontífices romanos mas antiguos, sus sentencias y determinaciones, los decretos de los concilios, argumentos y probanzas tomadas de la antigüedad, que en los hombres es venerable y en las ciudades se tiene por cosa sagrada. Salieron á la causa el arzobispo de Braga y el de Santiago, que presentes se hallaron, y el obispo de Vique, como lugarteniente del de Tarragona. Pretendian alegar, y alegaron de su derecho, y responder á los argumentos y razones que por el de Toledo militaban. No se procedió á sentencia á causa que algunos de los interesados se hallaban ausentes y era necesario oirlos. Solo concedió el Papa al arzobispo don Rodrigo que por espacio de diez años tuviese autoridad de legado en toda España, y que si la ciudad de Sevilla viniese á poder de cristianos, como esperaban que seria en breve por la flaqueza de los almohades, que en tal caso quedase sujeta al arzobispo de Toledo como á primado, sin que pudiese contradecir ni apelar deste decreto. Concedióle demás desto facultad de dispensar y

CAPITULO V.

Cómo los de la casa de Lara se apoderaron del gobierno de Castilla.

de legitimar trecientos hijos bastardos, y que en todas las iglesias de España, en las ciudades que se ganasen de moros pudiese nombrar y poner los obispos y sacerdotes que en ellas faltasen. Grande fué el crédito que el dicho Arzobispo ganó en aquel Concilio, no solo por las muchas lenguas que sabia, sino por sus muchas letras y erudicion, que para aquel tiempo fué grande. Deja dos libros escritos, uno de la historia de España, el otro de las cosas de los moros, fuera de otro tratado que anda suyo en defensa de la primacía de su iglesia de Toledo. Tocante á la guerra de la Tierra-Santa se acordó y decretó en el mismo Concilio que todos los eclesiásticos ayudasen para los gastos y para llevalla adelante con cierta parte de sus rentas. Con este subsidio enviaron gente de socorro, y por su general á Pelagio, cardenal y obispo albanense, de nacion español, segun que lo testifica don Lúcas de Tuy; y que con este socorro se ganó la muy famosa ciudad de Damiata, puesta en lo postrero de Egipto. Cuanto á las revueltas de Francia, los dos Raimundos ó Ramones, padre y hijo, condes de Tolosa, acudieron al Concilio para pleitear contra Simon de Monforte, que los tenia despojados de su estado. La resolucion fué que los condenaron como á herejes, y adjudicaron á Simon de Monforte la ciudad de Tolosa con todo aquel condado, y los demás pueblos y ciudades que había ganado á los herejes con su valor y buena maña. En virtud de lo cual fué á verse con el rey de Francia para hacerle sus homenajes, como feudatario suyo, por aquellos estados, como lo hizo, y juntamente asentó con aquel Rey confederacion y perpetua amistad. Pero como quier que no se fiase de los vasallos, que todavía se inclinaban á sus señores antiguos, hizo desmantelar las ciudades de Tolosa, Carcasona y Narbona, por donde y por los tributos muy graves que derramó sobre aquellos estados incurrió en grave odio de los vasallos, de tal manera, que muchos pueblos á la ribera del rio Ródano se le rebelaron y se entregaron á Raimundo el mas Mozo, hijo del despojado, y aun poco adelante se perdió la misma ciudad de Tolosa. Para todo ayudó mucho que diversos señores de Francia y de Cataluña, sin embargo de lo decretado por el Papa y por el Concilio, acudieron con sus fuerzas á aquellos príncipes despojados y pobres. El de Monforte pretendia con sus gentes recobrar aquella ciudad de Tolosa, y se puso con este intento sobre ella, y aun saliera con la empresa si no le mataran con una piedra que dispararon los cercados de un trabuco; hombre dignísimo de mas larga vida y de mejor fin por sus muchas virtudes y valor, y que á la destreza en las armas igualaba su piedad y amor de la religion católica. Dejó dos hijos en edad muy florida: el uno se llamó Aimerico, el otro Simon. El Aimerico, luego que mataron á su padre, alzó el cerco, y perdida grande parte de aquellos estados, desistió de la guerra. No se igualaba á su padre en grandeza de ánimo, en hazañas y valor; así, desconfiado de poder sosegar aquellos vasallos y contrastar con tantos príncipes como le hacian resistencia, se resolvió de renunciar aquellos pueblos y entregallos al rey de Francia, que en recompensa le nombró por su condestable; trueco muy desigual. Esto pasó tres años adelante; volvamos á la órden de los tiempos que poco arriba dejamos.

