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la vida; destrozó otrosí gran número de los suyos. Dióse esta batalla á 29 de agosto, dia en que Roma celebraba las fiestas de Vulcano, que llamaban Vulcanalia. El espanto y daño de ambas partes fué tan grande, que los unos y los otros, si no eran forzados, rehusaban por algunos dias de encontrarse. La misma noche los arevacos se juntaron en Numancia, que la batalla se dió por allí cerca, y en lugar de Caro nombraron por sus capitanes á Haraco y á Leucon, y aparte por capitan de los numantinos fué nombrado otro hombre llamado Lintevon. El tercero dia despues de aquella pelea asentó el Cónsul sus reales á cuatro millas de Numancia; fuera de las demás gentes tenia diez elefantes y quinientos caballos númidas, que Masinisa poco antes de Africa le enviara de socorro. Desafió el Cónsul á los enemigos, que asimismo determinaron de probar ventura y encomendarse á sus manos. Dióse otra batalla, en la cual ya que estaba trabada, alargadas las hileras de los romanos, se hicieron adelante los elefantes, con cuya vista los celtiberos, por no estar acostumbrados, se espantaron así hombres como caballos, y vueltas las espaldas, se metieron en la ciudad. Iban los romanos en pos dellos, y por amonestacion del Cónsul pretendian á vueltas de los que huian entrar la ciudad; hiciéranlo así si no fuera por un elefante, que herido en la cabeza con una gran piedra, con la furia del dolor, como acontece, se embraveció de tal suerte, que así él como á su ejemplo los demás elefantes, bestias peligrosas en la guerra, vueltos contra los suyos, pusieron en desórden y confusion á los romanos, y dieron la muerte á todos los que se les ponian delante. Los numantinos, visto lo que pasaba y la buena ocasion que se les presentaba, hicieron una salida, con que hirieron en los romanos y los forzaron á recogersé á sus reales. Dellos en dos encuentros perecieron cuatro mil hombres, y de los celtiberos dos mil. Estaba por aquellas partes una ciudad llamada Ajenia, plaza y mercado donde acudian los mercaderes de la comarca á sus tratos. Desta ciudad, despues de la batalla susodicha, pretendió el Cónsul apoderarse, mas fué rechazado con afrenta y pérdida de soldados. Divulgadas que fueron estas cosas, la ciudad de Ocile, donde los romanos tenian recogidos su bagaje y su almacen, se pasó á los celtiberos; que muchas veces la fe y lealtad andan al paso de la fortuna, y la blanda y muchas veces engañosa esperanza de libertad hace despeñar á muchos. Con esto espantado el Cónsul, y temiendo que las otras ciudades no imitasen este ejem plo, barreado que hobo los reales que tenia cerca de Numancia, invernó allí con su campo, donde por la falta de vituallas y fuerza del frio pereció gran parte de los soldados. Esto sucedió en la España citerior; en la ulterior por el mismo tiempo Mummio hacia guerra á los lusitanos con varios sucesos, pero cuyo remate últimamente le fué muy favorable. Fué así, que en la primera pelea los romanos siguieron con grande impetu y sin órden á los lusitanos, que habian desbaratado y puesto en huida, cosa que dió ocasion á Cesaron, caudillo de los contrarios, para revolver contra los enemigos y quitalles de las manos la victoria. Diez mil de los romanos fueron muertos y entrados ambos los reales, así los que habian perdido los lusitanos como adonde alojaban los romanos. Desta manera pasó esta pelea. Los despojos que de los romanos ganaron traian

