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Soplo airado no bate el yerto asiento
Del elevado Olimpo, si no alcanza
A su ensalzada cima el Aero viento.

Quien tan rastrera trae la esperanza
Desespere llegar á tal estado:
Que aunque tenga de sí mas confianza,
Al fin verá que en vano se ha cansado.

SONETO III.

Del mar las ondas quebrantarse via En las desnudas peñas desde el puerto, Y en conflicto las naves, que el desierto Bóreas bramando con furor batía.

Cuando gozoso de la suerte mia, Aunque afligido del naufragio cierto, Dije: no cortará del Ponto incierto Jamas mi nave la temida via.

Mas ay triste! que apenas se presenta De mi fingido bien una esperanza, Cuando las velas tiendo sin recelo:' Vuelo cual rayo, y súbita tormenta Me niega la salud y la bonanza, Y en negra sombra cubre todo el cielo.

SONETO IV.

¿Do vás? ¿do vas, cruel? ¿do vas? refrena

Refrena el presuroso paso, en tanto
Que de mi grave afan el luengo llanto
Abre en prolijo curso honda vena.

Oye la voz de mil suspiros llena,

Y de mi mal sufrido el triste canto;
Que ser no podrás fiera y dura tanto,
Que no te mueva al fin mi acerba pena.
Vuelve á mí tu esplendor, vuelve tus ojos,
Antes que oscuro quede en ciega niebla,
Decia en sueño, ó ilusion perdido.

Volví, halléme solo y entre abrojos,
Y en vez de luz cercado de tiniebla,
Y en lágrimas ardientes convertido.

Esta

ELEGIA II.

amorosa luz serena y bella, Que en el usado curso al alma mia Es eterno esplendor, y al cielo estrella: Ésta, que en sombra oscura, en claro dia Con el inmenso ardor me abrasa el pecho, Quedando toda en sí nevada y fria:

De mi dolor, del grande agravio hecho Con su valor me paga, y aunque nuero, Me hallo en mi tormento satisfecho.

Amor me trajo el mal, y en él espéro
Volver al bien perdido; y si esto niega,
El sentido acabó el dolor primero.

Sulco el áspero mar en noche ciega,
Siguiendo porfioso mi deseo,
Que sin pavor al piélago se entrega.

Yo, que al fin naufragar al triste veo
Entre las altas ondas, ¿que esperanza
Buscar podré al temor con que peleo?

No procuro á mi daño seguranza En la fortuna mia, ni pretendo

Mis cuitas mejorar en la mudanza.
Ni ya huyo, ni oso, ni defiendo
Mi alma del peligro, ni me escuso
Del mal que en mi cercana muerte entiendo.
Todo para mi pena se dispuso,

Y lo debo, pues dí ocasion en ello,
Su flecha cuando amor al pecho puso.
Mi osado orgullo, y mi lozano cuello,
La razon, y el gallardo pensamiento
Quedaron enredados de un cabello.

No siente en el insano, oscuro asiento,
Los cien brazos y cuerpo relazados,
Egeon con sus nudos mas tormento.
Las trenzas de oro crespo, ensortijado,
Que, cual cometa ardiente, resplandecen
Esparcidas con arte, ó sin cuidado.

De quien las tersas hebras se enriquecen Del radiante hijo de Latona,

Y en color y en belleza se engrandecen.
Juntas en ricos cercos y corona,
Entre lucientes piedras anudadas,
Do mi ímpio Rey alegre se corona.
En sus hermosas vueltas y sagradas
El corazon llevaron, y herido
Halló el error y muerte en sus lazadas.
De allí quedé sujeto y sin sentido,
Sino para el dolor; y de alegría,
En cuanto amando viva, despedido.

Conmigo este mi afan y suerte mia
Temprano acabará con pena indigna,
Que no dura en dolor luenga porfia.

Pues consiente mi excelsa luz divina

Que celebre la gloria de su nombre,
Y al cuerpo humano el fuego suyo afina;
Hacer sublime espero su renombre,
Y que en sus fines últimos la aurora,
Y el negro Melo y frio mar lo nombre.
Ensalce al verde lauro en voz canora
El tierno, dulce y amador Toscano
La belleza

y el bien que humilde honora;
Que yo canto, aunque el duro amor tirano
En mis entrañas fiero el ódio incita,
El valor de mi lumbre soberano.

Y si en mi pena y lástima infinita
Se me concede espacio de reposo,
Su memoria en el tiempo será escrita.

En tanto, á do alza Betis deleitoso
Las verdes cañas, y la ovosa frente
Del puro vaso de cristal hermoso,

Y con llena, espumosa, alta corriente
Entra donde Neptuno la ancha Ꭹ honda
Ribera ocupa y ciñe de Ocidente;
En la rica, dorada y fértil onda
Haré los sacros juegos en su gloria,
Y que el coro de Náyades responda:
Y al árbol generoso de vitoria

Rendirá el tierno mirto, aunque mi canto
Por si no espera honrarse en tal memoria.
Guantas veces reí del blando llanto

i

De Laso, cuyo igual no sufre España,
Ni tiene á quien venere y precie tanto!
Cualquier dolor de amor, cualquier hazaña
Me pareció y aquel temor fingido,
Que ahora siento bien su fuerza extraña.

Amor, que no comporta un atrevido Y libertado pecho, el arco fiero

Torció, y al desarmar dió un gran sonido.

Pasóme el corazon, y con severo Imperio me usurpó el dichoso estado En que ufano cuidé vivir primero. Quedé siempre cautivo y sojuzgado De tales dos estrellas, que en el cielo A todas la beldad han despojado.

Y en la purpurea red y rico velo De la hermosa frente ví mi vida Presa, sin esperar algun consuelo.

Mas tal bien, y tal honra ví ofrecida
Á los trabajos mios, que contento
Justamente la dí por bien perdida.

De allí el soberbio y animoso intento
Oscuro de mi canto quedar pudo,
Que solo dió lugar á mi tormento.:
Y aquel rayo de Júpiter sañudo,
Y los fieros Gigantes derribados,
Principio de mis versos grande y rudo;

Y el valor de Españoles, olvidados
Fincaron, que pudieron en mi pena
Mas mis nuevos dolores y cuidados.
Entre armas y entre hierro mal resuena
Cansado el noble espíritu amoroso
Del mal que su sosiego desordena.
Dichoso quien en verso generoso
Celebra las hazañas inmortales,
Y el vigor y el esfuerzo valeroso:
O quien en las regiones celestiales
Termina el vuelo, y de su cumbre mira

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