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Santo venció una innumerable morisma, y por medio desta victoria libró á los cristianos de un gravísimo tributo, que cada un año entregaban á los moros por parias cien doncellas escogidas, que era una servidumbre miserable. Por esta causa desde entonces se dió principio á la costumbre que tienen los soldados españoles de apellidar el nombre de Santiago y invocar su ayuda al tiempo del pelear. Asimismo en memoria deste beneficio por voto se obligaron de pagar cada un año al templo de Santiago de cada yugada de tierras cierta medida de trigo; costumbre que, por haberse alterado muchas veces, los pontifices romanos con diversas bulas expedidas á este propósito la han renovado, y hoy dia en gran parte de España se guarda. Tiénese por cierto que el tiempo que estuvo Santiago en España se le llegaron muy pocos discípulos; los que mas dicen, cuentan nueve escogidos entre los demás; es á saber, Pedro, obispo de Ebora en Portugal, en cuyo lugar otros ponen á Tesifonte, obispo bergitano, que fué una ciudad no léjos de la que hoy llamamos Almeria; Cecilio, eliberritano, que era una ciudad cerca de donde hoy está Granada; Eufrasio, illiturgitano; Secundo, obispo de Avila; Indalecio, urcitano (Urci se entiende era un pueblo que hoy se llama Verga en los confines de Navarra); Torcuato, accitano, que es lo mismo que obispo de Guadix; Hesiquio, cartesano, no léjos de Astorga; por conclusion, Atanasio y Teodoro, guardas que fueron del sepulcro sagrado, como se tiene por fama, y aun sus sepulcros se muestran del uno y del otro lado del en que está el Apóstol. Algunos escritores piensan que todos estos que llaman discípulos de Santiago, fueron enviados en España por los sagrados apóstoles san Pedro y san Pablo para predicar en ella el Evangelio de Cristo. Pelagio, obispo de Oviedo, que escribió su historia habrá quinientos años, cuenta por discípulos de Santiago á los siguientes: Calocero, Basilio, Pio, Grisogono, Teodoro, Atanasio y Máximo. La antigüedad destas cosas y de otras semejantes, junto con la falta de libros, hace que no nos podamos allegar con seguridad á ninguna destas opiniones ni averiguar con certidumbre la verdad. Quedará al lector libre el juicio en esta parte.

CAPITULO III.

Del emperador Domicio Neron.

A Claudio mató con yerbas que le dió un eunuco que le servia de maestresala y le hacia la salva; otros dicen que Agripina, su mujer, por ver emperador á su hijo Domicio Neron, deseo muy perjudicial para ella misma. Lo que consta es que pasó desta vida el año de 55 de Cristo. Domicio, su entenado y sucesor, gobernó el imperio catorce años, los cinco primeros muy bien, como lo testificaba el mismo Trajano; despues con la edad se despeñó en todo género de torpezas y crueldades, no de otra manera que cuando una bestia fiera se suelta de donde está encerrada, que todo lo asuela, en tanto grado, que dió la muerte á su misma madre, con la cual primero habia pretendido usar deshonestamente. Lo mismo hizo con una su tia y dos mujeres que tuvo, Octavia y Popea, sin perdonar á Séneca, su maestro, ni al inclito poeta Lucano, hijo que fué de Mella, hermano de Séneca, ni á otro gran número de gente principal: cruel carnicería y fea. Pero en lo que mas

