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Navarra se apoderó de Salvatierra y de Santa Cruz de Campezu; mas esta novedad no alteró la paz, porque aquellos dos pueblos se habian entregado voluntariamente al de Navarra y ahora voluntariamente se pasaban á Castilla. Tal fue el raciocinio con que quiso justificarse la conducta de D. Enrique, la cual, es preciso confesarlo, no tanto fue impulsada por esta causa como porque considerándose mas poderoso que el navarro no se le ocultaba que el romper los pactos tio perjudicaria á sus intereses. Nunca le faltan al poderoso especiosos motivos para cohonestar sus abusos de poder, y cuando no lo consiga, ha logrado por lo menos su objeto, porque el débil se ve en la necesidad de transigir con todo á trueque de no sufrir una pérdida mas considerable. Las contiendas con el que puede mas, tarde o temprano son desventajosas al que vale menos, porque desdichadamente el poder es un peso muy grande en la balanza de la justicia humana.

Nuestros lectores tendrán presente que el último rey de Mallorca dejó un hijo llamado Jaime, el cual despues de varia fortuna, vino finalmente á servir á Castilla en tiempo de D. Pedro, y se halló en la batalla de Nájera perdida por D. Enrique. Quedose D. Jaime en Castilla, y en la época en que el de Trastamara entró de nuevo en ella hízolo prisionero en Burgos, y posteriormente cuando hubo de satisfacer á Beltran de Duguesclin lo que le debia le entregó en parte del pago á D. Jaime de Mallorca, por cuyo rescate su muger reina de Nápoles habia ofrecido setenta mil doblas. Aunque al esponer el fin del reino de Mallorca réferimos el paradero que tuvo este príncipe, nos reservamos hablar de él cuando el curso de la historia lo hiciese oportuno. Acabamos de decir cuál fue su suerte desde que vino á servir á D. Pedro, y aunque de suyo era hombre poco importante, la libertad que alcanzó despues que fue puesto en manos de Duguesclin tuvo consecuencias muy graves. Agriados estaban y en gran manera los reyes de Aragon y de Castilla, y uno y otro quisieran tener un motivo plausible para llegar á las manos; pues siendo ambos poderosos no era dable que se hiciesen la guerra' sin un pretesto, como sin él suele hacerse cuando las fuerzas no estan equi

libradas. La libertad de D. Jaime vino como de molde á ofrecer esta coyuntura. El aragones habia solicitado siempre, que por ningun término, ni aun por efecto de tratado alguno se soltase á Don Jaime, y enojóle en gran manera el ver que este se hallaba libre. Para vengar semejante agravio trató de aliarse con el duque de Alencastre á fin de despojar á D. Enrique del reino, y no es dable presumir el resultado que hubiera tenido esta confederanza á no trastornarla por una parte la encarnizada guerra que se movió entre la Francia y la luglaterra, y por otra el mal estado de las cosas de Cerdeña del cual dimos cuenta antes de comenzar el reinado del conde de Trastamara. Aquella liga pues no produjo efecto algunc; mas como no por esto continuase menos encendido el odio entre los reyes de Aragon y Castilla, el papa que habia concerta

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do á este con el de Portugal quiso hacerlo con el aragones y al fin lo consiguió al comenzar el año 1372.

...Acababa de alcanzar en aquel año mucha gloria la escuadra castellana combatiendo en union con la francesa contra la de Inglaterra que fue derrotada y sufrió una pérdida de consideracion grandísima, cuando por causa de algunas naves que venian de Vizcaya renovóse con los Portugueses la interrumpida guerra, porque sin motivo se apoderaron de ellas y no quisieron restituirlas ni dar la satisfaccion que por este hecho pidió justamente el castellano. Quizás esta desavenencia no hubiera parado en una lucha á ser otras las circunstancias interiores de Portugal; pero la malquerencia de los súbditos hácia su rey y las intestinas discordias, presentaban á D. Enrique una ocasion que le pareció debia aprovecharse. Saliendo pues de Zamora penetró hácia fin del año dicho en Portugal, y á principios de 1373 se hizo dueño de Viseo, y habiendo D. Fernando rehusado la batalla que le ofreció bajo los muros de Santarem, encaminóse á Lisboa, se apoderó de sus arrabales, incendió los buques que en el puerto habia, mientras en la costa apresaba algunos mas la armada castellana. Hacia ya tiempo que el legado del papa trabajaba con el mayor ahinco para concertar á los dos reyes; mas en el principio de la guerra el enojo de uno y otro estaba demasiado encendido para que les permitiese

acceder á los pacíficos deseos del legado. Mas tranquilos los ánimos despues de algunos meses de combates, y vengado ya por D. Enrique el ultrage con que su enemigo le ofendiera, hácia fines de marzo tuvieron los dos reyes una conferencia delante del legado y asentaron las paces. El mismo que las habia procurado y concluido logró concertarlas tambien entre D. Enrique y el de Navarra, cuando el primero terminada la guerra con el portugues, dirigió sus armas contra el segundo.

