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á los demás y que tomasen escarmiento y supiesen que no se debe temerariamente irritar la cólera é indignacion de los reyes.

CAPITULO XIV.

Que se apaciguaron las discordias entre los caballeros
de Calatrava.

Los caballeros de Castilla de la órden de Calatrava y los de Aragon de la misma órden tenian entre sí grandes diferencias y scisma; en lugar de uno eligieron y tenian dos maestres, uno en Calatrava, otro en Alcañices. La cosa pasó desta manera. Don Garci Lopez, maestre desta religion, mas de veinte años antes deste en que vamos fué acusado de gravísimos delitos y de traicion; oponíanle que, siendo el Rey menor de edad, robó el reino y hizo muy poco caso de su religion y órden, de que en ellas se siguieron innumerables daños y desórdenes. Por estas y otras cosas le citaron para que pareciese delante el rey don Alonso de Castilla y respondiese á lo que se le imputaba. No quiso parecer, antes se fué á Aragon, ó por miedo de ser castigado como merecia y le acusaba su conciencia, ó lo que es mas de creer, con temor de las cautelas y potencias de sus enemigos, ca los que le acusaban eran los mas poderosos y mas ilustres de su órden. Esta fué la principal causa y principio de las diferencias y contiendas que tanto despues duraron. Con el favor del rey de Aragon don Garci Lopez residia en Alcañices, pueblo de la órden, y allí conservaba su autoridad. Ejercitaba el oficio de maestre, no obstante que á instància del rey de Castilla fuera condenado en rebeldía y privado del maestrazgo. Eligieron en su lugar á don Juan Nuñez de Prado, de quien era fama y se decia que era hijo no legítimo de doña Blanca, tia del rey de Portugal y abadesa del monasterio de las Huelgas de Búrgos. Los abades de la órden del Cistel, que por instituto antiguo tenian poder de visitar esta religion, aprobaron y confirmaron la eleccion del nuevo Maestre. Los freiles y caballeros aragoneses no se quisieron rendir ni obedecerle, antes, muerto que fué don Garci Lopez, substituyeron en su lugar á don Alonso Perez de Toro, cuya eleccion de su voluntad, ó porque para ello fué inducido y engañado, confirmó Arnaldo, abad de Morimonte en la Francia, á quien de oficio competia hacer semejante ratificacion. Intentóse muchas veces de concordar estos caballeros, que ambas partes veian serles muy dañosa su division. Sobre esta razon los reyes se enviaron diversas embajadas, que no tuvieron hasta este tiempo efecto alguno, cuando por muerte de don Alonso Perez eligieron los de Alcañices á don Juan Rodriguez. Antes que esta postrera eleccion se confirmase, á instancia de los reyes de Castilla y de Aragon, en Zaragoza, do á la sazon se bacian Cortes, se juntaron ambos maestres y muchos caballeros de ambas naciones. Litigada la causa, el rey de Aragon, como juez árbitro que era, cerrado el proceso, por lo que dél resultaba, sentenció conforme á las pretensiones y méritos de Castilla. Hízose otrosí constitucion que de allí adelante fuese habida por verdadera y canónica eleccion de maestre la que hiciesen aquellos caballeros en Calatrava. A don Juan Rodriguez se le quitó el oficio y título de maestre, y en recompensa se le dió la encomienda mayor de Alcañices, con jurisdiccion sobre todos los freiles y caballeros de

