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y aunque el infante D. Juan estaba tan lejos de secundar los intentos de sus gobernados como que el mismo dió conocimiento al rey de lo que pasaba, sin embargo con temor de que las cosas al fin llegasen á mal término se le dijo al infante que se restituyese á Cataluña so color de la grave enfermedad que el rey padecia. Con la esperanza de que los aires nativos le proporcionarian tal vez el

recobro de la salud, determinó D. Fernando trasladarse á Castilla, y habiendo emprendido el viage murió en la villa de Igualada el jueves 2 de abril de 1416, á la edad de treinta y siete años.

De su matrimonio con D. Leonor de Alburquerque tuvo siete hijos, á saber, D. Alfonso que le sucedió en el trouo, D. Juan que reinó despues de este por haber muerto sin hijos, D. Enrique, D. Sancho, D. Pedro que mas adelante murió en el sitio de Nápoles, D. María que casó con D. Juan II de Castilla, y D.a Leonor que fue esposa del rey de Portugal D. Eduardo I.

Aunque D. Fernando murió sin haber calmado del todo las tempestades que se alzaron en Aragon con motivo del interregno á que puso término el fallo pronunciado en Caspe, acreditó sin embargo que era digno de empuñar un cetro. Habíanlo recomendado ya en gran manera la lealtad con que despreció la corona que algunos grandes le ofrecieron, y el acierto con que supo regir el timon del estado en medio de las bravas tempestades que agitaban á Castilla. Hemos visto tambien cuán misericordioso se mostró con el conde de Urgel, á quien atendida la conducta que habia observado no podia hacer menos consultando la paz del reino que condenarle á un encierro perpetuo, en el cual finalmente fue asesinado por los hijos del monarca sin que este tuviera en ello parte alguna, puesto que aquel suceso acaeció diez y siete años despues que D. Fernando habia muerto. Muy luego vamos á ver cuánto trabajó este rey para reducir al papa Benedicto y acabar con el cisma de la Iglesia; y si en esta empresa no fue tan afortunado como quisiera, la culpa debe achacarse al mismo Benedicto cuya tenacidad no era capaz de doblegarse á consideracion alguna. En suma, ora se considere á D. Fernando como gobernador de Castilla, ora como rey de Aragon, siempre se le encuentra digno del

respeto y de la veneracion de la posteridad. Su muerte hubiera sido mas llorada á no haberle sucedido un príncipe que por el acierto con que gobernó, y por la gloria que supo adquirirse mereció el renombre de Sabio y fue uno de los mas ilustres monarcas que rigieron el reino levantado á tan alto grado de esplendor por D. Pedro el Ceremonioso.

Del cisma que se levantó en la Iglesia por la simultánea eleccion de dos pontífices dimos noticia al esponer la historia de la época á que se refiere este lamentable acontecimiento; mas de entonces acá uada hemos dicho de ese punto sustancial, aunque en los hechos de Aragon se ha mentado varias veces á Benedicto XIII. Harémos una breve reseña de lo acontecido desde el ensalzamiento de este hasta que la elevacion de Martin V verificada por el Concilio de Constanza en 11 de noviembre de 1417 puso fin á la confusion que reinaba en la Iglesia, y que ejercia mucho influjo en todos los reinos cristianos.

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Muerto en 1314 Clemente VII, los cardenales reunidos en Aviñon resolvieron elegir su sucesor; mas deseosos de poner fin al cisma juraron que en caso de ser promovido al pontificado alguno de ellos lo renunciaria con tal que el pontífice de Roma verificase lo mismo. Pronunciado el juramento todos los votos recayeron favor del cardenal Luna, que se llamó Benedicto XIII, y que olvidando la solemne promesa que habia hecho no solo no renunció la tiara, sino que quiso trasladar á Italia la silla pontificia. Llevando la Francia muy á mal la conducta de Luna le requirió para que cumpliese su juramento, y como Benedicto no quiso acceder á esta justa demanda, el rey de Francia mandó cercarlo en su palacio de Aviñon mientras todos los cardenales le abandonaban. En tales circunstancias conociendo la dificultad de sostenerse en el pontificado, hacia por apoyarse en los reyes de España, que estaban de su parte por mas que el frances no perdiese ocasion á fin de alcanzar que lo desampararan. Asi se hallaban las cosas cuando habiendo fallecido en 1404 Bonifacio IX sucesor de Urbano VI, fue nombrado en su lugar Inocencio VII, cuya muerte ocurrida á los dos años presentó nueva coyuntura para procurar la paz á la

y

Iglesia; mas la terquedad y el carácter fuerte de Benedicto hicieron inútiles por entonces todas las tentativas de concordia.

Aguada la esperanza de un arreglo, fue elevado al pontificado de Roma Gregorio XII, mientras Benedicto casi absolutamente solo hubo de escaparse de Aviñon, y desde Marsella invitó á Gregorio á una entrevista para cortar sus desavenencias. Ni uno ni otro deseaban de buena fe poner fin al cisma, y habiendo Benedicto tenido noticia de que se trataba de prenderlos á él y á su antagonista, se trasladó en 1408 á Perpiñan para donde convocó un concilio. Nada se adelantó en este, y aquel grave negocio complicóse mucho mas cuando no habiendo querido comparecer ninguno de los dos papas en el concilio de Pisa los citaba para que ante el mismo alegase n de sus derechos, á 26 de junio de 1409 el concilio eligió nuevo pontífice que fue Alejandro V. Hé aqui en vez de dos tres pontífices, cada uno de los cuales se daba por legítimo, tenia á su favor mas o menos partido, y sosteniendo sus derechos complicaba la confusion y acrecia el escándalo de los fieles. La prematura muerte de Alejandro V dió lugar á la eleccion de Juan XXIII, con lo cual se varió el nombre de las personas sin mudarse el estado de las cosas.

