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á

ses, con esta victoria se entregó al rey de Francia, causa que los ciudadanos, perdida la flota de los ingleses, tomaron las armas y echaron fuera la guarnicion que tenian dentro de la ciudad. Derribaron asimismo un castillo que les labraron los ingleses, y levantaron banderas por Francia. Tenia el rey de Aragon tres hijos en su mujer la reina doña Leonor, hija del rey de Sicilia; estos eran el infante don Juan, heredero del reino, y don Martin y doña Costanza, la que arriba dijimos casó con don Fadrique, rey de Sicilia. En el mes de junio deste año se celebraron las bodas del infante don Martin con la condesa doña María de Luna, única heredera del conde don Lope de Luna. Llevó en dote los estados de Luna y de Segorve, y el Rey, padre dél, le dió mas la baronía de Ejerica con título de condado, y poco despues le hizo condestable del reino. El infante don Juan desposó con doña Marta, hermana del conde de Armeñaque, con dote de ciento y cincuenta mil francos; deste matrimonio nació la infanta doña Juana, que casó adelante con Mateo, conde de Fox. En 22 dias del mes de agosto á don Bernardino de Cabrera, nieto de don Bernardo de Cabrera, hijo de su hijo el conde de Osona, que por este tiempo falleció, le restituyó el Rey el estado que era de su abuelo, excepto la ciudad de Vique con una legua en contorno. Túvose lástima á una nobilísima casa como esta, y al Rey y á la Reina remordia la conciencia de la injusta muerte de tan gran señor y buen caballero como fué don Bernardo. Entre Castilla y Portugal se volvió á encender la guerra con mayor cólera y peligro que antes, por ocasion que los portugueses tomaron ciertas naves vizcaínas que iban cargadas de hierro y acero y de otras mercadurías de las que lleva aquella provincia. No se sabe qué fuese la causa por que los portugueses rompiesen la guerra. A los forajidos de Castilla, que eran muchos, por ventura pesaba de la paz y temian de ser en algun concierto entregados á su señor, como se hiciera en tiempo del rey don Pedro. Hallábase á la sazon el rey don Enrique en Zamora, dende envió su embajador á Portugal á que pidiese la restitucion de los navíos, emienda y satisfaccion de los daños, con órden de denunciarles la guerra si no lo quisiesen hacer. Destos principios se vino á las armas. Don Alonso, hijo bastardo del rey de Castilla, fué despachado para que diese guerra á Portugal por la parte de Galicia y cercase á Viena. Al almirante Bocanegra se dió órden que armase doce galeras en Sevilla y fuese con ellas á correr la costa de Portugal. Tenia don Enrique buena ocasion para hacer alguna cosa notable, por estar el rey don Fernando mal avenido con los de su reino. Por no perder esta oportunidad dejó en Zamora el carruaje que le podia embarazar, y entró en Portugal poderosamente destruyendo los campos, robando los ganados y quemando los lugares y aldeas que topaba. Tomó las villas de Almoida, Panel, Cillorico y Linares. Esto fué en los postreros dias deste año. En esto tuvo cartas del cardenal Guido de Boloña, que era llegado á Castilla por legado del papa Gregorio á poner paz entre él y el rey de Portugal. Envióle don Enrique á rogar le esperase en Guadalajara, do quedó la Reina. Replicóle el Cardenal que no era justo estarse él quedo sin hacer diligencia en aquello para que el Papa le mandaba, que èra

