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mero de la olimpíade 129, que de la fundacion de Roma se contaba 490. Sabido esto en Mecina, parte de los ciudadanos tomaron las armas, con que echaron de su ciudad la guarnicion de los cartagineses. Por este agravio, que fué muy notable, irritados los cartagineses, se concertaron con Hieron, y juntadas con él sus fuerzas, pusieron por mar y por tierra cerco á los de Mecina, con intento así de apoderarse de la ciudad como para impedir el paso del Estrecho á los romanos; pero ellos luego que llegaron, cubiertos de la escuridad de la noche, pasaron el Estrecho, y recebidos que fueron dentro de la ciudad, salieron á dar la batalla al enemigo, en que vencieron á Hieron, y tomaron los reales de los cartagineses. Siguieron el alcance y la victoria hasta la misma ciudad de Siracusa, donde tuvieron algun tiempo cercados á los sicilianos que de la matanza escaparon; asimismo á los cartagineses quitaron no pocas ciudades y pueblos. Trocadas las cosas desta suerte, Hieron tambien se apartó dellos y tomó asiento con los romanos. No desmayaron por esto los cartagineses, antes tanto con mayor diligencia y brio juntaron una nueva y gruesa armada, y levantaron nuevas compañías en España y por las marinas de la Gallia y por la Liguria, que hoy es lo de Génova, segun que Polibio lo testifica. Con este aparato tornaron á la guerra contra los romanos, que fué larga y dificultosa; pero no hace á nuestro propósito declarar todo lo que en ella sucedió, pues es bastante carga la que tomamos de relatar las cosas de España, de la cual refieren nuestros escritores, sin señalar ni lugares ni nombres, que por este tiempo era trabajada de una guerra cruel y civil, sin perdonar ni excusar muertes, robos y quemas que de todas maneras sucedian. En Sicilia la guerra entre romanos y cartagineses se proseguia; los trances y sucesos fueron varios, ya los vencidos vencian, ya eran vencidos los vencedores, hasta tanto que se dió una batalla naval, año de la fundacion de Roma de 502, en que las fuerzas de los romanos fueron trabajadas; ca el general romano Cecilio Metello fué vencido y puesto en huida con pérdida, si creemos á Eusebio, de noventa naves. Al contrario, los mallorquines se rebelaron contra los gobernadores de Cartago, y muerta la guarnicion de cartagineses, con un granizo de piedras forzaron á la armada que estaba surta en el puerto á salirse dél y echar áncoras en alta mar; y como la furia de aquellos hombres salvajes no se amansase, les fué necesario hacerse á la vela la vuelta de Cartago. Para sosegar aquella revuelta y ganar aquellos isleños era menester esfuerzo, autoridad y maña, por donde acordaron en Cartago de enviar para este efecto un varon de conocida prudencia y de gran fama en las armas, por nombre Amilcar Barquino. Este, con la autoridad y destreza que tenia, juntó y se ayudó de grande afabilidad en su trato; así, sin usar de rigor ni de fuerza, redujo toda la isla al reposo y obediencia de antes. En este tiempo, en una isla llamada Ticuadra, cercana á Mallorca, nació á Amilcar un hijo, por nombre Aníbal, aquel que con la grandeza de sus hazañas y con la fama de su valor hinchó la redondez de la tierra. Plinio sin duda, si la letra no está errada, hace á Ticuadra patria de Aníbal. Nuestros coronistas añaden que nació de madre española, y que el gran Amilcar, su padre, nombrado que fué por general para continuar la guerra contra los