se señaló su torpeza fué que, á manera de mujer, tomó el velo y se casó públicamente con un mozo, como si fuera su marido; y al contrario, hizo abrir un muchacho á manera de mujer para casarse con él : tanto puede un apetito desenfrenado. En el teatro, á manera de representante, cantaba y tañia delante de todo el pueblo muchas veces. Pasó tan adelante su locura, que para holgarse y cómo por burla puso fuego á la ciudad de Roma, con que se quemó casi toda. Fué grande la indignacion del pueblo por sospechar lo que era; para remedio impuso á los cristianos haber causado aquel daño, y así, fué el primero de los emperadores romanos que los persiguió y afligió con todo género de tormentos. Derramaba por una parte las riquezas que decia solo debian servir, de dallas; por otra codiciaba y tomaba contra razon las ajenas, como monstruo compuesto de vicios contrarios. De la hacienda pública era pródigo, codicioso de los bienes particulares. Por este tiempo el famoso encantador Apolonio Tianeo, entre otras provincias por donde discurrió, vino tambien á España. Lo mismo hizo el apóstol sau Pablo despues que se libró en Roma de la cárcel, segun que en la Epistola á los romanos mostró desearlo y pretenderlo. Así lo dicen graves autores, y aun se tiene por cierto que en este viaje puso de su mano por obispo de Tortosa á Rufo, hijo de Simon el Cireneo, aquel que ayudó á llevar la cruz á Cristo, y hermano de Alejandro. Asimismo Beda y Usuardo testifican que dejó por obispo de Narbona á Sergio Paulo, al cual, de procónsul que era en la isla de Chipre, convirtió en siervo de Cristo, segun que en los Actos de los Apóstoles se refiere. Y aun no falta quien diga que llevó consigo á Jeroteo, por sobrenombre el Divino, maestro de Dionisio Areopagita, de España donde era natu ral y tenia cargo del gobierno, como persona que era de. grande autoridad y prudencia. Otros contradicen todo esto por razones que aquí no se refieren. Porque lo que el Metafraste afirma que el apóstol san Pedro asimismo vino á España, los mas eruditos lo tienen por engaño y cosa sin fundamento; verdad es que desde Roma envió á san Saturnino por primer obispo de Tolosa la de Francia, al cual sucedió Honorato, cántabro de nacion, que envió á Firmino, hijo de Firmo, á predicar el Evangelio en lo mas adentro de Francia. Obedeció él, y predicó primero en Angers, despues en Beoves, y últimamente en Amiens; y fué el primer obispo de aquella ciudad, y en ella derramó su sangre, y como á tal le hacen fiesta y tienen templo consagrado en su nombre. Honesto, sacerdote de Saturnino, enviado por él á Pamplona para enseñar en aquella ciudad y su comarca el Evangelio, fué maestro de Firmino, y le enscñó en su tierna edad, ca era natural de Pamplona; pero esto sucedió algo adelante. Habia Servio Sulpicio Galba gobernado la España citerior por espacio de ocho años. Era ya muy viejo y de mas de setenta años cuando le nombraron emperador con esta ocasion; Julio Vindice, á cuyo cargo estaba la Gallia Narbonense, alterado por las crueldades de Neron y por las demás torpezas suyas, convidó á Galba como persona de grande autoridad, y le requirió por sus cartas que acudiese al remedio de tanto mal con aceptar el imperio. Excusóse Galba de hacer esto por su mucha edad y por la grandeza del peligro; por esto el mismo Vindice se declaró y tomó las armas contra Neron. Sabido lo que pasaba en la Gallia,

