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En este tiempo falleció Aurembiase, dejó en su testamento el condado de Urgel, y Valladolid en Castilla al infante don Pedro, su marido, por no tener hijos; de que resultaron nuevos inconvenientes á causa que don Ponce de Cabrera acudió á los derechos y pretensiones antiguas de su casa, resuelto, si no le hacian razon, de valerse de las armas y de la fuerza. Atajó el Rey con su prudencia la tempestad que se armaba. Concertó que al nuevo pretensor se diese aquel condado, fuera de la ciudad de Balaguer, que retuvo para sí, y al Infante mientras que viviese entregó la isla de Mallorca para que la gobernase en su lugar y como teniente suyo. Tomado este acuerdo, el Rey del puerto de Salu se hizo á la vela y aportó á Mallorca. Supo que el rey de Túnez por aquel año no venia; por esto sin hacer otra cosa dió la vuelta para su casa. El rey don Fernando se ocupaba en visitar el nuevo reino de Leon á propósito de granjear las voluntades de la gente con todo género de buenas obras y mercedes que les hacia. En el entre tanto encargó el cuidado de la guerra contra moros al arzobispo don Rodrigo, y en recompensa le hizo merced de la villa de Quesada, á tal que echase della los moros, á cuyo poder era vuelta. Venido pues el ve- rano, el Arzobispo con gente rompió por aquella parte, corrió los campos, hizo presas, quemó las mieses que ya estaban sazonadas, y no solo ganó de los morus á Quesada y Cazorla, villas puestas en los pueblos que antiguamente se llamaron bastetanos, sino tambien les tomó á Cuenca, Chelis, Niebla, que llamaron los romanos Elepla, con otros pueblos comarcanos de menor cuenta. Este fué el principio del adelantamiento de Cazorla, que por largos tiempos por merced y gracia de los reyes poseyeron los arzobispos de Toledo, que nombraban como lugarteniente suyo al Adelantado, hasta tanto que en nuestros dias don Juan Tavera, cardenal y arzobispo de Toledo, le dió por juro de heredad para sus descendientes á don Francisco de los Cobos, comendador mayor de Leon, al cual de secretario suyo levantó á grande esta do y dignidad el favor y privanza que alcanzó con el emperador Cárlos V, rey de España. Verdad es que don Juan Siliceo, sucesor del dicho Cardenal, pretendió por pleito revocar aquella donacion, como hecha en notable perjuicio de su iglesia; pero ni él ni sus sucesores salieron con su pretension hasta que don Bernardo de Rojas y Sandoval, cardenal de Toledo, concertó la diferencia y restituyó á su iglesia aquella dignidad. Quesada, porque volvió á poder de moros y adelante la recobró con sus armas el rey don Fernando, se quedó por los reyes de Castilla. Por estos tiempos Juan de Brena, rey de Jerusalem, perdido casi todo aquel reino, pasó por mar en Italia. Era francés de nacion, solicitó á los príncipes de Europa que le ayudasen con sus gentes para recobrar su reino. De camino casó á Violante, única bija suya, con el emperador Federico II, que por este casamiento tomó título de rey de Jerusalem, y dél se quedó en los reyes de Sicilia, sus sucesores en aquel reino, hasta pasar con él y continuarse en los reyes de Aragon y de España sucesivamente. Solemnizadas estas bodas, el rey Juan de Brena pasó en España y aportó por mar á Barcelona, año de 1232. Hospedóle el rey de Aragon con mucho amor y regalo y le tuvo consigo algun tiempo. Fuése desde allí á Santiago de Galicia por voto que tenia hecho de visitar aquel santuario. Honróle mu

