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apercebida, suplicó al rey de Castilla tuviese por bien que se viesen; otorgó él con los ruegos de su hermana; viéronse en Ateca, aldea en tierra de Calatayud; el Rey prometió á la Reina de asistilla con sus fuerzas y no faltarle cuando le hubiese menester. Don Juan de Ejerica y su hermano don Pedro, que seguian la parcialidad de la Reina, quedaron animados á la servir y amparar cuando se ofreciese y por cuanto sus fuerzas alcan

zasen.

CAPITULO IV.

De algunos movimientos de navarros y portugueses. En el principio del año siguiente, que se contaba de 1335, don Juan Manuel, atemorizado con el mal suceso de don Juan de Haro y tomando escarmiento en el de Lara se reconcilió con el Rey. El contento del reino fué extraordinario por ver acabadas en tan breve tiempo cosas tan grandes, y por la esperanza de la paz y sosiego por todos tanto tiempo deseada. En las ciudades y villas se hicieron grandes regocijos, juegos y espectáculos públicos. En Valladolid se hizo un torneo, en que los caballeros de la Banda desafiaron á los demás caballeros y fueron los mantenedores del torneo; el Rey se halló en él, pero en hábito disfrazado porque se tornease con mayor libertad. Diéronse grandes encuentros y golpes sin hacerse mal ni herirse, salvo que algunos fueron de los caballos derribados. Despartióse el torneo, sin que se pudiese averiguar á cuál de las partes se debiesen dar los premios y prez y las joyas que tenian aparejadas para el que mas se señalase. Las cosas humanas, como son vanas é inconstantes, fácilmente se truecan y mudan y revuelven en contrario; y ansí, este universal contento se añubló con nuevas que vinieron de que se volvian á alterar los humores. El rey de Portugal persistia en su intento de repudiar á doña Blanca y de casarse con doña Constanza, determinado si no pudiese cumplir su deseo por bien de alcanzarlo por la espada', por lo menos meterlo todo á barato. El hijo mayor del rey de Aragon se concertó de casar con doña María, hija del rey de Navarra, anteponiéndola en la sucesion del reino, aunque era menor de edad, á su hermana doña Juana, si el Rey muriese sin dejar hijos varones. El autor destos conciertos fué el virey de Navarra don Enrique. Ambas á dos cosas fueron pesadas y desabridas para el rey de Castilla, porque se entendia que estas alianzas se hacian para ser mas poderosos contra él. A la verdad el infante de Aragon don Pedro, por el odio que tenia con su madrastra, se confederó con los navarros, que tomaron de sobresalto el monasterio de Fitero, que era del señorío de Castilla; exceso que por un rey de armas les fué demandado, y enviaron embajadores al rey de Aragou para quejarse destos desaguisados. Excusóse aquel Rey con su poca salud y alegar que no era poderoso para ir á la mano á su hijo en lo que hacer quisiese. Con esta respuesta de necesidad se hubo de romper la guerra. Envióse contra los navarros un grueso ejército y por capitan general Martin Portocarrero, porque don Juan Nuñez de Lara, quien el Rey tenia puestos los ojos para que hiciese este oficio se excusó de aceptarle. Juntáronse las gentes de la una parte y de la otra, dióse la batalla junto á Tudela, fué muy cruel y reñida, quedaron vencidos y desM-1.

