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antes. Sucedieron estas cosas al fin del año. En el mismo año á cinco de julio don Fernando tio del Rey de Portugal falleció en Africa: sepultáronle en la ciudad de Fez; de alli los años adelante le trasladaron á Aljubarrota entierro de sus padres. Fue hombre de costumbres santas y esclarecido por milagros: asi lo dicen los portugueses, nacion que es muy pia y muy devota, y aficionada grandemente a sus príncipes, si bien no está canonizado. Entre otras virtudes se señaló en ser muy honesto, jamás se ensució con tocamiento. de muger, ninguna mentira dixo en su vida, tuvo muy ardiente piedad para con Dios. Estas virtudes tenian puesto en admiracion á Lazeracho, un moro que lé tenia en su poder. Este sabida su muerte, primero quedó pasmado, despues: digno (dice) era de loa inmortal, si no fuera tan contrario á nuestro profeta Mahoma: maravillosa es la hermosura de la virtud, su estima es muy grande y sus prendas, pues lá sus̟ mismos enemigos fuerza que la estimen y alaben.

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Parecia que las cosas de Castilla se hallaban en mejor estado, y que alguna luz de nuevo se mostraha despues de echados del gobierno y de la corte los infantes de Aragon: mas las sospechas de la guerra y los *temores todavia continuaban. Tuviéronse cortes en Medina del Campo, y mandaron de nuevo recoger dine, ro para la guerra, nó tanto como era meliester; pero quanto podiau llevar los pueblos cansados con tantos gobiernos y mudanzas, y que aborrecian aquella guerra tan cruel. Acudieron al mismo lugar el príncipe don Enrique y el condestablé don Alvaro, despues

que tomaron á don Enrique de Aragon muchos pueblos del maestrazgo de Santiago. Tratóse de apercebirse para la guerra que veían sería muy pesada. En particular el de Navarra por tierra de Atienza, en el qual pueblo tenia puesta guarnicion, hizo entrada por el reyno de Toledo con quatrocientos de á caballo, y seiscientos de a pie: pequeño número, pero que pònia grande espanto por do quiera que pasaba, a causa que los naturales parte dellos eran parciales, los mas sin poner á peligro sus cosas querian mas estar á la mira que hacerse parte: asi el de Navarra se apoderó de Torija y de Alcalá de Henares con otros lugares y villas por aquella comarca. El Rey de Castilla, puesto que tenia pocas fuerzas para alteraciones tan grandes, todavia porque de pequeños principios como suele no se aumentase el mal, juntadas arrebatadamente sus gentes, pasó al Espinar para esperar le acudiesen de todas partes nuevas banderas y compañías de soldados. Poco despues desto á diez y ocho de febrero del año que se contó mil y quatrocientos y quarenta 1445. y cinco, falleció la Reyna de Portugal dona Leonor en Toledo: siguióla pocos dias despues doña María Reyna de Castilla, que murió en Villacastin tierra de Segovia, Sospechaóse les dieron yerbas, por morir en un misino tiempo y ambas de muerte supita, demas que el cuerpo de la Reyna doña María (1) despues de muerta se halló lleno de manchas. Dióse crédito en esta parte á la opinion del vulgo, porque comunmente se decia dellas que no vivian muy honestamente. La Reyna de Portugal enterraron en Santo Domingo el Real monasterio de monjas en que moraba, desde alli fue trasladada á Aljubarrota: el enterramiento de la

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Reyna de Castilla se hizo en Nuestra Señora de Guadalupe. Por el mismo tiempo falleció don Lope de Mendoza arzobispo de Santiago, en cuyo lugar fue puesto don Alvaro de Isorna á la sazon obispo de Cuenca, y a don Lope Barrientos en remuneracion de los servicios que hiciera, trasladaron de Avila á Cuenca: a don Alonso de Fonseca dieron la iglesia de Avila, escalon para subir á mayores dignidades; era este prelado persona de ingeuio y natural muy vivo y de mu cha nobleza. Don Alvaro de Isorna gozó poco de la nueva dignidad, en que le sucedió don Rodrigo de Luna sobrino del condestable. Desde el Espinar pasó el Rey á Madrid, y poco despues á Alcalá llamado por los moradores de aquella villa. Tenia el de Navar ra por alli cerca alojada su gente, que con la venida de su hermano don Enrique creció en número, de ma nera que tenia mil y quinientos de a caballo: con esta gente se fortificó en las cuestas de Alcalá la vieja, que son de subida agria y dificultosa, con determinacion de no venir a las manos si no fuese con ventaja de lugar, por saber muy bien que no tenia fuerzas bastantes para dar batalla en campo raso. Desde alli envió a Ferrer de Lanuza justicia de Aragon por embaxador a su hermano el Rey de Aragon para suplicalle, pues era concluida la guerra de Nápoles, se determinase de volver a España quier para ayudalles en aquella

