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hermanos, y á los aragoneses y catalanes que servian en los partidos del uno y del otro. Estraño es tambien á nuestra historia referir la otra guerra que el mismo rey D. Fadrique sostuvo contra Cárlos de Francia, porque si bien todo esto está ligado con la historia de España, corresponden muchas cosas á la del reino de Sici lia y otras á la historia particular del reino de Aragon. Baste decir que despues de muy varia fortuna en los combates, al fin D. Jaime se apartó de la liga hecha con el de Francia y con el papa contra su hermano, y que este sosteniendo con honor la corona con que los Sicilianos habian ceñido su cabeza, logró hacer las paces con sus enemigos, casóse con Leonor hija de Cárlos de Francia y quedó rey de Sicilia con contento de sus naturales y aquiescencia de sus enemigos. Volviendo al reino de Aragon que era ahora nuestro propósito primero, dirémos que acabados todos sus disturbios, y hallándose el rey en Zaragoza en agosto de 1300, dió su real decreto de 1.o de setiembre erigiendo la universidad literaria de Lérida.

En 1.o de octubre de 1301 en las Cortes generales reunidas en Zaragoza fue jurado como primogénito y sucesor de D. Jaime su hijo, otro D. Jaime, quien mas adelante renunció el reino para entrar en la religion de San Juan de Jerusalen.

Aunque este lugar seria muy oportuno para seguir la historia del monarca de quien vamos hablando, habiendo continuado el relato de los hechos de Aragon hasta cumplido el siglo XIII volverémos á Castilla á fin de hacer caminar su historia hasta la misma época, pues al fin de ese siglo tanto nuestros lectores como nosotros necesitamos un descanso. Acababa de morir en Castilla en 1295 D. Sancho IV apellidado el Bravo. Los hechos de este príncipe durante los once años de su reinado dicen cuál era su carácter: astuto y cruel muchas veces manifestóse en otras ocasiones prudente y justiciero; y aunque aparezca contradiccion entre estas calidades, quizás no debe atribuirse tanto á su carácter como á las circunstancias en que se halló la nacion mientras empuñó el cetro. En medio de las recias tempestades con que los descontentos lo combatieron, supo mantenerse con firmeza en el trono que habia usurpado y asegurárselo á sus descendientes. Una de

las calidades que mas le distinguen es la sagacidad con que supó disimular su resentimiento en circunstancias embarazosas, esperando con calma el instante oportuno para vengarse de sus contrarios. Durante su vida tuvo contra sí el odio de la mayor parte de sus súbditos, pues entre los que le obedecian pocos lo hicieron por amor y muchos por miedo. Los pasos por los cuales subió al trono, y los actos de crueldad que ejerció para no perderlo han hecho su memoria poco grata. Declaró por sucesor á su hijo D. Fernando IV, y por su tutora y gobernadora del reino á su esposa D.a María, mandando que despues de ella ocupase el segundo lugar D. Juan de Lara. Su objeto fue ganarle con este rasgo de confianza, pues no dudaba que acaecida su muerte se renovarian en Castilla los disturbios pasados.

MINORIDAD DE D. FERNANDO IV,

EL EMPLAZADO.

Al echar una mirada general á la historia de nuestra patria; al contemplarla víctima de las irrupciones de tan distintos pueblos al verla dominada durante tantos siglos; al considerar los largos esfuerzos que hizo para conquistar su independencia; y observando el sinnúmero de discordias civiles que casi incesantemente la han trabajado, no llega á comprenderse cómo al fin pudo vencer á sus enemigos, triunfar de tantos combates interiores, y constituirse libre, grande, y no solo segura contra estraños ataques sino árbitra de muchas naciones y señora de gran parte del globo. Vamos viendo este portentoso cambio por grados y en el transcurso de muchos siglos, y hé aqui por qué se nos hace concebible; mas cuando el pensamiento traspasa rápidamente esa larga serie de años, y desde la España esclava de Roma corre de un salto á la España del siglo XVI, se detiene de repente, cual á la vista de un fenómeno incomprensible. No parece sino que la Providencia se haya com placido en derramar desgracias sobre la España y en hacer que por todas partes la aquejaran quebrantos y la cercasen obstáculos,

á fin de que fuese mas completo su triunfo, y mas maravilloso el espectáculo que habia de ofrecer al fin de esa larga y trabajosa

carrera.

Uno de los contratiempos que repetidas veces detuvieron su marcha hacia la felicidad y la grandeza fueron sin duda las menorías de los reyes. Aun pueden recordar nuestros lectores cuán borrascosa fue para nuestra patria y cuán aciaga la de de D. Alfonso VIII; y por cierto que compite con ella la de D. Fernando el Emplazado que vamos á recorrer aunque brevemente, porque antes de ahora hemos hecho ya el propósito de pasar con velocidad esas lamentables épocas de devastaciones y de sangre que son siempre lo mismo, y que despues de sacrificar víctimas y de acumular ruinas, vienen á dejar las cosas en el estado en que las encontraron, ó en aquel en que ellas de suyo se hubieran puesto. Ademas, cuando hablamos de minoridades de reyes, no nos es dable olvidar que en el momento en que escribimos nos hallamos en uno de esos fatales períodos á causa de la poca edad de D.a Isabel II, y es imposible detenerse en esponer horrores y desventuras iguales á las que deploramos desde el rincon en donde, aunque rigurosamente solo somos espectadores nos alcanza una parte de los males comunes. Al ver las tristes escenas de las actuales parecen una copia, nuestro corazon se estremece y de nuestros ojos saltan lágrimas de compasion por esta patria, tan digna de la buena suerte que podria disfrutar si sus hijos la conocieran mejor y la menospreciaran menos.

