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y bandos perpetuos. Esto movió al papa Clemente para que el mismo año que falleció escribiese al rey de Aragon muy apretadamente forzase á los catalanes por sus edictos á salir de Grecia. Hizo instancia sobre esto á ruego de Carlos de Valoes, que poscia en la Morea algunas ciudades en dote con su mujer, demás de las lágrimas y quejas ordinarias que le venian de los naturales de aquella tierra, que se quejaban y plañian ser maltratados con todo género de molestias ellos y sus haciendas, hijos y mujeres por un pequeño número de ladrones, gente mala y desmandada.

CAPITULO XV.

Del pontifice Juan XXII.

Los dos años siguientes fueron señalados por los nuevos reyes que en Francia hobo y por la vacante de Roma, que duró dos años y casi cuatro meses. Fué así, que el rey Luis Hutin de una grave dolencia que le sobrevino falleció en el bosque de Vincena, que es cuatro millas de la ciudad de Paris, á los 5 dias del mes de junio, año del Señor de 1315. De su primera mujer Margarita, hija del duque de Borgoña, tuvo una hija, que se llamó Juana. La dicha Margarita fué convencida de adulterio ; así dentro de la prision donde la tenian la mandó ahogar. A todos les pareció esta justa causa de dolor y tristeza; y es cosa de admiracion que en un mismo tiempo fueron acusadas de adulterio tres nueras del rey Filipo el Hermoso; demasíada licencia, deshonestidad y soltura notable para unas señoras tan principales. Las dos dellas, es á saber, las mujeres de Luis y de Cárlos fueron convencidas en juicio. A los adúlteros cortaron sus partes vergonzosas, y desollados vivos, los arrastraron por las calles y plazas públicas, finalmente los ahorcaron. Casó la segunda vez con Clemencia, hija del rey de Hungría, que quedó preñada al tiempo que su marido falleció, y parió un hijo, que se llamó Juan, con esperanza heredaria el reino.de su padre; pero muerto el niño dentro de veinte dias, Filipo, su tio, que tenia por sobrenombre el Largo, y hasta entonces era gobernador del reino, de consentimiento de todos los estados se coronó y tomó las insignias reales. A la infanta doña Juana excluyeron de la herencia y reino de su hermano por la ley Sálica, ora fuese verdarera, ora de nuevo fingida ó ampliada en favor y gracia del mas poderoso. Las palabras de la ley son estas: En la tierra Sálica, quiere decir de los francos, no sucedan las mujeres. Del reino de Navarra no podia ser despojada, por considerar que su abuela del mismo nombre le hobo pocos años antes por razon de herencia. Mayor alteracion resultó sobre el pontificado romano. Los cardenales italianos procuraban con todas sus fuerzas que se eligiese un pontífice de su nacion y que la silla pontifical se tornase á Roma. Sobrepujaban en número los franceses, y salieron finalmente con su pretension. En Carpentraz, ciudad de la Francia Narbonense y del condado de Aviñon, do Clemente, pontifice, falleció, mientras estaban en conclave sobre la eleccion del nuevo pontífice, se alborotó gran número de la gente de la tierra, y comenzaron á quebrantar las casas de los italianos y á roballas, apoderáronse de la ciudad y pusieron en huida á los cardenales de ambas naciones. Las cosas amenazaban scisma. De allí á mucho

