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canzó poco despues del descubrimiento. Que la industria sufrió.

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él no lo negamos; mas no es posible desconocer que en esa decadencia no tuvieron tanta parte las riquezas de América como el carácter de los habitantes de las provincias en donde se esperimentó ese daño. Provincia hay en España que ha sacado inmensos capitales de América con la navegacion y el comercio, y que tal vez á ellos debe los grandes progresos de su industria. En España es muy arriesgado sentar principios generales que abarquen á todas sus provincias. Es menester no olvidar nunca que nuestra patria es una reunion de varias naciones que han estado separadas durante muchos siglos, tenido distinta legislacion y diversas costumbres, y cuyos hijos aun hoy conservan muy marcadas diferencias en carácter, idioma, hábitos, inclinaciones y ejercicios. Basta con estas indicaciones, pues hace ya mucho tiempo que andamos distraidos del principal objeto de nuestra tarea, puesto que rigurosamente hablando apenas nos hemos ocupado de él desde la toma de Granada. Despedidos para siempre de los Arabes, y enarbolada la bandera de Castilla en regiones hasta la presente época desconocidas; hora es de que volvamos á nuestra patria, que no solo hacia el otro lado de los mares sino tambien por varios puntos de Europa estiende sus brazos de gigante para abarcar pueblos y naciones. Grande estruendo de cosas se prepara y grandes hechos verémos.

CONTINUA EL REINADO

DE LOS REYES CATOLICOS.

Dicho teuemos antes de hablar del descubrimiento de las Américas que en España reinaban la paz y el órden, que las leyes habian recobrado su imperio y enfrenado de todo punto la licencia, que la propiedad estaba asegurada y que se habia dado principio al sistema de buen gobierno desconocido hasta entonces en Castilla. El objeto de los reyes Católicos no estaba conseguido, pues habia en España personas cuyo carácter, cuya representacion y cuyo poder les hacia asimilarse á los reyes. Estas personas eran los macs

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tres de las órdenes militares. Colocados en una posicion elevada, dueños de una inmensa fortuna, y tremolando su estandarte en muchos y formidables castillos, estaban en el caso de turbar la paz del estado cada y cuando se les antojara D. Fernando no podia consentir que en su territorio hubiese personas exentas de su jurisdiccion y con un poder capaz de contrarestar el suyo. Desde el principio de su reinado concibió la idea de reunir esas dignidades en su persona, y á este fin obtuvo de Inocencio VIII una bula en la cual se le conferia la administracion de los tres maestrazgos. Por muerte del que obtenia esta dignidad en la orden de Calatrava, D. Fernando se asumió su administracion en 1487, y el fallecimiento del maestre de Santiago ocurrido en 1493 puso en sus manos la de esta órden. Solo faltaba ya el maestrazgo de Alcántara que poseia D. Juan Zúñiga, el cual despues de varias negociaciones renunció en favor del rey admitiendo en recompensa el arzobispado de Sevilla. D. Fernando, maestre de las tres órdenes que tanto le habian dado que recelar, puso en los castillos guarniciones adictas, y fácilmente se grangeó el afecto de los caballeros, siendo como era dispensador de las gracias á que podian aspirar

estos.

Derribado de este modo el poder de aquellas tres milicias y puesta en una sola mano el que con mengua de la autoridad real conservaban otras, bien pronto la atencion de los reyes hubo de dirigirse á otro asunto no menos importante. Tendrán presente nuestros lectores que una de las causas que mas influyeron para que el rey de Francia verificase la restitucion de los condados de Rosellon y Cerdaña fue el estar meditando la conquista del reino de Nápoles, para cuya empresa le convenia asentar antes las paces con los monarcas que pudiesen contrastarle. Asi lo hizo con Fernando en los términos que á su tiempo dijimos, lo verificó mas adelante con el emperador de Alemania, y concluidos estos preliminares dirigió sus miras al objeto que las habia motivado. Con esto pues tuvo principio la guerra de Nápoles. Vamos á emprender la esposicion de esa guerra, que sostenida en Italia por los reyes de España haciendo rostro á la Francia y á las ligas de los italia

TOMO II.

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nos, acabó por poner gran parte de aquella nacion bajo el dominio de los Españoles.

A fin de apreciar la justicia que habia en favor de cada una de las potencias que sustentaron aquella lucha, es indispensable recordar al lector los antecedentes de que ya tiene noticia, pero que tal vez habrá olvidado, ó por el tiempo trascurrido desde que le hablamos de ellos, ó porque no los espusimos como preliminares del rompimiento que presenciarémos ahora. Pocas palabras bastaran para reducirselos á la memoria, de modo que pueda aplicarlos á las actuales circunstancias.