cho el rey don Fernando, y para mayor muestra de amor, si bien era extranjero y su estado en balanzas, le dió por mujer á su hermana la infanta doña Berenguela á la vuelta de su romería. Concluidas las bodas, dió aquel Príncipe vuelta á Italia para, con los socorros que juntó, pasar á la guerra de la Tierra-Santa. El suceso no fué conforme á sus esperanzas ni trabajos que por fuerza sufrió en viaje tan largo. Los Anales de Toledo, á quien damos mucho crédito, señalan la venida deste Rey á España ocho años antes desto, y que el rey don Fernando lé recibió solemnemente en Toledo, dia viérnes, á 12 de abril. La verdad es que vuelto á Italia, perdida la esperanza de recobrar su reino, por órden del Papa se encargó del imperio de Constantinopla, por ser de poca edad el emperador Balduino y estar aquel imperio que tenian los franceses á punto de perderse. Casó el mozo Emperador con María, hija de aquel Rey y de su mujer doйa Berenguela. Este quiso fuese el premio de los trabajos que pasó en aquel gobierno y tutela. En Castilla los soldados de las órdenes militares se juntaron con el obispo de Plasencia, y de consuno ganaron de los moros á Trujillo, pueblo principal de la Extremadura. La toma fué á los 23 de enero. El rey don Jaime pasó tercera vez á Mallorca, y se apoders de la isla de Menorca, que la de Ibiza, una de las Pitiusas y la mayor en el mar Ibérico, se conquistó el año adelante de 1234. Guillen Mongrio, prelado de Tarragona, sucesor de Aspargo, ya difunto, envió sus gentes para este efecto, y por esta causa quedó aquella isla sujeta á su diócesi y obispado, como era razon. Este año, á los 7 de abril falleció en Tudela el rey don Sancho de Navarra. Su cuerpo enterraron en Nuestra Señora de Roncesvalles, couvento de canónigos reglares, que él mismo edificó á su costa y le dotó de buenas rentas. Traen en el pecho una cruz azul en forma de cayado ó de báculo, por lo demás el hábito es de clérigos ordinarios. Los navarros, luego que murió su Rey, Ilainaron á Teobaldo, conde de Campaña, como á pariente mas cercano. Coronóse por el ines de mayo en Pamplona. Un autor dice que el rey de Aragon, si bien tuvo aviso de todo, disimuló y no quiso irles á la mauo ni seguir su derecho; que por ventura la conciencia le remordia para no pretender lo que no era suyo. Las guerras que emprendió adelante dan á entender que si disimuló fué por un poco de tiempo hasta desembarazarse y aprestarse para seguir su derecho de adopcion, que le tenia por bien fundado; mas la esperanza de salir con su intento era poca por la aversion que mostraban los naturales. Teníale otrosí puesto en cuidado un nuevo casamiento que trataba para sí con doña Violante, hija del rey de Hungría, que procuraba estorbar con todas sus fuerzas el rey don Fernando, porque todavía deseaba reconcilialle con su tia doňa Leonor, que repudió los años pasados. Audaban embajadas sobre el caso; y porque por via de terceros no se concluia nada, acordaron los dos reyes de verse en el monasterio de Huerta, puesto á la raya de los dos reinos. Allí se hablaron á los 17 de setiembre. No se hizo efecto alguno en el negocio principal por razones que el Aragonés alegó en su defensa; solo demás de los pueblos que antes tenia dió á la reina doña Leonor la viIla de Hariza, en que pasase su soledad; y para mayor entretenimiento vino en que su hijo quedase en su compañía hasta tanto que fuese de mas edad. Empleaba esta señora su tiempo y sus rentas en obras de piedad; en

particular á su costa, cerca de Almazan, fundó un monasterio de Premostre, órden cuyo fundador no muchos años antes deste tiempo fué Humberto, natural de Lorena en Francia. El nombre de premostratenses tomaron estos religiosos del primer monasterio que edificaron en el bosque de Premostre.

CAPITULO XVII.

El principio que tuvieron las conquistas de Córdoba y Valencia.