Los de la casa de Lara todavía continuaban en su pretension y solicitaban á Garci Lorenzo para que les ayudase. El, engolosinado con las promesas que le liacian, y porque no se le pasase aquella ocasion de adelantarse, se ofreció de hacer todo lo que le pedian. Solo esperaba alguna buena coyuntura, y hallada, dijo un dia á la Reina gobernadora, que muy descuidada estaba de aquellas tramas, que la carga de aquel gobierno era muy pesada y sobre las fuerzas mayormente de mujer; encareció mucho las dificultades, los peligros, la diversidad de aficiones y parcialidades que entre los señores y entre los del pueblo andaban. La Reina, que mucho deseaba su quietud, fácilmente se dejó persuadir y llevar de aquellas engañosas palabras. «¿Quién, dijo, me podrá descargar deste cuidado? Quién os parece á propósito para encargalle el gobierno y la crianza del Rey?» Respondió: « Ninguno en el reino en poder y en riquezas se iguala á los de la casa de Lara, que podrán acudir á todo y reprimir los intentos de los mal intencionados.» Parecióle bien este consejo á la Reina y esta traza. Acordó juntar los obispos, los ricos hombres y los señores para consultar el negocio. Los mas, preguntado su parecer, se allegaron al de Garci Lorenzo y se conformaron con la voluntad de la Reina, unos por no entender el engaño, otros por estar negociados, otros por aborrecer el gobierno presente como de mujer y ser cosa natural de nuestra naturaleza perversa creer de ordinario que lo venidero será mejor que lo presente. Salió por resolucion que la Reina dejuse el gobierno del reino y le renunciase en los tres hermanos señores de Lara. Volvió en esta sazon de Roma el arzobispo don Rodrigo con poder y autoridad de legado del Papa, no le plugo nada que la Reina renunciase; pero el negocio le tenian tan adelante, que no se atrevió á contradecir. Solo hizo que aquellos señores de Lara en sus manos hiciesen juramento que mirarian por el bien comun y por el pro de todo el reino, en particular que no darian ui quitarian tenencias y gobiernos de pueblos y castillos sin consulta de la Reina y sin su voluntad; que no harian guerra á los comarcanos ni derramarian nuevos pechos sobre los vasallos; finalmente, que á la reina doùa Berenguela tendrian el respeto que se debía y era razon tenerle á la que era hermaua, hija y mujer de reyes. Con este homenaje les parecia se cautelaban y aseguraban que todo procederia bien y á contento, como si pudiese cosa alguna enfrenar á los ambiciosos, y si el poder adquirido por los malos medios tuviese de ordinario mejores los remates. Fué así, que luego que don Alvaro, el mayor de los hermanos, se apoderó del gobierno, partió de Búrgos, do se hizo la renunciacion y todos estos conciertos. Lo primero desterró del reino á ciertos señores por causas ya verdaderas, ya falsas. Apoderóse de los bienes públicos y particulares, sin perdonar á las mismas rentas de las iglesias. A los patrones legos, que tenian derecho y costumbre de presentar para los beneficios de las iglesias, quitó aquella libertad con color que no eran de órden sacro y de reparar el culto divino, que en muchas maneras andaba menoscabado. En todo procedia por via

