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y deseosos de vengarle, se dieron gran priesa á aprestar la jornada que tenian pensado hacer en España. Para ello hicieron por todo el reino grandes llamamientos de gentes, y por toda la Africa enviaron asimismo ciertos hombres, que con muestra de santidad, con pretexto y color de religion y de un grande servicio de Dios incitasen los moros á tomar las armas en defensa y aumento de la religiony secta de sus antepasados. Con esta voz se juntó un increible número de soldados, setenta mil de á caballo y cuatrocientos mil de á pié, muchedumbre tan grande, cual es cosa averiguada nunca alguno de los pasados reyes juntaron para pasar en España. Recogieron otrosí una flota de docientas y cincuenta naves y setenta galeras, armáronla de soldados y basteciéronla de vituallas y de todo lo al. Estaba el rey de Castilla con gran congoja y cuidado de la defensa que tenia de hacer á los moros cuando le sobrevino otra nueva pesadumbre. Diéronle grandes querellas de don Gonzalo Martinez ó Nuñez, macstre de Alcántara. Acusábanle de muchos delitos, no sabré decir si fueron verdaderos ó falsamente imputados; fué empero citado á que pareciese ante el Rey en Madrid á responder á la acusacion que le ponian y descargarse. Tuvo en poco el mandato del Rey, y no quiso parecer, sino pasarse al rey de Granada, que fué remediar una culpa con otra mayor. No se sabe si esto lo hizo por tener mal pleito ó con temor del poder y asechanzas de doña Leonor de Guzman, que le era contraria. Demás desto, el general de la armada del rey de Aragon, saltado que hobo con su gente en la playa de Algecira, fué muerto con una saeta en una escaramuza que trabó con los moros. Sin embargo, venida la primavera, se partió el Rey á la Andalucía, y los desiños del maestre don Gonzalo, con la diligencia y presteza que se puso, fueron desbaratados. Cercáronle en Valencia, pueblo que cae en el distrito de la antigua Lusitania; rindióse al Rey, fué preso y dado por traidor, y como tal degollado y quemado, á propósito todo que los demás escarmentasen con un castigo tan grande. Fué elegido en su lugar don Nuño Chamizo, varon de conocida virtud y grandes prendas. Comenzaba Albohacen á pasar su ejército en España; envió delante tres mil caballos, que para hacer demostracion de su esfuerzo corrieron la tierra de Arcos, Jerez y Medina Sidonia, y les talaron los campos; mas como se volviesen con grande presa, salieron los de Jerez á ellos, cargaron de sobresalto sobre los que iban descuidados y seguros, desbaratáronlos y quitáronles la presa con muerte de dos mil dellos. En este comedio, gastados cinco meses en pasar el Estrecho, todo el ejército de los moros se juntó cerca de Algecira por negligencia del almirante Tenorio. Todo el pueblo le cargaba la culpa de que él les pudo estorbar el paso. Verdad es que muchas veces el pueblo con envidia é ingrato ánimo se queja de los hombres valerosos. No pudo sufrir esta afrenta el feroz corazon del Almirante. Atrevióse á pelear con toda la armada de los enemigos, recibió una grande rota, murió él en la batalla y fué echada á fondo su armada. Salváronse solamente cinco galeras, que huyendo aportaron á Tarifa. El Rey se haIlaba suspenso entre dos dificultades que le tenian puesto en gran cuidado; por una parte temia no le sucediese á España algun gran desastre; por otra el deseo de ganar honra y fama le solicitaba. En Sevilla, donde pro

