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De creer es, conocido el carácter de D. Pedro, que toda esta tempestad se levantó á instancias suyas, pues llevado del anhelo de estender el poder real abolió la Union aragonesa, y quiso esca timar en Cataluña los privilegios de los grandes, nó para favorecer la libertad de los pueblos sino para disminuir el poder de los que en sus territorios lo tenian casi tan grande como los reyes. Tal ha sido siempre el sistema de los que han ejercido el mando supremo. Al tratar de hacerlo mas absoluto menester es comenzar la obra humillando á los que de mas cerca lo amenazan, y hé aqui los pasos por donde los monarcas fueron generosos en pro de la libertad de los pueblos; pero despues de mas o menos tiempo y segun han ofrecido oportunidad las circunstancias se ha trabajado para coartar la libertad misma, que solo se concedió como precio del favor que daba el pueblo para humillar á los mas formidables enemigos del poder. La adquisicion de este es siempre el verdadero motivo de los combates que riegan con sangre las naciones. El pueblo trabaja para cercenar el poder de los reyes: los reyes para reprimir el de los pueblos: lucha terrible y que con mas o menos constancia, con mayor o menor firmeza subsistirá siempre entre los reyes y los pueblos, y es preciso que subsista porque la juzgamos iuherente á la naturaleza de las cosas. Es el vaiven de la sociedad, y la sociedad siempre ha sufrido y sufrirá este vaiven que es el perpetuo movimiento de todo lo criado. Solo el criador es inmutable.

Dijimos á su tiempo que una de las condiciones con que en el año 1375 se concluyeron las paces entre los reyes de Aragon y Castilla fue la de que D." Leonor hija del primero se casase con D. Juan, primogénito del segundo. En abril de aquel mismo año mientras este matrimonio se estuvo tratando falleció en Lérida la reina D. Leonor esposa del Ceremonioso, quien despues de cuatro años de viudez, y hallándose ya en la edad de cincuenta y ocho años, se casó por cuarta vez con D.a Sibilia de Forcia, hija de un caballero particular del Ampurdan y viuda de D. Artal de Foces; y de ella tuvo dos hijos varones que murieron niños, y á D.a Isabel que mas tarde se casó con D, Jaime el Desdichado, conde de Ur

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gel. Las discordias que en adelante hubo entre esta señora y sus entenados D. Juan y D. Martin turbaron en gran manera la paz de Aragon; mas no es este el lugar de esponerlas, porque habiendo referido todo lo que en particular corresponde á este reino hasta el año 1383, espuestos todos los sucesos de Navarra cuando estendimos la historia de D. Enrique de Trastamara, y no considerando tampoco oportuna sazon esta para hacer un relato de los acontecimientos de Cerdeña, pasarémos al reinado del sucesor de D. Enrique II.

D. JUAN I.

El estado en que este príncipe encontró á Castilla era el mas á propósito para que pudiese engrandecer su poderío y trabajar sin obstáculo para su felicidad completa. La nacion estaba en paz, y D. Enrique habia empleado los últimos años de su vida en aplicar remedios para la curacion de las graves dolencias sufridas por el reino en tiempo de D. Pedro. Seguro de la paz con el Aragon por su matrimonio con la hija de aquel monarca, y por la amistad que tanto como este vínculo de parentesco los tenia unidos, pudo sin zozobra de guerra dedicarse todo entero á perfeccionar la obra que habia comenzado su padre. Los consejos de este no fueron perdidos para el hijo, que los siguió estrictamente conservando con la Francia una intimidad tan grande y tan á toda costa, que le atrajo una guerra encarnizada, la cual sin embargo no bastó para hacerle romper los lazos de aquella estrecha alianza que tan encarecidamente le habia encomendado D. Enrique desde el lecho de muerte. D. Juan fue un digno sucesor de su padre, y aunque en su carácter no descollaba aquella dulce amabilidad que tanto distinguió á D. Enrique, no por esto era menos amable y bondadoso. Los pueblos que lo conocian esperaban tener en él un buen monarca que imitase las virtudes del que perdieron, y por este motivo el reino todo celebró con muchos regocijos su coronacion y la de su esposa, que se verificaron en Burgos en 25 de junio de 1379, cuando D. Juan tenia solo veinte y un años.

Hemos anunciado que la consecuencia y la firmeza con que sostuvo las relaciones contraidas por su padre con la Francia, atrajeron á D. Juan una lucha tremenda. En efecto hacia ya muchos años que la Inglaterra y la Francia batallaban, y D. Enrique á' fuér de aliado de esta envió una escuadra en su ausilio, y al año siguiente aprestó otra que tuvo la audacia de presentarse hasta en frente de la misma Londres. Este fue el principio de la discordia que mas tarde produjo un rompimiento por parte de Portugal, como mas adelante lo verémos.

Despues de haber espuesto el reinado de D. Enrique manifestamos el lamentable cisma que se movió en la Iglesia por la simultánea eleccion de dos pontífices, y añadimos allí mismo que Aragon y Castilla se mantuvieron neutrales sin querer declararse á favor de ninguno de los elegidos, á pesar de las instancias que en su respectivo favor hicieron el uno y el otro. Cansados estaban los príncipes cristianos, como dice Mariana, de oir á los legados de las dos partes, cuando el rey de Castilla determinó convocar Córtes en Medina del Campo para tomar una resolucion definitiva. Inútil es manifestar los pasos y los mensages de cada uno de los pretendientes, á fin de que recayese en su favor el voto de la asamblea; y tambien las divergencias de opinion que con este motivo se cruzaron. Entre las personas de mayor influjo, el que con mas ahinco trabajaba en pro del pontífice Clemente era el cardenal aragones D. Pedro de Luna, hombre de ingenio perspicaz, de incansable constancia, muchísimo prestigio, no poca audacia, cono-cimientos muy vastos y no nada temeroso en esponer su dictámen. Venido á España como legado de Clemente en 1381, dirigióse primero á Aragon en donde su elocuencia y su valimiento no pudieron recabar que los Aragoneses abrazasen la causa del pontífice cuya legitimidad con tanto calor defendia; pero sus esfuerzos surtieron mejor efecto en Castilla, la cual en 20 de mayo de aquel año despues de muchos debates y de un serio exámen se declaró por Clemente, dando por nula la eleccion de Urbano. Residia Clemente en Aviñon, ciudad puesta en el territorio de la Francia, y continuaba tan estrecha como siempre la amistad del frances con

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