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murallas y reparos, donde con sus fuerzas y las de sus aliados pensaba defenderse del Rey, que sabia tenia muy ofendido. Acudieron en breve los del Rey, pusieron cerco sobre aquel lugar; pero como quier que no faltasen muchos de secreto aficionados á don Juan de Lara, la guerra se proseguia con mucho descuido, y el cerco duró mucho tiempo. Llegaron á tratar de concierto, y porque el Rey se hacia sordo á esto, los soldados se desbandaron y se fueron, unos á una parte, otros á otra. Entre los demás que favorecian á don Juan de Lara era el infante don Juan. Pasó el negocio tan adelante, que al Rey fué forzoso perdonalle; solamente por cierta muestra de castigo le quitó las villas de Moya y Cañete, que, como arriba queda dicho, se las diera el rey don Sancho. Poco duró este sosiego, porque como don Juan de Lara y el infante don Juan entendiesen y tuviesen aviso que el Rey pretendia vengarse dellos, si fué verdad ó mentira no se sabe, pero, en fin, por pensar los queria matar, se concertaron entre sí y resolutamente se rebelaron. El infante don Juan brevemente se aplacó con las satisfacciones que le dió el Rey; sosegar á don Juan de Lara era muy dificultoso, que de cada dia se mostraba mas obstinado. A esta razon don Alonso de la Cerda, como quier que se hallase desamparado de todos y juzgase que era mejor sujetarse á la necesidad que andar toda la vida descarriado y pobre, despojado del reino que pretendia y perdido el estado que le señalaron, envió á Martin Ruiz para que en su nombre tomase posesion de los pueblos que los jueces árbitros le adjudicaron. Así, perdida la esperanza de cobrar el reino, en lo de adelante comunmente le llamaron don Alonso el Desheredado.

CAPITULO IX.

Que la guerra de Granada se renovó.

El vulgo de ordinario, y mas entre los moros, de su natural es inconstante, alborotado, amigo de cosas nuevas, enemigo de la paz y sosiego. Así en este tiempo comenzaron los moros de Granada á alborotarse en gran daño suyo y riesgo de perderse, como quiera que por todas partes estuviesen rodeados de enemigos y aquel reino de Granada reducido á gran estrechura y puesto en balanzas. La ocasion de alborotarse fué que el Rey era inútil para el gobierno, y como ciego pasaba en descuido su vida; su cuñado, el señor de Málaga, era el que lo mandaba todo, y en efecto, era el que en nombre de otro reinaba. Parecíales cosa pesada tener dos reyes en lugar de uno, porque, fuera de los demás inconvenientes, se doblaba el gasto de la casa real á causa que el de Málaga no tenia menos corte, acompañamiento y casa que si fuera verdadero rey, puesto que el nombre le dejaba á su cuñado. Decian seria mucho mejor nombrar otro rey que fuese hombre que los gobernase, á quien todos tuviesen respeto, obedeciesen á sus mandamientos y con su autoridad se defendiesen y vengasen de sus enemigos. Al vulgo, que andaba alterado, atizaban los principales; mayormente Aborrabes, un caballero que venia de los reyes de Marruecos, con su gente y la de sus aficionados se apoderó de la ciudad de Almería y se intuló rey della. La mayor parte del pueblo se inclinaba á favorecer á Mahomad Azar, hermano que era menor del Rey ciego, que daba muestras de