veia las cosas necesarias para la guerra, acordó de hacer junta de los prelados y grandes del reino para consultar lo tocante á la guerra. Desque estuvieron juntos, puesta la espada á la mano derecha y la corona á la siniestra, sentado en su real trono les hizo una plática en esta manera: « Parientes y amigos mios, ya veis el peligro en que está todo el reino y cada uno en particular. Pienso tambien que no ignoraïs en qué estado estén nuestras cosas. Desde mis primeros años juntamente con el reino me han fatigado continuas congojas y afanes; así lo ha ordenado Dios; dame con todo eso mucha pena que nuestros pecados los hayan de pagar los inocentes. Aun no teniamos bien sosega los los alborotos del reino, cuando ya nos hallamos apretados con la guerra de los moros, la mas pesada y de temer que España ha tenido. Mis tesoros consumidos y nuestros súbditos cansados con tantos pechos, solo en mentarles nuevos tributos se exasperan y azoran. Por ventura ¿será bien hacer paz con los moros? Pero no hay que fiar en gente sin fe, sin palabra y sin religion. ¿Pedirėmos socorro fuera de nuestros reinos? No era malo, mas á los reyes nuestros vecinos se les da muy poco del peligro y necesidad en que nos ven puestos. ¿Tendrémos confianza de que Dios nos ayudará y hará merced? Temo que le tenemos mal enojado con nuestros pecados y que no nos desampare. No llega mi prudencia ni consejo á saber dar corte y remedio conveniente á tan grandes dificultades. Vos, amigos mios, á solas lo podréis consultar y conforme á vuestra mucha prudencia y discrecion veréis lo que se debe hacer, que para que con mayor libertad digais vuestros pareceres yo me quiero salir fuera. Solo os advierto mireis que de vuestra resolucion no se siga algun grave peligro á esta corona real ni á esta espada deshonra ni afrenta alguna; la fama y gloria del nombre español no se mengüe ni escurezca.» Ido el Rey, hobo varios pareceres entre los que quedaron; los mas prudentes afirmaban que las fuerzas del Rey no eran tantas que pudiesen resistir al gran poder de los moros; que seria acertado hacer paz con el enemigo con algunos partidos razonables. Otros con mayor esfuerzo, deseosos de ganar honra y fama, fueron de voto que la guerra pasase adelante; decian no poderse hacer paz alguna que no fuese deshonrada y que les estuviese muy mal, porque de necesidad las condiciones della serian á gusto y ventaja del enemigo. Siguióse este parecer, y todos fueron de acuerdo que se procurase solicitar los reyes de Aragon y de Portugal para que juntasen sus gentes y armas con las del Rey. Rehizose la armada en el puerto de Sanlúcar y dióse el cargo della á don Alfonso Ortiz Calderon, prior de San Juan. El rey de Aragon envió su armada con el capitan Pedro de Moncada. Los ginoveses á costa del rey de Castilla ayudaron con quince galeras. Juan Martinez de Leyva fué por embajador al sumo Pontifice para alcanzar indulgencia á los que se hallasen en esta santa guerra. El Papa vino en ello, y á todos los que tres meses sirviesen en ella á su costa, les concedió la cruzada y jubileo plenísimo y remision de todos sus pecados, y cometió la publicacion destas indulgencias à don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo. Para ganar al rey de Portugal el rey de Castilla dió licencia para que doña Costanza, hija de don Juan Manuel, se enviase á Portugal y se desposase con el infante don Pedro. Asi se