los lusitanos casi por toda España á manera de triunfo y para muestra de valentía. Descuidáronse con la prosperidad, que dió ocasion á Lucio Mummio poco adelante para que con los suyos, que eran en número hasta cinco mil, y con ellos se habia entretenido en lugares fuertes, cargase sobre los contrarios de improviso en cierta fiesta que hacian para celebrar la victoria que ganaron. Desbaratólos fácilmente, y con la victoria recobró muchas banderas de las que perdiera antes. En lugar de Cesaron, que parece murió en aquel rebate, sucedió otro que se llamaba Canteno. Este, en los pueblos llamados Cunios, en aquella parte del Andalucía donde hoy esta Niebla, se apoderó de Cunistorgis, ciudad que era de los romanos, de donde pasó al estrecho de Cádiz, y desde allí una parte del ejército se fué á Africa, por miedo de los romanos, ó por ser de aquella tierra, ó por ventura era su orgullo tan grande, que les parecia para su valor ser estrecha toda España. Los demás de aquel ejército por el pretor Mummio, que se rehizo de soldados y tenia hasta nueve mil hombres, fueron trabajados y deshechos en algunas batallas que les dió. Por conclusion, pasó á cuchillo otro escuadron de aquella gente, sin dejar ni uno solo que pudiese llevar á su patria las tristas nuevas, con que en fin los de Lusitania se sosegaron y redujeron á lo que era razon. Por estas cosas se determinó el año siguiente, que se contó 602 de la fundacion de Roma, que Mummio en Roma triunfase. En lugar de Fulvio, sabido su desastre y la apretura en que se hallaba, enviaron al cónsul M. Claudio Marcello con ocho mil peones y quinientos caballos de socorro. El gobierno de la España ulterior se encargó á Marco Atilio. El cónsul Marcello, luego que con toda su gente aportó á España, procuró lo mas presto que pudo de apoderarse de la ciudad Ocile, para que la que fué principal en la culpa, fuese la primera en el castigo; pero dado que la tomó y que su culpa era grande, no la quiso asolar, solamente la mandó dar rehenes y acudille con treinta talentos de oro para los gastos. Caia cerca de allí la ciudad de Nertobriga, y como se puede sospechar por las tablas de Ptolemeo, no léjos de Tarazona, y de donde hoy está Calatayud. De allí vinieron embajadores al Cónsul para ofrecerle la ciudad. Mandóles al principio solamente que le acudiesen con cien hombres de á caballo; despues, porque algunos de aquella ciudad, á manera de salteadores, acometieron el postrer escuadron de los romanos y el carruaje, sia admitille la excusa que daban, es á saber, que aquel desacato fué de pocos, y que el pueblo no tenia parte, los cien caballeros fueron vendidos en pública almoneda, y puesto cerco sobre la ciudad, la comenzaron á batir. Enviaron de nuevo embajadores de paz con un una piel de lobo delante como por pendon en una lanza, que tal era la costumbre dé la nacion, los cuales en presencia del Cónsul dijeron que, ora el delito pasado fuese público, ora particular, se debia dar por contento con lo hecho, pues era bastante castigo ver sus campos talados; quemadas sus casas, y sus ciudadanos hechos esclavos y vendidos por tales; que los corazones de los miserables se suelen mas enconar con quitarles del todo la esperanza del perdon, que suele dar fuerzas y ánimo á los flacos, pues ni aun los animalillos y sabandijas perecen sin que se pretendan vengar. Respondió el Cónsul que era por demás tratar ellos en par

ticular de concierto y de paz, si no entrasen en la misma confederacion y liga los Arevacos, los Belos y los Titios, que fueron los primeros á levantarse. No rebusaban aquellos pueblos de concertarse, pero con tal que fuese el asiento conforme á las condiciones que se asentaron con Graco. Inclinábase el Cónsul á esto, y no le parecia mal partido; mas los amigos y confederados le fueron á la mano, ca decian no era justo recebir á la confederacion y condiciones antiguas á los que tantas veces habian faltado y hecho tantos daños, así á los romanos como á los comarcanos, no por otra causa sino por mantenerse en la amistad y devocion del pueblo romano. El Cónsul, dudoso sin saber qué resolucion tomase, acordó se envíasen por ambas partes embajadores á Roma para que allá, oido lo que los unos y los otros alegaban, se determinase lo que pareciese al Senado, y en el entretanto otorgó á los contrarios cierta manera de treguas. Fulvio Nobilior, que en este medio era llegado á Roma, se opuso á aquellos tratos, y con encarecer en el Senado la deslealtad y agravios de aquella gente hizo tanto, que sin concluir cosa alguna, despidieron los embajadores con órden que acudiesen al cónsul Marcello, y que él les daria la respuesta de lo que pedian; resolucion que quitaba del todo la esperanza de la paz, y que ponia en necesidad de volver á las armas. Así se trató en Roma de enviar á los suyos nuevas ayudas, con intento de no parar hasta tener sujetos á los contrarios. El miedo que los soldados tenian era tan grande y la guerra tan peligrosa, que no se hallaba de todas las legiones quien se ofreciese á emprender aquella jornada. Ordenaron pues que por una nueva manera se sorteasen los que hobiesen de ir á España.

CAPITULO II.

Cómo Publio Cornelio Scipion vino por legado ó lugarteniente á España.

