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ña. De Isabel Farnesio tuvo siete, uno muerto de muy corta edad, el infante Don Carlos rey de Nápoles, el infante Don Felipe despues Duque de Parma y de Plasencia. El cardenal infante Don Luis, la Infanta casada con el Príncipe del Brasil, ótra que casó con el Rey de Cerdeña, y la esposa del Delfin de Francia. Su natural melancolía le hizo mirar siempre como insoportable carga el gobierno del estado y esta y no otra es la causa de que estuviese siempre dispuesto á dejar el cetro en manos de sus hijos. A esto debe achacarse el que mientras vivió su primera esposa Doña María Luisa de Saboya, fué esta quien en realidad junto con la Princesa de Ursinos, se apoderó de las riendas del estado. Pero al subir al trono su segunda esposa, todo pareció mudar de direccion, pues supo estudiar el carácter de su marido, y procuró dar campo á su amor por las ciencias y las artes y á promover y cimentar los mas úti. les establecimientos. Felipe V, dispuesto siempre á recompensar el mérito, á declararse favorecedor de la aplicacion y admirador del talento, y á corregir los abusos, fué un rey por todos títulos digno del amor de sus vasallos, y que contribuyó poderosamente al lustre de la Monarquía. El nombre de animoso que le dieron fue muy merecido, porque no solo se demostró tal durante los azares de la guerra de sucesion, sino tambien durante las circunstancias de su reinado que requerian grande energía de parte de los gobernantes. En suma, fué uno de los reyes cuya memoria no se borra fácilmente en los estados.

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LIBRO SEXTO.

REINADO DE FERNANDO VI.

Capítulo primero.

Reinado de Don Fernando VI, Paz de Aix-la-Chapelle. Carvajal. Ensenada. Terremoto en Lisboa. Nueva guerra en el norte de Europa. Los Franceses se apoderan de Menorca. Los Ingleses se apoderan del Canadá, Muerte de Don Fernando VI.

ENEMOS en el trono de España á un Rey prudente, de 1747. buen corazon, magnánimo y conocedor. La prudencia la demostró con sus deseos de paz, el buen corazon con todos sus vasallos, la magnanimidad con su madrastra y sus hermanos, de quienes tenia motivos de queja, y á quienes favoreció siempre, y de sus conocimientos, juicio y fino tacto dió mues tras en el modo como supo gobernar los pueblos. Su política fué enteramante española, independiente; no quiso permane cer bajo el influjo de la diplomacia francesa. Los primeros actos de su administracion fueron dar el mando del ejército de Italia al Marqués de la Mina, con encargo de atender principalmente á la conservacion de sus tropas. Así lo hizo este general; y mientras los Franceses acometian temerariamente en la Asielta á los Piamonteses atrincherados en posiciones formidables, y perdian en el ataque la mitad de su gente, Mina se re. tiraba prudentemente, y ponia de esta suerte en salvo sus tropas. Solo sí al principio de la campaña acudió con sus aliados

al socorro de Génova que se habia defendido valerosamente; y si bien á últimos de ella la hubo de dejar abandonada á su suerte, fué porque debia atender primero á la conservacion de su ejército brillante que á dar una batalla para esponer no solo el honor de las tropas españolas, sino tambien los estados del Rey de Nápoles. Entretanto en Flándes continuaban los Franceses obteniendo ventajas, y este año fué la Holanda la potencia de los aliados que mas padeció. Efectivamente el ejército francés destrozó completamente á los Ingleses y Holandeses en las llanuras de Laufeld, conquistó todo el Brabante holandés, y amenazó el centro mismo de las provincias unidas.

Este año admitió el Rey la dimision de Villaria, ministro de estado, y le dió por sucesor á don José de Carvajal y Lancáster, hombre sabio, diplomático hábil, y español puro é independiente.

1748. La campaña de Italia no fué este año tan favoroble á los Austriacos. Estos acometieron el punto de Voltri, defendido por tropas españolas, pero fueron rechazados con gran pérdida; no menor descalabro sufrieron delante de Génova cuya ciudad guarnecian los Franceses. En Flán des se apoderaron estos de varias plazas, y así que Luis XV se hubo apoderado de Maestrich propuso la paz á María Teresa. Cansadas las potencias europeas de tan larga guerra y derramamiento de sangre convocaron á principios de este año un congreso en Aquisgran, continuado despues en Aix-la-Chapelle, por el cual reconocieron por emperatriz de Alemania á María Teresa, á la que se reconoció tambien por Duquesa de Milan, y se cedieron al infante don Felipe los ducados de Parma y de Plasencia, á los cuales se agregó el de Guastala que estaba vacante por muerte del príncipe José María, último vástago varonil de la casa de Gonzaga. Al principio algunas potencias se negaron á firmar estos preliminares de paz, y entre ellas la misma Emperatriz de Austria; pero al fin reconocieron todas que era imposible sin destruir los pueblos continuar una guerra de que solo sacaba provecho la Inglaterra á favor de sus apresamientos marítimos, y de los combates sangrientos con que destruia la marina de los Borbones, como acababa de hacer con la Francia en la batalla naval de Finisterre. Tambien retardó dar su consentimiento el Rey de Cerdeña, pero el espíritu conciliador de