que

El testamento de D. Sancho ponia las riendas del gobierno de Castilla en manos de su viuda durante la minoridad del hijo de ambos D. Fernando IV; pero los nobles divididos en banderías, haciendo cada uno derecho de sus fuerzas, inquieto el pueblo y afanoso de novedades, era difícil asentar la paz y poner órden en el reino. Los crímenes quedaban impunes, la impunidad los hacia mas frecuentes, y para saciar venganzas particulares se derramaba la desolacion y el llanto en todas partes. Aunque al dia siguiente de la muerte de D. Sancho fue proclamado su hijo, la autoridad de un niño no bastaba á reprimir tantas demasías, y las débiles

rey

que

fuerzas de una muger no eran suficientes para refrenar la audacia de tantos hombres acostumbrados á las revueltas. D. Juan Nuñez á manos de Lara se dispuso desde luego á ser un contrario del de cuyo padre temió perder la vida. El infante D. Enrique, tio de D. Sancho, que en los últimos dias de este habia vuelto de la larga prision que en Nápoles sufriera, se manifestó agraviado de el difunto no le encomendase el gobierno, y trabajaba para apoderarse de él á viva fuerza. Las Cortes de Valladolid se lo confiaron, dejando la tutela del rey á su madre, mientras que por otra parte el infante D. Juan, vuelto de Africa en donde se habia recogido, pretendió el reino de Castilla, y ausiliado por D. Dionisio de Portugal se hizo dueño de algunos pueblos. Simultáneamente D. Alfontitulaba so de la Cerda, que desde mucho tiempo antes se rey de los Castilla, el de Aragon, D.a Violante, D. Juan de Lara y reyes de Francia, Portugal y Granada, convinieron en que juntarian sus fuerzas contra Castilla, y que como despojos de la victoria se darian al infante D. Juan el reino de Leon, Galicia y Sevilla, y al aragones el territorio de Murcia. Tal era el estado de las cosas al comenzar el año 1296.

Llevado á ejecucion el concierto, los aragoneses mandados por el infante D. Pedro y por D. Alfonso de la Cerda se metieron en Castilla hasta apoderarse de la ciudad de Leon, en donde alzaron por rey al infante D. Juan. Sin embargo despues de algun tiempo abandonaron la empresa, mientras el rey aragones penetraba en Murcia, y el de Portugal invadia la Castilla, cuando afortunadamente las Cortes reunidas en Valladolid á principios del año siguiente ofrecieron en nombre de los pueblos hacer grandes sacrificios para dar fin con aquellas revueltas. Portugal ajustó la paz con Castilla por medio de dos matrimonios, y aunque el reino no quedó tranquilo hubo en él un enemigo menos.

La muerte de D. Enrique I de Navarra, y la de su hijo Teobaldo pusieron la corona de aquel reino en las sienes de su hija D.a Juana bajo la tutela de su madre D.a Blanca, sobrina de San Luis rey de Francia. Las revueltas que trajo la minoridad de la heredera del trono aconsejaron á la regente enlazar muy pronto á su hija, y

asi en 1276 contrajo esponsales con D. Felipe, primogénito de Francia con quien se casó en 1284. Por medio de este matrimonio la Navarra quedó unida á la Francia, y en la época de que vamos hablando el rey Felipe se decidió tambien contra Castilla reclamando la restitucion de algunos pueblos de que supuso que se habian apoderado los reyes castellanos con perjuicio de Navarra. No habiendo podido conseguir su objeto dió favor á D. Alfonso de la Cerda y á D. Juan Nuñez de Lara, los cuales si bien levantaron alguna gente en Navarra para sostener los derechos del primero, ambos fueron rotos por D. Juan Alfonso de Haro y preso el de Lara. Entonces á trueque de recobrar la libertad restituyó este todos los pueblos y castillos cuyo gobierno se le habia confiado, juró lealtad al rey D. Fernando, y lo mismo hizo el infante D. Juan á quien se dieron en compensacion algunos lugares. Asentadas asi las cosas se procuró que el papa concediese la dispensa para los matrimonios concertados entre Portugal y Castilla, la cual en efecto otorgó, legitimando al mismo tiempo la union del difunto D. Sancho con la reina D.a María.

D. FERNANDO IV,

EL EMPLAZADO.

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Llegado á la mayor edad D. Fernando IV en el año 1301, celebró en Valladolid su enlace con D. Constanza, tomó las riendas del gobierno, nombróse mayordomo de palacio á D. Juan Nuñez de Lara y se dieron algunos pueblos al infante D. Enrique. En el año siguiente se reunió en Peñafiel un concilio, cuyas disposiciones prueban el estado en que se hallaba el clero. En efecto su tercer cánon manda á los clérigos que no tengan públicamente concubinas, y el sesto prohibe á los sacerdotes que revelen los pecados sabidos en confesion. En el mismo año se sentaron finalmente las cosas de Sicilia.

Aunque al empuñar el cetro D. Fernando IV se haya terminado el siglo XIII, no harémos el descanso que prometimos sin haber dado una rápida ojeada á las cosas de los Arabes y principiado el

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