celebraron las bodas en Ebora con real majestad y aparato; la dote fueron trecientos mil ducados. Demás desto, doña María, reina de Castilla, por mandado del Rey, su marido, fué á Portugal á suplicar al Rey, su padre, quisiese juntar sus fuerzas con las de Castilla y ayudar en esta santa demanda. Su padre se lo otorgó y prometió de por su propia persona hacer el socorro que le pedian. Luego con el capitan Pecano, que ya estaba suelto de la prision, envió de Portugal doce galeras. El rey de Castilla, por gratificar al rey de Portugal y ganarle mas la voluntad, se partió á Portugal y se hablaron junto á Juramena, pueblo sentado á la ribera de Guadiana. Quedaron los reyes muy amigos, olvidadas ya todas las antiguas querellas que entre sí tenian; que el miedo suele ser mas poderoso que la ira. En el entre tanto de todas partes acudian á Sevilla muchas gentes de guerra. Juntábase el ejército tanto con mayor priesa y diligencia, porque vino aviso que Albohacen y el rey de Granada tenian cercada á Tarifa. Sentaron sobre ella sus reales en 23 de setiembre; combatíanla furiosamente con trabucos, con mantas y picos, con que pretendian arrimarse á los adarves y hacer entrada para acrecentar el miedo á los cercados edificaban grandes torres de madera, y aunque los cercados tenian buena guarnicion, teníase miedo que no podrian mucho tiempo sufrir el cerco. El Rey, temeroso no entregasen la ciudad, por este temor con mucha diligencia solicitaba el socorro, y á los cercados se les daba cierta esperanza de brevemente acudilles. Despues que el rey tornó á Sevilla, dende á pocos dias llegó el rey de Portugal con mil caballos, gente de estimar mas por su esfuerzo y valor que por el número, que era pequeño. Puestas en órden y apercebidas todas las cosas necesarias para la jornada, partieron de la ciudad de Sevilla, donde se hacia la masa, con determinacion de forzar al enemigo á que levantase el cerco ó dalle la batalla. Tenian grande ánimo y esperanza de alcanzar victoria, no obstante que apenas tenian la cuarta parte de gente que los moros. Los de á caballo eran catorce mil, y los de á pié serian hasta veinte y cinco mil. Con este ejército marcharon poco á poco la via de Tarifa. Los reyes moros, avisados del desiño que los nuestros llevaban, pegaron fuego á las máquinas y torres con que combatian la ciudad; y por si se viniese á las manos, para mejorarse de lugar ocuparon con sus gentes unos cerros cercanos á sus reales. No se fortificaron mucho, por tener entendido que consistiá la victoria en venir luego á las manos. Llegaron los nuestros á una aldea que se llama la Peña del Ciervo; allí descubrieron los enemigos y se hizo consejo de capitanes para consultar lo que se debia hacer. Tomóse resolucion que á la media noche se enviasen á Tarifa mil caballos y cuatro mil infantes para que estuviesen de guarnicion y asegurasen la plaza; juntamente llevaban órden al tiempo de la pelea de acometer á los enemigos por un lado y echarlos de los cerros; á los demás se les mandó que descansasen y tomasen refres→ co y que estuviesen apercebidos para dar al amanecer en los enemigos. Hubo grande regocijo aquella noche en nuestros reales; hiciéronse muchos votos y plegarias y á bandas y escuadras se prometian y conjuraban de en los peligros favorecerse los unos á los otros y de no volver á sus casas sino era con la victoria. Al apun

tar del alba los reyes y con su ejempló los demás del ejército confesaron y recibieron el santísimo sacramento de la Eucaristía; luego se formaron los escuadrones en órden de batalla. Dióse la avanguardia á don Juan de Lara y á don Juan Manuel y al maestre de Santiago; la retaguardia se encomendó á don Gonzalo de Aguilar; don Pero Nuñez quedó de respeto con buen golpe de gente de á pié. El cuerpo y fuerzas del ejército quedó á cargo de los reyes, acompañados del arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz y de otros obispos y grandes del reino. El pendon de la cruzada por mandado del Papa le llevaba un caballero francés, llamado Jugo; todos los soldados iban señalados con una cruz colorada en los pechos como aquellos que iban á pelear contra los infieles en defensa de la religion y de la cruz. El rey de Portugal tomó á su cargo de acometer al rey de Granada; hacíanle compañía con su gente los maestres de Alcántara y de Calatrava. El rey de Castilla, ya que tenia las haces en órden y á punto de arremeter contra Albohacen, animó á los suyos y los inflamó á la batalla con estas razones: «Tened por cierto, mis caballeros, y creedme que esta desordenada muchedumbre de bárbaros, allegada de muchas gentes sin delecto ni órden alguno, la ha traido á nuestra España una profunda avaricia y una sed insaciable de reinar y un mortal é implacable odio que tiene al nombre cristiano, y no alguna justa causa que tengan para movernos guerra. No vos atemorice su innumerable multitud, porque ella misma los ha de destruir. Los unos á los otros se embarazarán de manera, que ni podrán guardar sus ordenanzas ni entender lo que se les mandare. Cuanto cada uno se mostrare mas sin miedo y cuidare menos de su persona, tanto estará mas seguro, que á ninguno le está bien poner la esperanza de su vida en los piés, sino en sus manos y esfuerzo; volved valerosamente la cara al enemigo, y no las espaldas ciegas para ser heridas de los contrarios. Vémonos en tiempo que, ó hemos de darnos por esclavos á los moros, ó tenemos de pelear animosamente por la patria, por nuestras mujeres y hijos y por nuestra santísima fe con cierta y no vana esperanza de alcanzar una gloriosísima victoria, que si otra cosa sucediere, ¿dónde con mayor provecho ni mas honradamente podemos arriscar las vidas que mañana se han de acabar? ¿Que cosa nos puede ser mas saludable que con un brevísimo dolor ganar aquellas perpetuas sillas celestiales? Que es lo que aquella santísima cruz nos promete, á quien tenemos por amparo y guia en esta jornada, y lo que los obispos nos aseguran y conceden. Ea pues, soldados y amigos, alegres y sin ningun recelo acometed y herid en vuestros mortales enemigos.» Dada la señal, luego empezaron los escuadrones á adelantarse y moverse hácia el enemigo. Corria entre los dos campos un rio que Haman el Salado, de quien esta memorable batalla y victoria tomó el nombre, que se llamó la del Salado, y dende á poco espacio entra en el mar. Los que primero le pasasen eran los primeros á pelear. Envió el rey Bárbaro dos mil jine-. tes para que estorbasen el paso. Entre tanto él, arrogante y muy hinchado con la esperanza de la victoria, que ya tenia por suya, habló á sus escuadrones en esta manera: «Si mirara solamente á nuestra edad y á los grandes hechos que en Africa hemos acabado, ninguna cosa nos faltaba ni para gozar desta vida, ni para que

