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gentes con intento de cercalla; apoderóse finalmente della, pasada ya gran parte del verano, por entrega que hicieron los mismos ciudadanos. Está asentada esta ciudad en un sitio asaz apacible á la parte que el rio Júcar entra en el mar; su campiña muy fértil y fresca, la tierra muy gruesa. El infante don Alonso y en su compañía don Diego de Haro se apresuraron para hallarse en el cerco de Sevilla. Alhamar, ese mismo rey de Granada, vino á juntarse con el rey don Fernando, acompañado de buen número de soldados, en tiempo sin duda muy á propósito, en que los soldados cristianos, cansados de la tardanza y con la dificultad de aquella empresa, comenzaban á tratar de desamparar los reales y las banderas, además de las enfermedades que sobrevinieron y los tenian muy amedrentados. Era pasado el invierno sin hacer efecto de algun momento. El misino Rey, aquejado de tantos trabajos y de las difi-valor y esfuerzo; manera de venganza muy noble. Co

cultades que se ofrecian muy grandes, dudaba si alzaria el cerco, ó esperaria que las cosas se encaminasen mejor y el remate fuese mas apacible que los principios, como otras veces lo tenia probado. Los cercados desbarataron en cierta salida los ingenios de los nuestros y les quemaron las máquinas. Alentados con el buen suceso, no solo se defendian con la fortaleza de la ciudad, sino desde los adarves se burlaban de la pretension de los contrarios, que llamaban desatino. Amenazaban á los nuestros con la muerte y ultrajábanlos de palabra. El cerco, sin embargo, se continuaba y se llevaba adelante con tanto mayor ventaja de los fieles, que de cada dia les llegaban nuevos socorros. Acudieron los obispos don Juan Arias, de Santiago, bien que poco efecto hizo; su poca salud le forzó en breve con licencia del Rey á dar la vuelta. Don García, prelado de Córdoba; don Sancho, de Coria; los maestres de Calatrava y de Alcántara; los infantes don Fadrique y don Enrique; fuera destos, don Pedro de Guzman, don Pedro Ponce de Leon, don Gonzalo Giron, con otro gran número de grandes y ricos hombres que vinieron de refresco. A los cercados, por ser la ciudad tan grande, no se podian de todo punto atajar los mantenimientos, dado que se ponia en esto todo cuidado. El general de la armada, Bonifaz, ardia en deseo de quebrar la puente, para que no pudiendo comunicarse los del arrabal y la ciudad, fuesen conquistados aparte los que juntos hacian tanta resistencia. Era negocio muy dificultoso por estar la puente puesta sobre barcas que con cadenas de hierro están entre sí trabadas; todavía pareció hacer la prueba, que la maña y la ocasion pueden mucho. Apercibió para esto dos naves, esperó el tiempo en que ayudase la creciente del mar y juntamente un recio viento que del poniente soplaba. Con esta ayuda, alzadas y hinchadas las velas, la una de las naves con tal ímpetu embistió en la puente, cuanto no pudieron sufrir las ataduras de hierro. Quebróse la puente el tercero dia de mayo con grande alegría de los nuestros y no menos comodidad. Los soldados con la esperanza de la victoria con grande denuedo acometieron á entrar en la ciudad, escalar los muros por unas partes, y por otras derriballos con los trabucos y máquinas, con tanta porfía, que los cercados estaban á punto de perder la esperanza de se defender. El mayor combate era contra Triana; los moros se defendian valientemente, y la fortaleza de los muros causaba á los nuestros dificultad.

Cierto soldado en secreto murmuraba de Garci Perez de Vargas; cargábale que el escudo ondeado que traia era de diferente linaje. Ningunos oyen con mayor paciencia las murmuraciones que los que no se sienten culpados. Disimuló él por entonces la ira; despues cierto dia que acometieron los nuestros á Triana, se mantuvo tanto tiempo en la pelea, que con la lluvia de piedras, saetas y dardos que le tiraban, abolladas las armas y el escudo, apenas él pudo escapar con la vida. Entonces vuelto á su contrario, que estaba en lugar seguro: «Con razon, dice, nos quitais las armas del linaje, pues las ponemos á tan graves peligros y trances; vos las mereceis mejor, que como mas recatado las teneis mejor guardadas. » Él, avergonzado, conoció su yerro; pidió perdon, que le dió á la hora de buena gana, contento de satisfacerse de su injuria con la muestra de su