que

Cansados los príncipes cristianos de semejante desórden y deseando poner remedio á los perjuicios que del mismo resultaban, acudieron al emperador Segismundo á fin de que echando mano de su grande autoridad é influjo procurase la cesacion de un mal tan grave. El medio que pareció mas á propósito fue convocar un concilio y citar á los tres papas para que ante el mismo renunciasen el pontificado y se sujetaran á la decision que allí se tomase. El rey de Aragon á instancia de los otros monarcas tomó á su cargo reducir á Benedicto, de quien se esperaba que se mostraria el mas reacio. Ningun resorte omitió D. Fernando para traerle á la razon; mas todos sus pasos y todas las conferencias no produjeron resultado alguno, por lo cual perdida la confianza de ablandarle, los príncipes determinaron convocar el concilio de Constanza, que se abrió á los 5 de noviembre de 1415. Ante él se presentó en persona Juan XXIII, y acudieron los embajadores de Gregorio XII,

y aquel por sí, y estos en nombre de Gregorio renunciaron la tiara. Prosiguiéronse simultáneamente las negociaciones para lograr que Benedicto imitase aquel ejemplo; mas resuelto á no darse á partido y engañando las esperanzas del emperador y del rey de Aragon, se salió de Perpiñan á donde habia acudido para verse con estos, y retiróse á Peñíscola con ánimo de sostenerse allí contra sus enemigos. Entonces por edicto de 6 de enero de 1416 se mandó en Aragon que nadie le obedeciese y que no se acudiera á él para cosa alguna, mientras el concilio de Constanza á 26 de julio de 1417 le despojó del pontificado, lanzó contra él una escomunion, y en 11 de noviembre del mismo año elevó al solio pontificio al cardenal Oton Colonna, que tomó el nombre de Martin V. El nuevo papa envió dos mensageros á Benedicto mandándole que se conformase con la voluntad del concilio; mas esta órden no hizo efecto alguno en su ánimo, y queriendo desquitarse del anatema que contra él habia lanzado el concilio de Constanza, anatematizó á los obispos congregados en el mismo, obligó á dos cardenales que le quedaban á que eligiesen por sucesor suyo á un canónigo de Barcelona llamado Gil Muñoz que tomó el nombre de Clemente VIII, y sin corregirse nunca de su tenacidad se mantuvo encerrado en Peñíscola hasta que falleció á la edad de noventa años en el de 1424. Este fue el término de aquel largo y lastimoso cisma que por tanto tiempo tuvo dividida á la Iglesia, y que llenó de afliccion á la cristiandad entera.

Muñoz rehusaba tomar la tiara que se le ofrecia y sin duda se negara absolutamente, á no haberle decidido el rey de Aragon que se empeñó en ello en odio del pontífice verdadero. Al fin en el año 1429 en el concilio celebrado en Tarragona al que asistió el cardenal de Foix legado de Martin V, Muñoz abdicó el pontificado y fueron depuestos los cardenales que tenia. Muñoz obtuvo en recompensa el obispado de Mallorca, y todo esto se ejecutó á instancias del rey de Aragon, que por entonces deseaba tener de su parte al papa cuya amistad le era muy provechosa para los negocios de Nápoles.

D. JUAN II.

Alterados andaban los ánimos en Castilla por el mando absoluto ejercido en ella por el arzobispo de Toledo, y ni aun este vivia tranquilo temiendo el poder y el influjo de los infantes de Aragon que se preparaban á contrastarle, nó de consuno sino formando cada uno su partido, y con deseos este y aquel de apoderarse del gobierno y de la persona del rey, cuya pоса edad y cuyo carácter y calidades allanaban el camino que para adelantar ese plan debia seguirse. D. Juan hombre mas dedicado al estudio que á los negocios del gobierno, amigo de la caza, amante de fiestas, dado á los placeres de la poesía, y poco dispuesto á los trabajos serios que su alta dignidad reclamaba, podia tan solo cambiar de personas, pero era forzoso que estuviese bajo la tutela de este ó del otro favorito. La conducta que con él habia observado su madre contribuyó mucho para que no conociese lo que se debia á sí mismo y á sus súbditos, pues encerrado en Valladolid sin tomar la menor parte en el gobierno, sin enterarse de su direccion, sin comunicar con persona alguna, mal podia salir del estado de niñez en que efectivamente se encontraba al empuñar el cetro. Al hacerlo el regir los pueblos fue para él una cosa enteramente nueva, y por mismo imposibilitado de gobernarlos por sí hubo de ponerlos en manos de favoritos. Varios fueron los que se disputaron este puesto; mas al fin prevaleció el célebre D. Alvaro de Luna, hácia quien fue tan grande la aficion del monarca, que pudiera creerse lo tenia fascinado. La primera vez que este hombre se presentó en la corte fue en el año 1408, en que siendo mozo de pocos años fue á Toledo con su tio D. Pedro de Luna sobrino del papa Benedicto. Era hijo bastardo de D. Alvaro, y aunque la ilegitimidad de su nacimiento podia servirle de estorbo para subir á mucha fortuna, la tuvo con el tiempo tan grande que vino á ser señor del Castilla; mas como rara vez acontece que el hombre pueda sostenerse con firmeza en una estraordinaria altura, D. Alvaro se der

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