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te por las circunstancias, pues los nuestros tenian grande escasez de vituallas que por causa de la rebelion en que la tierra estaba debian llevarse de Cataluña y Valencia, y el ejército ademas se habia disminuido mucho por las graves enfermedades que le atacaron y de que no pudo librarse el rey mismo.

Hallándose D. Pedro en Caller á fin de embarcarse para volver á Cataluña mandó convocar Córtes generales para el castillo de aquel pueblo, llamando á ellas á los Sardos, al procurador de Pisa, (porque esta república tenia en Cerdeña varios lugares), á los procuradores de las ciudades y villas de la Isla, y á los prelados y caballeros aragoneses y catalanes que en ella se encontraban. Varios fueron los estatutos que allí se ordenaron para la mejor conservacion de aquel reino, y las penas que se establecieron contra los rebeld es; pero singularmente llamó la atencion por los buenos efectos que podian resultar de ella la ordenanza por la cual se mandó á los aragoneses y catalanes que poseian villas y castillos en la Isla que fuesen obligados á tener en ella su domicilio. Asentadas pues las paces y concluida tambien la guerra entre Genoveses y Venecianos á instancia del papa, el rey consiguió mejorar un poco las condiciones concertadas en el campamento de Alguer, y embarcándose en el puerto del Conde llegó con la armada á Barcelona en 12 de setiembre de 1355.

Apenas estaba de vuelta cuando hubo en la Isla nuevos alzamientos que obligaron á continuar la guerra por tan corto tiempo suspendida. Los disturbios interiores que desde entonces alteraron el Aragon y las desavenencias con el rey de Castilla, no permitieron á D. Pedro destinar á Cerdeña las fuerzas necesarias para sujetar de todo punto á los sublevados. Las pocas que allí quedaron, y los escasísimos ausilios que fueron enviados, manteniéndose á la defensiva, lograron, y fue mucho, sostener el honor de nuestras armas. Los Genoveses no menos cansados de guerra que los otros, deseaban venir á un concierto, y al fin mediando el papa y el marques de Monferrato, lograron ponerse de acuerdo. Las partes comprometieron sus diferencias en poder del marques, el cual hallándose en la ciudad de Asti, dió su sentencia en 27 de marzo

de 1360 asentando la paz entre el rey y la república su enemiga. Cumplido nuestro propósito de relacionar los negocios de Cerdeña, esponer los acontecimientos de Aragon hasta 1351, y referir los últimos dias del reino de Mallorca, darémos finalmente la vuelta á Castilla de donde distrajimos nuestra atencion en 1350, cuando acababa de morir Alfonso XI en el sitio de Gibraltar. En el mismo campamento real fue al instante proclamado el legítimo heredero de la corona, D. Pedro, habido de su legítima esposa, y el cual á la sazon no tenia aun diez y seis años de edad, y se hallaba en Sevilla con su madre.

D. PEDRO EL CRUEL.

Varias son las veces que nos ha parecido enojosa la tarea que hemos tomado á nuestro cargo de escribir la Historia de España, porque en efecto la consideramos muy superior á nuestras fuerzas, y aun no sabemos si la indulgencia de los lectores bastará para escusar tanta osadía; mas aunque en mil ocasiones se nos han presentado períodos tan intricados Ꭹ confusos que temimos no poderlos esponer con la claridad que era necesaria para que el lector se enterase de los sucesos, confesamos sinceramente que nuestro empeño nunca se nos ha figurado de tanto riesgo como en este momento. Y no es por cierto la causa el que los hechos que vamos á relatar sean los mas embrollados, ni aun siquiera los mas azarosos, sino por que nos conduele en gran manera vernos en la necesidad de ofrecer un triste y horrible cuadro de perfidias, asesinatos y barbaries de toda especie. Nuestro corazon se horroriza al espectáculo de tantas atrocidades, y no dudamos que el lector mas endurecido cerrará el libro, porque no le será dable presenciar á sangre fria los crímenes de un rey que fue un verdadero asesino. La historia le ha apellidado Cruel, y aunque este epiteto es odioso, parécenos todavía poco espresivo, porque un hombre que mata á sinrazon personas indiferentes, favoritos, amigos, hermanos y esposa, es algo mas de lo que significa aquel dictado. En

medio del quebranto que causa el contemplar la iniquidad de un hombre que tanta sangre derrama, no queda otro consuelo que ver cuál la justicia divina descarga al fin su brazo sobre el que en tal manera la habia irritado, dándole la muerte misma que de su mano han sufrido tantos otros. No hay que dudarlo; el delito tarde o temprano encuentra un castigo, porque Dios no permite jamas que quede impune. Los hombres quisieran siempre que ese castigo fuese sangriento y estrepitoso, y cuando no presenta ese carácter se quejan de la justicia del cielo, sin pensar que no es la muerte la espiacion mas dolorosa, ni que a veces la caida de un trono ú otro grande cambio en la suerte de los hombres acibaran toda una vida y la colman por muchos años del dolor muchos años del dolor que la muerte no causaria sino por un instante. Para juzgar si el castigo es proporcionado al delito seria forzoso sufrirlo hallándose en la posicion del castigado.

