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Ahora bien, para nosotros, cuando menos, es indudable que MARIANA comprendió todo el riesgo que llevaba consigo esta reforma. Es preciso detenerla, dijo para sí, y los medios puestos hasta ahora en juego son insuficientes. Las armas no acaban con las revoluciones; las armas bastan, cuando mas, para levantarles diques, que aquellas han de romper tarde ó temprano. Mientras subsistan las causas que les dieron orígen, las revoluciones pueden estar reducidas á la impotencia; pero viven, y viviendo son temibles. Enhorabuena que los reyes empleen contra ellas la espada; pero esto no basta si los amenazados no empiezan por acceder á los deseos justos de sus enemigos. Se pide á voz en grito la reforma de la Iglesia, y la Iglesia debe sin duda reformarse. ¡Ojalá lo hubiese hecho al sentir el primer soplo del huracan sobre su frente!

Conocia bien MARIANA las fuerzas y recursos de sus adversarios, la indole de la guerra enta— blada, lo peligroso que podia parecer á sus mismos amigos haciendo concesiones á los rebeldes, la astucia de que debia usar para con unos y para con otros á fin de vencerlos; y hecho el apresto de armas necesario, entró en combate con toda la energía de que era susceptible su alma. Llevaba dentro de sí un pensamiento que, como hemos indicado, habia de ser á sus ojos el objeto final de sus esfuerzos; mas lo ocultó por mucho tiempo, y puede asegurarse que no lo reveló nunca sino embozadamente y como quien lo vierte al acaso sin intencion marcada.

«La religion, dijo, es el verdadero culto de Dios, derivado de la piedad del ánimo y del conocimiento de las cosas divinas (1).» ¿Qué quiso ya indicar con esta definicion MARIANA sino que la religion no es, como algunos creen, hija exclusiva del sentimiento, sino del sentimiento y de la razon que, habiéndose elevado á las ideas de Dios, comprende que ha de amar al sér de quien fué separado y á quien debe su existencia? Entre la religion y la ciencia, añade, no hay un abismo, hay una identidad completa; y basta verlas separadas para comprender que la religion está condenada á morir, que la religion es falsa. En la época del paganismo, continúa, á un lado estaban los sacerdotes, al otro los filósofos; ved si el paganismo no ha muerto al fin abriendo paso al cristianismo. La verdad es una; ni es posible que haya mas de una religion ni que deje de confundirse con ella la filosofia (2).

En un siglo en que se proclamaba con entusiasmo la soberanía de la razon, escribir estas palabras ¿no era ya colocarse en el terreno de los disidentes? No era lamentarse, por una parte, del divorcio que se estaba verificando entre la religion y la filosofia, y manifestar, por otra, que preveia la inevitable muerte del catolicismo? No era decir: racionalícese la religion, ya que solo la razon es admitida como orígen legítimo de las creencias de los pueblos? Bastaria para convencernos de que MARIANA Consignaba con esta intencion tales ideas recordar por un momento la tendencia general de todas sus producciones literarias; mas nos lo prueban aun de una manera mucho mas eficaz otras ideas vertidas á continuacion de aquellas, destinadas á revelar la necesidad de eliminar del cristianismo todo género de supersticiones, mas que estuviesen autorizadas por la tradicion y la fuerza de los siglos.

«Nada, dice, hay mas contrario á la religion que la supersticion; como aquella procede de la verdad, procede esta del error y la mentira.» Y qué, ¿podemos acaso negar que supersticiones las hay en la religion que profesamos? Nuestros anales eclesiásticos están llenos de manchas; existen en la mayor parte de los templos reliquias de dudoso orígen; se entregan á la adoracion de los fieles cuerpos de gentes profanas como si fuesen de mártires y santos. ¿Hemos de confirmar al vulgo en sus preocupaciones, en lugar de disiparlas con la antorcha de la crítica? ¿Habré

(1) De adventu B. Jacobi Apostoli in Hispaniam, §. 1.