valor y se vian en él señales de otras virtudes. Fué Aborrabes echado por el bando contrario de Almería; él, con deseo de apoderarse de Ceuta, ciudad que los granadinos tenian en la frontera de Africa, intentó ayudarse de los cristianos. Por todo esto se ofrecia buena ocasion para hacer la guerra á los moros y echallos de todo punto de España. Comunicaron entre sí este negocio por cartas los reyes de Aragon y Castilla; acordaron de juntarse en el monasterio de Huerta, que está á la raya de los dos reinos. Hízose la junta al principio del año de 1309. Allí y en Monreal, do los reyes pasaron, lo primero que se trató fué de apaciguar á don Alonso de la Cerda, templada en alguna manera la sentencia que los jueces árbitros dieron; recelábanse que mientras los dos reyes estaban ocupados en la guerra de los moros, no alborotase á Castilla con ayuda de sus parciales y aficionados. Tomada esta resolucion, acordaron emprender la guerra de Granada, y para apretar mas á los moros acometellos por dos partes, y en un mismo tiempo poner cerco sobre Algecira y sobre Almería. Demás desto, concertaron que la infanta doňa Leonor, hermana del rey don Fernando, casase con don Jaime, hijo mayor del rey de Aragon. Por dote le señalaron la sexta parte de todo lo que en aquella guerra se ganase, y en particular la misma ciudad de Almería. Concluida la junta y despedidos los reyes, todo comenzó á resonar con el estruendo de las armas, provision de dinero, juntas de soldados y gente de á caballo, de bastimento y bagaje necesario. Tenian los dos príncipes soldados muy diestros, muy unidos entre sí, no inficionados con las discordias civiles; en especial los aragoneses ponian miedo á los moros por la fama que corria de haber sujetado sus enemigos y alcanzado tantas victorias. El rey don Fernando, á ruego de su madre, fué á Toledo para hallarse presente á trasladar los huesos del rey don Sancho, su padre, en un sepulcro muy honroso que la Reina tenia apercebido con todo lo demás necesario y conveniente á las exequias y honras de su marido. Tenia el rey don Fernando condicion apacible, una honestidad natural, como acostumbraba decir Gutierre de Toledo, que se crió con él desde su niñez, gran modestia en su rostro, su cuerpo bien proporcionado y apuesto, de grande ánimo, muy elemente. Aconteció que el mismo dia de Navidad un caballero muy principal, á quien él tenia señalado para el gobierno de Castilla, se vino á despedir dél para ir á su cargo. El Rey, dejados los dados con que acaso se entretenia, le advirtió que en Galicia hallaria muchos caballeros nobles que andaban alborotados; que aunque mereciesen pena de muerte, le encargaba se guardase de ejecutar el castigo, solamente se los enviase, que se queria servir dellos en la guerra de los moros. Engrandeció el caballero el acuerdo tan clemente del Rey, que, aunque pareció á muchos blando en demasía y temerario, ia experiencia mostró ser muy acertado. No hobo en toda la guerra contra los moros quien se señalase mas que aqueIlos hidalgos. Estimulábalos grandemente el deseo de borrar la deshonra pasada, y la voluntad de servir al Rey la clemencia de que con ellos usara; sus valerosas hazañas no se podian encubrir; en todas partes y ocasiones peleaban contra los moros con odio implacable, y entre sí tenian competencia de aventajarse en valor y ánimo. Finalmente, desde Toledo partieron al Anda

lucía. El campo de los castellanos llegó sobre Algecira á 27 dias del mes de julio. A mediado el siguiente mes de agosto puso su cerco sobre Almería el rey de Aragon. Con los aragoneses vinieron don Fernando, hijo de don Sancho, rey de Mallorca, mancebo de los fuertes y valerosos que en su tiempo se hallaban; don Guillen de Rocaberti, arzobispo de Tarragona; don Ramon, obispo de Valencia y chanciller del Rey; don Artal de Luna, gobernador de Aragon, con otros prelados y caballeros. Al rey don Fernando seguian los caballeros de la casa y familia de Haro; don Juan de Lara, poco antes vuelto en amistad del Rey; don Juan, tio del Rey, y el arzobispo de Sevilla y otros muchos caballeros principales. Gisberto, vizconde de Castelnovo, fué con parte de la armada de los aragoneses sobre Ceuta, que está en la frontera y riberas de Africa, y la tomó. Los despojos hobieron los aragoneses; la ciudad se dejó á Aborrabes, como lo tenian con él capitulado. Los de Granada, habido sobre ello su acuerdo, porque si venian á repartir su gente no serian bastantes para sustentar ambas guerras, determinaron de defender la ciudad de Almería, fuese por la confianza que hacian de la fortaleza de Algecira, demás que tenia harta gente de defensa y las provisiones necesarias, ó por rabia de que los aragoneses les hobiesen ganado á Ceuta y se hobiesen entremetido en aquella guerra sin pretender contra ellos algun derecho ni haber recebido agravio. El mismo dia de la festividad de San Bartolomé los moros con toda su gente se presentaron á vista de aquella ciudad. Los aragoneses, visto que les representaban la batalla, de buena gana fueron á acometellos. A los principios no se conoció ventaja en ninguno de los campos, porque los moros peleaban con grandísimo esfuerzo; pero en fin, fueron vencidos y puestos en huida con gran daño y matanza. Los bosques que allí cerca estaban dieron á muchos la vida, que se metieron por aquellas espesuras y escaparon. No hay alegría cumplida en las cosas humanas. Mientras que los nuestros con demasiada codicia y poco recato iban en seguimiento de los bárbaros y ejecutaban el alcance, los de Almería salen de la ciudad y acometen el real de los aragoneses, que tenia poca defensa y por capitan á don Fernando de Mallorca. Ganaron el baluarte y trincheas y saquearon y robaron algunas tiendas. Acudieron los nuestros, y aunque con mucha dificultad, en fin lanzaron los moros y los forzaron á retirarse dentro de la ciudad. Esto hizo que el contento de la victoria ganada no se les aguase tanto si perdieran los reales; demás que aquel peligro fué aviso para que en adelante tuviesen mayor recato. Todo era menester, porque segunda vez á los 15 de octubre grande morisma, que llegaban á mas de cuarenta mil, acometieron las estancias de los aragoneses, pero sucedióles lo mismo que en el rebate pasado. No con menos esfuerzo apretaban los de Castilla por mar y por tierra el cerco de Algecira; mas las fuertes murallas y los muchos soldados que dentro tenian impedian á los cristianos para que sus asaltos no hiciesen efecto. Como se detuviese: muchos meses, acordaron de acometer á Gibraltar, villa puesta sobre el monte Calpe, con esperanza de apoderarse della, porque no tenia tanta defensa. Fueron para este efecto el arzobispo de Sevilla y don Juan Nuñez de Lara con parte del ejército. Alonso Perez de Guzman, caballero el mas señalado que se

