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eres el hideputa, que yo hijo soy del rey D. Alfonso. Murió D. Pedro en 23 de marzo de 1369 á la edad de treinta y cuatro años, y despues de diez y nueve de reinado.

La muerte de D Pedro el Cruel ha puesto término al mas sangriento reinado de Castilla. El relato de las atrocidades cometidas por este monarca mientras empuñó el cetro, hacen estremecer el corazou del hombre mas insensible, y sin embargo advertimos á nues→ tros lectores que estamos muy distantes de haberles dado noticia de todos los actos de crueldad que sus målvadas inclinaciones le inspiraron y de todas las que cometió por sí mismo. Ya dijimos al comenzar su historia que no contento con derramar sangre se habia entregado tambien á otros vicios, entre los cuales descuellan de un modo muy notable la lujuria y la avaricia. Varias pruebas hemos encontrado de la una y de la otra, y no podemos callar que omitimos algunas; porque ni á nosotros nos place recordar obscenidades y delitos, ni queremos tampoco mortificar á nuestros lectores con tan enojosos relatos. Ademas de las cosas que por estas consideraciones hemos pasado en silencio, otras dejamos de referir por no distraer nuestra atencion ni la agena del relato de los principales acontecimientos. Algunos de estos vacíos es indispensable llenarlos, porque cuando los dejamos tuvimos este in

tento.

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Conocidas nos son las diferentes relaciones amorosas que contrajo D. Pedro, y la facilidad con que abandonaba á las mugeres despues de haberlas amado un solo dia, si es que amor puede llamarse lo que por ellas esperimentaba. Las personas que hemos nombrado no fueron las solas víctimas de su lujuria. Tuvo una hija de D.a Teresa, dama que fue de la reina su madre, y dos hijos, á saber D. Saucho y D. Diego de una señora llamada D.a Isabel, de quien la historia no ha conservado mas que el nombre. Cerca de él no habia honra segura, ni sus ojos se fijaban en rostro de muger hermosa que no corriese el riesgo de haber de contentar la incontinencia del rey, de grado ó por fuerza. Los escesos á que se entregó por esta causa no es difícil adivinarlos.

Nuestros lectores tendrán presente que ya una vez fue escomul

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gado D. Pedro por haber roto la tregua concertada con el rey aragones; mas no fue aquella la única ocasion en que se lanzaron contra él los rayos del Vaticano. En la batalla de Nájera en que fue batido D. Enrique, militaba á favor de este el maestre de San Bernardo, dignidad de que apenas se conserva el nombre sin que se tenga noticia de su carácter, de su representacion, ni de sus facultades. Los autores que han escrito cuando esa dignidad ya no existia han procurado esplicarla segun les ha parecido mas probable, y en concepto de dos de los mas acreditados, hubo de proceder de la union de las Behetrías, las cuales para que D. Pedro no las incorporara á la corona, como lo pretendió en tiempo de Alburquerque, debieron de reunirse á la órden de San Bernardo, y á imitacion de las órdenes militares elegir un gefe con título de maestre. Fuese este el origen ó fuese otro, el hecho es que existió la dignidad, y que el caballero que la obtenia en la época á que nos referimos era eclesiástico, militaba en las filas del conde de Trastamara, fue preso y muerto por D. Pedro, y se le confiscaron muchos pueblos de Behetría. Behetría tanto quiere decir, como pueblos cuyos vecinos tenian facultad de elegir por dueño absoluto á la persona que mas les agradase. La muerte de este maestre dió ocasion á que el papa Urbano V enviase á Castilla un arcediano para que hiciese entender á D. Pedro que estaba escomulgado. Grave fue la cólera del monarca contra él que tal anuncio le llevaba, de modo que echando mano á la espada se arrojó contra el mensagero, quien gracias á las prevenciones que habia tomado logró que la embajada no le costase la vida. Esta nueva censura de la Sede apostólica lejos de atemorizar á D. Pedro enfurecióle de manera que amenazó al papa con que le negaria la obediencia, y haria que los reyes de Aragon y de Navarra imitasen su ejemplo. Quizás las cosas no pararan en esto si el pontífice conociendo el carácter de D. Pedro y temiendo que diese lugar á un cisma no tratase de templarlo. Asi pues envió un cardenal Legado y se restableció la armonía, concediendo el papa al rey las tercias reales, ó sea, la tercera parte de los diezmos eclesiásticos, con la condicion de que debian aplicarse á la guerra contra los moros. Cedióle

al mismo tiempo el usufruto de las Behetrías que antes fueran de la Iglesia, con el pacto de que nunca pudiesen enagenarse, y finalmente renunció la potestad de nombrar obispos, maestres de las órdenes militares, gran prior de San Juan, y las personas que debian obtener las dignidades eclesiásticas llamadas mayores, sino á consulta ó á presentacion de los reyes de Castilla. Tal fue el resultado de aquella escomunion que de pronto pudo temerse que lo produciria muy distinto.

