Imágenes de páginas
PDF
EPUB

reinado del nuevo monarca. Desde el año 1295, hasta 1298, hizo el de Granada varias correrías en tierra de cristianos, para los rey cuales fue una verdadera fortuna que el de Marruecos Abu-Jacub se concertase con el de Granada restituyéndole la ciudad de Algeciras, y atravesando el estrecho con ánimo de no volver á Andalucía. Mohamad entonces obligó á sujetarse á su obediencia á los walis de Guadix y Comares, y queriendo sacar partido de los disturbios que habia en Castilla por la minoridad de D. Fernando, pretendió que se le entregase la fortaleza de Tarifa en cambio de algunas plazas fronterizas, y de una grande suma de dinero de que tanto necesitaba el regente D. Enrique. Este que poco antes fue derrotado por los moros en las inmediaciones de Arjona, y que conocia el apuro en que se hallaba el reino por falta de recursos pecuniarios, deseaba que se aceptara el partido propuesto por el de Granada; pero la reina y D. Alonso Perez de Guzman fueron de parecer contrario, y por mas que no se socorrió á este como se debiera, supo defender á Tarifa, que los enemigos cercaron y combatieron con teson muy grande. Transcurridos con estas cosas y con algunos encuentros de poca importancia los años que mediaron desde el 1298 al 1301, finalmente en mayo de este murió Mohamad dejando tres hijos, de los cuales le sucedió en el reino Abu Abdala Mohamad.

Rigiendo pues este mahometano el cetro de Granada, y sentado D. Fernando IV en el trono de Castilla, de por pronto hubo en este reino algunos dias tranquilos, como los gozaba Aragon bajo el regimiento de D. Jaime el Justo, con quien habia hecho las paces su hermano D. Fadrique, casado ya con Leonor de Francia y seguro en el trono de Sicilia.

Aprovechose aquel período bonancible para reunir en Burgos y en Zamora las Córtes, en las cuales se hizo una saludable reforma en los gastos públicos, y los pueblos sirvieron al rey con grandes cantidades. En medio de esto y cuando no se presentaba ningun motivo de disturbios, algunos grandes so color de que la reina gobernaba á su antojo comenzaron á manifestar su descontento, mientras los infantes D. Enrique y D. Juan, juntos con D. Diego de Ha

ro y con D. Juan de Lara, procuraban sembrar discordias entre el rey y su madre. Gozaban de la privanza de D. Fernando el mismo Lara y el infante D.Juan; y los otros eran partidarios de la reina. Reclamaba el de Aragon que se le entregase Alicante, prometiendo en cambio devolver á Castilla la ciudad de Murcia de que estaba apoderado; pretension que era de temer tanto mas cuanto se recelaba que D. Jaime protegiese á D. Alfonso de la Cerda, que seguia titulándose rey de Castilla. Previendo D. Fernando que estas desavenencias traerian al fin un rompimiento, quiso á toda costa terminarlas asentar la para paz de una manera estable. Acordadas treguas en el año 1304 para mientras se discutiesen los negocios y se viniera á una resolucion definitiva, vióse D. Fernando con su suegro el de Portugal, con quien mediaban tambien algunas dife rencias, y aunque por entonces no pudieron avenirse, concertóse el rey de Castilla con el de Granada, asentándose la paz entre

ambos.

[ocr errors]

La muerte del infante D. Enrique fue un suceso venturoso, porque su desmedida ambicion hacia temer que procurase estorbar aquellos acuerdos. Para árbitro de tales diferencias fue nombrado D. Dionisio rey de Portugal, acompañándole en pro de Castilla el infante D. Juan, y en favor de Aragon el obispo de Zaragoza. Decidió el de Portugal que el rio Segura fuese la línea divisoria entre los reinos de Castilla y Aragon, con lo cual quedó para este el

territorio de Alicante.

Hecho el convenio por este lado, los reyes de Aragon y Portugal nombrados árbitros en los negocios de los Cerdas, sentenciaron que D. Alfonso dejase de titularse rey en adelante, que restituyera al de Castilla las plazas y castillos que conservaba; y que se le adjudicasen algunos pueblos á fin de que pudiera subsistir con el decorǝ que á su clase correspondia. Termináronse tambien las discordias entre D. Diego Lope de Haro y el infante D. Juan acerca del señorío de Vizcaya, con lo cual tuvieron fin aquellos arbitramentos, aunque con disgusto de D. Diego de Haro y de D. Alfonso de la Cerda.

Tal era el estado de las cosas de España al comenzar el año 1305,

hácia mitad del cual murió la reina de Navarra D. Juana dejando á su hijo Luis apellidado el Hutin, que mas adelante ocupó el trono de Francia. Despues de tantas guerras y desacuerdos hemos llegado por fin á una época de paz, debida no á los esfuerzos de las armas, si nó á conciertos amistosos. Eu rigor debiéramos haber hecho la suspension que tenemos anunciada en el momento de terminar el siglo XIII; mas considerando que con andar cinco años del XIV podríamos cortar la relacion histórica dejando en paz á la España entera, no hemos titubeado en adelantarnos ese breve trauscurso. Ahora pues harémos algun descanso para emprender luego con nuevos brios la continuacion de nuestra fatigosa tarea. El lector conocerá la oportunidad de esta pausa, porque la historia que

solo contiene acontecimientos sin hacer reflexiones, no ofrece todo el fruto que tienen derecho á reclamar de ella los que desean sacar provecho de su lectura.

