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de Cartago se quejaron de los agravios y de todo lo que sus gentes intentaban en España. Pidieron que Aníbal les fuese entregado para ser castigado, como era razon; que sola aquella satisfaccion quedaba para que se conservase la paz. Oidos que fueron los embajadores, Hannon dijo que los romanos pedian justicia; que Aníbal, sin que nadie lo pretendiese, debia ser desterrado á lo postrero del mundo, porque no perturbase el estado apacible y quieto de su ciudad. Pero la parcialidad de los barquinos, que estaba prevenida por mensajeros y cartas del mismo Anibal, y por este medio corrompido el Senado, desechado el consejo mas saludable, dió respuesta en esta forma: Que las cosas se hallaban reducidas á aquel estado, no por culpa de Aníbal, sino que de los saguntinos nació el agravio; que no hacian el deber los romanos en preferir nuevas amistades á la antigua. En el entre tanto Aníbal daba por algunos dias reposo á sus soldados, cansados con las peleas y baterías que se daban, cuando á la sazon le nació un hijo de Himilce, su mujer, llamado Aspar; causó esto grande alegria á su padre y á todo el ejército. Hiciéronse en los reales por su nacimiento grandes juegos y regocijos de todas maneras. Los saguntinos por tanto no reposaban, antes apercebian todo lo necesario para su defensa, y asimismo repararon los muros por la parte que el enemigo abriera entrada. Por demás fué esta diligencia, ca los enemigos con una torre de madera que levantaron, se arrimaron á la muralla, y desde allí, con lanzas y flechas, forzaban á desamparalla los que defendian la ciudad. Demás desto, quinientos africanos con picos y con palancas echaron por tierra una buena parte de la dicha muralla, por no estar edificada con cal, sino con barro, y por tanto tener menos resistencia. Hecho esto, los soldados, con esperanza del saco, que á voz de pregonero les fué prometido, entraron la ciudad por fuerza de armas. Los saguntinos, por no ser bastantes para defender la entrada, se retiraron mas adentro, y con un nuevo muro, que de repente á toda priesa levantaron, juntaron la parte de la ciudad que les quedaba con el castillo. Todo esto era poca defensa, y solamente estribaban en la vana esperanza del socorro que de Roma se prometian. Dióseles algun espacio para respirar con la partida de Aníbal, que acudió á los pueblos llamados Carpetanos y Oretanos, que tomaran las armas por el rigor que en levantar gente los cartagineses usaban; quedó en el cerco Maharbal, hijo de Himilcon, como Jugarteniente de Aníbal, el cual apretaba los saguntinos con reprimir sus correrías y salidas y ganar, como ganó, otra parte de la ciudad; con que los cercados se hallaban reducidos á extremo peligro. Sosegó Aníbal las alteraciones de aquellos pueblos; hecho esto, dió vuelta á Sagunto, y con su llegada se apoderó de una parte del mismo castillo, con que los miserables ciudadanos perdieron de todo punto la esperanza de poderse defender. La obstinacion sola los sustentaba, mal que en los mayores peligros no recibe consejo, y cuando es sin fuerzas acarrea la perdicion. Un ciudadano de Sagunto, por nombre Halcon, se salió escondidamente de la ciudad, y por compasion que tenia á sus ciudadanos, que con el peso de los males via estar fuera de juicio, comenzó en particular á tratar de conciertos. Y como no alcanzase otra respuesta sino que los cercados sole con sus vestidos, desamparada la ciudad, fundasen un nuevo