Aragon; y aun se proveyó que el maestre no pudiese proveer cosa alguna tocante al comendador mayor y los caballeros aragoneses mientras durase la vida dels presentes, sino fuese con consejo de los abades de Poblete y de Veruela. Prevenian con esto que por envidia y emulacion no se les hiciese algun agravio. En esta forma se concordaron los caballeros de Calatrava, y las divisiones que entre sí tenian se acabaron en 25 del mes de agosto. Los juicios de los hombres son varios; muchos fueron de parecer y murmuraban que en estas cosas no se procedió conforme al punto y rigor de derecho, sino por respeto y á voluntad del rey de Castilla. En este misino tiempo don Luis, conde de Claramonte, hijo de don Alonso de la Cerda, á quien llamaban el Desheredado, ponia en órden una armada en la ribera de Cataluña con licencia y ayuda del rey de Aragon y por concesion del Papa, que dos años antes le adjudicara las islas de Canaria, llamadas por los antiguos Fortunadas. Dióle aquella conquista el sumo Pontífice con título de rey, y que como tal bizo un solemne paseo en Aviñon. Púsole por condicion que á aquellas gentes bárbaras hiciese predicar la fe de Cristo. Será bien, pues esta ocasion se ofrece, decir algo del sitio, de la naturaleza y del número destas islas, y en qué tiempo se hayan encorporado en la corona de los reyes de Castilla. Al salir de la boca del estrecho de Gibraltar en el mar Atlántico á la mano izquierda caen estas islas. Son siete en número, extendidas en hilera de levante á poniente, leste, ceste, veinte y siete grados apartadas de la línea equinoccial. La mayor destas islas llámase la Gran Canaria; della las demás tomaron este nombre de Canarias. El suelo de la tierra es fértil para pasto y labor, hay en ellas tan grande multitud de conejos, que se han multiplicado de los que de tierra firme se llevaron, que destruyen las viñas y los panes de suerte, que ya les pesa de haberlos llevado. En la isla que lla man del Hierro no hay otra agua de la tierra sino la que se distila y regala de las hojas de un árbol, que es un admirable secreto y variedad de la naturaleza. Es cierto que don Luis, á quien por esta navegacion que quiso hacer, llamaron el infante Fortuna, nunca pasó á estas; si bien tuvo la conquista dellas y la armada aprestada para irlas á conquistar, las guerras de Francia se lo estorbaron y la batalla que Filipo, rey francés, perdió por estos tiempos junto á Cresiaco. Como cincuenta años adelante los vizcaínos y andaluces, repartida entre sí la costa, armaron una flota para pasar á estas islas con intento de hacer á los isleños guerra á fuego y á sangre, mas por codicia de robarlos que por allanar la tierra. Una grande presa que trujeron de la isla de Lanzarote puso gana á los reyes de conquistarlas, sino que despues, ocupados en otras cosas, se ol vidaron desta empresa. Pasados algunos años, Juan Bentacurto, de nacion francés, volvió á hacer este viaje con licencia que le dió el rey de Castilla don Enrique, tercero deste nombre, con condicion que, conquista das, quedasen debajo de la proteccion y homenaje de los reyes de Castilla. Ganó y conquistó las cinco islas menores; no pudo ganar las otras dos por la muchedumbre y valentía de los isleños, que se lo defendió. Envióse á estas islas un obispo llamado Mendo; el Obispo y Menaute, heredero de Bentacurto, no se llevaron bien; antes tenian muchas contiendas, de tal guisa, que

estuvieron á punto de hacerse guerra. El Francés solo miraba por su interés; el Obispo no podia sufrir que los pobres isleños fuesen maltratados y robados sin temor de Dios ni vergüenza de los hombres. El rey de Castilla, avisado deste desórden, 'envió allá á Pedro Barba, que se apoderó destas islas. Este despues por cierto precio las vendió á un hombre principal llamado Peraza, y deste vinieron á poder de un tal Herrera, yerno suyo, el cual se intituló rey de Canaria. Mas como quier que no pudiese conquistar la Gran Canaria ni á Tenerife, vendió las cuatro destas islas al rey don Fernando el Católico, y él se quedó con la una, llamada Gomera, de quien se intituló conde. El rey don Fernando, que entre los reyes de España fué el mas feliz, valeroso sin par, envió diversas veces sus flotas á estas islas, y al fin las conquistó todas, y las incorporó en la corona real de Castilla. Volvamos á lo que se ha quedado atrás. En el año de 1349 doña Leonor, hermana mayor de don Luis, rey de Sicilia, nieto que fué de Federico, y en su menor edad sucedió al rey don Pedro, su padre, casó con voluntad de su madre y en vida del Rey, su hermano, con el rey de Aragon. Llevada á la ciudad de Valencia, se celebraron las bodas con gran regocijo y fiestas de todo el reino.

CAPITULO XV.

De la muerte del rey don Alonso de Castilla.