Acabada la habla y las vistas, los dos reyes de Aragon y Castilla volvieron á proseguir la guerra santa conta los moros. Los aragoneses, feroces con la victoria de Mallorca y con odio que tenian al rey Zaen, que estaba por fuerza apoderado del reino de Valencia y habia entrado por las tierras de Aragon robando y quemando aldeas y villas hasta llegar á Amposta y Tortosa, determinaban intentar la guerra de Valencia. Los castellanos proseguian la guerra comenzada en el Andalucía. La division que á esta sazon tenian entre sí los moros daba esperanza de buen suceso á los fieles, porque entre ellos andaban todos estos bandos: almohades, almoravides, benamarines, benadalodes. Era de tal manera la division y desconcierto, que aunque nadie les diera empellon, el mismo reino se cayera de suyo y se fuera á tierra. Concedieron los de Cataluña al Rey el tributo que llaman bovático para la guerra de Valencia, que no suelen conceder sino en el último aprieto y extrema necesidad. Muchos de los cristianos comenzaron á hacer entradas en las tierras de los moros; talaban y robaban lo que podian, especialmente don Blasco de Alagon, que tomó de los moros á MoreIla, pueblo fuerte. Este buen agüero y pronóstico para la guerra siguiente, que una persona particular hiciese tan buen efecto, al Rey dió pesadumbre; sentia que ninguno se le adelantase en dar principio á esta guerra. El castigo fué que tomó aquella villa para sí y dió á don Blasco en recompensa la villa de Sástago, que fué el principio de la guerra de Valencia y de los condes de Sástago, principal casa de aquel reino. Despues de tomado Morella, otro pueblo llamado Burriana, pasados dos meses de cerco, se entregó al Rey con condicion que á los moradores les concediese la vida y libertad. Salieron deste pueblo siete mil personas entre hombres y mujeres. Grave daño fué para los moros la pérdida destos dos pueblos, que con la fertilidad de sus campos sustentaban en aquella comarca otras muchas villas y castillos, á los cuales fué asimismo forzoso rendirse. De los primeros fué Peñíscola, á quien llama Ptolemeo Quersoneso, y con ella Castellon y Buñol. Don Jimeno de Urrea tomó á Alcalaten; por esto se hizo merced de aquel lugar y señorío á la nobilísima familia de los Urreas continuado hasta este tiempo. Mas adentro, en medio del reino de los moros, á la ribera del rio Júcar, conquistaron la villa de Alınazora; entraronla los nuestros de noche, y así los moros buyeron sin ponerse en defensa. En este tiempo el rey don Fernando, apaciguadas las cosas de Leon, dejó allí la Reina para ganar mas con esto las voluntades de aquella gente. Ilecho esto, en Castilla se guarneció de un grande ejército con determinacion de proseguir la guerra del Andalucía, que por algun tiempo forzosamente se habia dejado. Puso cerco sobre Ubeda y combatióla con todo

género de máquinas, y aunque por ser de suyo ciudad principal y estar cerca de Baeza no mas de una legua, la tenian fortalecida de muchos valientes soldados de guarnicion, baluartes y vituallas para entretenerse mucho tiempo; pero la fortaleza y constancia del Rey venció todas las dificultades y se entregaron los moradores, salvas solamente las vidas. Por otra parte las órdenes tomaron á Medellin, Alfanges y Santa Cruz. La alegría destas victorias se mezcló y turbó con nueva pérdida, como es muy usado en esta vida mortal y llena de mudanzas. La Reina, mientras el Rey andaba ocupado y contento con el buen suceso que Dios le daba en la guerra, falleció en la ciudad de Toro. Llevaron su cuerpo al monasterio de las Huelgas de Búrgos; las exequias se le hicieron muy solemnes y el entierro. De alli fué trasladado su cuerpo á la ciudad de Sevilla despues de algunos años, donde junto con su marido la sepultaron y yace, con quien vivió muy unida en amor y voluntad. Tomada Ubeda, el Rey se volvió á Toledo, determinado de visitar otra vez las ciudades y villas del reino de Leon; con estos halagos pretendia ganar las voluntades de los nuevos vasallos. Los soldados que quedaron en el presidio de Ubeda hicieron una entrada en tierra de Córdoba, quemaron y talaron aquella campina. Algunos de los moros, llamados vulgarmente almogárabes, fueron presos en esta cabalgada. Alınogárabes se llamaban los soldados viejos y que estaban puestos en los castillos de guarnicion. Estos cautivos dieron aviso que se ofrecia buena coyuntura para tomar á Córdoba, sea que pretendiesen ganar la gracia de sus señores ó que estuviesen mal con los de aquella ciudad. El arrabal de Córdoba, que llaman Ajarquia, está pegado con las murallas, y le tenian á su cargo este género de soldados, que dieron lugar á los cristianos para que de noche por aquella parte escalasen la ciudad y la entrasen; que fué el año de nuestra salvacion de 1233, á los 23 de diciembre. El número de los soldados que entraron era pequeño para salir con empresa tan grave. Tomaron solamente algunas torres y apoderárouse de la puerta de Mártos con intento y esperanza que les acudirian socorros de todas partes; así, despacharon á toda priesa mensajeros que avisasen de lo hecho y del aprieto en que quedaban, si no les acorrian con toda presteza. A la verdad, los moros luego que amaneció, sabido lo que pasaba y que la ciudad era entrada, se pusieron á punto para combatir aquellas torres y lanzar por fuerza á los que en ellas estaban. Don Alvar Perez de Castro, cuya lealtad y valor fué muy conocido despues que se redujo, desde Mártos, do se hallaba, fué el primero que acudió á lo de Córdoba. Lo mismo hizo el Rey; luego que llegó el aviso, partió de la ciudad de Leon, y aunque la distancia era grande y el tiempo del año muy contrario, acudió con buen golpe de soldados allegados de presto; dejó otrosí mandado á los caballeros y ayuntamientos de las ciudades que fuesen en su seguimiento. Está en el camino un castillo, que se dice Bienquerencia, parecióles probar si le podrian rendir. El alcaide del castillo sirvió al Rey con vituallas; pero en lo que tocaba á entregarse, dijo no lo podia hacer hasta ver lo que se hacia de Córdoba, cuya autoridad seguia; que rendida la ciudad, prometia hacer lo mismo. Dejada pues esta fuerza pasaron con presteza adelante. Halló el Rey que de muchas partes habian acudido al

