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gar su desabrimiento relatarémos lo acontecido en Castilla hasta el instante en que el sobrino de D. Fernando de Antequera comenzó á regir el cetro por sí mismo.

que

teció

a

CONTINUA LA MENORIA DE D. JUAN II.

que

que

Elegido rey de Aragon D. Fernando gobernador de Castilla, no renunció por esto la regencia, sino nombrando cinco personas la ejerciesen en su nombre se vino á tomar posesion del reino que acababan de adjudicarle. Mientras duró su vida las cosas continuaron por el mismo rumbo; mas despues de su muerte, que aconpor los términos dirémos al hablar otra vez de Aragon, Castilla no tuvo el sosiego en que su mucha prudencia habia logrado mantenerla. Acontecido apenas su fallecimiento, la reina D.a Catalina se apoderó por sí sola de las riendas del estado, encargando la instruccion de D. Juan II á Zúñiga, Velasco, y al arzobispo de Toledo: preceptores que cuidaron harto poco de la educacion de su alumno, quien naturalmente aficionado á la holganza jugaba todo el dia á guisa de muchacho, sin que se le enseñara lo que mas tarde debia practicar á fuer de rey. Deseosos los tres de grangearse el afecto de su discípulo, mas quisieron mandar en su corazon que alicionarle para que los mandase. La repentina muerte de D. Catalina, acaecida en Valladolid á 2 de junio de 1418, dió alguna mudanza á las cosas, pues el rey volviendo en sí de aquella especie de letargo en que le habia dejado vegetar su madre, quiso entrometerse en la direccion del gobierno; mas á pesar de que su talento y su tino eran poco temibles, todavía le fue á la mano el arzobispo de Toledo que lo mandaba todo á su albedrío, y que no haciendo caso de los ofrecimientos de Portugal trató el matrimonio del rey con la infanta de Aragon D.a María, la cual con sus hermanos y con su madre D. Leonor viuda de D. Fernando de Antequera vivia retirada en Medina del Campo desde la muerte de este. En aquel mismo pueblo se celebraron los desposorios en 21 de octubre.

Томо н.

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Aunque este contrato no causó de sagrado alguno porque á todos constaba cuánto valia la alianza con el reino de Aragon, el acierto en haberla contraido no bastó sin embargo para menguar la enemiga con que los grandes de Castilla miraban al arzobispo de Toledo, que prevalido de la poca autoridad del rey ejercíala él con menos miramiento de lo que deseaban los otros. A fin de escatimarla y de lograr que el monarca entrase á conocer lo que se debia á sí mismo y á sus pueblos, pusiéronle á la vista que hallándose en la edad de catorce años era razon que se encargara de gobernar por sí solo. Convocadas Córtes con este objeto para la villa de Madrid, en 7 de marzo de 1419 declaró el arzobispo la voluntad que el rey tenia de salir de tutela y de regir sus estados, cuya propuesta fue oida con regocijo y aceptada por la asamblea. La declaracion de la mayor edad de D. Juan no produjo sin embargo variaciones sensibles, porque sus pocos años le obligaron á rodearse de consejeros, entre los cuales como debe suponerse ocupaba un lugar muy preferente el arzobispo. Hacian sombra á su poder ya desde mucho tiempo los dos infantes de Aragon D. Juan y D. Enrique que se hallaban en Castilla, y á quienes por todos los medios imaginables procuraba hacerse suyos el prelado; porque bien entendia que su mucho influjo y el del rey de Aragon su hermano podian presentar grandes obstáculos á su ambicion desmedida. Preparábanse con estas rivalidades muy serios desacuerdos cuya esposicion, supuesto que acabamos de entrar en la mayor edad de D. Juan, dejarémos para cuando dada una vuelta por Aragon que den relatadas varias cosas que pendientes tenemos.

que desabrido el fallo que por

Sentado en el trono D. Fernando I de Antequera y puesto orden en las cosas de Cerdeña y Sicilia, el nuevo monarca hubo de hacer la guerra en sus propios estados contra el conde de Urgel, dictó el Parlamento de Caspe no estaba dispuesto á sujetarse pacíficamente al rey declarado tal por aquella asamblea. Desde luego aunque requirido para que viniese á prestar juramento de obediencia á D. Fernando se escusó con que estaba enfermo; y las amonestaciones del parlamento de Cataluña no fueron parte para reducirle á mejor camino, no obstante de

ofrecerle los congregados que interpondrian su mediacion con el rey para que lo tratase cual su clase y su parentesco merecian. A todas estas solicitudes contestó el conde que prestaria homenage con tal que se le indemnizase de los grandes gastos y de las pérdidas que hasta entonces habia sufrido para sostener sus pretensiones, y que su casa y sus dominios fuesen repuestos en el grado de riqueza que tuvieron en tiempo del rey D. Martin. Todos estos paliativos dieron claramente á entender que el objeto del conde no era otro que procurar dilaciones á fin de disponerse para una resistencia abierta. Convencido de esto el monarca se dirigió desde Zaragoza á Lérida con buen número de tropas, cuya mayor parte comenzó la guerra en los dominios del conde, quien procuraba siempre ganar tiempo para dar sazon á que viniesen á Cataluña algunas compañías de gascones y de ingleses que habian ofrecido servirle. La audacia del conde sustentada por su madre, la cual le hacia concebir esperanzas mas lisongeras que fundadas, fue en aumento con habérsele allegado al mismo tiempo D. Antonio de Luna, quien desterrado de sus dominios por la muerte del arzobispo de Zaragoza, quiso probar si con la guerra podia rehacer sus negocios. Juntáronse con Luna todos los descontentos y gente perdida, y como habian entrado ya algunos estrangeros iban las cosas tomando un aspecto serio cuando jurados por el rey en Lérida los fueros y libertades de los Catalanes, el conde le envió sus procuradores con el objeto de prestarle obediencia como en efecto se la prestaron en Lérida mismo; mas habiendo el monarca enviado á uno de sus familiares para que el conde ratificase en su presencia aquel homenage, este se desentendió y no quiso en manera alguna tratar del negocio. Antes que esto se supiese, considerando D. Fernando que el conde se habia reducido de veras despidió una parte de las tropas que trajo desde Aragon, y se fue á Tortosa para verse con el papa Benedicto, quien le concedió la investidura del reino de Sicilia y de las islas de Córcega y Cerdeña.

