Imágenes de páginas
PDF
EPUB

yes y se opone al establecimiento de la tiranía. El buen principe no debe temerla; debe por lo contrario darle fuerza por ser ella su mas poderoso apoyo en las grandes crísis y en los terribles golpes de la guerra. Hace ya mucho tiempo que se esfuerzan los gobiernos en destruirla; mas estos esfuerzos son fatales para el mismo pueblo que tan inconsideradamente los aplaude. Cuando ya no tenga la nobleza armas de que rodearse ni fortalezas en que guarecerse, cuando sea ya su título un nombre que nada signifique, ¿quién detendrá al pronto los pasos del tirano? Rejuvenézcasela, no se la aniquile; y al paso que será la salvaguardia de los buenos príncipes, será el escudo de la sociedad entera.

>> Hombres míopes que no saben apreciar mas que las dificultades del momento claman tambien hoy contra el excesivo poder de los obispos y otras altas dignidades de la Iglesia. Pretenden, al decir de ellos, salvar nuestras libertades, y no ven que con solo proponer estos medios las sepultan. ¿Qué pueden hoy en favor de ellas esos cortesanos sin corazon, cuyo afan parece reducirse à cegar al principe, llevándole por la senda que conduce à la conculcacion de nuestras leyes? Tenemos ya tropas mercenarias y están reunidos al rededor del trono todos los elementos de la tiranía; si ciñe mañana la corona otro rey que no tenga las virtudes del que hoy gobierna, ¿quién sino esos obispos podria salir à la defensa de nuestros derechos sustentados con tanto valor durante siglos? Los prelados son la parte de la nobleza menos expuesta á corromperse; no les suceden como á los demás aristocratas hijos degenerados, les suceden, si, varones siempre eminentes, hijos casi siempre predilectos del pueblo y de la Iglesia. No solo merecen conservar sus rentas; merecen que se les confirme en la tenencia de esos castillos desde cuyas almenas han combatido no pocas veces por la ley fundamental de nuestra monarquía. ¿Quién puede vivir con mas independencia que ellos, que no necesitan de la venia del rey para conservar sus dignidades, que están en contacto con todas las clases de la sociedad, que libres ya de pasiones ó inspirados. por la mas pura luz del cristianismo, no han de dedicarse sino á reparar las injusticias con que han oprimido á los hombres la propiedad y la violencia? Quién puede aconsejar con mas acierto que ellos, que han debido subir una por una las gradas de la ciencia para encumbrarse al puesto que actualmente ocupan? Romped el lazo que hoy une á los pueblos con los reyes; y á no tardar veréis entre unos y otros un abismo. Pesará entonces la tiranía como no ha pesado nunca sobre nuestras frentes; y ¡ay entonces de nuestras libertades! ay de nuestras leyes!

>>Ocupado el pueblo en la práctica de la agricultura y del comercio, sin la cual no le es dado conservar la vida, puede dificilmente defender por sí sus intereses; si una aristocracia independiente y fuerte no vela por ellos cuando no sea mas que en virtud de su propio egoismo, corren aquellos peligros inminentes. Y qué, ¿tiene acaso algo de odiosa la aristocracia tal como propongo que se organice y se reforme? En esta aristocracia no habria cerradas las puertas para nadie. El soldado que acreditase su valor y su pericia en los combates, el sabio humilde que con sus altos pensamientos lograse dirigir por el camino de la felicidad la patria, el sacerdote por cuyas virtudes mejorasen de condicion las clases del Estado, todos los que lograsen levantar la cabeza sobre el nivel de sus contemporáneos hallarian siempre una corona dispuesta á bajar sobre sus sienes. Partidario del principio de la igualdad, que veo dolorosamente destruido por la fatalidad de las cosas, creo que á todos son debidos los honores y las recompensas, y no habria para nadie que las mereciese una sola distincion, ni para nadie que no las mereciese un privilegio.