conocia en aquellos tiempos y iba en compañía de los demás, en un rebate que tuvieron con los moros en el monte Gausin quedó muerto, daño que fué muy notable, dolor y sentimiento de todo el reino. Verdad es que la villa de Gibraltar se entregó al mismo rey don Fernando, que acudió para este efecto, como lo concertaron para que los cercados se rindiesen con mas reputacion y fuese del Rey la honra de ganar aquella plaza. Dióse libertad á los moros para pasar en Africa y llevar consigo sus bienes. Entre los demás un moro muy viejo ya, que queria partirse, habló, segun dicen, al Rey desta manera: «¿Qué desdicha es esta mia, por mi mal hado ó por mis pecados causada, que toda mi vida ande desterrado y á cada paso me sea forzoso mudar de lugar y hacer alarde de mi desventura por todas las ciudades? Don Fernando, tu bisabuelo, me echó de Sevilla, fuíme á Jerez de la Frontera. Esta ciudad conquistó tu abuelo don Alonso, y á mí fué necesario recogerme á Tarifa. Ganó esta plaza tu padre el rey don Sancho, á mí por la misma razon fué forzoso pasar á Gibraltar. Cuidaba con tanto poner fin á mis trabajos, y esperaba la muerte como puerto seguro de todas estas desgracias. Engañóme el pensamiento; al presente de nuevo soy forzado á buscar otra tierra. Yo me resuelvo pasar en Africa por ver si con tan iargo destierro puedo amparar lo postrero de mi triste vejez y pasar en sosiego esto poco de vida que me puede quedar.» Los soldados que estaban sobre Algecira, dado que era gente feroz y denodada, cansados con los trabajos y malparados con los frios del invierno, á cada paso desamparaban las banderas, no solo la gente baja, sino tambien la principal y los señores, que demás de lo dicho andaban desabridos porque el Rey daba oido á gente baja y de intenciones dañadas. El infante don Juan y don Juan Manuel fueron de poco provecho en esta guerra, antes ocasion de mucho daño, porque partidos ellos, con su ejemplo muchos se salieron del campo y desampararon los reales. Don Diego Lopez de Haro murió en la demanda de enfermedad. Su cuerpo llevaron á Búrgos y enterraron en el monasterio de San Francisco. El señorío de Vizcaya, segun que lo tenian capitulado, recayó en doña María, mujer del infante don Juan; cosa nueva que en aquel estado sucediese mujer, en que hasta entonces se continuó la sucesion por línea de varon. La muerte deste caballero y las continas lluvias que sobrevinieron, por ser el tiempo mas áspero de todo el año, forzaron á que el cerco de Algecira se alzase. Capitularon empero que los moros restituyen, como lo hicieron, las villas de Quesada y Bedmar, que tomaron el tiempo pasado á los nuestros, y para los gastos de la guerra pagasen cuarenta mil escudos. La villa de Quesada poco adelante dió el Rey á la iglesia de Toledo, cuya solia ser. Este fué el fruto que de tanto ruido, tantas pérdidas y trabajos se sacó. Los aragoneses, si bien tenían en sus reales grande abundancia de todas las cosas necesarias, asimismo por la poca esperanza de salir con la empresa, como les restituyesen los aragoneses que allí tenian cautivos, se partieron de sobre Almería, que fué á los 26 dias del ines de febrero, año de 1310, sin suceder otra cosa digna de memoria, salvo que en el mayor calor desta guerra el ciego rey Moro fué despojado del reino por su hermano Azar, y en Almuñecar puesto en prisiones con

