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Onceno Rey de Francia a pedir que la infanta dona Isabel casase con su hermano Carlos duque de Berri: nueva ocasion para que los grandes se dividiesen y tuviesen sobre este negocio diversos pareceres. Todo era sementera de nuevas discordias, sin estar apenas sosegadas las pasadas; en particular el Andalucía no se quietaba, ni queria dexar las armas. Por muerte de don Juan duque de Medina Sidonia sucedió en aquel rico estado don Enrique su hijo bastardo, como heredero no solo de sus bienes sino tambien de sus parcialidades y enemistades. Seguíanle el conde de Arcos y don Alonso de Aguilar, que todos en nombre de la infanta doña Isabel alborotaban aquella tierra. Pareció convenia acudir el Rey en persona á sosegar estos buHlicios en sazon que el marques de Villena renunció en su hijo don Diego Lopez Pacheco el marquesado de Villena con intento que el Rey y el Papa le con-' firmasen á él el maestrazgo de Santiago y gozar sin contraste de aquella rica dignidad. Quedóse la infanta en Ocaña: hicieronla jurar de nuevo no casaria, trataria dello sin que el Rey su hermano lo supiese y sin sur voluntad. El conde de Benavente y Pero Hernandez de Velasco fueron á Valladolid para gobernar el reyno durante la ausencia del Rey.

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Del casamiento y bodas de los principes doña Isabel J don Fernando!

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Asentadas las cosas en la manera que dicho es, Rey don Enrique enderezó su camino para el Andalucía. Iban en su compañía el maestre de Santiago y los prelados de Sevilla y de Sigüenza: llegaron a pequeñas jornadas á Ciudad-real: alli se quedó enfermo`

el de Sevilla. En Jaen fue el Rey muy bien recebido y festejado por su condestable Iranzu: luego despues desto reduxo á su servicio la ciudad de Córdova por entrega que della le hizo con ciertas condiciones don Alonso de Aguilar: sosegados los alborotos que alli andaban entre este caballero y el conde de Cabra; don Pedro de Córdova, venido el estío, pasó á SeviHa. Sucedió lo mismo alli, que por autoridad del Rey y con su presencia se sosegaron las alteraciones de los señores que moraban en aquella ciudad, y se compusieron sus diferencias. Los moros estaban quietos,› cosa que bacía maravillar, por andar los nuestros tan revueltos y alterados, que no se aprovechasen de la ocasion que se les presentaba. Estaban los fronteros que eran capitanes de grande esfuerzo, mayormente el condestable ya dicho, alerta y en vela, y no les daban lugar para hacer algun insulto. Las discordias. asi mismo que entre los moros se levantaran de nuevo, los embarazaban para no acudir á la guerra de fuera. Fue asi que Alquirzote gobernador de Málaga, hom bre muy experimentado en la guerra, y de gran renombre y fama, como se viese apoderado de aquella ciudad, se rebeló contra el Rey Albohacen, ayudado de muchos que se tenian por agraviados del Rey, demas que de ordinario aquella gente por ser de ingenio mudable gusta que haya mudanza en el estado. Vinieron á las armas, y dióse la batalla: llevó Alquirzote lo peor por ser sus fuerzas mas flacas; trató de confederarse con el Rey don Enrique. Señalaron para tener habla á Archidona, que está á la raya del reyno de Granada: vino alli el moro muy alegré con grandes presentes que traía; partióse con no menor confianza por la palabra que el Rey le dió de envialle socorros y ayuda, que fue ocasion para que Albohacen con las armas hiciese este año y el siguiente mu

chas veces entradas, y rompiese por tierra de christianos: llevaron los moros grandes cabalgadas de hombres y de ganados, quemaron campos y poblados: era tan grande su indignacion y su avilenteza tal que hacían lo último de poder, y pasaron muy mas adelante de lo que antes solian en las talas, quemas y robos: Pero aunque fue grande el estrago, y que se podia comparar con los antiguos, ningun pueblo señalado tomaron á los nuestros; solo diversos esquadrones de soldados moros por toda el Andalucía y por el reyno de Murcia hacían correrías mas á manera de salteadores que de guerra concertada. Volvamos con nues→ tro cuento a la infanta doña Isabel, que se quedó en Ocaña: muchos y grandes príncipes la pedian aun mismo tiempo por muger. Tenia grandes partes de virtudes, honestidad, hermosura, edad á propósito, sobre todo el dote que era grandísimo, no menos que el reyno de su hermano. A los demas pretensores, es á saber al de Portugal que era viudo, y al duque de Berri, mozo estrangero, se la ganó finalmente el Rey don Fernando no sin voluntad y providencia del cielo. Ayudó mucho la diligencia del Rey de Aragon su padre: con muchos presentes que dió, y mayores promesas para adelante (manera la mas segura de negociar y la mas eficaz) grangeó los criados de la infanta." El que mas podia con ella y mas privaba era Gutierre de Cárdenas su maestresala, y con él Gonzalo Chacon tio del mismo de parte de madre, mayordomo que era y contador de la princesa: á este prometieron la villa de Casarruvios y Arroyomolinos; á Gutierre de Cárdenas la villa de Maqueda, fuera de otras grandes dádivas de presente, y promesas de oficios, encomien das y juros para adelante. Por medio de los dos y del arzobispo de Toledo, que entraba a la parte, se concertó el casamiento con ciertas condiciones que todas