Galba asimismo en una junta de personas principales que de toda España tuvo en Cartagena, con un razonamiento muy cuerdo relató las causas por donde le parecia, no solo lícito, sino necesario acudir á las armas en aquella demanda y socorrer á la república. Dijo que Neron era un cruel monstruo y fiero, cuyos vicios con ningun sacrificio se podian mejor atajar que con su misma sangre; que todos ayudasen á la madre comun afligida y echada por tierra, antes que con aquel fuego se abrasasen todas las provincias, con el cual casi toda la nobleza romana y muchas otras familias estaban acabadas; tan grande era la crueldad y fiereza de aquel hombre, si se debía llamar hombre, y no antes bestia fiera. Lo que por los otros pasaba podia tambien avenir á los demás y á cada cual de los que allí presentes se hallaban, pues ni la inocencia de la vida ni la honestidad de las costumbres eran parte para librar á ninguno de aquel tirano, que se gobernaba, no por razon, sino por fuerza y antojo. Si su propio peligro no bastaba para despertarlos, mirasen á lo menos por sus hijos, por salvará los cuales las mismas bestias se meten por el hierro y por las flamas, forzadas del amor natural que tienen á los que engendraron. Acaso se hallaba presente un niño que, sin respeto de su tierna edad, había sido desterrado á Mallorca por Neron. Encendidos pues los que presentes estaban con tal espectáculo y con el razonamiento que les hizo Galba, con grande alarido, que todos se levantaron, le apellidaron Augusto y emperador; mas él no quiso aceptar el tal nombre, antes protestó que seria capitan del pueblo romano y lugarteniente del Senado contra Neron, que fué una modestia notable. Mucho ayudó para llevar adelante estos intentos Oton Silvio, gobernador que á la zazon era de la Lusitania, y los años pasados tuvo grande cabida con Neron; que aprobó el consejo de Galba, y resuelto de correr la misma fortuna con él, acuñó todo el oro y plata, que tenia en gran cantidad, para los gastos de la guerra y paga de los soldados. Por todo lo cual fuera digno de inmortal renombre si acometiera tal empresa en odio del tirano, y no pretendiera vengar sus disgustos particulares y la afrenta que le hizo Neron en tomarle por su combleza á Popea Sabina, su mujer; para gozar de la cual mas á su voluntad con muestra de honrar á Oton le alejó de Roma y le hizo gobernador de la Lusitania, que era lo postrero de España y del mundo. Hecho esto y despues de la muerte que dió Neron á Octavia, su mujer, hija del emperador Claudio, se casó con Popea, que fué nuevo dolor para el otro marido y nueva afrenta. Tuvo Oton, así por esta ayuda como por ser persona de ingenio, el primer lugar acerca del nuevo Emperador, aunque en competencia de Tito Junio, su lugarteniente; bien que se le adelantaba en ser mas amado del pueblo, porque sin mirar á interés daba la mano á los necesitados, y Junio acostumbraba á vender los favores del nuevo Príncipe, por donde tenia ofendida gran parte de la gente y de los soldados. Julio Vindice en la Gallia, donde se declaró contra Neron, vencido en batalla, se dió á sí mismo la muerte. Virginio Rufo, que fué el que le desbarató, no quiso tomar el imperio para sí como pudiera; antes lo remitió todo á la voluntad del Senado, que fué una señalada templanza y modestia. Esto mandó que despues de su muerte se declarase en un dístico cortado en su sepultura y lucillo en latin, que hace este sentido:

¿QUIÉN YACE AQUÍ? RUFO.

¿EL QUE AL TIRANO VINDICE VENCISTE? sí;

MAS NO EL SCEPTRO

TOMÉ. ¿PUES QUIÉN ?

MI PATRIA DE MI MANO.

CO

Mucho se alteró Galba con las nuevas del desastre de Vindice; parecia que la fortuna ó fuerza mas alta era contraria á sus intentos. Recogióse casi perdida la esperanza á la ciudad de Clunia (este nombre está corrompido en Plutarco, que pone colonia por Clunia, mo se entiende por las monedas que se hallan en España de Galba, por las cuales se ve que en aquella ciudad le dieron el imperio ); pero no tardó de llegar otra nueva de la muerte de Neron, con que volvió sobre sí y cobró ánimo. El caso pasó de esta manera. Luego que el Senado tuvo aviso de lo que Julio Vindice en la Gallia y despues Galba en España hicieron, que fué levantarse contra Neron y tomar las armas, entraron en pensamiento que podrian derribar al tirano. Con este intento hicieron un decreto en que declararon á Neron por enemigo de la patria. Llegó el negocio á que sus mismas gentes y criados le desampararon, como suelen todos aborrecer á los malos. Huyó él y escondióse cerca de Roma en una heredad de un su liberto llamado Faonte; allí, perdida la esperanza de salvarse, por no venir á las manos de sus enemigos, se dió á sí mismo la muerte en edad que tenia de treinta y dos años. Desta manera acabaron las maldades deste príncipe, y en él la alcuña de los Césares y Claudios, que tantos años tuvieron el imperio de Roma. Túvose por entendido, principalmente entre los cristianos, que sanó de la herida, y que á su tiempo se mostraria al mundo con oficio de Antecristo. Lo cierto es que Galba, avisado de lo que pasaba, acordó de partir sin dilacion para Roma; llevó en su compañía para guarda de su persona y para todo lo que sucediese una legion de soldados escogidos de todas las partes de España. Llevó otrosí á Fabio Quintiliano, natural de Calahorra, que fué aventajado en la profesion de la retórica. Sus instituciones oratorias cstuvieron perdidas por mas de seiscientos años. Hallólas y sacólas á luz Pogio Florentin en tiempo del concilio de Constancia en cierto monasterio de aquella ciudad. Las declamaciones que andan al fin de aquella obra en su nombre, por el mismo estilo, se entiende fueron de otro autor. A la sazon que acabó Neron era cónsul en Roma Silio Itálico, que fué el año de Cristo de 69. Los mas sienten que este cónsul fué español; Crinito dice que nació en Roma, pero que su descen-¡ dencia era de España; Gregorio Giraldo afirma que en lo uno y en lo otro hay engaño, y que fué natural de los Pelignos, pueblos del reino de Nápoles, y nació en un lugar de aquella comarca llamado Itálica, de que procedió el engaño de los que le hicieron de España por haber en ella otra ciudad del mismo nombre. La verdad es que con la edad, dejado el gobierno de la república, se retiró en cierta heredad que tenia camino de Nápoles, en que pasaba la vida y se entretenia en los estudios de poesía; y en particular escribió en verso leróico la segunda guerra Púnica que hicieron los romanos contra los cartagineses. Por el mismo tiempo floreció en Roma Séneca, llamado el Trágico, de las tragedias que compuso muy elegantes, á diferencia de Séneca