secretamente de la corte. Muchos caballeros, movidos de caso tan feo, sin tener cuenta con el Rey y con su autoridad ni con la solemnidad de las bodas, le hicieron compañía. Pero todas estas alteraciones, que amenazaban mayores males, apaciguó la Reina madre con su prudencia, sin cesar hasta reconciliar el infante don Juan con el Rey, su hijo. En Palencia sobrevino al Rey una tan grave enfermedad, que no pensaron escapara. La buena diligencia de los médicos, la fuerza de la edad y la mudanza del aire le sanaron, porque luego que pudo se fué á Valladolid. En Barcelona murió dona Blanca, reina de Aragon, á 14 dias del mes de octubre, señora dotada de grande honestidad y de todo género de virtudes. Dejó noble generacion, es á saber, los infantes don Jaime, don Alonso, don Juan, don Pedro, don Ramon Berenguel. Las bijas fueron doña María, doña Costanza, doña Isabel, doña Blanca, doña Violante. Doña Blanca pasó su vida en el monasterio de Jijena, en que fué abadesa ; las demás casaron con grandes príncipes, y por sus casamientos muchos linajes nobilísimos emparentaron con la casa real de Aragon. El cuerpo de la Reina sepultaron en Santa Cruz, que es un monasterio muy noble en Cataluña. Las exequias se hicieron con toda la solemnidad que era justo y se puede pensar.

CAPITULO X.

Cómo extinguieron los caballeros templarios.

buena guarda; grande desgracia y caida, el que era rey ser privado de la libertad, mal que se pudiera llevar en paciencia sino pasara adelante. Poco despues en Granada, do le hizo volver, sin respeto de lo que se diria ni compasion del que era su hermano, por asegurarse le mandó cruelmente matar; así pervierte todas las leyes de naturaleza el deseo desenfrenado de reinar. Don Juan Nuñez de Lara al fin de la guerra pasada fué por embajador á Francia, y cumplido con su cargo, tornó al rey de Castilla, que era venido á Sevilla, despedido que hobo su ejército. Llevaba órden de impetrar, como lo hizo, los diezmos de las rentas eclesiásticas para ayuda á los gastos de la guerra contra moros; demás desto de avisar al pontífice Clemente que no debia en manera alguna proceder contra la memoria del papa Bonifacio, por los grandes inconvenientes que de hacer lo contrario resultarian, contra lo que pretendia el rey de Francia, y que el Pontífice no estaba fuera de haceHo, segun avisaban personas de autoridad. En Vizca ya, en aquella parte que llaman Guipúzcoa, por mandado del Rey y á costa de los de aquella provincia se fundó la villa de Azpeitia, como se entiende por la provision real que en esta razon se despachó en Sevilla al principio deste año, desde donde el rey don Fernando se partió para Burgos para celebrar las bodas de la infanta doua Isabel, su hermana, aquella que repudió el rey de Aragon, y de nuevo la tenian concertada con Juan, duque de Bretaña. El cargo de mayordomo de la casa real se dió á don Juan Manuel, sin que el infante don Pedro, hermano del Rey, que tenia aquel oficio, mostrase sentimiento alguno. Demás desto, el mismo don Juan era frontero de Murcia contra los moros, dado que en su lugar servia este cargo Pero Lopez de Ayala. Todo esto se enderezaba á obligar mas á aquel caballero, que era muy poderoso, y fué tan dichoso en sus cosas, que dos hijas suyas, doña Costanza, habida en su primera mujer, fué reina de Portugal, y doña Juana lo fué de Castilla, la cual hobo en doña Blanca, hija de Fernando de la Cerda y de doña Juana de Lara. En este viaje pasó el Rey por Toledo en sazon que por muerte de don Gonzalo, que finó este mismo año, vacaba aquella iglesia. Sucedióle don Gutierre II, natural y arcediano de Toledo. Su padre, Gomez Perez de Lampar, alguacil mayor de Toledo. Su madre, Horabuena Gutierrez. Su hermano, Fernan Gomez de Toledo, camarero mayor y muy privado del Rey, que por su respeto acudió á su hermano con su favor, y obró tanto, que los canónigos apresuraron la eleccion y dieron sus votos á don Gutierre, mayormente que se recelaban no se entremetiese el Papa y les diese prelado de su mano. Partió el Rey de Toledo para Búrgos á las bodas, que se festejaron como se puede pensar. Del infante don Juan, tio del Rey, no se tenia bastante seguridad por ser de su condicion mudable y por cosas que dél se decian, y claramente se dejaba entender que de tal manera haria el deber, que no duraria mas el respeto de lo que le fuese necesario. Por esta causa en Búrgos, ca acudió á las fiestas de aquellas bodas de la Infanta, aunque con seguridad que le dieron, trataban por orden del Rey de dalle la muerte. Don Juan Nuñez de Lara, como dello tuviese noticia, procuró estorballo, afeando en gran manera aquel intento; y sin embargo, el infaute don Juan, luego que supo lo que pasaba, se salió