trozados los navarros y muchos dellos anegados en el rio Ebro. Entendióse haberles sucedido este desastre por falta de capitan, porque el virey don Enrique se quedó en Tudela por miedo del peligro ó por respeto de la salud y bien público, que dependia de la conservacion de su persona. Don Miguel Zapata, aragonés, no se halló en la batalla á causa que se entretuvo en fortalecer á Fitero, creyendo que el primer ímpetu de la guerra seria contra aquel pueblo. Mas ya que se queria fenecer la batalla se descubrió encima de unos cercanos montes de aquella campaña, con cuya llegada se rehizo el campo de los navarros. Los aragoneses, como quier que entraron descansados, entre tuvieron por un rato la pelea, pero al fin fueron desbaratados y vencisy dos por los de Castilla y preso su capitan; no fué tan grande el número de los muertos como se pensó. Los castellanos se hallaron cansados con el continuo trabajo de todo el dia, demás que con la obscuridad de la noche que cerró no se conocian, mayormente que todos por saber la lengua castellana apellidaban Castilla, ardid que les valió para que la matanza fuese menor. Por otra parte, los vizcaínos con su capitan Lope de Lezcano, destruida la comarca de Pamplona, tomaron en aquellos confines el castillo de Unsa. Con estos malos sucesos se reprimió la osadía y atrevimiento de los navarros y se castigó su temeridad. En un mismo tiempo se derramó la fama destas cosas en Francia y en España. Estaba entonces el rey de Castilla en Palencia enfermo de cuartanas, donde, por lástima que tuvo de los ́navarros, mandó á Portocarrero que no les hiciese mas guerra ni daños; parecíale quedaban bastantemente castigados, ora hobiesen tomado las armas de su voluntad, ora hobiesen sido á tomarlas forzados; sacóse el ejército de aquella provincia junto con el pendon del infante don Pedro, que le llevaron á la batalla, porque los grandes señores no reliusasen de ir á esta guerra, como si fuera á ella la misma persona real del Infante. La fama destos sucesos movió á Gaston, conde de Fox, á que viniese á restaurar las cosas malparadas de los navarros, obligado á ello por la antigua amistad que entre sí ambas naciones tenian y facilitado con la vecindad destos dos estados. Venido el de Fox, acometieron á Logroño, ciudad principal de aquella frontera. Salió contra ellos mucha gente de los pueblos comarcanos, y juntos con los ciudadanos de Logroño, pasaron el rio Ebro. Dieron en los enemigos, peleóse bravamente, y fueron vencedores los navarros. Recogiéronse en la ciudad los vencidos con propósito de se defender con el amparo y fortaleza de los muros. Ruy Diaz de Gaona, capitan y ciudadano de Logroño, hizo en esta retirada un hecho memorable, que con una extraña osadía, ayudado de solos tres soldados, defendió á todo el ejército de sus enemigos que no pasasen el puente, porque mezclados con su gente no entrasen el pueblo; murió él en esta defensa, y sus compañeros, que quedaron con la vida, defendieron el puebloque no se perdiese, ca los navarros, viendo que no le podian tomar, se volvieron. En el tiempo que las cosas se hallaban en este estado sucedió que Juan, arzobispo de Rems, yendo en romería á Santiago, pasó acaso por esta tierra. Este Prelado era un varon muy santo y de grande autoridad entre estas dos naciones, por cuya solicitud y diligencia se concertaron y hicieron

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paces; tanto á las veces puede la diligencia de un solo hombre, y tan grandes bienes dependen de su autoridad. En este mismo tiempo de tres reyes Albohacen, Filipe, de Francia, y Eduardo, de Inglaterra, vinieron tres honradas embajadas al rey de Castilla. Movíanse á esto por la gran fama que tenia acerca de las naciones comarcanas. De Africa le enviaron muy ricos presentes; pedian se confirmasen las treguas que tenian asentadas los nuestros con los moros. El Inglés ofrecia una hija suya para que casase con el infante don Pedro. El Rey no aceptó este partido por la tierna y pequeña edad del Infante, de quien sín nota de teineridad ninguna cosa cierta se podian prometer ni asegurar. Todo esto pasaba en Castilla el año de 1335 de nuestra salvacion. Poco despues, entrante el año próximo, el rey de Aragon don Alonso murió en Barcelona á 24 de enero; varon justo, pio y moderado; por esto tuvo por renombre y fué llamado el Piadoso. Fué mas dichoso en el reinado de su padre que en el suyo á causa de la poca salud que siempre tuvo, que por lo demás no le faltó virtud ni traza, como se pudo bien ver por las cosas que hizo en su mocedad. A don Jaime, el hijo menor del primer matrimonio, dejó el condado de Urgel, y don Pedro quedó por heredero del reino. Los hijos del segundo matrimonio dejó heredados en otros estados, segun que arriba queda apuntado. La reina doña Leonor, por recelo que el nuevo Rey por los enojos pasados no le hiciese algun agravio á ella y á sus hijos, á grandes jornadas se fué luego á Albarracin, donde por ser aquella ciudad fuerte y caerle cerca Castilla, si se le moviese guerra, pensaba podria muy bien en ella defenderse. Los de Ejerica, por tener en mas el acudir al amparo