estorbar la guerra que tan trabada veia. Con esto se dió priesa á caminar hasta que llegó á Ciudad-Rodrigo, con intento de hablar á ambos los reyes. En el entre tanto Portugal se abrasaba en guerra y era miserablemente destruido, ca en principio del año de 1373 el rey don Enrique tomó por fuerza de armas y forzó la ciudad de Viseo, que se entiende es la que antiguamente se llamaba Vico Acuario. De allí dió vista á la ciudad de Coimbra; no le pareció detenerse en cercalla, antes se determinó de ir en busca de su enemigo, que tenia nueva alojaba con su ejército en Santaren. Quisiera mucho venir con él á las manos y darle la batalla; pero, aunque llegó cerca del pueblo, no osó el Portugués salir de los muros por no tener suficiente ejército para poder hacer jornada, ni tampoco se fiaba de la voluntad de sus soldados. Sabia que tenia á muchos descontentos; en particular su hermano don Donis se era pasado á Castilla por medio de Diego Lopez Pacheco, caballero portugués, al cual en remuneracion de haber hecho lo mismo, le hizo el Rey merced de Béjar. Este persuadió al infante don Donis, que vió andaba congojado y desabrido, hiciese lo que él, y con esto se vengase de los agravios que de su hermano tenia recebidos. Visto pues que el rey de Portugal esquivaba la batalla el de Castilla pasó á Lisboa. Luego que llegó se apode ró de los arrabales de la ciudad, que 'entonces no estaban cercados, en que los soldados pusieron fuego á muy ricos edificios. La parte alta de la ciudad, que llaman la villa, era fuerte y bien cercada, y tenia dentro gente valerosa que la defendió esforzadamente, que fué causa que don Enrique no la pudo ganar; pero quemó muchos navíos que surgian en el puerto, otros tomó el armada de Castilla que por mandado del Rey era allí venida; fueron muchos los cautivos que prendieron y grande el despojo que se hobo. En este medio tiempo el Cardenal legado no reposaba, hablaba muchas veces al un rey y al otro sin excusar ningun trabajo, ni el riesgo en que ponia su salud con tantos caminos como hacia. Tanta diligencia puso, que en 28 dias del mes de marzo los reyes y el Legado se hablaron en el rio Tajo en una barca junto á Santaren, y se concertaron debajo de las condiciones siguientes: que el rey de Portugal, dentro de cierto término que señalaron, echase de su reino los forajidos de Castilla, que serian como quinientos caballeros; que los pueblos tomados por ambas las partes en aquella guerra se restituyesen; que dona Beatriz, hermana del rey de Portugal, casase con don Sancho, hermano del rey de Castilla y conde de Alburquerque; y doña Isabel, hija natural del mismo rey de Portugal, casase con don Alonso, conde de Jijon, hijo bastardo del rey don Enrique. Estas fueron las condiciones con que se hicieron las paces; el rey don Fernando dió ciertos rehenes para seguridad que cumpliria lo capitulado. Celebráronse luego en Santaren las bodas de don Sancho y de doña Beatriz; doña Isabel se puso en poder del rey don Enrique, que á causa de su edad de solos ocho años no podia efectuarse el matrimonio. Compuestas en esta forma las diferencias que estos príncipes tenian, hechos amigos se partieron de Santaren; el rey don Enrique volvió toda la fuerza dela guerra contra Navarra, y con su ejército fué á la ciudad de Santo Domingo de la Calzada para

entrar por aquella parte. Intervino tambien el Legado apostólico entre estos reyes, y por su medio se concordaron. El rey de Navarra restituyó al de Castilla las ciudades de Logroño y Victoria; demás desto, se concertaron desposorios entre doña Leonor, hija de don Enrique, y don Cárlos, hijo del rey de Navarra, y que se diesen al Navarro ciento y veinte mil escudos de oro, pagados á ciertos plazos por razon de la dote, y en recompensa de lo que tenia gastado en la fortificacion y reparos de los dichos pueblos que entregó al de Castilla. Viéronse los reyes en Briones, villa que está á los mojones de los dos reinos; allí se hicieron los desposorios de los dos infantes don Cárlos y doña Leonor, y por prenda y mayor firmeza destas paces el rey de Navarra envió á Castilla al infante don Pedro, que era el menor de sus hijos, para que se criase en ella. Cuando

el

rey de Navarra volvió de Francia en España halló que don Bernardo, obispo de Pamplona, y Cruzate, dean de Tudela, los que arriba dijimos dejó por coadjutores de la Reina para lo tocante al gobierno, no habian administrado las cosas como era razon y eran obligados. Indignose mucho contra ellos, tanto, que de miedo se ausentaron fuera del reino. El Dean fué por asechanzas muerto en el camino, sospechose que por mandado del Rey; el Obispo fué mas dichoso, que tuvo lugar de huirse en Aviñon. De allí pasó á Roma con el papa Gregorio, y murió en Italia sin volver mas á España. Tales fines suelen tener los que no corresponden á la confianza que dellos hacen los príncipes, aunque tambien es verdad que muchas veces en los reinos se peca á costa y riesgo de los que gobiernan, sin culpa ninguna suya; esto especialmente acontece cuando los reyes son fieros é implacables, como se refiere lo era el rey Cárlos de Navarra.