Los obispos de toda la cristiandad se juntaban por este tiempo llamados por edictos de Clemente, pontifice, para asistir al concilio de Viena, ciudad bien conocida en el Delfinado de Francia. A las demás causas · públicas que concurrian para juntar este Concilio se allegaba una, la mas nueva y sobre todas urgentísima, que era tratar de los caballeros templarios, cuyo nombre se comenzara á amancillar con grandes fealdades y torpezas, y era á todos aborrecible. Querian que todos los prelados diesen su voto y determinasen lo que en ello se debia de hacer, pues la causa á todos tocaba. El principio desta tempestad comenzó en Francia. Achacábanles delitos nunca oidos, no tan solamente á algunos en particular, sino en comun á todos ellos y á toda su religion. Las cabezas eran infinitas, las mas graves estas: que lo primero que hacian cuando entraban en aquella religion era renegar de Cristo y de la Vírgen, su madre, y de todos los santos y santas del cielo; negaban que por Cristo habian de ser salvos y que fuese Dios; decian que en la cruz pagó las penas de sus pecados mediante la muerte; ensuciaban la señal de la cruz y la imágen de Cristo con saliva, con orina y con los piés, en especial, porque fuese mayor el vituperio y afrenta, en aquel sagrado tiempo de la Semana Santa, cuando el pueblo cristiano con tanta veneracion celebra la memoria de la pasion y muerte de Cristo; que en la santísima Eucaristía no está el cuerpo de Cristo, el cual y los demás sacramentos de la santa madre Iglesia los negaban y repudiaban; los sacerdotes de aquella religion no proferian las místicas palabras de la consagracion cuando parecia que decian misa, porque decian que eran cosas ficticias é invenciones de los hombres, y que no eran de provecho alguno; que el maestre general de su religion, y todos