Y servicio de la Reina que cuidar de lo que á ellos tocaba, se fueron tras ella. Por estos mismos dias de Portugal nuevas tempestades de guerra se emprendieron. La avenencia que don Juan de Lara y don Juan Manuel hicieron con el Rey, no era tan verdadera y sincera que se entendiese duraria tanto como era menester. Todos entendian que mas les faltaban fuerzas y buena ocasion para rebelarse que gana y voluntad de ponello por obra. Traia en mucho cuidado á don Juan Manuel la dilacion de los casamientos de Portugal, y no osaba hacerlos sin la voluntad y licencia del Rey, ca temia no le tomase su estado patrimonial, que tenia grandísimo en Castilla. Don Pedro Fernandez de Castro y don Juan Alonso de Alburquerque, que se apartaron de la obediencia del Rey de Castilla, persuadian y solicitaban al rey de Portugal para que moviese guerra á Castilla; no pudieron estar secretos tantos bullicios de guerra y tantas tramas. Así, el Rey hizo nueva entrada en las tierras de don Juan de Lara y le tomó algunas villas y castillos, y á él le cercó en la villa de Lerina en 14 de junio. Combatiéronla de dia y de noche con mantas, torres, trabucos y con todo género de máquinas de guerra. Procuróse otrosí con los vecinos de la villa que entregasen á don Juan, ya con grandes amenazas, ya con promesas; ofrecíaules la gracia del Rey y libertad á ellos y á sus hijos, con apercebimiento que si se tardaban en hacerlo los destruirian. Ninguna cosa bastó para que no guardaṣen una singular y gran lealtad á don Juan confiados en la fortaleza de la villa; ni los ruegos prestaron ni las amenazas para hacer que le entregasen. Vista su determinacion cercaron toda la villa alrededor

con fosos y trinchieas. Talaron y destruyeron sus campos y heredades; enviaron otrosí algunas bandas de gente para que tomasen los pueblos de la comarca. Alargábase el cerco, y los cercados, por no estar bien proveidos, empezaron á sentir necesidad de bastimentos. Tenian poco socorro en don Juan Manuel, puesto que para mostrar su valor y ver si podria socorrerlos, salido de allí secretamente, se entró en Peñafiel, villa de su estado y cercana de Lerma. Poco faltó para que el Rey no le prendiese, ca sobrevino de repente. Tuvo noticia del peligro, huyó y escapóse. El de Alburquerque, mudado propósito, se redujo al servicio del Rey. El rey de Portugal por sus embajadores envió á rogar al Rey que alzase el cerco de Lerma. Extrañaba que hiciese agravio y maltratase á un caballero de tanta lealtad y en particular amigo suyo. Volviéronse los embajadores sin alcanzar cosa alguna. El rey de Portugal para satisfacerse juntó su ejército, rompió por las tierras de Castilla. A la raya cercó á Badajoz y la combatió con grande furia y cuidado. Envió asimismo con mucha gente á Alonso de Sosa para que robasen la tierra. Apellidáronse los de la comarca, encontraron los contrarios cerca de Villanueva, desbaratáronlos, mataron y prendieron muchos dellos, con que avisaron y escarmentaron los demás portugueses para que no se atreviesen otra vez á hacer entråda semejante. El Rey mismo, por temer otro mayor daño si viniesen á las manos, con todo su ejército se tornó á Portugal. La villa de Lerma, asimismo destituida del socorro que de fuera esperaba y cansada con los trabajos de un cerco tan largo, se entregó en los postreros de noviembre. A don Juan Nuñez de Lara, sin embargo, recibió el Rey en su amistad, y por el camino que cuidaba perderse alcanzó grandes mercedes nuevas, y se le volvió su patrimonial estado que tenia en Vizcaya. Solo desmantelaron á Lerma en castigo de su rebelion y para que otra vez no se atreviese á hacer lo mismo. En este año el rey de Marruecos aumentó sus reinos con el de Tremecen, cuyo Rey, su enemigo, venció y mató. Los moros de España cobraron con esto nuevas esperanzas, y á los nuestros creció el recelo de algunos nuevos y grandes daños que de aquella pujanza podrian resultar. Todos temian y con razon la guerra que de Africa amenazaba.

CAPITULO V.