CAPITULO XVIII.

De las paces que se hicieron con el rey de Aragon.

Despedidas las vistas de Briones y asentada la esperanza de la paz de España, el rey de Castilla se fué al reino de Toledo, y el de Navarra se tornó á su reino; dende envió á la Reina, su mujer, á Francia para que aplacase y satisficiese aquel Rey, que estaba malamente airado contra él, por entender hobiese persuadido á ciertos hombres que le diesen yerbas, los cuales fueron presos, y convencidos del delito, pagaron con las cabezas. El Navarro, partida su mujer, fué en persona á la villa de Madrid para tratar con el rey don Enrique que dejase la parte de Francia y favoreciese á los ingleses; que si pagaba lo que el rey don Pedro debia al príncipe de Gales del sueldo que él y sus soldados ganaron cuando vinieron á Castilla á restituille en el reino, el rey de Inglaterra y sus hijos el Príncipe y el duque de Alencastre se apartarian de la demanda del reino de Castilla y de los demás derechos que contra él pretendian. Respondió el de Castilla que en ninguna manera desampararia al rey de Francia ni dejaria su amistad, ca tenia muy en la memoria el grande amparo que halló en él cuando salió huido de Castilla; todavía si ellos hiciesen paces con Francia, que de muy buena gana entraria á la parte, y satisfaria con

dineros á los ingleses cuanto señalasen los jueces que para arbitrarlo se podrian nombrar en conformidad. Con tanto el Navarro, sin alcanzar lo que pretendia, se volvió á Pamplona, don Enrique partió para el Andalucía. Siguióse otra pretension y demanda de una buena parte de Castilla. La condesa doña María, hija de don Fernando de la Cerda y de doña Juana, hermana de don Juan de Lara el Tuerto, en Francia casara con el conde de Alanzon, nobilísimo señor de la sangre real de Francia, de quien tenia muchos hijos; envió un embajador á pedir al Rey le mandase entregar los estados de Vizcaya y Lara, que por ser hija de doña Juana de Lara y ser muertos todos los que la precedian en derecho le pertenecian. Venido el Rey del Andalucía á Búrgos, se trató en aquella ciudad deste negocio, que tuvo muy apretados al Rey y á su consejo; por una parte parecia que esta señora pedia razon en que se le admitiese su demanda y se le hiciese justicia; por otra era cosa dura, y de que podian resultar grandes daños, enajenar dos estados de los mas grandes y mas ricos de Castilla y ponerlos en poder de franceses. Despues de muchas consultas y acuerdos respondió el Rey con artificio á la Condesa que holgaria volviesen estos estados á su casa, á tal que le enviase para dárselos dos hijos que se quedasen á vivir en su corte; que Vizcaya y Lara eran tan grandes señoríos, que era forzoso á los reyes de valerse muchas veces del servicio de los señores que los poseian, y por esta causa no podian dejar de residir dentro del reino. Con esta aparencia de buen despacho y de venir en lo justo fué despedido el embajador; mas bien se entendió que no le daban nada, por ser cosa cierta que ninguno de cinco hijos que tenia la Condesa aceptaria la oferta del Rey, como ninguno lo aceptó. Los tres poseian en su tierra tres grandes condados, de Alanzon, Percha y Estampas, y no se quisieron desnaturalizar de su patria, en que eran ricos y poderosos. Los otros dos eran prelados, y no podian heredar estados seculares. Por el mes de octubre deste año Baltasar Espinula, ginovés, vino á Aragon con embajada de los ingleses para confederarse con aquel Rey contra el de Castilla; prometíanle, en caso que se ganase aquel reino, las ciudades de Murcia, Cuenca, Soria y todas las villas adyacentes á ellas. El de Aragon, oida esta demanda, como era sagaz y de grande ingenio, no hizo caso destas ofertas por tener en mas la amistad del rey don Enrique, que en aquella sazon era tenido por famoso capitan, muy poderoso por lo mucho que sus vasallos le querian, y le caia muy cerca de sus estados; además que era mucho de temer tomar por enemigo al que tenia tanta noticia de las cosas de Aragon, y en aquel reino muchos aficionados que ganara el tiempo que anduvo en él huido, y aun en Aragon se tenia entendido que Dios con particular providencia le puso de su mano en aquel reino y le quitó á su contrario. Muchos asimismo se amedrentaban por señales que se vieron en el cielo, en especial un gran temblor de tierra que por el mes de febrero sucedió en el condado de Ribagorza, con que se hundieron muchos pueblos. Los supersticiosos interpretaban que por aquella parte amenazaba algun gran desastre al reino. Dióse á esto mas crédito porque en los confines de Ruisellon se vian ya juntas muchas compañías de hombres de ar