En el mismo tiempo Marco Atilio en la España ulterior maltrataba á los lusitanos, y se apoderaba por concierto de muchas ciudades que se le entregaban á partido ya que se llegaba el año siguiente, en el cual cupo por suerte la España citerior al cónsul Lucio Licinio Lucullo, y al gobierno de la ulterior vino el pretor Sergio Galba, y por legado ó lugarteniente del Cónsul vino Publio Cornelio Scipion, llamado el Menor, á quien el cielo reservaba la gloria de sujetar y destruir á la gran Cartago. Era de edad de veinte y cuatro años, y con deseo que tenia de hacer algun servicio señalado á su república, vino á aquella guerra, que los demás soldados tanto aborrecian y temian. Hay quien diga que venido que fué Lucullo á España, Scipion pasó en Africa enviado á Masinisa en embajada para que por respeto de la amistad que con aquel rey tenia su casa, alcanzase dél les enviase elefantes de socorro; pero yo por mas cierto tengo lo que afirma Marco Ciceron, que esto sucedió adelante en el consulado de Manlio. Fué este Scipion casado con hermana de los Gracos, nieta, del otro Scipion Africano, hija de Cornelia, que fué hija de Scipion. Fué otrosí este Scipion nieto por adopcion de Scipion el Mayor, hijo adoptivo de su hijo, ca el padre natural deste Scipion fué Paulo Emilio, hermano de la mujer del otro Scipion; por donde se llamó por sobrenombre Emiliano, así por causa de su padre co

mo para diferencialle del ya dicho Scipion el Mayor, el que, como queda dicho, venció al gran Aníbal y sujetó á la ciudad de Cartago. Volviendo al propósito, en tanto que se esperaba la venida de Lucullo, Marcello, con deseo que tenia de ganar el prez de haber acabado aquella guerra, sacó lo mas presto que pudo sus gentes de los. invernaderos. Anticipóse Nertobriga, que juntó para su defensa y metió dentro de los muros cinco mil arevacos. Numancia asimismo no se descuidó en armar su gente, contra la cual, por ser cabeza de las demás, Marcello enderezaba en primer lugar su pensamiento, y así se adelantó y puso á cinco millas de aquella ciudad, que hacen poco mas de una legua. Pero á instancia de Lintevon, caudillo de los numantinos, se concluyeron últimamente las paces con condicion que los de Numancia desamparasen á los Belos, á los Titios y á los Arevacos. Pretendia en esto el Cónsul, y confiaba que aquellos pueblos, desamparados de la ayuda de Numancia, no se le podrian defender, como sucedió en hecho de verdad, que sin dilacion aquellos pueblos se rindieron á los romanos, y fueron por ellos recebidos en gracia con tal que entregasen rehenes y pagasen seiscientos talentos, como lo dice Estrabon. Llegó Lucullo á su provincia deseoso y determinado de hacer mal y daño; por esto, como quier que la guerra de los celtibe ros estuviese apaciguada, enderezóse con sus gentes á los Carpetanos. De allí pasó el rio Tajo y los puertos hasta llegar á los Vaceos, que eran gran parte de lo que hoy es Castilla la Vieja. En aquella comarca se determinó acometer la ciudad de Caucia, asentada donde al presente vemos la villa de Coca. El color que dió para esta guerra fué vengar los Carpetanos, á los cuales los de aquella ciudad decia él haber hecho mal y daño, mas á la verdad la hambre del oro le despertaba, por ser hombre de poca hacienda entre los romanos: grave enfermedad para gobernadores y capitanes. Salieron los de aquella ciudad á pelear con el Cónsul, pero fueron vencidos y rechazados. Acordaron de rendirse á partido que diesen rehenes, y de socorro cierto número de hombres á caballo; demás desto, los penaron en cien talentos de plata. Asegurados con este concierto los ciudadanos, se allanaron para que entrase en su ciudad la guarnicion de soldados que el Cónsul quiso. Ellos, hecha señal con una trompeta, como lo tenian concertado, pasaron á cuchillo aquella miserable gente que estaba descuidada, sin perdonar á mujeres ni hombres de ninguna edad: deslealtad y fiereza mas que de bárbaros. Por esto, atemorizados los pueblos comarcanos sin confiarse en la fortaleza de sus murallas ni asegurarse de la fe y palabra de los romanos, se retiraron con los suyos y con sus haciendas á los bosques y montes ásperos y enriscados, puesto primero fuego á lo que consigo no pudieron llevar. Lucullo, á quien la pobreza hacia avariento y la avaricia cruel, perdida la esperanza de gozar de aquellos despojos, pasó con sus gentes para sitiar una ciudad llamada Intercacia, que estaba antiguamente asentada casi á la mitad del camino que hay desde Valladolid á Astorga. Asentados sus reales, requirió á los moradores de paz y que se rindiesen. Ellos respondieron que si lo hacian, les guardaria la fé y palabra que guardó á los de Caucia. Alteróse el Cónsul con esta respuesta; ordenó sus haces delante de sus reales para presentar la batalla á los cercados, que ellos