Levantáronse en este tiempo grandes revoluciones en Africa, causadas por Abohanen, que conforme á la condicion de los moros y por codicia de reinar, atropellado el derecho paternal y no escarmentado con la muerte de su hermano, se rebeló contra su padre Albobacen, y se alzó en Africa con el reino de Fez, y en España se apoderó de Gibraltar y de Ronda y de todas las demás tierras que á los reyes de Africa en España quedaban, y puso en ellas sus guarniciones de soldados. Hacia cargo á su padre que por su descuido y cobardía con grande menoscabo y mengua del nombre africano sucedieran las pérdidas y desastres pasados; decia que si á él quisiesen llevar por guia y capitan, vengaria las injurias recebidas y tomaria emienda de aquellos daños. Con estas persuasiones el vulgo, amigo de novedades, se le arrimaba por el vicio general de la naturaleza de los hombres, y mas por la liviandad y ligereza particular de los africanos, en quien mas que en otras gentes reina esta inconstancia, esperaban que las cosas presentes serian mas á propósito y de mayor comodidad que las pasadas. Estas revueltas de los moros parecia á los nuestros que les daban la ocasion en las manos para hacer su hecho, si no estuviera de por medio el juramento con que se obligaron de tener treguas por diez años. Sin embargo, los mas prudentes juzgaban que por ser ya otro el Rey diferente de aquel con quien asentaron las treguas, quedaban libres de la jura. El deseo de renovar la guerra y de conquistar á Gibraltar los acuciaba, cuya fortaleza les era un duro freno para que sus intentos no los pudiesen poner en ejecucion. El cuidado de proveerse de dineros tenia al Rey congojado, bien que no perdia la esperanza que el reino le ayudaria de buena gana, por estar descansado con la paz de que ya cinco años gozaba. El vehemente deseo que todos tenian de desarraigar de España á sus enemigos, velo con

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que muchas veces se mueve y engaña el pueblo, los animaba á servir de buena gana y ayudar estos intentos. Publicáronse Cortes para la villa de Alcalá de Henáres, llamaron á ellas muchas ciudades del reino que, no solian ser llamadas. Las del Andalucía y de la Carpetania, hoy reino de Toledo, por la mayor parte solian ser libres de las cargas de la guerra como quier que hacian frontera á los moros, y de necesidad grandes gastos para defenderles la tierra. Al presente en esta ocasion, con color de honrarlos, se dejaron llevar; pretendian con grande fuerza que á imitacion de los de Castilla y de Leon, como repartida entre todos la carga, pechasen alcabala de todas las cosas que se vendiesen. Entre las ciudades que se juntaron en estas Cortes, los procuradores de la ciudad de Toledo alegaban que debian tener el primer lugar y voto. Los de Burgos, si bien la causa era dudosa, como estaban en posesion, resistian valientemente y pretendian ser en ella amparados. Alegaban en favor de Toledo la grandeza de la ciudad, su antigüedad, su nobleza, la santidad de su famosísima iglesia, la majestad y autoridad de su arzobispo, que tiene primacía sobre todos los prelados de España, los hechos valerosos de los antepasados; demás que en tiempo de los godos era la cabeza del reino y silla de los reyes, y modernamente se le diera título. de imperial. Decian ansimismo parecia cosa injustísima y fuera de razon que hobiese de reconocer mayoría á ninguna ciudad aquella á quien Dios y los hombres aventajaron, y la misma naturaleza, que la puso en el corazon de España en un lugar eminentísimo, en que se dividen y reparten las aguas. Que si no le daban la autoridad y lugar que se le debia, no pareceria á todos sino que la llamaron á las Cortes para hacer burla della y desautorizalla. Si la razon que Burgos alegaba tenia fuerza, la misma militaba por las demás ciudades del reino, y que á aquella cuenta no le quedaba á Toledo sino el postrer lugar, y aun á merced, si se le quisiesen dejar. Que tocaba á todos y era comun la causa de Toledo; así la deshonra que á ella se hiciese manchaba y desautorizaba á toda España. Los de Burgos se defendian con la preeminencia que tenian en Castilla, en que poseian el primer lugar de tiempo muy antiguo. Decian que contra esta posesion no era de importancia alegar actos ya olvidados y desusados, y que si la competencia se llevaba por via de honra, ¿de dónde se dió principio para restaurar la fe y avivar las esperanzas de echar los moros de España? Por esto con mucha razon era Búrgos la silla y domicilio de los primeros reyes de Castilla; no era justo quitalles en la paz aquel lugar que ellos en la guerra ganaron con mucha sangre que sus antepasados derramaron. Demás que sin suficiente causa no se le podian derogar los privilegios que los reyes pasados le concedieron. Los grandes en esta competencia andaban divididos, segun que tenian parentesco y amistades en alguna de las dos ciudades. Nombradamente favorecia á Toledo don Juan Manuel, y á Búrgos don Juan Nuñez de Lara; los unos no querian conceder ventaja á los otros. Despues que se hobo bien debatido esta causa, se acordó y tomó por medio que Búrgos tuviese el primer asiento y el primer voto, y que á los procuradores de Toledo se les diese un lugar apartado de los demás en frente del Rey, y que Toledo fuese nombrado primero por el Rey desta manera: «Yo hablo por