pueblo en aquella parte y campos que el vencedor les señalaria, se quedó en los reales, por no tener esperanza que sus ciudadanos se querrian entregar con aquel partido; que era un miserable estado ni tener ni saber aceptar remedio. Viendo esto un español llamado Alorco, sin embargo que era soldado de Aníbal, por ser aficionado á los saguntinos, así por su naturaleza como por acordarse del buen hospedaje que en otro tiempo le habian hecho, se metió en la ciudad por la batería, y lo primero hizo echar fuera y apartar la gente popular, despues avisó en pública audiencia á los principales de aquellas condiciones, injustas por cierto, dijo, y graves, pero para el estrecho en que se vian necesarias; que considerasen, no lo que perdian ni lo que les quitaban, sino que tuviesen por ganancia todo lo que les dejaban; pues la vida, la fibertad y las riquezas todo estaba en poder del vencedor. El razonamiento de Alorco fué oido con grande indignacion y bramido del pueblo, que poco á poco se llegó con deseo de saber lo que pasaba. Muchos, juntando el oro, plata y alhajas en la plaza, les pusieron fuego, y en la misma hoguera se echaron ellos, sus mujeres y hijos, determinados obstinadamente de morir antes que entregarse. En el mismo punto cayó en tierra una torre, despues de muy batida, que dió libre entrada á los soldados en la ciudad, que ardia toda en vivas llamas y en fuego, encendido por sus mismos ciudadanos, y que el enemigo procuraba de apagar; que era igual desventura por el un respeto y por el otro; de tal manera la guerra muda las leyes de naturaleza en contrario. Los moradores fueron pasados á cuchillo, sin hacer diferencia de sexo, estado ni edad. Muchos, por no verse esclavos, se metian por las espadas enemigas; otros pegaban fuego á sus casas, con que perecian dentro dellas quemados con la misma llama. Pocos fueron presos, y este fué casi solo el saco de los soldados, dado que muchas preseas se enviaron á Cartago, muchas fueron robadas por los mismos, ca no pudieron los moradores quemailo todo. Duró este cerco por espacio de ocho meses, y en el de mayo fué destruida aquella nobilísima ciudad, año que se contaba de la fundacion de Roma 536, del cual número hay quien quite dos años, pero concuerdan todos que fué en el consulado de Publio Cornelio y de Tito Sempronio.

CAPITULO X.

Del principio de la segunda guerra púnica contra Cartago.

A un mismo tiempo llegó á Roma la fama de la destruicion y ruina de Sagunto, y los embajadores enviados á Aníbal volvieron de Cartago; con cuánto dolor y pena del Senado y del pueblo no hay para que decillo, la misma cosa lo da á entender; quejábanse de sí mismos, reprehendian su tardanza y sus recatos, confesaban haber desamparado á sus amigos y entregádolos en las manos de sus contrarios. Vanas quejas eran estas, arrepentimiento fuera de sazon, por estar ya asolada aquella nobilísima ciudad y sus ciudadanos degollados. Lo que solo restaba, determinar de tomar vengandado que si la saña que tenian era grande, no era menor el miedo de venir á rompimiento y á las manos, ca el enemigo era poderoso y valiente, y que tenia á su obediencia ejércitos diestros, endurecidos con guerras

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de tantos años. Era esto en tanto grado verdad, que ya les parecia que Aníbal, pasadas las Alpes, rompia por Italia, y que ya le tenian á las puertas de la ciudad de Roma. Con todo esto se declaró luego la guerra contra Cartago. Sortearon los cónsules las provincias: á Cornelio cupo España, á Sempronio Africa con Sicilia. En Roma y en toda Italia se hicieron á toda priesa levas de soldados; los mozos y de edad competente eran forzados á tomar las armas, alistarse y acudir á las banderas; los de mas edad y las mujeres, que no podian ayudar de otra suerte, discurrian por todos los templos de su ciudad, y con oraciones y rogativas, con votos y con plegarias cansaban á los dioses. Hechos estos aparejos, y armada una gruesa flota, enviaron primeramente cinco embajadores á Cartago para mas justificarse y para preguntar si la ciudad de Sagunto fuera destruida por autoridad y mandado público del Senado. Llegaron los embajadores á donde iban; el principal dellos propuso en el Senado cartaginés lo que les fuera mandado. Respondieron que no habia que tratar de la manera de proceder, y por cuya autoridad la guerra se hizo, si no solo si fué justa, si contra justicia y razon, que en el asiento antiguo que con Luclacio se puso, ninguna mencion se hizo de los saguntinos; que si Asdrúbal admitió algunas otras condiciones, no debian ligar mas á su Senado y al pueblo que el concierto de Luctacio al Senado romano, las condiciones del cual mudaron á su voluntad, y con aquel color las hicieron mas pesadas y ásperas. Gastábase tiempo en aquellas reyertas, sin llegar al punto ni responder á la pregunta. El romano, recogida su ropa delante del pecho á la manera de quien en la halda trae algo, paz, dice, y guerra traemos; escoged lo que quisiéredes; y como respondiesen que él diese lo que su voluntad fuese, soltando la ropa, dijo les daba la guerra. Con esto los romanos, conforme al órden que llevaban, pasaron á España; en ella fácilmente trajeron á su devocion á los Bargusios, pueblos asentados en lo postrero de España, do se tendian los Ceretanos. Mas los Volcianos, á quien asimismo acudieron, los despidieron con palabras afrentosas y con desden; ca les dijeron que la buena cuenta sin duda que habian dado de los saguntinos convidaba á todos á aliarse con ellos, que ayudaban á sus compañeros solo con el nombre, y en el mayor riesgo los desamparaban. Tenian los Volcianos su asiento, como se entiende, por alli cerca, dado que algunos los ponen donde está Villadolce, no léjos de las fuentes del rio Güerva, el cual pueblo dicen que en memorias antiguas hallan que se llamó Volce. Lo que hace al caso es que, divulgada que fué esta respuesta, todas las demás ciudades por aquella parte los despidieron con la misma libertad y befa. Así, se partieron para la Gallia Narbonense, donde en una junta que se hizo de aquella gente pidieron, en nombre del Senado romano, no diesen á Aníbal paso por sus tierras para Italia, como lo pretendia hacer. Oyeron los congregados esta demanda con risa y mofa, teniendo por desatino hacer á voluntad y en pro de los romanos por donde en su perjuicio la guerra se encendiese en su tierra. Estaban prevenidos con dones de los cartagineses; de los romanos no habian recebido ni esperaban cosa alguna. Con este ruin despacho, sin efectuar cosa alguna de momento, se volvieron por Marsella á Roma. En este medio Aníbal no dormia, antes con todo cuidado se