(2) Id., id.

mos, por no parecer impios, de callar sobre tan graves escándalos, lo mas ofensivos posible á la santa doctrina que todos sostenemos? Es triste que no quepa negar lo que no puede confesarse sin que se pinte el rostro de vergüenza; pero considero en todo cristiano hasta el deber de contribuir con todas sus fuerzas á quitar tan negro borron de nuestra historia. El concilio de Trento propuso la obra, y los pontifices la han inaugurado ya con un éxito brillante; trabajemos todos porque se consume, y toda mancha se borre, toda tiniebla se disipe (1).

Estos abusos de la Iglesia, tan oportunamente denunciados, eran la principal arma de que los reformistas se valian para encender la nueva revolucion en las naciones; y MARIANA pensó ante todo en arrebatársela. ¿Podia seguir al parecer mejor camino para arrostrar luego con ventaja los azares de una lucha? Condenais abusos, parece decir á los disidentes, y yo tambien los condeno; aceptais la razon como árbitro supremo en todas las cuestiones que pueden interesar al hombre, y yo tambien la acepto; ¿dónde está la necesidad que manifestais de separaros del círculo católico?

Estaba tan persuadido MARIANA de la utilidad de estos medios para abatir á sus contrarios, que rara vez dejaba de emplearlos, aun en las obras que menos roce tenian con las discusiones religiosas de su tiempo, no dándose nunca por satisfecho en el exámen de sus proposiciones hasta haberlas dejado bien establecidas en el terreno de la razon pura. Los libros de Dios, exclamaba á menudo, prueban la verdad de mis asertos; mas la palabra escrita por los profetas no es hoy suficiente autoridad para los que dudan: hemos de buscar la afirmacion ó la negacion dentro de nosotros mismos, en el fondo de nuestra propia frente. Como católico, no podia ni dejaba de acudir nunca á los Santos Padres, á los Evangelistas, á los libros de Moisés, á todos los sublimes cánticos que componen el Antiguo Testamento; pero no citaba ya los textos de tan ilustres varones como una prueba irrecusable, sino como una prueba supletoria, como una confirmacion de lo que la razon decia (2). El error, dice en el mas filosófico de sus tratados, es general en el mundo; ¿por qué? Porque por una parte nos dejamos llevar del testimonio de los sentidos; por otra de las opiniones que han logrado universalizarse y se imponen por este solo hecho á nuestro entendimiento. Pues qué, ¿no pueden engañarnos los sentidos? Y la universalizacion de esas opiniones & no puede ser debida á la ignorancia? Nos imponen unos y'otros, y no deben imponernos; la razon ve siempre mas que los ojos; las opiniones, por generales que sean, deben enmudecer constantemente ante los fallos de la ciencia (3).

Es ya muchas veces tal la energía con que expresa estas ideas, que se siente uno movido á creerlas, no tanto hijas de las circunstancias en que él se habia colocado, como de su organizacion intelectual y su nunca desmentida independencia de carácter. ¿Seria tan fuera de propósito pensar que si hubiese nacido en nuestros dias tendriamos en él uno de los pocos racionalistas con que contamos en España?

MARIANA empero hizo mas que aceptar la soberanía de la razon; protestó, cosa entonces muy difícil, contra la intolerancia de su siglo. Los poderes de su siglo no hallaban contra las invasiones de la reforma otro medio que el de aterrar con el castigo; él lo encontró inconducente, injusto; y lo dijo, aunque indirectamente, exponiéndose él mismo á ser víctima de aquel inconsiderado furor de reyes y prelados. Acababa de darse á luz la edicion Vulgata de la Biblia,

(1) De adventu B. Jacobi Apostoli in Hispaniam, §. 1, et seq.

(2) Verum nos, leemos en uno de sus tratados, non divinis testimoniis pugnabimus quae impius ficta et commenti

tia fortassis putabil. Ratione et argumentis ab ipsius naturae principiis petitis agemus. De morte et immortalitate, lib. 2, cap. 1.

(3) De morte et immortalitate, lib. 1, cap. 1.

