Por quien cayó vencido, Tú estrago de los hombres indinado, Rompiste acelerado Del ancho muro el torreon alzado. Del recelo saturnio, que el profano A alzar la osada mano, Sienta su bravo orgullo salir vano. Mas aunque resplandezca Esta victoria tuya conocida Sin que yaga en tinieblas ofendida : Vendrá tiempo en que tenga Tu memoria el olvido, y la termine; Un valor tan insine Que ante él desmaye el tuyo, y se le incline. Y el fertil occidente, Cuyo inmenso mar cerca el orbe y baña, Descubrirá presente Con prez y honor de España La lumbre singular de esta hazaña. Que el cielo le concede A aquel ramo de Cesar invencible, Que su valor herede, Para que al Turco horrible Derribe el corazon y ardor terrible. En la fragosa, yerta, aérea cumbre, La soberana lumbre, Fiado en su animosa muchedumbre. Corre cual suelta cabra, y se abalanza Con el fogoso trueno De su cubierta estanza, Y sigue de sus odios la venganza. Mas despues que aparece El joven de Austria en la enriscada sierra, Frio miedo entorpece Al rebelde, y atierra Con espanto y con muerte la impia guerra Con horrísono estruendo se levanta, De rabia y furia tanta Entre peñascos ásperos quebranta ; O cual de cerco estrecho El flamigero rayo se desata Con luengo sulco hecho, Cuanto al encuentro su ímpetu arrebata. La fama alzará luego Y con las alas de oro la victoria Sobre el giro del fuego, Resonando su gloria, Con puro lampo de inmortal memoria. Y extenderá su nombre Por do céfiro espira en blando vuelo, Al remoto indio suelo, Y á do esparce el rigor helado el cielo. Parte de su destreza y valentía, Tu esfuerzo acrecentáras y osadía. Contra las duras fuerzas de Mimante, El vencedor Tonante, Ni sacudiera el brazo fulminante. Este cansado tiempo espacioso, Que oprime deteniendo El curso glorioso: Haced que se adelante presuroso. Así la lira suena, Y Jove el canto afirma, y se estremece El Olimpo, y resuena En torno, y resplandece, Y Mavorte dudoso se escurece. CANCION II. A la batalla de Lepanto. Cantemos al Señor, que en la llanura Venció del ancho mar al Trace fiero: Tú rompiste las fuerzas y la dura En el grande aparato de sus naves, Al ministerio injusto de su estado, Temblaron los pequeños confundidos Y los armados brazos extendidos, Y de armas de tu fe y amor se visten. Contra ellos con el Ungaro medroso, ¿Quién los pudo librar? ¿Quién de sus manos Pudo salvar los de Austria y los Germanos? Podrá su Dios, podrá por suerte ahora Guardallos de mi diestra vencedora? ' Su Roma, temerosa y humillada, Francia está con discordias quebrantada, Y aunque no; ¿quién hacerme puede ofensa? Que sus luces cayendo se oscurecen; Su gloria ha vuelto al cetro de mi imperio; Tú, Señor, que no sufres que tu gloria Que tus aras afea en su victoria; Y en su esparcida sangre el ódio pruebe : |