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della mal grande maldad, y causa de alborotarse los naturales debaxo de la conducta de don Luis Ososio hijo del conde de Trastamara: en enmienda de caso tan atroz despojaron aquel hombre facinoroso y malvado de su silla y de todos sus bienes. Su fin fue conforme á su vida y á sus pasos: lo que le quedó de la vida pasó en pobreza y torpezas, pobreza y torpezas, aborrecido de todos por sus vicios, y infame por aquel exceso tan feo. Desta forma en breve penó el breve gusto que tomó de aquella maldad, con gravísimos y perpétuos males, con que por justo juicio de Dios fue como lo tenia bien merecido rigurosamente castigado, LIBRO VIGÉSIMO TERCIO.

CAPITULO PRIMERO.

Del concilio de Mántua.

Las cosas ya dichas pasaban en España en sazon que el Pontífice Pio enderezaba su camino para la ciudad de Mantua, do á su llamado de cada dia acudian prelados y príncipes en gran número. De Españá enviaron por embaxadores para asistir en el concilio el Rey de Castilla á Iñigo Lopez de Mendoza señor de Tendilla, el Rey de Aragon a don Juan Melguerite obispo de Elna en el condado de Ruysellon, y á su mayordomo Pedro Peralta. Solicitaba el Pontifice los de cerca y los de lexos para juntar sus fuerzas contra el comun enemigo. David Emperador de Trapisonda ciudad muy antigua, y que está asentada a la ribera del mar mayor que llaman Ponto Euxino, y Ussumcassam Rey de Armenia, y Georgio que se intitulaba Rey de Persia, prometian (por ser ellos los que estaban los

que

mas cerca del peligro) de ayudar a esta empresa con grandes huestes de á caballo y de á pie, y por mar con una gruesa armada. El Padre Santo no se aseguraba mucho tendrian efecto estas promesas. De las naciones y provincias del Occidente se podia esperar poca ayuda, por las diferencias domésticas y civiles que en Italia, Francia y España prevalecian, por cuyo respeto y en su comparacion no hacían mucho caso de la causa comun del nombre christiano. Es asi que el desacato de la religion y daño público causa poco sentimiento, si punza el deseo de vengar los particulares agravios. Sin embargo de todas estas dificultades no desmayó el Pontífice, antes determinado de proballo todo y hacer lo que en su mano fuese, en una junta muy grande de los que concurrieron al concilio de todo el mundo, hizo un razonamiento muy á propósito del tiempo, cosa a él facil por ser persona muy eloquente, y que desde su primera edad profesó la rethórica y arte del bien hablar. Declaró con lágrimas la caida de aquel nobilísimo imperio de Grecia, tantos reynos oprimidos, tantas provincias quitadas á los christianos: donde Christo Hijo de Dios por tantos siglos fue santísimamente acatado, de donde gran número de varones santísimos y eruditísimos salieron, alli prevalecia la impiedad y supersticion de Mahoma: «Si va a decir verdad, no por otra causa sino por >> habellos nosotros desamparado, se ha recebido este » daño y esta llaga tan grande; á lo menos ahora con» servad estas reliquias medio muertas de christianos. »Si la afrenta pública no basta á moveros, el peligro » que cada uno corre, le debe despertar á tomar las >> armas. Conviene que todos nos juntemos en uno para » que cada qual por sí, si nos descuidamos, no seamos >>robados, escarnidos y muertos. Tenemos un enemi»go espantable, y que por tantas victorias se ha hecho

>>mas insolente : si vence, sabe executar la victoria, y » sigue su fortuna con gran ferocidad: si es vencido, >> renueva la guerra contra los vencedores no con me>>nos brio que antes: tanto mas nos debemos desper »tar. No podrá ser bastante contra las fuerzas de los »nuestros, si se juntan en uno; mayormente que Dios, » al qual tenemos airado por nuestras ordinarias dife»rencias, a los que fueren concordes, será favorable. >> Poned los ojos en los antiguos caudillos, y en las »grandes victorias que en la Suria los nuestros unidos » y conformes ganaron contra los bárbaros. Los que » somos fuertes y diestros para las diferencias civiles »y domésticas, por ventura seremos cobardes y des »cuidados para no acudir al peligro comun y ven»gar la afrenta de la religion christiana? hay algu»> no que se ofrezca por caudillo para esta guerra sa» grada? hay quien lleve delante en sus hombros el »estandarte de la Cruz de Christo Hijo de Dios para » que le sigan los demas? hay quien quiera ser soldado ade Christo? Ofrezcámonos por capitanes, que no fal>> tarán varones fuertes y diestros, y soldados. muy no»bles que se conformen en su valor y esfuerzo, y pa >> rezcan a sus antepasados. Determinado estoy, si todos >> faltaren, ofrecerme por alferez y caudillo en esta » tan santa guerra. Yo con la Cruz entraré y romperé » por medio de las haces y huestes de los enemigos,, » y con nuestra sangre, si no se ganare la victoria, por »lo menos aplacaré la ira de Dios, y inflamare con »mi exemplo vuestros ánimos para hacer lo mismo; » que resuelto estoy de hacer este, postrero esfuerzo »y servicio a Christo y á la iglesia, a quien debo » todo lo que soy y lo que puedo.", Movíanse los que sc hallaron presentes con el razonamiento del Pontifice; mas los embaxadores de los príncipes gastaban el tiempo en sus particulares contiendas y controver