menzaban en la ciudad á sentir gran falta de vituallas; los ciudadanos, visto que la felicidad de nuestra gente se igualaba con su esfuerzo, y que al contrario á ellos no quedaba alguna esperanza, acordaron tratar de rendir la ciudad, primero en secreto, y despues en los corrillos y plazas. Pidieron desde el adarve les diesen lugar de hablar con el Rey. Luego que les fué concedido, enviaron embajadores, que avisaron querian tratar de concierto con tal que las condiciones fuesen tolerables, en particular que quedase en su poder la ciudad. Decian que quebrantados con los males pasados, ni los cuerpos podian sufrir el trabajo, ni los ánimos la pesadumbre; que todavía en la ciudad quedaban compañías de soldados, que no era justo irritallas ni hacelles perder de todo punto la esperanza ; muchas veces la necesidad de medrosos hace fuertes, por lo menos que la victoria seria sangrienta y llorosa, si se allegase á lo último y no se tomaba algun medio. A esto respondió el Rey que él no ignoraba el estado en que estaban sus cosas. Tiempo hobo en que se pudiera tratar de concierto; mas que al presente por su obstinacion se hallaban en tal término, que seria cosa fea partirse sin tomar la ciudad, y que si no fuese con rendilla, no daria lugar á que se tratase de concierto ni de concordia. Entre tanto que se trataba de las condiciones y del asiento hicieron treguas y cesó la batería. Prometian acudir con las rentas reales y tributos todos los que acostumbraban antes á pagar á los miramamolines. Desechada esta condicion, dijeron que darian la tercera parte de la ciudad demás de las dichas rentas; despues la mitad, dividida con una muralla de lo demás que quedase por los moros. Parecian estas condiciones á los nuestros muy aventajadas y honrosas. El Rey, á menos de entregalle la ciudad, no hacia caso destas promesas ni estimaba todos sus partidos. En conclusion, se asentó que el rey Moro y los ciudadanos con todas sus alhajas y preseas se fuesen salvos donde quisiesen, y que fuera de Sanlúcar, Aznalfarache y Niebla, que quedaban por los moros, rindiesen los demás pueblos y castillos dependientes de Sevilla. Dióse de término un mes para cumplir todas estas capitulaciones. El castillo luego se entregó, y á 27 de noviembre salieron de la ciudad entre varones y mujeres y niños cien mil moros; parte dellos pasó en Africa, parte se repartió por otros lugares y ciudades de España. Gastáronse en el cerco diez y seis meses, en el cual tiempo los reales á manera de

ciudad estaban divididos en barrios, con sus tiendas en que se vendian las cosas necesarias, herrerías para forjar armas, los pabellones puestos por su órden con sus calles y plazas en lugares convenientes. A los 22 de diciembre, con pública procesion y aparato entró el Rey en la ciudad, oyó misa en la iglesia mayor, que para este propósito estaba bendecida y aparejada; bendijola con gran majestad don Gutierre, electo arzobispo de Toledo, que poco antes señalaron por sucesor en aquella iglesia de don Juan, que falleció á los 23 del mes de julio. Don Ramon de Losana fué elegido por arzobispo de la nueva ciudad. Este prelado andando á la escuela, con un cuchillo de plumas sacó otro tiempo un ojo á un su hermano; para absolverse desta irregularidad y para alcanzar dispensacion ya que era de mas edad pasó á Roma; viaje que le fué ocasion de hacerse muy erudito y letrado. Quedaba Sevilla muy falta de moradores; la franqueza que el Rey prometió de tributos á los que viniesen á poblar hizo que gran número de gente acudiese de toda España, determinados de hacer allí su asiento y morada; con esto, en breve volvió á tener aquella ciudad nobilísima la hermosura de antes y número de gente asaz.

CAPITULO VIII.

De la muerte del rey don Fernando.