romanos, año de la fundacion de Roma de 507, llevó á Sicilia en su armada dos mil españoles y trecientos honderos, con intento de recobrar el señorío de aquella isla, que los suyos habian perdido. Con estas gentes costeó y aun acometió las riberas de Italia, y última– mente surgió con su flota en aquella parte de Sicilia donde está puesta la ciudad de Palermo, con una ensenada y cala que allí tenia, no mala para las naves. Está allí cerca un monte empinado, que por todas las partes tiene áspera la subida; debajo dél se extendia y extiende una llanura de doce millas en circuito, muy fresca, hermosa y fértil á maravilla. En aquel monte se fortificó Amilcar, y en él puso sus gentes, con intento que no le forzasen á venir á las manos y dar la batalla de poder á poder; ca no queria aventurar el resto en una pelea, y solo pretendia trabajar al enemigo con escaramuzas y rebates, convidar á los pueblos y ciudades comarcanas á tomar otro partido, y junto con esto hacerse señor de la mar. Contra estos intentos, el cónsul Cayo Luctacio, enviado que fué de Roma con una gruesa armada, llegó y dió fondo junto al promontorio Lilibeo, donde está asentada la ciudad de Trapana. Asimismo, á instancia de Amilcar, partió de Cartago una nueva armada, y por general della un hombre principal, que se llamaba Hannon. Vinieron á las manos las dos armadas cerca del dicho promontorio Lilibeo ó cabo de Trapana; la batalla fué brava y de las inas famosas del mundo. La victoria quedó por los romanos, la armada cartaginesa destrozada, ca sesenta naves fueron tomadas por los romanos, y otras cincuenta echadas á fondo; el número de los muertos y prisioneros fué conforme al número de las naves y grandeza de la victoria. El temor de la ciudad de Cartago, cuando se supo la rota, fué tan grande, que se determinaron y trataron de tomar asiento con los romanos. Dióse el cuidado y comision de hacer los conciertos y capitular á Amilcar, capitan de no menor valor para sufrir los reveses de la fortuna, que de esfuerzo para hacer la guerra. Hobo vistas de los dos generales, en que se trató de las condiciones, y últimamente se concluyó la paz en esta forma y con estas capitulaciones: los cartagineses saquen sus huestes y soldados de Sicilia y de las islas comarcanas; no hagan algun agravio ó molestia á Hieron ni á los demás confederados de los romanos; paguen á ciertos tiempos y plazos dos mil y docientos talentos euboicos, y esto por castigo y por los gastos hechos en la guerra; suelten los cautivos que tuvieren, sin rescate. Estas condiciones no agradaron al pueblo romano, por lo cual diez varones, enviados con autoridad de corregir y concluir este tratado, añadieron mil talentos á la suma que estaba concertada; demás desto mandaron que los cartagineses, no solo saliesen de Sicilia, sino tambien de las otras islas que caen entre Sicilia é Italia. Con tanto se dejaron las armas, y se concluyeron las paces el año veinte y dos despues que la guerra se comenzó; pero de tal manera, que todos entendian no faltaba voluntad á los cartagineses de volver á la guerra y á las armas, y que lo harian, luego que tuviesen fuerzas bastantes, con mayor brio y porfía que antes. Las condiciones que les pusieron eran muy pesadas; y por tanto se persuadian no las guardarian mas de cuanto les fuese forzoso. Fué este año desgraciado para España por la seca que padeció

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Cómo Amilcar vino otra vez á España.