los navarros en esta batalla, porque su rey don Filipe se hallaba embarazado en las guerras de Francia. Era gobernador de Navarra Reginaldo Poncio, hombre de nacion francés. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, nunca se quitó del lado del rey de Castilla, que siendo en la batalla casi desamparado de los suyos, se iba á meter con grande furia donde se via el mayor golpe de los moros, mas el Arzobispo le echó mano del brazo y le detuvo. Díjole con una grande voz no pusiese en contingencia una victoria tan cierta con arriscar inconsideradamente su persona. Ganóse esta batalla el año de 1340 de nuestra salvacion. Del dia varían los historiadores, empero nosotros de certísimos memoriales tenemos averiguado que esta nobilísima batalla se dió lúnes, 30 de octubre, como está señalado en el Calendario de la iglesia de Toledo, do cada año por antigua constitucion con mucha solemnidad y alegría se celebra con sacrificios y hacimiento de gracias la memoria desta victoria.

de nosotros en los venideros tiempos quedase un glorioso nombre y perpetua fama, pues con vuestro esfuerzo, valerosos soldados, tenemos ya sujetas todas las provincias que con nuestro imperio confinan. El amor de nuestra nacion y el deseo del aumento de nuestra sagrada y paterna religion y vuestros ruegos me hicieron pasar en España. Cosa fea seria no cumplir en la batalla lo que en tiempo de la paz me teneis prometido, y mal parecerá ser flojos en la pelea y en sus casas hacer grandes amenazas y blasones. Cuando nuestros enemigos fueran otros tantos como nos, estuviera yo en vuestro valor bien confiado; cuando el peligro fuera cierto, sin duda tuviera por mejor quedar todos muertos en el campo que mostrar ninguna flaqueza. Al presente teneis llana la victoria, nuestros enemigos son pocos, mal armados, sin disciplina militar y con menos uso de la guerra; lo que mas al presente se puede temer es no sea caso de menos valer venir á las manos con gente semejante aquellos que han domado la poderosa Africa, pues de cualquiera manera que á ellos les avenga, les será mucha honra contrastar con nosotros. Tened presentes aquellas insignes victorias de Fez, de Tremecen y del Algarve. Pelead con aquel ánimo y con aquella confianza que es razon tengan concebida en sus pechos los que están acostumbrados á vencer. Acometed con gallardía, tened firme en los peligros, menospreciad vuestros enemigos y aun la misma muerte.>> De parte de los cristianos guiaron al rio y llegaron los primeros don Juan de Lara y don Juan Manuel. Estuvieron un rato parados, no se sabe si de miedo, si por otra ocasion; pero es cierto que se sospechó y derramó por todos los escuadrones que estaban conjurados y que lo hacian de propósito. Los dos hermanos Lasos, Gonzalo y García, pasado un pequeño puente, fueron los primeros que comenzaron á pelear. Cargó muy mayor número de enemigos que ellos eran; estaban estos caballeros muy apretados, socorriólos Alvar Perez de Guzman, siguiéronles los demás. El rey de Portugal caminaba á la parte siniestra por la ladera de los cerros. El rey de Castilla, con un poco de rodeo que hizo la vuelta de la marina, con grande ímpetu dió en los moros. Alzaron de ambas partes grandes alaridos, animábanse unos á otros á la batalla, peleábase por todas partes valerosamente. Detiénense los escuadrones y á pié quedo se matan, hieren y destrozan. Los capitanes hacen pasar los pendones y banderas á aquellas partes donde es la mayor priesa de la batalla y donde ven que los suyos tienen mayor necesidad de ser acorridos. Ciertas bandas de los nuestros se apartaron de la hueste por sendas que ellos sabian; dieron en los reales de los moros, y desbaratada la guarnicion que los guardaba, se los ganaron. Destruyeron y robaron cuanto en ellos hallaron. Visto esto por los moros que andaban en la batalla, y hasta entonces se defendian valientemente, comenzaron á desmayar y retraerse, y á poco rato volvieron las espaldas y fueron puestos en huida. Fué grande la matanza que se hizo, murieron en la batalla y en el alcance docientos mil moros, cautivaron una gran multitud dellos; de los cristianos no murieron mas de veinte, cosa que con dificultad se puede creer y que causa grande espanto. Los soldados de la armada fueron de poco provecho, porque todos los aragoneses, sin faltar uno, se estuvieron dentro de sus naves. No se hallaron

