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la defensa con algunos amigos que lo acompañaban, y mató de una estocada á un escudero del conde de Trastamara; mas entrando en el acto este con algunos caballeros castellanos dieron muerte al infante y á varios de los que le defendian. Túvose entonces por seguro que el rey habia mandado que acabaran con él si no se dejaba prender, y como el odio por esta muerte recayó contra el monarca, y por otra parte D. Fernando era generalmente muy bien-quisto por sus bellas cualidades, trató D. Pedro de justificar su conducta achacando al difunto varios delitos. No fue difícil hacerlo, ya porque no es grande empeño acusar á quien no puede defenderse, ya porque nunca faltan á las personas de elevado rango y particularmente á los reyes, medios con que dar una apariencia de justicia á sus desaciertos y á sus delitos. Algo mas árduo es acallar las murmuraciones y convencer á los que tienen noticia de los hechos; y esto no lo consiguió tampoco el aragones, porque á pesar del empeño que puso en sincerarse, la opinion contemporánea le achacó siempre este fratricidio, y la historia ha canonizado el dictámen de los coetáneos.

Reciente estaba todavía la memoria de esta muerte, cuando se levantó una terrible tempestad contra otro personage de cuenta del reino de Aragon. Entre los magnates que mas de cerca privaban con el rey D. Pedro, quizás debemos poner en el lugar primero á D. Bernardo de Cabrera, caballero de alto linage, ayo del primogénito de Aragon, gefe de las tropas que tranquilizaron las revueltas de Cerdeña, consejero del rey en los negocios de importancia, y hombre á quien en todos tiempos se habian conferido los mas delicados encargos, y dado las mayores muestras de grandísima privanza. Tanta elevacion y las relevantes prendas que nadie le negaba era preciso que le suscitasen enemigos, mucho mas en aquella época fatal en que los disturbios del reino y los diversos partidos que en él pululaban, no tenian á salvo reputacion alguna ni dejaban que nadie se contase seguro. Conociendo D. Bernardo la dificultad de hacer frente á todos los bandos, y cansado de su fatigosa carrera, habíase retirado á mas pacífica vida, cuando D. Pedro se empeñó en arrancarle de ella con el objeto de que

interviniera en los tratados de alianza que en 1364 estaba concertando con el rey de Navarra para ir contra el de Castilla. D. Bernardo á fuer de súbdito fiel, y de aquellos pocos que lo sacrifican todo á la ciega obediencia de los reyes, mucho mas cuando les son deudores de la amistad que tan raras veces conceden los monarcas, renunció á la paz del retiro que habia elegido y se presentó para obtemperar las órdenes de D. Pedro.

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Sabia cuán arriesgado era oponerse, á los deseos de este: mas ló habia hecho otras veces, y como quier que era hombre que miraba con mucho interes las cosas del reino, aunque el manifestar su dictámen pudiera acarrearle sinsabores y amarguras, hizo ver que los pactos con que aquella concordia se trataba no eran para Aragou tan favorables como él creyó que debian hacerse. Sospecharon el de Navarra y el conde de Trastamara que Cabrera estaba contra ellos, y como á esto se reunieron murmuraciones y hablillas en disfavor del consejero, Trastamara y el Navarro trataron de deshacerse de él ausiliados en esto por varios magnates y por la reina de Aragon que desde mucho tiempo odiaba á aquel caballero. Todos pues trabajaron de consuno para malquistar á Cabrera con el monarca, lo cual entendido por D. Bernardo, se receló de D. Pedro en términos que cuando por órden de este fueron á prenderle habíase ya marchado de Almudebar en donde á la sazon se hallaba, y desde cuyo punto se trasladó á Carcastillo, pueblo situado en territorio de Navarra. Allí por de pronto le ofreció el rey que le protegeria, mas aquella promesa fue tan vana qué á la hora lo prendieron, y despues de haberle herido en la reyerta que se trabó para apoderarse de su persona lo trasladaron al castillo de Novales.

Apenas estuvo preso cuando el vulgo ignorante é ingrato, que se complace siempre en la caida de los poderosos sin mas causa de porque estan muy sobre su nivel, aunque hasta entonces habia ensalzado las escelentes calidades de aquel caballero, le achacó todas las desgracias ocurridas en el reino desde muchos años á aquella parte, y desconoció todos los bienes que le debia: porel bien que que hacen los reyes se atribuye á ellos

que ya se sabe

mismos y el mal á sus ministros. Resuelta pues la pérdida de D. Bernardo y queriendo confundir en su desgracia á su hijo el conde de Osona, fueron citados ambos para que compareciesen en Barcelona, en donde se los acusó de muchos y muy graves delitos, y entre otros se hizo cargo al padre de haber intervenido en la muerte del infante D., Fernando, y procurado que el reino de Aragon cayese en poder de su enemigo el de Castilla. En vano dió Cabrera cuenta de su conducta, en vano manifestó la lealtad y el buen intento con que habia aconsejado siempre al rey; pues estaba decidido que muriese, y asi despues de haber mandado la reina que pública ó secretamente se le matase; el mismo rey en 22 de junio de aquel año le condenó á que fuese degollado, fundando su sentencia en indicios, presunciones y datos que solo á él mismo constaban. D. Bernardo fue trasladado á Zaragoza y en el palacio del arzobispo le fue notificada la sentencia en 26 de julio, y sufrió en la plaza del mercado de aquella ciudad la pena que se le habia impuesto. La injusticia de esta sentencia se deduce de los hechos, de la conducta que habia observado Cabrera, del modo como se procedió en este asunto, de las personas que en él intervinieron, y de lo que hizo algunos años despues el mismo rey D. Pedro, quien al restituir al nieto de aquel desgraciado consejero los vizcondados de Bas y de Cabrera que le pertenecieron, confiesa en el privilegio habia sido injusto con D. Bernardo y con su hijo. Confesion irrita, y enmienda que no corresponde al daño causado. Las muertes de D. Fernando de Aragon y de D. Bernardo de Cabrera dan una clara idea del carácter de D. Pedro el Ceremonioso. Desgraciadamente era parecido al de D. Pedro de Castilla. Contemporáneos y por lo mismo puestos los dos bajo el influjo de unas mismas costumbres, dotados ambos de una voluntad firme, osados uno y otro, envueltos en circunstancias muy semejantes, y ansiosos de dar á la potestad real y á despecho de los grandes una preponderancia que hasta entonces no tuviera, uno y otro mancharon con sangre su reinado. Algunos autores han dicho que la memoria del de Aragon hubiera sido funesta á no empeñarse el de Castilla en aventajarle en todo lo que fuese malo; esto sin embargo