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y estaban discordes sobre su autenticidad los mas eminentes teólogos. Fué de dia en dia embraveciéndose la discusion hasta tal punto, que llegó á inspirar serios recelos á los inquisidores. Se empezó por manifestar desagrado á los que en mayor o menor escala negaban la infalibilidad de aquella traduccion latina, se les censuró á poco, y se terminó por ahogar sus acentos dentro de los muros de la cárcel. Desencadenáronse los inquisidores, y no vacilaron en cometer todo género de violencias, violencias que produjeron, como era natural, en la mayor parte de los ánimos una impresion funesta. Habíanse ya retirado del palenque la mayor parte de los sostenedores cuando entró en él MARIANA. Presentábase con deseo de conciliar los dos opuestos bandos; mas no por esto habia de dejar, de emitir dudas sobre puntos que se pretendia fuesen aceptados como dogmas. Abordó de frente la cuestion, diciendo: «Las violencias hasta ahora cometidas habrán podido aterrar á muchos; mas no á mí, á quien no sirven sino de estímulo para que entre en lucha. Me he propuesto restablecer la paz entre los combatientes, y voy á intentarlo, cualesquiera que sean los peligros que yo corra. En los negocios ásperos y escabrosos es donde mas se debe ejercitar la pluma (1). »

¿Eran acaso estas dignas y enérgicas palabras mas que una protesta, y una protesta elocuente contra la arbitrariedad que entonces reinaba en materias eclesiásticas? MARIANA queria arrebatar aun otra arma á los reformistas. Los reformistas decian, y con razon: «Ahí los teneis á los católicos vencidos en el campo de la ciencia, llevan la tiranía hasta el extremo de ahogar nuestra voz con el filo de la espada. ¿Por qué no nos combaten en el terreno del puro raciocinio?» Y MARIANA: «Vosotros recusais la fuerza, y yo tambien la recuso; el mismo catolicismo me da armas, y no necesito de la tea ni del hacha del verdugo. Estas armas, ni las admito, ni las temo; ved cómo, aun siendo católico, se puede pensar y obrar como vosotros. >>

Dirigióse despues MARIANA á los que por hacer alarde de la fuerza de su fe se encolerizaban contra los que pretendian aun entrar en discusiones; y animado del mismo deseo de tolerancia, no solo les acusaba de injustos, sino de hombres ignorantes y de corazon mezquino; de hombres miopes, incapaces de apreciar toda la majestad de la religion cristiana. «Violais torpemente el principio de la caridad, les dice: haceis mas, comprometeis nuestra misma causa, poneis en manos de los enemigos los castillos en que creeis defender con tanta energía la ley de Jesucristo. No, no mereceis que nadie os oiga ni os siga en tan errada via (2).»

Reveló su opinion sobre la Vulgata, la explanó, la sostuvo con razones, ya históricas, ya filosóficas; y léjos de atraerse los males que temia, ganó en reputacion y puso un freno hasta cierto punto á sus mismos enemigos. ¡ Gloria no poco estimable, sobre todo cuando de ella debian redundar grandes ventajas para la defensa de los intereses que con tanta fuerza de voluntad acababa de cargar sobre sus hombros !

¿Empieza á conocerse ahora quién era MARIANA? Empieza á comprenderse ahora cuán errada es la opinion de los que no han visto en él sino un hablista? ¿Qué significa su mérito literario al lado del que le dan los esfuerzos con que procuraba sostener una doctrina amenazada por grandes pensadores, y lo que es mas, por pueblos enteros animados de una nueva idea?

Mas no se crea que se ciñó MARIANA á defenderse ni á defender la religion de sus mayores; pensador profundo, consumado teólogo, hombre enseñado á dirigir desde una cátedra el desarrollo intelectual de la juventud, quiso además dejar consignada su opinion sobre todas las cues

(1) Pro editione Vulgatae, §. 1.

(2) ... pusillo homines animo, oppleti tenebris angustèque sentientes de religionis nostrae majestate, qui dum

opinionum castella pro fidei placitis defendunt, ipsam mihi arcem prodere videntur fraternam charitatem turpissimė violantes.-Pro editione Vulgatae, §. 1.

tiones capitales de su asignatura. Estas cuestiones, si bien habian sido tratadas por otros con el debido detenimiento, merecian ser debatidas de nuevo gracias á las sombras que estaba esparciendo sobre ellas la filosofia, merecian y debian ser examinadas bajo un punto de vista mas racional que teológico; ¿no habian de llamar naturalmente la atencion de un hombre que, como llevamos dicho, se proponia contener el torrente de las ideas innovadoras de su siglo?