Concédense treguas á los portugueses,

Blandeaba el rey de Castilla con los grandes que andaban alterados, y les hacia buenos partidos por atraerlos á su servicio. Sus caricias prestaban muy poco, por ser ellos hombres revoltosos, de seso mal asentado y astutos. Tuvo las pascuas de la Navidad de nuestro señor Jesucristo del año 1337 en Valladolid. Allí en el principio deste año hizo merced á don Juan de Lara del cargo de su alférez mayor, ca estaba determinado de recompensar con mercedes los deservicios y vengar con blanduras las injurias que le hacian. Con este artificio y con la intercesion de doña Juana, que era madre de don Juan de Lara, recibió en su servicio y perdonó á don Juan Manuel, hombre doblado, inconstante y que á dos reyes, al de Castilla y al de Aragon, los entretenia y traia suspensos. Fingia quererse confederar con

cada uno dellos con intento de que si rompiese con el uno, quedase el otro con quien ampararse. Continuábanse todavía los desabrimientos y diferencias entre el de Aragon y doña Leonor, su madrastra; tratóse de concordia por sus embajadores. Todavía el de Aragon, bien que daba buenas palabras, al cabo no hacia cosa. El rey de Castilla á ruego de su hermana fué á Aillon, villa que está en la raya de entrambos reinos. Allí la Reina se le quejó de los agravios y crueldad de su alnado, y con muchas lágrimas le suplicó recibiese debajo de su proteccion y amparo á ella y á sus hijos y á los grandes que seguian su parcialidad. El Rey estuvo suspenso. Parecíale por una parte inhumana cosa no favorecer á su hermana, y por otra deseaba mucho no divertirse antes de vengar los agravios recibidos del rey de Portugal. Finalmente, mandó á don Diego de Haro que, juntadas las fuerzas y soldados de Soria, Molina y Cuenca y de otros pueblos, hiciese entrada en Aragon. La reina doña Leonor, por Búrgos y Valladolid se fué á Madrid á esperar al Rey, que en razon de aparejarse para la guerra de Portugal, hacia grandes Hamamientos de gentes para Badajoz, por donde cuidaba dar principio á aquella guerra. En esta sazon, de doña Leonor le nació al Rey otro hijo, que se llamó don Tello. Lo que mas tenia enojado al rey de Portugal era lo poco en que el de Castilla tenia á su hija la reina doña María, hasta decirse que trataba de repudiarla; parecíale que esta no era injuria que en manera alguna se pudiese disimular. De Badajoz con grandísimo impetu entró en Portugal; talaron los campos y hicieron la guerra á fuego y sangre. La destemplanza del tiempo causó al Rey una calentura en Olivencia, y le puso en necesidad de partirse de Badajoz en el mes de junio para Sevilla. Por estos mismos dias Jofre, almirante del mar por el rey de Castilla, talado que hobo y corrido la costa de Portugal, no léjos de Lisboa peleó con la armada de los portugueses, de quien era general Pecano, ginovés. La pelea fué brava y dudosa; al principio los portugueses tomaron dos galeras de Castilla; recompensóse este daño con que los de Castilla rindieron la capitana de los portugueses y abaticron el estandarte real. Esto causó grande temor en los enemigos, y por todas partes fueron desbaratados y puestos en huida. Era cosa horrenda ver en aquel espacioso y ancho mar huir, dar la caza, prender y matar, y todo cuanto alcanzaba la vista estar lleno de armas y tinto en sangre. Tomáronse ocho galeras, y seis echaron á fondo, y el general Pecano con Carlos, su hijo, quedó preso. Fué para aquella era esta victoria muy ilustre y rara, en tanto grado, que á la vuelta salió el Rey á recebir el Almirante, que entró en Sevilla con triunfal demostracion y aparato; la honra que se hace á la virtud inflama los ánimos valerosos para emprender cosas mayores. Halláronse presentes el arzobispo de Rems, embajador del rey de Francia, y el maestre de Rodas, á quien para tratar de paces enviara por su legado Benedicto XI, sumo pontífice, que tres años antes sucedió al papa Juan. Ambos con todas sus fuerzas procuraron concertar y poner paz entre estos dos reyes; pero no les fué posible concluirlo, antes el rey de Castilla, cobrada entera salud, entró otra vez á robar y destruir á Portugal. La entrada fué por aquella parte por do solian habitar los antiguos turdetanos, que ahora se llama el Algarve.