CAPITULO VIII.

De lo restante desta guerra.

Los moros, vencidos y desbaratados, se recogieron á Algecira, dende, por no confiarse de la fortificacion de aquella ciudad, con temor de ser asaltados de los nuestros, el rey de Granada se fué á Marbella, y Albohacen á Gibraltar, y la misma noche se pasó en Africa por miedo que su hijo Abderraman, á quien dejara por gobernador del reino, no se alzase con él cuando supiese la pérdida de la batalla; que los moros no guardan mucho parentesco ni lealtad con padres, hijos ni mujeres; cásanse con muchas, segun la posibilidad y hacienda que cada uno alcanza, y con la multitud dellas y de los hijos se mengua y divide el amor, y las unas y las otras se estiman y quieren poco. Así, Albohacen no sintió mucho le hobiesen cautivado en esta batalla á su principal mujer Fátima, hija del rey de Túnez, y otras tres de sus mujeres y á Abohamar, su hijo; otros dos hijos de Albohacen fueron muertos en la batalla. Los reales de los moros se hallaron llenos de todo género de riquezas, así del Rey como de particulares, costosos vestidos, preseas y tanta cantidad de oro y plata, que fué causa que en España abajase el valor de la moneda y subiese el precio de las mercadurías. Nuestros reyes victoriosos se volvieron la misma noche á los reales; de los soldados, los que ejecutaron el alcance volvieron cansados de herir y matar; otros que tuvieron mas codicia que esfuerzo, tornaron cargados de despojos. El dia siguiente se fueron á Tarifa, repararon los muros que por muchas partes quedaron arruinados, basteciéronla y pusieron en ella un buen presidio. El miedo que tenian los moros era grande, y parece fuera acertado poner luego cerco sobre Algecira; pero desistieron de la conquista de aquella ciudad á causa que no venian apercebidos de mantenimientos y mochila sino para pocos dias, de que se comenzaba á sentir falta. Por esto y porque ya entraba el invierno, les fué forzoso á los reyes volverse á Sevilla. Allí fueron recebidos con pompa triunfal; saliólos á recebir toda la ciudad, niños y viejos, eclesiásticos y seglares y todos estados de gente. Llamábanlos con alegres y amorosas voces augustos, libertadores de la patria, defensores de la fe, principes

