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Castilla que cerca estaban y a punto de pelear y entrar en la batalla que se dieron, como se dira poco adelan◄ te, tembló la tierra, pronóstico que cada uno podia' pensar amenazaba a su parte ó á là contraria, ó á entrambas, y que dió bien que pensar y temer no menos á los moros que a los christianos. Así mismo por toda España fueron grandes los temores y anuncios que hubo por esta causa; que el pueblo inconstante y supersticioso suele alterarse por cosas semejantes y pronoşticar grandes males. Por este mismo tiempo en Barcelona falleció la Reyna doña Violante de mucha edad: fue casada con el Rey don Juan el Primero, y era abuela materna de Ludovico duque de Anjou, con quien traían guerra los aragoneses por el reyno de Nápoles, Llegó el Rey de Castilla por el mes de mayo a la ciudad de Córdova: desde alli envió a don Alvaro de Luna adelante con buen número de gente, taló la campaña de Illora, y llegó haciendo estrago hasta la misma vega de Granada, llanura que es de grande frescura y no de menor fertilidad. Puso fuego en los ojos de los mismos ciudadanos a sus huertas, sus cortijos y arboledas sin perdonar a una hermosa casa de campo que por alli tenia el Rey moro; pero no fueron parte estos daños, ni aun las cartas de desafio que les envió don Alvaro, para que saliesen á pelear. No se supo la causa: puedese congeturar que por estar la ciudad suspensa con el miedo que tenia de mayores males, ó no estar los ciudadanos asegurados unos de otros. Entretanto que esto pasaba, se consultaba en Córdova sobre la forma que se ternia en hacer la guerra. Los pareceres fueron diferentes: unos decian que talasen los campos, y no se detuviesen en poner sitio sobre algun particular pueblo: otros que sería mas a proposito cercar alguna ciudad fuerte para ganar mayor reputacion, y con su toma sacar mayor prove

ého de tantos trabajos y tan grandes gastos. Prevaleció el parecer mas houroso y de mas autoridad,' y conforme á él se acordó fuesen sobre Granada, y peleasen con los moros de poder a poder, que á era lo que un moro por nombre Gilayro grandemente les aconsejaba; el qual en su tierna edad como hobiese sido preso por los moros y renegado nuestra fé, dado que no de corazon, en esta ocasion se vino a Córdova á los nuestros, y les daban este consejo. Prometia que luego que los fieles se presentasen á vista de la ciudad de Granada, Juzeph Benalmao, nieto que era de Mahomad el Rey Bermejo que fue muerto en Sevilla, se pasaria con un buen número de gente á sus reales. Tomada esta resolucion, la Reyna que hasta alli aconpañára al Rey, se partió para Carmona: el exército marchó adelante. Por el mes de octubre se detuvo el Rey cerca de Alvendin algunos dias hasta tanto que todas las compañías se juntasen. Llegáronse hasta ochenta mil hombres, y entre ellos muchos que por su linage y hazañas eran personas de gran cuenta. Dióse cuidado de asentar los reales y de maestres de campo al adelantado Diego de Ribera, y á Juan de Guzman, cargo que antes solia ser (conforme a las costumbres de España) de los mariscales, á quien pertenecia señalar y repartir las estancias. Marcharon dende en buen orden, y el segundo dia llegaron a tierra de moros; eutraron formados sus esquadrones y en ordenanza, no de otra manera que si tuvieran los enemigos delante. Don Alvaro de Luna llevaba el cargo de la avanguardia, en que iban dos mil y quinientos hombres de armas: el Rey iba en el cuerpo de la batalla con la fuerza del exército, acompañado de muchos grandes; el postrero esquadron hacían los cortesanos, y gran número de eclesiásticos, entre ellos don Juan de Cerezuela obispo de Osma, y don Gutier

re de Toledo obispo de Palencia: a los costados marchaban con parte de la gente don Enrique conde de Niebla, Pero Fernandez de Velasco, Diego Lopez de Zúñiga, el conde de Benavente y el obispo de Jaen: delante de todos los esquadrones iban los dos maestres de campo con mil y quinientos caballos ligeros. Estos dieron principio á la batalla, que fue á veinte y nueve del mes de junio en esta guisa. Los moros salieron de la ciudad de Granada con grandes alaridos; los fie les fueron los primeros a pasar un ribazo que caía en medio: con esto se trabó la pelea. Era grande la muchedumbre de los bárbaros, y en lugar de los heridos y cansados venian de ordinario nuevas compañías de refresco de la ciudad que cerca tenian: lo mismo hacían los nuestros, que adelantaban sus compañías, y todos meneaban las manos. Adelantóse Pedro de Velasco cuya carga no sufrieron los moros: retiráronse poco a poco, cogidos y en ordenanza a la ciudad, de manera que aquel dia ninguno de los enemigos volvió las espaldas. Retirados que fueron los moros, los reales del Rey se asentaron a la halda del monte de Elvira, fortificados de foso Ꭹ trincheas. Los moros eran cinco mil de á caballo, y como docientos mil infantes, todos número, parte alojada en la ciudad y parte en sus reales, que tenian cerca de las murallas a causa que dentro de la ciudad no cabia tanta muchedumbre. El domingo adelante ordenaron los moros sus haces en guisa de pelear. Allanaba el maestre de Calatrava con los gastadores el campo, que a causa de los valladares y acequias estaba desigual y embarazado. Acometieronle los moros, y cargaron sobre él