En el mismo tiempo que Sevilla estaba cercada, san Luis, rey de Francia, enriquecia con reliquias santísimas que envió á Toledo y aumentaba la devocion de la iglesia mayor de aquella ciudad; juntamente ganaba las voluntades de nuestra nacion. En el Sagrario de aquella iglesia hasta hoy con gran devocion se muestran y guardan las dichas reliquias con la misma carta original del Rey, cuyo traslado nos pareció poner en este lugar para memoria de la piedad de príncipe tan señalado y devoto: «Luis, por la gracia de Dios rey » de Francia, á los amados varones en Cristo, canó» nigos y todo el clero de la iglesia de Toledo, salud y » dileccion. Queriendo adornar vuestra iglesia con un >> excelente don por medio de nuestro amado Juan, ve>> nerable arzobispo de Toledo, y á su instancia os en>> viamos algunas preciosas partecicas de los venerables » y señalados nuestros santuarios, que hobe del tesoro » del imperio constantinopolitano, conviene á saber: >> del madero de la cruz del Señor, una de las espinas » de la sacrosanta corona de espinas del mismo Señor, » de la leche de la gloriosa vírgen María, de la vesti>> dura de púrpura del Señor con que fué vestido, del >> lienzo con que se ciñó el Señor cuando lavó y limpió >> los piés de sus discípulos, de la sábana con que su >> cuerpo estuvo sepultado en el sepulcro, de los paños » de la infancia del Salvador. Rogamos pues, y reque>> rimos en el Señor á vuestra caridad, que las sobredi>> chas reliquias recibais y guardeis en vuestra iglesia >> con la reverencia debida; asimismo que en vuestras >> misas y oraciones tengais memoria benigna de nos. >> Fecha en Estampas, año del Señor de 1248 por el mes » de mayo.» Despues que el rey Luis hobo enviado esta carta, de Marsella se hizo á la vela y navegó á la Tierra-Santa con deseo de reparar en aquellas partes la guerra sagrada. El suceso no fué conforme á su santa intencion, porque apoderado que se hobo en las

marinas de Egipto de Pelusio, ciudad que hoy se llama Damiata, toda la prosperidad se volvió en contrario. De tres hermanos del Rey, Roberto murió en una batalla, Alfonso y Cárlos fueron presos con el Rey el año 1249. La libertad costó mucho haber, sin que en la Tierra-Santa á la cual dende pasaron, hiciesen cosa de muy gran momento. Verdad es que las ciudades de Sidon, Cesarea y Joppe fueron recobradas por las armas de Francia año del Señor 1250, pero ninguna otra cosa se hizo. En el mismo año por muerte de don Gutierre, arzobispo de Toledo, que finó en Atienza á los 9 de agosto, como se ve en los Anales toledanos, en su lugar fué puesto don Sancho, hijo del rey don Fernando, á quien algunos llaman don Pedro, otros don Juan, por engaño sin duda. El arzobispo don Rodrigo por órden de la reina doña Berenguela crió en Toledo á su sus nietos los infantes don Filipe y don Sancho; proveyoles en aquella su iglesia sendos canonicatos. Estudiaron ambos en los estudios de Paris; en particular don Filipe tuvo por maestro á Alberto Magno, gran filósofo y teólogo. Todo esto y mas el favor de su padre fué ocasion de poner en esta vacante los ojos en don Sancho. Aprobó la eleccion el papa Inocencio IV; mas el electo no parece se consagró por su poca edad, que era el penúltimo de sus hermanos. Por su contemplacion dió su padre á la iglesia de Toledo á Uceda y á Iznatoraf, esto á trueco de Baza, que se la diera cuando conquistó á Jaen. Vivió por este tiempo un hombre señalado, por nombre Pero Gonzalez, que dejada la corte y palacio, en que tenia buen lugar, gastó ló postrero de su vida en dotrinar á los gallegos y asturianos, predicador de fama. Su contemporáneo Bernardo, canónigo de Santiago, por el gran conocimiento que alcanzó de los derechos, fué muy familiar al pontífice Inocencio, y es el que escribió la glosa sobre las epístolas decretales. En el mismo tiempo los aragoneses, divididos en parcialidades, se abrasaban con discordias civiles. Tenia el rey don Jaime de doña Violante, su mujer, estos hijos: don Pedro, don Jaime, don Fernando, don Sancho; otras tautas hijas, doña Violante, doña Constanza, doña Sancha, doña María. La Reina estaba apoderada del Rey, y así, le persuadió que dividiese los estados del reino entre sus hijos, consejo muy perjudicial á la república por enflaquecerse por esta manera las fuerzas, y muy pesado en particular á don Alonso, su hijo mayor, en cuyo perjuicio se enderezaban estas prácticas. Por esta causa los mas de los grandes siguieron la voz del Infante, y por su autoridad públicamente se apartaron del Rey. Con cuidado de componer estas diferencias, que amenazaban mayores males, por el mes de febrero se tuvieron Cortes generales en Alcañices, pueblo de Aragon. Señaláronse jueces sobre el caso, personas principales, eclesiásticas y seglares; dieron por sentencia que el hijo debia obedecer á su padre. De ningun provecho fué esta diligencia, por estar los vasallos mal contentos y el Rey constante en su parecer y propósito, tanto, que en vida hizo donacion al infante don Pedro del principado de Cataluña, con que la otra parte se desabrió mucho mas. Esto en Aragon. Las cosas del rey don Fernando se hallaban muy en mejor estado, porque compuestas y asentadas las cosas en Sevilla, en que determinaba hacer su asiento, acometió á Jerez, y ganó de los moros á Medina Sidonia, Begel, Alpechin,