tiempo se tornaron á juntar en Leon de Francia. En aquella ciudad Jacobo Osa, de nacion francés, cardenal y obispo portuense, fué elegido por sumo pontífice á los 7 dias del mes de agosto el año 16 de aquel siglo y centuria. Tomó por nombre en su pontificado Juan XXII. Hizo á Tolosa y á Zaragoza sillas metropolitanas con deseo de hacerse grato á los franceses y aragoneses. A Zaragoza le dió por sufragáneas las iglesias de Pamplona, Calahorra, Huesca, Tarazona, que todas y la misma Zaragoza eran sufragáneas de Tarragona. A Cahors, ciudad de Francia, hizo silla obispal; esta honra quiso hacer á su patria. Canonizó á santo Tómas de Aquino, teólogo prestantísimo de la órden de los Predicadores, y á san Luis, obispo de Tolosa. Este fué hijo de Cárlos, el mas Mozo, rey de Nápoles, cuñado del rey de Aragon. Estas cosas ilustraron mas que otra alguna el largo pontificado deste Papa, demás de las anatas que impuso primeramente sobre los beneficios eclesiásticos. En Castilla no tenian las cosas sosiego, y sin embargo, acudian á hacer la guerra contra los moros. Azar, no pudiendo sufrir la gran caida que habia dado y la vida particular en que vivia, aunque barto mas dichosa de la que antes tenia, usurpaba el título de rey contra el concierto antes hecho. Este, como mas flaco de fuerzas, y que no tenia poder bastante para contrastar con su enemigo, pretendia valerse de los cristianos. A los nuestros no estaba mal acudir á aquel Rey, que era su confederado, demás de la ocasion que se ofrecia de sujetar por medio de aquellas revueltas toda aquella nacion. Acordaron pues de hacer guerra á los moros; el cuidado se encomendó al infante don Pedro, así por tener edad á propósito como por estar de su parte muchos de entre los moros á causa de la confederacion que poco antes con ellos asentó. Demás que el infante don Juan, su tio, se hallaba embarazado y triste por la muerte de don Alonso, su hijo mayor, que le sobrevino al principio desta guerra en un pueblo llamado Morales cerca de la ciudad de Toro. Su cuerpo sepultaron en la ciudad de Leon en la iglesia de Santa María de Regla. Por el mismo tiempo don Fernando de Mallorca, como en la Morea pretendiese recobrar el estado y dote de su mujer, y para esto ayudarse de los catalanes, pasó desta vida en lo mas recio de la guerra. Su cuerpo traido á España le enterraron en Perpiñan en el monasterio de Santo Domingo. Este fin tuvo aquel caballero, persona de las mas señaladas que en aquel tiempo se hallaban. Dejó de su mujer un hijo muy pequeño, llamado don Jaime como su abuelo. El infante don Pedro, llegado al Andalucía, no cesaba de apercebirse de todo lo necesario para la guerra. Estaba la ciudad de Guadix muy falta de bastimentos; que los moros habian talado todos aquellos campos. Deseaban los cristianos proveelles de lo necesario, pero los bastimentos y recua que tenian juntado era necesario que pasase por tierras de los enemigos, y por esta causa que llevase mucha escolta. Acudieron los maestres de Santiago y Calatrava, juntose gran golpe de gente y el mismo Infante por caudillo principal. Saliéronles al encuentro hasta un pueblo llamado Alaten la gente de á caballo de Granada en gran número y muy gallarda, y por su caudillo Ozmin, soldado muy señalado. Acometieron los de la una y de la otra parte con grande ánimo; tra