victoriosos. En toda España se hicieron muchas procesiones para dar gracias a Dios, nuestro Señor, por tan alta victoria como les diera, grandes fiestas y alegrías y luminarias por todos el reino. El rey de Portugal de toda la presa de los moros tomó algunos jaeces y alfanjes para que quedasen por memoria y señal de tan insigne victoria. Dierónsele algunos esclavos y volvióse á su reino, ganada grande fama y renombre de defensor de los cristianos y de capitan valeroso. Acompañóle su yerno el rey de Castilla hasta Cazalla de la Sierra. De la presa de los moros envió á Aviñon al papa Benedicto en reconocimiento un presente de cien caballos con sendos alfanjes y adargas colgados de los arzones, y viente y cuatro banderas de los moros y el pendon real y el caballo con que el mismo rey don Alonso entró en la batalla y otras cosas. Salieron un buen espacio los cardenales á recebir el embajador, por nombre Juan Martinez de Leyva, que llevaba este mandado. El Papa, despues de dicha la misa, como es de costumbre, en accion de gracias á nuestro Señor delante de muchos príncipes y de toda la corte predicó y dijo grandes cosas en honra y alabanza del rey don Alonso. Despues desto hizo el rey de Castilla almirante del mar á un caballero ginovés, llamado Gil Bocanegra, y le encomendó guardase el estrecho de Gibraltar, porque los moros no rehiciesen su armada y volviesen á entrar en España; esto por gratificar á los ginoveses lo que sirvieron en esta jornada, y tambien porque, como era acabada la guerra, no mandasen volver sus galeras, como lo hicieron los aragoneses y portugueses, bien que despues las volvieron á enviar en mayor número que de antes á instancia y ruego del mismo rey de Castilla, que se recelaba, y con él todos los hombres inteligentes y de mas prudencia juzgaban que los moros no sosegarian, sino que, rehecho que hobiesen su ejército, á la primavera volverian á España y acometerian de nuevo su primera demanda.

CAPITULO IX.

Del principio de las alcabalas.

Libres de un miedo tan grande, así el Rey como los españoles, por la victoria que ganaron á los moros cerca de Tarifa, crecióles el ánimo y deseo de desarraigar del todo las reliquias de una gente tan mala y perversa. Trataban de llegar dinero para la guerra, que se entendia seria larga. El oro y plata que se ganó á los moros lo mas dello se despendió en hacer mercedes y premiar los soldados y en pagarles el sueldo que se les debia. El reino se hallaba muy falto y gastado con los tributos y pechos ordinarios; solos los mercaderes eran los que restaban libres, ricos y holgados; todos los demás estados pobres y oprimidos con lo mucho que pechaban. En Ellerena y en Madrid concedió el reino un servicio extraordinario, de que se llegó una razonable suma de dinero, pero era muy pequeña ayuda para tan grandes gastos como tenian hechos y se recrecian de nuevo. Sin embargo, en el principio del año de nuestra salvacion de 1341 desde Córdoba, do se mandó juntar el ejército, se hizo entrada en el reino de Granada; alcanzaron una famosa victoria, mas con industria y arte que con poder y fuerzas; enviaron algunas naves cargadas de mantenimientos para desmentir al enemigo con dar muestra que se