seoso de satisfacerse, rompió por la Lusitania ó Portugal, corrió los campos, mató, quemó y robó todo lo que topaba. Acudieron embajadores de aquella gente movidos destos daños. Hizoles el Pretor un razonamiento muy cuerdo y muy elegante, como persona que era de los mas señalados oradores de Roma, y como tal entre los demás le cuenta Ciceron. Excusó lo que habian hecho, por ser forzados de la necesidad. Díjoles que pues la falta y esterilidad de la tierra los ponia en semejantes ocasiones, avisasen á los suyos de su volun-. tad, que era darles muy mejores campos donde morasen y tuviesen sus labranzas para que sin agravio de los comarcanos se pudiesen sustentar. Señalóles dia en que se viniesen para él repartidos en tres escuadras. Ellos, persuadidos que les venia bien aquel partido, sin sospechar mal ni engaño, obedecieron y cumplieron lo que les era mandado. Engañólos su pensamiento, y el Pretor, no solo no les guardó su palabra, antes como venian descuidados fueron todos despojados de sus armas y muertos: brava carnicería y deslealtad. Parte de los despojos se dió á los soldados; con lo demás se quedó el mismo Galba, con que se entiende vino á ser adelante el mas rico de los ciudadanos romanos.

excusaron con todo cuidado, resueltos de defender su libertad con las murallas y guarnicion y con las vituallas que tenían recogidas para mucho tiempo, sin embargo que los moradores eran muchos, y asaz gran número de gente de á pié y de á caballo de los pueblos comarcanos se habian acogido á aquella ciudad. Solo bicieron algunas salidas y trabaron algunas escaramuzas, en que no sucedió cosa que sea de contar, sino fué que Scipion venció en desafio cierto español principal, robusto y de grandes fuerzas, con quien, dado que ordinariamente delante los reales desafiaba á los romanos, ninguno dellos se atrevió á hacer armas. Padecia el Cónsul grande falta de vituallas; el sustento ordinario de sus soldados era trigo cocido y cebada además de alguna caza; la falta de la sal era la que mas los trabajaba. Por estas incomodidades y por las aguas que, como de sierra, eran muy delicadas, muchos soldados comenzaron á enfermar de cámaras; entreteníalos empero. la esperanza de apoderarse de aquella ciudad. Para batirla juntaron madera, hicieron ingenios á propósito, con que gran parte de la muralla echaron por tierra. Los soldados por las ruinas y por la batería pretendian entrar en la ciudad, y aun Scipion fué el primero que subió á lo mas alto; por lo cual despues fué públicamente alabado, y le fué dada la corona mural. Mas acudieron los de dentro con tanto esfuerzo, que rebatieron á los romanos, sin que pudiesen pasar adelante; y la carga que les dieron fué tan grande, que por la priesa del retirarse no pocos se ahogaron en una laguna. que por allí estaba. La noche siguiente los cercados repararon la parte del muro derribado con grande diligencia y cuidado. Vióse el Cónsul á pique de alzar el cerco sin hacer efecto, si la hambre no forzara á los de dentro á entregarse. Tratóse pues de concierto, y por medio de Scipion, de quien se fiaban mas que del Cónsul, hicieron sus asientos. Las condiciones fueron tolerables, ca solamente se mandó á los ciudadanos que diesen diez mil sayos y cierto número de jumentos y rehenes para la seguridad. Dinero, ni le tenian ni le deseaban, por ser hombres montañeses que vivian de la labranza y de la cria de sus ganados. Movió el Cónsul con sus gentes de aquella ciudad; revolvió sobre Palencia, pero no pudo sujetarla ni rendirla. Algunos sospechan que desde Castilla la Vieja dió la vuelta hácia el Andalucía, y no paró hasta el estrecho de Cádiz, donde, como dice Plinio, presentaron á Lucullo la cabeza de un pulpo de grandeza increible. Añaden que desde allí corrió toda aquella tierra hasta la Lusitania. Sergio Galba, á quien, como se dijo, encargaron el gobierno de la España ulterior, no estaba ocioso, antes en el Andalucía hacia rostro á los lusitanos, que hacian correrías y entradas por aquellas partes, con que trabajaban á los confederados del pueblo romano. Pero como se atreviese en cierta ocasion á pelear con los enemigos en sazon que sus soldados se hallaban cansados del camino, fué desbaratado y muertos siete mil de los suyos, forzado con los demás á huir y meterse en Carmena, como lo dice Apiano (entiendo que ha de decir Carmona, ciudad en aquel tiempo la mas fuerte de aquellas partes, y que estaba asentada cerca de los pueblos llamados Cuneos), donde se refiere que el Pretor pasó el invierno, sin descuidarse punto en rehacerse de fuerzas y juntar gentes. Con que luego que abrió el tiempo, de