los demás comendadores que presidian en cualquiera casa ó convento suyo, aunque no fuesen sacerdotes, tenian potestad de perdonar todos los pecados; solia venir un gato á sus juntas; á este acostumbraban arrodillarse y bacelle gran veneracion como cosa venida del cielo y llena de divinidad; ultra desto tenian un ídolo, unas veces de tres cabezas, otras de una sola, algunas tambien con una calavera y cubierto de una piel de un hombre muerto; deste reconocian las riquezas, la salud y todos los demás bienes, y le daban gracias por ellos. Tocaban unos cordones á este ídolo, y como cosa sagrada los traian revueltos al cuerpo por devocion y buen agüero. Desenfrenados en la torpeza · del pecado nefando, hacian y padecian indiferentemente. Besábanse los unos á los otros las partes mas sucias y pudendas de sus cuerpos, seguian sus apetitos sin diferencia, y esto con color de honestidad como cosa concedida por derecho y conforme á razon. Juraban de procurar con todas sus fuerzas la amplificacion de su órden, así en número de religiosos como en riquezas, sin tener respeto á cosa honesta y deshonesta. Referir otras cosas dellos da pesadumbre y causa horror. ¿Qué dirá aquí el que esto leyere? ¿Por ventura no parecen estos cargos impuestos y semejables á consejas que cuentan las viejas? Villaneo sin duda y san Antonino y otros los defienden desta calumnia; la fama y la comun opinion de todos los condena. Necesario es que confesemos que las riquezas con que se engrandecieron sobremanera fueron causa de su perdicion, sea por haberse con tanta sobra de deleites amortiguado en ellos aquella nobleza de virtudes y valor con que dieron cabo á tan esclarecidas hazañas así en el mar como en la tierra, sea que el pueblo ardiese de envidia por ver su pujanza, y los príncipes por esta via quisiesen gozar de aquellas riquezas. Apenas se podria creer que tan presto hobiesen estos caballeros degenerado en comun en todo género de maldad, si no tuviéramos el testimonio de las bulas plomadas del papa Clemente, que el dia de hoy están en los archivos de la iglesia mayor de Toledo, que afirma no era vana la fama que corria; antes que en presencia del mismo Papa fueron examinados sesenta y dos' caballeros de aquella órden, que confesado que hobieron las maldades susodichas, pidieron humilmente perdon. Los primeros denunciadores fueron dos caballeros de aquella órden, es á saber, el prior de Monfalcon, que es en tierra de Tolosa, y Nofo, forajido de Florencia, testigos, al parecer de muchos, no tan abonados como negocio tan grave pedia. Arrimáronseles otros, y entre ellos un camarero del mismo Papa que de edad de once años tomó aquel hábito, y como testigo de vista deponia de las culpas susodichas. Las cabezas destas acusaciones se enviaron al rey de Francia á Potiers, do estaba con el pontífice Clemente, por cuyo órden á un mismo tiempo, como si tocaran al arma, todos los templarios que se hallaban en Francia fueron presos á los 13 dias de octubre, tres años antes deste en que va la historia. Pusiéronlos á cuestion de tormento; muchos ó todos por no perder la vida, ó porque así era verdad, confesaron de plano; muchos fueron condenados y los quemaron vivos. Entre otros, el gran maestre de la órden Jacobo Mola, borgoñon de nacion, ya que le llevaban á la hoguera,