Desde aquella ciudad convocó Córtes para Barcelona, y en ella á fines del año 1413 juró de nuevo sus fueros y libertades á los Catalanes y recibió su homenage. En la propia ciudad vinieron al

rey de parte del de Urgel los mismos mensageros que habian ido á Lérida, y entablaron la demanda de que se le indemnizase de los gastos hechos, y de que se casara á su única hija con el infante D. Enrique hijo de D. Fernando. A pesar de que este no creia que el conde quisiese de buena fe reducirse, y le pesaba que su hijo menospreciase por aquel matrimonio otros de mayor provecho que se le ofrecieron, sin embargo accedió á la peticion. Continuaba la guerra D. Antonio de Luna, susurrábase que el rey de Navarra era un favorecedor del conde, y que se habia ligado con el duque de Clarencia hijo del rey de Inglaterra, al cual ofreció el conde dar el reino de Sicilia en recompensa de sus servicios. Con esto se rompió abiertamente la lucha contra el de Urgel, y contra D. Antonio de Luna, cuando la muerte del rey de Inglaterra obligó al duque de Clarencia hermano del sucesor á restituirse con sus fuerzas á su reino.

Largo y enojoso seria referir todos los lances de aquella pugna durante la cual las Córtes reunidas en Barcelona determinaron que se procesara al conde como reo de lesa magestad y que se ocupasen por la fuerza sus estados. Finalmente el rebelde se recogió en Balaguer en donde fue cercado por D. Fernando, quien mandó pregonar que perdonaria á los que saliesen de aquella ciudad con tal que no fuesen culpados en la muerte del arzobispo de Zaragoza. Batida la plaza con muchas y terribles máquinas, ni el conde ni los demas encerrados en ella tenian ya esperanza de socorro, ni atinaban en medio alguno de salvarse. En tanto estrecho y como en 20 de octubre se apoderasen los sitiadores de una parte de la ciudad, algunos caballeros de ella salieron para entablar negociaciones de concordia, y seguramente nada hubieran alcanzado, atendido el enojo del rey, á no presentarse la infanta D.a Isabel esposa del conde ofreciendo que este se pondria á merced del monarca, con pacto de que se le perdonara la vida y no se le redujera á prision ó destierro. D. Fernando resuelto á no acceder á condicion alguna insistió en que el conde se sujetara, dejando á su arbitrio hacer de él lo que le pluguiese; mas sin embargo á las vivas instancias de la infanta y á las repetidas súplicas de algunos

magnates prometió que si se entregaba le dejaria la vida. El dia último de octubre de 1413 salió el conde, y presentándose al rey que estaba sentado, á la vista de todo el campamento se hincó ante él de rodillas, y le pidió misericordia. D. Fernando le dijo que le perdonaba aunque en realidad merecia la muerte, y le aseguró que no seria desterrado del reino. Desde allí fue conducido á Lérida y encerrado en una torre del castillo. El rey entró en Balaguer el dia 5 de noviembre, y pasando despues á Lérida se continuó el proceso, y en 29 del mismo mes se falló declaraudo al conde reo de lesa magestad é imponiéndole la pena de cárcel perpetua, conmutándole en esta la capital por contemplacion á su esposa D.a Isabel, y al parentesco que con el rey tenia. D. Margarita de Monferrat madre del conde fue declarada rea del mismo crímen y confiscados sus bienes, y mas tarde fue presa juntamente con sus hijas por sospechas de haber intentado poner en libertad al conde, el cual desde Lérida fue llevado á Castilla y encerrado en una fortaleza. Tal fue la suerte del conde de Urgel, que cegado por la ambicion de poseer un trono no vió el precipicio á que indispensablemente iba á sumirse oponiéndose á la voluntad del reino al cual queria gobernar á toda costa.

En Zaragoza á 11 de febrero de 1414, convocadas las Cortes generales y con todo el aparato y solemnidad imaginables fue coronado D. Fernando por el arzobispo de Tarragona, y bajo palio hizo un paseo triunfal por la ciudad. El dia 14 fue coronada la reina D.a Leonor con no menos pompa que lo habia sido su esposo.

Hallándose el rey en Lérida, á solicitud de los Sicilianos que para ello mandaron embajadores, envió á Sicilia en calidad de lugarteniente á su hijo el infante D. Juan, y al mismo tiempo compró al vizconde de Narbona las baronías y tierras que en Cerdeña poseia. El infante partió hácia Sicilia llevando dos galeras, y con la esperanza de recibir luego nuevos socorros, porque se temia que los Portugueses intentasen alguna espedicion contra aquella isla. Dos años habia que estaba en ella cuando se supo que los Sicilianos querian alzarlo por rey, á ejemplo de lo que un siglo atras habian hecho con D. Fadrique, hijo tambien de la casa de Aragon;

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