CAPITULO III.

De la guerra de Viriato.

Está crueldad de Galba dió ocasion para que los naturales, mas alterados que espantados, emprendiesen de nuevo otra guerra muy famosa, llamada de Viriato; y es así comunmente, que unos males vienen asidos de: de otros, y el fin de un desastre y daño suele ser muchas veces principio de otra mayor desgracia, y el remedio convertirse en mayor daño. No hay duda sino que la guerra de Viriato por espacio de catorce años enteros que duró, con diferentes trances que tuvo, trabajó grandemente el poder de los romanos. Fué Viriato de nacion lusitano, hombre de bajo suelo y linaje, y que en su mocedad se ejercitó en ser pastor de ganados. En la guerra fué diestro; dió principio y muestra siendo salteador de caminos con un escuadron de gente de su mismo talle. Eran muchos los que le acudian y se le llegaban, unos por no poder pagar lo que debian, otros por ser gente de mal vivir y malas mañas; los mas por verse consumidos y gastados con guerras tan largas deseaban meter la tierra á barato. Con esta gente, que ya llegaba á campo formado, comenzó á trabajar los comarcanos, en especial los que estaban á devocion de los romanos, por aquella parte por donde Guadiana desboca en el mar. A la sazon que las cosas se hallaban en estos términos, Galba se partió de España acabado su gobierno, y vino en su lugar Marco Vitilio, año de la fundacion de Roma de 604, el cual puso todo cuidado en deshacer á Viriato y apagar aquella llama; pero él, dejada la Lusitania, se pasó al estrecho de Cádiz, y con resolucion de excusar la batalla, se entretenia en lugares fuertes y ásperos. Acudió el Pretor, y con un cerco que tuvo so◄ bre aquella gente muy apretado, redujo á aquellos soldados, que ya comenzaban á sentir la hambre, á probar secretamente si habria esperanza de concertarse. Pedian campos donde morasen, y prometian de mantenerse en la amistad y fé del pueblo romano. Daba de