mas franceses, que tenia asoldadas el infante de Mallorca para hacer guerra en aquel estado. En fin, los pretensos de los ingleses salieron vanos, y por medio de don Luis, duque de Anjou, se comenzó á tratar con mucho calor la paz entre Aragon y Castilla. Vino el Duque á Carcasona con deseo de efectuar estas amistades, por miedo que tenia, si las discordias se continuaban, no se apoderasen de España los ingleses, capitales enemigos de Francia. Enviáronse á Aragon embajadores sobre este hecho; pedia don Enrique que la infanta doña Leonor, hija del rey de Aragon, que estaba prometida á su hijo el infante don Juan, le fuese entregada. No rehusaba el Aragonés de hacer cosa tan justa, si don Enrique le entregase aquellas ciudades que le tenia prometidas. Excusaba él de darlas; alegaba que no tenia obligacion á cumplirle aquella promesa, pues no solo no le ayudó cuando andaba huido y desterrado, antes hizo liga contra él con su cruel enemigo. Finalmente, se concordaron de dejar sus diferencias en mano del legado el cardenal Guido de Boloña, que fué al presente mas dichoso que antes en hacer las paces entre los españoles. En el tiempo que estas cosas se trataban en Aragon, en 15 de octubre el papa Gregorio XI confirmó la regla de los monjes, que comunmente en España se llaman frailes de San Jerónimo, cuyo instituto es aventajarse á las demás religiones en guardar con gran paciencia una estrecha y loable clausura y ocuparse los dias y las noches con suavísimo canto y dulce melodía en perpetuas alabanzas de Dios. Ha crecido mucho en España esta religion, y poseen muchas y muy ricas casas de magníficos y sumptuosísimos edificios. El hábito destos religiosos es las túnicas y lo interior de lana blanca, la capas de paño buriel. Dieron principio á esta santa religion ciertos ermitaños italianos, que, encendidos con el deseo de servir á nuestro Señor, hicieron su habitacion en un lugar apartado cerca de la ciudad de Toledo, en que al presente está el monasterio de aquella órden llamado de la Sisła, del nombre de una aldea que allí estaba antiguamente. Creció la opinion de su santidad, con que tomaron su modo de vivir y se le juntaron algunos hombres principales, que fueron Fernando Yañez, capellan mayor de los Reyes Viejos y canónigo de la santa iglesia de Toledo, y don Alonso Pecha, obispo de Jaen, que renunció su obispado, y su hermano Pedro Fernandez Pecha, camarero que fuera del rey don Pedro. El primer monasterio que se fundó debajo destas constituciones y regla, fué junto á la ciudad de Guadalajara, encima de un pueblo que se llama Lupiana, en una ermita que les dió este mismo año el arzobispo don Gomez Manrique. Despues por la magnificencia de los reyes y otros señores de Castilla se han edificado otras muchas casas. Los años adelante salió tambien desta religion la de los isidorianos ó Isidros. En el mes de diciembre, como quier que no se concertasen las paces entre los reyes de Castilla y de Aragon, se hicieron treguas hasta el dia de Pentecostes, pascua de Espíritu Santo; asentaron estas treguas los procuradores destos reyes, que fueron por el de Aragon don Juan, conde de Ampúrias, su primo hermano y yerno, ca estaba casado con doña Juana, hija del Rey, y por el de Castilla Juan Ramirez de Arellano, señor de los Cameros. En el año de 1374