socorro muchos soldados, si bien todos ellos no llegaban á hacer bastante ejército. El rey Abenhut se hallaba en esta sazon en la ciudad de Ecija, aprestado para cualquiera ocasion que se le presentase con un poderoso campo. Don Lorenzo Suarez por andar desterrado seguia el partido y reales deste Rey. El Moro no estaba determinado si acudiria á los moros de Valencia, si á los de Córdoba, por estar la una ciudad y la otra en un mismo peligro y hacelle instancia de ambas partes por socorro. La conquista de Valencia se encaminó desta suerte. El rey de Aragon probó á conquistar á Cullera, mas cesó de la conquista por la falta de piedras que halló en aquel campo, para tirar con los trabucos; cosas pequeñas en las guerras tienen grande vez y son de mucha importancia; verdad es que en la llanura de Valencia fué tomado el castillo de Moncada por los aragoneses, y luego le echaron por tierra porque los demás moros escarmentasen con aquel ejemplo y castigo. Todo esto supo en un mismo tiempo el rey Abenbut. Estaba confuso, que no sabia en qué determinarse ni qué consejo tomase. Envió á don Lorenzo Suarez para que espiase lo que pasaba; él, deseando con algun señalado servicio volver á la gracia del rey don Fernando, comunicóle en secreto el intento de los moros y el estado de sus cosas. Avisado de lo que debia hacer, volvió al rey Moro, engrandecióle nuestras fuerzas mucho mas de lo que eran; díjole que el aparato y ejército era muy grande, mostraba en el rostro tristeza y miedo, mentiroso, es á saber, y lingido. Esta maña y artificio fué causa que el rey Moro no tratase de socorrer á Córdoba en gran pro de los cristianos; que si el Moro viniera, no fueran bastantes para resistir y hacer contraste á los de la ciudad y á los de fuera. La alegría que los nuestros recibieron por esta causa aumentó una nueva cierta que vino que el rey Moro pocos días despues que pasó esto en la ciudad de Almería, en que estaba á punto para ir al socorro de Valencia, fué muerto por los suyos. Avino esta muerte muy á buen tiempo, porque el Moro era diligente y valeroso príncipe, elocuente en hablar, diestro en persuadir lo que queria, sosegar y amotinar la gente segun que le venia mas á cuento, robaba lo ajeno daba de lo suyo francamente. En fin, en aquel tiempo, i en paz ni en guerra, ninguno le hacia ventaja, y fuera gran parte si viviera para que las cosas de los moros se restauraran en España.

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CAPITULO XVIII.

Cómo la ciudad de Córdoba se ganó de los moros. En el medio casi de la Andalucía, en la parte que antiguamente se tendian los pueblos llamados túrdulos, está edificada la ciudad de Córdoba. Su asiento en un llano á las faldas de Sierramorena, que se levanta á la parte de septentrion ó norte, forma algunos recuestosy collados. A la mano izquierda la baña elrio famoso Guadalquivir, que por entrar en él muchos rios es tan grande que se puede navegar. La figura y forma de la ciudad es cuadrada; extiéndese por la ribera del rio, y así es mas larga que ancha. El tiempo que los moros la tuvieron en su poder asentaron en ella los reyes su casa y silla real y le quitaron mucho de su hermosura y gentileza, como gente que ni sabe de arquitectura ni de edificios ni Se precia de algun primor. Antiguamente tenia cinco

