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de los mismos que pusieron su virtud tan á pique de resbalarse. En seguida trasladóse á Segovia para verse con la reina, y convocó en aquella ciudad Córtes generales á fin de dar mayor asiento á las cosas y ocuparse de la guerra con los moros de Granada que era el asunto que quedó pendiente cuando avino la muerte del último monarca.

Mientras para este objeto se levantaban tropas, á cuyo frente debia marchar el infante, mediaron entre este y la reina viuda algunas desavenencias, hijas mas bien de cortesanas intrigas que de causa alguna poderosa; pero como quiera que fuese hubo necesidad de dividir el gobierno, de manera que Castilla la Vieja quedó bajo las órdenes de la reina, mientras el infante D. Fernando mandaba en la Nueva. Hecho este acuerdo el infante se dirigió á Andalucía con motivo de la guerra, mas una enfermedad grave lo de-tuvo en Sevilla hasta últimos de setiembre. Desde que en tiempo del rey D. Juan se movió la voz de guerra, habian continuado con varia fortuna las hostilidades entre moros y cristianos, de manera que la ida del infante no fue principio de guerra sino que dió calor á la comenzada. En la nueva campaña los cristianos se apoderaron de Zahara y de otros pueblos, recobraron á Ayamonte y tenian puesto cerco á Septenil, cuando las lluvias, el rigor del otoño y el daño que los moros hacian por tierras de Jaen aconsejaron al infante que levantase el cerco, y que distribuida la gente por las ciudades de Andalucía diese la vuelta á Toledo con el objeto de hacer nuevos aprestos para la próxima campaña. Reunidas á este fin las Córtes en la ciudad de Guadalajara en 1408, y mientras se procuraba que el reino acudiese con dinero para la guerra, atacaron los moros la villa de Alcaudete que defendieron sus habitantes, dándose principio con esto á otra lucha que se terminó muy luego con un armisticio de ocho meses. Pudieran estas treguas no haber tenido efecto por el fallecimiento del rey Mohamad acaecido poco despues de concertadas, á no haberlas ratificado su hermano Jusef que le sucedió en el trono.

En este punto de la historia es indispensable que corran juntas las de Granada y Castilla, porque en ellas se presentará un suceso

cual el lazo que une la del último reino con la de Aragon que suspendimos en uno de sus mas importantes períodos. Antes sin embargo es preciso indicar de qué manera recobró Jusef el trono que su hermano le usurpara. Dijimos á su tiempo que el audaz Mohamad despreciando los derechos de Jusef que era el primogénito se apoderó del cetro y encerró á su hermano en un castillo. Poco tiempo habia trascurrido desde que se asentó la última tregua, cuando encontrándose Mohamad enfermo y convencido de que su dolencia le costaria la vida, dirigió al alcaide de la fortaleza en que su hermano estaba preso una órden para que le enviase su cabeza, con lo cual aseguraba á su hijo el usurpadó trono. Cuando llegó el mensagero estaba el preso jugando al ajedrez con el alcaide, quien despues de un largo rato de turbacion y en vista de las preguntas que el prisionero le hacia hubo de enseñarle el recibido mandato. El infeliz príncipe que lo habia adivinado rogó que se le diese lugar para despedirse de sus mugeres y distribuir sus alhajas entre las personas de la familia; mas como el enviado del rey se negase á conceder la dilacion pedida instó el cautivo que á lo menos se le permitiera acabar la partida de ajedrez. Continuóse el juego en que el alcaide que estimaba mucho al príncipe no hacia cosa de provecho, y habia trascurrido una hora en estas demandas y respuestas cuando llegaron al castillo dos caballeros de Granada con la noticia de la muerte de Mohamad, y aclamando por su rey á Jusef. Tras aquellos vinieron otros, y todos juntos se llevaron hácia la capital al príncipe, que fue recibido en ella con el mas vivo entusiasmo, y con todas las muestras del mas sincero contento.

Colocado ya en el trono ratificó segun hemos dicho las treguas concertadas con Castilla por su hermano; mas como el tiempo de estas se acabase envió á su hermano Aly para renovarlas, y al decir de los autores arábigos no pudo esto verificarse porque el gobernador de Castilla exigió que el moro se declarase vasallo del rey castellano, y pagara por esta razon el correspondiente tributo. Fuese esta la causa, ó fuese como ya otras veces lo hemos dicho que la proximidad de los enemigos diera lugar á acciones parciales en la frontera, ello avino que se rompieron las hostilidades y que

los moros recuperaron á Zahara. Resuelto á refrenar la audacia de los mahometanós dirigióse D. Fernando hácia Córdoba en febrero de 1410, y al frente de diez mil infantes y cuatro mil caballos, en 27 de abril sitió la ciudad de Antequera, con irrevocable determinacion de dar cima á la empresa ó morir en la demanda. En vano el rey Jusef envió una crecida hueste para obligarle á levantar el cerco, pues los cristianos desbarataron aquellas fuerzas y siguieron su próposito primero. Repitiéronse varias veces los hechos de armas de esta clase, porque ni los moros desistian de su empeño en acorrer á los sitiados, ni los cristianos pensaban renunciar á la empresa. Al fin en 16 de setiembre de 1410 cayó la plaza en poder de D. Fernando, que por esta razon fue llamado despues D. Fernando de Antequera.