bóse la batalla, que fué muy reñida y al principio dudosa. Mas al fin el campo quedó por los fieles con muerte de mil y quinientos jinetes moros que perecieron en la refriega y en la huida, entre ellos cuarenta de los mas nobles de Granada, por donde aquella rota fué para los moros de gran tristeza y dolor. Ganada esta victoria, todo lo demás se allanó. Guadix quedó bastecida; y dos fuerzas, es á saber, Cambil y Algabardos, se ganaron de los moros por fuerza de armas. Este buen suceso, que debiera ser parte para ganar las voluntades y favor de todos, fué ocasion en muchos de envidia y de buscar maneras para desbaratar los intentos del Infante; su tio don Juan de secreto atizaba á los demás. Buscaban algun color para salir con lo que pretendian. Parecióles el mas á propósito pedir á los gobernadores diesen fiadores y pusiesen en tercería algunos pueblos de sus estados para seguridad que gobernarian bien el reino y las rentas reales. Juntáronse sobre esta razon Cortes, primero en Búrgos, y despues en Carrion. Salieron con todo lo que pretendian, prueba con que se descubrió mas el valor y virtud del infante don Pedro. Tratóse demás desto de recoger algun dinero por la gran falta que dél tenian. Los naturales no podian oir que se tratase de nuevas derramas, por ser muchos los pechos que el pueblo pagaba; pero todo se consumia en la guerra contra los moros y en sosegar las revueltas que en el reino andaban. Pareció buena traza acudir al Pontifice nuevo, y por sus embajadores suplicalle concediese las décimas de las rentas eclesiásticas para proseguir la guerra contra los moros. Demás desto, otorgase indulgencia y la cruzada á todos los que á sus expensas para aquella guerra tomasen las armas. Lo uno y lo otro concedió el Pontífice benignamente. Los pueblos al tanto acudieron con alguna suma de dineros. Con esto nuestro ejército se aumentó, y por tres veces hicieron entradas en tierra de moros, con que trabajaron aquella comarca y trajeron presas de gente y de ganado, en que pasaban tan adelante, que llegaban á vista de la misma ciudad de Granada. Los moros esquivaban de venir á batalla, la cual mucho deseaban los nuestros. Trataron los moros de cercar á Gibraltar, pero previnieron sus intentos, ca la bastecieron muy bien de gente y vituallas; por esto los bárbaros desistieron de aquella demanda, y al contrario, la villa y castillo de Belmes se ganó de los moros. Corria en esta sazon el año del Señor de 1316, en que por muerte de Rocaberti, arzobispo de Tarragona, por votos de aquel cabildo, como entonces se acostumbraba, salió elegido el infante don Juan, hijo tercero del rey de Aragon. Acudieron al Padre Santo para que confirmase la eleccion; nunca lo quiso hacer; no refieren las causas que para ello tuvo; puédese sospechar que por alguna simonía, ó lo mas cierto por no tener el Infante edad bastante. No se usaba entonces tan de ordinario dispensar en las leyes eclesiásticas á contemplacion de los príncipes. Los pontífices tenian cierta entereza y grandeza de corazon para contrastar á las codicias desordenadas de los mas poderosos reyes y emperadores. En fin, hobieron de desistir de aquella pretension y pasar á don Jimeno de Luna, que era arzobispo de Zaragoza, á la iglesia de Tarragona. Don Pedro de Luna fué proveido en el arzobispado de Zaragoza, y al infante don Juan dieron el abadía de Montaragon,

que vacó por la promocion del nuevo arzobispo don *Pedro.

CAPITULO XVI.

Los infantes don Pedro y don Juan murieron en la guerra
de Granada.

El año siguiente de 1317 con diversas embajadas que el rey de Aragon envió sobre el caso alcanzó últimamente del sumo Pontifice que de los bienes que los templarios solian tener en el reino de Valencia se fundase una nueva caballería debajo la regla del Cistel y sujeta á la órden de Calatrava, aunque con su maestre particular. Señalaronle por hábito y por divisa una cruz roja simple y llana en manto blanco. El principal asiento y convento se fundó en Montesa, de donde tomó el apellido. La renta no era mucha; en las hazañas contra los moros, que corrian aquellas marinas de Valencia, no se señalaron menos que las otras órdenes. Desde á poco eso mismo en Portugal por concesion del mismo Pontífice se fundó otra milicia, que llaman de Cristo, la mas señalada de aquel reino. La insignia que traen es una cruz roja con unos torzales blancos por en medio. Aplicaron á esta milicia los bienes y tierras que en aquel reino tenian los templarios. Su principal asiento y convento al principio fué en Castro Marin; adelante se pasaron á Tomar. Todo esto iba bien encaminado, si el sosiego de que los portugueses gozaban de mucho tiempo atrás no se comenzara á enturbiar con alborotos que dentro del reino resultaron. El infante don Alonso estaba desgustado con el rey Dionisio, su padre; lo que le desasosegaba era la ambicion y deseo de reinar, enfermedad mala de curar; dado que se publicaban otras quejas, es á saber, que don Alonso Sanchez, hijo bastardo del Rey, tenia mas cabida con su padre de lo que la razon pedia ; que era mayordomo de la casa real; que se hallaba en las consultas de los negocios mas importantes; finalmente, que todo colgaba de su parecer y voluntad; lo mas áspero de todo que á su persuasion trataban de desheredar al mismo don Alonso. Estas quejas y colores, fuesen verdaderos ó falsos, luego que se divulgaron dieron ocasion á muchos de apartarse del Rey, los que hacian mas caso de sus particulares esperanzas que del respeto y lealtad que debian á su señor. Los grandes y ricos hombres divididos. Don Alonso se apoderó de las ciudades de Coimbra y de Porto; todos los forajidos, ladrones, homicianos y facinorosos hallaban en él acogida y amparo. La paciencia del Rey fué muy señalada, que pasaba por todo por ver si por buena via se podria apartar su hijo del camino que llevaba. Entendia muy bien que si venian á las manos, de cualquiera manera que sucediese, alcanzaria tanta parte del daño y de la desgracia á los unos como á los otros. Esto cuanto á Portugal. En Aragon falleció en este tiempo la reina doña María. Esta señora era hermana del rey de Chipre, y el año próximo pasado la trujeron de aquella isla para que casase con el rey de Aragon. Las bodas se celebraron en Girona, y las honras de su enterramiento en Tortosa, do en el año del Señor de 1318 al fin del mes de marzo murió. Enterróse en el monasterio de San Francisco de aquella ciudad. El año próximo 1319 fué muy señalado por dos cosas notables que en él acaecieron: la una el desastrado fin de los dos infantes don Juan y don Pedro,