>>A pesar de lo ya expuesto, habrá tal vez quien nos pregunte por qué hemos de poner tan decidido empeño en conservar y robustecer la aristocracia; mas aun cuando no fuese, como llevamos dicho, un baluarte contra la tiranía y un vínculo indisoluble entre el pueblo y la corona,.

creeriamos prudente sostenerla y darle fuerza con el fin de tener en ella un medio de educacion para los príncipes, un elemento de economía para el Estado y un inagotable plantel de magistrados para el gobierno y direccion de la república. Un príncipe no debe ser educado aisladamente; si no ve crecer á su lado otros de la misma edad y de distinta condicion é ingenio, ni sabe apreciar nunca el valor de los demás, ni adquirir el conocimiento de sí mismo. Falto de estímulo, no adelanta, y llega, sin embargo, á la mocedad creyendo tal vez que sobrepuja á todos en las prendas del cuerpo y en las del ánimo. Mañana que es rey debe escoger auxiliares que realicen su política y ejecuten sus mas delicadas órdenes; y por no estar en relaciones con la generacion de que forma parte, se ve condenado á entregarse en brazos, no del mérito, sino de la adulacion y del favoritismo. No se ha acostumbrado á considerar á los demás hombres como iguales, y los trata á todos con altivez, los manda con un orgullo necio, que no puede menos de chocar con la dignidad propia de ciertos funcionarios. Nacen de aquí conflictos que no hacen mas que exacerbarle, se irrita, quiere de dia en dia que prevalezcan mas y mas sus opiniones, y camina sin sentirlo á la mas insufrible tiranía. ¿Créese acaso que sucederia así si, insiguiendo la costumbre de los reyes godos y la de muchas antiguas dinastías, se le educase desde niño con los hijos de los grandes, poniéndole así en contacto con los que deben hacer mas tarde triunfar sus estandartes, administrar en su nombre la justicia ó representarle en las demás cortes europeas? Estoy firmemente convencido de que, tanto para el bien de los príncipes como para bien de las naciones, deberian ser educados con ellos hijos de aristocratas de todas las provincias, medio con que se lograria, no solo prevenir los inconvenientes consignados, sino hacer que el que ha de ocupar un dia el trono fuese enterándose insensiblemente de la diversidad de caractéres y de lenguas que existe entre los individuos de nuestro vasto y dilatado imperio.

»¿Quién, por otra parte, podria consagrarse mejor al ejercicio de la alta magistratura que esos mismos nobles cuyas exorbitantes rentas son la mejor garantía de que no han de explotarla en su provecho? Quién mejor que ellos podria desempeñar los mas graves y penosos cargos sin cobrar del erario y solo por el honor que suelen llevar consigo? Los honorarios de los agentes del poder absorben hoy una gran parte de la riqueza pública; ¿por qué á quien disfruta ya de grandisimos caudales hemos de hacerle aun partícipe de los escasos fondos recogidos por el sudor del pobre? Por qué siéndonos fácil no hemos de rebajar los tributos que pesan tan gravemente sobre la cabeza de los pueblos? Si nos elevamos á los verdaderos principios de justicia, habrémos de confesar, á pesar nuestro, que esos grandes tesoros de la aristocracia solo han podido ser acumulados por la iniquidad de los hombres y la imprevision de las leyes; ¿cómo, ya que no nos creemos con derecho para recogerlos y distribuirlos en nombre del Estado, no hemos de procurar que se inviertan en favor de los mismos á quienes fueron inhumanamente arrebatados? La comunidad era la única forma social posible, porque á todos y para todos ha sido dada la tierra; si el arbitrario poder de ciertos hombres ha venido despues con el principio de propiedad individual à quebrantarla, ¿cuáles son nuestros deberes y los de cuantos podemos influir en la marcha de los negocios públicos con la pluma ó con la espada? El mal se ha generalizado, y no es posible curarle de raíz sin atacar el vasto cúmulo de intereses creados á la sombra de las leyes; mas ¿hemos de pensar en atenuarlo, ó en agravarlo? Abogo por la aristocracia; pero así como estoy porque se la robustezca, estoy tambien porque se repare con sus mismos sacrificios la injusticia que veo brotar del seno de su constitucion, viciada por abusos en ningun tiempo perdonables.