y

de fuerza, sin cuidar de las leyes ni de la revuelta que los tiempos amenazaban. Pasó tan adelante en esta rotura, que puso en necesidad á don Rodrigo, dean de Toledo y vicario del Arzobispo, de pronunciar sentencia de descomunion contra el dicho don Alvaro, gobernador. Enfrenóse algun tanto por este castigo y hizo alguna restitucion y satisfaccion de los daños pasados; pero no se mudó del todo su condicion y mal ánimo. Juntó Cortes en Valladolid. Acudieron á su llamado y á su persuasion por la mayor parte los de su parcialidad y de su valía, que socolor del bien público y con voz de todo el reino, ayudaron sus intentos de arraigarse en el gobierno y pertrecharse con todo cuidado para todo lo que pudiese resultar. Este fué el principal efecto de aquellas Cortes. A gran parte de la nobleza pesaba mucho que don Alvaro con aquellas trazas se apoderase de todo sin que nadie le pudiese ir á la mano, y que uno solo tuviese mas fuerza y autoridad que todos los demás. En especial don Lope de Haro, hijo de don Diego de Haro, y don Gonzalo Ruiz Giron, mayordomo de la casa real, y sus hermanos, que todos eran de los mas principales, sentian mucho el desórden. Comunicaron entre sí el negocio; acordaron hacer recurso á doña Berenguela y querellarse de la renunciacion que hizo del gobierno. Pusiéronle delante el peligro que todo corria si prestamente no se acudia con remedio. Que bien estaban satisfechos del buen ánimo é intencion que tuvo en renunciar el gobierno; mas pues las cosas sucedian al revés de lo que se pensó, era forzoso mudar propósito y volver al oficio y cuidado que dejó para que aquellos hombres locos y sin término no acabasen de hundillo todo. «¿Por ventura será razon que antepongais vuestro descanso y quietud al bien comun y pro de todo el reino, permitir que todos nos despeñemos y nos perdamos? ¿Por qué no quitaréis el oficio y cargo que sin darnos parte reuunciastes á un hombre sin juicio y desatinado? Librad pues á nos y al reino de las tempestades que á todos amenazan; que si en este tranee no nos acudís, será forzoso remediar los daños con las armas. Mirad, Señora, no se diga que por el deseo de vuestro particular descanso fuistes causa que el reino se revolviese y alterase, como será necesario. » Movian estas razones á la Reina. Conocia el yerro que hizo; todavía como era mujer y flaca no se atrevia á contrastar con los que tenian en su poder las fuerzas y las armas del reino. Temia que si intentaba de despojallos del gobierno resultarian mayores males; tomó por expediente avisar á los de Lara de la jura que hicieron de goberpar el reino con todo cuidado sin hacer a gravios ni demasías, en que parecia haberse desmandado. Sirvió este aviso muy poco; antes irritado don Alvaro, se apoderó del estado y pueblos de la misma Reina, y no contento con esto, la mandó salir de todo el reino; grande atrevimiento y afrenta notable, bien fucra de lo que sus obras merecian y de lo que la nobleza y agradecimiento pedia. La Reina, por excusar mayores inconvenientes, en compañía de su hermana la infanta dona Leonor se retiró al castillo de Otella, cerca de Palencia, por ser una plaza muy fuerte; muchos de los grandes tomaron su voz, en que perseveraron hasta la muerte del Rey, su hermano. Todo era principio de algun gran rompimiento, mayormente que á don Gonzalo Giren removieron del oficio de mayordomo mayor, y se dió á don Fer