Aznalfarache; fuera desto, á la ribera del mar, en parte abatió, en parte tomó muchos castillos de moros. Pretendia que los demás, escarmentados con aquel daño y castigo, se rindiesen ó reprimiesen. Hiciéronse correrías por los campos de Nebrija; algunos pocos pueblos de moros, por estar fortificados de sitio ó de murallas, se atreviam y estaban determinados de sufrir el cerco, no solo como cosa mas honesta, sino tambien como mas segura, ni por el daño de los otros se movian á rendirse. Tratóse de pasar la guerra á Africa; y con este intento en las marinas de Vizcaya por mandado del rey don Fernando se apercebia una nueva y mas gruesa armada, cuando una recia dolencia le sobrevino, de que finó en Sevilla á 30 de mayo el año que se contaba de 1252. Reinó en Castilla por espacio de treinta y cuatro años, once meses, veinte y tres dias; en Leon veinte y dos años, poco mas o menos. Fué varon dotado de todas las partes de ánima y de cuerpo que se podian desear, de costumbres tan buenas, que por ellas ganó el renombre de Santo, título que le dió, no mas el favor del pueblo que el merecimiento de su vida y obras excelentes; muchos dudaron si fuese mas fuerte ó mas santo ó mas afortunado. Era severo consigo, exorable para los otros, en todas las partes de la vida templado, y que, en conclusion, cumplió con todos los oficios de un varon y príncipe justo y bueno. En ningun tiempo dió mayor muestra de santidad que á la muerte. Comulgóle don Ramon, arzobispo de Sevilla. Al entrar el Sacramento por la sala se dejó caer de la cama, y puestos los hinojos en tierra, con un dogal al cuello y la cruz delante, como reo pecador pidió perdon de sus pecados á Dios con palabras de grande humildad. Ya que queria rendir el alma, demandó perdon á cuantos allí estaban. Espectáculo para quebrar los corazones y con que todos se resolvian en lágrimas. Tomó la candela con ambas las manos, y puestos en el cielo los ojos: El reino, dijo, Señor, que me diste, y la honra mayor que yo merecia, te le vuelvo; desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me ofrezco á la tierra; recibe, Señor mio, mi ánima, y por los méritos de tu santísima pasion ten por bien de la colocar entre los tus siervos. Dicho esto, mandó á la clerecía cantasen las Letanias, y el Te Deum laudamus, y rindió el espíritu bienaventurado. A su hijo don Alonso, que nombró por heredero, poco antes de morir dió muchos avisos, y juntamente le encomendó con mucho cuidado á la reina doña Juana y sus hijos, de los cuales se hallaron á su muerte don Fadrique, don Enrique y don Felipe, que era electo prelado de Sevilla, y don Manuel. Don Sancho, electo de Toledo, no se halló por estar en su iglesia. Luego el dia siguiente le hicieron el enterramiento y honras con aparato real. Su cuerpo fué sepultado en la iglesia mayor de Sevilla. Dicese que este Rey inventó é introdujo el Consejo Real, que hoy en Castilla tiene la suprema autoridad para determinar los pleitos. Señaló doce oidores, á cuyo conocimiento perteneciesen los negocios mayores y los pleitos que en los otros tribunales se tratasen, por via de apelacion con las mil y quinientas doblas que deposita el que apela, y las pierde en caso que se dé sentencia contra él. Como las cautelas y engaños poco a poco iban creciendo, á y los pleitos eran muchos por la malicia del tiempo,