>> Dícese que el clero no es menos rico que la nobleza, y se me acusará tal vez porque no propongo para este igual clase de reformas. El alto clero que, á pesar de no poderse confundir con la

aristocracia, viene å formar parte de ella donde quiera que los poderes temporal y espiritual obran como es debido de comun acuerdo, está para mí fuera de duda que podria servir tambien gratuitamente los principales oficios de la administracion y del gobierno; mas no me quejo tan amargamente de las pingües rentas que disfruta, porque veo que vuelven por distintos conductos á la masa comun de que proceden. Vive de los tesoros de los obispos y aun de los fondos de los monasterios un sin número de pobres; deben á ellos sus carreras una multitud de jóvenes, que de otro modo hubieran debido consumir sus talentos en artes poco acomodadas á su claro ingenio; medran, gracias á ellos, instituciones benéficas, que son de un grande alivio para clases expuestas á grandes vicisitudes y tormentos. El clero, salvas algunas excepciones, que condeno con toda la energía de mi alma, es una segunda providencia para cuantos sufren; ¿lo es esa aristocracia avara y codiciosa que malgasta sus riquezas solo en torpes placeres, corrompiendo al pueblo, á quien debia servir de guia? He dicho en otro párrafo que ha de conservarse el poder del alto clero por exigirlo la defensa de nuestras libertades; añado ahora que ha de conservársele, porque sin él no hay quien defienda el príncipe cuando la aristocracia se entregue á los turbulentos desórdenes de los reinados de Juan II y Enrique IV.

>>Pero me separo sin querer de mi propósito. No debemos envenenar odios de clase á clase, debemos procurar en lo que cabe armonizarlas. Si cada poder del Estado va por su camino, será un elemento de muerte, no de vida; es preciso que funcionen juntos, que conspiren todos á un mismo fin, que secunden unos de otros los esfuerzos. No basta que estén reunidos en las Cortes los procuradores de las ciudades y los altos dignatarios; ¿por qué no han de estar con ellos los obispos como en las antiguas Cortes castellanas? Los intereses politicos y los religiosos están enlazados de una manera fatal por la misma naturaleza de las cosas; si no reina una perfecta armonía entre los individuos que los representan, ¿no ha de haber naturalmente en el seno de la sociedad antagonismo y lucha? ¿Quién, además, conoce mejor que los obispos las necesidades de las clases que mas directamente sobrellevan las cargas del Estado? La ciencia y el sentido comun enseñan á la vez que para estar bien organizadas han de entrar en nuestras Cortes por igual esos tres naturales elementos.

»¿De qué han de servir empero estas Cortes? ¿Hasta dónde han de llegar las facultades legislativas del príncipe? He dicho que el pueblo es la fuente del poder real; á los representantes pues y á ellos exclusivamente toca dictar las leyes que convengan y dirimir las contiendas que ocurran sobre la sucesion á la corona. He, si no dicho, indicado que nadie puede ser legítimo rey sin el consentimiento tácito ó expreso de los ciudadanos; á los representantes pues y á ellos exclusivamente toca entender en todo lo relativo á la reforma ó supresion de las condiciones esenciales del contrato. He hecho advertir que ciertas costumbres públicas, y entre ellas las religiosas, constituyen hasta cierto punto la vida social de las naciones; á los representantes pues y á ellos exclusivamente toca aceptar ó rechazar las mudanzas que sobre cualquiera de ellas se propongan. Es sabido, por ejemplo, que al admitir los pueblos la creacion de un poder social convinieron en sostenerle por medio de un impuesto; ¿quién sino las Cortes ha de otorgar un nuevo tributo al rey ó ha de legitimar los que este crea necesarios para sostener el crédito del país ó el esplendor de su diadema? La imposicion de nuevos tributos por el príncipe es el paso primero y mas trascendental que este puede dar hácia la tiranía; toléresele una sola vez que no consulte á sus súbditos, y la libertad y la dignidad se hunden.