puertas, ahora tiene siete; los arrabales de fuera son tan grandes como una entera ciudad, especialmente el que dijimos se llama de Ajarquia, á la ribera del rio, á la parte de levante, que está todo cercado de muro y pegado con la ciudad. El alcázar del Rey y su casa está å la parte del poniente cercada con su muro particular; una puente muy hermosa puesta sobre el rio, cuya cepa comienza desde la iglesia mayor. Antiguamente se llamó Colonia Patricia, porque en sus principios la habitaban los príncipes y escogidos de los romanos y de la tierra, como lo dice Estrabon; fué siempre madre de grandes ingenios, excelentes en las artes de la guerra y de la paz; los campos de la ciudad son hermosos y fértiles; danse toda manera de frutos y esquilmos, alegres por su mucha frescura y arboleda. No solo tienen esto en la llanura, sino los mismos montes con las copiosas fuentes crian viñas y olivares y toda manera de árboles. En estos montes, una legua de la ciudad, está edificado un monasterio de frailes de San Jerónimo, en que parecen rastros de Córdoba la Vieja, que edificó Marco Marcello desde sus principios, o sea que la aumentó y adornó en el tiempo, es á saber, que fué pretor en España. Este sitio se entiende que por ser malsano le trocaron en el lugar en que al presente está. La toma desta ciudad fué desta suerte: los cristianos se apoderaron de una parte de los muros, el rey don Fernando luego que llegó puso cerco sobre lo demás. Corria el año 1236. Defendiéronse los moros con grande esfuerzo como los que se hallaban en el último aprieto, que suele hacer á los hombres esforzados. El gran número de gente que dentro tenian y los socorros que de fuera esperaban, los hacia asimismo confiados. Muchas veces por las plazas y por las calles peleaban valientemente los unos por salir con la empresa, los otros por la patria y por la libertad. Gastóse algun tiempo en esto, hasta tanto que por la fama y por dicho de algunos cautivos que prendieron los de dentro supieron lo que pasaba acerca de la muerte de Abenhut, rey de Granada, y juntamente que don Lorenzo Suarez se era pasado á la parte de los cristianos y se hallaba con los demás en aquel cerco. Con esto, perdida la esperanza de poderse defender con sus fuerzas y de ser socorridos de fuera, acordaron de rendirse. Tuvieron plática sobre ello personas señaladas de ambas partes; los del Rey encarecian sus fuerzas para sujetar los rebeldes, su clemencia para con los que se rendian; los moros, si bien entendian el aprieto en que estaban, no venian en lo que era razon. Pasábase el tiempo en demandas y respuestas, en proponer condiciones y en reformallas. Los cristianos, vista su porfia y que de cada dia los cercados se hallaban en mayor aprieto, se aprovechaban de la dilacion paral agravar las capitulaciones, y á los moros era forzoso pasar por lo que antes desechaban, como suele acontecer á los duros y porfiados. Finalmente, de grado en grado se redujeron á términode entregar la ciudad, con solo que les concedieron las vidas Y libertad para irse cada cual donde mejor le estuviese. Hízose la entrega en 29 de junio, dia de San Pedro y San Pablo; en señal de la victoria en lo mas alto de la iglesia mayor levantaron una cruz y con ella el estandarte real, que se podia ver de todas partes. La iglesia, con las ceremonias acostumbradas, de mezquita que era, la mas famosa de España, la consagraron diversos obispos que seguian