gobernadores de Castilla; la otra fué la renunciacion de don Jaime, heredero de Aragon. El infante don Juan şentia en el alma que su competidor don Pedro fuese creciendo cada dia mas en poder y autoridad; sus esclarecidas hazañas se la daban y virtudes sin par. No podia llevar en paciencia que todos los negocios, así de paz como de guerra, le acudiesen. Lo que mas le punzaba era que don Pedro solo administraba las décimas que se concedieron por el Papa de las rentas eclesiásticas sin dalle parte. Don Pedro, cuanto las cosas por él hechas eran de mas valor y estima, tanto menos le parecia que era justo sufrir agravios é injurias de nadie. Si iba adelante esta competencia, se echaba de ver que vendrian sin duda á rompimiento y á las manos. A fama y color de la guerra con los moros tenia levantada don Juan mucha gente en toda tierra de Campos y Castilla la Vieja. La Reina con su industria y saber puso fin á estas pasiones; en Valladolid, donde á la sazon se tenian Cortes del'reino, los concordaron desta manera: que ambos acometiesen la morisma por dos partes, dividido el ejército y el dinero al tanto para las pagas. Lo que prudentemente se ordenó desbarató otro mas alto poder. En estas Cortes don fray Berenguel, poco antes instituido en arzobispo de Santiago por el pontífice Juan, por comision suya y en su nombre propuso el negocio de don Alonso de la Cerda, y amenazó que procederia con censuras y todo rigor si no obedecian á demanda tan justa. Hacia lástima ver un caballero como aquel, nacido con esperanza de reinar, derrocado de su grandeza, pobre, ahuyentado, vagabundo. Es perversa la naturaleza de los hombres, que muchas veces y con grande ahinco torna á desear lo que antes desechaba y menospreciaba, con igual desatino en lo uno y en lo otro y temeridad. Así le acaeció á don Alonso de la Cerda, que aliora tornaba á pedir la posesion de aqueIlos lugares que los años pasados le fueron adjudicados y él los menospreció. Los grandes daban sus excusas; decian estar juramentados, y que conforme al pleito homenaje que hicieron, no podian en ninguna manera consentir en cosa que fuese en daño y diminucion del patrimonio real, entre tanto que el Rey no tuviese edad competente. Lo que se pudo alcanzar fué que á don Fernando, hermano de don Alonso, le diesen cargo de mayordomo de la casa real, frívola recompensa de tantos daños. Con tanto, la Reina se fué á Ciudad-Rodrigo para verse con el infante don Alonso de Portugal, su yerno, y hacer las amistades entre él y su padre. Todo el trabajo que en esto se tomó fué perdido. Los infantes don Pedro y don Juan se partieron para el Andalucía cada uno por su parte. Ismael, rey de Granada, determinó de apercebirse contra esta tempestad de la ayuda de los africanos; para esto dió al rey de Marruecos á Algecira y Ronda con todos los lugares de su contorno, cosa que era á propósito para los intentos de ambas las partes, dado que el de Granada compraba caro la amistad de la gente africana. Don Pedro ganó por fuerza de armas la villa de Tiscar, que está en un sitio muy áspero y fuerte de su naturaleza, y que tenia gran copia de gente. El castillo rindió Mahomad Andon, cuya era la villa. Parecia que con esta victoria se mejoraba mucho nuestro partido, que la guerra y todo lo demás sucederia muy bien; mas el infante don Juan con desordenada ambicion de loa lo desbarató todo y