fué necesario establecer este nuevo tribunal; que antes las ciudades, contentas con los juicios y sentencias que sus jueces daban, y con apelar á las audiencias de su distrito, tenian por cosa fea y sin propósito pasar adelante y implorar el auxilio real. Demás desto, encargó á personas principales y doctas el cuidado de hacer nuevas leyes y recoger las antiguas en un volúmen, que hoy se llama vulgarmente las Partidas, obra de inmenso trabajo, y que se comenzó por este tiempo, y últimamente se puso en perfeccion y se publicó en tiempo del rey don Alonso, hijo deste don Fernando. Hasta la muerte del rey don Fernando llegó don' Lúcas de Tuy con su historia.

CAPITULO IX.

De los principios de don Alonso el Décimo, rey de Castilla. El reino de don Fernando por derecho de herencia vino al rey don Alonso, deceno deste nombre, cuya vida y obras pretendemos declarar, ilustres sin duda por la variedad de los sucesos y juego de la fortuna variable, pero que tienen mas de maravilla que de Ironra y loa. ¿Qué cosa mas maravillosa que un príncipe, criado en la guerra y ejercitado en las armas desde su primera edad, haya tenido tanta noticia de la astrología, de la filosofía y de las historias, cuan grande apenas los hombres ociosos y ocupados solamente en sus estudios pocas veces alcanzan? Sus libros que publicó y sacó á luz de astrología y de la historia de España dan muestra de su grande ingenio y estudio increible. ¿Qué cosa eso mismo mas afrentosa que con tales letras y estudios, con que otro particular pudiera alcanzar gran poder, no saber él conservar y defender ni el imperio que los extraños le ofrecieron ni el reino que su padre le dejó? Vió aquella edad y siglo hasta donde podia llegar la libertad y arrogancia del pueblo, pues redujo un Rey tan poderoso casi á vida particular; vió él mismo lo postrero de la desventura, que fué ser despojado de sus riquezas y mando. ¡Qué juegos hace la fortuna ó poder mas alto! ¡Cómo parece que gusta en burlarse de las cosas humanas! El sobrenombre de Sabio, que ganó por las letras, ó por la injuria de sus enemigos, ó por la malicia de los tiempos, ó él por la flojedad de su ingenio, parece le amancilló; pues con el crédito que tenia de ser tan sabio, no supo mirar por sí y prevenirse. En Sevilla, do se halló á la muerte de su padre, le alzaron por rey. Lo primero que hizo despues desto fué renovar el concierto con Alhamar, rey de Granada, demás que le hizo suelta de la sexta parte del tributo que tenia costumbre de pagar, en que se tuvo respeto á los buenos servicios que hiciera y á despertalle para que de nuevo hiciese otros; que sin duda por algun tiempo fueron muy grandes y señalados. Era tanto lo que este Príncipe amaba al rey don Fernando y érale tan agradable su memoria, que con ser moro, todos los años enviaba á Sevilla buen número de los suyos con cien antorchas de cera blanca para que se hiciesen al Rey las exequias y aniversarios. La falta que tenian de dineros era grande, por estar gastados todos con las guerras de tantos años. Tratóse de buscar algun camino para allegar moneda y remediar este daño; pareció lo mas á propósito que en lugar de los pepiones, que era cierta moneda así llamada de buena ley, se usase de