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Toledo y hará lo que le mandare; hable Burgos.» Con esta industria y esta moderacion se apaciguó por entonces esta contienda, traza que hasta nuestros tiempos continuadamente se ha usado y guardado; así acaece muchas veces que los debates populares se remedian con tan fáciles medios como lo son sus causas. Diez y ocho ciudades y villas son las que suelen tener voto en las Cortes, Búrgos, Soria, Segovia, Avila y Valladolid; estas en Castilla la Vieja. Del reino de Leon es la primera la ciudad de Leon, despues Salamanca, Zamora y Toro. De Castilla la Nueva Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid. Del Andalucía y de los contestanos Sevilla, Granada, Córdoba, Murcia, Jaen. Entre todas estas ciudades Búrgos, Leon, Granada, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaen y Toledo por ser cabeceras de reinos tienen señalados sus asientos y sus lugares para votar conforme á la órden que están referidas. Las demás ciudades se sientan y hablan sin tener lugares señalados, sino como vienen á las juntas y Cortes. En las Cortes de Alcalá consta que se hallaron muchas mas villas y ciudades, porque el Rey, para ganar las voluntades de todo el reino, quiso esta honra repartirla entre muchos y tenerlos gratos con este honroso regalo. Pidióse en estas Cortes el alcabala. Al principio no se quiso conceder; las personas de mas prudencia adevinaban los inconvenientes que despues se podian seguir; mas al cabo fué vencida la constancia de los que la contradecian, principalmente que se allanó Toledo, si bien al principio se extrañaba de conceder nuevos tributos. El deseo que tenia que se renovase la guerra y la mengua del tesoro del Rey para poderla sustentar la hizo consentir con las demás ciudades. Concluido esto, de comun acuerdo de todos con increible alegría se decretó la guerra contra los moros, y para ella en todo el reino se hizo mucha gente y se proveyeron armas, lanzas; caballos, bastimentos, dineros y todo lo al necesario. Juntado el ejército, fueron al Andalucía, asentaron sus reales sobre Gibraltar, cercáronla con grandes fosos y trincheas y muchas máquinas que levantaron. La villa se hallaba bien apercebida para todo lo que le pudiese acaecer; tenia hechas nuevas defensas y fortificaciones, muy altas murallas con sus torres, saeteras, traviesas, troneras á la manera que entonces usaban, muchos y buenos soldados de guarnicion, que á la fama del cerco vinieron muchos moros de Africa. Puesto el cerco, se quemaron y derribaron muchas casas de placer, y se talaron y destruyeron muy deleitosas huertas y arboledas que estaban en el contorno de la ciudad, por ver si los moros mudaban parecer y se rendian por excusar el daño que recebian en sus haciendas y heredades. Batieron los muros con las máquinas militares. Los moros se defendian con grande esfuerzo, con piedras, fuego y armas que arrojaban sobre los contrarios. Todavía les dieron tal priesa, que los moros comenzaron poco á poco á desmayar y á perder la esperanza de poder sufrir el cerco ni defender el pueblo; no esperaban ser socorridos por las alteraciones que todavía continuaban en Africa. Los que mas desfallecian eran los eiudadanos con temor que si el pueblo se tomase por fuerza, por ventura no les querrian dar ningun partido ni perdonallos; mas los soldados que tenian en su defensa no tenian tanto cuidado de lo que podria despues suceder. Gastábase el tiempo y el cerco se alargaba. En esto