Nunca las adversidades paran en poco, antes vienen de ordinario enlazadas unas de otras, como se vió en la ciudad de Cartago, que le sobrevinieron nuevos desastres y daños, y fué que á un mismo tiempo en Africa y en Cerdeña se amotinaron los soldados cartagineses porque no les daban las pagas que de mucho tiempo se les debian. En Africa los soldados que salieron de Sicilia, luego que se amotinaron, nombraron por sus capitanes á Coto, africano, y á Sependio, italiano de nacion; eran como sesenta mil hombres; la ciudad no les podia satisfacer por estar sus tesoros acabados con los gastos de aquella desastrada guerra; volvieron su rabia contra los pueblos y los campos comarcanos, con que pusieron en gran cuidado y cuita á los de Cartago. Los de Cerdeña, además de amotinarse, pasaron tan adelante, que sus mismos soldados se conjuraron contra su capitan Hannon, sin parar hasta ponerle en una cruz por haberse con ellos ásperamente. Fuera enviado este capitan para apaciguar el motin que allí se habia levantado; con su muerte se juntaron los soldados de Hannon con los amotinados de antes, y por algun tiempo tuvieron el señorío y mando de la isla, hasta tanto que, echados por los naturales de ella, se huyeron y pasaron á los romanos, de los cuales de tal manera fueron recebidos y amparados, que no los tornaron á enviar á Cerdeña; mas, por otra parte, ellos armaron muchas naves para quitar á los cartagineses, como lo hicieron, la posesion de aquella isla. Fué este grave sentimiento para los de Cartago, que consideraban cuántas fuerzas perdian con haberles quitado á Sicilia y al presente despojado de Cerdeña. Los romanos se excusaban con el concierto y capitulaciones pasadas, por donde pretendian que los de Cartago debian partir mano y salirse de la una y de la otra isla. Para mitigar esta pena usaron de blandura y de maña; y fué que sin ser requeridos enviaron trigo á Cartago para remedio de la hambre, que se padecia gravísima en aquella ciudad, causada de la falta de labor por los alborotos, que no dieron lugar á sembrar los campos; dado que Amilcar Barquino, nombrado de los suyos por capitan contra los amotinados de Africa, los habia quebrantado y cansado con paciencia de tres años, y vencido despues en una señalada batalla que les dió. Reparadas las cosas con esta victoria, y disimulado el dolor de habelles quitado á Cerdeña, tornaron á tratar de lo de España; donde por caer tan léjos de Roma pensaban podrian extender su señorío, y con mayores ventajas recompensar los daños pasados. Nombraron á Amilcar para aquel cargo con autoridad suprema de hacer y deshacer; el cual, al partirse de Cartago, segun la costumbre, hizo primero sus votos, y ofreció sus sacrificios; hallóse presente su hijo Aníbal, niño de nueve años, porque le queria llevar consigo á España. Hízole tocar al altar y que jurase por expresas palabras que, en siendo de edad, vengaria su patria contra los romanos y tomaria contra ellos las armas. Tenia Amilcar otros tres hijos mc

nores que Aníbal, es á saber, Asdrúbal, Magon y Hannon. Hízose Amilcar á la vela, y luego que llegó á Cádiz, los turdetanos, que sin hacer mudanza se habian conservado en la amistad de Cartago, enviaron embajadores á dalle la bien venida y ofrecelle sus gentes y fuerzas, si las hobiese menester. Con esta ayuda Amilcar, no solo recobró lo que antiguamente los suyos poseian en tierra firme, pero aun se apoderó de toda la Bética, parte por fuerza, y parte por voluntad de los naturales, que fué el año de la fundacion de Roma de 516. Era esta gente por aquel tiempo tan rica, que, como dice Estrabon, usaban de pesebres y de tinajas de plata. Añaden que, costeando con su armada las riberas del mar Mediterráneo, se metió por Ebro arriba, donde fundó un pueblo, que antiguamente llamaron Cartago la Vieja, y hoy se entiende que sea Cantavecha, pueblo pequeño de los caballeros y órden de San Juan, distante de la ciudad de Tortosa, entre poniente y septentrion, por espacio de diez leguas, en los pueblos dichos antiguamente Ilercaones, donde sin duda la puso Ptolemeo; por donde claramente se entiende cómo se engañan los que sienten que Cartago la Vieja fuese, ó la misma ciudad de Tortosa, ó tres leguas hacia el levante donde sale el sol, una aldea llamada Perelló, por ciertos paredones que allí hay, rastros manifiestos de edificio antiguo. El año siguiente se apoderó de todas las marinas, donde los Bastetanos y Contestanos se extendian hasta el mar, comarcas do hoy están las ciudades de Baza y Murcia; y no dista mucho de allí la de Sagunto, de donde vinieron embajadores á Amilcar para darle el parabien de las victorias y traerle presentes, si bien los de aquella ciudad estaban muy lejos de entregársele, aunque fuese con muy honestos y aventajados partidos. Despidiólos pues benignamente y con buenas palabras; pero el deseo que tenia de apoderarse de aquella ciudad era muy grande. Era menester buscar algun color para hacello y para cubrir su mal ánimo con capa de honestidad. Acordó de persuadir á los turdetanos que en los términos de Sagunto edificasen una ciudad, la cual consta se llamó Turdeto, y algunos quieren que sea Tiruel, apartada veinte leguas de Sagunto; esto sienten movidos solo por la semejanza del nombre, conjetura las mas veces engañosa y flaca. Resultó de aquel principio y por aquella causa diferencia entre aquellas dos naciones ó ciudades; ocasion á propósito para lo que pretendia Amilcar, que era apoderarse de los saguntinos y quitalles la libertad; ellos por sospechar lo que era, se resolvieron de no alborotarse ni tomar las armas contra los turdetanos. A la boca del rio Ebro hicieron los cartagineses fiestas y alegrías por todas las victorias pasadas, junto con celebrarse las bodas de Himilce, hija de Amilcar, con Asdrúbal, deudo del mismo, el año que se contaba de la ciudad de Roma 521. Hacíanse estos regocijos, y no por eso el capitan cartaginés se descuidaba de lo que á la guerra tocaba, antes desde allí envió embajadores á los principales de la Gallia para ganarles las voluntades, por tener entendido que su amistad podria ser muy á propósito para la guerra que, en teniendo á España sujeta, pensaba hacer contra los romanos. Granjeólos con dádivas y con oro, de que ellos eran muy codiciosos, y España muy abundante. Luego el año siguiente movió con su gente y armada hácia los Pirineos; corrió y su