buena gana el Pretor oidos á estas práticas. Supo Vi- sin embargo que Lucio Scribonio Libon, tribuno del riato lo que pasaba, y con un razonamiento que hizo á pueblo, y Marco Caton le apretaron con todas sus fuersus soldados, mudaron de parecer. Púsoles delante con zas. Despues, desto Claudio Unimano, con nombre de cuánto peligro pondrian en manos de los romanos sus pretor, vino de Roma el año de 606 contra Viriato; vidas y libertad, en quien ninguna cosa se conocia de mas fué por él vencido y muerto con gran parte de su hombres fuera de la apariencia y el sonido de la lengua ejército que pereció en aquella batalla. Los haces de humana; que si ningun ejemplo hobiera para muestra varas y alabardas, que eran insignias del magistrado, desto, como quier que eran muchos y sin número, por fueron puestas por memoria de aquella victoria y á malo que hizo Galba podian entender que no les era seguro nera de trofeo en los montes de la Lusitania, con tanto dejarse engañar de buenas palabras; que les estaria espanto de los romanos en adelante, y tanto atrevimejor seguirle á él, que era su caudillo, y por sus con- miento de los españoles, que trecientos lusitanos no sejos y mandado llevar adelante lo comenzado, como dudaron de trabar pelea con mil soldados romanos, y gente esforzada no rendirse por verse á la sazon apre- en ella mataron mas en número que ellos eran. Acontados, que los tiempos se mudan. Aprobaron todos este teció otrosí que un peon español puso en huida á muparecer, y para engañar á los romanos sacaron sus gen- chos hombres de á caballo de los romanos, que espantes con muestra de querer pelear. Pusieron la caballe- tados y atónitos quedaban de ver que aquel hombre de ría por frente, y los peones entretanto se pusieron en un golpe mató un caballo y cortó á cercen la cabeza salvo en los bosques que cerca estaban. Despues todos del que en él iba. La batalla en que Claudio Unimano juntos se fueron á una ciudad llamada Tribola, donde quedó desbaratado muestra se dió en el campo y copensaba Viriato entretenerse y continuar la guerra. marca de Urique en Portugal una piedra que allí está Acudieron los romanos; armóles cerca de aquella ciu- de las mas notables que hay en España de romanos, y dad una celada, en que mató hasta cuatro mil dellos y la pone Andrés Resendio en las Antigüedades de Porcon ellos al mismo Pretor. Los demás se salvaron portugal, cuyas palabras, vueltas en castellano y suplidas los piés, y se recogieron á Tarifa; allí como los romanos ayudados de nuevos socorros de los celtiberos tornasen á probar ventura, todos perecieron en la pelea. En lugar de Vitilio vino al gobierno de la España ulterior el pretor Cayo Plaucio, año de la fundacion de Roma 605. Llegó á sazon en España que Viriato corria los campos, primero de los turdetanos, y despues de los carpetanos. Llegados los romanos á vista, dió muestra de huir; siguiéronle los contrarios desapoderadamente, revuelve sobre ellos, y pasa á cuchillo cuatro mil que se habian adelantado mucho. El Pretor, con deseo de librarse desta infamia mas que por esperanza que tuviese de la victoria, pasó adelante en seguimiento del enemigo hasta llegar al monte de Vénus, donde pasado el rio Tajo, Viriato se hizo fuerte. Allí vinieron de nuevo á las manos en una batalla en que fué destrozado no menor número de romanos que antes. De lo cual quedó el Pretor tan escarmentado y medroso, que en medio del estío, como si fuera en invierno, se estuvo encerrado en las ciudades con mayor confianza que tenia en las murallas que en sus fuerzas. Esta batalla creen algunos que se dió en la Lusitania y cerca de la ciudad de Ebora, por causa de un sepulcro que se ve hoy en aquella ciudad con una letra en latin que en romance quiere decir:

LUCIO SILON SABINO EN LA GUERRA CONTRA VIRIATO, EN EL DIS-
TRITO DE EBORA DE LA PROVINCIA LUSITANA, PASADO CON MUCHAS
SAETAS Y DARDOS, Y LLEVADO EN HOMBROS DE LOS SOLDADOS Á
CAYO PLAUCIO PRETOR, MANDÉ QUE de mi dinero se me hiciese
AQUÍ ESTE SEPULCRO, EN EL CUAL NO QUERRIA QUE ALGUNO
FUESE PUESTO NI ESCLAVO, NI LIBRE. SI DE OTRA MANERA 'SE
HICIESE, QUERRIA QUE LOS HUESOS DE CUALQUIERA SE SAQUEN

DE MI SEPULCRO, SI LA PATRIA SERÁ Libre.

Este letrero es el mas antiguo de todos los que en España de romanos se hallan. En el entretanto que estas cosas en España pasaban, Galba fué en Roma acusado de haber quebrantado la fé y palabra á los lusitanos, y por el mismo caso dado causa á los males y daños que resultaron en aquella tierra. Valióle para que le diesen por libre el mucho dinero que llevó de España,

algunas letras que faltan, son:

CAYO MINUCIO HIJO DE CAYO LEMONIA LUBATO TRIBUNO DE LA LE-
GION DÉCIMA GEMINA: AL CUAL EN LA BATALLA CONTRA VIRIATO
ADORMECIDO DE LAS HERIDAS EL EMPERADOR CLAUDIO UNIMANO
DESAMPARÓ POR MUERTO, GUARDADO POR DILIGENCIA DE EBUCIO
SOLDADO LUSITANO, Y MANDADO CURAR SOBREVIVÍ POR ALGUNOS
DIAS: MORÍ TRISTE POR NO GRATIFICAR Á LA MANERA DE ROMA-
NOS Á QUIEN BIEN LO MERECIA.