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Al investigar las causas que produjeron el horrible reinado de D. Pedro nos parece que podemos señalar tres como las principales: la índole del rey, la conducta de su padre, y el desorden de Castilla. Esplanarémos esta proposicion siguiendo el órden de las tres ideas abraza. D. Pedro, hombre de ánimo esforzado que un físico robusto é incapaz de rendirse á la fatiga, tenia tres vicios capitales: la lujuria, la crueldad y la avaricia. Para satisfacerlos no habia obstáculo que le detuviese, atropellaba indiferentemente lo profano y lo sagrado, se entregaba á todo género de torpezas, el pudor y la inocencia no pudieron nunca imponerle, y aborreciendo la muger propia codiciaba siempre la agena. La avaricia lo hacia cruel, de manera que el ser rico era motivo suficiente para ser reputado por enemigo. Traidor al mismo tiempo y aleve, nunca tuvo consideracion á vínculos ni á derechos; asi del mismo modo envenenó á su esposa D.a Blanca, como hizo saltar la cabeza de la dama de su padre, las del rey de Granada Said y de las personas de su comitiva que fueron á Castilla como amigos, y las de inermes prisioneros rendidos en el campo de batalla. Gozábase en el derramamiento de sangre, y no sabemos decir si eran mas gratos á su corazon los placeres de la incontinencia que los tormentos que

sus víctimas sufrian. Asi pues la índole de D. Pedro fue sin duda la principal causa de los escesos que distinguen su reinado.

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Gran parte tuvo en ellos la conducta de su padre. En efecto, ya sabemos que olvidado este de lo que debia á su esposa, desde muy temprano contrajo estrechas relaciones con D.a Leonor de Guzman, de quien tuvo muchos hijos entre los cuales figura D. Enrique de Trastamara que fue el mayor enemigo de D. Pedro, y el instrumento de que Dios se valió para castigar los delitos de este. La liviandad de Alfonso XI fue un ejemplo fatal para su hijo, quien no solo supo imitarlo, sino que le sobrepujó en muchos grados. Fácil es por otra parte comprender el odio que en el corazon de D.a María dispertarian contra la de Guzman las torpezas de su esposo. Postergada á una manceba hubo de reprimir su cólera durante la vida del rey; mas nó por esto dejó de alimentarla en su pecho ni de trabajar á fin de que su hijo participase de ella. Para verterla era imposible encontrar un corazon mas á propósito que el de D. Pedro: naturalmente iracundo y cruel asió esta ocasion como un escelente pretesto para preludiar con sangre su reinado. Si D.a Leonor hubiese muerto antes que D. Alfonso y sin dejar hijos, acaso ese reinado fuera menos desastroso, porque en la temprana edad en que D. Pedro empuñó el cetro, quizás aun era tiempo de corregir sus perversas inclinaciones; y la madre que en sentir de todos los autores lo hizo servir para su venganza, tal vez lo hubiera dirigido por buen sendero, á no existir la rival y los hijos, cuyavista alimentaba los zelos y el odio que la esposa habia concebido. Otro error cometió D. Alfonso con su hijo, y fue confiarlo á los cuidados de D. Juan Alonso de Alburquerque, quien lejos de educarle cual correspondia á un monarca, halagó, si es que no las aumentó todavía, las malvadas inclinaciones de su alumno. A lo menos asi da lugar á juzgarlo, como oportunamente lo observa el grave Mariana, la mucha privanza de que gozó en el reinado de D. Pedro, quien si mas tarde lo persiguió y al fin lo hizo morir, no fue sin motivo muy grande como mas adelante

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verémos.

Dijimos que el estado en que se encontraba Castilla cuando

D. Pedro subió al trono fue una de las tres causas principales que produjeron aquel tremendo reinado. Las violentas tempestades que durante los últimos años agitaron el reino hubieron de relajar los vínculos de la obediencia y acrecer la libertad y el orgullo de los grandes. Testigos somos de las demasías que cometieron, de las rebeliones que alzaron, y de la audacia con que erigiéndose casi en soberanos se resistian á sujetarse al yugo del legítimo monarca. Testigos somos de que los mismos infantes dividieron la nacion eu bandos, y procuraron la confederanza de reyes estraños para resistirse al propio. Estos desmanes que procedian de tan alto, encontraron muchos imitadores: de manera que al ceñirse D. Pedro la corona habia gran desórden, mucha confusion y no pocos partidos. Difícil era que un rey jóven, enérgico, audaz y orgulloso, no resolviera desde luego sujetar á su coyunda á cuantos avezados á la licencia se habian resistido á humillarse ante su padre. Otro monarca hubiera tal vez conseguido lo mismo haciendo uso tan solo de la autoridad y la firmeza; pero D. Pedro era cruel y sus cosas debian llevar impreso el sello de esta cualidad abominable. Tales fueron en nuestro concepto las causas esenciales de los desastres á cuya relacion vamos á dar principio, pues si bien con el motivo que mas adelante manifestarémos, se han buscado otras, y en particular se han traido á colacion las costumbres de la época, en otro lugar será mas oportuno decir acerca de esto lo

timos.

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A la edad de quince años empuñó D. Pedro el cetro, y aunque D. Leonor de Guzman salió del campamento de Gibraltar con ánimo de acompañar hasta Sevilla el cadáver de Alfonso XII, en el camino temió el carácter de D. Pedro y el odio de la reina D. María, y por esto variando de ruta fue á guarecerse en Medina Sidonia, dudando todavía si pudiera convenirle mas fiar en el rey yen su madre, ó prepararse á defender contra ellos su persona. En esta incertidumbre se resolvió á favor de lo primero por temor del privado Alburquerque que la amenazaba. Retiróse á Sevilla mientras sus hijos y otras personas de su parcialidad que tenian menos coufianza en el rey se encastillaron en diversos puntos con el objeto

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