»El rey podrá legislar, pero no sobre ninguno de estos puntos capitales. Podrá legislar sobre asuntos cuya urgencia no permita convocar á los representantes, podrá legislar interpretando,

cuando así lo crea necesario, las antiguas leyes, podrá legislar para poner en ejecucion las mismas resoluciones de las Cortes, podrá legislar sobre las relaciones civiles, penales y comerciales que va estableciendo entre los hombres la marcha progresiva de la especie, podrá legislar hasta sobre la manera de producir, importar, exportar y consumir los productos industriales: cosas todas sobre las cuales no será aun prudente que resuelva por sí, cuando comprenda que ha de afectar en algo ó muy graves intereses ó las leyes fundamentales de la monarquía. Podrá legislar. , pero haciéndose siempre cargo de que legisla, no solo para sus súbditos, sino tambien para sí mismo.

>>No ignoro que muchos pretenden hacer al rey superior á las leyes; mas ¿en qué pueden fundarlo? La ley, la verdadera ley ¿es hija del capricho, ó de una necesidad social sentida y reconocida por los poderes públicos? ¿Tiene su asiento en la justicia, ó en la injusticia? Emane de las Cortes ó del mismo príncipe, si es universal, si no ha sido dictada para una clase especial del pueblo, ha de obligar al rey lo mismo que al último vasallo. Exige que sea así la misma fuerza del derecho, lo aconseja la política. No con el poder, sino con el ejemplo, deben gobernar los reyes; el príncipe que viola una ley da con esto solo lugar á que otros la infrinjan y destruyan. ¿Con qué razon ha de castigar luego al que como él dejó de obedecerla?

>> Debe por lo mismo el rey ser el primero en acatar las disposiciones de la Iglesia, no atreviéndose por si ni aun en las mas graves y peligrosas crisis de la monarquía á quebrantar las inmunidades del clero, ya gravándole con impuestos, ya arrebatando el oro y la plata dedicados al culto de Dios y de los santos. La Iglesia y todo lo de la Iglesia debe ser tan sagrado para él como para el postrero de sus súbditos, y ¡ay de él si de otro modo provoca la cólera divina! La sombra de Heliodoro deberia estar siempre ante los ojos de los reyes.

>>Contribuirá mucho á la bondad del príncipe la educacion que se le dé desde los primeros años de su vida. De niño deberá oir ya de boca de sus maestros y de cuantos le rodean las máximas y sanos principios de moral del Evangelio. Se le inclinará á dirigirse á Dios en todas sus acciones y á respetar ante todo la voluntad del sacerdote. Cuando ya algo adelantado en la instruccion primaria, deberá dedicársele casi exclusivamente al estudio de la antigua lengua del Lacio, en que podrá leer primero á César, Salustio y Tito Livio, y luego á Tácito, tesoro de consejos á los príncipes y espejo en que están fielmente reproducidas las malas artes de los cortesanos. Alternará con los ejercicios del entendimiento los del cuerpo, indispensables para todos y mucho mas para un príncipe que se ha de poner mas tarde al frente de ejércitos que han pasado con banderas desplegadas sobre el cadáver de naciones aguerridas. Tendrá muchos maestros, y aprenderá de todos aquello en que cada uno haya hecho estudios mas detenidos y profundos. Cultivará con particular esmero la oratoria, con la cual debe captarse despues la benevolencia de los pueblos y encender la llama del heroismo en el corazon de sus soldados; la lógica, que le enseñará á distinguir la razon del sofisma y á descubrir los torpes engaños de los aduladores; la historia, especialmente la de su nacion, en que además de leer el modo con que fueron precipitados á su ruina grandes príncipes, se enterará del carácter y costumbres de sus súbditos, sin cuyo conocimiento adoptaria tal vez como bueno lo que no podria menos de conducirle junto con la monarquía al fondo de un abismo; las matemáticas, sobre todo la geometría, sin la cual no cabe abarcar en toda su extension el arte de la guerra; la astronomía, por fin, que elevará sus miradas desde la tierra al cielo, é imponiéndole con la grandeza de la creacion, le hará mas humilde y le enseñará á no ensoberbecerse con el vano poder de que disfruta. Se entregará al estudio de todas estas artes y ciencias, no como el que libre de tan graves cuidados ha resuelto consagrarles todos los años de