Recibieron los portugueses grave daño con esta entrada, y les causó mucho odio contra su Rey, por ver que con todos sus intentos ninguna cosa mas hacia que irritar y mover contra los suyos las armas y fuerzas de Castilla. Por otra parte hacia sin provecho alguno guerra en lugares apartados, conviene á saber, á los gallegos; en Salvatierra destruia y quemaba los campos. Si se sentia con pocas fuerzas, ¿para qué movia guerra? Y si en ellas confiaba, ¿por qué, convidado, rehusaba venir con los enemigos á las manos? El rey de Castilla, venido el otoño, sin haber encontrado ningun ejército de sus enemigos, se recogió á Sevilla. Este mismo año á 25 de junio murió Federico, rey de Sicilia, ya cargado de edad, y famoso por la guerra que sustentó por tanto tiempo contra potencias tan grandes. En Catania en la iglesia de Santa Agata está un lucillo con un bulto ó estatua suya, y dos versos en latin deste sentido:

EL CIELO ALEGRE ESTÁ, LA TIERRA TRISTE.
SICANIA LLORA DE SU REY FADRIQUE

LA AUSENCIA. ¡OH MUERTE, CUÁNTO MAL HICISTE! Sucedióle en el reino su hijo don Pedro. Los ducados de Atenas y Neopatria mandó á Guillelmo, su hijo sagundo; á don Juan, hijo tercero, hizo otras mandas. Cuatro hijas que tenia por su testamento las dejó excluidas de la sucesion del reino, ley que no fué perpetua ni era conforme á lo que de antes se solia usar en aquel reino, y adelante se usó. Andaba en la corte de Castilla Gil Alvarez de Cuenca, arcediano de Calatrava, dignidad en la iglesia de Toledo, varon de conocido valor y prudencia para tratar negocios y cosas graves. El arzobispo de Toledo don Jimeno de Luna finó en la su villa de Alcalá de Henáres á los 16 de noviembre deste año, quién dice que del siguiente. Sepultaron su cuerpo en la iglesia mayor de Toledo en la capilla de San Andrés. Por su muerte sucedió en aquella dignidad y iglesia el susodicho Gil Alvarez de Cuenca, que adelante se llamó y hoy le llaman comunmente don Gil de Albornoz. Procurólo el Rey muy de veras, y hizo en ello tal instancia, que las voluntades de los del cabildo, si bien estaban muy puestos en nombrar á don Vasco, su dean, se trocaron y inclinaron á dar gusto al Rey. Las grandes virtudes y hazañas deste nuevo prelado mejor será pasallas en silencio que quedar en este cuento cortos. Fué natural de Cuenca, sobrino de su predecesor don Jimeno de Luna, su padre Garci Alvarez de Albornoz, su madre doña Teresa de Luna, personas ilustres, de mucha reputacion y fama y hacienda. Crióse en Zaragoza en tiempo que don Jimeno, su tio, fué prelado de aquella ciudad. Su ingenio muy vivo y capaz empleó en el estudio de los derechos en Tolosa de Francia, no para darse al ocio, sino para habilitarse mas para los negocios. Ya que era de edad, se sirvió el Rey dél en su consejo, despues le eligieron en arzobispo de Toledo; últimamente, criado cardenal, sirvió á los papas en empresas de grande importancia. Echó los tiranos de las tierras de la Iglesia que en Italia tenian usurpadas. En todas edades y estados fué igual, entero en las cosas de justicia, menospreciador de las riquezas, constante y sin flaqueza en los casos árduos. No se sabe en qué fué mas señalado, si en el buen gobierno en tiempo de paz, si en la administracion y valor en las cosas tocantes á la guerra. Todos los hombres de lc