A consecuencia de esta victoria otros pueblos se rindieron á los cristianos, quienes concertaron treguas con los moros por dos años, desde Sevilla en donde las habia ajustado, partió D. Fernando á Castilla, cuyo gobierno magüer que repartido entre él y la reina viuda caminaba bien enderezado y sin tropiezos. Tal era la situacion de Castilla cuando ocurrieron en Aragon las graves desavenencias que debian sobrevenir á la muerte de D. Martin el Humano, que ni dejó hijos ni quiso elegir sucesor entre los muchos que pretendian serlo. Vamos á dar cuenta del bravo temporal que se levantó con este motivo y de la bonanza que vino tras aquella recia borrasca.

PARLAMENTO DE CASPE.

Cuando dirigimos los ojos á la antigua corona de Aragon vemos en su historia hechos tan grandes y rasgos tan singulares que pocos de ellos bastarian para colocar á ese reino en el catálogo de las naciones grandes, aunque su poder y su importancia no le hubieran grangeado ese título. Porque sin embargo de que en nuestra obra solo de tiempo en tiempo y muy someramente las mas veces hemos hablado de ese territorio que ocupa uno de los estremos de la España actual, cosas han presenciado nuestros lectores basque

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tan á justificar este aserto. Ahora vamos á ofrecer á sus ojos un acontecimiento mas grande que todos los que han visto; un ejemplar que desgraciadamente no ha tenido imitadores y que ahorró mucha sangre, y una guerra atroz para la cual ya todo estaba dispuesto. No se trata pues de aquella gloria que embriaga al que la alcanza y hace la desdicha de millares de familias; que engrandece á uno y aniquila á naciones enteras; que ostenta un carro de triunfo, y deja tras sí campos yermos, ciudades derruidas, desolacion, ruina, y esterminio por do quiera: gloria que vive un dia y trae años de miseria, que es aclamada y maldecida á un tiempo; que igualmente fatal á vencedores y vencidos, entroniza á un tirano ó decora las sienes de un usurpador sin hacer la felicidad de nadie.

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Nó, de otra clase es la gloria que los catalanes, aragoneses, valencianos y mallorquines alcanzaron. Ya mil veces los hemos visto cenirse la corona del triunfo batallando contra toda clase de enemigos en su patria y en remotas playas, hemos acompañado á los dos primeros hasta los confines del imperio griego, alzamos con ellos un grito de alegría al ver enarbolada en los muros de Atena's la bandera de San Jorge, pero toda esa gloria se desvanece como ligera niebla cuando se los ve triunfar de sí mismos, vender sus pasiones, ahogar sus rencores, olvidar los partidos, y sujetarse todos anticipadamente al fallo que dicten la prudencia y la justicia. Vencerse á sí mismo es el mas grande esfuerzo humano; y los pueblos que el cetro de Aragon regia supieron merecer la gloria de ese estraño vencimiento. Caspe fue el pueblo en donde se logró ese triunfo, y sin embargo nunca el nombre de Caspe ha sido continuado en el catálogo de los pueblos en donde se han alcanzado grandes victorias. No, no debe ocupar un lugar en esa lista fatal que es un padron de ignominia para el género humano. Cuando todos los hombres se amen como hermanos, cuando todos esgrimen las armas tan solo para cortar la cabeza á los ambiciosos, entonces se colocará á Caspe al frente de los pueblos memorables. ¡Cuán lejos está ese dia de ventura para la humanidad entera!

Habia muerto D. Martin apellidado el Humano sin dejar descendencia legítima, y era preciso que se contendiese para ocupar

el trono vacante. Cinco competidores se presentaron de pronto, y este número se aumentó con otros dos en el transcurso de tiempo que los pueblos necesitaron para venir á una resolucion definitiva. Los que se creian con derecho para ceñir sus sienes con la corona de Aragon eran D. Fadrique hijo natural de D. Martin de Sicilia, y por consiguiente nieto de D. Martin el Humano. D. Jaime el Desdichado conde de Urgel, viznieto por línea masculina de D. Alfonso IV de Aragon, y casado con D. Isabel hija del Ceremonioso y de D. Sibilia de Forcia: D. Alfonso duque de Gandia, nieto de D. Jaime II de Aragon. Aunque este murió durante el parlamento de Caspe, su hijo, Alfonso tambien, ocupó entre los pretendientes el lugar que él dejaba. D. Juan conde de Prades, hermano del duque de Gandia y por lo mismo nieto como él de D. Jaime II: D. Fernando, gobernador entonces de Castilla, hijo de D.a Leonor que lo era del Ceremonioso: D. Luis duque de Calabria, hijo de D. Violante que lo era de D. Juan I de Aragon : D.a Isabel hija de D. Sibilia de Forcia y casada con el conde de Urgel. Resumámoslos D. Fadrique, el conde de Urgel, el duque de Gandia, el conde de Prades, D. Fernando de Castilla, el duque de Calabria, y D.a Isabel condesa de Urgel.

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La nota de los competidores y su ascendencia manifiestan claramente cuál era el derecho en que cada uno se fundaba. Como precédente á su favor tenia el conde de Urgel la circunstancia de que D. Martin le habia conferido la gobernacion general del reino, diguidad que, como sabemos, fue siempre concedida al sucesor á la corona; mas como por una órden secreta del mismo monarca los Aragoneses se negaron á recibirle en calidad de tal gobernador, de hecho no adelantó un paso en sus pretensiones, si bien tal distincion parecia concederle de derecho alguna preferencia. El rey por aquel medio consiguió acallar al conde y hacer que no desempeñara el cargo que nó por voluntad sino casi obligado por las circunstancias le habia conferido. Esta conducta de D. Martin prueba que no era aficionado al conde, y en efecto es asi, pues él quisiera que ocupase el trono D. Fadrique hijo natural de su difunto hijo D. Martiu rey de Sicilia. Concurren para hacerlo creer

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