jetó todas aquellas riberas desde Tortosa hasta el rio que hoy llamamos Lobregat, y antiguamente se llamó Rubricato. Poco adelante dél fundó la nobilísima ciudad, cabeza de Cataluña, con nombre de Barcelona, por los Barquinos, del cual linaje él era. Otros atribuyen la fundacion de Barcelona á Hércules el Libio; otros á la ciudad Barcilona, que estaba en Asia en la provincia de Caria. Pero autores mas en número y de mayor antigüedad cuentan á nuestra Barcelona entre las pobla ciones cartaginesas, con que se refutan las dos opiniones postreras, y la primera se comprueba. Trataba destas cosas Amilcar, y juntamente pretendia apoderarse de Roses y de Ampúrias, ciudades cercanas, y que resistian á sus intentos por estar aliadas con los saguntinos, cuando muy fuera de su pensamiento le sobrevino la muerte en los pueblos Edetanos, donde era vuelto, por causa de acudír á las alteraciones que en la Bética estaban levantadas. Fué muerto en una batalla que dió á los naturales, que le salieron en gran número al encuentro, el noveno año poco mas o menos despues que vino esta segunda vez á España. La pelea fué tan brava y sangrienta, que de pasados cuarenta mil hombres que llevaba consigo, mas de las dos tercias parteş murieron á cuchillo. Los demás, muerto su general, se salvaron por los piés, y con la escuridad de la noche se pudieron recoger á las ciudades comarcanas de su devocion. Tito Livio dice que esta batalla se dió junto á un lugar y pueblo que se llamaba Castro Alto.

CAPITULO VIII.

De lo que Asdrúbal hizo.

Las fuerzas y armas de los cartagineses, despues desta rota tan memorable, refieren que revolvieron sobre la Bética 6 Andalucía, donde echaron por el suelo una poblacion de los focenses, sin declarar qué nombre tenia; solo dicen que fué la primera que se alborotara en aquellas partes. Así, la que fué primera ocasion del daño, fué primeramente castigada. Esto en España. En Cartago, sabida la muerte de Amilcar, se trató en aquel Senado de enviar sucesor en su lugar para el gobierno de España. Hobo grande debate sobre el caso, y no se conformaban los pareceres. La ciudad estaba toda dividida en dos bandos, los edos y los barquinos, dos parcialidades y familias que en poder, riquezas y autoridad sobrepujaban á las demás. Los barquinos querían que Asdrúbal fuese elegido para aquel cargo; los edos otrosí, por envidia que les tenian, pretendian enviar de su linaje gobernador á España, de donde se recogian grandes riquezas. En tanto que por estos debates la resolucion se dilataba y estas diferencias andaban, llegó Aníbal desde España muy á propósito á Cartago. Con su llegada confirmó las voluntades y fuerzas de su bando, y se enflaquecieron los intentos del contrario. En fin, con sus amigos y por su autoridad y negociacion hizo tanto, que el cargo de España se encomendó á Asdrúbal, su cuñado. Entró en el Senado, hizo un largo y estudiado razonamiento; relató los trabajos de su padre, las cosas que gloriosamente habia acabado; cómo por su esfuerzo quedaba domada España; su desgraciada muerte, que resultó, no por alguna culpa suya, sino por la adversidad de la fortuna; que dejaba fundadas nuevas ciudades, y en las antiguas puestas

