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tropas á fin de contener los desmanes que con alguna probabilidad se temian en la Isla. Tan fundados eran los recelos del monarca como que en el mismo año se rebelaron contra su hijo D. Martin los condes de Agosta, y Ventimilla, haciendo tan poderoso alarde que no fue difícil conocer cuán de importancia era aquel alzamiento. Reclamaba el honor de las armas aragonesas que á toda costa se sofocase la revolucion que despuntó tan pronto, y por ello el rey dispuso una gruesa armada que bien abastecida de tropas salió de Barcelona en marzo de 1398 al mando de D. Bernardo de Cabrera, con quien rompieron la guerra los Sicilianos apenas se hubo presentado en aquel reino. Tres años duró la lucha encarnizada asaz, aunque en lo general fue poco favorable para los rebeldes, á quienes hácia el fin de ese período dieron nuevos brios los alborotos ocurridos en Calabria desde donde recibian socorros. Las tropas de Aragon entonces y las del rey D. Martin de Sicilia no eran bastantes para alcanzar una completa victoria, ni aun quizás para sostenerse con honra, y asi fue que el hijo imploró los socorros del padre quien decidido á defender la conquista que con tanto trabajo habia verificado, en el año 1400 dispuso que hiciese rumbo hácia Sicilia la escuadra de setenta buques aparejada algun tiempo antes con el objeto de llevar la guerra á los infieles. Este poderoso ausilio al paso que dió valor á los Aragoneses desalentó á los Sicilianos, quienes no pudiendo hacer resistencia á tantas fuerzas se sujetaron enteramente á la obediencia de D. Martin.

Merced á este ventajoso resultado gozaba D. Martin en su reino paz completa, cuando en 25 de mayo de 1401 falleció su esposa D. María sin dejar hijos (pues el infante D. Pedro había muerto), nombrando en su testamento heredero y sucesor del reino á su marido. Aunque el derecho de D. Martin fuese indisputable, ora se le considerase como heredado por su esposa, ora como sucesor de D. Fadrique I, no dejó de temer el rey de Aragon que con la muerte de la reina ocurriesen novedades en Sicilia, y por lo mismo en el mes de agosto en que estando en Valencia tuvo noticia de aquel accidente, envió algunas naves y tropas á su hijo con el objeto de que estuviese mas prevenido contra cualquiera revuelta. Aun ape

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nas no habia acabado de dictar esta prudente medida cuando se le presentaron embajadores del emperador Roberto y de los reyes de Inglaterra, Francia y Navarra á proponer el enlace de sus respectivas hijas con el rey viudo de Sicilia, y despues de las regulares conferencias se decidió á favor de D.a Blanca, tercera hija de Don Cárlos de Navarra apellidado el Noble. Las buenas calidades de esta princesa decidieron á D. Martin á pesar del empeño de los consejeros del rey de Sicilia que querian casarlo con Juana hermana del rey Ladislao, de quien se temia que se preparaba á invadir el reino de Sicilia. Otras razones de política muy poderosas impulsaron á D. Martin á eleccion semejante de modo que atendidas las circunstancias fue la mas acertada. El papa Benedicto dispensó el impedimento de parentesco que entre los dos contrayentes mediaba, y habiéndose llevado D. Martin á la infanta la trajo á Valencia, desde donde á fines de setiembre de 1402, la remitió á Sicilia con una buena escuadra mandada por D. Bernardo de Cabrera, venido poco antes de la Isla.

Pacíficas las cosas de esta, en el año 1405 por orden del rey su padre vino D. Martin á Cataluña, y desembarcó en la playa de Barcelona en 3 de abril de 1405, y si bien el viage habia tenido por objeto hacerle tomar parte en el gobierno de este reino como quien debia suceder en él, los negocios de Sicilia, y las novedades que durante su ausencia se intentaron en el mismo, le pusieron en el caso de restituirse allí á los cuatro meses de haber venido. Su llegada restableció la paz del reino que la gozó por entonces completa y aseguró tanto su dominio que en el año 1409 pudo arrojarse á nuevas empresas. Hemos visto la larga serie de turbulencias que una tras otra se han ido sucediendo en Cerdeña desde que de ella se hicieron dueños los reyes de Aragon, y los apuros en que con frecuencia se encontraron estos para sostener en aquel pais su dominio. La última vez que de él nos ocupamos apenas podian los Aragoneses sustentarse con honor, y desde entonces su situacion fue siempre poco ventajosa, ya porque continuaron las rebeliones, ya porque ocupado el Aragon con la empresa de Sicilia no podia atender al otro punto con el conato que