Fernando VI le determinó á hacerlo, aunque no pudo recabar lo mismo de parte del Rey de Nápoles. De esta suerte terminó la sangrienta guerra de la sucesion austriaca, llamada por algunos guerra pragmática, porque tuvo su origen de la pragmática sancion promulgada por el emperador Cárlos VI. Fernando VI, y su ministro Carvajal eran desafectos á la Francia 1749. por el aire de superioridad con que procuraba siempre presentarse como tutora de la España, y además porque los Franceses procuraron por medio de sus diplomáticos agriar al Rey de España con el Duque de Parma y el Rey de Nápoles: así que; las relaciones entre España y Francia se hicieron severas, hasta que el Monarca francés conociendo que debia captarse la benevolencia de su antiguo aliado, mudó el embajador que tenia en Madrid; pero á pesar de esto no adelantó nada. Por otra parte la Inglaterra deseaba al mismo tiempo tener de su parte al gabinete español, y de esta suerte se movia una especie de lucha diplomática entre los agentes franceses é ingleses para ver cual de las dos naciones conseguiria preponderancia en Madrid. Por entonces subió tambien al ministerio el Marqués de la Ensenada, hombre conocedor en la administracion, comercio y marina, y digno del eterno reconocimiento de la patria. Pero los dos colegas en el poder, Carvajal y Ensenada, ténian opiniones distintas en cuanto á la política esterior que debia seguirse. Carvajal era de parecer que la España debia aliarse con la Inglaterra, pero Ensenada era enemigo natural de aquella nacion, porque deseaba que la España dominase en los mares y comerciase en todas las partes del mundo. Confiado Fernando VI en la capacidad de sus dos ministros, y ha biéndoles encargado sobre manera el afianzamiento de la paz en todas sus relaciones diplomáticas, se sintió poseido de la misma melancolía que dominaba á su padre.

Procuróse este año terminar de un modo amistoso las diferencias que ya antes de la guerra de la sucesion austriaca existian entre la Inglaterra y la España. Habian los Ingleses encart gado esta negociacion á su embajador Keene, que conocia bien el carácter español, y sabia tratar con decoro y habilidad con nuestros ministros. Al mismo tiempo deseaban tambien los Ingleses que se les confirmasen los privilegios marítimos que les habian sido concedidos por Felipe V.

1750.

Duraron estas negociaciones algun tiempo, lo mismo que otras relativas à la posesion que tomaron los Ingleses de las islas de los Leones, situadas cerca de la tierra del Fuego. Esta disputa procedió de una equivocacion de parte de los ministros, que suponian que aquellas islas se habian ya descubierto anteriormente por los Españoles que habian tomado posesion de ellas en 1619. Mas esto no era así, sino que las islas descubiertas por los hermanos Nodal están en una bahía de la costa del Sur-este de la América Meridional. Al fin el dia 5 de octu bre, despues de largos debates, se firmó con los Ingleses un tratado, cuyos principales artículos consistian:

En restablecer los derechos mercantiles que en las posesiones españolas se habian concedido á los Ingleses en tiempo de Cárlos II.

En poner término á las reclamaciones de la compañía inglesa del mar del Sur, concediéndola la suma de cien mil libras esterlinas.

En que se enviasen instrucciones á todas las autoridades españolas de América para el cumplimiento del convenio.

Practicóse del mismo modo como se habia convenido, y se puso de esta suerte término á unas diferencias que hubieran acaso producido una nueva guerra marítima.

Al propio tiempo se terminaban tambien las diferencias con Portugal, que algunos años antes habian estado á punto de causar ó mover una guerra inevitable, á no haberse interpuesto el pacífico y mediador cardenal de Fleury. Fernando cedió la colonia del Sacramento, motivo de interminables disputas, y en cambio se le dió parte de la provincia de Tuy en Galicia y las Misiones del Uruguay. Estas se sublevaron al saberlo, y como en el ínterin muriese el Rey de Portugal, su sucesor no quiso acceder á lo pactado.

Separándose el gabinete de Madrid del de Versalles, era consecuencia natural que se aliase con el de Viena y el de Turin para asegurar á los Infantes de España la posesion de los estados de Italia: así fué en efecto. Al saberlo el gabinete francés iustó para que, disolviéndose el anterior tratado, se celebrase uno entre Francia, España, Nápoles y el Duque de Parma; pero nada consiguió, ni mas ni menos que la Inglaterra cuan do quiso entrar en el convenio con Austria y el Rey de Cerde

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