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bedecian segun importaba á su ambicion, y hasta á sus caprichos. Los príncipes ya eran mas ambiciosos que pios, y la Iglesia hacia tiempo que tenia visos de trabajar para el establecimiento de la teocracia.

Si continuáramos aqui todas las ideas que nos sugieren los acontecimientos de aquellos tiempos iríamos á parar muy lejos, y nuestra pluma escribiria cosas que ahora nos distraerian demasiado de nuestro objeto, y que nos hemos propuesto esponer despues de terminado el siglo décimoquinto. Las tocamos aqui como una señal de referencia á fin de que el lector no las deje pasar sin observarlas, puesto que por sí solas esplican muchos acontecimientos, y aclaran la confusion que de pronto aparece en gran parte de las relaciones que mediaban entre los reyes y los papas.

Continuan en Castilla las discordias civiles en que se disputan el cetro los hijos de la Cerda y el infante D. Sancho; y al fin quedan los dos huérfanos en poder del rey de Aragon. Tanto se habia entibiado por entonces el celo religioso, como que D. Alfonso con el objeto de hacer frente á su hijo D. Sancho, formó una alianza con Abu-Jusef, sobreponiendo de este modo la ambicion á los intereses religiosos. En medio de intestinas turbulencias muere Alfonso maldiciendo á su hijo, quien á despecho de todo le sucede en el trono como para perpetuar las discordias que hacia tantos años agitaban al reino.

El rey de Aragon prosigue la guerra con los franceses y se disponia para llevarla á Mallorca, cuando muere, aunque nó sin encargar á su hijo que cumpla sus intentos. Llena D. Alfonso la voluntad de su padre y se apodera de la isla.

Todo el reinado de D. Sancho IV no es mas que una larga serie de guerras civiles entre las cuales solo hay un hecho favorable á los intereses de España, y es la toma de Tarifa. La muerte del rey hace subir al trono á D. Fernando el Emplazado, cuya menoría abre nuevo campo á las ambiciones particulares, hasta que empuñando este rey el cetro asiéntanse las paces entre los reyes de España, y terminan por de pronto las desavenencias de Castilla.

Tales fueron los siglos duodécimo y décimotercero, durante cuyo transcurso apenas hubo un momento de reposo. En efecto,

hemos visto infinidad de guerras civiles en todos los reinos en que España estaba dividida, cuyas guerras nos prueban que la ambicion y los intereses puramente mundanos trabajaban para sofocar el celo religioso que era el hecho dominante del siglo anterior. Este celo sin embargo era todavía ardiente. Asi vemos que en el principio del siglo duodécimo el papa Pascual II hubo de espedir una bula mandando á los súbditos de Alfonso VI que desistiesen de llevar la guerra á los infieles de la Tierra Santa, y que se dedicaran á hacérsela en el territorio de España de que estaban apoderados. Desde entonces nunca olvidaron los pontífices conceder gracias é indulgencias á los que en la Península batallasen contra los moros, y el venir á ella con este objeto llegó á darse por penitencia á los que habian cometido ciertos delitos. Todos los privilegios de la Cruzada se concedieron mas adelante á los que guerreasen en España; y asi los otorgaron el papa Inocencio III para la célebre jornada de las Navas de Tolosa, Clemente IV para la guerra contra Murcia y Granada en tiempo de D. Jaime I de Aragon, y Gregorio IX para las empresas de las Baleares y de Valencia, y mas adelante para la de Sevilla.

Las órdenes militares, cuyo objeto era blandir de continuo las armas contra los infieles y asistir á los peregrinos, fueron acogidas en España cual su objeto religioso merecia. Asi vemos reyes que toman el hábito de algunas de estas religions, y otros que les hacen pingües legados y hasta las nombran herederas de sus reinos. La nobleza, émula de los reyes, se muestra tambien generosa con ellas; mas no contentos los españoles con haber traido á su nacion las órdenes militares establecidas en Palestina, erigieron en España misma las de Calatrava, de Santiago, de San Julian de Pereiro, conocida despues con el nombre de Alcántara; y en Portugal se creó la de caballería de Ébora, nombrada mas tarde órden de Avis.

Todos estos hechos prueban hasta qué punto se sostenia el celo por la religion; y las grandes é importantes conquistas que durante esos dos siglos hicieron los cristianos en España demuestran que el hecho dominante de ellos era la guerra religiosa. Si no hubieran venido á entibiar su espíritu la ambicion y las pasiones po

líticas, no dirémos que en esa época se hubiese hecho la restauracion total de nuestra patria, mas es seguro que se habria dado un grande paso para terminarla, ó acelerádola al menos de un siglo. Pero las pasiones invadieron el corazon de los españoles, y de aqui esa infinidad de guerras civiles que aun hoy mismo escandalizan á quien las lee. A ellas se debió la suspension de armas que hicieron los reyes de España despues de haber conquistado los reinos de Valencia y Murcia, las Baleares y Sevilla. Precisamente aquel era el instante mas á propósito para batir á los moros, que aterrados con esos golpes y discordes entre sí, malamente hubieran resistido al poder de los cristianos, cuando no pudieron contrastarlo batallando todos de consuno para el mismo objeto. Mas el espíritu de division que armaba á unos cristianos contra otros era el mis-mo que hacia combatir entre sí á los infieles; y asi ni estos podian defenderse ni aquellos estaban en disposicion de atacarlos. La ambicion iba ganando terreno en unos y en otros.