1

Acometió MARIANA la dilucidacion de estas cuestiones en su tratado De morte et immortalitate, escrito, no solo con fuerza de ciencia, sino tambien con buen método y belleza y elevacion de estilo (1).

«La idea de la muerte, empieza por decir en este bellísimo tratado, ha venido hasta nosotros envuelta en preocupaciones que nos la hacen concebir como un espectro destinado á interrumpir sin tregua los mas legítimos goces de la vida. Si apelando á nuestra razon y sobreponiéndonos á los groseros errores del vulgo, la desnudamos de tan falsos atavíos, no solamente la dejarémos de temer, sino que hasta la amarémos, encontrando en ella el mas dulce consuelo para los amargos males que de continuo padecemos. Porque la muerte no es un genio del mal, es el genio del bien, es el ángel que viene á cerrar nuestros ojos cansados de llorar por la maldad é ingratitud del mundo. Solo en el sepulcro recobramos el descanso que al nacer perdimos; solo en el sepulcro la igualdad que rompieron el capricho de la suerte ó la tiranía de los que mas pudieron (2); solo en el sepulcro la libertad que tanto apetecemos y nunca conquistamos. ¿Qué es, por otra parte, la losa de la tumba mas que la puerta de la verdadera vida? Morimos mientras vivimos; morir no es en rigor sino fin de morir; morir es romper los lazos que nos unen á la muerte.>>

¿De qué depende empero que la idea de la muerte esté tan falseada y oscurecida ?

Dios, habia ya dicho en otro tratado, nos ha dado para movernos á obrar sin necesidad de impulso ajeno el apetito y el conocimiento. Deseamos ó repugnamos, y no debemos resolvernos á abrazar ni á rechazar sino despues de haber consultado la razon, á la que incumbe exclusivamente determinar nuestras acciones. Si obramos en virtud de un decreto de nuestra inteligencia, somos hombres, y cumplimos con los deberes que la naturaleza de tales nos impone; si obramos obedeciendo tan solo á la fuerza de los instintos, caemos en el vicio y nos embrutecemos. Para actos cuyas consecuencias no puedan sernos muy penosas sentimos generalmente el apetito débil; fuerte y muy fuerte para acciones de cuya realizacion depende tal vez nuestra felicidad y la felicidad de nuestros hijos; mas fuerte ó débil ha de encontrar y encuentra indudablemente en nosotros mismos un poder capaz de sujetarlo y dirigirlo, la facultad que nos constituye hombres (3).

»Hemos de cultivar incesantemente la razon, tenerla en continua actividad, robustecerla ; de no, podrán mas que la razon los apetitos. ¡Ay entonces de nosotros, que seguirémos ciegos la senda de la vida y marcharémos de vicio en vicio y de error en error hasta el borde del abismo! Sentirémos pronto el vértigo; y atrofiada nuestra inteligencia por la inaccion, caerémos al fin sin poderlo resistir en lo mas profundo del espantoso precipicio. ¡Guárdenos Dios de dejarnos gobernar por nuestros apetitos!

(1) Adviértase que si ponemos entre comillas la siguiente exposicion de las doctrinas filosóficas de MARIANA no es porque la hayamos copiado á la letra de ninguna de sus obras, sino porque nos ha parecido bien ponerla en boca del mismo autor, y no entrecomándola nos exponiamos á que el lector no pudiese distinguir claramente la parte puramente expositiva de nuestro trabajo, de la parte crítica.

(2) Al hacerse MARIANA cargo de este efecto de la muerte, son notables sus palabras: Natura cunctos homines exaequavit; una est omnibus conditio nascendi. Fortunae seu potentiorum tyrannide factum est ut ex communis qua si cumulo mulli occuparint, aliis nudatis qui pari conditione erant nati.-De morte et immortalitate, lib. 1, cap. último. (3) De spectaculis.