El año siguiente, que se contaba de Roma 607, Cayo Nigidio, enviado en lugar del Pretor muerto, peleó no con mejor suceso contra Viriato cerca de la ciudad de Viseo en la Lusitania ó Portugal, do escriben está un sepulcro de Lucio Emilio, que murió en aquella pelea. Fué este año memorable y señalado, no tanto por las cosas de España como por el consulado de Publio Cornelio Scipion, de quien arriba hablamos, y al cual el cielo guardaba la gloria de destruir á Cartago la Grande, como lo hizo por este mismo tiempo, de donde fué llamado Africano, sobrenombre que pudo heredar de su abuelo. Consta asimismo que C. Lelio, aquel que en Roma tuvo sobrenombre de Sabio, como lo testificó Ciceron, vino por este mismo tiempo á España y fué el primero que comenzó á quebrantar las fuerzas y ferocidad de Viriato, por ser persona que ayudaba el esfuerzo y destreza con la prudencia, experiencia y uso que tenia de muchas cosas; y con esta empresa se hizo mas esclarecido y nombrado que antes. Tambien es cosa averiguada que el año que se contó 609 de la fundacion de Roma, Q. Fabio Máximo Emiliano, hermano de Scipion, hecho cónsul, vino en España contra Viriato por órden del Senado, que, cuidadoso de aquella guerra, mandó que el uno de los cónsules partiese para España; y para suplir la falta que tenian de soldados viejos, hicieron de nuevo gente en Roma y por Italia, con que se juntaron quince mil infantes y dos mil caballos. Estos se embarcaron para España, y llegaron á una ciudad llamada Orsuna, la cual se entiende sea la que hoy se llama Osuna en el Andalucía. Detúvose allí el Cónsul algun tiempo hasta tanto que con el ejercicio se hiciesen diestros los soldados; y en el entretanto fué ú

Cádiz, que cae no léjos de allí, y en el templo de Hércules ofreció sacrificios y hizo sus votos por la victoria. Al contrario, Viriato, avisado de los apercebimientos que hacian los romanos para su daño, se determinó ir á verse con ellos. Fué al improviso su llegada, y así mató los leñadores y forrajeros del ejército romano y asimismo los soldados que llevaban de guarda. El Cónsul, despues desto, vuelto de Cádiz á sus reales, sin embargo que Viriato le presentaba la batalla, acordó de trabar primero escaramuzas, y con ellas hacer prueba así de los suyos como de los contrarios, excusando con todo cuidado la batalla hasta tanto que los suyos cobrasen ánimo, y quitado el espanto, entendiesen que el enemigo podia ser vencido y desbaratado. Continuó esto por algunos dias; al fin dellos se vino á batalla, en que Viriato fué vencido y puesto en huida. El ejército romano, por estar ya el otoño adelante y llegarse el invierno, fué á Córdoba para pasar allí los frios. Viriato reparó en lugares fuertes y ásperos, que, por tener los soldados curtidos con los trabajos, llevaban mejor la destemplanza del tiempo, sin descuidarse de solicitar socorros de todas partes. En particular envió mensajeros con sus cartas á los Arevacos, á los Belos y á los Titios, pueblos arriba nombrados, en que les hacia instancia que tomasen las armas por la salud comun y por la libertad de la patria, que por su esfuerzo el tiempo pasado habia comenzado á revivir, y al presente corria gran riesgo si ellos con tiempo no le ayudaban. Daban aquellos pueblos de buena gana oidos á esta recuesta, que fué el principio y la ocasion con que otra vez se despertó la guerra de Numancia, como se dirá en su lugar, Juego que se hobieren relatado las cosas de Viriato. Tuvo el consulado junto con Fabio Emiliano, por cuyo órden y valor se acabaron las cosas ya dichas en España, otro hombre principal llamado Lucio Hostilio Mancino, del cual se podria creer que vino tambien á España, y en ella venció á los gallegos, si las inscripciones de Anconitano tuviesen bastante autoridad para fiarse de lo que relatan en este caso. Otros podrán juzgar el crédito que se debe dar á este autor; á la verdad, por algunos hombres doctos es tenido por excelente maestro de fábulas y por inventor de mentiras mal forjadas.

CAPITULO IV.

De lo que Q. Cecilio Metello hizo en España.