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sias, y asi todo este esfuerzo salió vano; en especial Juan duque de Lorena, hijo de Renato duque de Anjou, se quexaba mucho que el Papa hobiese confirma-” do el reyno de Nápoles, y dado la investidura de aquel estado a don Fernando su enemigo: á causa destos debates no se pudo en la principal empresa pasar adelante, de palabra solamente se decretó la guerra sagrada. El Papa asi mismo publicó una bula en que al contrario de lo que sintió en conformidad de los padres de Basilea antes que fuese Papa, proveyó que ninguno pudiese apelar de la sentencia del romano Pontífice para el concilio general: con esto se disolvió el concilio el octavo mes despues que se abrió. Los embaxadores de Aragon, despedido el concilio, fueron á Nápoles a dar el parabien del nuevo reyno al Rey don Fernando. Iñigo Lopez de Mendoza alcanzó del Pontífice un jubileo para los que acudiesen con cierta li

mosna: del dinero edificó en su villa de Tendilla un' principal monasterio de frayles Isidros con advocacion de Santa Ana. En este comedio a su hermano don Diego de Mendoza quitaron la ciudad de Guadalaxara, de que sin bastante título se apoderára: el comendador Juan Fernandez Galindo caudillo de fama con seiscientos caballos que el Rey le dió, la tomó de sobresalto. Agravíarouse desto los demas grandes: ocasion de nuevos desabrimientos, y de que se ligasen entre sí de nuevo en deservicio de su Rey. El almirante don Fadrique atizaba los desgustos: convidó á su yerno el Rey de Aragon para se juntar con los grandes desgustados y alterados, y mover guerra á Castilla. Entraban en este acuerdo el arzobispo de Toledo y don Pedro Giron maestre de Calatrava, y los Manriques, linage poderoso en riquezas y aliados; y ahora de nuevo se les ayuntaron los Mendozas por estar irritados con este nuevo (que llamaban) agravio. El color y voz que

tomaron, era honesto, es a saber reformar el estado de las cosas, estragado sin duda en muchas maneras. Estos intentos y tratos no podian estar secretos: don Alonso de Fonseca arzobispo de Sevilla dió aviso de lo que pasaba al Rey don Enrique; el premio que le dieron por este aviso, fue la iglesia de Santiago, que á la sazon vacó por muerte de don Rodrigo de Luna, y se dió á un pariente suyo llamado tambien don Alonso de Fonseca dean que era de Sevilla. Estaba apoderado de los derechos de aquella iglesia (como poco antes queda dicho) don Luis Osorio, confiado en el poder de don Pedro su padre conde de Trastamara: era menester para reprimille persona de autoridad; por esto los dos arzobispos permutaron sus iglesias, y con consentimiento del Rey don Alonso de Fonseca el mas viejo pasó de Sevilla á ser arzobispo de Santiago. La iglesia de Pamplona por muerte de don Martin de Peralta se encomendó al cardenal Besarion, griego de nacion, persona de grande erudicion y de vida muy santa, para que sin embargo de estar ausente la gobernase, y gozase de la renta de aquella dignidad y obispado.

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Como Scanderberchio pasó en Italia.

Las alteraciones de Nápoles eran las que principalmente entretenian los intentos del Pontífice Pio, que de noche y de dia no pensaba sino en cómo daria principio a la guerra sagrada contra los turcos. El fuego se emprendia de nuevo entre Juan hijo de Renato, y el nuevo Rey don Fernando: las voluntades de Italia estaban divididas entre los dos, y la mayor parte de la nobleza neapolitana cansada del señorío de Aragon

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