Hemos dado fin al reinado de D. Pedro el Cruel, y de cada vez admiramos mas que los hechos de este monarca hayan encontrado defensores. Al comenzar la historia de este príncipe apuntamos las causas que en nuestro concepto le habian arrastrado á tantos escesos, y entre las tres que señalamos como las principales solo una atribuimos á él mismo, confesando que las otras dos á mas de serle estrañas podian en parte escusar la que le era propia. Sentamos esto y lo repetimos ahora á fin de que no se crea que para mostrarnos enemigos de D. Pedro, no nos ha asistido otro motivo que la opinion general, bien claramente manifestada en el hecho de unir á su nombre el epiteto de Cruel. El principal fundamento en que se han apoyado los defensores de D. Pedro son las costumbres bárbaras de su siglo, y el despotismo de los magnates de su reino. No nos son desconocidas esas costumbres, y bien francamente hemos declarado nuestra opinion contra los desmanes y el desenfreno de los grandes; mas ni esto ni lo otro bastan para defender á D. Pedro. Actos hay en su vida tan bárbaros y feroces que ninguna razon basta á escusarlos. Le vemos atropellarlo todo para saciar su avaricia y su incontinencia; los tiernos vínculos de familia no bastan á detener su mano homicida; recelando que tiene enemigos, manda levantar cadalsos para deshacerse de ellos; cuando vencido desahoga su cólera ordenando muertes, y cuando vencedor tambien con muertes celebra sus triunfos. Se le ve preparar con calma el sacrificio de sus víctimas, á las cuales con una perversidad que horroriza halaga y agasaja, mientras afila la segur ha de derribar sus cabezas. Eran bárbaras las costumbres de su siglo, no lo negamos, pero en medio de esa bárbarie se ven

que

rasgos de nobleza, se ven acciones de generosidad, en una palabra, se ven los efectos de aquellas ideas caballerescas que entonces dominaban : la hospitalidad era sagrada, y el derecho de gentes nunca reclamaba en vano las consideraciones que le son debidas. D. Pedro lo conculcó todo, y la muerte de Abu-Said y de los treinta y siete caballeros moros que le acompañaban fue un horrible sacrificio, sugerido por la mas negra alevosía y por una perversidad muy agena del siglo del siglo en que en que fue verificado. Tal nos parece D. Pedro, y dudamos mucho que ahora y en lo venidero salgan airosos los que tomen sobre sí el árduo y repugnante empeño de sincerarle.

La historia de Castilla nos ha hecho olvidar por algunos momentos la de dos reinos de España que todavía estan separados de aquella, y es justo que antes de emprender el reinado de D. Enrique de Trastamara llenemos esa laguna. Mientras hemos hablado de D. Pedro muchas cosas dejamos dichas del reino de Aragon y de su príncipe, apellidado el Ceremonioso: lo hemos visto envuelto en las guerras suscitadas entre los dos hermanos de Castilla, y somos testigos de la parte que tomó en ellas. Sin embargo algunos hechos particulares han acontecido en Aragon, los cuales de intento nos hemos abstenido de esponerlos antes de ahora para no confundir la historia de D. Pedro. Despues de su muerte puede suspenderse el relato de los acontecimientos de Castilla y dar noticia de los que tuvieron lugar en Aragon. Vamos á verificarlo.

Acababa de nacerle á D. Pedro en el año 1350 su primogénito D. Juan, habido de D.a Leonor su tercera esposa. Continuaron con su hermano D. Fernando las desavenencias que habian mediado hasta entonces, y ya hemos dicho la manera con que este y su hermano D. Juan pasándose á Castilla guerrearon á favor de D. Pedro el Cruel. El tratado que en 1363 concluyeron este y el Ceremonioso dió lugar á la muerte de D. Fernando, cuyo suceso recordamos haber referido aunque sin esplicar sus circunstancias. D. Fernando era considerado como el heredero presunto de la corona de Castilla por su madre D. Leonor, razon por la cual D. Pedro el Cruel, aunque lo acogió en sus estados lo tuvo siempre por

que

sospechoso. Reconciliado en 1358 con el rey de Aragon su hermano, hallábase en el territorio de este cuando á fines de 1362 se reunieron en Monzon las Cortes para tratar de defenderse del castellano, puesto que nunca se tuvo por duradera la concordia acababa de asentarse. Discordaron en las Córtes los pareceres acerca de si convenia pagar con preferencia las tropas del mismo D. Fernando y de los ricos-hombres, ó las que de Francia vinieron con los condes de Foix y de Trastamara, quien por mas que militase á una con D. Fernando no podia mirarle sin recelo; porque al fin era dable que le sirviera de estorbo para empuñar el cetro de Castilla. El Ceremonioso resolvió satisfacer á los estrangeros y como quier que muchos viniesen á servir á D. Fernando, le requi rieron para que les pagase, y con su promesa se trasladaron á Zaragoza. Enojado el de Trastamara por este desaire, logró que D. Pedro mandase al infante que despidiera aquellas compañías, cuya órden dió lugar entre los dos hermanos á que se entablasen serias desavenencias; mas como la falta de recursos apremiaba de dia en dia, D. Fernando que aun continuaba en Zaragoza, fuese á la casa del tesorero del rey, rompió las puertas y llevó consigo el dinero. Tanto bastaba para encender el enojo en el iracundo carácter del Ceremonioso, porque en verdad la conducta del infante en aquella ocasion fue bastante audaz de suyo, y mas porque comprometia la palabra del rey que ofreció remunerar sus servicios á los estrangeros. Coincidió con esto el sentar D. Pedro la paz con el castellano, de lo cual irritado el infante que bien presumió que el de Castilla era su enemigo, y quizás temeroso del enojo de D. Pedro por el paso á que se habia arrojado en Zaragoza, le envió á decir que queria retirarse á Francia. No se le ocultaron al rey las consecuencias que podia traer esta marcha, y trató de impedirla avenido para ello y para dar muerte al infante, con el conde de Trastamara y con otras personas enemigas de D. Fernando. Este es el parecer de los mas graves autores y el hecho lo justifica, pues habiéndose el infante venido á Castellon invitado por D. Pedro y hallándose en el mismo palacio, intentaron prenderle por orden del monarca. Resuelto D. Fernando á morir antes que darse preso se dispuso á

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