el Filósofo, con quien no se sabe si tuvo algun deudo, bien que muchos lo sospechan por convenir en el nombre y ser casi del mismo tiempo. Quintiliano hace mencion de una sola tragedia que andaba en nombre de Séneca el Filósofo, que debió perderse con el tiempo. Volvamos á Galba que, llegado á Roma, gobernó el imperio por espacio de siete meses; al cabo dellos los soldados de su guarda, que llamaban pretorianos, en un motin que levantaron le dieron la muerte. Estaban irritados por no darles el donativo de que les dieran intencion, y que ellos esperaban. Principalmente se ofendian de la severidad de Galba, cosa que costumbres tan estragadas no llevaban bien; y en particular los alteró cierta palabra que se dejó decir, es á saber, que él no compraba, sino que escogia los soldados. El que los alborotó últimamente fué Oton, por ver que Galba adoptó poco antes por su sucesor en el imperio á Pison, mancebo de grandes prendas y partes. Dolíase que lo que á él se debia por lo mucho que le ayudara y sirviera se hobiese dado á otro que no lo merecia. Concertóse con algunos de aquellos soldados, y á cierto dia señalado se hizo llevar en una silla á los alojamientos de los pretorianos, donde sin tardanza fué saludado por emperador. Desde allí revolvió contra Galba, y le dió la muerte juntamente con Pison y Tito Junio; pero el poder adquirido por maldad no le duró mucho, ca soJamente tuvo el imperio por espacio de noventa y cinco dias. Fué así que las legiones de Alemaña, á ejemplo de lo que hiciera el ejército de España, pretendieron que tambien podian ellos dar emperador á la república, y en efecto, nombraron por tal á su general Aulo Vitellio. Juntósele la Gallia sin dificultad; España andaba en balanzas. Acudió primero Oton, y por tenella de su parte, le otorgó que tuviese jurisdiccion sobre la Mauritania Tingitana; de que resultó por largos tiempos que los de aquella tierra acudian con pleitos á la audiencia ó convento que los romanos tenian en Cádiz, y aun quedó sujeta á los godos el tiempo que fueron señores de España. Sin embargo, Lucio Albino, gobernador de la Mauritania, para asegurar mas el partido de Oton, pasó en España; pero fué rechazado y forzado á dar la vuelta por Cluvio Rufo, al cual Galba dejó en el gobierno de España, y despues de su muerte estaba declarado por Vitellio. La conclusion y el remate destas diferencias fué que Oton, rodeado de grandes dificultades, salió al encuentro á los enemigos hasta Lombardía, do los suyos fueron vencidos cerca de un pueblo llamado Bebriaco, situado entre Verona y Cremona. Y él, luego que llegó la nueva deste desastre, en Brijelo donde se habia quedado, se dió la muerte con sus mismas manos en edad que era á la sazon de treinta y ocho años. Parecióle que con esto se excusaba que no fuese adelante aquella guerra cruel y perjudicial para ambas las partes y para todo el imperio. Con el aviso desta victoria, Vitellio desde la Gallia, en que se entretenia, pasó los montes y se metió por Italia; llegó por sus jornadas á la ciudad de Roma, en que hizo su entrada armado y rodeado de soldados no de otra manera que si triunfara de su patria. Esto y ser el progreso de su gobierno semejante á estos principios le hizo muy odioso. Habia pasado su edad en torpezas, y con el poder continuaba la libertad de los vicios y mayores maldades; por esta causa comenzó á ser tenido en poco, y las legiones del

oriente tomaron ocasion para probar tambien ellas ventura y nombrar emperador, como lo hicieron con mayor acierto y prudencia que las demás.