puesto que le daban esperanza de la vida y que le darian por libre si públicamente pedia perdon, habló desta manera, como lo afirman autores de mucho cré-' dito: «Como quiera que al fin de la vida no sea tiempo de mentir sin provecho, yo niego y juro por todo lo que puedo jurar que es falso todo lo que antes de ahora se ha acriminado contra los templarios y lo que de presente se ha referido en la sentencia dada contra mí, porque aquella órden es santa, justa y católica; yo soy el que merezco la muerte por haber levantado falso testimonio á mi órden, que antes ha servido mucho y sido muy provechosa á la religion cristiana, y imputadoles estos delitos y maldades contra toda verdad á persuasion del sumo Pontífice y del Rey de Francia; lo que ojalá yo no hobiera hecho. Solo me resta rogar, como ruego á Dios, si mis maldades dan lugar, me perdone; y juntamente suplico que el castigo y tormento sea mas grave, si por ventura por este medio se aplacase la ira divina contra mí y pudiese mover con mi paciencia á los hombres á misericordia. La vida ni la quiero ni la he menester, principalmente amancillada con tan grande maldad como me convidan á que cometa de nuevo. » De otros muchos se cuenta que dijeron lo mismo, y que uno dellos fué un hermano del delfin de Viena, persona nobilisima, cuyo nombre no se sabe, dado que consta del hecho. El año próximo siguiente expidió el Papa sus letras apostólicas á postrero de julio, en que comete á los arzobispos de Toledo y Santiago y les manda procedan contra los templarios en Castilla. Dióles por acompañado á Aimerico, inquisidor y fraile dominico, por ventura aquel que compuso el Directorio de los Inquisidores que tenemos, y junto con él otros prelados. En Aragon se dió la misma órden á los obispos don Ramon, de Valencia, y don Jimeno, de Zaragoza; lo mismo se hizo en las demás provincias de España y de toda la cristiandad. Dióse á todos órden que, formado el proceso y tomada la informacion, no se procediesc á sentencia sino fuese en los concilios provinciales. Gran turbacion y tristeza fué esta para los templarios y todos sus aliados; nuevas esperanzas para otros, que les resultaban de su desgracia y trabajo. En Aragon acudieron á las armas para defenderse en sus castillos; los mas se hicieron fuertes en Monzon por ser la plaza á propósito. Acudió mucha gente de parte del Rey, y por conclusion los templarios fueron vencidos y presos. En Castilla Rodrigo Ibañez, comendador mayor ó maestre de aquella órden, y los demás templarios fueron citados por don Gonzalo, arzobispo de Toledo, para estar á juicio. El Rey los mandó á todos prender, Ꭹ todos sus bienes pusieron en tercería en poder de los obispos hasta tanto que se averiguase su causa. Juntóse concilio en Salamanca, en que se hallaron Rodrigo, arzobispo de Santiago; Juan, obispo de Lisboa; Vasco, obispo de la Guardia; Gonzalo, de Zamora ; Pedro, de Avila; Alonso, de Ciudad-Rodrigo; Domingo, de Plasencia; Rodrigo, de Mondoñedo; Alonso, de Astorga, y Juan, de Tuy, y otro Juan, obispo de Lugo. Formóse el proceso contra los presos, tomáronles sus confesiones, y conforme á lo que hallaron, de parecer de todos los prelados fueron dados por libres, sin embargo que la final determinacion se remitió al sumo Pontífice, cuyo decreto y sentencia prevaleció

llos delitos se hobiesen extendido por todas las provincias, y que todos en general y cada cual en particular estuviesen tocados de aquella contagion. Verdad es que el naufragio y desastre destos caballeros dió á todos aviso para huir semejantes delitos, mayormente á los eclesiásticos, cuyas fuerzas mas consisten en una entera y loable opinion de virtud y bondad que en otra cosa alguna. Los bienes y haciendas de los templarios adjudicaron á los caballeros de la órden de San Juan, que en aquella sazon ganaron á los turcos la isla de Rodas; conquista con que se adelantaron en gracia y reputacion, y aun esperaban que se podria por medio dellos renovar la guerra de la Tierra-Santa. Sola España no admitió esta adjudicacion por las grandes guerras que tenian contre los moros por este tiempo, y cada dia se esperaban mas. Halláronse en este Concilio Filipo, rey de Francia, y tres hijos suyos, Cárlos de Valoes, su hermano, y gran número de embajadores de los otros reyes y principes. Asistieron trecientos obispos, otros dicen ciento y catorce, dos patriarcas, el de Alejandría y el de Antioquía, y el romano Pontifice, que sobrepujaba á todos los demás en autoridad y preeminencia. La divisa de los templarios era una cruz roja con dos traviesas como la de Caravaca en manto blanco; al contrario, los caballeros de San Juan traian y traen cruz blanca de la forma que vemos en manto negro.

CAPITULO XI.

De la muerte de don Fernando el Cuarto, rey de Castilla.