Juan, duque de Alencastre, con un grueso ejército pasó al puerto de Cales, llamado lccio por los antiguos, que está en los morinos, provincia de la Gallia Bélgica. Juntóse con él Juan de Monforte, duque de Bretaña, que andaba en deservicio del rey de Francia, y favorecia á los ingleses por estar casado con una hermana del de Alencastre. Entraron estos príncipes con sus gentes en el Artoes y Vermandoes; hicieron gran estrago en los campos, villas y aldeas que topaban, y hartos ya de los robos y muertes con que dejaron asoladas aquellas provincias, enderezaron su camino al ducado de Guiena, y pasado el rio Ligeris, llamado hoy Loire, llegaron á Burdeos con pensamiento de entrar en España y conquistar el reino de Castilla. Enviaron sus embajadores á los reyes de Aragon y de Navarra para que les asistiesen y ayudasen; mas el Aragonés y el Navarro eran prudentes y sagaces, no quisieron por una esperanza incierta de interés ponerse en un peligro cierto de ser destruidos, sino como muchos hombres suelen hacer, les pareció seria mejor estarse á la mira y tomar el partido conforme las cosas se encaminasen. El rey don Enrique, avisado de la tempestad que sobre él venia, estaba con gran cuidado. Acudió á Búrgos para resistir y juntar sus gentes de todas las partes del reino, y hacer de nuevo otras muchas compañías. Llamó particularmente á los soldados viejos, cuyo valor tenia experimentado en las guerras pasadas. Acudieron al tanto todos los grandes con gran deseo de servir y acompañar á su Rey. Los mismos que en las revueltas pasadas le fueron contrarios, en esta ocasion le querian recompensar y con su diligencia y alegría dar ciertas muestras del amor y lealtad con que le servian; de suerte que los que de antes andaban divisos en bandos y parcialidades, visto el riesgo que corrian de ser señoreados por extraños, se juntaron en una conformidad para defender su patria y su libertad; verdad es que en 19 de marzo sucedió en aquella ciudad un gran desastre que causó en todos gran pesar y tristeza, esto es, que el conde de Alburquerque don Sancho, hermano del Rey, por apaciguar una revuelta que se levantó entre sus soldados y los de Pero Gonzalez de Mendoza sobre las posadas, sin ser conocido, por ser la refriega de noche, fué herido en el rostro con una lanza por un hombre de armas, de que desde á un rato murió. Alborotóse el Rey, como era razon, por la muerte tan desgraciada de su hermano; pero no hizo demostracion por suceder acaso y por ignorancia. La condesa doña Beatriz, mujer del muerto, quedó preñada y parió á doña Leonor, que casó con el infante don Fernando, adelanterey de Aragon. Despues que el rey don Enrique tuvo junto su ejército, partió de Búrgos, y cerca de la villa de Bañares hizo alarde; halló que tenia mil y docientos caballos y cinco mil infantes, todos gente escogida, y que con su valor suplian el pequeño número, y estaban prestos para acudir á la parte que fuese menester. Amenazaba esta hueste principalmente, así á los de Aragon, porque ya espiraban las treguas, como á los ingleses de Francia, de quienes se tenian nuevas sordas que no pasaban ya en España, porque su ejército se hallaba muy menoscabado y menguado, á causa que Filipo, duque de Borgoña, y un famoso capitan llamado Juan de Viena, que era almirante de Francia, vinieron en pos

alteza en que al presente se veia; con este fin envió otra vez á Barcelona por embajadores á Juan Ramirez de Arellano y al obispo de Salamanca para que hiciesen paz con él. En 3 de noviembre deste año en el castillo de Evreux en Normandía murió doña Juana, reina de Navarra, por cuyas lágrimas muchas veces su hermano el rey de Francia perdonó grandes ofensas que su marido le tenia hechas. Al presente en esta ida que hizo á Francia, como quier que hallase cerradas las orejas del hermano, recibió tan grande pena, que della le sobrevino una dolencia que la acabó. Su cuerpo sepultaron en el monasterio de San Dionisio entre los reyes sus antepasados; hiciéroule las obsequias con real pompa y aparato Su-marido dió nuevas ocasiones para que con mucha razon el pueblo le aborreciese, porque persiguió con muertes, destierros y confiscaciones de bienes á los parientes y allegados de aquellos que en las revueltas y calamidades de aquel tiempo siguieran el partido de sus enemigos. Si estos castigos él los hiciera en las personas de los que le ofendieron, pudiérale excusar el dolor de la ofensa y el deseo de la venganza, mas pagaban los inocentes por los culpados. Sobre los trabajos que hemos referido que padecia el reino de Aragon con las guerras le vino otro muy mayor de una gran hambre que en este año padeció toda aquella provincia, mas algun tanto se remedió con trigo que se trujo de Africa. Fuéles por otra parte provechosa esta hambre, porque compelidos della se fueron del reino sus enemigos. En Castilla asimismo, do pasaron los franceses á buscar mantenimientos, luego en principio del año de 1375 murió de enfermedad su capitan el infante de Mallorca don Jaime, rey de Nápoles; enterraron su cuerpo en la ciudad de Soria en el monasterio de San Francisco. Acompañó en esta guerra al Infante su hermana doña Isabel, que estaba casada con el marqués de Monferrat, animada de la esperanza que tenia de vengar las injurias que el Rey, su padre, recibió del rey de Aragon. Esta señora, muerto su hermano, se hizo cabeza, y debajo de su conducta se volvió el ejército de los france