apercebia para la guerra. Con esta resolucion envió á invernar los soldados, con licencia de visitar á los suyos los que quisiesen, con tal que al abrir la primavera todos acudiesen á Cartagena. El se partió para Cádiz á hacer sus votos y ofrecer sus sacrificios en el famoso templo de Hércules. Hecho esto, y enviados su mujer y hijo ó á Africa ó á Castulon, recogió trece mil y ochocientos peones españoles, llamados cetratos, por los broqueles de que usaban, ca cetra es lo mismo que broquel. Estos envió á Cartago con ochocientos mallorquines y mil y quinientos de á caballo para que allí estuviesen como en rehenes; que por estar léjos de sus tierras entendia con mayor esfuerzo y lealtad servirian en lo que se ofreciese. En la misma flota en que fueron estas gentes, por retorno vinieron á España once mil africanos, con la cual ayuda y con ochocientos otros soldados de la Liguria, donde está Génova, encargó á su hermano Asdrúbal la defensa de España. Dejóle olrosí una armada bastante de naves para conservar el señorío del mar. Demás desto, los rehenes que habia mandado dar á las ciudades, que eran hijos de los mas principales ciudadanos, dejó en el castillo de Sagunto, encomendados á un cartaginés principal, llamado Bostar. Ordenado esto y hecho, él se puso en camino con la fuerza del ejército y campo, compuesto de diversas naciones, en el cual los mas cuentan noventa mil peones y doce mil caballos. Polibio pone muy menor el número; lo mas cierto que, llegado que hobo con sus gentes á las riberas del río Ebro, con el gran cuidado que tenia del suceso de aquella empresa, una noche le pareció que veia entre sueños un mancebo muy apuesto y de grande gentileza, que le decia ser enviado de los dioses para que le guiase á Italia; por tanto que le siguiese sin volver atrás los ojos. Pero que él, sin embargo, vuelto el rostro, vió una serpiente que derribaba todo lo que delante se le ponia con un grande torbellino de agua que seguia. Preguntado el mancebo qué era lo que aquellas cosas significaban, le respondió se dejase de escudriñar los secretos de los hados, y siguiese por donde los dioses le abrian camino. Pasado el rio Ebro, ganó la voluntad y atrajo á su devocion á Andúbal, un señor el mas principal de los españoles de aquellas comarcas, en cuyo poder dejó el bagaje y ropa de todo el ejercito por marchar mas á la ligera; y á Hannon, con buen golpe de soldados, encomendó la defensa de aquellas tierras. Con esto pasó adelante en su camino; y entrado en los bosques y aspereza de los Pirineos, como tres mil de los carpetanos, es á saber, del reino de Toledo, arrepentidos de aquella milicia y guerra que caia tan léjos, hobiesen desamparado las banderas, recelándose que si los castigaba los demás se azorarian, de su voluntad despidió otros siete mil españoles que le pareció iban tambien á aquella empresa de mala gana. Con esta maña hizo que se entendiese habia tambien dado licencia á los primeros, y los ánimos de los demás soldados se apaciguaron por tener confianza que la milicia que seguian por su voluntad la podrian dejar cada y cuando que quisiesen. Pasades los Pirineos, con ayuda de Civismaro y Menicato, hombres poderosos en la entrada de Francia, hizo confederacion con aquella gente que se habian puesto en armas. Pasado el rio Ródano y vencidos los volcas, que moraban y poseian las riberas de la una y de la otra parte de aquel rio, pa