acarreó la ruina y perdicion para sí y todos los demás y gran pérdida para toda España. Estaba en Vaena muy codicioso de mostrar su gallardía; determinó de pasar adelante con su gente hasta ponerse á la vista de Granada. Desatinado acuerdo por el tiempo tan trabajoso del año y los grandes calores que hacia. Verdad es que en Alcaudete se juntaron los dos infantes con toda su gente, en que se contaban nueve mil de á caballo y gran número de infantes. Entran por las tierras de los moros, destruyen y talan cuanto topaban. Don Juan regia la avanguardia, deseoso grandemente de señalarse; don Pedro la retaguardia, y en su compañía los maestres de Santiago, Calatrava y Alcántara y los arzobispos de Toledo y Sevilla, la flor de Castilla en nobleza y en hazañas. Tomaron la villa de Alora; pero por la priesa que llevaban quedó el castillo por ganar. Un sábado, víspera de San Juan Bautista, llegaron á vista de Granada; estuviéronse en sus estancias aquel dia y el siguiente sin hacer cosa de momento. El dia tercero, vistas las dificultades en todo, comenzaron á retirarse, don Pedro en la avanguardia, y don Juan en el postrer escuadron con el bagaje. Avisados los moros desta retirada, salieron de la ciudad hasta cinco mil jinetes y gran multitud de gente de á pié mal ordenada; su caudillo era Ozmin. No llevaban esperanza de victoria ni intento de pelear, sino solamente como quien tenia noticia de la tierra, pretendian ir picando nuestra retaguardia. Hallábanse los nuestros alejados del rio al tiempo que el sol mas ardia, sin ir apercebidos de agua, cosa que á los moros presentaba ocasion de acometer alguna faccion señalada. Embistieron pues con ellos, trabóse la pelea por todas partes, no se oia sino vocería y alaridos de los que morian, de los que mataban, unos que exhortaban, otros que se alegraban, otros que gemian, ruido de armas y de caballos. Don Pedro, oidas aquellas voces, revolvió con su escuadron para dar socorro á los que peleaban. Los soldados desparcidos y cansados apenas podian sustentar las armas, no habia quien rigiese ni quien se dejase gobernar. Empuñada pues la espada y desnuda, como quier que el infante don Pedro animase'su gente, con el trabajo y pesadumbre que sentia y la demasiada calor que le aquejaba, mal pecado, cayó repentinamente desmayado, y sin podelle acudir rindió el alma. Lo mismo sucedió al infante don Juan, salvo que privado de sentido llegó hasta la noche. Publicada esta triste nueva por el ejército, los soldados lo mejor que pudieron se cerraron entre sí y se remolinarou. Los moros por entender que pretendian volver á la pelea, robado el bagaje, se retiraron. Esto y la escuridad de la noche que sobrevino fué ocasion que muchos de los fieles se pusieron en salvo. Los cuerpos de los Infantes llevaron á Búrgos y allí los sepultaron. Don Juan dejó un hijo de su mismo nombre, al cual por la falta natural que tenia llamaron vulgarmente don Juan el Tuerto; las costumbres no hicieron á la presencia ventaja. Doña María, mujer del infante don Pedro, en Córboba, do quedó muy cargada, parió una hija, por nombre dona Blanca, de cuya tutela y del gobierno del estado, que por muerte de su padre heredara, se encargó Garci Laso de la Vega, merino mayor de Castilla, y que tuvo grande familiaridad y privanza con el difunto. Tras esto desgracia tan grande se siguieron nuevas disensiones, causadas de las competencias que nacieron entre las