RESEÑA GENERAL.

El largo período de la historia de España que hasta ahora llevamos recorrido nos ha hecho ver que en cada siglo, desde el primero en que comenzó la restauracion de nuestra patria, ha habido un hecho dominante. En la reseña general que continuamos al terminar el undécimo dijimos que el hecho dominante de ese siglo habia sido la devocion, y nos parece haber demostrado de qué manera ese hecho se hizo sentir en todas partes y por todos los medios posibles. Las cosas desde entonces han mudado de aspecto. En el año 1100 las potencias cristianas de España eran ya fuertes, y la potencia árabe iba disminuyendo á proporcion de los medros de aquellas. Los cristianos salidos de las montañas, derramados por las llanuras, dueños de estensos territorios, y habiendo levantado en ellos varios tronos y afirmádolos, combatian frente á frente con los mahometanos, y no solo tras los muros de los castillos £i no tambien en campo raso osaban desafiarlos. Semejante estado al terminar el siglo undécimo debia naturalmente producir en el si

guiente un hecho dominante, y este no podia ser mas que la ra religiosa.

guer

Decimos la guerra, porque entre las dos potencias que aspiraban al dominio de España se habian ya roto las hostilidades de manera que no era dable que cesasen; y caracterizamos á esa guerra de religiosa, tanto porque divergian en creencia los dos poderes que batallaban, cuanto porque el espíritu religioso que fue el alma del siglo anterior no se habia amortiguado en los españoles. Sin embargo, á esa devocion del siglo undécimo iban ya mezcladas otras ideas; el deseo de las conquistas, el ansia de engrandecerse, el pundonor nacional empeñado en la lucha, todo contribuia á que la devocion fuese, nó el objeto único y principal, sino uno de los objetos que impulsaban á los combatientes. Cuando la Europa se precipitó sobre el Asia á la voz de las Cruzadas, no conducia á los guerreros otro fin que librar de manos de los infieles el sepulcro de Jesucristo; pero mas adelante los hacia batallar la ambicion de poseer tierras, de fundar principados, de erigir en Asia el poder que su ausencia les hizo perder en Europa. Como todas las cosas humanas el primer entusiasmo degeneró: puro al principio, desinteresado, esclusivamente piadoso, se hizo impuro, porque se mezcló con la ambicion y dió cabida á otras pasiones humanas. En España sucedió lo mismo: aun se combatia por la religion en los siglos duodécimo y décimo tercero; mas al paso que se deseaba levantar un templo ó convertir en catedral una mezquita, anhelábase tambien dominar en mas vasto territopor poseer una ciudad, por rio, por tener mayor número de vasallos. Confundidos asi el espíritu de religion y el ambicioso, produjeron en esos dos siglos, que presentan una misma fisonomía, el hecho dominante de la guerra religiosa.

Por una coincidencia que podria creerse hija del espíritu de esos dos siglos, aconteció entre los Arabes lo mismo que entre los cristianos. La rápida ojeada que vamos á dar á ese período nos demostrará la verdad de esta proposicion, pues observarémos que los los otros hacen lo mismo. Aunque al primer golpe de vista no lo parezca, examinando con alguna detencion los hechos y sus

unos y

causas encontrarémos en la conducta de estos una copia de la conducta de aquellos.

Ya hemos presenciado las continuas batallas de moros y cristianos en el transcurso de esos doscientos años, y las repetidas tomas y pérdidas de plazas; y si hubiéramos querido referir todos los combates de ese tiempo apenas habríamos pasado un dia sin mancharnos con sangre. Por esto hemos mencionado no mas los principales hechos de armas, y con uno de ellos comienza el siglo undécimo, á saber, con la batalla de Uclés en donde perdió la vida el infante D. Sancho.

que

Casi al mismo tiempo se ha presentado en la escena Abdala el Mehedi, que haciéndose apóstol de las severas doctrinas de Algazalí, declama contra la corrupcion de costumbres de los mahometanos, forma la secta de los Unitarios, es proclamado rey en las faldas del Atlas, y levantando un ejército declara la guerra á los Almoravides. El celo religioso fue el instrumento de echó mano: el verdadero objeto que tuvo para hacerse dogmatizador fue la ambicion de poseer un trono. Hé aqui confundidas entre los Arabes las ideas religiosas con las pasiones humanas. La fortuna coronó la osadía del nuevo misionero, quien al tiempo de morir lega su ambicion y sus principios religiosos al jóven Abdelmumen, que predicando y combatiendo se hace dueño de Africa, se forma un partido en España, y penetrando finalmente en Marruecos en 1145, da muerte á Isaac Ibrahim que ocupaba el trono de los Almoravides termina en Africa el imperio de estos.

y

Los cristianos entre tanto, cual si nada tuviesen que temer de los moros, se destrozan mutuamente, nó con un objeto religioso sino por ambicion de dominio. D. Alfonso el Batallador y su esposa D. Urraca combaten cual dos encarnizados enemigos, y derramando la guerra en el reino entero, por todas partes se ofrece el mismo espectáculo de banderías, desolaciones y muertes. D. Alfonso hijo del primer matrimonio de D. Urraca toma parte en la lucha, combate a favor y en contra de su madre, aumenta los disturbios que tanto trabajaban á la nacion, y alzado por rey se apodera poco á poco del territorio que ha de regir muy luego, hasta que muerta

« AnteriorContinuar »