queria poner cerco sobre Málaga; ocupáronse los moros y embebeciéronse en bastecerla, y luego el Rey de improviso cercó á Alcalá la Real, que se le entregó á partido en 26 de agosto, con que dejase salvos y libres á los de la villa. Causó esta pérdida grande dolor á los moros por ver como fueron engañados. Tomada esta villa, Priego, Rutes, Benamejir y otras villas y castillos de aquella comarca se rindieron al Rey, unas dellas por su voluntad se entregaron, y otras fueron entradas por fuerza; sucedian á los vencedores todas las cosas prósperamente, y á los vencidos al contrario; así acontece en la guerra. Volvióse el ejército á invernar, y en lugares convenientes se dejaron presidios para que guardasen las fronteras. Tenia el Rey puesto todo su cuidado y pensamiento en cercar á Algecira y en allegar para ello dineros de cualquiera manera que pudiese. Aconsejáronle que impusiese un nuevo tributo sobre las mercadurías. Esta traza, que entonces pareció fácil, despues el tiempo mostró que no carecia de graves inconvenientes. Es tan corto el entendimiento humano, que muchas veces viene á ser dañoso aquello que primero se juzgó prudentemente que seria provechoso y saludable; tomado este consejo, el Rey se partió para Búrgos, ciudad principal; dejó la frontera encargada al maestre de Santiago. Tuvo la pascua de Navidad en Valladolid en el principio del año de 1342. Llamó el Rey á Búrgos muchos grandes y prelados, y en particular á don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, y á don Juan de Lara y á don García, obispo de Búrgos, para que terciasen y granjeasen las voluntades. Por la grande instancia que el Rey y estos señores hicieron, los de Búrgos concedieron al Rey la veintena parte de lo que se vendiese para que se gastase en la guerra de los moros; concedióse otrosí por tiempo limitado, tan solamente mientras durase el cerco de Algecira. A imitacion de Burgos concedieron lo mismo los de Leon y casi todas las demás ciudades del reino. El ardiente deseo que entonces todos tenian de acabar la guerra de los moros los allanaba, ninguna cosa les parecia demasiada. Adelante, perdido ya el miedo, el uso ha enseñado cuán oneroso sea este tributo si por rigor se cobrase. Los ministros reales por granjear el favor del Rey procuraban acrecentar las rentas reales con mucha industria. El próspero suceso de muchos que han seguido este camino hace que sean muy validas mañas semejantes. Llamóse este nuevo pecho ó tributo alcabala, nombre y ejemplo que se tomó de los moros. Alentaron al reino para que esto concediese unas nuevas que á esta sazon vinieron que los nuestros habian vencido la armada de los moros. Estaban en Ceuta en la costa de Africa ochenta y tres galeras para renovar la guerra, y en el puerto de Bullon otras doce. A estas, diez galeras nuestras que sobrevinieron á la primavera, antes que tuviesen tiempo de poderse juntar con las demás de su armada las embistieron y destrozaron; despues toda la armada de los moros, que aportó á la boca del rio Guadamecil, fué vencida en una muy reñida y memorable batalla. Tomaron y echaron á fondo veinte y cinco galeras de los enemigos, y mataron dos generales, el de Africa y el de Granada. No se hallaron en esta batalla las galeras de Aragon; verdad es que al volver de Aragon, do eran idas, vencieron junto á Estepona trece galeras que encontraron de los moros, cargadas de basti

mentos. Rindieron cuatro dellas y echaron dos al fondo. | torre de Cartagena, puesta cerca de la ciudad. El Rey

Las demás se pusieron en huida y se salvaron en la costa de Africa. No parecia sino que la tierra y el mar de acuerdo favorecian y ayudaban á la felicidad y fortaleza de los cristianos. Diéraseles mayor rota si en Guadamecil fueran por mar y por tierra acometidos los moros. Con determinacion de hacerlo así era ido el Rey á muy largas jornadas á Sevilla y despues á Jerez, en do le dieron la nueva de la victoria. Un caso que sucedió forzó á los nuestros á dar la batalla. En la menguante del mar quedaron encalladas en unos bajíos tres naves de las nuestras, y como los moros las acometiesen, fué forzoso para defendellas trabar aquella batalla. muy reiida y porfiada.

CAPITULO X.

Del cerco de Algecira

Con tantas victorias como por mar y por tierra se ganaran, tenian esperanza que lo restante de la guerra se acabaria muy á gusto; nuestra armada estaba junto á Tarifa en el puerto de Jatarez. Allí fué el Rey con el deseo grande que tenia de conquistar á Algecira para por mar reconocer el sitio della y la calidad de su tierra. Parecióle que era unaprincipal ciudad, y su campaña muy fértil, y los montes que la cercaban hermosos y apacibles; veíanse muchos molinos, aldeas y casas de placer esparcidos por aquellos campos cuanto la vista podia alcanzar. Con esto, y con que de los cautivos se sabia que la ciudad no estaba bien bastecida de trigo, se encendió mucho mas el ánimo del Rey en el deseo de ganarla y quitar á los moros una guarida tan fuerte y segura como allí tenian; que ganada, todo lo demás juzgaba le seria fácil. Este ardor y desco del Rey le entibiaba el verse con pequeño ejército y pocos bastimentos; mas no obstante esto, con grande presteza juntó algunas compañías de los pueblos comarcanos y llamó de por sí á muchos grandes. Vino el arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz, don Bartolomé, obispo de Cádiz, y los maestres de Calatrava y Alcántara con buena copia de caballeros. Los concejos de Andalucía, movidos con el deseo grande que tenian de que esta conquista se hiciese, enviaron á su costa mas gente de aquella que por antigua costumbre tenian obligacion de enviar. Y como quier que al que desea mucho una cosa cualquiera pequeña tardanza se le hace muy larga, el Rey para proveer bastimentos y municiones y lo demás necesario á esta guerra se partió á la ciudad de Sevilla. Habíanse juntado dos mil y quinientos caballos y hasta cinco mil peones; con este ejército se puso el cerco á Algecira en 3 del mes de agosto. La guarda del mar se encomendó á las armadas de Castilla y de Aragon, porque los portugueses, despues de la batalla que se dió en el rio Guadamecil, se volvieron á Portugal sin que en ninguna manera pudiesen ser detenidos. Entendíase que los cercados, confiados en la fortaleza de la ciudad y en la mucha gente que en ella tenian, no se querian rendir ni entregar la ciudad. Era la guarnicion ochocientos hombres de á caballo y al pié de doce mil flecheros, bastante número, no solo para defender la ciudad, sino tambien para dar batalla en campo abierto. Hacian los moros muchas salidas, y con varios sucesos escaramuzaban con los nuestros; ganóseles la