nando de Lara, hermano de don Alvaro. Al Rey, aunque de poca edad, no contentaban estas trainas; deseaba hallar ocasion para librarse de los que en su poder le tenian y irse para su hermana. Era por demás tratar desto, porque don Alvaro le tenia puestas guardas y tomados los pasos. Demás desto, por asegurarse mas y ganalle la voluntad con deleites fuera de tiempo, trató de casarte. Despachó embajadores para pedir por mujer del Rey á doña Malfada, hermana del rey de Portugal don Alonso. Concertóse el casamiento y trajeron la novia á Palencia, do se celebraron las bodas. Recibió desto mucha pesadumbre doña Berenguela por los daños qua podian resultar á causa de la edad del Rey, que era muy poca. Escribió sobre el caso al papa Inocencio, avisólo del deudo que tenian entre sí los desposados. El Papa, informado de todo, por un breve suyo remitió el negocio á los obispos don Tello, de Palencia y don Mauricio, de Búrgos, para que examinasen lo que la Reina decia, y si se averiguase el impedimento, apartasen aquel casamiento, so graves penas y censuras si no obedeciesen á sus mandatos. Los obispos, luego que recibieron el breve, procedieron en el caso como les era mandado, y averiguado el parentesco que se alegaba, dieron sentencia de divorcio; con que la desposada, á lo que se cree, doncelia y sin perjuicio de su virginidad, dió la vuelta á Portugal. Allí fundó el monasterio de Rucha, y en él pasó lo que le restó de la vida sauta y religiosamente, aunque muy sentida no solo de aquella mengua, sino en especial contra don Alvaro, que no contento de haberle sido causa de aquel daño, trató de casarse con ella; que fuera un trueco muy desigual y de reina sujetarse á su mismo vasallo. Todo esto pasaba en Castilla el año que se contó de Cristo 1216, en que á 16 de julio falleció en Roma el papa Inocencio III, persona de aventajadas prendas y virtudes, y que pocos en el número de los pontifices se le igualaron, en particular fué muy elocuente y muy sabio en letras divinas y humanas. Sucedió en su lugar Honorio III, natural de Roma, en cuyo tiempo y pontificado falleció en aquella ciudad la reina de Aragon doña María, madre del rey don Jaime; sepultaron su cuerpo en el Vaticano, cerca del sepulcro de santa Petronilla. Allí reposaron sus huesos de los muchos trabajos que padeció por toda su vida, desterrada de su reino y de su paꞌria, pobre y apartada de su marido. En su testamento dejó encomendado su hijo y el reino de Aragon al Pontífice, para que como padre universal los recibiese debajo de su proteccion y amparo. La edad del Rey tenia necesidad de semejante favor, y por estar los del reino divididos en parcialidades, de que se temian revueltas y guerras, era menester que la prudencia del Pontífice los enfrenase, lo que él hizo con todo cuidado por cuanto le duró la vida. En esta sazon don Ramon, conde de la Proenza, por cartas que sus vasallos le enviaban, se determinó de huirse secretamente de Monzon, do le tenian como preso en compañía del rey de Aragon, su primo. Embarcóse en una galera que en el puerto de Salu, cerca de Tarragona, le tenian aprestada. Con su llegada á su estado se apaciguaron graves diferencias que andaban entre los principales de aquella tierra, como los que estaban sin cabeza, y cada cual pretendia poner mano en el gobierno. Tomás, conde de Mauriena, cepa de los duques de Saboya, tenia una hija, por nombre

Beatriz, que casó con este don Ramon, conde de la Proenza. Deste matrimonio nacieron cuatro hijas, que casaron las tres con otros tantos reyes, y la cuarta con el Emperador; rara felicidad y notable. La huida de don Ramon fué ocasion de poner en libertad al rey de Aragon. Don Guillen Monredon, maestre del Temple, comenzó á recelarse por este ejemplo no le sacasen con semejante maña de su poder al Rey, que seria ganar otros las gracias de ponelle en libertad y quedar él cargado de habelle tenido tanto tiempo como preso. Con este cuidado y para dar corte en lo que se debía hacer, se comunicó con don Pedro de Azagra, señor de Albarracin, y con don Pedro Aliones, ambos personajes de mucho poder y nobleza. Acordaron de llamar á Monzon á don Aspargo, que de obispo de Pamplona lo era á la sazon de Tarragona, y á don Guillen, obispo de Tarazona. Juntos que fueron, de comun acuerdo se resolvieron de poner al Rey en libertad y entregalle el gobierno del reino, si bien no pasaba de nueve años. Tomaron este acuerdo por el mes de setiembre, y se juramentaron entre sí de llevar adelante esta resolucion. No hay cosa secreta en las casas reales, mayormente en tiempo que reinan pasiones y parcialidades. Don Sancho, tio del Rey, que tenia el gobierno del reino, sabido lo que pasaba, con intento de conservarse en el mando, llevaba muy mal aquel acuerdo. Desmandábase en palabras y fieros en tanto grado, que llegó á amenazar cubriria de grana el camino por do el Rey pasase, que era tanto como decir le regaria con sangre de los que le acompañasen. Su soberbia era tan grande, que nunca pensó se atrevieran á lo que hicieron, y todavía se fue con buen golpe de gente á Selga, que es un pueblo puesto en el mismo camino por do habian de pasar. El Rey, cuando esto supo, tuvo miedo, tanto, que sin embargo de su poca edad, se puso una cota de malla con intento de pelear, si fuese necesario. Valió que don Sancho, aunque tenia en las manos la victoria por ser muy pocos los que acompañaban al Rey, bien que de los mas ilustres y principales, no se determinó á acometellos; la causa no se sabe, parece que le cegó Dios para que no viese la caida que deste principio muy en breve le esperaba. El Rey, libre deste peligro, pasó á Huesca, de allí á Zaragoza. Allí y por todo el camino se hicieron grandes fiestas y alegrías y recibimientos por velle puesto en libertad, ca todos esperaban y tenian por cierto que para adelante el gobierno procederia mejor que hasta allí y los daños del reino se remediarian. Convenia dar asiento en negocios muy graves que tenian represados, sosegar las volun!ades y parcialidades, alentar á los buenos y cortar los pasos á los no tales. Para todo te-nian necesidad de recoger dineros, de que se padecia gran falta, á causa de los gastos que los años pasados se hicieran y de los bandos y pasiones que continua-ban y todo lo tenian consumido. Los catalanes acudieron á esta necesidad con mucha voluntad; otorgaron que se cobrase el tributo que vulgarmente llaman bovático, por repartirse por las yuntas de bueyes y las demás cabezas de ganados. Este tributo se concede pocas veces y solo en tiempo de graves necesidades; y sin embargo de que le otorgaron al rey don Pedro los años pasados por tres veces, al presente se le concedieron al rey don Jaime, su hijo, que fué el año 1217. Fué esta concesion de grande momento; de que se recogió