que

que

no nos parece exacto, pues si juzgamos á cada uno aisladamente, hay entre los hechos de este y de aquel disparidad tan grande, que la comparacion no puede establecerse. El de Castilla sin consideracion á parentesco, amistad, ni vínculos derrama sangre en todas circunstancias, aun en aquellas en que su ferocidad no puede hacer mas que suscitarle enemigos: el de Aragon no la vierte sino cuando lo cree necesario para sostener el poder real en la altura hasta donde quiere elevarlo, ora le resista un hermano, ora trate de contenerlo un consejero, ora se alzen los pueblos á fin de poner cortapisas á sus intentos liberticidas. Aquel encenegado en las torpezas, complaciéndose solo en sacrificar víctimas humanas nada hace para su nacion, ni la afirma, ni la engrandece, ni le da dias de gloria; mientras este trabaja para el buen régimen interior de sus pueblos, da un prodigioso impulso á su marina, dilata su territorio, y sostiene en remotas tierras las conquistas hechas por sus predecesores. Los dos vengan sus agravios y sacrifican á los que osan contrarestarlos; pero en la conducta del aragones prepondera la política, la crueldad en la del castellano: á este nada le importa ser reputado por asesino, aquel desea que se le tenga por justiciero. Asi el de Castilla apenas está enojado cuando hace estallar su cólera levantando cadalsos ó fulminando su espada misma el aragones reconcentra y esconde su enojo, y con sagacidad y tiempo medita el plan que ha de producir la ruina de su contrario: por esto las crueldades del de Castilla no las escusaba nadie, y en las muertes que ordenó el de Aragon se entrevia siempre un motivo mas o menos plausible, y en los que hizo perecer se hallaba un delito mas o menos grave, mas o menos patente, pero que hasta cierto punto justificó, siempre los decretos del monarca. Ninguno de los dos obró en conformidad con su época; D. Pedro el Cruel estaba dos siglos mas atrasado que D. Pedro el Ceremonioso.

En el año 1360 interrumpimos la relacion de los hechos de Cerdeña con respecto á sus relaciones con Aragon, y la continuarémos ahora hasta el año 1369, en que dejamos cortada la historia de Castilla. Los disturbios interiores de Aragon dieron audacia á los mal sujetos vasallos de Cerdeña; asi fue que apenas D. Pedro estuvo

que

de vuelta en su reino, cuando estalló una rebelion de un modo tan audaz que hasta entonces no habia habido ejemplo de un alzamiento tan general y tan temible. Fueron mas funestas para Aragon aquellas revueltas cuanto la la y guerra interior habia con D. Pedro de Castilla imposibilitaban al monarca de disponer como otras veces lo hizo un armamento capaz de sujetar á los inquietos Sardos. A despecho de tan tristes circunstancias se enviaron á Cerdeña algunos socorros, pero nó los que eran necesarios para el deseado objeto; y asi fue que en un fatal encuentro los disidentes. batieron á nuestro ejército dando muerte á D. Pedro de Luna y á su hermano D. Felipe que lo mandaban. Bien quisiera el rey trasladarse á aquellas posesiones, y aun se hizo público este proyecto, nó tanto porque se pensase llevarlo á cabo, cuanto para alentar el valor de los Aragoneses y Catalanes que sobrecargados de impuestos, observando lo que costaba el mantenimiento de aquella isla, y condolidos al ver que habian muerto en ella muchas personas principales y gran parte de los ejércitos que allá se enviaron, se sentian poco dispuestos á prestar sacrificios para la conquista de un pais que por otra parte era de menguado provecho para la metrópoli. Esta reunion de causas impidió que se verificase apresto alguno, y los revoltosos teniendo apenas enemigos que los contrastaran se hicieron fuertes y osados hasta el punto de no dejar en poder de los nuestros sino muy pocas plazas.

De esta manera estuvieron las cosas algunos años y corria grave riesgo de que muy pronto se perdiese todo, cuando en 1371 se apeló á un remedio que no se habia buscado hasta entonces. Convínose el rey con algunos capitanes ingleses que mediante ciertos pactos ofrecieron pasar á la isla con sus gentes, y á ellos se juntaron algunas compañías levantadas en Provenza, de manera que el total ascendia á un número ya considerable, y que si no bastó para reconquistar lo perdido, fue suficiente á contener á los revoltosos y asegurar la posesion de los lugares en que tremolaba todavía la bandera aragonesa.

En este estado quedó por entonces la isla y de ella nos olvidarémos nosotros ahora á fin de trasladarnos á España, á donde nos

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