Si la guerra religiosa fue el hecho dominante de esos dos siglos, hubo en ellos otros hechos de los cuales unos son continuacion del hecho dominante del siglo anterior, y otros, totalmente distintos de aquellos, les dan una fisonomía que les hace parecerse en algo á los siglos que vendrán despues. A los primeros pertenecen aquellos que dimanan esclusivamente de la devocion, y corresponden á los segundos los que se refieren á la emancipacion popular, y los que se encaminan á los adelantos de la civilizacion. El espíritu de devocion elevó los grandes templos que aun hoy admiramos y que pueden considerarse como los baluartes en que se encastillaba la religion, que segura ya de los ataques de los infieles erguia la cabeza y desafiaba á sus enemigos. Obra son de esos dos siglos las iglesias de Talavera, de Valladolid, de Osma, de Orense, de Toledo, de Búrgos, y otra multitud de templos cuya grandeza atestigua hasta qué punto ofrecian riquezas en las aras de la piedad los hombres que los levantaron.

La institucion de las órdenes religiosas es otra prueba del espíritu de devocion que aun ardia en el alma de los españoles. La de Santo Domingo, la de la Merced, la de San Francisco de Asis fue

ron erigidas las dos primeras é introducida la tercera á principios del siglo démimotercero.

Los hechos de esos dos siglos que se refieren á la emancipacion popular los hemos ido intercalando en el relato histórico. En la reseña continuada al fin del siglo undécimo dijimos que en el duodécimo se operó esa emancipacion preparada en el otro, y esplicamos la manera con que se habia ejecutado. Dos hechos sin embargo han venido despues á darnos una gran luz en la materia. El primero es la institucion del Consejo de Ciento en Cataluña, y el segundo la célebre Union aragonesa; de ambas cosas hemos hablado esplicando su esencia, y solo las volvemos á mencionar aqui come testimonios que acreditan los pasos que la libertad del pueblo dió durante los dos siglos que vamos analizando.

que

Los hechos demuestran los adelantos de la civilizacion du rante ellos mismos son infinitos. Como dos de los principales citarémos la formacion y publicacion del famoso Código de las Siete Partidas, obra pasmosamente precoz, y que aun hoy dia dispierta la admiracion del mundo, y la ereccion de las universidades de Palencia, Lérida y Salamanca.

Desde la invasion de los Godos apenas se hace en España mencion alguna de las letras, porque aquella irrupcion dió al traves con las letras romanas, y los Godos no las trajeron propias. Tras ellos se apoderaron de España los Arabes, los cuales si bien estaban adelantados en las ciencias, en la literatura, y en la poesía, los Españoles no sacaron fruto de esos adelantos, ya porque desconocian la lengua de los Árabes, ya porque siendo sus enemigos políticos y religiosos, repugnábales aprender de ellos cosa alguna. Ademas cuando una nacion empuña toda entera las armas para defender su libertad y sus creencias, no es posible que adelante en la carrera del saber. En medio del general trastorno que tantas guerras trajeron las letras se hubieran perdido enteramente á no existir el clero. Ya nadie ignora que entre los inmensos beneficios que á este debe la Europa es uno de los principales el haber conservado los depósitos del saber que los antiguos nos legaron. Las musas profanas, como dice un autor moderno, se retiraron con la devo

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cion á la soledad, y hallaron un seguro asilo en los claustros." En ellos eran honrados y distinguidos los que sabian leer, reputábase por cosa agradable á Dios transcribir un manuscrito, y en los monasterios de mas nombradía habia una biblioteca y una escuela que conservaban la lengua latina, y tenian como en depósito la historia de los pasados tiempos. Aun han llegado á nosotros algunos de esos preciosos manuscritos en los cuales se admira la habilidad y la paciencia del pendolista, al mismo tiempo que se siente un afecto de gratitud hácia aquellos hombres que en medio del fragor de las armas y de la espantosa agitacion de Europa se dedicaban con una perseverancia admirable á copiar un libro. En verdad solo la uniforme quietud del claustro era capaz de inspirar aquella paciencia y aquella constancia de que nos dan testimonio la igualdad y la hermosura de la letra, la profusion de los adornos la minuciosidad de la correccion de las erratas en que el pendolista incurria. A la Iglesia latina somos deudores de las obras maestras que de la antigüedad nos quedan; y esa iglesia que conservó tan precioso depósito pudiera compararse, segun el hermoso pensamiento del autor que hemos citado, al arca de Noé que salvó del naufragio universal todas las maravillas vivientes de la creacion.

y

Aquel legado de la antigüedad que la Iglesia conservaba estuvo encerrado durante siglos en las bibliotecas de los monasterios, muchos de cuyos monges hubieron de consumir su vida entera en copiar un libro. Desde aquel centro, como desde una hoguera se derramó la luz por el mundo, desvaneciendo las densas tinieblas en que estaba sumergido y preparando el camino á la civilizacion moderna. Los cronistas del siglo duodécimo dicen que en todas partes se cultivan la gramática y las letras, y celebran el regreso de las luces. Sus rayos que partiendo desde los monasterios iluminaron al mundo fueron generalizándose poco á poco, revelando á los espíritus placeres que desconocian, y dispertando en todos el hermoso deseo del saber. El propagarlo fue la intencion de los reyes al establecer en España las universidades que hemos dicho. Con ellas se dió un grande paso hacia la civilizacion, y este

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