la guerra y se hallaron en la toma. Señalaron por primer obispo de aquella ciulad á fray Lope, monje de Fitero, convento situado cerca del rio de Pisuerga. Conformóse en todo esto con la voluntad del Rey, y puso en todo la mano don Juan, obispo de Osma, que suplia las veces por su comision del primado don Rodrigo, arzobispo de Toledo, que á la sazon estaba ausente y era ido á Roma. Juntamente le dejó los sellos reales para ejercitar en su lugar el oficio de chanciller mayor, dado por los reyes los años pasados á los arzobispos de Toledo en la persona del mismo don Rodrigo. No se contentó el Rey con lo hecho, antes por acordarse y saber que docientos y sesenta años.antes deste en que vamos los moros hicieron traer las campanas de Santiago de Galicia en hombros de cristianos, mandó que de la misma manera las llevasen los moros hasta ponellas en su lugar; recompensa bastante y emienda de aquella befa y afrenta. Idos los moros, quedaba la ciudad sola y yerma; prometió el Rey por sus cartas muchos privilegios á los que viniesen á poblar, con que acudieron muchos, y entre ellos repartieron las casas y heredades. Quedó por gobernador de aquella ciudad don Alonso de Meneses, y don Alvaro de Castro por general de aquellas fronteras, el uno y el otro con todo el poder y autoridad necesaria. A los títulos reales se añadió el de rey de Córdoba y de Baeza, segun que consta por los privilegios y cartas reales que de aquel tiempo y del de adelante se hallan. La silla obispal de Calahorra por este tiempo se trasladó á Santo Domingo de la Calzada, á instancia de don Juan Perez, obispo de aquella ciudad. Pleitearon adelante las dos ciudades sobre este punto y preeminencia por algun tiempo, concertóse finalmente el debate, en que las hicieron iguales, de tal suerte, que ambas iglesias fuesen, como lo son hoy, catedrales.

CAPITULO XIX.

Cómo se ganó la ciudad de Valencia.

El rey de Aragon no cesaba de acosar los moros del reino de Valencia por todas partes y con toda manera de guerra. El rey Zeit andaba fuera de Valencia desterrado. Estaba de antes aficionado á mudar religion, y con la comunicacion de los cristianos finalmente se bautizó. Así lo habian profetizado en Valencia algunos años antes dos frailes de San Francisco, fray Juan y fray Pedro, los cuales él mismo por esta causa mandó malar. Instruido pues en la fe, le bautizaron y llamaron don Vicente. Esto se hizo secretamente, porque sabido por los moros, no cobrasen mas odio y indignacion contra él, que no tenia perdida la esperanza de recobrar su reino. Don Sancho Ahones, arzobispo de Zaragoza, procuró se casase conforme al uso de la Iglesia católica, porque con la mala costumbre y soltura que tenia antigua y con la mucha torpeza de su vida y deshonestidad, parecia que hacia burla de la religion cristiana que profesaba. La mujer que casó con él se llamó Dominga Lopez, natural de Zaragoza. Della nació una hija, llamada Alda Hernandez, mujer que fué despues de don Blasco Jimenez, señor de Arenos, que sucedió en otros muchos lugares que eran del Rey, su suegro, y los heredaron despues los de Arenos. El rey de Aragon para continuar la empresa comenzada, destruyó los campos de Ejerica, quemó las mieses que ya se vian sazo

