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Ofrecióse demas desto de disputar públicamente, y defender siete conclusiones que en aquel propósito envió á la ciudad. No contento con esto sobre el mismo caso enderezó una disputa mas larga a don Lope de Barrientos obispo de Cuenca, en que señala por sus nombres muchas familias nobilísimas con parientes del mismo y otros de semejante ralea emparentadas; si de verdad, si fingidamente por hacer mejor su pleyto, no me parece conviene escudriñallo curiosamente. Basta que no paró en esto su desgusto y alteracion, antes fue causa (como yo pienso) que Pontífice Nicolao expidiese una bula en que reprueba todas las cláusulas y capítulos de aquel estatuto el tercero año de su pontificado, es á saber el mismo en que sucedió el alboroto de Toledo de que vamos tratando, cuya copia no me pareció sería conveniente poner en este lugar; solo diré que comienza por estas palabras traducidas de latin en castellano: «El enemigo del género humano luego que vió caer en bue»na tierra la palabra de Dios, procuró sembrar zizaña »para que ahogada la semilla, no llevase fruto al» guno. La data desta bula fue en Fabriano año de la Encarnacion de mil y quatrocientos y quarenta y nueve á veinte y quatro de setiembre. Otra bula que expidió el mismo Pontífice Nicolao dos años adelante á veinte y nueve de noviembre, tampoco será necesario engerilla aqui por ser sobre el mismo negocio y conforme a la pasada. Tampoco quiero poner los decretos que consecutivamente hicieron en esta razon los arzobispos de Toledo don Alonso Carrillo en un synodo de Alcalá, y el cardenal don Pero Gonzalez de Mendoza en la ciudad de Victoria algunos años despues deste tiempo de la misma sustancia. Casi todo esto que aqui se ha dicho de la revuelta y estatuto de Toledo, dexaron los coronistas de contar, creo con

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intento de no hacerse odiosos; pareció empero se de3 bia referir aqui por ser cosa tan notable, tomado de ciertos, memoriales y papeles de una persona muy grave. Quál de las partes tuviese razon y justicia, y qual no, no hay para que disputallo: quede al lector el juicio libre para seguir lo que mas le agradare, que podrá por lo que aqui queda dicho, y por otros, tratados sobre este negocio por que la la otra una y por parte se han escrito, sentenciar este pleyto a tal que sca con ánimo sosegado, y sin aficion demasiada á ninguna de las partes.

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CAPITULO IX.

De otras nuevas revueltas de los grandes de Castilla.

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No cesaba el de Navarra de solicitar a los grandes de Castilla para que se alborotasen. Las ciudades de Murcia y de Cuenca no se mostraban bien afectas para con su Rey, de que alguna esperanza tenian el de Navarra Ꭹ los otros sus parciales de recobrar sus antiguos estados. Hacían los de Aragon diversas correrías en tierras de Castilla, y en la comarca de Requena robaron gran copia de ganados. Demas desto los moradores de aquella villa como saliesen á buscar los enemigos con mayor ánimo que prudencia, fueron vencidos en una pelea que pelea que trabaron; sin embargo la esperanza que tenian los contrarios de apoderarse de Murcia, les salió vana. Acometieron los aragoneses a entrar en Cuenca debaxo de la conducta de don Alonso de Aragon hijo del Rey de Navarra. Llamólos Diego de Mendoza alcayde de la fortaleza que en aquel tiempo se veía en lo mas alto de la ciudad: al presente hay solamente piedras y paredones, muestra y rastros de edificio muy grande y muy fuerte. Estos intentos

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salieron también en vacío en esta parte á causa que obispo Barrientos defendió con grande esfuerzo la ciudad. Pasado este peligro, en Aragon se movieron nuevos tratos con ocasion de la vuelta del almirante de Castilla, de quien se dixo que pasó en Italia. Convocaron los procuradores de las ciudades y los demás brazos para que se juntasen en Zaragoza: leyéronse los órdenes é instrucciones y mandatos que el Rey de Aragon enviaba, y conforme a ellos pretendian que se juntasen las fuerzas del reyno, y se abriese la guerra con Castilla. Esquivaban los procuradores el rompimiento: decian no estaba bien al reyno trocar fuera de sazon la paz que tenian con Castilla, con la guerra, especial ausente el Rey, y los tesoros del reyno acabados; por esto intentaron otros medios y ayudas: tratóse de casar al príncipe de Viana con hija del conde de Haro; procuraron otrosí que los grandes de Castilla tuviesen entre sí habla, y sobre todo y lo mas principal convidaron al príncipe de Castilla don Enrique para ligarse con los que fuera del reyno y dentro andaban descontentos. Atreviéronse á intentar esta prática por no haberse aun el príncipe reconciliado con su padre, antes en su deservicio estaba apoderado de Toledo. La muchedumbre del pueblo le entregó la ciudad: los movedores del alboroto pasado querian darse al Rey; por esto y por sus deméritos grandes fueron presos dentro de la iglesia mayor donde se retraxeron. A los principales alborotadores, que eran los dos canónigos de Toledo, enviaron presos á Santorcaz para que en aquella estrecha carcel (que lo es mucho la que en aquel castillo hay) pagasen su pecado: no les quitaron las vidas como merecian, por respeto que eran eclesiásticos. Marcos García, y Hernando de Avila uno de los principales delinqüentes, fueron arrastrados por las calles, y de