contra el voto de todos aquellos padres, y toda aqueIla órden fue extinguida. En virtud deste decreto el rey don Fernando se apoderó de todo lo que los templarios poseian en Castilla, así bienes como pueblos. En Galicia tenian á Ponferrada y el Faro; en tierra de Leon Balduerna, Tavara, Almansa, Alcañices; en Extremadura á la raya de Portugal Valencia, Alconeta, Jerez de Badajoz, Frejenal, Nertobriga, Capilla y Caracuel; en el Andalucía Palma; en Castilla la Vieja Villalpando; en la comarca de Murcia Caravaca y Alconchel; en el reino de Toledo Montalvan; demás destos, á San Pedro de la Zarza y á Burguillos, sin otros pueblos, posesiones y casas por todo el reino, que no se pueden por menudo contar. Refieren que los templarios tenian en España doce conventos, de los cuales en una bula del papa Alejandro III se nombran cinco, que son estos: el de Montalvan, el de San Juan de Valladolid, el de San Benito de Torija, el de San Salvador de Toro y el de San Juan de Otero en la diócesi de Osma. En los archivos de la iglesia mayor de Toledo está la citacion que el arzobispo don Gonzalo hizo á los templarios conforme á la comision que tenia del papa Clemente, su data en Tordesillas á los 15 de abril del mismo aùo que murió, de 1310. En esta citacion se cuentan veinte y cuatro bailías de los templarios, todas en Castilla, que eran como encomiendas, es á saber, la bailía de Faro, la de Amotiro, la de Goya, la de San Félix, la de Canabal, la de Neya, la de Villapalma, la de Mayorga, la de Santa María de Villasirga, la de Vilardig, la de Safines, la de Alcanadre, la de Caravaca, la de Capella, la de Villalpando, la de San Pedro, la de Zamora, la de Medina de Luitosas, la de Salamanca, la de Alconcitar, la de Ejares, la de Cidad, la de Ventoso, las casas de Sevilla, las de Córdoba, la bailía de Calvarzaes, la de Benavente, la de Juneo, la de Montalvan, con las casas de Cebolla y de Villalva que le pertenecen. Hasta aquí la citacion. Otras casas, heredades y lugares que tenian debíanse reducir y ser miembros de las bailías susodichas. En la ciudad de Maguncia en Alemaña, como se tratase deste negocio en un concilio de prelados conforme al órden del Papa, cuentan que uno llamado Hugon con otros veinte caballeros de aquella órden entró denodamente en la sala en que se hacia la junta, y á altas voces protestó que si alguna cosa allí se decretase contra su religion, que desde entonces apelaba para el sumo Pontífice, sucesor de Clemente. Los prelados, atemorizados con aquella ferocidad, dijeron que no tuviesen pena, que todo se haria bien y se miraria por su justicia. Dieron noticia de lo que pasaba al Papa, que cometió al mismo arzobispo de Maguncia de nuevo tomase informacion y procediese á sentencia. Hiciéronse las diligencias necesarias, y considerado el proceso y cerrado, los dieron por libres de todo lo que les achacaban. Finalmente, el Concilio vienense se abrió el año de 1311 á 46 dias del mes de octubre. Muchas cosas se ventilaron. Por lo que tocaba al papa Bonifacio, se acordó no era lícito condenalle ni imputalle el crímen de herejía, como pretendian. Tratóse con muchas veras de renovar la guerra de la Tierra-Santa, pero fué de poco efecto. Acerca de los templarios se decretó que su nombre y órden de todo punto se extinguiese; decreto que á muchos pareció muy recio, ni se puede creer que aque

Todo el orbe cristiano estaba alterado con el desastre y caida de los templarios. Los culpados fueron castigados, los que no tenian culpa quedaron libres, y por decreto de los prelados de Viena se les señalaron pensiones en cada un año de las rentas de los mismos conventos, con que pudiesen pasar su vida; solamente les quitaron el hábito y insignia de aquella órden. En Castilla todo lleno de fiestas y regocijos con el nacimiento del infante don Alonso, que la reina doña Costanza parió á 3 dias del mes de agosto, el cual poco despues sucedió en el reino de su padre. Fué tanto mayor la alegría, que hasta entonces tenian poca esperanza de sucesion, porque la Reina no se habia hecho preñada y daba muestras de estéril. Tenian concertado casamiento por medio de embajadores entre don Pedro, hermano del rey don Fernando, y doña María, hija del rey de Aragón; para efectualle vinieron los reyes el de Castilla y el de Aragon á verse en Calatayud. Hallóse al tanto allí la reina doña Costanza, ya convalecida del parto, y gran número de caballeros, así castellanos como aragoneses, ilustres por sus hazañas y por su nobleza. Celebráronse las bodas la misma Pascua de Navidad, grandes fiestas, justas y torneos, con que el pueblo se alegró asaz. Doña Leonor, hermana del rey don Fernando, que antes de ahora estaba tratado de casalla con don Jaime, hijo del rey de Aragon, se desposó asimismo con él, y fué entregada en poder de su suegro. Trataron de renovar la guerra contra los moros á la primavera. Tenian cierta diferencia los reyes de Portugal y Castilla, y aun llegaban á términos de venir sobre ello á las puñadas. El rey don Fernando pretendia cobrar las villas de Mora y de Serpa, que caen en los confines de Portugal junto al

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