ciertos embajadores, que el rey de Castilla antes enviara al rey de Aragon para rogalle que le ayudase en esta guerra y hiciese paces con él, vinieron á sus reales, y en su compañía Bernardo de Cabrera, que en aquellos tiempos era tenido por varon sabio y grave; por esta causa el rey de Aragon le sacó de su casa, en que con deseo de descansar se retirara, para la administracion de los negocios públicos. Así, por su consejo principalmente gobernaba el reino, por donde de necesidad de muchos era envidiado. Con su venida, que fué en 29 de agosto, se hizo paz y aljanza entre los reyes con estas capitulaciones que la reina doña Leonor y sus hijos hobiesen pacífica y enteramente todo aquello que el Rey, su marido y padre, les mandó por su testamento; el rey de Castilla, cumplido esto, no les daria ningun favor ni ayuda para que levantasen nuevas revueltas en Aragon. Hecha la paz, envió el rey de Aragon cuatrocientos ballesteros con diez galeras, cuyo capitan era Raimundo Villano. Doña Juana, reina de Navarra, que despues de la muerte de su marido se quedó en Francia y vivió por espacio de cinco años, murió en la villa de Conflans, puesta á la junta de los rios Dise y Secuana, en 6 de octubre; enterráronla en el monasterio de San Dionisio junto al sepulcro de su padre el rey Luis Hutin. Fué esta señora de santísimas costumbres y dichosa en tener muchos hijos. Dejó por sucesor del reino á Cárlos, su hijo, de edad de diez y siete años. Quedáronle otros dos menores, don Filipo y don Luis, el que hobo despues en dote el estado y señorío de Durazo; tuvo otrosí estas hijas, las infantas Juana, María, Blanca y doña Inés, que con el tiempo casaron con grandes príncipes; la mayor con el señor de Ruan, la segunda con el rey de Aragon, y con la tercera en el postrer matrimonio se casó Filipo de Valoes, rey de Francia; la menor de todas fué casada con el conde de Fox. En esta sazon era virey de Navarra un caballero francés llamado mosen Juan de Conflens. Volvamos al cerco de Gibraltar. Los nuestros estaban con esperanza de entrar el pueblo, sino que las grandes fortificaciones y reparos que habian hecho los de dentro, la fortaleza de los muros les impedia que no le tomasen. Los moros de Granada daban muchos rebatos en los reales, y paraban celadas á los nuestros, y cautivaban á los que se desmandaban del ejército. Salian muchas veces los soldados de la ciudad á pelear, y hacíanse muchas escaramuzas y zalagardas. El cerco le tenian en este estado, cuando una grande peste y mortandad que dió en el real de los fieles desbarató todos sus deseños; morian cada dia muchos, y faltaban; con esto la alegría, que antes solian tener en los reales, toda se convirtió en tristeza y lloro y descontento; tan grande es la inconstancia de las cosas. Don Juan de Lara y don Hernando Manuel, que por muerte de su padre era señor de Villena, eran de parecer y instaban que se levantase el cerco y se fuesen, ca decian no ser la voluntad de Dios que se tomase aquella villa, y que por ser en mal tiempo del año el perseverar en el cerco seria yerro perniciosísimo y mortal, especialmente que al cabo la necesidad los forzaria á que se fuesen, que era locura estarse allí con la muerte al ojo sin ninguna esperanza de hacer cosa de provecho. Movíanle algo estas razones al Rey; mas con el desco que tenia de salir con la demanda y ganar la villa que en su tiempo se perdiera, y con la esperanza que