tras tienen obligacion á celebrar sus alabanzas, porque en la Gallia Cisalpina ó Lombardía, en la ciudad de Boloña instituyó un famoso colegio, en que hay cuatro capellanes y treinta colegiales, todos españoles, con gruesas rentas para que estudien, de donde como de un alcázar de sabiduría han salido muchos excelentes varones en letras y erudicion, con que las letras resucitaron en España, y á su imitacion se han fundado otros muchos colegios por personas que imitaron su celo y tenian con qué podello hacer. Dejó al cabildo de Toledo la villa de Paracuellos con carga de cierta pension con que mandó acudiesen cada un año á la iglesia de Villaviciosa, que él mismo fundó, y puso en ella canónigos reglares, cerca de la villa de Brihuega. El arzobispo de Rems y el maestre de Rodas, andando de una parte á otra, no cesaban de amonestar á los reyes de España y procurar que se acordasen y hiciesen paces. Poníanles delante como los reinos se asuelan con Jas guerras y con la paz se restauran; que Africa amenazaba con una temerosísima guerra; muchas veces las discordias internas se concordaban y componian con el miedo de los males de fuera; que así para los vencedores como para los vencidos el único remedio era la paz. Con estas amonestaciones parecia que el rey de Castilla blandeaba algo, si bien era el que andaba mas léjos de acordarse; que el rey de Portugal grandemente deseaba concierto. Concluyóse que el rey de Castilla fuese á Mérida á tratar de medios de paz. En aquella ciudad se concertaron y hicieron treguas por un año en principio del de nuestra salud de 1338. No fué posible concordarlos del todo ni hacer paces perpetuas.

CAPITULO VI.

Cómo mataron á Abomelique.

poca edad la doncella y no de sazon para casarse; á esta causa la entretenian en Tudela; mas al fin con grande regocijo de ambas naciones se casaron en Aragon á 25 de julio. Velólos Filipe, tio de la doña María, hermano de su padre, obispo de Jalon ó cabillonense en Francia. Envióse una embajada al sumo Pontifice romano suplicándole volviese los ojos á España y que echase de ver que no poco á su Santidad tocaba el grandísimo y cercano peligro que corria la cristiandad. Que las décimas de las rentas eclesiásticas que se concedieran á los reyes de Aragon para subsidio y ayuda de la guerra contra los moros las mandase subir al justo y presente valor, porque si se cobraban segun los valores y por los padrones antiguos, serian de poco provecho; esto es lo que toca al rey de Aragon. El rey de Castilla era ido á Búrgos á hacer Cortes, en que con deseo de reformar el grande exceso que se via estar introducido en el comer y vestir, promulgó leyes que moderaban estos gastos. Mandó tras esto á su almirante Jofre Tenorio se pusiese en el Estrecho para estorbar el pasaje á los moros. Desde Búrgos, á ruego de su hermana doña Leonor, fué á Cuenca, y en su compañía don Juan Nuñez de Lara y don Juan Manuel, ya del todo reconciliados con el Rey. Allí vino don Pedro de Azagra con embajada de paz de parte del rey de Aragon para que se aliasen contra los moros. Ofrecia la tercera parte de la armada que fuese menester para estorbar el paso á los moros. Respondió el Rey que aceptaria su oferta, y que entonces le seria muy grata su amistad cuando hobiese satisfecho á su hermana doña Leonor en las quejas que tenia y en sus pretensiones. En unas Cortes de Aragon que se hicieron en Daroca se consultaron todas estas diferencias, y se nombraron por jueces árbitros el infante don Pedro, tio hermano de padre del rey de Aragon, y don Juan Manuel, que para tratar desto era embajador del rey de Castilla. Concluyóse en que se diese perdon al señor de Ejerica, y á la Reina y á sus hijos se les confirmase todo aquello que les mandara su padre. Para que mas fácilmente tuviese efecto esta concordia vino bien que don Pedro de Luna, arzobispo de Zaragoza, que la contradecia, á esta sazon se hallaba ausente, citado por el Papa para que pareciese en Roma á responder á cierto pleito y demanda puesta contra él. Firmó el rey de Castilla estos capítulos en Madrid, y la reina doña Leonor y sus hijos se volvieron á Aragon, do fueron bien recebidos, casi con aparato real. Suelen acomodarse y conformarse con el tiempo, así bien los reyes como las personas patticulares, y usar de grandes disimulaciones para poder gobernar la república, mayormente en tiempos revueltos. El arzobispo de Rems y el maestre de Rodas y el arzobispo de Braga, que era embajador del rey de Portugal para tratar de las paces, fueron despedidos por entonces del rey de Castilla por parecer pedian capitulaciones injustas. Lo que mas descontentaba era que