burgaleses, moneda muy baja mezclada de otros metales. Era cosa injusta abajar de quilates la moneda y que fuese del mismo valor que la de antes. Desórden por donde las cosas encarecieron y no se remedió la necesidad del Rey; porque fué necesario aumentar los salarios de los jueces y de los demás oficiales con tanta mayor indignacion del pueblo, que poco despues se inventó otro género de moneda, que se llamaba negra, es á saber, por tener mucho cobre. Quince monedas deste género valian una dobla ó escudo; un burgalés valia dos pepiones, noventa un escudo ó un maravedí de oro. Este camino de allegar dinero, bien que intentado muchas veces de grandes reyes, que sea muy engañoso y perjudicial, el tiempo y la experiencia y desastrados sucesos lo han bastantemente declarado. Sin duda fué la principal causa por que el rey don Alonso en breve se hizo muy malquisto y odioso á sus vasallos. Desta manera, si no hay gran tiento, de honestos principios y causas se siguen efectos muy perniciosos y malos. Esta fué la primera semilla de la discordia civil; de la guerra de fuera hobo otras causas. Estaba el rey don Alonso congojado por la esterilidad de la reina doña Violante, por el gran deseo que tenia de dejar sucesion. Los aduJadores, de que siempre hay gran número en las casas de los príncipes, pretendian que aquel matrimonio se podia apartar; no les faltaban razones para colorear este engaño, como á gente de grande ingenio; el Rey fácilmente se dejó persuadir en lo que deseaba. Envió embajadores al rey de Dinamarca á pedir por mujer una hija suya, llamada Cristina. Era cosa fácil por la grande distancia de los lugares engañar aquella gente. Concertado el casamiento, la doncella fué enviada en España. Estos intentos del rey don Alonso dieron mucla pena, como era razon, al rey don Jaime. Procuróse dar algun corte con embajadas que se enviaron; pero como no se efectuase nada, vino el negocio á rompimiento y á las armas. Hiciéronse correrias y cabalgadas de una parte y de otra, robos de hombres y ganados, y esto al principio de aquella diferencia. Por el mismo tiempo Teobaldo, rey de Navarra, primero deste nombre, falleció á 8 de julio, año de nuestra salvacion de 1253; diguo de ser alabado por el deseo que mostró de ayudar á la guerra de la Tierra-Santa, cuanto reprehensible y manchado por el intento que tuvo de oprimir los derechos y libertad eclesiástica, por la cual causa se dice que hobo entredicho general en todo aquel reino por espacio de tres años enteros. Este tiempo pasado, don Pedro Remigio ó Gazolaz, obispo de Pamplona, alzado el destierro en que le tenian, se reconcilió con el Rey á instancia de personas principales que en ello trabajaron y con muy grande alegría y regocijo de todo el pueblo, Teobaldo merece sin duda ser alabado por otras cosas y partes de que fué dotado, en especial por los estudios de las artes liberales, ejercicio y conccimiento de la música y de la poesía tan grande, que acostumbraba componer versos y cantarlos á la vihuela; las poesías que hacia, proponellas en público en su palacio para ser de todos juzgadas. Tuvo tres mujeres. De la primera, que fué hija del conde de Lorena, no tuvo hijos algunos. Dejada esta por mandado de los pontifices, casó con Sibila, hija de Filipo, conde de Flandes. Deste matrimonio nació Blanca, que casó con Juan, duque de Bretaña, por sobrenombre el Ber