tenia concebida y el ánimo grande por los buenos sucesos pasados, se animaba y proseguia el cerco. Decia que los valerosos y de grande corazon peleaban contra la fortuna y alcanzaban lo que pretendian, y los cobardes con el miedo perdian las buenas esperanzas; que pues la muerte no se excusa, ¿dónde mejor podia acabar que en este trance y pretension un hombre criado desde niño en la guerra? Y ¿en qué empresa mejor podia ballar la muerte á un rey cristiano que cuando procuraba ampliar y defender nuestra santa fe y católica religion? Esta constancia ó pertinacia del Rey fué mala, dañosa y desastrada. Alcanzóle la mala contagion; dióle una landre, de que murió en 26 de marzo del año de 1350, el primero en que por constitucion del papa Clemente se ganó el jubileo de cincuenta en cincuenta años, que de antes se mandó ganar de ciento en ciento. Fué asimismo señalado este año por la muerte de Filipe, rey de Francia. Sucedióle su hijo Juan, rey de sublime y generoso corazon, sin doblez ni alguna viciosa disimulacion, tales eran sus virtudes; los grandes infortunios que á él y á su reino acontecieron le hicieron de los mas memorables. Este fin tuvo don Alonso, rey de Castilla, undécimo deste nombre, muy fuera de sazon y antes de tiempo, á los treinta y ocho años de su edad; si alcanzara mas larga vida desarraigara de España las reliquias que en ella quedaban de los moros. Pudiérase igualar con los mas señalados principes del mundo, así en la grandeza de sus hazañas como por la disciplina militar y su prudencia aventajada en el gobierno, si no amancillara las demás virtudes y las escureciera la incontinencia y soltura continuada por tanto tiempo. La aficion que tenia á la justicia y su celo, á las veces demasiado, le dió acerca del pueblo el renombre que tuvo de Justiciero. Por la muerte del Rey su gente se alzó á la hora del cerco. Llevaron su cuerpo á Sevilla, y allí le enterraron en la capilla real. En tiempo del rey don Enrique, su hijo, le trasladaron á Córdoba, segun que él mismo lo dejó mandado en su testamento. Los moros, dado que los tenia él cercados, reverenciaban y alababan la virtud del muerto en tanto grado, que decian no quedar en el mundo otro semejante en valor, y las demás virtudes que pertenecen á un gran principe, y como quier que tenian á gran dicha verse libres del aprieto en que los tenia puestos, no acometieron á los que se partian ni les quisieron hacer algun estorbo ni enojo. En este cerco no se halló el arzobispo don Gil de Albornoz, por ventura por estar ausente de España; por lo menos se halla que al fin deste año á 18 de diciembre le crió cardenal el papa Clemente, que tenia bien conocidas sus partes desde el tiempo que fué á Francia á solicitar el subsidio ya dicho. Lorenzo de Padilla dice que esta fué la causa de renunciar el arzobispado por será la verdad incompatibles entonces aquellas dos dignidades, y que en su lugar fué puesto don Gonzalo el Cuarto, deudo suyo, de la casa, apellido y nombre de los Carrillos. Otros quieren que el sucesor de don Gil se llamó don Gonzalo de Aguilar, obispo que fué primero de Cuenca. A la verdad, como quier que se llamase, su pontificado fué breve, ca gobernó la iglesia de Toledo como tres años, y no inas; fué prelado de prendas y de valor.

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CAPITULO XVI.

Cómo mataron á doña Leonor de Guzman.

Siguiéronse en Castilla bravos torbellinos, furiosas tempestades, varios acaecimientos, crueles y sangrientas guerras, engaños, traiciones, destierros, muertes sin número y sin cuento, muchos grandes señores violentamente muertos, muchas guerras civiles, ningun cuidado de las cosas sagradas ni profanas; todos estos desórdenes, si por culpa del nuevo Rey, si de los grandes, no se averigua. La comun opinion carga al Rey, tanto que el vulgo le dió nombre de Cruel. Buenos autores gran parte destos desórdenes la atribuyen á la destemplanza de los grandes, que en todas las cosas buenas y malas sin respeto de lo justo seguian su apetito, codicia y ambicion tan desenfrenada, que obligó al Rey á no dejar sus excesos sin castigo. La piedad y mansedumbre de los príncipes, no solamente depende de su condicion y costumbres, sino asimismo de las de los súb ditos. Con sufrir y complacer á los que mandan, á las veces ellos se moderan y se hacen tolerables; verdad es que la virtud, si es desdichada, suele ser tenida por viciosa. A los reyes al tanto conviene usar á sus tiempos de clemencia con los culpados, y les es necesario disimular y conformarse con el tiempo para no ponerse en necesidad de experimentar con su daño cuán grandes scan las fuerzas de la muchedumbre irritada, como le avino al rey don Pedro. ¿De qué aprovecha querer sanar de repente lo que en largo tiempo enfermó? ¿Ablandar lo que está con la vejez endurecido, sin ninguna esperanza de provecho y con peligro cierto del daño? Las cosas pasadas, dirá alguno, mejor se pueden reprehender que emendar ni corregir; es así, pero tambien las reprehensiones de los males pasados deben servir de avisos á los que despues de nos vendrán para que sepan regir y gobernar su vida. Mas antes que se venga á contar cosas tan grandes, será necesario decir primero en qué estado se hallaba la república, qué condiciones, qué costumbres, qué restaba en el reino sano y entero, qué enfermo y desconcertado. Luego que murió el rey don Alonso, su hijo don Pedro, habido en su legítima mujer, como era razon, fué en los mismos reales apellidado por rey, si bien no tenia mas de quince años y siete meses, y estaba ausente en Sevilla, do se quedó con su madre. Su edad no era á propósito para cuidados tan graves; su natural mostraba capacidad de cualquier grandeza. Era blanco, de buen rostro, autorizado con una cierta majestad, los cabellos rubios, el cuerpo descollado; veíanse en él, finalmente, muestras de grandes virtudes, de osadía y consejo; su cuerpo no se reudia con el trabajo, ni el espíritu con ninguna dificultad podia ser vencido. Gustaba principalmente de la cetrería, caza de aves, y en las cosas de justicia era entero. Entre estas virtudes se veian no menores vicios, que entonces asomaban y con la edad fueron mayores, tener en poco y menospreciar las gentes, decir palabras afrentosas, oir soberbiamente, dar audiencia con dificultad, no solamente á los extraños, sino á los mismos de su casa. Estos vicios se mostraban en su tierna edad; con el tiempo se les juntaron la avaricia, la disolucion en la lujuria y la aspereza de condicion y costumbres. Estas faltas y defectos, que tenia de su mala inclinacion natural, se le aumentaron por