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y sus gastadores que hacían las explanadas. Visto el peligro en que estaba, acudieron don Enrique conde de Niebla y Diego de Zúñiga, que mas cerca se hallaban, desde los reales á socorrelle: la pelea se en

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cendia, y el calor del sol por ser medio dia era muy grande. El Rey enojado porque no pensaba pelear aquel dia, y turbado por la locura y atrevimiento de los suyos, envió a don Alvaro de Luna para que ciese retirar á los soldados y dexar la pelea. La escaramuza estaba tan adelante, y los moros tan mezclados por todas partes, que á los christianos, si no volvian las espaldas, no era posible obedecer. Lo qual como supiese el Rey, hizo con presteza poner en ordenanza su gente. Hablóles brevemente en esta sustancia: «Como aquellos mismos eran los que poco an»tes les pagaban parias, los mismos capitanes y co»razones. Que el Rey no salia a la batalla por no fiar»se de las voluntades de los ciudadanos, cuya mayor » parte favorecia a Benalmao, que se ha acogido á » nuestro amparo, y pasado á nuestros reales. Acome>>ted pues con brio y gallardía a los enemigos que >> teneis delante, flacos y desarmados. No os espante >>la muchedumbre, que ella misma los embarazará en >>la pelea. Con qué cara volverá qualquiera de vos a >>su casa, si no fuere, con la victoria ganada? A los » que temieron los aragoneses, los navarros, los fran>>ceses, podrá por ventura espantar esta canalla y tro>>pel de bárbaros, mal juntada y sin orden? afuera tan >> gran mal, no permita Dios ni sus Santos cosa tan tan fea. >> Este dia echará el sello a todos los trabajos y v >>rias ganadas, ó (lo que tiemblo en pensallo) acar>> reará á nuestro nombre y nacion vergüenza, afren»ta y perpétua infamia." Dicho esto, mandó tocar las trompetas en señal de pelear, Acometieron a los moros, que los recibieron con mucho ánimo: fue el alarido grande de ambas partes, estuvieron algun es -pacio las haces mezcladas sin reconocerse ventaja. La manera de la pelea era brava, dudosa, fea, miserable: unos huían, otros los seguían, todo andaba mezclado,

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armas, caballos y hombres; no habia lugar de tomar consejo, ni atender a lo que les mandaban. Andaba el Rey mismo entre los primeros como testigo del es fuerzo de cada qual, y para animallos á todos. Su presencia los avivó tanto que vueltos a ponerse en ordenanza, les parecia que entonces comenzaban á pelear. Con este esfuerzo los enemigos, vueltas las espaldas, á toda furia se recogieron parte á la ciudad, parte por el conocimiento que tenian de los lugares, y confiados en su aspereza, se retiraron por aquellos montes cercanos, sin que los nuestros cesasen de herir en ellos y matar hasta tanto que sobrevino y cerró la noche. El número de los muertos no se puede saber al jusentendióse que sería como de diez mil. Los reales de los moros que tenian asentados entre las viñas y los olivares, ganó y entró don Juan de Cerezuela. Los demas eclesiásticos con cruces y ornamentos, y mu cha muestra de alegria salieron á recebir al Rey que acabada la pelea, volvia á sus reales. Daban todos grapor merced y victoria tan señalada. Detuviéronse en los mismos lugares por espacio de diez dias. Los moros dado que ni aun á las viñas se atrevian á salir, pero ninguna mencion hicieron de concertarse y hacer confederacion, sea por confiar demasiado en sus fuerzas, sea por tener perdida la esperanza de ser perdonados. Por ventura tambien un extraordinario pasmo tenia embarazados los entendimientos del pueblo y de los principales para que no atendiesen a lo que les estaba bien. Dióse el gasto á los campos sin que alguno fuese á la mano. Hecho esto, el Rey de Castilla con su gente dió la vuelta. Quedó el cargo de la frontera al maestre de Calatrava y al adelantado Diego de Ribera y con ellos Benalmao con título y nombre de Rey para efecto (si se ofreciese ocasion) de apoderarse con el ayuda de su

cias a Dios

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