só con sus gentes hasta asentar los reales á las haldas de los montes Alpes. Fué este año en España abundante de mantenimientos, pero falto de salud. Hobo enfermedades y peste, temblores de tierra, ordinarias tormentas en la mar, en el cielo aparencia de ejércitos que se encontraban con grande ruido de las nubes : pronóstico de los males que desta guerra resultaron por toda la redondez de la tierra.

CAPITULO XI.

Cómo Aníbal pasó en Italia.

Muchas cosas de las que siguen son por la mayor parte extranjeras; pero si no las tocamos, no se pueden entender las que en España sucedieron. Dará perdon el lector, como es razon, á los que seguimos pisadas ajenas, y aun con mayor brevedad apuntamos lo que otros relatan á la larga. El cónsul pues Publio Cornelio, al cual por suerte cupo á España, como queda dicho, se embarcó y hizo á la vela para impedir el camino que los enemigos hacian. Asentó sus reales á la ribera del rio Ródano, con atencion que tenia de hallar alguna ocasion para hacer algun buen efecto. Sucedió que trecientos caballos romanos, que salieron á descubrir el campo y tomar lengua de los enemigos, se encontraron y vencieron en cierto encuentro á quinientos ginetes alárabes, que con el mismo intento habian salido de sus reales. Alegróse el Cónsul con esta victoria, ca por este principio pronosticaba que lo demás de la guerra sucederia bien; y con deseo de dar al enemigo la batalla de poder á poder, se adelantó hasta donde se juntan los dos rios el Ródano con la Sona, la cual los latinos llamaron Araris. Pero halló que ya el enemigo era partido, y sin embargo llegó hasta los reales de los cartagineses, que halló vacíos. No tenia esperanza de alcanzar al enemigo; por esto, vuelto al lugar de do partió, luego que despachó á su hermano Gueio Scipion con la fuerza del ejército y con una armada de galeras para acometer á España y defender en ella á los aliados del pueblo romano, él con pocos volvió por mar á Génova, con intencion que en Italia no le faltarian soldados ni ejército para ir contra Aníbal. El cual, por lo que hoy llamamos Saboya, y antiguamente fueron los Allobroges, pasó, aunque con grande dificultad, en espacio de quince dias las Alpes de Turin. Desde allí rompió por Italia con su ejército de veinte mil peones y seis mil caballos, como cuentan algunos; otros dicen que llevaba cien mil peones y veinte mil caballos. Lo que consta es que los romanos no tenian fuerzas bastantes para resistir, por ser sus soldados nuevos y bisoños, como levantados de priesa. Por donde cerca del rio Ticino, dicho al presente Tesino, el cónsul, en cierto encuentro que tuvo con el enemigo, á manera de vencido y aun gravemente herido, se retiró á sus reales, de donde la noche siguiente se partió como huyendo, y se metió en Placencia con mayor confianza que tenia en los muros que en sus fuerzas. Verdad es que al otro cónsul, llamado Sempronio, sucedian mejor las cosas en Sicilia, ca venció por mar dos armadas cartaginesas, que fué causa de mandalle volver contra Aníbal y acudir al mayor peligro; pero con su venida no se mejoró nada el partido de Roma; antes en una batalla que el mismo dió al enemigo junto al rio Trebia, se hizo mayor es