sus intereses reclamaban. El mismo era á poca diferencia su estado cuando el rey de Sicilia, animoso de suyo y deseando que Aragon récobrase lo perdido, se trasladó á Cerdeña y desde ella escribió á su padre solicitando ausilios para sujetar á los rebeldes. D. Martin que por una parte temia que su hijo se pusiese en tanto riesgo y que vió por otra el empeño con que este tomaba la empresa, reunió Córtes en Barcelona, y á su voz acudieron con mucha gente gran parte de los caballeros de las tres provincias y se levantó un ejército considerable, que embarcado en ciento y cincuenta buques salió de la playa de esta capital en 19 de mayo de 1409. Fueron al mismo tiempo á Cerdeña muchos caballeros sicilianos y algunas galeras, las cuales batieron una escuadrilla genovesa que llevaba socorro á los Sardos. Al olor de aquellas revueltas y deseando sacar provecho de la complicada situacion de Cerdeña, habiase presentado allí el vizconde de Narbona al frente de un grueso ejército con el intento nada menos que de apoderarse de la isla. Colocó el vizconde su hueste reunida con la de Brancaleon Dria cerca de San Luri, y hacia el mismo punto se encaminó con los suyos el rey de Sicilia. Constaba el ejército de este de tres mil caballos y ocho mil infautes, gente toda aguerrida y de brios, al paso que la hueste contraria tenia de diez y ocho á veinte mil combatientes de toda broza. Despues de varias escaramuzas el dia 30 de junio de 1409 se dió el famoso combate conocido con el nombre de batalla de San Luri, en el cual los sardos fueron completamente derrotados con pérdida de mas de cinco mil hombres quedando prisionero Brancaleon Dria y el estandarte del vizconde de Narbona en poder de los nuestros, que tomando por asalto el lugar de San Luri pasáronlo á saco, y dieron muerte á mas de mil hombres genoveses y sardos que dentro estaban. Alcanzada la victoria D. Martin se restituyó á Caller de donde habia salido, y atacado en ella por una calentura pestilente falleció en 25 de julio inmediato. El dia antes de su muerte otorgó testamento nombrando heredero universal á su padre D. Martin, y lugarteniente general del reino á su esposa D. Blanca para mientras durase su vida. La pérdida de este monarca fue muy sentida, asi por las bellas pren

das que le adornaban como porque era fácil calcular los daños que de ella resultarian. Para evitarlos si era posible se verificó como ya dijimos en 17 de setiembre de 1409 el segundo matrimonio del rey de Aragon y D. Margarita de Prades, con la esperanza de que si de este enlace nacia algun hijo era dable evitar los grandes males que se temian. Dictáronse al mismo tiempo algunas providencias para reforzar los ejércitos de Cerdeña y Sicilia, porque la falta de rey hacia probable la repeticion de las pasadas revoluciones.

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Por la misma época y calculándose que el rey á causa de sus dolencias y de su obesidad enorme no tendria hijos, comenzaron á moverse pláticas acerca de quién le sucederia en la corona. A su tiempo y cuando refiramos el Parlamento de Caspe daremos noticia de quiénes eran los pretendientes y del derecho en qué su pretension se apoyaba. En medio de los desacuerdos en que por esta causa estaba envuelto el reino, de los bandos que por ello se iban formando, y de las discordias que con mas calor que en otros puntos se habian promovido en Zaragoza por la negativa de los Aragoneses á recibir el juramento del conde de Urgel uno de los competidores, y á quien el rey habia dado la procuracion general del reino con el intento segun el dictámen de algunos de concitar contra él la animadversion pública; en medio de esta confusion decimos falleció en Valldonsella el rey D. Martin en 31 de mayo de 1410. Aunque habia otorgado testamento en 2 de diciembre de 1407, cuando aun vivia su hijo el rey de Sicilia, en él no quiso designar la persona que debia sucederle en el trono en el caso de que no dejase, como en efecto sucedió, hijo ni descendiente alguno legítimo. Para suplir este defecto, el dia antes de su fallecimiento se presentaron en Valldonsella los concelleres de Barcelona rogándole que nombrase sucesor; mas no quiso en manera alguna acceder á sus ruegos, y se limitó á declarar y mandar ante los mismos y ante su protonotario y escribano que se hallaron presentes, Que le sucediese en la corona aquel que constase debérsele legitimamente. Esta resolucion del monarca y los bandos que se habian ya formado á favor de los diversos pretendientes á la

corona dieron lugar á la guerra civil que tuvo fin con el parlamento de Caspe. No ha llegado todavía la época de relatar este suceso memorable, porque antes de ocuparnos de él reclama nuestra atencion el reino que perdió su monarca en 1407.

MENORIA DE D. JUAN II.

Grandes tempestades se temian en Castilla por la muerte de D. Enrique III, pues aunque este príncipe habia dispuesto que durante la minoridad de su hijo rigiesen el reino la reina viuda y el infante D. Fernando, prohibiendo que otra persona alguna se mezclase en los asuntos del gobierno, estaba demasiado vivo el recuerdo de las pasadas menorías para que dejasen de temerse con fundado cálculo la repeticion de las alteraciones y desmanes que tuvieron lugar durante aquellas. Este triste presentimiento pareció que iba á tener efecto en los primeros dias que siguieron á la muerte de D. Enrique, pues aunque su disposicion testamentaria era bien esplícita, todavía no faltaba quien quisiese encontrar plausibles motivos de alterarla. No era el objeto de los que asi opinaban usurpar el gobierno en perjuicio de los que debian regirlo segun la disposicion testamentaria de D. Enrique; mas las humillaciones que por parte de este habia sufrido el orgullo de los grandes no estaban olvidadas, y puesto que no era agible tomar venganza de ellas en el padre, tratábase de verificarlo en el hijo. En las mismas Córtes de Toledo pocos dias despues de la muerte de D. Enrique, y cuando aun se hallaba en Segovia su viuda, D. Rui Lopez Dávalos en nombre de los grandes y en las mismas Córtes brindó al infante D. Fernando con la corona de Castilla. Muchos de los presentes unieron su voz á la de Dávalos, mas D. Fernando agradeciéndoles sus buenos deseos y el aventajado concepto que de el formaban, les afeó su deslealtad exortándolos á ser fieles al rey, de lo cual prometió darles buen ejemplo durante toda su vida. Fue proclamado pues D. Juan II, y el infante D. Fernando amen de la reputacion de hombre grande se grangeó el aprecio y el respeto

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