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nadas. Don Bernardo Guillen, tio del Rey de parte de madre, que tenia gran fama de valiente y habia hecho hazañas en las guerras señaladas, fué nombrado por general de la frontera de los moros de Valencia para que resistiese y enfrenase sus acometimientos y entradas. El mes de octubre siguiente hobo Cortes en la villa de Monzon, en que se trató de continuar y llevar adelante la guerra de Valencia y de ponella cerco. Acordaron otrosí por parecer de todos no se vedase por entonces cierta manera de moneda, llamada jaquesa, que tenia mucha mezcla de cobre, y los que se hallaban con ella temian que si la prohibian recebirian daño notable. Por esta causa se le concedió al Rey que cada casa de siete á siete años pagase al Fisco Real un maravedí. El castillo que se llamaba el Poyo de Santa María, con las guerras de los moros destruido, los cristianos le repararon, y don Bernardo Guillen le tenia con fuerte guarnicion. Zaen, rey de Valencia, emprendió con la gente que tenia, que se contaban seiscientos de á caballo y cuarenta mil peones, de combatir este castillo; los nuestros con increible ánimo y esfuerzo determinaron de salir de la fortaleza á pelear con los que en número de soldados les hacian ventaja; la cosa llegó al último aprieto, pero en fin la multitud y gran número de moros se rindió al esfuerzo y valentía, de suerte que los enemigos fueron maltratados, vencidos y ahuyentados. Publicóse por cierto que san Jorge ayudó á los cristianos y que se halló en la pelea. Acostumbran los hombres cuando las cosas suceden sobre todas las fuerzas y esperanza, atribuirlo á Dios y á sus santos, autores de todo bien. Acrecentó la fe del milagro una imágen de nuestra Señora que se halló debajo de la campana que tenian en el castillo. Los moradores de la comarca hicieron luego una iglesia para acatalla, muy devota, y en que se hacen muchos milagros, como lo dicen los de aquella tierra. La batalla se dió el mes de agosto, año de 1237. Murió en ella don Rodrigo Luesia, caballero principal. El rey don Jaime, sabida la victoria y el peligro que los suyos corrian, partió luego para allá, especialmente que le vinieron nuevas, auque falsas, que los moros volvian con nuevos soldados de refresco á la empresa. Con mayor ánimo y esfuerzo que prudencia, con solos ciento treinta de á caballo, llegó hasta mas adelante del Poyo y de Monviedro. Allí se encontró con un valiente escuadron de moros, que llegó hasta aquellos lugares á hacer rostro á los nuestros. Traia por capitan á don Artal de Alagon, que andaba desterrado entre los moros y era hijo de don Blasco. El peligro era grande; la constancia y fortaleza del Rey y su buena dicha remediaron el daño que se pudiera temer; sobre todo Dios, que proveyó se fuesen los moros por otra parte sin dar la batalla ni encontrarse con los fieles. El castillo del Poyo, por estar cerca de Valencia y léjos de Aragon, no se podia conservar sin mucha costa y peligro, especialmente que aquellos dias falleciera don Bernardo Guillen, tio del Rey, á cuyo cargo quedó la guarda de aquella plaza; que fué la causa que el Rey saliese de Zaragoza, en que tuvo el invierno, y se pusiese al riesgo ya dicho. Hizo merced á don Guillen Entenza, hijo del difunto, de todo lo que él poseia, oficios y tenencias, merced debida á los méritos y servicios de su padre. La tenencia del castillo se encomendó á don Berenguel Entenza, si bien los caballeros del reino eran

de parecer se debia desamparar. Perseveró el Rey en sustentar aquel castillo por ser de mucha comodidad para la conquista de Valencia. Y porque los soldados trataban de huir y dejalle secretamente, los juntó en la capilla del castillo, y juró en el ara consagradá solemnemente de no volver á su casa sin tomar á Valencia. Con esta resolucion los ánimos de los soldados que alli tenian se esforzaron y quedaron allí de buena gana; los de los contrarios de tal manera desmayaron, que Zaen envió á requerille de paz, y ofreció que daria muchos castillos y fortalezas y cierta cantidad de oro de tributo cada un año. El Rey, con la esperanza que tenia de ganar la ciudad, aunque contra el parecer de los suyos, todo lo desechó; mayormente que Almenara, Betera, Bulla y otros castillos muy importantes se le entregaron de su voluntad. Con esto se aumentaron los ánimos y la esperanza de los soldados. No tenia el Rey á esta sazon mas que mil peones y trecientos y sesenta hombres de á caballo. ¿Qué era esta gente para una empresa tan grande? Qué osadía y temeridad aventurarse con fuerzas tan pequeñas? Mas los consejos atrevidos por tales se tienen comunmente cuales son los remates; tal es el juicio de los hombres. Con tan poca gente, pasado el rio Guadalaviar, se atrevió á poner sitio á una ciudad tan grande y tan populosa. Asentaron los reales y los barrearon entre el Grao, que así se llama aquella parte del mar por ser á manera de escalones, y entre la ciudad, á iguales distancias, una milla de cada una destas dos partes. Valencia está situada en aquella parte de España que se llamó Tarraconense, en la comarca que habitaron antiguamente los edetanos. Su asiento en una gran llanura, fértil y abastada de todo lo necesario á la vida y al regalo, aunque el trigo le viene de acarreo y de fuera del reino para sustentarse. Es rica de armas y de soldados, abundante de mercadurías de toda suerte; de tan alegre suelo y cielo, que ni padece frio de invierno, y el estio hacen muy templado los embates y los aires del mar. Sus edificios magníficos y grandes, sus ciudadanos honrados, de suerte que vulgarmente se dice hace á los extranjeros poner en olvido sus mismas patrias y sus naturales. Las huertas y jardines muchos y muy frescos, viciosos en demasía; los árboles por su órden concertados, en especial todo género de agrura y de cidrales, cuyos ramos entretejen de manera, que ya representan diversas figuras de aves y de animales y diversos instrumentos, ya los enlazan á manera de aposentos y retretes, cuya entrada impide la fuerte trabazon de los ramos, la vista la muchedumbre y espesura de las hojas, que todo lo cubren y lo tapan á manera de una graciosa enramada que siempre está verde y fresca. Tales eran los campos Elisios, paraíso y morada de los bienaventurados, segun que los fingieron los poetas antiguos. Tal y tan grande la hermosura desta ciudad, dada por beneficio del cielo, que puede competir en esto con las mas principales de Europa. A mano izquierda la baña el rio Guadalaviar, que pasa entre el muro y el palacio del rey, que llaman el Real, y está por la parte de levante pegado con la ciudad con una puente por do se pasa de la una parte á la otra. Sangran el rio con diversas acequias para regar la huerta y para beber los ciudadanos. Junto al mar cae la Albufera, distante por espacio de tres millas, de aire no muy sano, pero que recompensa este daño con