dellos, y por todo el camino les hicieron grandes daños; que de treinta mil combatientes que eran, casi no llegaban á seis mil cuando entraron en Burdeos. Ofrecíase buena ocasion de hacer alguna cosa notable, y cchar á los ingleses de toda Francia; parecia que ya la fortuna y buena dicha de la guerra los desamparaba y favorecia á los franceses. Luis, duque de Anjou, escribió al rey don Enrique que juntasen sus fuerzas y cercasen á Bayona, ciudad de los antiguos tarbellos. Decia que esto importaba mucho para ganar reputacion, si diesen á entender que eran poderosos, no solamente para defenderse de sus enemigos, sino tambien para irles á hacer guerra dentro de su casa. Con esto animado el rey don Enrique, pasó á Bayona, y la cercó en los postreros del mes de junio; mas como sobreviniesen muchas aguas, que impedian las labores que se hacian para combatir la ciudad, y faltasen bastimentos, que por ser muy estéril la provincia de Vizcaya de que se proveian, bastecia mal el ejército, cansados todos con estas descomodidades, levantaron el cerco y se volvieron á Castilla. Asimismo el duque de Aujou no pudo venir, como tenia prometido, por estar ocupado en el cerco de Montalvan. Sirvió muy bien en esta jornada al rey don Enrique Beltran de Guevara, señor de la villa de Oñate y de la casa de Guevara; y á la venida de Bayona en remuneracion de sus servicios le hizo merced del valle de Leñiz con su acostumbrada largueza en hacer dádivas, cosa que puso en necesidad á los reyes sus decendientes de reformallas. En el mes de agosto el infante de Mallorca entró por el condado de Ruisellon con un grande y poderoso ejército, con el cual las fuerzas de los aragoneses no se pudieran igualar, si se hubiera de hacer jornada y dar la batalla. Prevaleció en este aprieto la buena dicha de Aragon, que en esta entrada no hizo el Infante cosa notable mas de desbaratar algunas banderas de enemigos con muy poco provecho suyo y llevar alguna presa de hombres y de ganados. Los que en esta entrada del Infante padecieron mayores daños fueron los del condado de Urgel. Por otra parte, el señor de Bearne y Jofre Rec-ses á sus casas. En aquella tierra renunció ella y cedió co, breton, que tenian muchos pueblos y vasallos en Castilla, sea por órden del rey don Enrique, ó de su propio motivo, hicieron entrada en los campos de Borgia y molestaron con guerra toda su tierra, combatiendo algunas villas, destruyendo y abrasando las aldeas, labranzas, rozas y heredades de aquella comarca. En estos dias el rey de Aragon envió á Inglaterra á Francés de Perellos, vizconde de Roda, á pedir ayuda al duque de Alencastre y á convidalle se confederase con él; y como este embajador con recio temporal corriese fortuna y aportase á la costa de Granada, fué preso por mandado del rey Moro, y encarcelados los mercaderes catalanes en venganza de que Pedro Bernal, capitan de unas galeras de Aragon, pocos dias tomara una nave del rey de Granada, que enviaba á Túnez con ciertos recados suyos. Pretendia el Moro otrosí en prender estos aragoneses hacer placer al rey de Castilla, cuyos enemigos eran. Con tantos desastres y malos sucesos, ¿qué podian hacer los de Aragon? ¿De quién valerse? ¿Qué ayudas podian buscar? El rey don Enrique pretendia sanar al rey de Aragon, y no destruir al que con su ayuda fué parte para que él llegase á la cumbre de