El año siguiente, que se contó de la fundacion de Roma 610, salieron por cónsules Servilio Sulpicio Galba y Lucio Aurelio Cota, entre los cuales se levantó gran contienda sobre cual dellos se debia encargar de lo de España, porque cada cual pretendia aquel cargo por lo que en él se interesaba; y como el Senado no se conformase en un parecer, Scipion, preguntado lo que le parecia sobre el caso, respondió que ni el uno ni el otro le contentaban : «El uno, dice, no tiene nada, al otro nada le harta»; teniendo por cosa de no menor inconveniente para gobernar la pobreza que la avaricia, ca la pobreza casi pone en necesidad de hacer agravios, la codicia trae consigo voluntad determinada de hacer mal. Con esto enviaron al pretor Popilio; dél refiere Plinio que Viriato le entregó las ciudades que en su poder tenia; que si fué verdad debió maltratalle en alguna batalla y ponelle en grande aprieto. Despues de

Popilio, el año 611, vino al gobierno de la España citerior el cónsul Q. Cecilio Metello, el que, por haber sujetado la Macedonia, ganó renombre de Macedónico. Su venida fué para sosegar las alteraciones de los celtíberos, que por diligencia de Viriato y á sus ruegos se comenzaban á levantar. De un cierto Quincio se sabe que prosiguió la guerra contra Viriato, sin que se entienda si como pretor ó por mandado y comision del Cónsul. Lo mas cierto es que á las haldas del monte de Vénus, cerca de Ebora de Portugal, este Quincio venció en batalla á Viriato; pero como vencido se rehiciese de fuerzas, revolvió sobre los vencedores con tal brio, que, hecho en ellos gran daño, los forzó á retirarse tan desconfiados y medrosos, que en lo mejor del otoño, como si fuera en invierno, se barrearon dentro de Córdoba, sin hacer caso ni de los españoles, sus confederados, ni aun de los romanos, que, por estar de guarnicion en lugares y plazas no tan fuertes, corrian riesgo de ser dañados. Metello hacia la guerra en su provincia, y sosegó los celtíberos; por lo menos Plinio dice que venció los arevacos; y sin embargo, el año siguiente, que fué el de 612, le prorogaron á él el cargo y gobierno de la España citerior, y para la guerra de Viriato vino el cónsul Quinto Fabio Servilio, hermano que era adoptivo de Fabio Emiliano. Trajo en su compañía diez y ocho mil infantes y mil y quinientos caballos de socorro. Demás desto, el rey Micipsa, hijo de Masinisa, le envió desde Africa diez elefantes y trecientos hombres de á caballo. Todo este ejército, con los demás que antes estaban al sueldo de Roma, no fueron parte para que Viriato en el Andalucía, do andaba, no los maltratase con salidas que hacia de los bosques en que estaba escondido, con tanto esfuerzo, que forzaba á los contrarios á retirarse á sus reales, sin dejalles reposar de dia ni de noche con correrías que hacia y rebates y alarmas que de ordinario les daba, hasta tanto que, mudadas sus estancias, llegaron á Utica, ciudad antiguamente del Andalucía. Desde allí Viriato por la falta de vituallas se retiró con los suyos á la Lusitania. El Cónsul, libre de aquella molestia y sobresaltos, acudió á los pueblos llamados Cuneos, donde venció dos capitanes de salteadores, llamados el uno Curion, y el otro Apuleyo, y tomó por fuerza algunas plazas que se tenian por Viriato con gruesas guarniciones de soldados que en ellas tenia puestas. Los despojos que ganó fueron ricos, los cautivos en gran número, de quien hizo morir quinientos, que eran los mas culpados; los demás, en número de diez mil, hizo verder en pública almoneda por esclavos. Entre tanto que todas estas cosas pasaban en la España ulterior aquel verano, Metello ganó grande honra por sujetar de todo punto los celtiberos y haberse apoderado por aquellas partes de las ciudades llamadas en aquel tiempo Contrebia, Versobriga y Centobriga. De Metello es aquel dicho muy celebrado á esta sazon, porque, como por engañar y deslumbrar al enemigo mudase y trajese el ejército por diversos lugares sin órden, á lo que parecia, y sin concierto, preguntado cerca de la ciudad de Contrebia por un centurion, que era capitan de una compañía de soldados, cuál era su pretension en lo que hacia, respondió aquellas palabras memorables: «Quemaria yo mi camisa si entendiese que en mis secretos tenia parte.» Varon por cierto hasta aquí de prudencia y valor aventajado, dado que por lo

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