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DE LA ÉGLOGA SEGUNDA.

ALBANIO.

Ora, Salicio, escucha lo que digo:
Y vos, o Ninfas deste bosque umbroso,
A do quiera que esteis, estad conmigo.
Ya te conté el estado tan dichoso
A do me puso amor, si en el yo firme
Pudiera sostenerme con reposo.

"

Mas como de callar y de encubrirme De aquella por quien vivo me encendia, Llegué ya casi al caso de morirme.

Mil veces ella preguntó qué habia, Y me rogó que el mal le descubriese` Que mi rostro y color le descubria.

Mas no acabó con cuanto me dijese
Que de mí á su pregunta otra respuesta
Que un suspiro con lágrimas hubiese.

Aconteció que en una ardiente siesta.
Viniendo de la caza fatigados,
En el mejor lugar de esta floresta,

Que es éste donde estamos asentados,
A la sombra de un árbol aflojamos
Las cuerdas á los arcos trabajados.
En aquel prado allí nos reclinamos,
Y del céfiro fresco recogiendo.
El agradable espirtu respiramos.

Las flores á los ojos ofreciendo Diversidad extraña de pintura, Diversamente así estaban oliendo;

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Y en medio aquesta fuente clara y pura, Que como de cristal resplandecia Mostrando abiertamente su hondura: El arena, que de oro parecia De blancas pedrezuelas variada, Por do manaba el agua se bullia.

En derredor ni sola una pisada De fiera, ó de pastor, ó de ganado A la sazon estaba señalada.

agua

resfriado

Despues que con el
Hubimos el calor y juntamente
La sed de todo punto mitigado:
Ella, que con cuidado diligente
A conocer mi mal tenia el intento,
Y á escudriñar el ánimo doliente;

Con nuevo ruego y firme juramento
Mc conjuró y rogó que le contase
La causa de mi grave pensamiento:
Y si era amor, que no me rezelase
De hacelle mi caso manifiesto,
Y de mostralle aquella que yo anase:
Que me juraba que tambien en esto
El verdadero amor que me tenia
Con

pura voluntad estaba presto.
Yo, que tanto callar ya no podia,
Y claro descubrir menos osaba
Lo que en el alma triste se sentia ;

Le dije que en aquella fuente clara
Veria de aquella que yo tanto amaba
Abiertamente la hermosa cara.

་་་ ་་

Ella que ver aquesta deseaba, Con menos diligencia discurriendo

De aquella con que el paso apresuraba ;
A la pura fontana fué corriendo,
Y en viendo el agua, toda fué alterada
En ella su figura sola viendo.

Y no de otra manera arrebatada
Del agua rehuyó, que sí estuviera
De la rabiosa enfermedad tocada:
Y sin mirarine, desdeñosa y fiera.
No sé

que allá entre dientes murmurando, Me dejó aquí, y aquí quiere que muera. Quedé yo triste y solo allí culpando Mi temerario osar, mi desvarío, La pérdida del bien considerando. Creció de tal manera el dolor mio Y de mi loco error el desconsuelo, Que hice de mis lágrimas un rio. Fijos los ojos en el alto cielo Estuve boca arriba una gran pieza, Tendido sin moverme en este suelo. Y como de un dolor otro se empieza, El largo llanto, el desvanecimiento, El vano imaginar de la cabeza,

De mi gran culpa aquel remordimiento, Verme del todo al fin sin esperanza Me trastornaron casi el sentimiento. Como deste lugar hice mudanza, No sé ni quien de aquí mé condujese Al triste albergue y á mi pobre estanza. Sé que tornando en mí, como estuviese Sin comer ni dormir bien cuatro dias, Y sin que el cuerpo de un lugar moviese,I Las ya desamparadas vaças mias

Por otro tanto tiempo no gustaron
Las verdes yerbas ni las aguas frias.
Los pequeños hijuelos, que hallaron
Las tetas secas ya de las hambrientas
Madres, bramando al cielo se quejaron.

Las selvas á su voz tambien atentas,
Bramando pareció que respondian
Condolidas dél daño y
descontentas.
Aquestas cosas nada me movian,
Antes con mi llorar hacia espantados
Todos cuantos á verme ällí venian.

Vinieron los pastores de ganados,
Vinieron de los sotos los vaqueros
Para ser de mi mal de mí informados;
Y todos con los gestos lastimeros
Me preguntaban cuales habian sido
Los accidentes de mi mal primeros.

A los cuales en tierra yo tendido
Ninguna otra respuesta dar sabia
Rompiendo con sollozos mi gemido;
Sino de rato en rato les decia:
Vosotros los de Tajo, en su ribera
Cantareis la mi muerte cada dia.

Este descanso llevaré, aunque muera ; Que cada dia cantareis mi muerte, Vosotros los de Tajo, en su ribera.

La quinta noche en fin mi cruda suerte, Queriéndome llevar do se rompiese Aquesta tela de la vida fuerte,

Hizo que de mi choza me saliese. Por el silencio de la noche escura. A buscar un lugar donde muriese;

Y caminando por do mi ventura

Y mis enfermos pies me condujeron,

Llegué á un barranco de muy gran altura.
Luego mis ojos le reconocier on,

Que pende sobre el agua, y su cimiento
Las ondas poco a poco le comieron.

á

Al pie de un olmo hice allí asiento : Y acordéme que ya con ella estuve Pasando alli la siesta al fresco viento. Y con esta memoria me detuve, Como si aquesta fuera medicina De mi furor y cuanto mal sostuve. Denunciaba el aurora ya vecina La venida del sol resplandeciente, A quien la tierra, á quien la mar se inclina: Entonces, como cuando el cisne siente El ansia postrimera que le aqueja, Y tienta el cuerpo mísero y doliente; Con triste y lamentable son se queja, Y se despide con funesto canto Del espirtu vital que dél se aleja ;

Así, aquejado yo de dolor tanto, Que el alma abandonaba ya la humana Carne, solté la rienda al triste llanto, ¡O fera, dije, mas que tigre hircana, Y mas sorda á mis quejas que el ruido Embrabecido de la mar insana!

Heme entregado, heme aquí rendido, He aquí vences; toma los despojos De un cuerpo miserable y afligido.

Yo pondré fin del todo á tus enojos; Ya no te ofenderá mi rostro triste

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