buenas generaciones; que la esperanza de sujetar todo lo demás de aquella provincia era grande, si por el mismo camino y traza se continuaba el gobierno; erraban si creian que los ánimos feroces de los españoles se podian domar por sola fuerza; que Asdrúbal era de edad á propósito, grande su autoridad, su esfuerzo y valentía, y no solo en las armas era ejercitado, sino tambien en la elocuencia, y en particular tenia grande destreza y maña para tratar los ánimos de los naturales; que en él solo las voluntades, así de los ejércitos como de los confederados, se conformaban. En señal de lo que decia, sacó un envoltorio de cartas que á su partida le dieron españoles y capitanes. Mirasen una y otra vez que con la mudanza del gobierno y con nuevas trazas no se enajenasen las voluntades de aquella nobilísima provincia, la cual ganada, quedarian acrecentados con sus riquezas y fuerzas, y no ternian que temer adelante algun revés ni desastre. Con aquel razonamiento y con las cartas quedó convencido el Senado para que el cuidado y gobierno de España se encomendase á Asdrúbal, como se hizo, año de la fundacion de Roma de 524. El cual pasado, dado que hobo órden en las cosas de España, el mismo Asdrúbal, acompañado de los principales de su gobierno, se partió para Cartago; que pensaba y aun pretendia gobernar á su voluntad toda la república, y que él solo tendria mas mano y poder que todos los demás magistrados. Esto pensaba él; las cosas sucedieron muy al revés, ca por maña y artificio de la parcialidad contraria, el pueblo y el Senado se persuadió que, con ayuda de su cuñado, Aníbal pretendia hacerse rey y señor de aquella ciudad libre. Pasó la alteracion por esta causa y las sospechas tan adelante, que fué forzado á dar la vuelta y embarcarse para España. Halló la provincia sosegada; por esto se determinó edificar en aquella parte por donde los Contestanos se tendian á la ribera del mar una ciudad, que llamaron Cartago la Nueva, á distincion de la otra que, como dijimos, Amilcar fundó cerca del rio Ebro. Llamóse asimismo esta nueva ciudad Cartago Spartaria, por el mucho esparto que hay por aquellas comarcas. Tiene otrosí un buen puerto, seguro de cualquier tormenta de vientos por los collados con que en derredor, como con un compás, está cerrado; una estrecha entrada, y para mayor seguridad una isleta, que le está puesta por frente como baluarte; los mas antiguos la llamaron Hercúlea, los latinos Scombraria, de cierto género de pescado, de que hay en aquellos lugares grande abundancia. Púdose esta poblacion comparar antiguamente con cualquier grande ciudad en la anchura de los muros, hermosura de los edificios, arreo, nobleza y número de ciudadanos. Al presente, aunque reducida á pequeño número de moradores, todavía conserva claros rastros de su antigua nobleza. Los romanos, avisados de todo lo que en España pasaba, magüer que ardian en deseo de contrastar á los intentos de los cartagineses y desbaratalles sus trazas, pero porque no pareciese eran ellos los primeros á quebrantar el concierto y asiento que tomaron poco antes, acordaron de disimular por entonces. Principalmente que eran avisados de la Gallia ulterior cómo aquella gente se conjuraba con los de la Gallia Cisalpina, que hoy es Lombardía, en daño del pueblo romano. Contentáronse pues con enviar una embajada á Marsella con voz y son de desbara

como dineros, pertrechos y soldados, con todo lo demás. Pero sus pensamientos é intentos atajó la muerte cuando menos lo pensaba, que le sobrevino el año segundo de la olimpíade 139, de la fundacion de Roma 532. Matóle un esclavo en venganza de su se

principales de España, Asdrúbal le habia hecho morir. Fué tan grande el gusto que el esclavo recibió con haber vengado á su señor y dado la muerte al dicho Asdrúbal junto al altar donde estaba sacrificando, que, si bien fué luego preso y le desmembraron y despedazaron con diversos tormentos, nunca dijo ni hizo cosa que mostrase tristeza, antes lo sufrió todo con rostro muy alegre y regocijado.

CAPITULO IX.

De la guerra saguntina.