se enderezaban á que en tanto que viviese el Rey don Enrique, se le guardase todo respeto: que despues de su muerte la infanta doña Isabel tuviese todo el gobierno de Castilla, sin que el Rey don Fernando pudiese hacer alguna merced por su propia autoridad, ni tampoco diese los cargos á estraños, ni quebrantase en alguna manera las franquezas, derechos y leyes del reyno; en conclusion que si no fuese con voluntad de su muger, no se entremetiese en ninguna parte del gobierno. Todas estas capitulaciones y el casamiento se concertaron secretamente; don Fernando sin embargo se detuvo á causa de la guerra de CataJuña, en que los enemigos de nuevo tenian puesto sitio sobre Girona, y al fin la forzaron a reudirse. Demas desto en Navarra se levantó otra tempestad. El obispo de Pamplona don Nicolas en el camino de Tafalla (que iba a verse con la infanta doña Leonor á su llamado) fue muerto por orden de Pedro Peralta. Enviáronse personas que pidiesen justicia al Rey de Aragon, y le hiciesen instancia para que mandase castigar tan grave maldad. Recelábanse no creciese el atrevimiento por falta de castigo, y aquel sacrilegio, si no se castigaba, fuese causa que todo el pueblo lo pagase con alguna plaga que les viniese del cielo. Quexábanse que el matador por engaño se apoderó de Tudela: demas desto estrañaban que el mismo Rey concediese franquezas á muchos lugares con mucha liberalidad como de hacienda agena; pedian fuese servido de recobrar á Estella con todo su distrito, de que todavia estaban apoderados los de Castilla. El conde de Fox con el deseo de mandar andaba otrosí inquieto, y parecia que todo esto pararia en alguna guerra, por lo qual no menos era aborrecido del Rey de Aragon su suegro que poco antes lo fue el príncipe don Carlos. El Rey respondió á los embaxadores

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blandamente y conforme a lo que el tiempo pedia, que era temporizar y entretener: á Pedro de Peralta no se dió porende castigo ninguno por el delito tan atroz como cometió. La infanta doña Isabel se hallaba congoxada y suspensa: temia no la hiciesen fuerza, si se detenia en Ocaña mas tiempo. Partióse para Castilla la vieja, y por no darle entrada en Olmedo, que la tenia en su poder el conde de Plasencia, se fue para Madrigal do residia su madre. Cosas tan grandes no podian estar secretas: escribió el maestre de Santiago sobre el caso al arzobispo de Sevilla, que despues de convalecido de la dolencia ya dicha se entretenia en Coca; encargábale grandemente se apoderase de la persona de la infanta: intentos que desbarató la presteza con que el de Toledo y el almirante la acu

dieron con buen número de caballos. Lleváronla á Valladolid para que estuviese alli mas segura, por ser el pueblo tan grande y estar de su parte el arzobispo de Toledo y en su compañía. No era menor la congoxa con que don Fernando se hallaba, y recelo que tenia no le burlasen sus esperanzas. Asi en lo mas recio de la guerra de Cataluña se partió para Valencia con intento de recoger el dinero que conforme á lo asentado se obligó de contar á su esposa para el gasto de su casa y corte. Desde alli dado que hobo la vuelta á Zaragoza, porque el negocio no sufria tardanza, en hábito disfrazado y solo con quatro personas que le acompañaban, pasó á Castilla. En Osma encontró con el conde de Treviño don Diego Manrique que tenia parte en aquel trato de su casamiento. Dende acompañado del mismo conde y de docientos de á caballo pasó á Dueñas, villa que era de don Pedro de Acuña conde de Buendia, hermano del arzobispo de Toledo. Alli se vió con su esposa, y apercebidas todas las cosas, en Valladolid en las casas de Juan de Bivero, en

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