estuvo un dia en harto peligro de ser muerto con un puñal que para ello un cautivo arrebató á un soldado; hiriérale malamente, si de presto no se lo estorbaran los que se hallaron con él. Entendíase que el cerco iria muy á la larga; comenzaron á traer madera y fagina, y hacer fosos y trincheas, que servian mas de atemorizar los cercados que no de provecho alguno. Entre tanto que en esto andaban, en el mes setiembre, con grandísimo pesar del Rey, la armada de Aragon se fué con achaque de la guerra de Mallorca, para donde el rey de Aragon se apercebia. Verdad es que despues á ruegos del rey de Castilla le envió diez galeras de socorro con el vicealmirante Mateo Mercero. Desde algunos dias le socorrió de otras tantas con el capitan Jaime Escrivá, ambos caballeros valencianos. Murió á esta sazon el maestre de Santiago de una larga enfermedad, varon en paz y en guerra muy señalado, y en este tiempo por la privanza que tenia con el Rey muy estimado. Dióse esta dignidad en los mismos reales á don Fadrique, hijo del Rey, si bien por su poca edad aun no era suficiente para el gobierno de la religion. En el mes de otubre sobrevinieron tan grandes lluvias, que todo cuanto tenian en los reales destruyó y echó á perder. Comenzaron asimismo á sentir muchas descomodidades, en particular era grande la falta de dinero; que, por estar el reino muy falto y gastado, le fué forzoso al Rey de pedirle prestado á los príncipes amigos, al papa Clemente VI, que sucedió á Benedicto, á los reyes de Francia y de Portugal. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, fué para esto con embajada á Francia. Prestó aquel Rey cincuenta mil escudos de oro; veinte mil se dieron luego de contado, los demás en pólizas para que á ciertos plazos se pagasen en bancos de Génova. El papa Clemente VI al tanto otorgó cierta parte de las rentas eclesiásticas. Era esto pequeño subsidio para tan grandes empresas; pero la constancia grande del Rey lo vencia todo. Los cercados, por entender que mientras el Rey viviese no podian tener sosiego ni seguridad, hicieron grandes promesas á cualquiera que le matase. Decian que se haria un gran servicio á Mahoma en matar á un tan gran enemigo de los moros. No faltaban algunos que con semejante hazaña pensaban quedar famosos y ennoblecidos sin temor del riesgo á que. ponian sus vidas, que es lo que suele ser estorbo para que no se emprendan graudes hechos. Un moro, tuerto de un ojo, que fué preso, confesó venia con intento de matar al Rey, y que otros muchos quedaban hermanados para hacer lo mismo. Así lo confesaron dende á pocos dias otros dos moros que fueron presos y puestos á cuestion de tormento; pero á los que Dios tiene debajo de su amparo los libra de cualquier peligro y desman. Los reyes moros deseaban socorrer á los cercados. El rey de Marruecos estábase quedo en Ceuta por no estar asegurado de su hijo Abderraman, al cual por este tiempo costó la vida el intentar novedades. El rey de Granada no se atrevia con solas sus fuerzas á dar la batalla á los nuestros; mas porque no pareciese que no hacia algo, envió algunas de sus gentes á que corriesen la tierra de Ecija, y él fué á Palma, pueblo que está edificado á la junta de los dos rios Jenil y Guadalquivir, saqueó y quemó esta villa. No osó dejar en ella guarnicion ni

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