grandes de Castilla sobre el gobierno del reino, que cada cual pretendia y todos deseaban salir con él, ora fuese por buenas vias, ora por malas. A la misma sazon Aragon se alteró por un caso muy extraordinario. Fué así, que don Jaime, hijo mayor de aquel Rey, estaba determinado de renunciar su mayorazgo y herencia. Las causas que le movieron para tomar esta resolucion no se saben. Sus costumbres mal compuestas y la severidad de su padre pudieron dar ocasion á cosa tan nueva. Recibió el Rey gran pena desta determinacion; rogóle y mandóle como á hijo no hiciese cosa con que amåncillase su fama y fuese ocasion á su patria y á su padre de perpetua tristeza. Hablóle cierto dia en esta sustancia: «Mi vejez, dice, no puede ya dar á mis vasallos cosa mas provechosa que un buen sucesor, ni tu mocedad les puede ayudar mejor que con selles buen príncipe. Con este intento procuré fueses enseñado desde tu primera edad en costumbres reales; no parecia faltarte natural para ser digno del cetro, aunque no fueras hijo del Rey como lo eres. Teníate aparejada para mujer una nobilísima doncella, que ha sido de mí tratada como quien es, con casa y estado muy principal. Si á esto se puede añadir algo, yo soy presto de lo hacer; pero veo que mi esperanza me ha burlado, y á tí ha estragado el sobrado regalo para que en esa edad rehuses tomar sobre tus hombros el gobierno que yo sustento en lo postrero de la mia. ¿Por ventura es justo anteponer tu particular reposo al pro comun, á la obediencia que debes á tu padre y al juramento con que nos obligamos que doña Leonor, tu esposa, de quien tú debieras tener compasion, ha de ser tu mujer y reina de Aragon? Por ventura te cansa esperar la muerte deste triste viejo, que ya segun órden natural no le pueden quedar muchos dias? Puesto que alegues otras causas, la codicia de reinar es la que te punza y reduce á estos términos. Nadie puede poner ley á la voluntad de Dios, de quien dependen los años y la vida; lo que es de mi parte, yo desde luego de muy buena gana te renuncio el reino. Solo te ruego te apartes de ese propósito, que no puede dejar de ser enojoso á mí y á nuestra comun patria. Así te lo pido por Dios y por todos los santos que están en el cielo te lo amonesto y te lo aconsejo; y advierte que con esa acelerada priesa no te despeñes de suerte, que cuando quieras no tengas reparo ni te quede remedio de volver atrás.» A todas estas razones el determinado mancebo respondió en pocas palabras que él estaba resuelto de seguir aquel su parecer y trocar la vida de rey, sujeta á tantas miserias, con el reposo de la particular y bienaventurada. Con esto en la ciudad de Tarragona en las Cortes que alli se juntaron hizo renunciacion en pública forma del derecho que tenia á la sucesion á los 23 dias del mes de diciembre. Halláronse presentes á este auto muchos grandes y prelados, entre los demás el infante don Juan de Aragon, electo de Toledo por muerte del arzobispo don Gutierre II, que finó á los 4 de setiembre. Su mucha virtud y la diligencia de don Juan Manuel, su cuñado, le ayudaron á subir á aquella dignidad. Hecha la renunciacion, don Jaime luego tomó el hábito de Calatrava, despues se pasó á la órden de Montesa. Doña Leonor, su esposa, fué enviada doncella á Castilla. Sobre este hecho hobo diversas opiniones, unos le alababan, otros le reprehendian; sus costumbres y torpeza

y la vida suelta que despues hizo dieron muestra que, no por deseo de darse á la virtud y piedad renunciaba el reino, sino por su liviandad y ligereza. Por la cesion de don Jaime entró en aquel derecho de la sucesion don Alonso, su hermano, hijo segundo del Rey, que á la sazon en doña Teresa, su mujer, tenia un hijo sietemesino, niño de pocos dias, llamado don Pedro. El dote desta señora fué el condado de Urgel, que le dejó en su testamento don Armengol, su tio, hermano de su abuela. Desta forma en un mismo tiempo los reinos de Portugal y Aragon fueron trabajados con desabrimientos domésticos de padres á hijos, y dado que los propósitos de los dos hijos de aquellos reyes eran diferentes, pero la tristeza y daño de los padres corrieron á las parejas y fueron iguales.

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De la muerte de la reina doña María.