los derechos paternos que tenia contra la casa de Aragon, en Luis, duque de Anjou, hermano del rey de Francia, de que se recrecieron nuevos pleitos y debates, en sazon que las paces entre los reyes de Castilla y de Aragon se concluyeron por intervencion y diligencia de la reina de Castilla doña Juana, que para este efecto fué á la villa de Almazan. Por parte del rey de Aragon se hallaron allí el arzobispo de Zaragoza y Ramon Alaman de Cervellon. En 12 dias del mes de abril se concluyeron y firmaron las paces con estas condiciones que la infanta doña Leonor, que antes estaba otorgada al infante don Juan, le fuese entregada para que se celebrase el matrimonio; en dote le señalaron docientos mil florines, que al rey don Enrique dió prestados el rey de Aragon en los principios de las guerras civiles; que Molina se restituyese al de Castilla, que á ciertos plazos contaria al de Aragon ciento y ochenta mil florines por los gastos de la guerra. La nueva desta concordia, que se entendia seria por muchos tiempos, se festejó en ambos reinos con parabienes por la paz y grandes banquetes que se hicieron, juegos, fiestas y alegrías por la esperanza que tenian que despues de

tantas tempestades y guerras se seguiria en toda España la quietud y sosiego por tanto tiempo deseado, y la luz clara se les mostraria despues de una escuridad tan larga y tan espesas tinieblas.

CAPITULO XIX.

Algunos casamientos de príncipes.

Castilla hizo grandes daños en la costa de Inglaterra, destruyendo, robando, quemando y asolando muchos pueblos y campos, rozas y labranzas de aquella isla. De Soria, concluidas las fiestas, se pasó el rey don Enrique á Búrgos; príncipe esclarecido en las demás naciones, y en su reino bienquisto. Tenia intento por el favor que halló en Francia de acudirla con todas sus fuerzas contra los ingleses y pagalles el bien que della recibió, á la sazon que don Alonso, su hijo, conde de Jijon, ligereza juvenil, mudado de voluntad acerca del casamiento con doña Isabel, bija del rey de Portugal, por

con

Fué este año dichoso, no solamente para España, sino tambien para todo el mundo y toda la cristiandad, á causa que Gregorio XI, pontífice máximo, honra de los papas, dejado Aviñon, donde estuvo la Silla Apos-no efectuarle se fué á Francia y á la Rochela por mar, tólica por espacio de setenta años, la restituyó al sagrado asiento y casa de sus antecesores, y se fué á residir lo que le restaba de vida á la santa ciudad de Roma; varon verdaderamente grande y digno de loa inmortal. Las grandes revoluciones de Italia no sufrian la ausencia de los papas. La vírgen santísima Catarina de Sena, de quien hay doce cartas escritas á Gregorio, fué la que principalmente le movió á tomar este saludable consejo contra lo que sentian algunos cardenales. Decíale con un celo santo y elocuencia del cielo que en cosa tan claramente conveniente, y que á él solo tocaba, no tomase acuerdo con nadie, sino que usase de su propio arbitrio y parecer. Beltran Claquin, por haber ganado grandes honras en Francia y acrecentado su estado con el condado de Longavilla, vendió en esta sazon al rey don Enrique la ciudad de Soria y las villas de Atienza y Almazan y los demás pueblos que le diera en Castilla por precio de docientas y sesenta mil doblas, que para aquel tiempo fué una suma asaz grande. La mayor parte le pagó en veinte y seis prisioneros nobilísimos de los que prendió la armada de Castilla en la batalla de la Rochela; por el dinero restante le dió en rehenes á un hijo de don Juan Ramirez de Arellano, llamado como su padre, por estar el tesoro del Rey tan gastado, que no se pudo contar de presente. Para celebrar las bodas de los infantes de Castilla y de Navarra se escogió la ciudad de Soria por estar en los confines de ambos reinos; y por hallarse en lugar tan acomodado para ello quiso el rey don Enrique hacer juntamente las bodas de ambos hijos, como lo tenia concertado. A la infanta doña Leonor trujeron de Aragon á Soria Lope de Luna, arzobispo de Zaragoza, y el embajador Cervellon con gran acompañamiento de señores y caballeros de aquel reino. Vino otrosí á esta ciudad á celebrar su matrimonio el infante don Cárlos, hijo del rey de Navarra. Hizose el casamiento de doña Leonor, hija de don Enrique, en 27 dias del mes de mayo. Túvose respeto en dar el primer lugar al infante de Navarra por ser huésped. En 19 dias del mes de junio se veló el de Castilla don Juan con su esposa doňa Leonor. Todo estaba lleno de juegos, fiestas y regocijos, no solo en Soria, sino en todo lo demás de España, por la esperanza que los hombres tenian concebida de una larga paz y estable felicidad. En estos dias vinieron nuevas que don Fernando de Castro, hermano de doña Juana de Castro, el que dijimos que el año pasado se fué á Portugal, murió en Inglaterra. Tenia esperanzas de volver á Castilla y ser restituido por las armas en su patria. Súpose otrosí que Fernando de Tovar, capitan entre los de aquel tiempo de la fama, con la armada de M-1.