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Sentada en el trono de Nápoles en 1414 D. Juana con motivo de la muerte de su hermano Ladislao, le fue preciso apelar á algun príncipe á fin de que la defendiera contra Luis de Anjou que estuvo ya en guerra con Ladislao y con varios señores que traian desasosegado el reino. Entre los varios que aspiraron á la mano de aquella reina fue elegido el conde de la Marche, hijo de la casa de Francia, mas el poco acuerdo con que vivian los esposos trajo una lucha que acabó á favor de D.a Juana, viéndose obligados á salir del reino de Nápoles los franceses y el mismo conde. Esto sin embargo no puso término á la guerra, pues la casa de Anjou tenia partidarios en Italia y estos batallaban con la reina, la cual determinó en 1420 invocar el ausilio de D. Alfonso V de Aragon que estaba en Cerdeña. D. Juana adoptó por hijo al aragones y declarándole sucesor cedióle la Calabria, comenzando desde entonces la guerra entre el mismo y el duque de Anjou y dividiéndose la Italia en dos partidos que militaban á favor de uno y otro de los combatientes. La reina poco constante en su propósito revocó la adopcion de Alfonso y la hizo á favor del duque, quien á la par de su competidor sufrió desaires y vió revocada su adopcion, que en 1432 fue renovada en pro de su competidor. En este estado falleció D. Juana en 1435, y veleidosa siempre nombró por sucesor al duque de Anjou, por cuyo motivo Alfonso confederado con el duque de Milan comenzó contra aquel la encarnizada contienda cuyo resultado fue apoderarse de Nápoles en 1442, estender sus conquistas por otras varias provincias y obligar al de An

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jou á retirarse á Francia. Asegurada de esta manera la posesion de aquel nuevo reiuo, en 1443 fue jurado sucesor en él su hijo natural D. Fernando; mas sin embargo de esto hubo todavía algunas guerras con varios estados de Italia, y antes de terminarlas murió D. Alfonso en 1458, dejando el trono de Nápoles á su hijo, legitimado ya por el papa.

Renato duque de Anjou, que fue el primero que sostuvo la lucha con D. Alfonso, dejó un hijo llamado Juan y duque de Lorena, que guerreó en Nápoles contra el nuevo rey D. Fernando, y á quieu posteriormente hemos visto figurar en la lucha que los Catalanes sostuvieron contra D. Juan II de Aragon á favor del príncipe de Viana. El duque de Lorena fallecido en Cataluña durante aquella guerra, dejó por sucesor á Cárlos su sobrino, quien al tiempo de morir nombró por heredero á Luis XI rey de Francia, entendiendo que este mejor que el duque de Anjou podria defender sus derechos contra la casa de Aragon. Tales eran los antecedentes que trajeron la contienda de que vamos á ocuparnos, y tal el estado de las cosas en 1494, cuando D. Fernando de Nápoles acabó la vida dejando el trono á su hijo Alfonso. Desde Italia por una parte se habia suplicado al rey Católico que se apoderase de Nápoles alegando la bastardía del rey que empuñaba su cetro, y por otra se acudia á Cárlos VIII de Francia para que echados de allí los aragoneses uniese aquel reino á su corona. D. Fernando el Católico no quiso romper con la Francia; más celoso de ella procuraba distraerla del intento de que se apoderase de Nápoles, y si bien indirectamente le dió á entender que en caso de hacerlo no podria menos de socorrer á los reyes de Nápoles como deudos y aliados suyos, Cárlos á despecho de esto reunia un ejército para acometer aquella empresa; y aunque el embajador español protestó seriamente contra tales prevenciones, el frances habia ido ya muy adelante para que pudiese retroceder, y tomando el camino de Italia, pasó los Alpes, entró en Asti, de allí fue á Pavía y luego á Milan, de que se tituló duque por haber acaecido entonces mismo la muerte del que lo era, penetró en Pisa, hízose dueño de Florencia, en los últimos dias de 1494 verificó

su entrada en Roma, y marchóse para Nápoles á principios del año siguiente.

La prisa que el frances se daba, el poco caso que habia hecho de las protestas del rey Católico, y el haber invadido los estados del pontífice á quien no se escluyó de la alianza hecha entre Francia y España cuando se restituyeron los condados de Rosellou y Cerdaña, determinaron á D. Fernando á romper la guerra; y ante todo mandó embajadores á Cárlos intimándole que desistiese de aquella empresa, mientras por otro lado enviaba una escuadra á fin de que guerrease por mar, y á Gonzalo Fernandez de Córdoba con algunas tropas para que hiciese otro tanto por tierra. El rey de Francia contestó á la embajada que ya no era tiempo de retroceder en sus designios, y que cuando se hubiese apoderado del reino de Nápoles podria ventilarse en justicia, como D. Fernando solicitaba, á quién correspondiese la corona.

La brava tempestad que salida de Francia invadió muchos territorios de Italia, puso en tanta zozobra y temor á D. Alfonso de Nápoles que no considerándose poderoso para resistir su violencia, y sabiendo por otra parte cuánto le aborrecian sus súbditos hizo abdicacion de la corona á favor de su hijo Fernando y se retiró á Sicilia. El nuevo rey, que era generalmente bien quisto, puso en libertad á varios nobles presos por órden de su padre y salió de Nápoles á fin de colocarse á la cabeza del ejército que estaba en la raya de los estados pontificios. Allí mismo llegó con el suyo el rey de Francia, y barriendo la hueste de su enemigo fue apoderándose de todos los pueblos hasta penetrar en la capital, con lo que obligó á D. Fernando á embarcarse para Sicilia á esperar mejores tiempos. Dueño Cárlos de todo el reino hubo de disponerse para una lucha mas recia y de mas riesgo que la que sostuvo hasta entonces, pues por un lado los mismos señores de Italia á quienes desagradaba el dominio de los Franceses, y por otro el rey Católico á quien tenian en recelo aquellas conquistas que pudieran con el tiempo acarrear la pérdida de Sicilia, todos trataron de hacer guerra á los recien venidos y de alejarlos del pais que á tan poca costa habian dominado.

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