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la abundancia de toda suerte de peces que cria y da. Los muros de la ciudad eran entonces de figura redonda, mil pasos en contorno, cuatro puertas por donde se entraba. La primera, Boatelana, entre levante y mediodía; la segunda, Baldina, á setentrion; la tercera, Templaria, que tomó este nombre de una iglesia que allí edificaron los templarios, á la parte de levante; la cuarta, Jareana, entre la cual y la Boatelana fortificó el Rey sus estancias, por ser el lugar mas cómodo para la batería y para los asaltos, á causa de cierto ángulo ó esconce que el muro hacia por aquella parte. Dábanse los cristianos toda diligencia en levantar y plantar sus máquinas y trabucos, de que entonces se usaba, para combatir las murallas. El rey Zaen, el primer dia que los cristianos llegaron, antes de fortificarse, sacó sus gentes al campo con muestra de querer pelear. Excusaron los cristianos la batalla por ser en pequeño número y porque de cada dia les acudian nuevas compañías. Halláronse presentes muchos prelados, ricos hombres y caballeros, un escuadron de franceses escogidos debajo la conducta de Aimillio, obispo de Narbona, socorros y gente de Ingalaterra que vinieron á la fama. Trabáronse los dias siguientes algunas escaramuzas, en que los contrarios llevaron siempre lo peor; que los enfrenó para no hacer en adelante tan de ordinario salidas. Arrimáronse al muro los del Rey; sacaron algunas piedras con picos y palancas, con que por tres partes aportillaron la muralla de suerte, que podia pasar un soldado por cada parte. Acudian los cercados á este daño y peligro con todo cuidado, segun el tiempo les daba. En el entre tanto Pedro Rodriguez de Azagra y Jimeno de Urrea con golpe de gente de la otra parte de Valencia rindieron la villa de Cilla. Descubrióse asimismo en la mar la armada del rey de Túnez, que venia en favor de los cercados, en número de diez y ocho galeras y naves. Surgió á vista de la ciudad, con que los moros cobraron ánimo y entraron en esperanza de poderse defender. Mas fué el ruido y el cuidado que el efecto, porque avisados los africanos que en Tortosa se aprestaba otra armada contra la suya, desancoraron, y sin poder dar socorro á la ciudad ni forzar á Peñíscola, que está en aquellas riberas de Valencia, y asimismo lo intentaron, dieron la vuelta. Comenzaron con esto á enflaquecer los de la ciudad, y por la gran falta de bastimentos y almacen, que cada dia se aumentaba, como suele, no solo por la estrechura presente, sino por el miedo de mayor falta. En nuestros reales, por el contrario, gran alegría, mucha abundancia de todo, si bien la gente era ya tanta, que llegaban á sesenta mil infantes mil de á caballo. En todo se mostraba la prudencia del Rey, no menor que el esfuerzo y destreza en el pelear, tanto, que no se contentaba con hacer oficio de caudillo y mandar, sino que metia en todo las manos, tanto, que un dia por adelantarse mucho le hirieron con una saeta en la frente; la herida ni fué muy grave ni tampoco muy ligera; solos cinco dias estuvo retirado, que no salió en público. Vinieron á esta sazon embajadores del papa Gregorio y de las ciudades de Lombardía para pedir les enviase socorros contra el emperador Federido II, que gravemente los apretaba. Ofrecian, si los libraba de aquella tiranía gravísima, que los de aquellas ciudades se le darian por vasallos. Oyó esta embajada á 13 de junio de 1238 años, y en los mismos reales puso su

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