trago en los romanos, porque gran número dellos pereció en la pelea y en el alcance. Invernó en aquellos lugares Aníbal, y el cónsul Sempronio se partió á Roma para ballarse á la eleccion de los nuevos cónsules. Pasados los frios, antes que llegase el verano del año que se contó 537 de la fundacion de Roma, Aníbal movió con sus gentes, y pasó adelante la vuelta de Roma. Pero al pasar del monte Apenino y á la entrada de la Toscana, con una grande tempestad que se levantó y por la fuerza del frio, murieron muchos del ejército cartaginés. Volvió por esta causa Aníbal atrás, y siendo asimismo de vuelta el cónsul Sempronio, que dejaba en Roma elegidos nuevos cónsules, es á saber, Gueio Servilio y Caio Flaminio, junto á Placencia se dió una muy herida y muy dudosa batalla; pelearon hasta que sobrevino la noche y casi con igual daño de entrambas partes. El cónsul se quedó en aquella ciudad, y el cartaginés se recogió á la Liguria, que hoy es lo de Génova, para rehacerse, por haber perdido grande parte de su ejército.

CAPITULO XII,

De lo que sucedió por el mismo tiempo en España. Llegado que fué Gneio Scipion á España, sujetó al nombre y imperio romano toda aquella parte de aquella provincia que corria hacia el mar desde los pueblos que Ilamaban Lacetanos y el cabo de Creus hasta el rio Ebro; ca por el aborrecimiento que tenian á los cartagineses, de buena gana mudaban partido y alianza. La armada romana invernó cerca de Tarragona; debió ser en el puerto de Salu, el cual parece que Ruso Festo llamó Solorio, distante de aquella ciudad cuatro millas á la parte de poniente. Despues desto, el capitan romano trabó pelea con Hannon, al cual, como queda dicho, Auíbal dejó para guarda de aquellas partes. La batalla fué junto á un pueblo llamado Cisso, que entienden hoy es Sisso ó Saide, lugares conocidos por aquellas comarcas. El campo y la victoria quedó por los romanos; murieron seis mil de los enemigos, los presos llegaron á dos mil, y entre ellos fueron el mismo Hannon y Andúbal, que, como se dijo, seguia la parte de Cartago; pero diéronle en la pelea tales heridas, que dentro de pocos dias murió dellas. Asdrúbal, que avisado venia á socorrer á Hannon, como pasado el rio Ebro tuviese noticia de la rota, doblando el camino hacia la mar, mató á muchos marineros y gente naval de los romanos que halló descuidados y sin recelo de su venida; y con la misma presteza, por miedo del capitan romano, que movido de la fama de aquel hecho se apresuraba para revolver sobre él, tornó á pasar el rio Ebro, y llevó sus gentes, que eran ocho mil infantes y mil caballos, á lugares seguros. Gneio, del Ampurdan, donde despues de la huida de los cartagineses era ido, fué forzado á dar la vuelta y acudir á los pueblos llamados Ilergetes, donde está Lérida, á causa que despues de su partida, desamparada la amistad romana, se habian pasado á la de Cartago. Liegado que fué, perdonó á los demás, y contentóse con castigar en dineros á los de un pueblo llamado Atanagia, y mandarles dar mayor número de rehenes como á ciudad que tenia mas culpa, ca fuera la primera en alborotarse. Desde allí movió la vuelta de los pueblos Accitanos, que moraban cerca del rio Ebro, y se man