mejo. De la tercera mujer, que fué hija de Arquimbaudo, conde de Fox, tuvo á Teobaldo y á Enrique y una hija, llamada Leonor. Teobaldo sucedió á su padre despues de su muerte; era menor de edad, que no tenia quince años cumplidos, de excelente natural y que daba muestras de grandes virtudes. La reina Margarita, su madre, cuidadosa de lo que á su hijo tocaba, estaba con temor, en especial de don Alonso, rey de Castilla, que, vencidos y domados los moros, se entendia queria revolver contra Navarra y despertar el derecho antiguo que pretendian los reyes de Castilla á aquella corona; cuidaba ayudarse del socorro del rey de Aragon y de su sombra. Tratóse por sus embajadores de aliarse; y para que la cosa se concluyese mas fácilmente, con seguridad de ambas partes se juntaron á vistas. Al principio del mes de agosto en Tudela se hizo confederacion entre los dos reyes, en que se concertó tuviesen los mismos por amigos y por enemigos. Asentaron otrosí que una de las dos hijas que tenia el rey don Jaime se diese por mujer á Teobaldo, y en particular se proveyó que ninguna de las dos casase con alguno de los hermanos del rey de Castilla sin voluntad de la reina Margarita y sin que ella viniese en ello. Al rey de Aragon, sin embargo, le quedó su derecho á salvo, que pretendia tener á aquel reino por la adopcion del rey don Sancho de Navarra. Esta confederacion para que fuese mas fuerte se procuró que el romano Pontífice la aprobase; las fuerzas de los dos reinos claramente se movian y enderezaban contra las de don Alonso, rey de Castilla. El cuidado desta guerra y miedo que resultó por esta causa, que suele ser muy gran atadura de concordia, hizo que los aragoneses padre y hijo se concertasen, cosa que tanto se deseaba. Así hallo que lo que el rey de Aragon habia donado á don Pedro y don Jaime, sus hijos, lo aprobó con juramento en Barcelona don Alonso, el hijo mayor del mismo rey don Jaime. Ofrecióse demás desto ocasion de nueva guerra. Alasarco, moro de ingenio sagaz, prometió entregar y rendir el castillo de Reguara, que tenia en su poder. El rey de Aragon, como el que era arriscado, creyóse fácilmente que le trataba verdad. Acudió con poca gente como á cosa hecha. Hobiera de caer en el lazo y quedar preso; mas quiso Dios que le avisaron del engaño y de lo que pasaba, con que se puso en cobro. El Moro, burlada su esperanza, se declaró por enemigo y persuadió á los moros de Valencia que tomasen las armas y que se levantasen. El Rey, movido por el peligro, acudió á Valencia; tratóse en aquella ciudad de echar aquella gente de todo el reino. Los señores, por la ganancia que de aquella gente les venia, hacian contradiccion; los prelados y el pueblo otorgaban con el Rey, que fué el parecer que prevaleció en las Cortes. Mandaron pues á todos los moros que.saliesen del reino de Valencia y de todo su distrito dentro de cierto término. Ellos, aunque estaban en armas sesenta mil dellos, obedecieron á lo que les fué mandado. Repartiéronse por tierra de Murcia y de Granada, gran parte hizo asiento en la Mancha, que al presente se llama de Aragon, antiguamente de Montaragon, de un pueblo deste nombre que por allí caia. Era comarca áspera y no cultivada en aquel tiempo, al presente de señalada fertilidad en la cosecha de pan, con que provee á otras muchas partes. Llamóse antigua

mente campo Spartanario del mucho esparto que tiene. Desta resolucion sacó gran interés don Fadrique, que residia en Villena, y la tenia en gobierno en nombre del rey don Alonso, su hermano. Era por allí el paso; hizo que por él los miserables cada uno pagase un escudo de oro. El rey de Aragon, embarazado con estos alborotos, no pudo luego volver las armas contra Castilla. Esta tardanza hizo que las sospechas de una gran guerra se trocaron en muy alegre fin y remate. En el mismo tiempo que Cristina, despues de tan largo viaje últimamente aportó á Toledo, que fué el año de nuestra salvacion de 1234, se entendió que la Reina estaba ocupada. El Rey, movido con una cosa tan fuera de lo que se esperaba, trocó el odio en amor. Los mismos que antes le persuadian que la dejase trataron que se reconciliase con la Reina; y hallaban razones en favor del matrimonio que antes tenian por inválido; tales son las adulaciones de cortesanos. Don Felipe, hermano del Rey, sin embargo que era abad de Valladolid y electo arzobispo de Sevilla, renunció el hábito clerical con voluntad del Rey, su hermano, para casar con Cristina, que aceptó aquel partido, perdida la esperanza de ser reina; matrimonio que, como mal trabado, en breve se apartó por la muerte de Cristina, que le sobrevino por la pena de la afrenta y por el desabrimiento que recibió por un trueque semejante; así lo entendia la gente vulgar. La esterilidad de la reina doña Violante se mudó en fecundidad, tanto, que parió muchos hijos á su marido. Estos fueron doña Berenguela, doña Beatriz, don Fernando, por sobrenombre de la Cerda, por causa de una muy señalada y larga con que nació en las espaldas, don Sancho, don Pedro, don Juan, don Diego, doña Isabel y doña Leonor. Todos estos tuvo el rey don Alonso en la Reina. En otra madre de bajo linaje á don Alonso Fernandez; en doña Mayor de Guzman, hija de Pedro de Guzman, á doùa Beatriz, que fueron el uno y el otro hijos bastardos. El año siguiente de 1255, Eduardo, hijo mayor de Enrique, rey de Ingalaterra, vino á España. Las causas de su venida no se dicen; podemos sospechar ¿quién lo veda? que movido del agravio de Cristina hizo aquel viaje por ser primos hermanos. Su viaje cuánto haya aprovechado el suceso de las cosas lo declara; lo cierto es que en Búrgos fué recebido benignamente del Rey, y de su mano le armó caballero, ceremonia que en aquel tiempo se usaba, halagos con que se pretendia aplacar el ánimo de aquel Príncipe mozo y bravo.