Muerto que fué Asdrúbal de la manera que queda dicho, todo el gobierno de España se dió á su cuñado Aníbal; la voluntad y juicio de los soldados que lo pedian confirmó el favor del pueblo, y aprobó el Senado cartaginés. Hallábase en lo mejor de su edad, que era de veinte y seis años, poco mas ó menos. Era mozo de grande espíritu y corazon. Tenia naturalmente muy aventajadas partes, dado que los vicios y malas inclinaciones no eran menores. El cuerpo endurecido con el trabajo, el ánimo generoso, mas codicioso de honra que de deleites. Su atrevimiento era grande, su prudencia y recato notables. Estas virtudes afeaba y escurecia con la deslealtad, crueldad y menosprecio de toda

tar lo que pretendian los gallos; mas en hecho de verdad, con intento de concertarse por medio de los de Marsella con los pueblos que tenian los de aquella ciudad por amigos en las marinas de España; lo que fácilmente alcanzaron, y se efectuó en odio de los cartagineses, de quien mucho todos se recelaban. Los queñor, que se llamaba Tago, y aunque era de los mas primero hicieron alianza con los romanos fueron los de Ampúrias, ciudad contada entre los pueblos que antiguamente se llamaron Indigetes, que partian término con los Taletanos por una parte, y por otra con los Ceretanos, y se extendian desde el rio dicho Sameroca, hoy Sambucha, hasta lo postrero de los Pirineos. Por medio de las Ampúrias y á su instancia se concertaron tambien los de Sagunto y los de Denia, que fué el principio y ocasion de la nueva y gravísima guerra que no mucho despues desto se encendió entre los cartagineses y los romanos. No se podian encubrir tan grandes prácticas y negociaciones que no las entendiese Asdrúbal, ni tampoco lo que los romanos pretendian; mas parecióle disimular hasta tanto que todo estuviese á punto para la guerra que queria darles. Trató de asegurar las ciudades de su devocion; procuró por sus cartas que Aníbal volviese en España desde Cartago, donde hasta entonces le entretenian como por rehenes y seguridad de que Asdrúbal haria lo que era razon. Hobo grande dificultad en alcanzar del Senado la licencia para volver á España, á causa que Hannon, cabeza del bando contrario, hacia grande resistencia, diciendo convenia que le acostumbrasen á vivir en igualdad con los demás ciudadanos, y como particular obedecerá las leyes: recato muy á propósito para conservar su libertad. Llegado á España, los soldados y los amigos le re-religion. Verdad que era agradable y amado de todos, cibieron con grande muestra de alegría; Asdrúbal le nombró luego por su lugarteniente, que fué año de la fundacion de Roma de 528, en el cual tiempo vinieron á España embajadores enviados de Roma, y luego que les fué dada audiencia, declararon la causa de su venida, es á saber, que los de Cartago de tiempo atrás eran confederados y amigos del pueblo romano, que con el mismo de nuevo los españoles de la España citerior se habian concertado y hecho paz. Por donde, para que el un concierto no perjudicase al otro, pedian, lo que era muy justo, que los cartagineses en España tuviesen por término de su conquista y jurisdiccion al rio Ebro; y sin embargo, no tocasen los términos de los saguntinos, si bien caian de la otra parte del rio. En conclusion, que los unos no hiciesen daño ni agravio á los amigos y aliados de los otros. Quien esto quebrantase, fuese visto contravenir á las leyes del concierto y alianza que tenian hecha. Esta embajada, como era razon, dió gran pesadumbre á los cartagineses, por adelantarse tanto los romanos, que en provincia ajena pusiesen leyes á los vencedores. Con todo esto, por dar tiempo al tiempo, entre tanto que se apercebian de lo necesario para la guerra, consintieron y vinieron en todo lo que los embajadores pidieron en nombre de su ciudad. Tanto mas, que desde Italia avisaban como los gallos transalpi-plata, los cuales todos comunmente se llamaron los ponos, aunque iban juntos con los de la Cisalpina, y por el mismo caso mas espantables, fueron desbaratados por los romanos en una grande batalla, en que quedaron muertos cuarenta mil dellos y diez mil presos. Asdrúbal gastó tres años enteros en aparejar lo que para la guerra que pensaba hacer entendia ser necesario,

