Imágenes de páginas
PDF
EPUB

R-112742

Se halla tambien venal :

MADRID: librería de D. José Cuesta.

CADIZ: en la de los Sres. Hortal y Compañia. VALENCIA en la de D Jaime Faulí.

[graphic][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small]

NTRAMOS en una época amarga de la Historia de España, pues de la muerte de Felipe II data la decadencia de un imperio que habia llegado al mas alto grado de esplendor, que

TOM IX.

1

era la envidia de las naciones estrañas, y que habia sabido remontarse por las armas á un poder colosal. Sin embargo, si bien se meditan los hechos, mejor dirémos que la decadencia de España data del mismo reinado de Felipe II, y aun del de su padre Cárlos I. En sus tiempos se descubrieron y conquistaron esas inmensas regiones de la América, adonde volaron los naturales de la Península con ávida sed de riquezas, y por las cuales se derramaban, descuidando la cultura de su propio suelo. Y esto en parte lo efectuaban porque muchísimas tierras de España pertenecian á la nobleza; por entonces, la suma total del ánnuo producto de las tierras que eran propiedad de los nobles ascendia á un millon cuatrocientos ochenta y dos mil ducados; suma que comparada con el valor del dinero en aquella época, y habida razon de que al sacar aquel cálculo se trataba solo de los nobles dignatarios, ha de parecer estraordinaria. Los Comuneros en sus contiendas con la corona, segun Sandóval, se quejaban de que fuesen tantos y tan estensos los dominios de la nobleza en daño de los pecheros. De consiguiente la decadencia de España data de mucho mas lejos que de la muerte de Felipe II; pero hasta entonces el estruendo de unas armas victoriosas siempre, la fama de unas conquistas señaladas, el terror que inspiraba la justa nombradía de los ejércitos españoles, las admirables narraciones de las maravillas obradas en la conquista de un Nuevo Mundo, y las flotas cargadas de oro que recibia nuestro gobierno de aquellas regiones dilatadas, todo era un telon hermoso que ocultaba el cáncer interior que corroia las entrañas de la nacion, los vicios de los gobernantes, su insuficiencia para conocer las verdaderas sendas de la riqueza pública, y para ir declinando la ruina de una nacion que pasaba por opulenta y en cuyo seno iba vegetando ya la decadencia. Las guerras contra la Francia, Holanda é Inglaterra costaron á Felipe II cerca de seiscientos millones de ducados; hizo además construir treinta ciudadelas, fortificó sesenta y cuatro plazas, construyó muchos palacios y sepultó un caudal inmenso en el monasterio del Escorial. Además en su tiempo se acabaron nueve puertos y veinte y cinco arsenales: todo daba indicios de una naeion opulenta que rebosa vida, y que impunemente puede derramar sus tesoros; pero esos indicios eran falsos, pues á pesar

de la economía y del genio del Monarca, dejó una cuantiosa deuda al tiempo de su muerte, deuda que debia abrumar á sus sucesores, mayormente no siendo genios superiores como el suyo y el de su padre. Felipe con una memoria prodigiosa, y una sagacidad rara poseia en alto grado el arte de gobernar á los hombres; nadie supo conocer y emplear mejor que él el mérito, haciendo respetar la majestad Real, las leyes y la religion y conmoviendo desde su gabinete el universo. Pero hay mucha diferencia por desgracia entre gobernar á los hombres y conocer los verdaderos intereses de un pueblo; porque un esplendor efímero y el brillo de una gloria falaz alucina frecuentemente á aquellos, y es muy difícil estudiar la índole de estos y sus necesidades para abrir entre ellos las fuentes de una prosperidad que resulte en beneficio de los venideros ; frecuentemente se pierden los gobernantes anteponiendo á lo porvenir lo presente, y prefiriendo arrancar un grito de aclamacion de los presentes, que merecer una alabanza justa de parte de la generacion que ha de venir.

Felipe III heredó pues los males pasados que iban agravándose por momentos, y que debian aun subir de punto por lá continuacion del sistema que los habia ocasionado; pero á los males de una época anterior se juntaron los males y desastres de su época, y como el cetro que hasta entonces estuvo en manos fuertes pasase á otras descarnadas, es de ahí que cayó el velo que encubria la debilidad con la armadura del héroe.

Además, la época que aquí se abre es memorable tambien por el cambio de ideas que empezó á esperimentarse en Europa; pues durante el siglo diez y siete se principió y consumó la revolucion de Inglaterra. Las ideas políticas que la motivaron amenazaban ya irse estendiendo por Europa, y si Luis XIV de Francia hizo tantos esfuerzos para oponerse á que se consumase en la Gran Bretaña el nuevo órden de cosas, á par de las miras que le impelieron á la resistencia no militó por poco la de que los innovadores no encontrasen prosélitos en Francia reproduciendo unas escenas ruidosas, cuyo eco resonó en todas partes.

La decadencia de España iba pues, á dar pasos colosales, precisamente cuando los demas pueblos se iban adelantando en el camino de la prosperidad. De consiguiente, no es muy

alegre el cuadro que debe presentar un historiador del siglo XVII. Hasta entonces al menos mil acontecimientos de toda especie habian llamado la atencion pública: los hechos del emperador Cárlos V. habian llenado la tierra, y la fama de sus proezas y de su grandeza estraordinaria se perpetuaba en mil monumentos y obras dignas de pasar á la posteridad. Hasta en. tonces al menos el proceloso reinado de Felipe II entre mil gloriosas conquistas, arrebató tambien la admiracion y engendró zelos y envidia de parte de los demas potentados de Europa.

Pero el coloso tocaba á su ruina: Felipe III, rey de cortos talentos para la guerra; y poco sagaz en elegir buenos ministros, dejó que su vasta monarquía fuese declinando visiblemente. Una cosa impide escribir con verdad los sucesos del siglo xvii: tal es el que á medida que fueron disipándose las glorias de la nacion, enmudecieron atónitos los analistas é historiadores, como si les arredrase el recordar lo que estaban viendo por sus mismos ojos, y á lo que apenas daban crédito. Por esta misma razon, muy pocos son los que han hablado de los reinados de Felipe IV y Cárlos II, puesto que la decadencia continuaba siempre, y acostumbrados los historiadores á escribir glorias, no quisieron meterse en contar desastres. Por esto muchos han dudado de cuales fueron las verdaderas causas de la decadencia cuyos efectos se sintieron ; y como los estranjeros quisiesen esplicarlas á su modo, de ahí ha resultado el que se mencionen causas estravagantes por unos, y el que lo achaquen otros á otras causas que no han existido. Despues de lo que dejamos transcrito en este capítulo, contentémonos con saber que la historia no entra aquí en un campo de glorias, lleno de entusiasmo y de efervescencia, ni en un campo de orgullo inspirado justamente por unos veteranos que habian recorrido la Europa; el entusiasmo se trocó en abatimiento, y el orgullo en humillacion. Todavía brillarán algunos resplandores de esa gloria y de ese entusiasmo, pero serán resplandores pasajeros que hacen despues mas lóbrega la obscuridad que se sigue.

« AnteriorContinuar »