Del aparato y preparamentos de guerra que hacia el rey Albohacen, como en semejantes casos acaece, se decian mayores cosas de aquellas que en realidad de verdad eran. Referíase que se juntaba todo el poder de los moros y se apellidaban todas las provincias de Africa; que pasaban á España con sus casas y mujeres y hijos para quedarse á morar y vivir de asiento en ella despues que toda la hobiesen ganado; que era tan innumerable la gente que venia, que ni se les podria estorbar el pasaje ni tampoco podrian ser vencidos. Corria fama que lo primero desembarcarian en la playa de Valencia, y allí cargaria aquella tempestad que se armaba. Estas nuevas tenian atemorizados los fieles y mucho mas á los de Aragon. Hacíanse grandes provisiones de armas, caballos y bastimentos; todo era ruido y asonadas de guerra. Estaban todos alerta con gran cuidado y solicitud. Empezóse entre los nuestros á platicar de paz, porque, juntas las fuerzas, se podia tener esperanza de la victoria; divididas y sin concordia, era cierta la ruina de todos y su perdicion. A los embaja-pedian á doña Costanza, hija de don Juan Manuel, para dores ingleses, que en nombre de su Rey pedian paz y alianza, con dudosa respuesta entretenia el rey de Aragon. Decíales que su amistad les era y seria siempre muy agradable, si se les permitiese guardar las alianzas que antes con los demás tenian hechas. Tratábase de desposar el de Aragon con la infanta doña María, hija del Navarro; diferíanse estas bodas por ser aun de

que se desposase con don Pedro, heredero de Portugal. En el principio del año de 1339 murió don Vasco Rodriguez Cornado, maestre de Santiago. En su lugar fue elegido, por voto de los caballeros del hábito, su sobrino don Vasco Lopez. Pesóle mucho al Rey y enojóse desta eleccion, como quier que deseaba el maestrazgo para su hijo don Fadrique. Opusiéronle al nuevo maes

tre contra su persona muchos capítulos y defectos en la eleccion, si verdaderos, si falsos por hacer lisonja al Rey, ¿quién lo averiguará? El Maestre, por adevinar la tempestad que venia sobre él, se fué á Portugal, con que pareció darse por culpado; así, en ausencia fué privado de la dignidad; y dada por ninguna la primera eleccion, fué elegido de nuevo por maestre don Alonso Melendez de Guzman, tio hermano de madre del niño don Fadrique, con asaz grande dolor y murmuracion de muchos, que echaban de ver una maldad y desconcierto tan grande, que no bastase el peligro grande del reino para que echasen dél la ambicion y sobornos. Por este tiempo, quién dice dos años antes, don Ruy Perez, maestre de Alcántara, fué al tanto privado del maestrazgo, y elegido en su lugar don Gonzalo Martinez, á quien otros llaman Nuñez; algunos por la disimilitud y diversidad de los nombres hacen diverso y dividen lo que no se debe apartar, porque en la lengua antigua de CastiIla Nuño y Martin son una misma cosa. Lo sobredicho se hizo con autoridad de don Juan Nuñez de Prado, maestre de Calatrava, á quien por sus antiguas constituciones estaban sujetos los caballeros de Alcántara. Tratábase con grande calor lo tocante á la guerra de los moros; para ella de todo el reino se juntaba grande ejército en Sevilla. Apercibióse brevísimamente el rey de Castilla, porque tuvo nuevas que Abomelique era de Africa pasado por el Estrecho con cinco mil hombres de á caballo; era ya cumplido el tiempo de las treguas, y convenia que con la presteza se impidiese el intento de los moros. Hizose entrada en el reino de Granada, talaron los campos de Antequera y Archidona, y apenas las mismas ciudades se libraron desta furia. Lo mismo se hizo en los términos de Ronda; y por el esfuerzo de don Juan de Lara y de don Juan Manuel y del maestre de Santiago fué desbaratada gran multitud de moros que salieron de aquella ciudad á dar y cargar en nuestra retaguardia, en que iban estos capitanes. Ejecutaron los vencedores el alcance; muchos moros, que se recogieron á ciertas breñas, forzados del miedo, se despeñaron de aquellos riscos por salvarse y se hicieron pedazos. Con esto los cristianos se volvieron á Sevilla; y de allí se enviaron muchas guarniciones para guar