así de los menudos como de los principales. Encargado del gobierno y avisado por el desastre de Asdrúbal, temia que la muerte no le cortase los pasos; por donde desde luego comenzó á revolver en su pensamiento la forma que tendria para hacer guerra á los romanos. Era necesario buscar alguna causa y color honesto para romper con ellos. Parecióle seria lo mejor acometer á los saguntinos y vengar las injurias que habian hecho á sus aliados y amigos. Antes que al descubierto pusiese la mano en cosa tan grande, celebró con extraordinarios regocijos en Cartagena sus bodas con Himilce, vecina de Castulon, ciudad nobilísima, puesta donde hoy se ven los cortijos de Cazlona', no léjos de la ciudad de Baeza, rastros que quedan de su grandeza antigua. Era esta señora del linaje de Milico, antiguo rey de España; demás desto se decia que Cirreo Focense, de cuyo linaje asimismo venia Himilce, habia fundado aquella ciudad del nombre y apellido de su madre Castulona. El dote fué muy grande y conforme á su nobleza, por donde el poder de Aníbal se aumentó mucho en España, y no menos el favor y aplauso de los naturales, que le miraban ya como á ciudadano suyo y natural. Demás desto, en el tiempo de su gobierno y por su mandado se buscaron y hallaron mineros de oro y de

zos de Aníbal. La riqueza que destos pozos salia se puede entender por lo que de uno dellos se escribe, llamado Bebelo, del cual cada dia se sacaban trecientas libras de plata pura y acendrada, que era valor de dos mil y seiscientos y cuarenta ducados. Al principio movió guerra contra los Carpetanos, que es el reino de

Toledo, gente feroz y brava, y que en muchedumbre sobrepujaba los demás pueblos de España. Los Olcades, donde ahora está Ocaña (Estéfano pone los Olcades cerca del rio Ebro), fueron los primeros sujetados. Luego despues se dió cerca de Tajo una brava batalla, en que asimismo perdieron los naturales la victoria, que los cartagineses ganaron. Por el mismo tiempo comenzaron disensiones y alteraciones entre los saguntinos, que era abrir la puerta y allanar el camino al enemigo, que nose descuidaba. Los mas cuerdos, para remediar este daño, acudieron á Roma, y por sus ruegos vinieron dende embajadores, los cuales, con amonestar á los unos de los saguntinos y amenazar á los otros y castigar á algunos de los culpados, sosegaron aquellas alteraciones, de que se temia, si pasaban adelante, que, venidos que fuesen á las manos, la parte mas flaca daria á Aníbal entrada en la ciudad; el cual, ensoberbecido por lo que habia hecho y por tener allanada toda la provincia de aquella parte del rio Ebro, sin quedar quien le hiciese rostro, revolvió su pensamiento á la guerra de Sagunto, que era donde se encaminaban sus intentos. Para dar color á esta empresa, persuadió á los turdetanos que sobre los mojones moviesen pleito á los de Sagunto y les hiciesen guerra, ca tenia por cierto que de aquellas diferencias resultaria ocasion bastante para acometer lo que dias atrás tanto deseaba; y asimismo, que de allí tendria principio la guerra contra los romanos. Los saguntinos, al contrario, viéndose mas flacos que el enemigo, y por estar confiados mas en la amistad de los romanos que en sus fuerzas ni justicia, aunque era muy clara, luego despacharon á toda priesa embajadores á Roma, que declararon en el Senado la causa de su venida; que Aníbal les armaba asechanzas como enemigo suyo muy declarado, y que muy en breve con todas sus fuerzas se pondria sobre aquella ciudad; que ningun reparo les quedaba para no perecer ellos y sus haciendas, si el arrimo y esperanza que tenian en el Senado les faltase. Decian estar aparejados á sufrir cualquier daño antes que faltar en la fe puesta con aquella ciudad; que el Senado debia advertir cuánto importaba la presteza, pues solo el detenerse y la tardanza seria causa de su perdicion y ocasion para que todos entendiesen los desamparaban y entregaban sus aliados á los enemigos; y por el contrario, que su constancia sola y su lealtad les acarreaba tanto daño. Tratóse el negocio en el Senado; los pareceres fueron diferentes, y dado que algunos juzgaban se debia luego romper la guerra, siguióse empero, y prevaleció el parecer mas recatado y mas blando, que fué enviar primero embajadores á Aníbal, los cuales, llegados que fueron á Cartagena en sazon que el verano estaba bien adelante, le avisaron de la voluntad del Senado, y le requirieron de paz no hiciese molestia y agravio á los saguutinos ni á los otros sus aliados, y como estaba asentado en el concierto pasado no pasase el rio Ebro; donde no, que el pueblo romano miraria por sus aliados y amigos que nadie los agraviase. A todo esto respondió Aníbal que los romanos no guardaban justicia ni la hacian, así en la muerte que poco antes en Sagunto dieran á sus amigos, varones principales, como en querer al presente se disimulasen los agravios que los de Sagunto habian hecho á los turdetanos; que, como era justo, defendiesen los romanos con justicia á sus aliados, así no parecia contra razon

