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Que hechos ya su oprobrio, dice: ¿ donde
El Dios de estos está? ¿de quien se asconde?
Por la debida gloria de tu nombre ;
Por la justa venganza de tu gente;
Por aquel de los míseros gemido
Vuelve el brazo tendído

Contra este, que aborrece ya ser hombre,
Y las honras, que celas tú, consiente;
Y tres y cuatro veces el castigo
Esfuerza con rigor á tu enemigo,
Y la injuria á tu nombre cometida
Sea el yerro contrario de su vida.
Levantó la cabeza el poderoso,

Que tanto odio te tiene, en nuestro estrago,
Juntó el consejo; y contra nos pensaron
Los que
en él se hallaron.

Venid, dijeron, y en el mar ondoso
Hagamos de su sangre un grande lago;
Destruyamos á estos de la gente,

Y el nombre de su Cristo juntamente;
Y dividiendo de ellos los despojos,
Hártense en muerte suya nuestros ojos.
Vinieron de Asia y portentosa Egito
Los Arabes y leves Africanos,

Y los que Grecia junta mal con ellos,
Con los erguidos cuellos,

Con gran poder, y número infinito 0;
Y prometer osaron con sus manos
Encender nuestros fines, y dar muerte
A nuestra juventud con hierro fuerte,
Nuestros niños prender y las doncellas,
Y la gloria manchar y la luz de ellas.

Ocuparon del piélago los senos,
Puesta en silencio y en temor la tierra,
Y cesaron los nuestros valerosos,
Y callaron dudosos,

Hasta que al fiero ardor de Sarracenos,
El Señor eligiendo nueva guerra,

opuso

Se el Jóven de Austria generoso
Con el claro Español y belicoso;
Que Dios no sufre ya en Babel cautiva
Que su Sion querida siempre viva.
Cual leon á la presa apercibido,
Sin recelo los ímpios esperaban
Á los

que tú, Señor, eras escudo : Que el corazon desnudo

De pavor, y de fe y amor vestido,
Con celestial aliento confiaban :
Sus manos á la guerra compusiste
Y sus brazos fortísimos pusiste

Como el arco acerado, y con la espada
Vibraste en su favor la diestra armada.

Turbáronse los grandes, los robustos Rindiéronse temblando, y desmayaron; Y tú entregaste, Dios, como la rueda, Como la arista queda

Al ímpetu del viento, á estos injustos;
Que mil huyendo de uno se pasinaron :
Cual fuego abrasa selvas cuya llama
En las espesas cumbres se derrama,
Tal en tu ira y tempestad seguiste,
Y su faz de ignominia convertiste.
Quebrantaste al cruel dragon, cortando
Las alas de su cuerpo temerosas,

Y sus brazos terribles no vencidos :

Que con hondos gemidos

Se retira á su cueva, do silbando

Tiembla con sus culebras venenosas,
Lleno de miedo torpe en sus entrañas,
De tu leon témiendo las hazañas,
Que, saliendo de España, dió un rugido,
Que lo dejó asombrado y aturdido.
Hoy se vieron los ojos humillados
Del sublime varon y su grandeza,
Y tú solo, Señor, fuiste exaltado;
Que tu dia es llegado,

Señor de los ejércitos armados,
Sobre la alta cerviz y su dureza,,
Sobre derechos cedros y extendidos,
Sobre empinados montes y crecidos,
Sobre torres y muros, y las naves
De Tiro que á los tuyos fueron graves.
Babilonia y Egipto amedrentada
Temerá el fuego y la asta violenta,
Y el humo subirá á la luz del cielo,
Y faltos de consuelo,

Con rostro oscuro y soledad turbada
Tus enemigos llorarán su afrenta.
Mas tú, Grecia, concorde á la esperanza
Egicia, y gloria de su confianza;

Triste, que á ella pareces, no temiendo
A Dios, y á tu remedio no atendiendo:
Porque ingrata tus hijas adornaste,
En adulterio infame á una ímpia gente,
Que deseaba profanar tus frutos;
Y con ojos enjutos,

Sus odiosos pasos imitaste,
Su aborrecida vida y mal presente,
Dios vengará sus iras en tu muerte;
Que llega á tu cerviz con diestra fuerte
La aguda espada suya: ¿quien, cuitada,
Reprimirá su mano desatada?

Mas tú, fuerza del mar, tú, excelsa Tiro; Que en tus naves estabas gloriosa

Y el término espantabas de la tierra,
Y si hacias guerra,

De temor la cubrias con suspiro ;
¿Como acabaste, fiera y orgullosa ?
¿Quien pensó á tu cabeza daño tanto?
Dios, para convertir tu gloria en llanto,
Y derribar tus ínclitos y fuertes,
Te hizo perecer con tantas muertes.
Llorad, naves del mar, que es destruida
Vuestra vana soberbia y pensamiento :
¿Quien ya tendrá de tí lástima alguna,
Tú, que sigues la luna,

Asia adúltera en vicios sumergida? ¿Quien mostrará un liviano sentimiento? ¿Quien rogará por tí? Que á Dios enciende Tu ira y la arrogancia, que te ofende; Y tus viejos delitos y mudanza. Han vuelto contra tí á pedir venganza.

Los que vieron tus brazos quebrantados Y de tus pinos ir el mar desnudo, Que sus ondas turbaron y llanura; Viendo tu muerte oscura,

Dirán de tus estragos quebrantados:

¿Quien contra la espantosa tanto pudo?

Y

por

El Señor, que mostró su fuerte mano
Por la fe de su Príncipe Cristiano,
el nombre santo de su gloria
A su España concede esta victoria.
Bendita, Señor, sea tu grandeza,
Que despues de los daños padecidos,
Despues de nuestras culpas y castigo,
Rompiste al enemigo

De la antigua soberbia la dureza.
Adórente, Señor, tus escogidos;

Confiese cuanto cerca el ancho cielo

Tu nombre, o nuestro Dios, nuestro consuelo;
Y la cerviz rebelde condenada,
Perezca en bravas llamas abrasada.

SONETO I.

Al mismo asunto.

Hondo Ponto, que bramas atronado Con tumulto y terror, del turbio seno Saca el rostro, de torpe miedo lleno, Mira tu campo arder ensangrentado:

Y junto en este cerco y encontrado
Todo el cristano esfuerzo y sarraceno,
Y cubierto de humo y fuego y trueno,
Huir temblando el ímpio quebrantado.
Con profundo murmurio la victoria
Mayor celebra, que jamas vió el cielo,
Y mas dudosa y singular hazaña;

Y dí, que solo mereció la gloria,
Que tanto nombre dá á tu sacro suelo,
El joven de Austria y el valor de España.

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