El daño que los nuestros recibieron en Granada fué ocasion que los moros soberbios y pujantes y deseosos de seguir la victoria ganaron á Huescar en el adelantamiento de Cazorla, y á Ores y á Galera, pueblos que eran de los caballeros de Santiago. Por otra parte, se apoderaron por fuerza de Mártos, villa fuerte y buena, en cuyos moradores ejecutaron todo género de crueldad sin respeto alguno ni hacer diferencia de mujeres, niños ni viejos, salvo que muchos escaparon en el peñasco que allí cerca está y en la fortaleza. En Castilla andaban grandes alborotos, nuevas esperanzas de muchos; todos los que en nobleza y estado se adelantaban pretendian apoderarse del gobierno del reino. La reina doña María, por lo que se capituló los años pasados, pretendia tocalle todo el gobierno, y con deseo de apaciguar estas alteraciones despachó sus cartas á todas las ciudades, en que les amonestaba no se dejasen engañar de nadie en menoscabo de su honra y de la lealtad á que eran obligados. Sin embargo, por ser mujer era de muchos tenida en poco; parecíales no tenia fuerzas bastantes para peso tan grande. Muchos de los grandes en un mismo tiempo pretendian apoderarse de todo; los principales, entre otros, eran el infante don Filipe, tio del Rey, don Juan Manuel y el otro don Juan el Tuerto, señor de Vizcaya; todos muy poderosos y que poseian grandes riquezas y nobilisimos por la real prosapia de que descendian. A estos se entregó el cuidado y mando del reino, no de comun consentimiento de los pueblos, antes andaban divisos en bandos y pareceres; todas las cosas se hacian inconsideradamente y como á tiento. Juntáronse las ciudades y villas, no todas en uno, sino segun las comarcas y provincias; grandes miedos se representaban y peligros. Resultó destas juntas que á don Filipe señaló el Andalucía para que los gobernase; el reino de Toledo y la Extremadura á don Juan Manuel; la mayor parte de Castilla la Vieja seguian á don Juan, señor de Vizcaya. Dentro de las ciudades se vian mil contiendas por los bandos que cada uno seguia. Mudábanse á cada paso los gobiernos; los mismos se aficionaban, ora á una parte, ora á otra, conforme como á cada cual le agradaba. El vulgo con la esperanza del interés se vendia al que mas le daba, vario como suele é inconstante en sus propósitos. De aquí se seguia libertad para

cometer todo género de maldades, muertes, robos y latrocinios; miserable avenida de calamidades. Los mas poderosos atropellaban á los pequeños. Los que regian la república y la gente principal usurpaban para sí las rentas y patrimonio real; infame latrocinio y torpísimo robo. Finalmente, ningun género de desventura se puede pensar que no padeciese aquella provincia. Don Fernando de la Cerda tenia pocas fuerzas y era tenido de todos por sospechoso, y por las antiguas competencias del reino no hacian cuenta dél; determinó de alle garse á don Juan, señor de Vizcaya. A los 1320 años iban las cosas por esta órden en Castilla. Este año se consagró en la ciudad de Lérida don Juan, hijo del rey de Aragon, en arzobispo de Toledo, con grande alegría de ambos reinos, grandes esperanzas y grande aplauso por pronosticar que aquel pontificado seria próspero, justo y dichoso. La reina doña María todavía no dejaba de recelarse que la venida de un príncipe como aquel podria enconar mas los ánimos de su gente que sanallos. Estas sospechas cesaron con las cartas que el Papa envió á la reina doña María, y se le quitó del todo aquel miedo, porque la prometia que todo estaria sosegado y muy en su favor. Con los prelados de Aragon tuvo el nuevo Arzobispo grandes diferencias sobre la preeminencia de la iglesia de Toledo. Llevaba su cruz delante, que es prerogativa de aquella dignidad. Esto pretendia él selle concedido como á primado de las Españas, así por derecho y costumbre antigua como por nueva confirmacion y privilegio de los sumos pontifices. Los prelados de Tarragona y de Zaragoza que se hallaron á su consagracion lo contradecian. Alegaban que estaba este negocio en litispendencia, y aun no por sentencia determinado. Andando en estos debates, como quiera que el arzobispo de Toledo no mudase de propósito, determinado de conservar la dignidad de su iglesia y confiado en el favor de su padre, el obispo de Zaragoza, donde entonces hacia el rey de Aragon Cortes de su reino y estos prelados acudieron, pronunció contra el de Toledo sentencia de excomunion; mandó cerrar todas las iglesias y puso entredicho público; increible osadía, confianza singular. El color que se tomó fué una constitucion que hicieron los prelados de aquella corona los años pasados, en que, so pena de descomunion, se mandaba ningun prelado en provincia ajena llevase cruz delante; este era el color y la capa para aquella determinacion. Grande fué el enojo que desto recibió el rey de Aragon por ver á su hijo maltratado dentro de su reino y delante de sus ojos. Envió sobre ello cartas al sumo Pontifice llenas de acedia y de mil amenazas; segun la saña hiciera algun sentimiento si los suyos no le metieran por camino con decir que en aquello se trataba de la dignidad de sus iglesias y reino, y que no era justo, por favorecer un particular negocio de su hijo, defraudase y atropellase los públicos. Con esto parece que se amansó el furor que en su ánimo tenia concebido. La respuesta que dió el sumo Pontífice fué ambigua, con que tuvo suspensas entrambas las partes; porque de tal manera reprehendia el atrevimiento que el de Zaragoza tuvo y mandó reponer lo hecho, que ordenó otrosí fuese absuelto el arzobispo de Toledo de la descomunion, por si acaso fué justa. Partido el nuevo Prelado de Aragon y llegado á Toledo, de tal manera se hobo con don Juan Manuel, su cuña