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»¡Son estos, sin embargo, tan poderosos en la mayor parte de los hombres! Varones esforzados, que no dejaron vencerse ni por pueblos armados de ira, ni por los rigores del calor ni el frio, ni por las tempestades, han cedido ante los halagos de placeres condenados por la voz de su razon, no solo como ilícitos, sino como destructores de las mismas fuerzas con que habian logrado encadenar á sus, banderas la victoria. Los acentos de una prostituta han podido dispertar á ve― ces en ellos torpes apetitos, cuya satisfaccion habia de reducirlos á una condicion inferior á la de la mujer mas débil; la vista de un tesoro ó de un objeto de menos valor ha podido otras corromper sus generosos corazones llevándolos al crímen (1).

>>Y ¡hé aquí por qué somos desgraciados! ¡Cómo no hemos de engañarnos cuando llegamos á una situacion tan triste y deplorable! Cómo no hemos de desconocer la naturaleza de las cosas, confundiendo la verdad con el error y tomando por bienes reales los bienes aparentes! ¡Así es como hemos concebido una tan equivocada idea de la muerte, á la cual solo debiamos considerar como un sér bajado del cielo para romper la cárcel de nuestro espíritu y levantar en sus alas hasta el trono de Dios el alma de los justos! Así es como si preguntamos al vulgo, y aun á hombres que se arrogan el título de filósofos, por el verdadero asiento de la felicidad humana, hallamos tan pocos que lo pongan en la virtud, sublime aspiracion á la bienaventuranza eterna, y tantos que la vean ya en las riquezas, ya en los placeres de los sentidos, ya en los honores y en las dignidades, ya en bienes aun mas pasajeros! Decidles á muchos que la muerte es el umbral del bien supremo; los veréis al punto cubriéndose de horror como si tuviesen ya la aterradora figura ante sus ojos.

>>¡Desventurados! continúa el autor en su tratado De morte, ¿qué veis detrás de las riquezas que tanto codiciais sino envidias, celos, vicisitudes que han de llenaros de amargura? Qué veis detrás de los placeres sino la mas o menos rápida aniquilacion de vuestras fuerzas, el progresivo oscurecimiento de vuestra inteligencia, la deshonra de vuestro nombre, y allá á lo léjos la sombra de un fantasma que viene å turbar vuestros escasos momentos de reposo? Qué veis detrás de los honores y las dignidades sino la inquietud y la espada de Dámocles pendiente de un cabello sobre el trono que habeis tal vez amasado con sangre y sentado sobre víctimas cuyos cadáveres piden sin cesar venganza?

»Ved en el fondo de un modesto gabinete al verdadero sabio. Está entregado á la ciencia, mas no para satisfacer su vanidad, sino para fortalecer su inteligencia y procurar la felicidad de sus hermanos. Sujeta al fallo de su razon las prescripciones de sus apetitos, busca el placer, no para ahogar como otros la voz de su conciencia, sino para reparar las fuerzas que consumió la meditacion, que consumió el estudio. Estima tambien la gloria; pero no esa gloria ruidosa que unos hacen brotar del ensangrentado suelo de los campos de batalla, y entretejen otros con las brillantes flores de una imaginacion destinada mas á deslumbrar que á dirigir los pueblos, sino esa faena que van constituyendo los pensamientos fecundos elaborados en el crisol de la ciencia y va solidando el recuerdo del saber y las virtudes. ¡Qué tranquilidad la suya! Ve pasar por debajo de sus ventanas los fastuosos trenes de la aristocracia y de los reyes sin que sienta en su pecho la codicia; admira las bellezas de la mujer sin que la lujuria le tiña el rostro ni el recuer

(1) Es notable la verdad y belleza de estilo con que pinta MARIANA los efectos de los placeres sensuales, cuyo poder encarece: Magna est potestas voluptatis, vires incredibiles; lenis enim quamvis et blanda, non magno temporis spatio, nisi caves, animi et corporis partes omnes expugnat, virtutes enervat, ipsamque arcem in sublimi

constitutam mentem evertit atque in omne vitiorum genus praecipitem dat... Itaque ab omni memoria quos neque hostes vincere, neque ulla aestus, frigoris aut inediae injuria frangere potuit, eos videmus et legimus illecebris voluptatum fuisse superatos.-De spectaculis.

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