CAPITULO IV.

De los emperadores Flavio Vespasiano y sus hijos.

Flavio Vespasiano, cabeza que fué y fundador del linaje nobilísimo de los Flavios, en tiempo del emperador Claudio y por su mandado hizo la guerra en Ingalaterra y en una isla llamada Vecta, puesta entre Francia y la misma Ingalaterra, que dejó del todo sujeta. Con esto y con las muchas victorias que ganó en esta empresa se hizo muy conocido; pero por correr adelante los temporales muy turbios, se retiró y se fué á vivirá cierto lugar apartado, de do el año penúltimo de Neron le llamaron para encargarle la guerra contra los judíos, gente porfiada y que con grande obstinacion andaban alborotados. Grandes dificultades tuvo en esta empresa, mas al fin salió con lo que pretendia. Tenia sujetada casi toda aquella provincia cuando sus mismos soldados le nombraron y hicieron emperador. Muciano, gobernador que era de la Suria, por una parte, y por otra Tiberio Alejandro, á cuyo cargo estaba lo de Egip to, le convidaron y exhortaron á tomar el imperio; y tomada resolucion, hicieron cada cual á sus legiones que le jurasen por tal, que fué abrir camino á las otras provincias para que con grande voluntad se declarasen. Era necesario lo primero acudir á Italia, donde Vitellio estaba apoderado. Tomó este cuidado Muciano; mas anticipóse Antonio Primo, que estaba en Pannonia 6 Hungría, y fué el primero que por parte de Vespasiano rompió por Italia, y cerca de Verona desbarató un ejército de Vitellio. Sucedieron otros muchos trances, que se dejan; en conclusion, el mismo Vitellio el nono mes de su imperio fué en Roma muerto en edad de cincuenta y siete años. Con esto Vespasiano, dejando á su hijo Tito para dar fin á la guerra judáica, pasó á Egipto, y desde Alejandría se hizo á la vela con buenos temporales; aportó á Italia, y llegó el año 72 de Cristo. En Roma, con gran voluntad del Senado y del pueblo, entró en posesión del imperio, que estaba para para perderse por la revuelta de los tiempos y por la mala traza de los emperadores pasados. Gobernó la república por espacio de diez años enteros con tanta prudencia y virtud, que fuera del conocimiento de Cristo, casi ninguna cosa le faltaba. Algunos le tachan de codicioso; pero excúsale en gran parte la grande falta do los tesoros públicos y los temporales tan revueltos, demás de grandes edificios que levantó en Roma, entro los demás el templo de la Paz y el Anfiteatro, dos obras de las mas soberbias del mundo. Fué el primero de los emperadores romanos que señaló salarios cada un año á retóricos latinos y griegos para que enseñasen aquel arte en Roma. Acabó su hijo de sujetar la provincia de Judea, entró por fuerza y asoló la santa ciudad de Jerusalem, triunfó en Roma juntamente con su padre. La pompa y aparato fué muy grande; llevaban delante, entre otras cosas, el candelero de oro y los demás vasos y ornamentos muy ricos y muy preciosos del templo de Jerusalem. Grande fué el número de los judíos cautivos; parte dellos, enviados á España, hicieron su asiento en

la ciudad de Mérida. Así lo testifican sus libros; si fué así ó de otra manera, no lo determinamos en este lugar. Lo que consta es que les vedó morar de allí adelante ni reedificar la ciudad de Jerusalem; demás desto, que al principio de su imperio, con intento de granjear á España y sosegarla, que estaba inclinada y aun declarada por Vitellio, otorgó á todos los españoles que gozasen de los privilegios de Latio ó Italia para que fuesen tratados como si hobieran nacido en aquellas partes. Por este tiempo Licinio Larcio era pretor de la España citerior. Deste se refiere que fué tan aficionado -á las letras, y en particular por esta misma razon hacia tanto caso de Plinio, que al tanto vino á la sazon con cargo de cuestor á España, que deseaba comprar algunos de sus libros, como su Historia natural y otros algunos por gran suma de dinero. Deste Licinio se entiende que edificó la puente de Segovia, obra de maravillosa traza y altura, tanto, que el vulgo piensa que fué edificio del demonio; otros atribuyen esta puente al emperador Trajano, pero ni los unos ni los otros alegan razon concluyente. Lo mas cierto es que un pueblo de Galicia, que hoy se llama Betanzos y antiguamente Flavio Brigancio, y otro que se llama el Padron, y antes se llamó Iria Flavia, demás desto el municipio llamado Flavio Axatinano, hoy Lora, con otros pueblos de semejantes apellidos, fueron fundados por personas del linaje de Vespasiano, que todos se llamaban Flavios, por lo menos en gracia deste emperador ó de alguno de sus hijos tomaron los apellidos sobredichos que antiguamente tuvieron. Pocos años ha que en los montes de Vizcaya se halló una piedra con esta letra:

HIC IACET CORPUS BILELAE SERVAE IESU CHRISTI.

que quiere decir: «Aquí yace el cuerpo de Bilela, sierva de Jesucristo.» Y porque tiene notada la era 105, algunos entienden que falleció por este tiempo, y aun quieren ponerla en el número de los santos sin bastante fundamento, antes en perjuicio de la autoridad de la Iglesia, que no permite se forjen libremente nuevos nombres de santos, ni es razon que así se haga. Yo tengo por mas probable que aquella piedra no es tan antigua, antes que le falta el número milenario, como se acostumbra á callarle, y que solo señalaron los demás años; y es cierto que en tiempo de Vespasiano no estaba introducida la costumbre de contar los años por eras; fuera de que la llaneza de aquel letrero no da muestra de tanta antigüedad ni tiene la elegancia y primor que entonces se usaba, como se pudiera mostrar por una epístola de Vespasiano, que pocos años ha se halló en Cañete, pueblo que antiguamente se llamó Sabora, cuyas palabras cortadas en una plancha de cobre no me pareció poner aquí, ni en latin, porque no las entenderian todos, ni en romance, porque perderian mucho de su gracia. En nuestra Historia latina la hallará quien gustase destas antiguallas. Llegó el emperador Vespasiano á edad de setenta años; falleció en Roma de su enfermedad á 24 dias del mes de junio, año de nuestra salvacion de 80. Fué dichoso, así bien en la muerte que en la vida, por dejar en su lugar un tal emperador como fué Tito, su hijo, ca en todas las virtudes se igualó á su padre, y se le aventajó mucho en la afabilidad y blandura de condicion y en la liberalidad de que siempre usaba, tanto, que decia no era razon que ninguno

de la presencia del príncipe se partiese descontento. Acordóse cierta noche que ninguna merced habia hecho aquel dia; dijo á los suyos: Amigos, perdido hemos este dia; y es así, que los príncipes han de ser como Dios, que ni se cansa de que le pidan, ni sin pedille de hacer á todos bien. Con estas virtudes granjeó tanto las voluntades, que comunmente le llamaban regalo y deleite del género humano. Cortóle la muerte los pasos muy fuera de sazon, ca no pasaba de 42 años. Tuvo el imperio solos dos años, dos meses y veinte dias. Falleció á 13 del mes de setiembre, año de Cristo de 82. No se averigua que haya por este tiempo sucedido en España cosa alguna notable; parece estaba sosegada, y con la paz reparaba y recompensaba los daños del tiempo pasado. Tenia tres gobernadores, como se dijo arriba; el de la Bética, el de la Lusitania y el de la España Tarraconense; todos se llamaban pretores, que ya se habia tornado á usar este nombre. En la Bética se contaban ocho colonias romanas y otros tantos municipios, que eran menos privilegiados que las colonias, á la manera que entre nosotros las villas respecto de las ciudades. Las audiencias para los pleitos eran cuatro: la de Cádiz, la de Sevilla, la de Ecija y la de Córdoba. La Lusitania tenia cinco colonias y un municipio, que era Lisboa, llamada por otro nombre Felicitas Julia; tres audiencias: la de Mérida, la de Badajoz, la de Santaren, que entonces se llamaba Scalabis. La España citerior ó Tarraconense tenia catorce colonias, y aun algunos señalan mas, trece municipios, siete audiencias, es á saber la de Cartagena, la de Tarragona, la de Zaragoza, la de Clunia, que es Coruña, la de Astorga, la de Lugo, I la de Braga. Acostumbraban asimismo los pretores, acabudo el tiempo de su gobierno entre tanto que aguardaban el sucesor, á llamarse legados ó tenientes, y no propretores como se usaba antiguamente. Echóse de ver y campeó mas la bondad del emperador Tito con el sucesor que tuvo y sus desórdenes, que fué su hermano Domiciano, persona desordenada y que degeneró mucho de sus antepasados, y fué mas semejable á los Nerones que á los Flavios. Sus vicios y torpezas fueron de todas suertes; su locura tan grande, que, lo que ninguno de sus predecesores hiciera, mandó que á su mujer diesen nombre de Augusta, y á él mismo de señor y de dios. Publicó un edicto, por el cual desterró de Roma y de toda Italia á todos los filósofos, como lo dice Suetonio. Yo por filósofos entiendo los que abrazaban la filosofía cristiana, por señalarse en costumbres y bondad, á la manera que los filósofos se aventajaban en esto á los demás del pueblo; por lo menos es cosa averiguada que Domiciano persiguió á los cristianos de muchas maneras. A san Juan Evangelista envió desterrado á la isla de Patmos; dió la muerte á Marco Acilio Glabrion cuatro años despues que fuera cónsul; asimismo quiló la vida por la misma causa á Flavio Clemente, persona otrosí consular, y á su mujer Flavia Domicila envió desterrada á la isla de Ponza, sin respeto del deudo que tenia con entrambos. Deste destierro fué adelante esta señora traida á Terracina, y por mandado del emperador Trajano dentro de su aposento la quemaron con todas las criadas que le hacian compañía. Esta carnicería que hacia Domiciano de cristianos, se entiende le aceleró la muerte, que pronosticaron muchos rayos que cayeron por espacio de ocho