dar las fronteras contra los moros. Vino en esta sazon el almirante de Aragon Gilaberto con doce galeras y órden de su Pey que se juntase con la armada del rey de Castilla y guardase el estrecho de Gibraltar. La falta de dineros era grande; para suplir esta necesidad en el mes de setiembre fué el Rey á las Cortes que tenia aplazadas para Madrid. Dejó por general en su lugar al maestre de Santiago, repartió otrosí entre los demás grandes, ricos hombres y capitanes el cuidado de lo que en su ausencia hacerse debia. En Nebrija, villa puesta á la boca de Guadalquivir, sentada en una campaña fertilísima, tenian juntada gran copia de trigo para el gasto de la guerra. Los moros, cobrada osadía con la partida del Rey, se concertaron de ir sobre esta villa y tomarla. Sabido esto por los nuestros, fuéles forzado, puesto que era en el rigor del invierno, de sacar las guarniciones y compañías de los alojamientos. Abomelique, resuelto de bacelles rostro, asentó sus reales junto á Jerez, y envió mil y quinientos caballos á Nebrija. Los de la villa se defendieron; robaron empero los moros y estragaron los campos. Acudieron á la fama de

lo que pasaba de Tarifa Fernan Perez Portocarrero, y de Sevilla Alvar Perez de Guzman y don Pedro Ponce de Leon, señores principales ; y el maestre de Alcántara con su gente, con que entrara á hacer cabalgadas en tierra de moros, se juntó con estos capitanes; pequeño número en comparacion de la grande muchedumbre de los moros. Marcharon de dia y de noche; vinieron á alcanzar cerca de Arcos á los mil y quinientos moros, que caminaban muy despacio por ir embarazados con la grande presa que llevaban. Dieron con grande furia en ellos y los desbarataron, apenas escapó ninguno que no fuese muerto ó preso, quitáronles toda la cabalgada que llevaban. Con tan dichoso y buen suceso animados los nuestros, entraron en consejo si acometerian á Abomelique, hecho que no era proporcionado con el pequeño número de gente que llevaban. Los pareceres variaban; unos, considerada la gran multitud de los moros, eran de parecer que no tentasen mas la fortuna; otros con ánimo feroz y generoso decian que no debian de tener miedo á los moros, sino que, confiados en Dios y en el valor y esfuerzo de sus solda◄ dos, no perdiesen tan buena ocasion como se les presentaba de hacer un hecho memorable; que no vence el número sino el ánimo, y que no era razon que en semejante coyuntura dejasen de arriscar sus personas y vidas, que tan poco les podian durar. Siguióse al fin esto parecer; la honrosa vergüenza pudo mas que la cobardía recatada. Los moros, descuidados con los prósperos sucesos pasados, levantado su real, con grandísimo desórden marchaban la via de Arcos sin llevar adalides ni centinelas; infinitas veces ha sido total perdicion menospreciar al enemigo. Los cristianos al amanecer entre dos luces, tocada la señal de arremeter, hirieron valerosamente en los moros; á la pasada de un rio quinientos moros hicieron un poco de resistencia, pero Juego que los nuestros le pasaron, todo lo demás fué fácil; en un momento los moros fueron puestos en huida. destrozados. Abomelique, como suele acaecer en un repentino alboroto, huia á pié; así, sin ser conocido fué muerto por los que seguian el alcance, que cuidaron fuese algun soldado particular; su primo Aliatar al tanto murió en la batalla; perecieron cerca de diez mil moros, tal fama corria. Los nuestros, robados los reales y el carruaje de los enemigos y alegres con las dos victorias que ganaron, con mucha honra y contento volvieron sus soldados á los alojamientos de que los sacaron. Este año el arzobispo de Tarragona celebró concilio provincial en Barcelona, y en él con una solemnísima procesion el cuerpo de santa Eulalia se trasladó á otro mas honrado y conveniente lugar. El rey de Aragon fué á Aviñon á dar al Papa la obediencia y reconocerle y hacer el homenaje que tenia obligacion, como feudatario de la Iglesia por las islas de Cerdeña y Córcega.

y

CAPITULO VII.

Que los moros fueron vencidos junto à Tarifa.

La muerte de Abomelique fué muy llorada y plañida en Africa. Su padre la sintió ternísimamente; dolíanse y querellábanse que con su temprana y arrebatada muerte no habia podido llegar á ser tal rey como prometian sus buenas partes. Con esto muy mas inflamados

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