mas el Rey, su padre, le hizo venir desde á pocos dias.
En los postreros dias deste año falleció don Gomez Man-
rique, arzobispo de Toledo. Juntáronse en su cabildo
los canónigos de aquella iglesia para elegir sucesor; no
se concordaron, antes, divididos los votos, los unos
eligieron á don Pedro Fernandez Cabeza de Vaca, dean
de la misma iglesia; los otros nombraron á don Juan
García Manrique, sobrino del difunto, que era hijo de
su hermano el adelantado Garci Fernandez Manrique,
y
de arcediano de Talavera le pasaran primero á ser
obispo de Orense, y despues de Sigüenza; favorecia á
este el Rey con grandes veras, porque era afin y allegado
de don Juan Ramirez de Arellano. El Arzobispo difunto
avisó á su muerte que no eligiesen en su lugar al dicho
su sobrino, porque era inquieto, sino al dean. Acudie-
ron al papa Gregorio para que determinase estas dife-
rencias; él, no teniendo por canónica ninguna de las dos
elecciones, dió el arzobispado á don Pedro Tenorio, y de
la iglesia de Coimbra, cuyo obispo era, le pasó á la de
Toledo, varon de muchas prendas, letras y erudicion.
En Italia y Francia anduvo peregrinando y desterrado;
estudió en Tolosa y Aviñon y Perosa; en el estudio de
Boloña tuvo por maestro á Baldo, famoso jurista, y él
mismo leyó derechos en Roma. Fué hombre de grande
prudencia por el uso y experiencia que tenia de muchos
negocios, de grande pecho y valor, aventajado entre
los hombres mas señalados de aquel tiempo. Fué arce-
diano de Toro en la iglesia de Zamora ; su padre, Juan
Tenorio, comendador de Estepa y trece de la órden de
Santiago; su madre, doña Juana, está enterrada en la
colegial de Talavera; sus hermanos Juan Tenorio y
Melendo Rodriguez anduvieron con él desterrados en
tiempo del rey don Pedro. Su hermana doña María Te-
norio casó con Fernan Gomez de Silva, cuyo hijo Alonso
Tenorio fué adelantado por su tio de Cazorla. Murieron
por estos dias algunos varones principales de Navarra,
en particular don Rodrigo Urriz, señor rico y de gran-
de autoridad, fué por mandado de su Rey preso y de-
gollado en la ciudad de Pamplona en los últimos dias de
marzo del año de 1376. Causáronle la muerte unos tra-
tos mal encubiertos que traia con el rey de Castilla. Era
fama se queria pasar á él, y entregalle los castillos de
Tudela y Caparroso; yo sospecho que sin razon y falsa-
mente se creyó esto, porque no es verisímil quisiese
turbar aquel caballero tau presto la paz que se acababa
de asentar. Don Bernardo Folcaut, obispo de Pamplo-
na, murió en 7 de julio en Italia en la ciudad de Anag-
nia, donde vivia desterrado de su iglesia; la libertad,
gravedad y autoridad deste Prelado le hicieron odioso
á su Rey, ó por haberse mal gobernado, como arriba
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