en tiempo del papa Eugenio III, y por su mandado yendo al concilio que se celebraba en Rems de Francia, de camino en Paris tuvo noticia de aquel cuerpo santo, y acabado el concilio la dió en España; que de todo punto estaba puesta en olvido cosa tan grande. Esta fué la primera ocasion de traer aquella santa reliquia á Toledo. Lo demás de aquel sagrado cuerpo, á instancia del rey de España don Filipe el Segundo, dió su cuñado Carlos IX, rey de Francia, para que asimismo se trajese á la dicha ciudad, donde entró con grande aparato y majestad el año de 1565; y en la iglesia Metropolitana fué puesto en propia capilla debajo del altar mayor. No falta quien sospeche que un cierto Filipo, enviado por san Clemente por obispo en España, ó un Marcelo, que san Dionisio en Francia le dió por compañero, como se ve en la Vida de San Clemente, escrita por Micael Sincello, fué el que nosotros llamamos Eugenio, y que este nombre de Eugenio, que es lo mismo que bien nacido, le dieron por la nobleza de su linaje, y el otro, cualquiera que fuese de los dos, era su nombre propio que recibió de sus padres. Muévense á sospechar esto por no hallarse mencion de san Eugenio en algun autor grave y antiguo, y asimismo porque no hay alguna otra memoria de los sobredichos Filipo y Marcelo. Pero estas conjeturas ni son bastantes del todo, ni del todo se deben menospreciar; podrá cada cual sentir como le agradare. Cosa mas cicrta es que en tiempo deste Emperador florecieron en Roma tres poetas españoles muy conocidos por sus versos agudos y elegantes; el primero fué Marco Valerio Marcial, cino de Bilbili, pueblo situado cerca de donde hoy está Calatayud; el segundo Cayo Canio, natural de Cádiz; el postrero Deciano, nacido en Mérida la Grande.