ser mal doctrinado de don Juan Alonso de Alburquer- | jantes ocasiones suele acaecer, el vulgo y los grandes

que, á quien su padre cuando pequeño se le dió por ayo para que le impusiese y enseñase buenas costumbres. Hace sospechar esto la grande privanza que con él tuvo despues que fué rey, tanto, que en todas las cosas era el que tenia mayor autoridad, no sin envidia y murmuracion de los demás nobles, que decian pretendia acrecentar su hacienda con el daño público y comun, que es la mas dañosa pestilencia que hallarse puede. Tenia el nuevo Rey estos hermanos, hijos de doña Leonor de Guzman: don Enrique, conde de Trastamara; don Fadrique, maestre de Santiago; don Fernando, señor de Ledesma, y don Tello, señor de Aguilar. Demás destos tenia otros hermanos, doña Juana, que casó adelante con don Fernando y con don Filipe de Castro, don Sancho, don Juan y don Pedro, porque otro don Pedro y don Sancho murieron siendo aun pequeños. Sus hermanos no se confiaban de la voluntad del Rey, ca temian se acordaria de los enojos pasados, en especial que la reina doña María era la que mandaba al hijo y la que atizaba todos estos disgustos. Doña Leonor de Guzman, que se veia caida de un tan grande estado y poder, nunca la mala felicidad es duradera, hacíala temer su mala conciencia, y recelábase de la Reina viuda. Partió de los reales con el acompañamiento del cuerpo del Rey difunto; mas en el camino, mudada de voluntad, se fué á meter en Medina Sidonia, pueblo suyo y muy fuerte. Allí estuvo mucho tiempo dudosa y en deliberacion si aseguraria su vida con la fortaleza de aquel lugar, si confiaria sus cosas y su persona de la fidelidad y nobleza del nuevo Rey. Comunicado este negocio con sus parientes y amigos, le pareció que podria mas acerca del nuevo Rey la memoria y reverencia de su padre difunto y el respeto de sus hermanos que las quejas de su madre; por esto no se puso en defensa, en especial que era fuerza hacer de la necesidad virtud, á causa que Alonso de Alburquerque amenazaba si otra cosa intentaba, que usaria de violencia y armas. Tomado este acuerdo, ella se fué á Sevilla; sus hijos don Enrique y don Fadrique y los hermanos Ponces y don Pedro, señor de Marchena, don Hernando, maestre de Alcántara, todos grandes personajes, y Alonso de Guzman y otros parientes y allegados, unos se fueron á Algecira, otros á otras fortalezas y castillos para no dar lugar á que sus enemigos les pudiesen hacer ningun agravio, y poder ellos defenderse con las armas y vengar las demasías que les hiciesen. El atrevido ánimo del Rey, la saña é indignacion mujeril de su madre no se rindieron al temor, antes aun no eran bien acabadas las obsequias del Rey, cuando ya doña Leonor de Guzman estaba presa en Sevilla. La ira de Dios, que al que una vez coge debajo le destruye, permitia que las cosas se pusiesen en tan peligroso estado. Su hijo don Enrique, echado de Algecira, como debajo de seguro se fuese al Rey, comunicado el negocio con su madre, dió priesa á casarse con doña Juana, hermana de don Fernando Manuel, señor de Villena, que antes se la tenian prometida. Concluyó de presente estas bodas para tener nuevos reparos contra la potencia del Rey y crueldad de la Reina. Sucedió que el Rey enfermó en Sevilla de una gravísima dolencia, de que estuvo desahuciado de los médicos; llegábase el fin del reino apenas comenzado. Concebíanse ya nuevas esperanzas, y como en seme