su vida, sino como el que trata de conocerlas para apreciar las ventajas que consigo llevan y sin aparecer rudo y de ningun valor entre los que mas particularmente las profesan. Mereció Alfonso X por sus trabajos científicos el renombre de Sabio, y no supo, sin embargo, llevar con dignidad la corona de sus mayores ni poner decorosamente fin á los disturbios y escándalos promovidos por sus mismos hijos. Perjudica á los principes lo mismo la mucha ignorancia que la mucha ciencia; ni aquella les deja conocer los errores á que se precipitan, ni esta dedicarse con perfeccion á los muchos y variadísimos negocios de tan extensa monarquía.

>>Aprenderá tambien el principe la poesía y la música, mas no esa poesía que corrompe, ni esa música que enerva, sino esa poesía varonil que incita á los grandes hechos y esa música que inspira el valor guerrero y el entusiasmo religioso. Los estudios deben conspirar todos, no á mancharle con vicios, sino à revestirle de virtudes que puedan hacer de él un gran rey, asi para los ocios de la paz como para los furores de la guerra.

>> Dicese generalmente que es lícita la mentira en los príncipes porque solo con ella pueden mu→ chas veces llevar a cabo proyectos de ejecucion dificil; mas el que esté encargado de su educacion, lėjos de inculcarles tan errada máxima, debe poner todos sus esfuerzos en destruirla fundándose en que si este medio grosero puede producir de pronto algunos resultados, imposibilita mas tarde toda negociacion con las cortes extranjeras y da pié á que los cortesanos, ya de suyo inclinados á ocultar la verdad bajo bellas apariencias, no solamente lo empleen, sino tambien lo crean justo y necesario. Ha de aconsejarse al príncipe cierta reserva, sin la cual es fácil que fracasen las mas sencillas y bien concertadas empresas, pero haciéndoles siempre notar cuánto difiere de esta reșerva la mentira, distantes una de otra como la virtud del vicio y la prudencia de la liviandad y la locura. Ha de encargárseles que guarden calma aun en los mas rudos contratiempos y adversidades, pues nada hay que rebaje tanto la dignidad como la ira que nos lleva de ordinario á adoptar medidas tan injustas como perjudiciales á los mismos deseos que abrigamos; la clemencia, que deben aprender á conciliar con la severidad indispensable en ciertos casos y mas en los que peligra la salud del reino; la liberalidad y el deseo constante de hacer bien, que les hará tender la vista sobre las calamidades públicas y les incitará á moderar los excesivos gastos del palacio para detenerlas ó curarlas; el valor y la grandeza de alma, sin las cuales habrian forzosamente de parecer mal á los ojos de una nacion acostumbrada á imponer su ley á la mitad de Europa; el amor á la igualdad, la mejor prenda de union y de paz para los ciudadanos; la fiel observancia, por fin, de las prácticas católicas, con la cual logran imprimir cierto sello divino aun en aquellas disposiciones que pueden en un principio repugnar al pueblo. Es tan frecuente la voluptuosidad en las casas reales, que. no parecen estas sino el teatro de los deleites mas impuros; ha de manifestarse sobre todo al príncipe cuánto pervierten estos el ánimo, agotan las fuerzas físicas y reducen á la nulidad aun á los hombres que han nacido con mas brillantes facultades. >>Recomiendo con tanta eficacia estas virtudes porque conozco que solo con ellas podrá contenerse el príncipe dentro de los justos límites de su imperio y gobernar con acierto esta monarquía, cuyos elementas heterogéneos mantienen en continua lucha grandes intereses. Tenemos importantes colonias en todo el mundo, y es muy difícil que las conservemos si no se las adminis— tra con la igualdad que exige la justicia. Suelen los que reinan sobre pueblos unidos por las armas establecer líneas divisorias entre vencedores y vencidos, reservando para unos todos los honores, y para otros todo género de cargas; y no pueden á la verdad seguir peor sistema, constando por la historia de cien siglos que nadie puede llamar suyas las naciones sin que por una asimilacion recíproca se hayan refundido en una la clase de conquistadores y la de conquistados. No ignoro

« AnteriorContinuar »