meses continuos. Su codicia al tanto le hizo muy odioso, porque luego se apoderó de las riquezas de los mártires. Algunos para ganalle la voluntad acusaron al mayordomo de Domicila, por nombre Estefano, de tener encubierta y usurpada la hacienda de su señora. Fué avisado del peligro, acudió al remedio con ponerse á otro mayor, y fué que se conjuró con ciertas personas de dar la muerte al que se la tramaba, como lo puso por obra dentro de su mismo palacio á 18 de setiembre, año de nuestra salvacion de 97. Era á la sazon Domiciano de cuarenta y cinco años; tuvo el imperio quince años y cinco meses. Su muerte dió mucha pena á los soldados, porque, para asegurarse, les daba y permitia cuanto querian; á todos los demás fué tan agradable, que entre los denuestos que le decia el pueblo, los sepultureros le llevaron á sepultar en unas andas comunes sin pompa ni honras algunas. En el Senado que se juntó luego, sabida su muerte, muchos fueron los baldones que se dijeron contra él ; y porque no quedase memoria de cosa tan mala y otros escarmentasen de seguir sus pisadas, mandaron que en toda la ciudad borrasen y derribasen las arinas y insignias de Domiciano, ejemplo que imitaron las demás provincias, como se da á entender por una letra que está en la puente del rio Tamaga, cerca de Chaves, pueblo de Galicia, que antiguamente se llamó Aquae Flaviae, donde los nombres de Vespasiano y de Tito están enteros, y el de Domiciano picado. Parece por aquella letra que aquella puente se hizo en tiempo destos tres emperadores. Por lo que toca á España, Domiciano publicó un edicto muy extraordinario; mandó que en ella no se plantasen algunas viñas de nuevo. Debia pretender que no se dejase por esta causa la labor de los campos y la sementera; decreto por ventura digno que en nuestro tiempo se renovase.. Por estos mismos tiempos Eugenio, primer arzobispo de Toledo, derramó su sangre por la fe de Jesucristo; su martirio pasó desta manera. San Dionisio Areopagita desde la Gaflia, donde predicaba el Evangelio, envió á san Eugenio, como se tiene por cierto, para que hiciese lo mismo en España. Obedeció el santo discípulo á su maestro, echó la primera semilla del Evangelio por aquella provincia muy anclia, y particularmente en la ciudad de Toledo hizo mayor diligencia y fruto. Despues, ya que quedaba la obra bien encaminada, con intento de visitar á su maestro, que estaba muy adentro de Francia, partió para ella. Prendiéronle ya que llegaba al fin de su viaje; y conocido por los soldados del prefecto Sisinio, gran perseguidor de cristianos en aquellas partes, le quitaron la vida. Su sagrado cuerpo echaron en un lago llamado Marcasio, de donde con el tiempo, ya que la Francia era cristiana, Hercoldo, hombre principal, por divina revelacion le hizo sacar y llevar á Diolo, que era una aldea por allí cerca, y en ella edificaron un templo de su nombre para mas honrarle. Desde allí, con ocasion de cierto milagro, fué trasladado y puesto en el famoso templo de San Dioni sio, que está á dos leguas pequeñas de Paris. Pasaron adelante muchos años, hasta que en tiempo del rey de Castilla don Alonso el Emperador, y por su intercesion y la mucha instancia que sobre ello hizo, Ludovi~ co VII, rey de Francia, su yerno, le dió un brazo de san Eugenio para que se trajese á Toledo. Fué gran parte para todo don Ramon, arzobispo de Toledo, ca

CAPITULO V.

De los emperadores Nerva, Trajano y Adriano.

ve

Por muerte de Domiciano el Senado nombró por em perador á Cayo Nerva, viejo de grande autoridad, pero ocasionado á que por el mismo caso le menospreciasen. Conoció este peligro, y en parte le experimentó. Acordó para asegurarse de adoptar por hijo y nombrar por compañero suyo y sucesor á M. Ulpio Trajano, hombre principal y muy esclarecido en guerra y en paz; era español, natural de Itálica, ciudad puesta muy cerca de Sevilla. Dió asimismo por ningunos los decretos y edictos de Domiciano, con que muchos volvieron del destierro, y en particular san Juan Evangelista, de la isla de Patmos á su iglesia de Efeso. Algunas otras cosas se ordenaron á propósito de concertar la república y reparar los daños pasados. Imperó Nerva solos diez y seis meses, y por su muerte Marco Ulpio Trajano, su hijo adoptivo, se encargó del imperio por el mes de febrero del año de nuestra salvacion de 99. Igualaron sus muchas virtudes á la esperanza que dél se tenia. Ayudó á su buen natural la excelencia del maestro, que fué el gran filósofo Plutarco, cuya anda una epístola escrita al mismo Trajano al principio de su imperio, no menos elegante que grave en sentencias. La suma es avisarle cómo se debia gobernar; que si enderezase sus acciones conforme á la regla de virtud y enfrenase sus antojos, fácilmente gobernaria á sus súbditos sin reprehension; que el desórden de los príncipes no solo acarrea daño

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