tanto dinero cuanto era menester para el sustento de la casa real y para apercebirse de gente que enfrenase las demasías de cualquiera que se desmandase.

CAPITULO VI.

De lo restante hasta la muerte del rey don Enrique de Castilla.

La division y enemiga entre don Alvaro de Lara y la reina doña Berenguela traia alborotado el reino, pequeños y grandes; unos acudian á una parte, otros á la contraria, de que resultaban muertes y robos y otros géneros de maldades. Sucedió un nuevo embuste de don Alvaro con que echó el sello á los demás desórdenes y trazas. Pasó el Rey al reino de Toledo, y entreteníase en Maqueda, villa poco distante de aquella ciudad. Doña Berenguela, su hermana, cuidadosa de su salud le despachó un hombre para que de secreto le visitase de su parte y le llevase nuevas de todo lo que pasaba. Tuvo don Alvaro desto aviso; prendió al hombre con achaque que traia cartas que él mismo contralizo con el sello de la Reina, en que persuadia á los de palacio diesen yerbas al Rey, su señor. Para dar mayor color á esta invencion y para hacer sospechosa á la Reina y que el Rey se recatase de la que era su amparo, hizo dar garrote al mensajero, que sin culpa alguna estaba. Con este hecho tan atroz se enconaron mas las voluntades; los mismos vecinos de Maqueda, sabido el embus-` te, con mano armada pretendieron dar la muerte á hombre tan malo; y salieran con ello, si con tiempo no se retirara y en compañía del Rey se partiera camino de Hucte. A aquella ciudad envió de nuevo la reina doña Berenguela, á instancia del mismo Rey, otro hombre, que se llamaba Rodrigo Gonzalez de Valverde, para comunicar con él la manera que tendria para retirarse donde la Reina estaba. A este tambien prendieron y enviaron á Alarcon para que allí le guardasen; no se atrevieron á darle la muerte por no indignar mas la gento. La tempestad empero que con estas nubes se armaba revolvió sobre los señores que seguian el partido de la Reiua. Tuvo el Rey la Cuaresma en Valladolid; desde allí envió don Alvaro buen golpe de gente para cercar á Montalegre, en que se tenia don Suero Tellez Giron, caballero de muy antigno y noble linaje, y bien apercebido de soldados para defender aquella plaza; demás que tenia dos hermanos, el uno don Fernando Ruiz, y el otro don Alonso Tellez, que le pudieran acudir, y no lo hicieron por respeto del Rey; antes don Suero, luego que en nombre del Rey le requirieron entregase aquella fuerza, lo hizo, si bien se pudiera entretener largamente. Mas los nobles antiguamente en España sobre todo se esmeraban en guardar á sus príncipes el respeto y la debida lealtad. Despues desto corrieron los campos comarcanos, y el Rey mismo con su gente se puso sobre Carrion. Desde á poco pasó sobre Villalva, dentro de la cual fuerza se hallaba Alonso de Meneses, no menos ilustre que los Girones, pero no tan comedido como ellos. La venida del Rey fué de sobresalto, y don Alonso á la sazon se hallaba fuera del pueblo; para entrar dentro le fué forzoso bacerse camino con la espada, en que estuvo á punto de perderse y quedó herido, y muertos muchos de sus criados y algunos caballos que le tomaron en la refriega. Sin embargo, defeudió aquella plaza obstinadamente hasta tanto que el Rey,

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