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no menos bastante para las cosas de la guerra que para las del gobierno. Poco antes de su muerte tuvo habla con doña Leonor su antenada condesa de Fox en Exea á la raya de Aragon, do pusieron alianza en que expresaron que los mismos tuviesen las dos por amigos y por enemigos: palabras de ánimo varonil, y mas de soldados que de mugeres; su cuerpo fue sepultado en Poblete. De sola una cosa la tachan comunmente, que fue la muerte del príncipe don Carlos su antenado: asi lo hablaba el vulgo. Añaden que la memoria deste caso la aquexó mucho a la hora de su muerte, sin que ninguna cosa fuese bastante para aseguralla y sosegar su conciencia muy alterada: las revoluciones y parcialidades dan lugar á hablillas y patrañas.

CAPITULO XL.

Como falleció el infante don Alonso.

Llegó la fama de las alteraciones de Castilla á Roma; en especial el Rey don Enrique por sus cartas hacía instancia con el Pontífice Paulo Segundo para que privase a los obispos sediciosos de sus dignidades, y pusiese pena de descomunion a los grandes, si no sosegaban en su servicio. Por esta causa Antonio Veperio obispo de Leon enviado a Castilla por nuncio con poderes bastantes, despues de la batalla de Olmedo en que se halló presente, primero fue a hablar al Rey don Enrique en Medina del Campo teniendo en esto consideracion a su autoridad real; despues como procurase hablar con los conjurados, apenas pudo alcanzar que para ello le diesen lugar, antes le despidieron primera y segunda vez con palabras afrentosas, y pusieran en él las manos si no fuera por tener respeto a su dignidad. Como amenazase de descomulgallos, respondieron que no pertenecia al Pon

tifice entremeterse en las cosas del reyno. Juntamente interpusieron apelacion de aquella descomunion para el concilio próximo: condicion muy propia de ánimos endurecidos y obstinados en la maldad, que siempre se adelante en el mal hasta despeñarse, y quiera remediar un daño con otro mayor sin moverse por algun escrúpulo de conciencia. Sucedió un nuevo inconveniente para el Rey que mucho le alteró, y fue que don Juan Arias obispo de Segovia por satisfacerse de la prision que se hizo en la persona de Pedro Arias su hermano contador mayor sin alguna culpa suya, solo por engaño del arzobispo de Sevilla, olvidado de las mercedes recebidas y que su hermano ya estaba puesto en libertad, se determinó entregar aquella ciudad de Segovia a los parciales. Ayudaronle para ello Prexano su vicario, y Mesa prior de San Gerónimo con quien se comunicó. Es aquella ciudad fuerte y grande, puesta sobre los montes con que Castilla la vieja parte término con la nueva, que es el reyno de Toledo. Acudieron todos los grandes como tenian concertado. Fue tan grande el sobresalto, que la Reyna que alli se halló, y la duquesa de Alburquerque apenas pudieron alcanzar les diesen entrada en el castillo á causa que Pedro Munzares el alcayde de secreto era tambien uno de los parciales. La infanta doña Isabel como sabidora de aquella revuelta y trato se quedó en el palacio real, y tomada la ciudad, se fue para el infante don Alonso su hérmano con intento de seguir su partido. Estas nuevas y fama llegaron presto á Medina del Campo, do el Rey don Enrique se hallaba, con que recibió mas pena que de cosa en toda su vida, por haber perdido aquella ciudad, ca la tenia como por su patria, y en ella sus tesoros y los instrumentos y aparejos de sus deportes. Desde este tiempo por hallarse no

menos falto de consejo que de socorro, comenzó á andar como fuera de sí: no hacía confianza de nadie: recelábase igualmente de los suyos y de los enemigos, de todos se recataba, y de repente se trocaba en contrarios pareceres; ya le parecia bien la guerra, poco despues queria mover tratos de paz: cosa que por su natural descuido y floxedad siempre prevalecía. Señaló la villa de Coca para tener habla de nuevo con el marques de Villena magüer que los suyos se lo disuadian, y como no fuesen oidos, los mas le desampararon: en Coca no se efectuó cosa alguna; pareció se tornasen á ver en el castillo de Segovia: alli se hizo concierto con estas capitulaciones, que no fue mas firme y durable que los pasados; las condiciones eran: El castillo de Segovia se entregue al infante don Alonso: el Rey don Enrique tenga `libertad de sacar los tesoros que alli estan, mas que se guarden en el alcázar de Madrid, y por alcayde Pedro Munzares: la Reyna para seguridad que se cumplirá esto, esté en poder del arzobispo de Sevilla: cumplidas estas cosas, dentro de seis meses próximos los grandes restituyan al Rey el gobierno y se pongan en sus manos. Vergonzosas condiciones, y miserable estado del reyno: quan torpe cosa que Íos vasallos para allanarse pusiesen leyes á su príncipe, y tantas veces hiciesen burla de su magestad! la mayor afrenta de todas fue que la Reyna en el castillo de Alahejos, do la hizo llevar el arzobispo conforme a lo concertado, puso los ojos en un cierto mancebo, y con la conversacion que tuvieron, se hizo preñada; que fue grave maldad y deshonra de toda España, y ocasion muy bastante para que el poco crédito que se tenia de su honestidad, pasase muy adelante, y la causa de los rebeldes ya pareciese mejor que antes. El Rey cercado de trabajos y menguas