tuviese él tambien libertad de mirar por sus amigos y defendellos de toda demasía y agravio. Despedidos los embajadores con esta respuesta, luego por el mes de setiembre, con intento de prevenir á los romanos y ganar por la mano, marchó y se puso sobre Sagunto con un campo de ciento y cincuenta mil hombres, que fué el año primero de la olimpíade 140, como lo dice Polibio. Corrió los campos, tomó y saqueó muchos pueblos comarcanos, solo perdonó á Deuia, por dar muestra de lo que ningun cuidado tenia, que era de I devocion y reverencia del templo de Diana, muy famoso, que allí estaba. En los pueblos llamados antiguamente Edetanos estaba Sagunto, asentada cuatro millas del mar; sus campos eran muy fértiles y abundantes, y ella asaz rica por el gran trato que alcanzaba por mar y por tierra, fuerte por su sitio y por sus murallas y baluartes. Luego que Aníbal asentó y fortificó sus reales, hizo apercebir los ingenios. Comenzaron con cierta máquina, que llamaban ariete, á batir la muralla por la parte mas baja, que se remataba en un valle, y por tanto parecia mas flaca. Engañólos su pensamiento, ca la batería salió mas dificultosa de lo que pensaban, y los moradores se defendian con grande brio y coraje, tanto que al mismo Aníbal, como quier que un dia se llegase cerca del muro, pasaron el muslo con una lanza que le arrojaron desde el adarve. Fué el espanto que por este caso los suyos recibieron tan grande, que estuvieron á pique de desamparar todos los ingenios que tenian hechos; la herida tan grave, que en tanto que se curaba se dejó la batería por algunos dias. En esta sazon los saguntinos despacharon nuevos embajadores á Roma para protestar en el Senado y requerilles no desamparasen la ciudad amiga para ser asolada por sus enemigos mortales; que si un poco se detenian sin falta pereceria, y el remedio despues vendria tarde. Hecha cala y cata, hallaban que tenian trigo para pocos meses, pero que con el buen órden y repartimiento podrian entretenerse algo mas. Despachados los embajadores, repararon y fortificaron con gran cuidado los lugares que, ó por el daño recibido, ó de suyo, eran mas flacos. Aníbal, luego que sanó de la herida, arrimó sus ingenios á la ciudad, con cuyos golpes derribó por el suelo tres torres con todo el lienzo de la muralla que entre ellas estaba. Dióse el asalto; los enemigos por la batería pugnaban de entrar en la ciudad y aquejaban á los de dentro; los ciudadanos, al contrario, animados con el peligro, ordenaron sus haces y gentes delante de la muralla, con que primero sufrieron el impetu de sus contrarios, luego, porque fuera de su esperanza no eran vencidos, hirieron en ellos con tal denuedo, que los hicieron ciar y los arredraron de la ciudad; finalmente, los pusieron en huida y los siguieron hasta los reales, en que apenas con el foso y trincheas se pudieron defender; tal y tan grande era el espanto que cobraran. Este atrevimiento y esta victoria fué muy perjudicial á los saguntinos, porque Anibal se embraveció mas, y determinado de no reposar antes de apoderarse de la ciudad, no quiso dar audiencia á nuevos embajadores que de Roma le vinieron sobre el caso; ca los romanos estaban resueltos de intentar cualquier cosa antes de venir á las armas y llegar á rompimiento. Los embajadores, segun que les fuera mandado, pasaron de España en Africa, y en el Senado

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