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Ya desde mucho tiempo sabemos la estrecha amistad que réinaba entre el rey de Francia y el de Castilla á quien tanto favoreció. aquel cuando pretendia apoderarse del trono. D. Enrique conservó siempre lealtad á su amigo aunque fue invitado para entrar en varias alianzas en su contra, y la Francia por su parte fue consecuente tambien en las relaciones que con el castellano contrajera. Estas circunstancias y el entenderse que la paz que entre los reyes de Castilla y Aragon logró concertar el papa en 1372, era pocofirme y no ofrecia probabilidades de ser duradera, dieron lugar á que desde Francia se tratase de poner fin á los disturbios que-mediaban entre D. Enrique y D. Pedro. No consideramos que para esto dejase de estimular á la Francia su interes propio, pues era de temer que los ingleses con quienes batallaba buscasen ausiliares en España, y estando sus reyes divididos no hubiera sido difícil que para hacerse mutua guerra se declarase el uno ó el otro contra los intereses de la Francia. A la verdad el rey D. Pedro se negó á las solicitudes que se le hicieron para aliarse con los Ingleses como lo habia rehusado el de Castilla; mas la Francia se hubiera acreditado de poco previsora dejando que los Ingleses ó sus amigos. repitieran las instancias hechas ya de antes á los reyes de España. Todas estas causas pues concurrieron á un tiempo para que se em. peñase en pacificar á D. Pedro y á D. Enrique. Intervinieron en ello el duque de Anjou y el cardenal legado, y aun que no les fue po sible conseguir todo lo que se proponian, alcanzaron que se concertasen treguas hasta la segunda Pascua de 1374. Concluido el armisticio quedaron las cosas en el mismo estado hasta abril de 1375 en que últimamente se firmaron las paces con varias condiciones,

entre otras la de que D.a Leonor hija del rey D. Pedro se casase con D. Juan primogénito de D. Enrique, cuyo matrimonio estaba ya concertado desde el tiempo en que el aragones apoyo al castellano para que conquistara el reino.

Con grandes fiestas y regocijos fue solemnizada esta concordia que venia tras tantas guerras y disturbios, y los pueblos cansados de combates y desgracias gozaron al fin los bienes de un completo sosiego. D. Enrique estremamente amado por sus vasallos y obedecido en todo el reino pudo dedicarse á curar los inveterados males que este sufria. Puso órden en la administracion de la hacienda, arregló la de justicia, trajo la abundancia y la riqueza á su patria, y á pesar de que adolecia tambien del vicio de la incontinencia logró que su reinado fuese universalmente bendecido. Renovó la tregua ajustada antes con el rey Mohamad; y 'muchos caballeros de Castilla que ya no tenian que empuñar las armas para defender el reino, acudieron á Granada á fin de tomar parte en las justas y en las públicas fiestas con que se celebró la jura de Abu-Abdala, hijo del príncipe reinante.

La Francia y la Navarra continuaban en perpetua discordia, y no contenta la primera con haber desposeido de algunos de sus pueblos á la segunda, quiso que D. Enrique le hiciese tambien la guerra. Era imposible romper de pronto sin que se presentase algun motivo, y el mismo Navarro vino á ofrecerlo quejándose de la mala ley de la moneda que el castellano le habia entregado en los últimos conciertos. Tanto bastó para venir á las manos, porque cuando dos reyes anhelan por hacerse la guerra, cualquiera causa es mas que bastante, ya que la esperiencia enseña que sin tener ninguna rompen muchas veces las hostilidades. El infante D. Juan al frente de un poderoso ejército traspasó la frontera de Navarra en 1378, apoderóse de hombres y ganados, taló los campos, se hizo dueño de varias plazas y á otras pegó fuego. Pero los reyes y los pueblos conocieron muy luego la necesidad de la paz, y asi fue que al principio del año siguiente ajustaron nueva concordia quedando en poder del castellano algunas plazas como en rehenes.

En la época dicha comenzaron para la cristiandad aquellos aciagos dias en que vino á dividir á las naciones el lamentable cisma que se movió en la Iglesia por la simultánea eleccion de los dos papas Urbano VI y Clemente VII, que escomulgándose el uno al otro llenaron de escándalo al mundo cristiano. Nó cumple á nuestro propósito ocuparnos de este asunto ni esponer las causas que dieron lugar á tan triste divergencia, ni los efectos que produjo, ni menos relatar los fundamentos de la legitimidad del uno, é ilegitimidad del otro. Puntos son éstos que corresponden á la historia eclesiástica y á la general de Europa; mas nó á la particular de nacion alguna de ella. Cumplirémos con nuestro empeño diciendo cuál fue en tan delicada coyuntura la conducta que nuestros reyes observaron. Afortunadamente para las dos naciones que dividian el territorio español, una y otra eran regidas por dos príncipes sabios y capaces de hacer frente á tan complicadas circunstan¬ cias. No podia dudarse que los dos pontífices que contendian por la tiara deseaban tener propicios á los reyes de España, y los hechos lo acreditaron, puesto que uno y otro pidieron á D. Enrique y á D. Pedro que los tuviesen por legítimos pontífices, y rechazasen á su competidor. El de Aragon se manifestó desde luego neutral y dispuso que las rentas eclesiásticas y cuanto perteneciese al pontífice fuese entregado á un tercero, á fin de ponerlo á sú tiempo en manos de aquel á cuyo favor se dirimiese la competencia. El de Castilla convocó en Toledo una numerosa junta de prelados y señores, segun cuyos consejos resolvió no negar ni conceder la obediencia á ninguno de los dos pretendientes, hasta que Iglesia decidiese quién era el verdadero papa.

la

Las paces de D. Enrique con el de Navarra de que anteriormente hemos hablado se concertaron en Santo Domingo de la Calzada en donde se vieron ambos reyes, y en la misma ciudad murió D. Enrique en 29 de mayo de 1379. Segun la mayor parte de los autores fue víctima de la enfermedad de la gota, aunque no falta quien haya querido sostener que falleció de resultas de haberse puesto unos borceguíes que le regaló el rey moro de Granada, suponiendo con esto que estaban envenenados. Aun cuando prescindamos de la

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