tenian en la amistad de los cartagineses. Otros dicen que fueron los Ausetanos, pueblos á las haldas de los Pirineos donde hoy estan las ciudades de Vique y de Girona. Lo que consta es que, puesto que tuvo sitio sobre Acete, cabecera que era de aquellos pueblos, los Lacetanos, donde está Jaca, que venian en su socorro, y de noche pretendian entrar dentro de aquella ciudad, cayeron en una celada que les pusieron, donde fueron muertos hasta doce mil dellos, y los demás para salvarse se pusieron en huida. Los cercados, perdida toda esperanza de tenerse, principalmente que Amusito, el principal dellos, secretamente se huyó á Asdrúbal, forzosamente se hobieron de entregar el dia trigésimo del cerco. Penáronlos en veinte talentos de plata; y con esto, elejército romano fué enviado á invernar á Tarragona, y á los españoles que les seguian asimismo enviaron á sus casas. Grandes prodigios cuentan se vieron en España, Italia y Africa, por la cual causa, para aplacar la ira del cielo, se ofrecieron y renovaron los mayores y mas extraordinarios sacrificios que de costumbre tenian, en especial en Cartago, de tal manera y en tanto grado, que acudieron á la costumbre de los de Fenicia, que dejaran por largo tiempo, y conforme á ella acordaron de aplacar la deidad de Saturno con la sangre de los hijos de los mas principales; ca consideraban que en el suceso de aquella guerra, bueno ó malo, taban en balanzas las haciendas y vidas de todos. Dicen asimismo que entre los demás mozos que se debian sacrificar, fué por el Senado señalado Aspar, hijo de Aníbal, como del mas principal ciudadano de su ciudad; tal era el pago que daban á los trabajos de su padre, ó por mejor decir, todo esto es fábula compuesta para entretener al lector con la diversidad y extrañeza destas patrañas, inventadas por nuestros historiadores, que añaden el niño fué librado de la muerte por los ruegos de su padre, que decia tenia por mejor aventurar su vida en aquella guerra que, por obedecer á aquella religion ó supersticion de su patria, derramar, en duda de ser oido, la sangre de su hijo, que mucho amaba.

CAPITULO XIII.

De la batalla que se dió junto al lago Trasimeno.

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Pasado el invierno, y con levas que el cartaginés hizo de gente en lo de Génova, reparado el ejército, que quedó mal parado de las refriegas ya dichas, Aníbal pasó las cumbres del monte Apenino con mayor facilidad y prosperidad que antes. Dado que en aquel viaje, al pasar las lagunas que de las crecientes del rio Arno quedaban, por causa de la mucha humedad y frio perdió el uno de los ojos, con que quedó mas feo y por el mismo caso mas fiero y espantable. Muchos hombres y bestias perecieron y casi todos los elefantes que en su hueste llevaba. Con todas estas incomodida des pasó adelante, y llegó al lago Trasimeno, que está en aquella parte de Toscana donde la ciudad de Cortona, y no léjos de la ciudad Perosa, de la cual hoy tiene el apellido, ca se llama el lago de Perosa. Corrió y taló los campos de aquella comarca con intento de irritar al cónsul Caio Flaminio, que era salido contra él, y temerariamente se iba á despeñar en su perdicion. Asentó sus reales en la campaña rasa detras de un ribazo que cerca estaba; armó otrosí una celada, en que puso