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tan grandes, desamparado casi de todos, y como fuera de sí, andaba por diversas partes casi como particular, acompañado de solos diez de á, caballo. Acordó por postrer remedio de hacer prueba de la lealtad del conde de Plasencia, y entrarse por sus puertas y ponerse en sus manos. Fue alli bien muy recebido , y entretúvose en el alcázar de aquella ciudad por espacio de quatro meses. En este tiempo por muerte del cardenal Juan de Mela, que despues de don Pedro Luxen tuvo encomendada la iglesia de Sigüenza, aquel obispado se dió á don Pedro Gonzalez de Mendoza sin embargo que don Pero Lopez dean de Sigüenza desde los años pasados, como elegido por votos del cabildo, pretendia y traía pleyto contra el dicho cardenal Mela. Envió el Papa un nuevo nuncio para convidar á los grandes que se reduxesen al servicio de su Rey, y porque no obedecian, últimamente los descomulgó. No se espantaron ellos por esto, ni se emendaron, bien que lo sintieron mucho, tanto que enviaron á Roma sus embaxadores; mas no les fue dado lugar para hablar con el Pontifice, ni aun para entrar en la ciudad antes que hiciesen juramento de no dar título de Rey al infante don Alonso. Ultimamente en consistorio el Papa con palabras muy graves los reprehendió y amonestó que avisasen en su nombre á los rebeldes procederia con todo rigor contra ellos, si no se emendaban: que semejantes atrevimientos no pasarian sin castigo; si los hombres se descuidasen, debian temer la venganza de Dios. Añadió que sentia mucho que aquel príncipe mozo por pecados agenos sería castigado con muerte antes de tiempo: no fue vana esta profecía, ni falsa. Con esta demonstracion del Pontífice las cosas del Rey don Enrique se mejoraron algun tanto, en especial que por el mismo tiempo se

reduxo á su obediencia la ciudad de Toledo con esta ocasion. Era Pero Lopez de Ayala alcalde de aquella ciudad: su cuñado fray Pedro de Silva de la orden de Santo Domingo, obispo de Badajoz, á la sazon estaba en Toledo; el qual comunicado su intento con doña María de Silva su hermana muger del alcalde, dió al Rey aviso de lo que pensaba hacer, que era entregalle la ciudad. Acudió él sin dilacion, y en dos dias llegó desde Plasencia á Toledo para prevenir con su presteza no hiciese el pueblo alguna alteracion: entró muy de noche, hospedóse en el monasterio de los Dominicos que está en medio y en lo mas alto de la ciudad. Luego que se supo su llegada, tocaron al arma con una campana: acudió el pueblo alborotado. Pero Lopez de Ayala, como supo lo que pasaba, pretendia que el Rey don Enrique no saliese en público, ni se pasase adelante en aquella traza: alegaba que le perderian el respeto; asi pasada la media noche, quando el aboroto estaba sosegado, se salió de la ciudad. Partióse el Rey muy triste su compañía Perafan de Ribera hijo de Pelayo de Ribera, y dos hijos de Pero Lopez de Ayala, Pedro y Alonso. Al salir de la ciudad reconoció el Rey el cansancio de su caballo, que habia caminado aquel dia diez y ocho leguas pidió a uno de los que le acompañaban, le diese el suyo; no quiso. Vista esta cortedad los dos hijos de Pero Lopez de Ayala á priesa se arrojaron de sus caballos, y de rodillas suplicaron al Rey se sirviese dellos, del uno para su perdel otro para su page de lanza: el Rey los tomó y partió de la ciudad compañándole a pie aquellos caballeros que le dieron los caballos. Llegados a Olías, hizo el Rey merced a Pero Lopez de Ayala de setenta mil maravedís de juro perpétuo cada un año: el obispo asi mismo fue forzado a dexar la

sona,

y en

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