do, casado con su hermana mayor doña Costanza, que el recelo que tenian no le favoreciese demasiadamente de todo punto se quitó. De primera llegada no quiso que en su arzobispado cobrase las rentas reales, cuya administracion él pretendia pertenecelle, de donde resultó entre ellos un odio inmortal. A la misma sazon los navarros, que todavía estaban sujetos á Francia, fueron muy maltratados en Vizcaya. Falleció Filipe el Largo, rey de Francia, á 2 de junio, año de 1321 sin dejar sucesion; heredó el reino su hermano Cárlos, por sobrenombre el Hermoso, que fué igual á sus hermanos en valor; en la liberalidad, fortaleza y apostura sin par. En tiempo deste Rey los vizcaínos de rebato se apoderaron del castillo de Gorricia, que cae en aquella parte que llaman Guipúzcoa. Pretendian que aquel castillo era suyo y que los navarros le poseian á sinrazon. Acudieron de Navarra sesenta mil hombres, si los números ó la fama no están errados, llegaron á los 19 de setiembre á Beotivara. Los vizcaínos hasta ochocientos en número, como quier que se apoderasen de las estrechuras y hoces de aquellos montes, dende con galgas y cubas llenas de piedras que dejaban rodar sobre los navarros los maltrataron de manera, que los desbarataron y hicieron huir con muerte de mas gente que se pudiera pensar de número tan pequeño, demás que cautivaron á muchos. Caudillo de los vizcaínos era Gil Oñiz, de los navarros Ponce Morentaina, francés de nacion y gobernador de Navarra por el rey de Francia. Dan muestra que esta victoria fué de las mas señaladas de aquel tiempo las coplas que hasta hoy dia se cantan y los romances en las dos lenguas castellana y vizcaína compuestos en esta razon. El Papa envió por su legado á Castilla al cardenal Guillelmo, bayonense, obispo sabino, por ver si con su diligencia y con la autoridad pontificia se pudiera poner fin á tantos males. Procuró el Legado se juntasen Cortes en la ciudad de Palencia en el mismo tiempo que la reina doña María, amparo que fué de todo en tiempo de tres reyes y honra de Castilla, cargada de años, falta de salud, llena de congojas por los trabajos tan grandes como se padecian, de una enfermedad que le sobrevino en Valladolid pasó desta vida, 1.o de junio, año de 1322. Muestras de su piedad y religion son el monasterio de las Huelgas, que á su costa fundó en aquella ciudad y ennobleció, do ella misma se mandó enterrar, y otros dos monasterios que fundó, uno en Búrgos, y otro en Toro, sin otros que hizo en diversas partes del reino. Las Cortes de Palencia no parece fueron de efecto. Juntáronse por mandado del legado Guillelmo los obispos de toda Castilla en Valladolid para tener un concilio, que fué muy señalado. En él, á 2 dias del mes de agosto, se promulgaron muchas constituciones saludables; entre otras, descomulga á todos aquellos que en tiempo de Cuaresma ó de las Cuatro Témporas comieren carne y á los que en tales dias la vendieren públicamente; que mientras se . celebran los divinos oficios, los que no fueren cristianos no se puedan hallar presentes; pero si los tales se bautizaren, puedan ser ordenados y tener beneficios para remedio de su pobreza; repruébase la purgacion vulgar de que se usaba de ordinario en España. Demás desto, hasta hoy dia se conservan las, constituciones que por el mismo tiempo estableció el arzobispo de Toledo don Juan, en que, entre otras cosas, se manda que si

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