á los mallorquines y soldados ligeros; asimesmo en la angostura que hay entre los montes y el lago puso la caballería. Acudió el Cónsul con sus gentes con resolucion de dar la batalla; pero con la astucia de Aníbal, rodeados los romanos por frente y por las espaldas y como metidos en una red, fueron sin dificultad vencidos y desbaratados. Perecieron quince mil hombres del ejército romano, y otros tantos fueron presos, y el mismo Cónsul pasado con una lanza. Poco despues en la Umbria, donde ahora está Espoleto, cuatro mil caballos que, enviados por el cónsul Servilio de socorro por no saber lo que pasaba, iban sin recelo á juntarse con los demás del ejército romano, fueron muertos y destrozados por Aníbal. Y en prosecucion de la victoria, se puso sobre Espoleto, colonia y poblacion de romanos; pero como no la pudiese entrar, dió vuelta hácia los Picenos, que hoy es la Marca de Ancona, cuyos campos, que son muy buenos, corrió y taló sin piedad ninguna. Despues por los Marsos y Marrucinos rompió por la Pulla, donde se detuvo cerca de dos pueblos, llamados el uno Arpos, el otro Luceria. En el entretanto, los ciudadanos de Roma, atemorizados con pérdidas y rotas tan grandes, acudieron al postrer remedio, que fué nombrar un dictador con autoridad suprema y extraordinaria de mandar y vedar á su voluntad. Este fué Quinto Fabio Máximo; él nombró por maestro de la caballería, que era la segunda persona en autoridad, á Quinto Rufo Minucio. Miraron los libros de las Sibilas, y por su mandado votaron un verano sagrado. Demás desto, de cada una de las monedas que llamaban ases, y tenian peso de una libra de á doce onzas, batieron seis ases, cada cual del mismo valor que los antiguos, que era como de cuatro maravedis de los nuestros; estos ases, menores por esta causa de ser la sexta parte de los antiguos y de á cada dos onzas no mas, se llamaron sextantarios. Enviaron asimismo naves en España cargadas de vituallas; mas como cerca del puerto Cosano, que hoy se entiende es Orbitello, cayesen en las manos y poder de la armada cartaginesa, se vieron en necesidad de armar de nuevo y juntar bajeles de todas partes para la defensa de las marinas de Italia. Grandes apreturas eran estas; pero sin embargo, el Dictador, luego que tuvo junto un buen campo, partió la vuelta de la Pulla con intento y resolucion de entretenerse y nunca dar al enemigo lugar de venir á batalla: ardid muy saludable, con que la ferocidad y orgullo del cartaginés comenzó á enflaquecer y juntamente á sanarse las heridas recebidas por poca consideracion y demasiado brio de los caudillos pasados. Dado que no le dió mas en qué entender el enemigo que la temeridad de Minucio, contra quien le era menester contrastar, y juntamente contra el atrevimiento de los soldados y la mala voz que dél andaba, cosa que muchas veces hizo despeñar á grandes capitanes; ca todos murmuraban del recato del Dictador, y se lo atribuian á cobardía, y le ponian, como acontece, otros nombres de afrenta. En España, Asdrúbal envió con una gruesa armada á Himilcon para correr las marinas que en aquella provincia estaban á devocion de los romanos, y luego que le hobo despachado, él mismo acudió por tierra con un ejército de veinte mil hombres. El capitan romano Gneio Scipion, por no tener fuerzas bastantes para ambas partes, acordó de conservar el señorío de

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mano. Despues de llegado, tomado que hobieron su acuerdo, á ruego de los saguntinos, que andaban desterrados y deseaban volver á su tierra, y para vengar los agravios pasados, fueron con sus ejércitos sobre Sagunto. En esta ciudad, Bostar, su gobernador, tenia á su cargo y en su guarda los rehenes de los españoles con una pequeña guarnicion, que era lo que detenia muchas ciudades de España para no darse á los romanos, por miedo no pagasen los suyos con las vidas la culpa de haberse ellos rebelado. Acedux, hombre noble entre los saguntinos y aficionado á los romanos, deseaba ganar

la mar; y para esto, con treinta naves que armó en Tarragona, se apoderó de la flota cartaginesa, que halló en la boca del rio Ebro vacía de soldados, por haberse desembarcado sin algun recelo de lo que sucedió. Tomó veinte y cinco naves á la vista del mismo capitan cartaginés; las demás, parte echó á fondo, parte por escapar encallaron en la ribera. Fué esta victoria tanto mayor, que con la misma presteza tomaron en alta mar catorce naves gruesas, las cuales por calmarles el viento, no pudieran atener con las demás. Asimismo una ciudad por aquellas partes, llamada Honosca, fué entrada por fuerza y puesta á saco. Los campos cercanos á Cartagena talados, y quemados los arrabales de aquella ciudad. Acudia Asdrúbal á todas partes, y hasta Cádiz siguió por tierra los rastros de la armada roinana, como testigo solamente de los fuegos y daños que en todas las partes hacia. Despues de esta victoria, la arınada romana acometió la isla de Ibiza; y mas de ciento y veinte pueblos en España se pasaron á los romanos, y entre ellos los Celtiberos, gente muy poderosa y ancha, pues en su distrito abrazaban las ciudades y pueblos que hoy se llaman Segorve, Calatayud y Medinaceli. Demás desto, Uclés, comarca de Cuenca, Huete, Agreda con la antigua Numancia hasta las cumbres de Moncayo entraban en esta cuenta. Con la junta destas gentes quedó el capitan romano mas terrible y poderoso. Juntó un ejército por tierra, y con él rompió por aquellas tierras adentro hasta los bosques de Castulon; pero sin hacer grande efecto, dió la vuelta hasta pasar de la otra parte del rio Ebro, por aviso que tenia de las alteraciones que levantaba Mandonio, hombre muy poderoso entre los ilergetes, y que entre los suyos habia antes tenido el principado. Resultó destas alteraciones una guerra muy formada. Asdrúbal fué llamado por los bulliciosos contra un escuadron de romanos, que enviado á sosegar aquellas revueltas, habia pasado á cuchillo muchos de los que estaban levantados. Demás desto, los celtiberos, movidos por cartas del general romano, acudieron contra los cartagineses, y les tomaron tres ciudades que tenian en otra parte; por esto Asdrúbal fué forzado á desamparar á los ilergetes con intento de acudir al nuevo peligro. Vinieron á las manos, y en dos batallas degollaron los celtiberos quince mil hombres del éjercito cartaginés á tiempo que iba muy adelante el otoño de aquel año, que fué muy señalado en España por la fertilidad de los campos y por la abundancia de todos los bienes.