nombraban muchos sucesores, unos á don Fernando, marqués de Tortosa, otros á don Juan de Lara ó á don Fernando Manuel, que eran los mas ilustres de España y todos de la sangre real de Castilla; de don Enrique, conde de Trastamara, y de sus hermanos aun no se hacia mencion alguna. Desde á pocos dias el Rey mejoró de su enfermedad, con que cesaron estas pláticas de la sucesion, de las cuales ningun otro fruto se sacó mas de que el Rey supiese las voluntades del pueblo y de los nobles, de que resultaron nuevas quejas y mortales odios, ca por la mayor parte son odiosos á los príncipes aquellos que están mas cercanos para les suceder. Enojado pues desto don Juan de Lara y no pudiendo sufrir que don Alonso de Alburquerque gobernase el reino á su voluntad, se partió de Sevilla y se fué á Castilla la Vieja con ánimo de levantar la tierra; lo que podia él bien hacer por tener en aquella provincia grande señorío. Andaban ya estos enojos para venir en rompimiento cuando los atajó la muerte, que brevemente sobrevino en Búrgos á don Juan de Lara en 28 de noviembre; su cuerpo sepultaron en la misma ciudad en el monasterio del señor San Pablo, de la órden de los Predicadores; dejó de dos años á su hijo don Nuño de Lara. Murió casi juntamente con él su cuñado don Fernando Manuel, y quedó dél una hija llamada doña Blanca. Dió mucho contento la muerte destos señores á don Alonso de Alburquerque, que deseaba acrecentar su poder con los infortunios de los otros, y quitados de por mediosus émulos, pensaba á sus solas reinar, y en nombre del Rey gozarse él del reino sin ningun otro cuidado. Sabidas por el Rey estas muertes, partió de Sevilla, pɔr estar cierto que se podria con la presteza apoderar de sus estados. No fué este camino sin sangre, antes en muchos lugares dejó rastros y demostraciones de una condicion áspera y cruel. Vino su hermano don Fadrique á la villa de Ellerena, do el Rey habia llegado; recibióle con buen semblante; mas por lo que sucedió despues se echó de ver que tenia otro en su pecho, y que su rostro y palabras eran dobladas y engañosas. Mandó en el mismo tiempo á Alonso de Olmedo que matase á su madre doña Leonor de Guzman en Talavera, villa del reino de Toledo, donde la tenian presa; que fué un mal anuncio del nuevo reinado, cuyos principios eran tan desbaratados. En un delito ¡ cuántos y cuán graves pecados se encierran! ¿Qué le valió el favor pasado? ¿De qué provecho le fué un Rey tan amigo? De qué tanta muchedumbre de hijos? Todo lo desbarató la condicion fiera y atroz del nuevo Rey; bien que por su poca edad, toda la culpa y odio desta cruel maldad cargó sobre la Reina, su madre, que se quiso vengar del largo enojo y pesar del amancebamiento del Rey con la muerte de su combleza. Dende este tiempo, porque esta villa era del señorío de la Reina, se llamó vulgarmente Talavera de la Reina. En Burgos dentro del palacio real, sin que le pudiesen defender los que le acompañaban, ca los prendieron, por mandado del Rey fué preso y muerto Garci Laso de la Vega. El mayor cargo y delito gravísimo era la aficion que tenia á don Juan de Lara. Era Garci Laso adelantado de Castilla; sucedióle en este cargo Garci Manrique. Consultóse cómo el Rey habria en su poder al niño don Nuño de Lara, señor de Vizcaya. Previuolo doña Mencía, una principal señora que le tenia en guar

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