guerra, quier para componer y asentar todos aquellos debates. El Rey de Castilla hiciera otrosi lo mismo, que le despachó sus embaxadores persona's de cuenta a quexarse de los agravios que le hacían sus hermanos. No hobo encuentro alguno cerca de Alcalá, ni los del Rey acometieron a combatir, ó desalo

jar los contrarios: asi los aragoneses por el puerto de Tablada se dieron priesa para llegar á Arévalo. Siguiólos el Rey de Castilla por las mismas pisadas resuelto

en ocasion de combatillos: marchaban a poca distancia los unos esquadrones y los otros, tanto que en un mismo dia llegaron todos á Arévalo. El de Navarra se apoderó por fuerza de la villa de Olmedo, que por entender que el socorro de Castilla venia cerca, le habia cerrado las puertas. Los principales en aquel acuer do fueron justiciados: su grande lealtad les hizo daño, y el amor demasiado y fuera de sazon de la patria. El Rey de Castilla pasó á media legua de Olmedo, y barreó sus estancias junto á los molinos que llaman de los Abades. Eran sus gentes por todas dos mil caballos y otros tantos infantes. Acudieron con los demas el príncipe dou Enrique, don Alvaro de Luna, Juan Pacheco, Iñigo Lopez de Mendoza, el conde de Alba y el obispo Lope de Barrientos. Por otra parte con los aragoneses se juntaron el Almirante, el conde de Benavente, los hermanos Pedro, Fernando y Diego de Quiñones, el conde de Castro y Juan de Tovar, con que se les llegaron otros mil caballos. Habláronse los príncipes de la una parte y de la otra para ver si se podian concertar : todo maña del obispo Barrientos para entretener a los contrarios hasta tanto que llegaser el maestre de Alcántara, con cuya venida reforzados de gente los del Rey se pusieron en orden de pelea. Los aragoneses ni podian mucho tiempo sufrir el cerco por falta de vituallas, y no se atrevían á dar la batalla por no tener fuerzas competentes. Resolviéronse lo que les pareció necesario, de enviar á los reales del Rey á Lope de Angulo y al licenciado Cuellar chânciller del de Navarra., Y como les fuese dada au diencia, declararon las razones por qué los infantes lícitamente tomaran las armas. Que no era por voluntad que tuviesen de hacer mal a nadie, sino de defender sus personas y estados, y de poner el reyno en libertad, , que veían estar puesto en una miserable ser

en

vidumbre: «Si echado don Alvaro, como tenia acor>> dado vuestra alteza, quisiere por su voluntad gober »nar el reyno, no pondrémos dificultad ninguna, ni » dilacion en hacer las paces con tal que las condicio-> >>nes sean tolerables: que si no dais oidová tan justa » demanda, la provincia y vuestros vasallos padecerán >>robos, talas, sacos y violencias; males que se pon»>drán á cuenta del que no los escusare, y que pro>> testamos delante de Dios y de los hombres con to>> da verdad deseamos por nuestra parte y procuramos >> atajar: avisamos otrosí que esta embaxada no se en>> via por miedo, sino con el deseo que tenemos de que >> haya sosiego y paz." Dichas con grande fervor estas palabras, presentaron un memorial en que llevaban por escrito lo mismo en sustancia: respondió el Rey que lo miraria mas de espacio. En el entretanto que andaban los tratos de paz, acaso, un dia miércoles que se contaban diez y nueve de mayo, vinieron por un accidente á las manos y se dió la batalla. Pasó asi, que el príncipe don Enrique con el brio de mozo se acercó al muro con cincuenta de á caballo para escaramuzar con el enemigo. Salieron del pueblo otros tantos, pero con espaldas de los hombres de armas. Espantáronse los del príncipe con ver tanta gente, y vueltas las espaldas, se pusieron en huida. Siguieronles los aragoneses hasta las mismas trincheas de los reales. Pareció grande desacato y atrevimiento: salen las gentes del Rey en guisa de pelear. En la avanguardia iba el condestable don Alvaro por frente, y á los costados los hombres de armas, y por sus capitanes don Alonso Carrillo obispo de Sigüenza, y su herma› no Pedro de Acuña, Iñigo Lopez de Mendoza y ell conde de Alba. En el cuerpo de la batalla iba el príncipe don Enrique con quinientos y cincuenta hombres de armas, que debaxo del gobierno de don Gutierre

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