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muchas maneras maltratados hasta dalles la muerte: agradable espectáculo para los ciudadanos, cuyas casas y bienes ellos robaron, castigo muy debido á sus maldades. La soltura de los moros á la sazon era grande con ordinarias cabalgadas que hacían, trabajaban, quemaban y robaban los campos del Andalucía á su reyno comarcanos; hicieron grandes presas, llegaron hasta los mismos arrabales de Jaen y de Sevilla, que fue grande befa, afrenta de los nuestros y mengua del reyno. Su orgullo era tal que el Rey moro prometió al de Navarra, el qual hacía gente en Aragon, que si por otra parte acometia a las tierras de Castilla, no dudaria de asentar sus reales y ponerse sobre Córdova, sin cesar de combatilla hasta della apoderarse. Dió el Navarro las gracias a los embaxadores por aquella voluntad, pero dilatóse por entonces la execucion, sea por no ser buena sazon, sea por no hacer más odiosa aquella su parcialidad, si pasaba tan adelante. En Coruña berea de Soria se juntaron muchos grandes de Castilla á veinte y seis de julio: halláronse présentes los marqueses de Villena y de Santillana, el conde de Haro, el almirante de Castilla y don Rodrigo Manrique que se intitulaba maestre de Santiago; no falta otrosi quien diga que se halló en esta junta el príncipe de Castilla don Enrique. Quexáronse del mal gobierno de don Alvaro: que por su causa la nobleza de Castilla andaba unos desterrados, otros en prisiones despojados de sus estados: que en ningun tiempo tuvo con el Rey tanta cabida y privanza como al presente tenia: si no se ligaban entre sí, ninguna esperanza les quedaba ní a los afligidos, ni á los demas, para que no viniesen a perecer todos por el atrevimiento de don Alvaro'; qué de cada dia se aumentaba. Acordaron que hasta mediado el mes de agosto cada qual por su parte con las mas

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gentes que pudiese juntar, acudiese á los reales del príncipe don Enrique; pero aunque al tiempo señalado estuvieron puestos cerca de Peñafiel villa de Castilla la vieja, los grandes se iban poco a poco sin hacer mucha diligencia para acudir á lo que tenian concertado. Detenia a cada uno su particular temor, acordábanse de tantas veces que semejantes deseños les salieron vános: demas que no se fiaban bastantemente del príncipe don Enrique, por ser poco congtante en un parecer; y aun el Rey de Navarra que acaudillaba á los demas descontentos, sabían estar por el mismo tiempo embarazado en sus cosas propias y en las de Francia. Poseía este príncipe en la Guiena un castillo llamado Maulison, que le entregó el Rey de Inglaterra, y tenia puesto en su lugar para guar dalle su mismo condestable. Este castillo acometió á tomar el conde de Fox con un grueso exército, en que se contaban dóce mil hombres de á pie y tres mil de á caballo. Fortificó sus estancias en lugares a propósito con sus fosos y trincheas: comenzó luego despues desto á batir las murallas. El de Navarra con las gentes que arrebatadamente pudo juntar, acudió al peligro. Puso sus reales en un llano poco distante de los del contrario. Hobo habla entre el yerno y el suegro, pero por mucho que supo decir el de Navarra, no persuadió al de Fox que levantase el cerco : éscusábase que tenia dada palabra y prometido al Rey de Francia de serville en aquella empresa: que no podia alzar el cerco antes de salir con su intento y tomar el castillo. Por esta manera como quier que el de Navarra se volviese a España, los cercados fueron forzados á rendirse á partido que dexase ir á los soldados de guarnicion libres a sus casas. La tardanza del Bey de Navarra y poco brio de los grandes dió en Castilla lugar a tratar de reconciliar al príncipe don

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