Ni veo tampoco que vientos delgados Muevan los ramos de nuestra montaña, Ni fieren las ondas con su nueva saña La playa con golpes mas demasiados; Ni veo delphines de fuera mostrados, Ni los marinos volar á lo seco,
Ni los caystros hacer nuevo trueco, Dexar las lagunas por ir á los prados. Ni baten las alas ya los alciones, Ni tientan jugando de se rociar, Los cuales amansan la furia del mar Con sus cantares y lánguidos sones, Y dan á sus hijos contrarias sazones Nido en invierno con nueva pruina, Do puestos acerca la costa marina En un semilunio les dan perfecciones. Ni la corneja no anda señera Por el arena seca paseando, Con su cabeza su cuerpo bañando Por preocupar la lluvia que espera, Ni vuela la garza por alta manera, Ni sale la fúlica de la marina. Contra los prados, ni va ni declina Como en los tiempos adversos hiciera. Desplega las velas pues ¿ya qué tardamos? Y los de los barcos levanten los remos, A vueltas del tiempo mejor que perdemos, No los agüeros, los hechos sigamos: Y pues una empresa tan santa levamos, Qual otra en el mundo podrá ser alguna, Presuma de vos y en mí la fortuna,
No que nos fuerza, mas que la forzamos.
Tales palabras el Conde decia, Que obedecieron al su mandamiento, Y dieron las velas infladas al viento, No padesciendo tardanza la via: Segun la fortuna lo ya disponia, Llegaron acerca de la fuerte villa El Conde con toda su rica cuadrilla Que por el agua su flota seguia.
Con la bandera del Conde tendida
la tierra su hijo viniera
Con mucha mas gente que el padre le diera Bien á caballo y á punto guarnida;
Porque á la hora que fuese la grida, Súbitamente en el mesmo desate Por ciertos lugares oviese combate La villa que estaba desapercibida.
El Conde y los suyos tomaron la tierra, Que estaba entre el agua y el borde del muro, Lugar que en menguante es seco y seguro, Mas con la cresciente del todo se cierra: Quien llega mas tarde presume que yerra, La pavesada ya junta á las alas, Levantan los trozos, crescen las escalas,[ Crescen las artes mañosas de guerra..
Los Moros veyendo crescer los engaños, Y viéndose todos cercados por artes, 199 Y combatidos por tantas de partes, Allí socorriendo do ya han mas daños, Y con necesarios dolores extraños
Resisten sus sañas las fuerzas agenas, Y lanzan los cantos desde las almenas, Y botan los otros que no son tamaños..
Bien como médico mucho famoso, Que trae el estilo por mano seguido, En cuerpo de golpes diversos herido Luego socorre á lo mas peligroso ; Así aquel pueblo maldito sañoso, Sintiendo mas daño de parte del Conde, Con todas sus fuerzas juntando responde Allí do el peligro mas era dañoso.
Allí disparaban lombardas y truenos,' Y los trabucos tiraban ya luego Piedras y dardos y hachas de fuego, Con que los nuestros hacian ser menos : Algunos de moros tenidos por buenos Lanzan temblando las sus azagayas, Pasan las lindes, palenques y rayas, Doblan sus fuerzas con miedos agenos. Mientra morian y mientra mataban, De parte del agua ya crecen las ondas, Y cobran las mares soberbias y hondas Los campos que ante los muros estaban: Tanto, que los que de allí peleaban, A los navíos si se retraían,
Las aguas crescidas les ya
Tornar á las fustas que dentro dexaban.
Con peligrosa y vana fatiga
Pudo una barca tomar á su Conde, La qual le levára seguro, si donde Estaba bondad no fuera enemiga : Padece tardanza, si quies que lo diga, De los que quedan y irlo veían, Y otros que ir con él no podian, Presume qué voz doliente sería.
Entrando tras él por el agua decían: Magnífico Conde, ¿y cómo nos dejas? Nuestras finales y ultimas quejas En tu presencia favor nos serían: Las aguas las vidas ya nos desafian, Si tú no nos puedes prestar el vivir, Danos linage mejor de morir, Daremos las manos á mas que debian. O volveremios á ser sometidos A aquellos adarves, magüer no debamos, Porque los tuyos muriendo podamos Ser dichos muertos, mas nunca vencidos; Solo podremos ser redargüidos
De temeraria y loca osadía :
Mas tal infamia mejor nos sería Que no so las aguas morir sepelidos. Hicieron las voces al Conde á deshora Volver la su barca contra las saetas Y contra las armas de los mahometas ; Ca fué de temor piedad vencedora : Habia fortuna dispuesto la hora, Y como los suyos comienzan á entrar, La barca con todos se ovo de anegar peso tamaño no sostenedora. Los míseros cuerpos ya no respiraban, Mas so las aguas andaban ocultos, Dando y trayendo mortales singultos De agua la hora que mas anhelaban : Las vidas de todos así litigaban, Que aguas entraban do alinas salian : La pérfida entrada las aguas querian; La dura salida las almas negaban.
¡O piedad fuera de medida!
¡O inclito Conde! quisiste tan fuerte Tomar con los tuyos en antes la muerte
Que con tu hijo gozar de la vida : Si fé á mis versos es atribuida, Jamas la tu fama, jamas la tu gloria Darán en los siglos eterna memoria, Será la tu muerte por siempre plañida.
MUERTE DE LORENZO DÁVALOS. Laberinto. Orden de Marte. Copla 201.
que allí ves al cerco trabado, Que quiere subir y se halla en el ayre, Mostrando en su rostro doblado donayre, Por dos deshonestas feridas llagado, Es el valiente, no bien fortunado, Muy virtuoso mancebo Lorenzo, Que hizo en un dia su fin y comienzo: Aquel es el que era de todos amado,
Él mucho querido del señor Infante Que siempre le fuera señor como padre: Él mucho llorado de la triste madre, Que muerto ver pudo tal hijo delante. ¡O dura fortuna, cruel, tribulante! Por ti se le pierden al mundo dos cosas, Las vidas y lágrimas tan piädosas Que ponen dolores de espada tajante.
Bien se mostraba ser madre en el duelo.
« AnteriorContinuar » |