CAPITULO X.

El rey don Alonso fué elegido por emperador.

El rey don Alonso no tenia la misma fama en todas las partes y acerca de todas las naciones. En España en su reino sin duda era aborrecido del pueblo, á los reyes comarcanos no era nada agradable, dado que con cierta muestra de paz ó por miedo de su poder se detenian de tomar contra él las armas. Entre las naciones extrañas volaba la fama de su grande erudicion. Decíase que era elocuente, sagaz, instructo igualmente en las artes de la paz y de la guerra. Esto movió á algunos príncipes de Alemaña para que en la dieta del imperio, en que se trataba de elegir emperador, le nombrasen en lugar de Guillelmo César, que á la sazon

murió, y se tuviese cuenta con él, bien quo no fué una la voluntad, ni los votos de todos se conformaron en uno; el arzobispo de Colonia en su nombre y en el del arzobispo de Maguncia, cuyo lugar y voz traia, y el conde Palatino nombraron por emperador á Ricardo, conde de Cornubia, hermano de Enrique, rey de Ingalaterra. Hízose este nombramiento á 6 de enero, dia de los Reyes, año que se contó del Señor de 1256; algu→ nos señalan dos años adelante. El arzobispo de Tréveris y el duque de Sajonia, teniendo por inválida la eleccion de Ricardo, por sus votos eligieron á don Alonso, rey de Castilla, el postrer dia de marzo luego siguiente. Enviáronse embajadores á entrambos, y cada cual se tenia por legítimo emperador, y á su competidor al contrario; con tanto mas ventaja de Ricardo, que sin dilacion, dejadas todas las demás cosas, acudió á Alemaña, y de mano del arzobispo de Colonia, á quien esto toca, tomó la corona primera del imperio en Aquisgran, á 2 dias del mes de mayo. Don Alonso, embarazado con las alteraciones domésticas y desconfiado de la voluntad de sus vasallos, y principalmente por la edad de sus hijos, que era pequeña, dilató su ida, puesto que los obispos de Constancia y de Espira vinieron por embajadores en esta razon, y con nuevas embajadas que le enviaban de cada dia le importunaban fuese á tomar el imperio. Esta tardanza entibió la aficion de su parcialidad y fortificó los intentos de la parte contraria. Favorecian á don Alonso, fuera del crédito de su virtud, porque de parte de madre venia de los emperadores de Alemaña, como hijo que era de doña Beatriz, y por ella nieto de Filipe, que fué el tiempo pasado emperador. A Ricardo ayudaba mucho la semejanza de la lengua, que no es pequeña entre ingleses y alemanes, grandes y antiguas alianzas entre aquellas dos naciones, las costumbres semejantes, además del parentesco que entre sí tenian, para que le juzgasen por idóneo y digno del imperio, en tanto grado, que en negocio dudoso parecia aventajarse algun tanto su derecho. Porque dentro de un año despues de la muerte del emperador Guillelmo fué puesto en su lugar en el mismo dia que, de comun consentimiento, los electores señalaron para la eleccion; dentro de otro año, de mano del arzobispo de Colonia, á quien esto pertenece, fué en Aquisgran coronado y tomó las demás insignias del imperio, y se sentó en la silla de Carlo Magno en señal de la posesion que tomaba. En conclusion, así los príncipes como los que tenian á cargo las fortalezas, le hicieron sus homenajes; las cuales cosas todas, como quier que estuviesen establecidas por las leyes que hablan en razon de elegir los emperadores, don Alonso no las cumplió. Contra Ricardo, que á su tiempo las habia todas guardado, no se podia alegar cosa alguna; así lo decian grandes letrados, fuera de que en discordia de los electores, cuando no se conforman en.uno, el conde Palatino es el legítimo juez de la diferencia; por lo menos el rey de Bohemia, cuando los votos se dividen igualmente, á la parte que él se allega aquella eleccion es tenida por válida. Alegaban que lo uno y lo otro hacian por Ricardo, pues el conde Palatino votó por él en su nombre y del rey de Bohemia, cuyas veces tenia; y luego que él mismo supo la eleccion, de nuevo la aprobó. Don Alonso, al contrario, alegaba que su eleccion fué hecha en Francfordia, den

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