CAPITULO XIV.

Cómo Publio Scipion vino á España.

En estos términos se hallaban las cosas de España cuando Gneio Scipion, por cartas que escribió al Senado, pidió dos cosas: que le enviasen soldados para rehacer su ejército y las mas vituallas y municiones que ser pudiese. Juzgaron los padres que pedia razon, y por esta causa, Publio Cornelio Scipion, habiéndole prorogado el imperio despues del consulado, partió en socorro de su hermano. Tomó puerto cerca de Tarragona al principio del año luego siguiente, que se contaba de la fundacion de Roma 538; llevó treinta galeras, ocho mil soldados y grandes vituallas, y órden de hacer la guerra con igual poder v autoridad que su her

su gracia con algun servicio señalado; habló en secreto al Gobernador, y con razones bien coloradas le persuadió enviase los rehenes á sus casas; que este era el camino para ganar las voluntades de todos los de España, pues de la confianza nace la lealtad. Como el Gobernador se dejase persuadir, por ser hombre llano y sin doblez, el mismo Acedux se encargó de llevar los rehenes y restituirlos á los suyos. Para ejecutar lo que pensaba, avisó primero á los romanos de todo lo que pensaba hacer; y partiéndose á media noche, los llevó á sus mismos reales. Por esta manera, los romanos, con restituir ellos de su mano los rehenes, ganaron grandemente las voluntades de los naturales. Verdad es que la alegría que recibieron de sucesos tan prósperos se enturbió grandemente con la nueva que vino de una rota muy señalada que se dió á los romanos en un lugar de la Pulla llamado Cannas. Fué así, que acabado el consulado de Gneio Servilio, sucedieron nuevos cónsules, es á saber, Lucio Emilio, de la nobleza, y del pueblo, cosa no usada antes, Terencio Varron, por cuya imprudencia les vino aquella desgracia; ca los dos cónsules, por evitar diferencias, se concertaron de manera que mandasen á dias. Eran los pareceres y condiciones diferentes: Emilio rehusaba la pelea; Varron, un dia que tocó á él el mando y halló oportunidad, no dudó de ponerse al trance de la batalla. Siguióle su compañero, mas por no parecer que le desamparaba que porque le pareciese bien aquel acuerdo. Junto al mar Adriático demarcan la ciudad de Cannas en aquella parte de Italia que se llama la Pulla. A la vista desta ciudad y en sus campos se dió aquella cruel y sangrienta batalla, en que perecieron de los romanos cuarenta y dos mil peones y tres mil de á caballo con el cónsul Emilio, indigno por cierto deste desastre. Mas él, visto tan grande destrozo y daño, no se quiso salvar en un caballo que para ello le ofrecian. Los cautivos fueron doce mil, y el número de los nobles que murieron en aquella jornada tan grande, que de sus anillos hincheron tres modios y medio, que son mas de media hanega de las nuestras, que hizo juntar Magon, hermano de Aníbal, y los llevó consigo á Cartago por muestra de la matanza. El temor y espanto que por causa desta rota cayó sobre los romanos fué tan grande, que los mancebos mas principales de Roma trataban entre sí de desamparar á Italia. El haber interpuesto algun tiempo y no seguir luego el enemigo la victoria, fué causa que no cayese de todo punto el imperio romano; porque no pocas ciudades de Italia con la nueva de aquella pérdida se apartaron de su amistad; muchas en España se estuvieron á la mira sin declararse por los romanos; dado que por el buen órden de los Scipiones ningunas alteraciones se levanta

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